Amor Prohibido - Capítulo 53

-¿Maestro Jobeaux?

Yenny se había apartado de sus hermanos después de clases. Su familia había ido a visitar a su padre al hospital. El golpe de aquella noticia la había arrancado de la realidad. Simplemente no estaba preparada para enfrentar a su padre. Aquella jornada de clases permaneció ausente de su vida. Susan lo notó claramente, pero no consiguió sacarle ni la menor de las pistas sobre las causas. Aprovechó aquella oportunidad para mensajear a Jack en busca de respuestas, pero tampoco obtuvo resultados.

La chica se había dirigido al parque de la ciudad. Sentía que rodearse de naturaleza la podía tranquilizar. Todo había pasado demasiado rápido. Necesitaba una parada crítica antes que su mente terminara por explotar. Finalmente se sentó a la sombra de un árbol. Tras un largo suspiro, consiguió aislarse del mundo y los problemas, para conseguir analizarlos uno por uno. Era verdad. Atrapada entre la espada y la pared, su madre lo había confirmado. Sus padres eran hermanos. Lo que ese sujeto le había contado a través de sus sueños era real. Aquella visita guiada por el Maestro Yo no le mostraba ilusión alguna. Fue tan chocante la primera vez y tan chocante esta segunda vez como un nocaut.

Sintió una presencia demasiado cerca a su derecha. Al voltearse, pudo ver sentada a su lado al goblin. Traía una chaqueta de cuero con cierre, unos jeans desgastados y unas zapatillas oscuras. Yenny alcanzó a dar un grito ahogado ante su repentina aparición, seguido de un salto y una caída de espaldas. El goblin le sonrió como respuesta.

-Hola –la saludó.

-¿Qué está haciendo acá? –tartamudeó intentando reincorporarse. No pudo evitar sentir ese apretón en el estómago tras percatarse que se encontraba a solas y tan cerca de él.

-Aquí, disfrutando de este bello día –le respondió volteando su vista hacia el cielo azulado.

Era un día bastante agradable, con sol, sin mucho calor, un poco de viento, y tranquilidad. Unas cuantas nubes rebeldes surcaban los cielos.

Yenny intentó hablar, pero no supo qué era lo mejor que debía decir en ese instante. Temía arruinar el momento con una mala elección de palabras.

-¿Y tú? ¿Qué haces por aquí? –el goblin se volteó a verla. Los colores se le subieron al rostro al enfrentarse a sus ojos color miel.

-Este… yo… -bajó la mirada, concentrándose en un par de dientes de león repartidos por el suelo. Al instante, las preguntas se le amontonaron en la cabeza.

-¿Usted era amigo de mis padres? –lanzó la primera de ellas.

-Hace mucho tiempo –respondió Jobeaux.

-Sobre ese secreto que… quería decirle a Jack… -prosiguió.

El goblin arqueó una ceja.

-Creo que ya lo sé –finalizó.

El silencio solo fue apagado por el viento jugueteando con la copa de los árboles. Yenny levantó la vista para enfrentar la mirada del Maestro, y se le cortó la respiración.

-¿En serio ya lo sabes? –preguntó Jobeaux como una forma de romper el silencio.

Yenny quedó congelada frente a su mirada. Era un torbellino de emociones que apenas podía controlar. El goblin no requirió de más explicaciones.

-Yenny –comenzó a hablar con voz calmada-, sé que debe ser algo difícil para ti. Debes tomarte tu tiempo para procesar todo esto.

-Es lo que intento –respondió la chica descongelándose.

-A pesar de todo, he notado que tus padres te han criado bien –agregó Jobeaux volteándose hacia las nubes-, a ti y a tus hermano. Jack me alcanzó a hablar mucho de ustedes. Sé que son unidos y que se quieren mucho a pesar de las dificultades. Tus padres los criaron con mucho amor.

El silencio alertó al goblin, quien decidió voltearse hacia la chica. Yenny se encontraba con la mirada perdida en el horizonte. Eso lo alertó más. Yenny encontró la primera piedra en el camino.

-Yenny –balbuceó pasando a rozar accidentalmente su mano. Ese acto atrajo su atención inmediatamente y su mirada se clavó en sus ojos. Fue el turno de Jobeaux de congelarse.

-¿Es cierto que… papá y mamá son… hermanos? –balbuceó en un esfuerzo sobrehumano por verbalizar los hechos.

El goblin no pudo medir el tiempo entre el silencio y la pregunta. El todo había desaparecido. Solo existía aquella mirada lila nublada de pesar. El corazón le latía como locomotora mientras que se veía obligado a luchar contra un frío que lo empujaba a temblar. Eran nervios que no tenían explicación. Empezó a entender por qué los conejos demoraron tantos años ante de revelar la verdad.

-Es verdad –lanzó finalmente desviando la mirada. Temía enfrentar las consecuencias de aquella frase.

Una tercera confirmación. Un tercer golpe. Un tercer impacto. Yenny ya no lo aguantaba. No entendía nada. ¿Cómo era posible algo como eso? ¿Cómo es que sus hermanos se lo tomaron tan a la ligera? ¿Qué capítulo de la vida se había perdido?

¿Por qué se sentía tan miserable?

Al tiempo en que comenzaba a explotar con los primeros sollozos, sintió que el goblin la abrazaba. La mezcla del miedo, el dolor, el pesar, se mezclaron con una calidez y una emoción que apenas la dejaban pensar. Sentía que le faltaba el aire. Su corazón le latía al borde de la taquicardia. Su llanto se hizo incontrolable. Quería llorar. Quería soltar toda esa mezcla incomprensible de emociones. Quería liberarse de aquellos amarres que le reventaron su psiquis. Sentía que entre los brazos de goblin, lentamente los nudos se iban aflojando. Las lágrimas iban aligerando el pesar. Jobeaux no le dijo nada. La abrazaba con suavidad y cariño. Ella se aferraba a él como tabla salvavidas. No podía pensar. Solo podía desahogarse.

Apenas el peso se hizo lo suficientemente ligero para ella, rompió el abrazo. Sentía que era un abuso quedarse más tiempo del necesario. Sus miradas se cruzaron. Aún se encontraban muy cerca entre ellos. Ella apenas se podía creer en donde se encontraba. Los nervios se hicieron evidentes. Quería arrancar, pero su mirada la atrapaba. El goblin también quedó congelado ante su mirada. Los nubarrones se habían esfumado, dejando una hermosa mirada lila reluciente. Solo podía cuestionarse el porqué, pero jamás tendría una repuesta.

Yenny se sorprendió a si misma aun entre los brazos del goblin. Ya lo había dado por perdido. Había transcurrido demasiada agua debajo del puente desde la última vez que sus miradas se encontraron. No quería volver a perderlo.

Una locura de amor bien valía la pena.

Acercó su rostro y le regaló un largo pero ligero beso en los labios.

Jobeaux no se alejó. No respondió. Se quedó pasmado. Su cuerpo y su mente dejaron de reaccionar. Quedó a la merced de la chica, quien tímidamente le demostraba un poco de su amor. No era posible pensar en explicaciones. Sus labios juntos a los de ella lo aterraron. A pesar de todo nunca olvidó el lugar que ocupaba en su vida.

Simplemente no era posible.

Mientras tanto, en el hospital, el resto de los hermanos Chad llegaron al lugar junto con su madre. Ella les dijo que tenía que realizar otra visita rápida y les pidió que se les adelantara. Los cuatro conejos se dirigieron a su destino a paso lento. Los nervios se hicieron presente como en la antesala de un interrogatorio. Nadie quería verbalizarlo, pero ya no sería igual ver a papá luego de lo ocurrido la noche anterior.

-Ehm, chicos, Jimmy quiere ir al baño –anunció Yuri de repente.

Sus hermanos mayores se voltearon ante el rompimiento de tan solemne y aparentemente indestructible silencio.

-¿Qué? Yo no… -respondió el aludido sorprendido ante la declaración de Yuri, pero ella le alcanzó a tapar la boca y a regalarles a sus hermanos una sonrisa nerviosa.

Jack y Jacob se miraron entre ellos intentando comprender lo expresado por su hermana.

-Bueno, pero después nos vas a buscar –anunció Jack.

-¡Por supuesto! –exclamó la pequeña afirmando nerviosamente para luego alejarse arrastrando a Jimmy con ella.

Luego de que ella se perdiera tras un pasillo, ambos conejos prosiguieron su camino.

Jacob notó la astucia de su hermana. Sentía los nervios como en un examen de inglés. Durante los pasos siguientes de su caminata, intentó buscar con toda su concentración una nueva excusa para retrasar el encuentro. Habían acordado no comentarle nada de lo conversado a papá, y temía que por sus nervios terminara soltando todo.

De repente, pasaron por frente de una máquina expendedora.

-¡Me acabo de acordar! –Jacob esperó que ambos se alejaran de la máquina para poner en marcha su plan-. No le traje nada a papá.

-¿Y qué? –Jack preguntó mientras se detenía junto a su hermano.

-Voy a comprarle algo en esa máquina expendedora que vi en el otro pasillo –respondió retrocediendo un par de pasos-. ¿Quieres algo?

-No gracias –respondió Jack arqueando una ceja.

-De ahí voy donde ustedes –respondió Jacob emprendiendo la retirada.

Su hermano no pudo detenerlo. No logró entender por completo las verdaderas intenciones de Jacob, pero sospechaba que había algo más. Sin nada más que hacer, se dispuso a emprender la marcha.

-Te agradezco por tu visita, no tenías por qué molestarte.

Yang se encontraba acostado en su habitación acompañado de Sara. El conejo se sentía prácticamente como nuevo. Podría haberse puesto de pie y haberse marchado a casa de inmediato, si no fuera por la insistencia médica de guardar reposo hasta tener la más remota idea de lo ocurrido. A su lado, Sara hacía guardia instalada en la silla para visitas.

-No te preocupes –le respondió con cortesía-. La verdad me asustaste mucho.

-Sí, lo lamento –respondió Yang con cierto desánimo. Los recuerdos de sus horas previas a la hospitalización se resumen en un inaguantable dolor de cabeza.

-Tranquilo –le respondió la cierva con una sonrisa-, lo importante es que ahora puedas recuperarte.

-Me siento mucho mejor –respondió el conejo regalándole una sonrisa a su jefa-. Le agradezco mucho su preocupación.

-No te preocupes. Es lo mínimo –respondió la cierva perdiéndose en aquella mirada tan pulcra.

-Es en serio –insistió Yang-. Ningún jefe me habría aguantado tantas faltas y accidentes.

Ante ese comentario, Sara no pudo evitar lanzar una risa que para el conejo le sonó melodiosa.

-En serio, es lo mínimo que puedo hacer por ti –respondió la cierva con mariposas revoloteando en su estómago.

-Mi vida es bastante caótica –comentó Yang mirando al techo.

-Pero también es hermosa –acotó la cierva-. Tienes una esposa que te ama, cinco hijos, y dos más en camino.

Sara se sorprendió ante la velocidad con que la sonrisa de Yang se borró de su rostro.

-Esos no son mis hijos –lanzó con seriedad.

La cierva quedó descolocada ante el repentino cambio de ambiente.

-¿Por qué lo dices? –preguntó aún con el desconcierto en la piel.

Yang suspiró y se volteó hacia la cierva.

-¿Puedo confiarle un secreto?

-Por supuesto –contestó de inmediato.

El conejo se reincorporó, sentándose sobre la cama. Su mirada se encontraba a la misma altura que la de la cierva. Sus ojos oscuros le regalaban un aire de misterio emocionante.

-¿Qué sucede? –le preguntó Sara al notar la demora en su respuesta.

Yang agachó la mirada. Concretizar en su mente la idea de que su esposa lo había engañado dolía más de lo que se había imaginado. El recuerdo de la vasectomía y de la revelación del último embarazo estaba más que latente en su cabeza. Algo no cuadraba en todo eso. La infidelidad era una de las explicaciones que le daba más sentido.

-¿Por qué dices que no son tus hijos? –acotó Sara la pregunta.

-Porque me hice la vasectomía –respondió directamente en busca de desenredar sus pensamientos.

La sorpresa se expresó en la mirada de la cierva mientras no pudo evitar soltar un grito ahogado. El misterio comenzaba a ser develado.

-Pero, ¿cuándo fue? ¿Cómo? ¿Por qué? –no pudo evitar lanzar aquellas preguntas.

-Fue hace como seis años, después de perder a Yanette –comenzó a narrar el conejo-. Lo hice para evitar que Yin volviera a sufrir un embarazo de este tipo. No le dije nada porque ya estaba pasando por el dolor de la pérdida y… ahora con esto –había regresado al punto sensible-… no sé qué pensar.

Sara no se esperaba tal giro de los hechos. De inmediato logró percatarse de que el destino le estaba regalando una oportunidad única de cumplir sus cometidos. Las cartas estaban sobre la mesa. Era ahora o nunca.

-La verdad no lo puedo creer –respondió.

-Yo tampoco –respondió el conejo apretando los puños-. Creo que será mejor hablar con ella.

-¿Y crees que te lo va a confesar? –preguntó la cierva cortante.

-Bueno, supongo que habrá alguna explicación –preguntó Yang intentando mantener con vida aunque fuera una pizca de esperanza.

-¿Cómo cuál? –cuestionó Sara.

El silencio fue la única respuesta.

-Yang –prosiguió la cierva con un tono más condescendiente mientras colocaba ambas manos sobre sus hombros-, eres un tipo increíble. Puedo notar en ti un aura de bondad, de confianza, de amor. Te has entregado por completo a tu familia, a tu esposa, a tus hijos. He sido testigo de la entereza con que has enfrentado todos y cada uno de los problemas. Sé que la vida se ha ensañado contigo, pero siempre has salido adelante.

Yang no pudo menos que sonreír ante las hermosas palabras que le estaban regalando. Podía sentir desde la corta distancia el olor a avellanas del champú de la cierva.

-Gracias a ti he podido superar mis propios dolores y pesares –prosiguió-. Tú has sido mi ejemplo a seguir. Te admiro mucho, y también te quiero…

-Sara… -balbuceó sorprendido.

-Es por eso que encuentro muy injusto que te pongan los cuernos de ese modo –prosiguió-. Si eso es verdad, ella estaría perdiendo a alguien muy increíble como tú. Eres fuerte, inteligente, bondadoso. ¡Eres único!

-¡Basta! –exclamó Yang avergonzado intentando desviar la mirada.

El silencio los reencontró con la mirada. Sin pensarlo, el conejo la rodeó con sus brazos por la cintura. La cierva se sonrojó. La emoción se hacía evidente. El corazón latía veloz y en sincronía con el otro. Se sentía tan bien estar tan cerca de ella. La distancia se hacía más corta. Ya no había pensamiento que los detuviera.

Sara se atrevió. Acercó sus labios a los de él y terminaron regalándose un largo y cálido beso. Un beso que con el correr del tiempo se hacía más y más intenso. Yang saboreaba de ese elixir, disfrutaba de ese elixir, necesitaba de ese elixir. Apretó su abrazo, acercándola por la cintura. Su calidez lo llevaba al mismo paraíso. Ya nada más importaba. Quería vivir el resto de su vida entre sus brazos. No volver a separarse de sus labios.

-¡Papá!

Ambos se separaron de inmediato ante aquel grito. La separación fue como un mazazo que mareó al conejo. Frente a ellos se encontraba un Jack a quien no se le había ocurrido pedir permiso para entrar. Jamás se imaginó encontrarse con una escena como aquella tras girar la perilla. Le parecía estar viviendo una ilusión, un sueño, o una pesadilla.

El silencio heló los corazones. Yang aún no soltaba a Sara de la cintura, quedando congelado con las manos en la masa. Jack intentaba articular una palabra, pero el paladar se le había congelado con la boca abierta.

-Esto no es lo que parece –sentenció Sara con nerviosismo.

El chico no se lo podía creer. Apenas estaba meditando una de las verdades más fuertes para su vida cuando la vida lo golpeaba con otra revelación. Se supone que sus padres lucharon contra capa y espada para mantener a flote una relación imposible. ¿Y así como así se acaba? ¿Con un simple esto no es lo que parece? Le parecía bizarro, absurdo. ¡Una burla!

-¿Cómo te atreves? –se lanzó el muchacho dando un paso hacia el interior-. ¡¿Qué demonios?! –tartamudeó perdiendo los estribos.

Su mirada furibunda era disparada directo hacia su padre, quien apenas era capaz de procesar lo que estaba ocurriendo. Se sorprendió al tiempo con sus manos entre la cintura de la cierva.

-¡Responde! –gritó Jack ante el silencio de su padre. Se acercó peligrosamente un par de pasos.

-Haber, primero tienes que relajarte. Solo así podremos conversar –intervino Sara alejándose de Yang, obligándolo a soltarla.

-¡Nadie está hablando contigo! –le gritó Jack con una mirada en llamas. Luego, volteó su vista a su padre-. ¿Y? ¿No vas a decir nada?

Yang tragó saliva. Era increíble el parecido con Yin al enojarse. Era primera vez que lo notaba, y primera vez que lo veía así. Tenía toda la razón del mundo para estarlo.

-Jack, yo –balbuceó armándose de valor mientras se ponía de pie-… lamento mucho lo que acabas de ver. Sé que no es correcto, estuve muy mal, pero por favor necesito que te calmes…

-Lo sé todo –espetó su hijo acercándose a su padre. Sus miradas se encontraban a tan solo unos cuantos centímetros de distancia. La furia albergada en sus ojos era más atemorizante desde aquella distancia.

-¿Qué? –balbuceó Yang extrañado, sin entender a qué se refería su hijo.

-Sé que tú y mamá son hermanos gemelos –le gritó.

Si lo primero fue un mazazo en la cabeza, la pronunciación de aquellas palabras por poco y le quitan todas sus fuerzas. Sintió que se desmoronaba, olvidándose del mundo. Y así hubiera ocurrido, si no fuera porque las siguientes palabras de su hijo lo volvieron a levantar:

-Lo que oíste –agregó retrocediendo y dirigiéndose a una Sara con el rostro desencajado-, mi padre y mi madre son hermanos. Ellos dos se prometieron un amor eterno que luchara contra la vida misma. ¿Y hasta aquí te llegaron las fuerzas? –preguntó despectivo mirando a su padre-. ¿Hasta aquí llegó todo?

El silencio amenazó con desplomar a Yang, pero un nuevo aire de Jack lo impidió:

-Lo tuyo con mamá podrá ser reprochable y todo eso, pero al menos era sincero. Hasta hoy.

Luego, Jack les regaló una sonrisa. Era una sonrisa cínica, hipócrita, tétrica. Perturbadora.

-Mi abuela tenía razón –prosiguió con una mirada que comenzaba a asustar seriamente-. Somos unos hijos del pecado. Una escoria que jamás debió existir.

-¿Jack? ¡Pero qué rayos estás diciendo! –exclamó Sara mientras era apresada por el terror.

Jack miró a su padre, quien como podía, se estaba preparando para la estocada final.

-Me das asco –sentenció.

Antes que cualquiera pudiera reaccionar, el chico abandonó la habitación.

En aquel minuto las piernas de Yang cedieron. Cayó de rodillas al suelo mientras comenzaba a sollozar lastimeramente. Temblaba de pies a cabeza. Sara se arrodilló a su lado y le dio un abrazo consolador. Él se aferró a ella con miedo. Se sentía como un niño pequeño que acababa de ser brutalmente golpeado por unos matones.

Estaba probando un nuevo nivel de dolor.

-¡Jack! ¡No encuentro ni a Yuri ni a Jimmy! –Jacob apareció a medio camino de su hermano con las novedades de sus hermanos. Para alargar el reencuentro, decidió ir en busca de sus hermanos para regresar juntos a la habitación de su padre, pero tras recorrer todo el hospital y no encontrarlos, regresó a pedirle ayuda a Jack.

El conejo hizo caso omiso de la presencia de Jacob y pasó de largo sin la menor de las miradas. Esto sorprendió al conejo, quien lo siguió unos cuantos metros.

-¡Hey! ¿Qué te pasa? –le preguntó intentando llamar su atención.

Logró alcanzarlo y pudo apreciar a la rápida su mirada fulminante.

-Jack, ¿está todo bien? –le preguntó interfiriendo en su camino.

Grave error.

Jack simplemente lo corrió de un manotazo. Pudo oírse hueco el golpe de su espalda contra la pared. Jacob no tuvo oportunidad de enojarse. La situación de por sí era extraña. Vio a su hermano alejarse a grandes zancadas. Prefirió dejarlo ir mientras esperaba que se le pasara el dolor e intentaba armar una respuesta a lo sucedido.

-¡¿Papá?! ¿Qué te pasó?

El conejo decidió regresar al cuarto de su padre en busca de respuesta. Pudo verlo sollozando en el suelo mientras Sara intentaba consolarlo. De inmediato se acercó hacia él cargado de preocupación.

-¿Qué le pasó? –le preguntó a Sara.

-Fue una pelea con su hijo –respondió aún presa de la consternación.

Solo podía haber sido Jack.

-¿Pero por qué? –insistió el chico.

-Peleas que tienen a veces –respondió vagamente. No iba a confesarle la verdad.

-¿Pero qué fue exactamente? –insistió Jacob. No le cuadraba una pelea entre Jack y papá sin una razón excepcional.

-Le dijo algo sobre que sus padres eran hermanos o algo así –respondió como parte de su vaguedad.

Jacob palideció.

¿Este tipo es un estúpido o qué? se preguntó en su interior.

Decidió quedarse junto a su padre, esperando a que el resto de su familia estuviera bien.