¡Hola amigos! Como les había comentado en Facebook aquí les traigo el capítulo.
¡Espero lo disfruten, nos vemos en unos meses!
Secretos en Cristal
Al llegar al apartamento de Naruto, la expresión victoriosa en el rostro de Shikamaru aniquiló el tenso ambiente que la espera había gestado. Tras explicar en detalle lo sucedido, paulatinamente, los corazones de los presentes fueron sosegados, dejando atrás la incertidumbre y el temor. Una pequeña e improvisada reunión se produjo como consecuencia de ello, dando paso a los festejos.
Por otra parte, y anhelando profundizar el ambiente fraternal que el juicio fomentó entre los Kages, los cinco gobernantes se reunieron por la noche para beber juntos en una conocida taberna de Konoha.
Kakashi fue felicitado por sus pares debido a que, poco menos de una semana atrás, su hija había nacido y gozaba de buena salud. No obstante, el tema había sido tocado con delicadeza y mesura por respeto a Gaara y Kankurō. Afortunadamente, en ningún momento se suscitaron sentimientos hostiles, y la velada transcurrió envuelta en una charla amena de comentarios amistosos.
A pesar de haber trasnochado, a primera hora de la mañana siguiente, los hermanos Sabaku No se alistaron para volver a la aldea de la Arena. El húmedo frío de Konoha no era algo que Kankurō pudiese llegar a apreciar gustosamente, más sus razones para volver lo antes posible a su hogar eran enteramente ajenas al clima. En cuanto a Gaara, él aún tenía sobre sus hombros la pesada tarea de buscarle reemplazo a Sumire.
Sin sospechar que, por esos momentos, su amada Sunagakure ponía fin al asedio que la mantuvo en vela, ambos se dirigieron a la entrada de la aldea de la Hoja. Allí habían pactado encontrarse con el motivo de su visita, mismo que ya se encontraba en inmediaciones de las puertas, aguardando por ellos.
Sólo los hermanos Sabaku No habían demostrado ser capaces de lograr que Shikamaru madrugara voluntariamente, más él no confesaría tal cosa.
—Gracias por venir a despedirnos —comentó el menor de los Sabaku No cuando la distancia entre ellos fue escasa.
—Quería saber cómo están y cómo está ella —argumentó con franqueza el estratega.
Los hermanos de la Arena intercambiaron miradas en busca de apoyo, puesto que ninguno de los dos sabía exactamente cómo tocar el tema con delicadeza.
—Temari se vio forzada a comprometerse con Kirimaru —reveló Kankurō con un deje de melancolía y de manera directa. Posteriormente, demostró su resignación al considerar—. Pero, dada la situación, está bien.
Shikamaru sintió como su corazón se estrujaba ante la novedad. La certeza de saber que eso ocurriría tarde o temprano debería haber sido suficiente para prepararlo emocionalmente para ese momento, más no lo había sido. Es por eso que sólo pudo bajar la cabeza y soltar un escueto— Ya veo, con que finalmente sucedió.
—Eso nos permitió remover a Sumire del concejo de Suna —mencionó el marionetista a pesar de saber que esa no era recompensa suficiente para remunerar lo que se había sacrificado. El haber sido capaz de sacarle provecho a una desdicha no la hacía menos tortuosa.
—Entiendo —acotó el ninja táctico para luego mirarlo a los ojos al momento de resumir—. Hizo lo que tenía que hacer, como siempre.
Instintivamente, ambos Sabaku No asintieron con la cabeza para hacerle saber que estaba en lo cierto.
—Lamento que tengamos que partir tan pronto —se disculpó Gaara por tener que dejarlo con ese mal sabor de boca. Seguidamente, le reveló los motivos de tal apremio—. Hubo algunos inconvenientes en Suna mientras estuvimos aquí la última vez, así que no puedo ausentarme por más tiempo.
—¿Pasó algo? —preguntó Shikamaru con interés. Si la aldea de la Arena estaba pasando por un momento crítico, sus razones para vencer al enemigo en común se incrementaban. Aunque fuera sólo en esa cuestión, aún podía ayudar a Temari.
—Nada que no podamos enmendar —mitigó Kankurō, notando la seriedad con la que el Nara se había tomado el asunto.
—En ese caso, ¿sería mucho pedir que le dijeran a Temari…? —comenzó a solicitar el pelinegro, más se silenció de repente. Tras mostrarse pensativo por un instante, esbozó una sonrisa nerviosa y exclamó— Olvídenlo, no sé en qué estaba pensando.
—No te preocupes —pidió el castaño y, manifestando una sutil expresión de satisfacción, opinó—. Sea lo que sea, de seguro ella ya lo sospecha.
Ante la azorada mirada del shinobi de Konoha, el pelirrojo agregó— Debo decir que me alegro de saber que, aún hoy, e incluso después de todo lo que ocurrió, cuando te escucho, siento que estoy hablando con mi hermana.
Antes de suavizarse, la expresión de asombro del Nara se incrementó, y luego la reemplazó por una sonrisa fraternal al momento de expresar— Qué curioso, yo iba a decir lo mismo de ti.
—Ya es hora, Gaara —indicó el marionetista al ver que el cielo comenzaba a iluminarse.
—Buena suerte en tu misión, Shikamaru —deseó el Kazekage, extendiéndole la mano para estrechar la suya en un apretón. Tras consumar el gesto, añadió a modo de consuelo—, y no te preocupes, le daremos las buenas noticias a Temari.
Shikamaru no se atrevió a moverse de allí hasta que los shinobis de Sunagakure se perdieron tras el umbral del horizonte.
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Poco después de que los hermanos de la Arena partieran de Konoha, Suna acogió a su chūnin, su comandante de la policía, su embajadora y su visitante de Iwagakure.
Preocupada y ansiosa por conocer el estado de salud de su amiga, Yukata apresuró el paso, guiando a las demás en el camino hacia el hospital. Ella había vislumbrado de cerca el sacrificio que Yakumo había hecho, y el recuerdo no hacía más que acentuar la impotencia que sentía. Sin embargo, en ese instante, el temor por lo que podría haberle sucedido a la Kurama primaba, opacando todo lo demás.
Al vislumbrar las instalaciones médicas, la concurrencia conglomerada a las afueras del edificio las abrumó. Fue evidente para todas que la batalla en el templo del este había terminado, y lo que veían ahora eran las secuelas del enfrentamiento.
La mayoría de los shinobis que habían combatido para proteger a Shukaku en el palacio de los vientos habían sido capaces de volver a la aldea por su cuenta. No obstante, eso no significaba que todos estuvieran ilesos.
Instintivamente, las damas intentaron ingresar a la clínica para averiguar qué había sucedido con la especialista en genjutsu. Sin embargo, antes de poder acercarse lo suficiente como para poner un pie dentro, el Shiruba percibió el chakra de la Sabaku No y salió del edificio.
—¡Temari! —pronunció Kirimaru en voz alta para llamar la atención de su prometida, mientras se abría paso a través de los heridos.
Al distinguirlo de entre los demás shinobis, la Sabaku No estiró la mano en el aire para marcar su posición entre la multitud. Al verlo acercarse, se percató de que el shinobi de cabello albar estaba acompañado por Maki y Shinzo. Éste último se alarmó al ver a su hermana allí, bañada en sangre.
—¡Megumi! —exclamó el Mitsubachi, tras lo cual corrió a su encuentro, y sin atreverse a tocarla por temor a hacerle daño, inquirió consternado— ¿Dónde te hirieron?
—No es mi sangre, Shinzo —negó la kunoichi de la Roca impasiblemente, sin dar muestra de lo enternecida que se sentía por el interés que su hermano demostraba. Piadosamente, le aseguró—. Estoy bien.
El maestro de la academia supo entonces que la batalla se había extendido geográficamente, sobrepasando al palacio de los vientos para encontrarse con su hermana. De inmediato, se quitó su poncho y se lo dio a Megumi para protegerla del frío.
Pronto el domador de chakra y la especialista en sellos lograron alcanzar a Shinzo e incorporarse a la conversación.
—¿Qué sucedió con Shukaku? —preguntó Temari impetuosamente, dirigiéndose a su prometido.
—Él está sano y salvo —garantizó primeramente el oriundo de Kiri para calmar a la domadora de viento— ¿Qué hay de ti? ¿Estás lastimada? —indagó él con posterioridad, preocupado al sentir su chakra turbado, y advertir el polvo de su ropa, la arena en su cabello y sus rodillas raspadas.
—No, no es nada —respondió la rubia de coletas, aliviada al saber que Shukaku estaba bien. Seguidamente, le adjudicó su bienestar a la visitante de Iwa—. Gracias a Megumi, sólo fue un rasguño.
El Shiruba apartó sus ojos verdes de la rubia para posarlos en los índigos de la Mitsubachi. Respetuosamente, procedió a realizar una pequeña reverencia y exclamó— Muchas gracias, Megumi-san.
—No hay nada que agradecer, los amigos deben protegerse los unos a los otros —opinó la usuaria del elemento acero, asombrando a Shinzo, quien se alegró de que su hermana por fin fuese capaz de desarrollar ese tipo de vínculo con alguien.
Maki, en cambio, sintió pena por Kirimaru al presentir que Temari no tenía intenciones de devolverle la gentileza y preguntarle por su salud, a pesar de haberlo visto salir del hospital con sus propios ojos. Por esa razón, cambió rápidamente de tema, captando la atención de la Sabaku No en un desesperado intento por evitar que el Shiruba lo notara.
—¿Qué fue lo que atacó Suna? —inquirió de repente la jōnin de élite, añadiendo con posterioridad— Desde el templo del este sólo se veían algunas luces sobre la aldea, pero no pudimos distinguir bien qué estaba pasando.
—Fue una mujer con las mismas características físicas que las gemelas —explicó introductoriamente Temari para establecer la relación entre los enemigos, y seguidamente señaló—. Esas luces eran el resultado de su poder destructivo.
Todos se mantuvieron en silencio por un momento.
Era evidente que, lejos de estar vencido, el enemigo apenas comenzaba a mostrar su potencial y, aunque esta vez había sido contrarrestado, era tan inédito como espeluznante.
—Entonces tenías razón —dedujo Kirimaru, recordando la advertencia de la Sabaku No hacia Baki y, fijando su vista en ella, resumió—, no se trataba de un ataque centralizado.
La domadora de viento asintió afirmativamente y luego explicitó— Shukaku no era su objetivo, ella misma admitió que lo que buscaba era vengarse.
—Su poder explosivo era aterrador —opinó Yukata, aún cohibida por el temor que le produjo la forastera.
—He visto mejores —discrepó Megumi, refiriéndose a Takumi. Dicho comentario incomodó a Shinzo, así lo demostró su entrecejo fruncido.
No obstante, lejos de enfocarse en eso, el Mitsubachi conmemoró un detalle que le llamó la atención mientras peleaba en el palacio de los vientos— Aún hay algo que no entiendo, ¿qué eran esas cosas negras entre la explosión y Suna?
—Era Yakumo —respondió Reiko sencillamente antes de aclarar con cierta tristeza en la voz—. Ella protegió la aldea, esas cosas negras que viste eran las alas de Ido.
Kirimaru, Shinzo y Megumi no comprendieron bien a qué se refería Reiko, puesto que ignoraban el hecho de que un monstruo de genjutsu yacía en lo más profundo de la dulce chica de Konoha. Asimismo, los tres asumieron que se trataba de una invocación, más precisamente de un ave de alas negras.
—Eso explica porque Sunagakure sigue en pie —razonó Maki, considerando que, con los ninjas más poderosos en el palacio de los vientos, la aldea había estado prácticamente a la deriva.
—Compartieron las heridas de las explosiones —especificó la chūnin, clavando la vista en el suelo al sentir un punzante dolor en su pecho. Sin embargo, pronto levantó la cabeza, mostrando sin temor su mirada nublada al momento de declarar—. Por eso estamos aquí, quiero saber si está bien.
En ese instante, un doctor salió del hospital para hacer un anuncio, más se abstuvo de hacerlo al advertir la presencia de Reiko entre los pacientes. Visiblemente molesto, caminó hacia ella de manera gruñona. La mirada del especialista de la salud era tan desafiante que la oficial de policía dio unos cuantos pasos hacia atrás.
—¿Acaso te parece gracioso escaparte del hospital en pleno tratamiento? —increpó el doctor cuando la distancia entre él y la rubia fue pertinente.
—Lo siento mucho —se disculpó la líder de la policía civil apresuradamente, sintiéndose avergonzada al reconocer que se había comportado de manera imprudente.
—Lo último que quiero es tener a Kankurō-dono aquí, reprochándome que te haya dado el alta antes de tiempo —meditó en voz alta el médico, evaluando sus opciones—. Pero no tiene sentido volver a ingresarte ahora que necesitamos todas las camas disponibles para los shinobis.
—¿Puedo continuar el tratamiento en mi casa? —sugirió mansamente Reiko.
Su interlocutor suspiró pesadamente. Estaba cansado por la guardia extra que había tenido que cubrir, y acorralado por la situación actual del centro de salud.
—Supongo que eso será lo mejor —concordó el hombre y, posteriormente, indicó—. Habla con las enfermeras para que te den la medicación, toma una píldora cada ocho horas hasta acabar el frasco y vuelve la semana que viene para que te examine.
—Así lo haré, gracias —prometió la dama de ojos dorados con sinceridad.
A pesar de que la prisa del doctor era evidente, la usuaria de tela aprovechó su presencia para averiguar sobre la Kurama.
—¿Puede decirnos cómo está Yakumo? —pidió Maki rápidamente, impidiendo que el médico se marchase.
—¿Yakumo? —repitió el hombre de manera despistada, más pronto recordó que la novia del Kazekage había sido ingresada al hospital con quemaduras— Ah, sí. Hasta donde sé, sigue en terapia intensiva. Ameno-san lleva su caso —respondió el médico y luego sugirió—. Pregúntenles a las enfermeras, de seguro ellas podrán darles más detalles.
—Gracias, doctor —soltó Yukata lacónicamente.
El doctor dio media vuelta y caminó hasta la entrada del hospital para que todos pudiesen verlo. Desde allí procedió a clarificar la situación actual del centro médico y el protocolo a seguir.
—Gracias por su paciencia —comenzó a hablar en voz alta para que todos los presentes escucharan con atención—. En breve instalaremos tiendas de campaña para tratarlos a todos.
Sin perder un instante más, Temari y los demás se dispusieron a ingresar al lugar. A pesar de encontrarse con varias enfermeras en el camino, no lograron que ninguna se detuviese a darles el parte médico de la Kurama. Por esa razón, siguieron a siegas hasta el área de terapia intensiva, sin saber qué esperar. Una vez allí, fue fácil vislumbrar a Matsuri y Mikoshi, puesto que eran los únicos en la zona de espera.
Al hacer contacto visual, Yukata apresuró sus pasos hasta donde se encontraban sus compañeros de equipo y, una vez frente a ellos, se detuvo abruptamente para cuestionar— ¿Cómo está Yakumo?
Ante la pregunta, Mikoshi y Matsuri intercambiaron miradas de incomodidad. Era evidente que la duda sería formulada cuando se reencontraran, pero a la hora de dar malas noticias, la aprensión generó un silencio breve y penoso.
—Hace una hora nos dijeron que las heridas de su espalda no están cicatrizando como deberían —exclamó el chūnin de lentes, y posteriormente argumentó—. Suponen que se debe a que ella desvía los efectos del ninjutsu médico para curar a Ido.
—No hemos tenido más noticias desde entonces —se quejó Matsuri y suavemente añadió—. Debido a la batalla en el templo del este, están cortos de personal, así que mantenernos al tanto no es prioridad.
—Tiene sentido —acotó Kirimaru, más fue Maki quien se explayó sobre el tema.
—Baki pidió asistencia médica en el palacio de los vientos y se quedó con los shinobis heridos para asegurarse de que todos volvieran a la aldea —informó la jōnin de élite, tras lo cual concluyó—. Seguramente, esa es la razón por la cual el sistema está sobresaturado.
—Ustedes dos deberían ir a descansar —le sugirió la Sabaku No a los hermanos Mitsubachi y, ulteriormente, se dirigió a Megumi al momento de aconsejar—. De seguro querrás asearte, y debes asegurarte de entrar en calor antes de ir a dormir para evitar enfermarte.
Megumi asintió con la cabeza. Aunque la sangre de su piel ya se había secado, la humedad de la sustancia carmesí, que había empapado su ropa, enfriaba su cuerpo. El poncho de Shinzo no era suficiente abrigo para esa fría noche de invierno.
—Espero que tu amiga se recupere pronto —deseó la jōnin de Iwagakure.
—Lo hará —respondió Temari con seguridad y, antes de que los hermanos se retiraran, prometió—. El lunes te enseñaré la aldea mientras Shinzo trabaja.
—Suena bien —aceptó Megumi, y luego se despidió al esbozar una sutil sonrisa y ondear su mano.
Unos cuantos minutos después de que los Mitsubachi se marcharan, una enfermera salió del área de terapia intensiva. Su cuerpo se encontraba más relajado que el del personal que habían visto con anterioridad, y la serenidad en su mirada al momento de acercarse esperanzó a los presentes.
—Finalmente logramos estabilizar a Yakumo-san —dijo primeramente la mujer para tranquilizarlos. Inmediatamente después reveló—. Ahora mismo pasará a una sala común, aunque deberá permanecer en el hospital durante dos semanas al menos.
—¿Podemos verla? —pidió Yukata con ilusión.
—Ahora mismo está inconsciente, pero está permitido que se quede una persona durante la noche —informó la enfermera, detallando con posterioridad—. Deberá dormir boca abajo por hoy, puesto que las medusas de Ameno-san siguen trabajando en su espalda, así que estará incómoda.
—Pobre Yakumo —masculló Reiko al recordar el olor a piel quemada que despedía.
—De hecho, tuvo suerte —siseó la trabajadora de la salud—. Gracias a Ido, sus quemaduras son de espesor parcial. Le dejará una cicatriz, pero no requerirá un trasplante de piel para recuperarse.
Temari apretó el puño con fuerza intentando contener la rabia que sentía. El enemigo los había puesto en un aprieto nuevamente, y las secuelas estaban a la vista. De no ser por Yakumo, quizás Suna ya no existiría. ¿Qué pasaría si la siguiente vez no eran tan afortunados?
—Debo enviar una carta a Konoha, Gaara necesita saber lo que sucedió —soltó repentinamente la domadora de viento.
Los presentes asintieron en concordancia. Si bien la amenaza inmediata había sido aplacada, nadie sabía con certeza cuáles eran los planes del enemigo ni cómo respondería ante el desenlace de la batalla.
—Ustedes también deberían irse —propuso Matsuri a los demás, tras lo cual argumentó—. Ya no hay mucho que hacer más que esperar, y todos están cansados. Yo me quedaré con Yakumo.
—No es necesario, yo cuidaré de ella —se ofreció Yukata, procurando que lo primero que la Kurama viese al despertar fuera un rostro amigable.
—Por favor, Yukata —pidió la castaña a su compañera de equipo. Su necesidad de aclarar ciertas cuestiones era tan imperiosa que recurrió sólo a la verdad al momento de solicitar—. Sé que no tienes motivos para confiar en mí, pero déjame hacerlo. Al menos esto le debo.
La seriedad de Matsuri impactó a los presentes de manera tal que nadie se atrevió a contradecirla. Era evidente que ambas tenían asuntos pendientes, más la chūnin se mostraba proclive a la conciliación.
—Supongo que lo dejaré en tus manos por esta vez —aceptó la pelinegra luego de meditar la cuestión unos cuantos minutos.
—Avísame lo antes posible si sucede algo —pidió Maki, aceptando tácitamente las intenciones de Matsuri.
—Por supuesto, Maki-san —acató la castaña—. Cuenta conmigo.
—Sígueme, Matsuri-san, te llevaré al cuarto de Yakumo-san —requirió la enfermera, y, al ver asentir afirmativamente a la chūnin, comenzó a marcar el camino con sus pasos.
—Puede que no todo haya sido negativo esta noche —opinó Reiko al ver como Matsuri y la enfermera se alejaban. Si el enfrentar a un enemigo poderoso había traído unidad entre los habitantes de Suna, entonces seguramente serían capaces de ponerse de pie, a pesar de todo.
—Me pregunto si eso será suficiente —musitó Yukata en un tono de voz tan bajo y de manera tan imperceptible que, de no ser por la corta distancia entre ellas, la comandante de la policía civil no la hubiese oído.
Sólo entonces la dama de ojos dorados notó la profunda tristeza que envolvía a la morena. La clara mezcla entre melancolía y desilusión no podía ser producto de la batalla, no después de saber que Yakumo se recuperaría.
—Será mejor que nos vayamos, hay muchos shinobis que están siendo atendidos y sus familiares querrán usar la sala de espera —profirió Temari, induciendo a los demás a perfilarse hacia la salida.
A mitad de camino, Reiko se detuvo y exclamó— Aún debo ir a la enfermería por mi medicación —. Tras estas palabras le dirigió la mirada a Yukata para pedirle— ¿Podrías acompañarme?
A la sorpresa inicial en los ojos café de la chūnin, le sobrevino una mansa respuesta— Seguro.
—Entonces aquí nos despedimos —mencionó Maki y, antes de retirarse en compañía de Temari, Kirimaru y Mikoshi, les indicó maternalmente—. Asegúrense de descansar apropiadamente.
—Así lo haremos, Maki-san. Hasta luego —saludó amigablemente la dama de ojos dorados.
Debido a la proximidad, Reiko y Yukata no tardaron mucho en llegar a la enfermería. La líder de la policía entró a solas mientras que la chūnin aguardó por ella afuera de la oficina.
Después de ingresar al lugar y ser recibida por una enfermera, ésta última cerró la puerta para brindarle privacidad a la conflictiva paciente. Brevemente, Reiko explicó su conversación con el médico. Aunque la enfermera no estaba segura sobre si decía la verdad o sólo buscaba escaparse del hospital nuevamente, terminó por obedecer y le dio el frasco de píldoras.
—Toma una cada ocho horas —indicó la enfermera mientras dejaba constancia de lo ocurrido en una planilla.
—Sí, eso mismo me dijo el doctor —comentó Reiko, más la mujer la ignoró y continuó mencionando la posología de las píldoras.
—Y no mezcles estas pastillas con anticonceptivos orales o ninguna de las dos hará efecto —agregó la auxiliar médica después.
—¡¿Anticonceptivos?! —repitió escandalizada la avergonzada dama de ojos dorados.
Su nerviosismo llamó la atención de la enfermera, quien apartó la vista de la planilla para fijarla en el rostro de su interlocutora en un intento por dilucidar el motivo de tal alboroto.
—¿Ah? Tú y Kankurō-dono se comprometieron, ¿no es así? —verificó la mujer aquel rumor que corría por los pasillos del hospital. Cuando la ruborizada rubia asintió, ella prosiguió con fluidez— Es normal que tengan relaciones sexuales y es importante que…
Reiko no supo bien qué dijo la enfermera a continuación, puesto que en lo único que podía pensar era en lo bochornoso del asunto y lo tonta que había sido al no considerar la situación con anterioridad.
Al estar internada, sus interacciones amorosas se habían visto condicionadas por el espacio físico en el que estaban. Pero, ahora que ya no volvería al hospital, era lógico suponer que su relación avanzaría al siguiente nivel.
El nerviosismo propio de hacer algo tan íntimo se profundizó por dos factores. En primer lugar, estaba su nulo conocimiento sobre el tema, condición que podría llevarla accidentalmente a comportarse de manera fría o torpe, aniquilando el erotismo. Por otra parte, estaba el hecho de que Kankurō tenía experiencia de sobra en la materia, y eso era algo que la intimidaba puesto que podría dar pie a comparaciones desagradables.
Sin entender completamente qué sucedió mientras ella pensaba en todo eso, volvió a tomar conciencia sobre su entorno una vez que la enfermera se despidió de ella, y se encontró a sí misma de vuelta en el pasillo, sosteniendo el frasco con las pastillas y una caja de preservativos.
Abochornada, Reiko guardó apresuradamente ambas cosas antes de reencontrarse con Yukata. La amarga aura de la chūnin logró que la oficial de policía olvidara sus propios problemas para volver a concentrar su atención en ella.
Al perfilarse hacia la salida, ambas caminaron un buen trecho sin decir una palabra. Mientras Reiko intentaba descifrar qué era lo que aquejaba a Yukata, ésta se encontraba sumida en un mar de inseguridades, reproches y dudas. Al comprender que no podría ayudar sin saber exactamente qué sucedía, la rubia rompió el sepulcral silencio.
—No es normal en ti mostrar una expresión tan trágica —mencionó la líder de la policía, paralizando a su acompañante, quien se detuvo precipitadamente. Al ver como Yukata cesaba su andar, Reiko la imitó y, girándose para quedar frente a ella en aras de ser capaz de analizar su reacción, concluyó—, al menos no en este tipo de circunstancias, donde no tenemos víctimas que lamentar.
Por un instante, Yukata la miró con los ojos desorbitados, sobrecogida por su perspicacia, más pronto bajó instintivamente la cabeza, incapaz de enfrentarla. Era evidente que Reiko contaba con la experiencia necesaria para vislumbrar su persistente impotencia. Intentar mentirle no sólo sería inútil, sino también descarado.
—Tiene sentido —soltó la pelinegra de manera estoica mientras esbozaba una burlesca sonrisa para mofarse de sí misma—, si alguien iba a notarlo, esa eres tú.
—¿Hay algo que quieras decirme? —inquirió la oficial, brindándole la oportunidad de desahogarse.
Yukata cerró el puño con fuerza y apretó los dientes. Su cuerpo temblaba producto de la frustración que sentía. No obstante, forzó su voz para mantenerla tan estable como le fue posible al momento de responder.
—Temari, Maki y Yakumo. Tú y yo no somos como ellas, no tenemos talento natural —manifestó primeramente, diferenciándose aún más al recalcar—, pero yo tampoco soy como tú.
Reiko comenzaba a hacerse una idea de qué era lo que aquejaba a Yukata. Había experimentado la impotencia en carne propia demasiadas veces como para no reconocerla en otra persona.
—Claro que eres como yo —siseó abiertamente la rubia sin intensiones de suavizar la situación—. Ambas hemos tenido que trabajar duro para alcanzar a las demás.
El cuerpo de la chūnin dejó de estremecerse por un momento y, posteriormente, su hastío la llevó a rechistar.
—¿Alcanzar a las demás? —repitió de manera sarcástica, tras lo cual levantó la cabeza para mostrar sus ojos cargados de furiosas lágrimas, y entonces espetó— ¡Por si no lo has notado, sólo tú alcanzaste a las demás!
—¡Yukata! —regañó Reiko al considerar que la dama de ojos café estaba siendo demasiado dura consigo misma, por lo que discutió sus afirmaciones— Eso no es cierto.
—Ah, ¿eso crees? —corroboró de manera desafiante y, sin contenerse, le comunicó todos los reproches que guardaba para consigo misma—. Entonces dime, ¿qué logré con mi entrenamiento y las misiones que tomé? ¿De qué sirvió que fuera una kunoichi cuando Suna fue atacada o durante la guerra? ¡¿En qué ayudé durante la semana de los mil vientos o durante la noche de luna roja, o incluso hoy?! ¡¿Qué valor puede tener una ninja como yo para Sunagakure?! ¡¿Qué valor puede tener una amiga como yo si ni siquiera puedo proteger a los que quiero?!
Al haber levantado progresivamente el tono de su voz con cada pregunta y marcar con ellas su incompetencia, su corazón se había acelerado y su respiración agitado. Yukata estaba al borde del colapso.
Sabiendo que nada de lo que le dijera la calmaría, Reiko fue duramente directa al momento de confrontarla— ¿Entonces qué? ¿Te rindes? ¿Así sin más? ¿Tirarás a la basura todo tu esfuerzo sólo porque el resultado no te conforma?
—¿Qué más puedo hacer? —suplicó saber la chūnin, soltando sin remedio aquellas lágrimas que sus ojos habían acumulado en el transcurso de la conversación.
—¡Cambia! —exclamó autoritariamente la rubia, sin mostrarle lástima ni piedad.
—¿Eh? —masculló confundida la abatida pelinegra.
—Si no has logrado lo que querías por los métodos tradicionales innova, reinvéntate, cambia —sugirió la dama de ojos dorados de manera más calma—. Encuentra tu propio camino y síguelo.
—¿Cómo puedo hacer eso? —inquirió Yukata, desesperada por encontrar un método que la sacara de su mediocridad.
—No lo sé, pero tú y yo conocemos a alguien que quizás lo sepa —insinuó la oficial de policía, induciendo en su interlocutora una escéptica mirada al entender la indirecta.
—No estoy tan segura, ese viejo siempre me miente —se quejó la kunoichi, desconfiando de la persona que Reiko sugería como consejero.
—¿Qué tienes que perder? —cuestionó primeramente la rubia para luego ofrecerse como escolta— Vamos, como me acompañaste a la enfermería, iré contigo a verlo.
—De acuerdo, pero no te sorprendas si termina siendo una pérdida de tiempo —aceptó Yukata a regañadientes. Aunque su visión sobre la idea era pesimista, no estaba en posición de ponerse quisquillosa.
Unos cuantos minutos atrás, el grupo de shinobis había abandonado el hospital. Sin darse cuenta, caminaron juntos un par de metros hasta que Maki habló.
—Supongo que no podemos hacer más —dijo la especialista en tela, sintiéndose inútil frente a la situación de Yakumo.
—Los doctores cuidarán de ella y Matsuri se encargará de lo demás, está en buenas manos —animó el único chūnin presente.
—Por lo pronto, vayan a descansar —indicó Temari para luego planear en voz alta—. Yo haré lo mismo una vez que haya terminado de escribirle a Gaara.
—De acuerdo, hasta luego —saludó Mikoshi, tras lo cual hizo una reverencia a modo de despedida y se retiró.
Maki perfiló su cuerpo hacia donde Kirimaru se encontraba y exclamó— Gracias por lo de hoy.
—No tienes nada que agradecer —respondió el Shiruba, obteniendo una amigable sonrisa por parte de la jōnin de élite.
—¿Estás seguro de que estás bien? —corroboró con evidente consternación la usuaria de tela.
—Sí, no te preocupes por eso —mitigó el nuevo residente de Sunagakure.
Temari no entendía de qué hablaban, pero estaba muy cansada como para interesarse en el tema. Ella sólo quería enviar la carta y volver a su apartamento para dormir.
Sin poder convencerse del todo sobre la veracidad de las palabras de Kirimaru, la dama de marcas púrpuras en las mejillas fijó su mirada en su amiga y le indicó—. No te molestes en preparar la cena hoy, cuando me despierte cocinaré para todos.
—Gracias, Maki —aceptó la embajadora, sintiendo que toda ayuda era bienvenida en ese momento.
—Nos vemos más tarde —se despidió antes de emprender el camino hacia su morada.
—Adiós —exclamaron al unísono Temari y Kirimaru.
Una vez a solas, el Shiruba le dirigió una mirada cargada de curiosidad a la Sabaku No. Él realmente no sabía si sería rechazado nuevamente si se ofrecía a acompañarla, y, considerando sus propias energías, no estaba seguro de poder sobrellevar su indiferencia. Es por eso que dudó al momento de preguntar, más Temari lo notó, y disipó las dudas antes de que fueran formuladas.
—No me tomará mucho tiempo, pero será mejor que vuelvas por tu cuenta —profirió ella suavemente y, mientras él apartaba la mirada, agregó un débil argumento—, Kuro espera por ti.
Kirimaru soltó un hondo suspiro. Estaba francamente desilusionado por la distancia que, incluso en ese momento de necesidad, ella insistía en instalar entre ellos.
—De acuerdo —acató él, sin ánimos de persistir en su afán de obtener el lugar por el que tanto había peleado. Una vez más, y dadas las circunstancias, la complacería para compensar el abrumador día que habían vivido—. Buena suerte.
—Gracias —respondió la rubia de coletas ante los deseos del ninja de cabello albar. Consecutivamente, emprendió el rumbo hacia el domo del Kazekage a solas.
Sintiendo los músculos de sus piernas pesados por la extenuación, Kirimaru volvió a paso lento hasta su nuevo hogar. Estaba tan agotado que consideró mejor evitar todo pensamiento complicado o frustrante. Lo único que ansiaba era el momento en que su cabeza rozara la almohada.
Al llegar a su apartamento, fue recibido por Kuro, quien se despertó al oírlo entrar. El Shiruba sonrió ante el reclamo del gatito negro y se dispuso entonces a acariciarlo por unos minutos, en los que logró arrancarle un cariñoso ronroneo.
Inmediatamente después, se deshizo de su ropa sucia, desechó los vendajes que cubrían sus lesiones y se duchó rápidamente. El golpeteo de las gotas de agua caliente sobre su espalda lo relajó momentáneamente, más también reavivó el dolor de las heridas que el combate había sembrado en su cuerpo.
Al terminar, se secó con un toallón que luego amarró alrededor de su cintura. A continuación, pasó al ante baño, donde sustrajo algunos elementos que reposaban en el botiquín. Sostuvo una blanca gasa con sus dientes y, haciendo uso de su mano izquierda, se vendó la muñeca derecha tan firmemente como le fue posible. El resultado no fue tan preciso como el que logró la enfermera que lo había atendido en el hospital, pero sería suficiente para proteger su articulación durante las venideras horas de sueño.
Seguidamente, procedió a cubrir con cuidado sus demás heridas de menor importancia. Luego se vistió con un pantalón blanco de pijama y una sudadera azul de mangas largas, intentando así esconder sus moretones.
Cuando terminó de asearse, tomó una frazada y se acostó en el sillón. Kuro se le unió, yaciendo a su lado como cada noche. Si bien se sentía hambriento, el cansancio era más poderoso, y el sueño los venció sin que ninguno de los dos tuviera tiempo o intensiones de presentar batalla.
Media hora más tarde, la Sabaku No finalmente llegó al departamento. Sin siquiera detenerse a contemplar los alrededores, se desplazó directamente hacia la cocina para guardar la comida que previamente habían comprado, pero que ninguno de los dos llegó a degustar.
Si bien el sonido de las bolsas con víveres logró despertar a Kuro cuando Temari se abrió paso por la sala, éste prontamente volvió a acurrucarse junto a Kirimaru, quien permaneció profundamente dormido en todo momento.
Al volver a la sala y divisarlo durmiendo en el sillón, recordó el acuerdo al que había llegado con el Shiruba. El verlo cumpliendo con su palabra la obligó a enfrentar la realidad, no sólo había fallado a la hora de agradecerle apropiadamente por aquello, sino que tampoco lo había hecho por defender a Shukaku en su lugar.
La rubia rechistó con molestia. Estaba demasiado exhausta como para pensar en un método para devolverle la gentileza, y demasiado avergonzada como para acallar a su ego herido sin un plan a seguir.
Se dispuso entonces a establecer prioridades. Decidió que lo primero sería tomar un baño para deshacerse del sudor del día. Inesperadamente, el agua trajo consigo claridad; era evidente que su enfoque hacia Kirimaru había sido mezquino y eso era algo que debía corregir.
Al salir de la bañera, se envolvió en un toallón y pasó al ante baño, donde se secó debidamente y se vistió con un holgado pijama de invierno. Al fin estaba en condiciones de irse a la cama después de un largo día, sólo tenía que dejar su ropa sucia en el cesto y estaría lista para abrazar el tan merecido descanso que aguardaba por ella. Y así hubiese sido de no ser porque se percató de que la ropa que Kirimaru había depositado allí con anterioridad estaba manchada de sangre.
Alertada por el descubrimiento, colocó su ropa sucia en el cesto y se apresuró a llegar a la sala. Con el debido cuidado para evitar despertarlo, la embajadora lo examinó de cerca. Sin embargo, fue evidente para ella que su pesada respiración era producto del cansancio, y tampoco se distinguía en su rostro o cuello ninguna lesión. El resto del cuerpo del ninja oriundo de Kirigakure no era visible por su sudadera y la frazada que lo abrigaba, más lo verificado fue suficiente para calmar las sospechas de Temari.
Sintiéndose más tranquila pero no del todo satisfecha, la rubia se recluyó en sus aposentos para desplomarse sobre la cama. Al sentir el suave colchón amoldarse a su cuerpo, ya no pudo perpetuar la prolongada vigilia. Parecía ser que Kirimaru tendría que seguir esperando.
Para cuando el mundo de los sueños acogió a Temari, Reiko y Yukata habían llegado a la morada del sabio.
Ante la vacilante actitud de la chūnin, la oficial de policía llamó a la puerta. No pasó mucho tiempo hasta que un niño de abundante cabello prolijamente recogido y peinado hacia atrás las recibiera. Ambas se asombraron ante la presencia del inusual infante, en reemplazo de la mujer que siempre les daba la bienvenida. No obstante, para la líder de la policía civil la sorpresa fue aún mayor, puesto que reconoció de inmediato al chico de gran estatura.
—¿Nobuyuki? ¿Eres tú? —corroboró la dama de ojos dorados al notar sutiles diferencias en su aspecto. Su cabello enmarañado había sido domado en una trenza baja, sus ropas desgastadas reemplazadas por lienzos de calidad, y su vista se había deteriorado, puesto que ahora recurría a unos gruesos lentes para eludir la miopía. De no ser por la prominente altura que ostentaba junto a su infantil rostro, probablemente Reiko hubiese sido incapaz de reconocerlo.
—Ha pasado tiempo, Reiko-dono —saludó el niño, regalándole una sincera sonrisa.
—¿Qué haces aquí? —preguntó primeramente la comandante para luego adivinar— ¿Acaso viniste a hacer una consulta?
Nobuyuki negó suavemente con la cabeza, y procedió a corregirla al informar— Ahora vivo aquí, soy el asistente de la nueva sabia.
—¿Eh? —soltó la dama de cabellos dorados, petrificándose ante la noticia.
Era bien sabido por todos los habitantes de Sunagakure que el asistente del sabio no era otra cosa más que su sucesor. El hecho de que Nobuyuki hubiese sido elegido como asistente, implicaba que el sabio anterior había fallecido y que su legataria había entablado comunicación con las deidades.
Sin que Reiko llegara a percatarse de ello, la tristeza se posó sobre sus ojos dorados, y la noticia le robó el habla. Por ese motivo, fue Yukata quien tomó la palabra para satisfacer el colectivo afán de clarificar los hechos.
—Entonces, ahora la asistente es la sabia —razonó en voz alta Yukata, tras lo cual inquirió desconcertadamente— ¿Cuándo pasó todo esto?
—Su excelencia falleció durante la noche de luna de sangre —informó la ciega mujer al acercarse a la entrada de su morada para descubrir el motivo de la tardanza de su asistente.
Cuando su silueta emergió completamente de la sombra del interior de la casona, las visitantes notaron algunos cambios en el aspecto de la dama.
Más allá de su ceguera total, sus ojos se encontraban ocultos tras vendajes blancos. Su cabeza se hallaba ahora desprovista de cabello, y estaba cubierta por un turbante. Una capa grisácea de tela gruesa caía desde sus hombros hasta sus tobillos, ocultando por completo la vestimenta que yacía bajo ella. En su mejilla izquierda, una tenue y arabesca marca negra comenzaba a aparecer, clara señal de que ya había hecho contacto con las deidades anteriormente.
Sin embargo, y a pesar de que las pruebas estaban a la vista, la líder de la policía civil no podía aceptar la premisa que la adivina formuló.
—Imposible —refutó Reiko con voz fuerte y clara. Seguidamente, clavó su desafiante mirada en la figura de la pitonisa, y manifestó— Yo misma lo vi esa noche.
—Si fuiste capaz de verlo, fue gracias a la fuerte conexión espiritual que había entre tú y él —puntualizó la sabia, tras lo cual deslindó lo divino de lo terrenal al añadir—. Lo que viste no fue su carne, sino su espíritu en el momento previo a su partida de este mundo.
Eso explicaba cómo era que un anciano de deteriorada salud había llegado a un lugar tan inusual y desaparecido con la misma presteza, más no fue suficiente para acallar todas las dudas. Las palabras del sabio resonaron en la cabeza de Reiko, y sus labios no pudieron contener la pregunta que surgió como consecuencia de ellas.
—Él dijo algo en ese momento —concretó la anonadada oficial de policía para ulteriormente indagar—, ¿se trataba de una profecía?
—No —negó tajantemente la adivina, tras lo cual extendió su explicación previa al exponer—. Al transmitirme sus dotes, su espíritu se encontró desprovisto de toda habilidad premonitora. No sé qué te dijo, pero debió tratarse de alguna advertencia o un consejo personal.
Reiko se sintió abrumada. Había llegado hasta allí con problemas menores, tan insignificantes que ni siquiera pretendía consultar con el sabio, y de pronto se encontraba ante un cambio por demás radical, que no hacía más que sembrar miles de dudas en su mente.
Aunque primeramente se dirigió hasta aquel sitio para apoyar a la chūnin, ahora comenzaba a considerar que, quizás, ella también debería someter sus preguntas a la voluntad de las deidades.
La dama de cabello negro, por otro lado, no comprendía por completo qué era lo que había turbado a Reiko de esa manera, más procedió a hablar para evitar que la sabia se impacientara.
—De ser así, supongo que he venido a verla a usted —informó Yukata, sintiéndose levemente renuente ante el cambio. No es que ella le tuviese especial afecto al sabio anterior, pero, en algún punto, se había acostumbrado a él.
—Te estaba esperando, Yukata —exclamó afablemente la adivina, haciéndose hacia un lado, al igual que su asistente, para permitirle a la kunoichi el ingreso a su hogar—. Nobuyuki te acompañará. Adelántense, aún hay algo más que quiero decirle a Reiko.
Yukata cruzó miradas con Reiko. La líder de la policía civil portaba una expresión desencajada en el rostro. Se sentía tan perdida ante la nula posibilidad de volver a consultar con el sabio que ella había conocido, que le tomó un momento recuperar la compostura suficiente como para forzar una sonrisa e incitar— Ve, Yukata, estamos aquí por ti, ¿recuerdas?
La ninja de ojos pardos dudó por un instante, más terminó por asentir con la cabeza y obedecer. Tan sólo cuando su figura y la de Nobuyuki se perdieron en el interior de la morada, la adivina reanudó la conversación.
—Ve a casa, Reiko —indicó la sabia, rechazando a la dama de ojos dorados al manifestar—. No te recibiré esta vez, pues sospecho que las dudas que te aquejan en este momento ya han sido disipadas por mi predecesor.
—Se suponía que era sólo un consejo — siseó la mujer de cabello rubio con molestia debido al desprecio proferido.
—Sigue siendo el consejo de un sabio, no deberías tomarlo a la ligera —sentenció la pitonisa, dando media vuelta para recluirse en la casona.
Al ver la puerta cerrarse frente a ella, la comandante de la policía no tuvo más alternativa que volver vencida a su residencia.
Mientras tanto, Yukata fue conducida por Nobuyuki hasta la sala previa al lugar donde el antiguo sabio solía recibir a sus visitas. En aquel lugar, el asistente le indicó tomar asiento en una banca y se excusó antes de retirarse.
La joven kunoichi había estado allí miles de veces, más nunca antes sintió tanta curiosidad por ver qué había detrás de la cortina azul.
Unos pocos minutos más tarde, la adivina se hizo presente en el lugar. Sin decirle ni una palabra, se aproximó hacia la azulina cortina y la apartó del camino de manera tal que el acto configuró una invitación dirigida a Yukata. Respondiendo el ofrecimiento, la chūnin se puso de pie e ingresó una vez más a la habitación.
Por un instante, Yukata se sintió tonta. No estaba segura sobre qué era lo que esperaba encontrar, más la habitación no había cambiado en lo absoluto. Lo único que realmente marcaba una diferencia era la carencia de la pesada red de cabello que el sabio anterior solía exhibir sobre la hoguera. En ese lugar, y sostenida de la misma manera, colgaba ahora una estructura sin forma definida, compuesta por escasos mechones de cabellos entrelazados entre sí.
Ambas tomaron asiento en sus pertinentes lugares. La dama de ojos cafés procedió entonces a tomarse unos instantes para elaborar sus preguntas, puesto que recordaba con claridad que sólo podría formular tres.
—Quiero saber por qué las deidades me han abandonado —reclamó Yukata abiertamente antes de especificar—. De un modo u otro, todos han logrado obtener los medios para proteger a quienes son importantes para ellos, ¿por qué yo no?
La pitonisa respiró profundamente, inclinó la cabeza hacia atrás y su cuerpo comenzó a temblar. La reacción de la mujer no era nueva para la visitante, ya que miles de veces había visto al sabio ejecutar el mismo ritual a la hora de consultar con los dioses.
Eventualmente, los músculos de la adivina se serenaron y, adquiriendo una postura más natural, respondió con calma—. La diferencia entre ellos y tú, es que tú no has pagado el precio. No es tu esfuerzo lo que las deidades quieren de ti, sino tu sacrificio.
La réplica suscitó en Yukata sentimientos hostiles. Se sintió profundamente frustrada al enterarse de que todo su trabajo fue en vano, y ofendida al oír que su perseverancia no la conduciría a ningún lado.
—¿Qué es lo que debo sacrificar para obtener el poder que busco? —inquirió la dama de cabello negro sin lograr ocultar su ofuscación.
Volviendo a la postura previa, la sabia movió sus labios sin que de ellos saliera sonido alguno. Se estremeció un poco más que la vez anterior, más prontamente volvió a su posición de origen.
—Para obtener el poder que buscas y lograr tu cometido debes renunciar al motivo de éste —anunció la mujer aquello que las deidades le susurraron al oído.
—¿Renunciar al motivo? —repitió inicialmente sin poder deducir a qué se refería, tras lo cual confesó sin vergüenza alguna— No lo entiendo.
—Si admitiéramos que la vida humana puede regirse únicamente por la razón, se destruiría la posibilidad de vivir —enunció la adivina aquello que consideraba que su visitante ya debería saber, y ulteriormente aconsejó—. No intentes comprender con la cabeza los asuntos del corazón.
Sólo entonces Yukata supo que estaban hablando de Temari. Sus trémulos labios entreabiertos vacilaron un instante antes de cerrarse.
Lo único que le ayudaba a sobrellevar su propia inhabilidad era la dicha de estar cerca de la Sabaku No. El escuchar su voz llamándola, e intercambiar alguna palabra, el verla sonreír radiantemente, aunque esa sonrisa no fuese para ella, o incluso el recibir alguna tarea de su parte, así se tratase de una misión oficial, era suficiente para mantener su moral alta, y ahora debía ceder a éste único placer para cumplir con un propósito mayor.
Sin siquiera intentar evitarlo, la ninja comenzó a sollozar.
Siempre supe que, incluso con este descuidado e imprudente corazón, algún día superaría mis debilidades —meditó Yukata en silencio, dirigiéndole sus pensamientos a Temari—, pero nunca pensé que para estar segura de que hice todo lo que pude por ti, tendría que dejarte atrás y seguir un camino distinto al tuyo —caviló con amargura—. De no ser así, de no emprender el rumbo que me separa de ti, no podría quitarme de encima estos contradictorios sentimientos.
Aunque deterioradas, la nostalgia y tristeza prevalecieron una vez que la determinación se hizo presente en la chūnin de Suna.
—¿Has decidido ya tu tercera pregunta? —inquirió la pitonisa, al sentir el cambio de energía en Yukata.
—Sí —alegó la kunoichi, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Seguidamente, normalizó su respiración y luego cuestionó— Quiero saber qué debo hacer para conseguir aquello que mi esfuerzo no logró.
Una última vez, la sabia sufrió en carne propia la visita de las deidades, quienes se mostraban ansiosas por iluminar el sendero de la dama de cabello azabache. Cuando los espasmos cesaron y el cuerpo de la mujer recobró la quietud, Yukata apretó el puño para contener la incertidumbre que la invadía.
—Deberás emprender un largo viaje en busca de la llama del oeste, deberás aliarte con las carcajadas, y deberás escuchar al viento que te dirá cuándo llegue la hora de regresar —profetizó la ciega mujer para luego garantizarle ulteriormente—. Si lo logras, volverás a Suna siendo mucho más que la kunoichi que deseas ser.
A pesar de que Yukata no había comprendido por completo las indicaciones recibidas, confiaba en que el tiempo proveería de sentido a las palabras de la sabia. Por lo pronto, su rumbo estaba fijo hacia el oeste, debía encaminarse hacia a un lugar muy lejos de Suna, muy lejos de Temari.
—Gracias, su excelencia —exclamó la kunoichi antes de inclinar su cabeza hacia la adivina, ofreciéndole así la típica ofrenda a cambio de sus servicios.
La pitonisa tomó la daga ceremonial de oro y cortó un mechón del cabello de Yukata, mismo que luego añadiría a su red.
—Buena suerte, Yukata —se despidió la adivina mientras la pelinegra abandonaba la habitación.
Lejos de codiciar el descanso, Yukata ambicionaba alistarse cuanto antes y peticionar su partida. La planeación y preparativos llevarían algunos días, más la decisión estaba tomada. Sólo deseaba que su inquebrantable voluntad la acompañara hasta el final de su odisea.
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El sol aún no acariciaba el horizonte cuando Yakumo recobró la conciencia sobre sí misma. Incluso encontrándose adormilada por los calmantes, sintió con claridad la elevada temperatura en su espalda y el peso que le supuso los vendajes que la cubrían. En medio de ese onírico estado, lo único que resonó con claridad fue la voz de Ido.
Te tomaste tu tiempo esta vez —mencionó la criatura de genjutsu sin malicia alguna—. Supongo que era de esperarse, ya que desviaste el tratamiento hacia mí.
Me alegra saber que estás vivo —respondió la Kurama y, tras analizar la situación, presupuso—. Si recibimos asistencia médica, asumo que la aldea sobrevivió.
Probablemente —admitió Ido y luego le reveló de manera misteriosa—. Tienes una forma de saberlo, ya que no estamos solos en esta habitación.
Yakumo imaginó que Ido se refería a Yukata. La chūnin había demostrado la importancia de su amistad en innumerables situaciones y no había motivo por el cuál este fuera la excepción. Con el propósito de destruir la prolongada espera a la que la genin creía había sometido a la chūnin, la dama de ojos castaños forzó sus párpados para abrir sus ojos.
La nubosidad que entorpeció su mirada la desorientó por un instante, más supo de inmediato que esa silueta borrosa no se correspondía con la de Yukata. No obstante, nada podría haberla preparado para la sorpresa que se llevó cuando sus ojos castaños lograron enfocar con precisión la imagen frente a sus ojos.
—Matsuri —musitó débilmente.
Dubitativa sobre si había escuchado un murmullo o sólo había sido el cansancio jugando con sus sentidos, la aludida levantó la cabeza para despabilarse, y entonces se percató de que los ojos de la castaña estaban abiertos.
—¡Yakumo! —exclamó la chūnin, levantándose impetuosamente de la silla en la cual había descansado durante las horas anteriores. Al aproximarse a la genin, inquirió— ¿Cómo te sientes?
—Mi cuello está entumecido —le comunicó la kunoichi de Konoha aquel malestar que podría ser subsanado.
Al encontrarse boca abajo y con el rostro virado hacia la derecha, su cuello había sostenido desproporcionadamente el peso de su cabeza durante demasiado tiempo.
—Ah, claro —comprendió Matsuri al instante, y seguidamente le ofreció gentilmente—. Déjame ayudarte.
—Sí, por favor —aceptó Yakumo educadamente.
Su acompañante se dispuso entonces a levantarle parcialmente el torso desde los hombros, brindándole el espacio necesario para girar la cabeza hacia la izquierda y volver a apoyarla en la almohada sin mediar mayor esfuerzo físico. Inmediatamente después, rodeó la cama para verla a la cara al momento de preguntarle— ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas una enfermera?
—No, estoy bien, gracias —expresó la dama de largos cabellos castaños. Ahora que se encontraba en una posición relativamente más cómoda, dejó que la verborragia se apoderara de ella a la hora de manifestar sus interrogantes— ¿Suna sigue en pie? ¿Están todos bien? ¿Shukaku está a salvo?
—Sí, gracias a ti la aldea no sufrió mayores daños, Temari-san y las demás lograron eliminar a esa horrenda mujer y Shukaku está bien —informó la chūnin, calmando así las inquietudes de su interlocutora.
—Es un alivio escuchar eso —declaró la Kurama mientras sentía como sus músculos se relajaban. Al encontrarse sus preocupaciones principales resueltas, la ninja de bajo rango se permitió ahondar en cuestiones más personales y menos relevantes—. No quiero ser desagradecida, pero, ¿qué haces aquí?
Matsuri se desplazó hacia donde yacía la silla destinada a los visitantes, y la colocó del lado izquierdo de la cama de Yakumo, anunciando así que les esperaba una larga conversación por delante.
—Ésta es mi manera de disculparme —confesó la dama de ojos negros, tomando asiento a su lado antes de explicarse mejor—. Te juzgué sin conocerte. En mi mente, eras una forastera interesada en el prestigio del Kazekage, creía que me habías robado a mi prometido por ambición, no por amor.
—Entiendo —acotó Yakumo sin sentirse ofendida ya que comprendía que, desde la perspectiva de Matsuri, sus sospechas tenían lógica.
—Ahora veo que en verdad amas esta aldea, de otro modo no darías la vida por ella cuando Gaara no está —reconoció la visitante, tras lo cual revaluó sus conclusiones—. Supongo que no era prestigio lo que buscabas en él, y que tu amor no era fingido como yo creía.
—Realmente amo a Gaara y su forma de ver la vida —concordó la especialista en genjutsu primeramente, sorprendiendo a Matsuri con posterioridad al admitir con marcada franqueza—, ¡pero vaya que me sentí amenazada por tu sombra!
—¡¿Eh?! ¿Por mí? —corroboró la pasmada chūnin.
—¡Claro! —aseveró la genin, defendiendo la franqueza de sus sentimientos al establecer— Estaba en un lugar del que nada sabía, enamorándome de un hombre cuya prometida había crecido como kunoichi bajo su tutela, convirtiéndose en su primera y más querida estudiante. ¿Cómo podría evitar sentirme insegura ante tal situación?
Matsuri debió parpadear varias veces para salir de su asombro. Extrañamente, se sintió acompañada por la experiencia de la forastera al empatizar con ella.
—Parece ser que tú y yo no somos tan distintas después de todo —soltó la chūnin con una brillante sonrisa, que configuró un acuerdo de paz entre ellas.
Al responderle con el mismo gesto, fue evidente para ambas que, independientemente de las circunstancias que las habían enemistado o las infinitas diferencias que las habían separado, no había razón de peso para no estar en buenos términos.
A partir de ese punto, la conversación entre ellas fluyó de manera calma y sincera. Ambas llegaron a reconocer y validar los sentimientos de la otra, y, aunque era improbable que fuesen a desarrollar una amistad más allá de ese punto, la cordialidad entre ellas provocó que se sintieran a gusto en compañía de la otra.
En cuanto a los daños que la aldea de la Arena sufrió, mientras los shinobis se recuperaban, la administración recayó en aquellos integrantes del concejo que no habían tomado partida directamente durante el ataque.
Un equipo especializado fue desplegado para recoger los escombros que las explosiones causaron, otro investigó el lugar donde la extraña mujer fue derrotada en busca de pistas, y un tercero se dirigió al palacio de los vientos como medida preventiva en defensa de Shukaku. El hospital, que estaba funcionando a su máxima capacidad debido a los numerosos heridos, recibió la asistencia de ninjas médicos, y la policía civil asistió a los aldeanos bajo el mando de Asuri.
Sin embargo, era menester mantener informados a los miembros ausentes sobre las decisiones tomadas y los pasos a seguir hasta el retorno del Kazekage. Es por ello que un mensajero llamó a la puerta del apartamento que la embajadora de Suna compartía con el ganador de la semana de los mil vientos.
Sería injusto afirmar que fue el sonido de la madera retumbando lo que alertó a Kirimaru. El calmante que había adormecido su muñeca horas antes se había esfumado ya, por lo que el incipiente malestar mantenía al shinobi en un estado que mediaba entre la vigilia y el sueño. El repiqueteo de la puerta logró romper con ese balance, y el domador de chakra terminó por levantarse del sillón.
Ambicionando recibir al visitante para detener el sonido y perpetuar así el reposo de la Sabaku No, el Shiruba no dedicó tiempo a procurar un aspecto más formal, por lo que abrió la puerta vistiendo aún su pijama.
—Buenas tardes —saludó el ninja enviado sin extrañarse ante el desalineado aspecto del hombre de cabello albar—, traigo un mensaje para Temari-sama desde el domo del Kazekage —informó con solemnidad.
—Ella está descansando —reveló Kirimaru para justificar la ausencia de su prometida, tras lo cual se ofreció—, se lo daré cuando despierte si así lo deseas.
—Gracias, Kirimaru-san —aceptó el shinobi el favor al entregarle el pergamino y, antes de retirarse, añadió sentidamente—. También le agradezco que ayudara a Suna anoche.
Dichas palabras tomaron por sorpresa al jōnin de Kirigakure, quien no recordaba haber visto a esa persona durante la batalla. Ese hecho, sumado a que el ninja no parecía cansado ni herido, generó en él la impresión de que la noticia había circulado en la aldea.
—No tienes nada que agradecer —respondió humildemente el Shiruba.
Tras la partida del mensajero, Kirimaru cerró la puerta y sólo entonces notó la presencia de Temari, quien se encontraba parada en el umbral del pasillo.
—¿Quién era? —curioseó al acercarse a él.
La dama de ojos verdes vestía su atuendo regular, lo cual indicaba que, si bien había oído el llamado del visitante, no se había sentido lo suficientemente cómoda como para mostrarse en pijamas.
—Trajeron esto para ti desde el domo del Kazekage —indicó Kirimaru, extendiéndole el pergamino que había recibido. Sólo entonces notó que la acción de su brazo acortó la longitud de su manga, dejando entrever las vendas que protegían su muñeca.
A pesar de apartar su mano del campo de visión de Temari tan pronto como ella tomó el pergamino, no logró esconder su herida ni ignorar el hecho de que ella se había percatado de la misma.
—Así que por eso estaban en el hospital ayer —profirió la domadora de viento con voz suave y de manera pensativa.
—Es sólo un esguince, sanará pronto —mitigó el Shiruba con seriedad. Inicialmente, había procurado evitar preocuparla innecesariamente, más ella no se veía preocupada, sino molesta. Kirimaru estaba seguro de que la ofuscación de Temari no estaba dirigida hacia él, puesto que no daba señales de que así fuese.
—¿Y las demás? —preguntó ella frunciendo el ceño al recordar la sangre en su ropa.
—Son heridas menores —manifestó él, cayendo en la cuenta de que no había ocultado su estado de salud con tanta eficiencia como lo había creído.
—Ya veo —acotó la rubia de coletas antes de inclinar la cabeza al momento de disculparse—. Realmente lo siento, te puse en una situación complicada.
El domador de chakra comprendió entonces que Temari estaba molesta consigo misma.
—No tienes motivo para disculparte, fui yo quien se ofreció. Además —siseó él, sintiéndose incómodo ante la formalidad del gesto que ella esbozaba con su cuerpo. Cuando ella irguió su postura para verlo a los ojos, él continuó—, sabes que me gustaría que contaras con mi apoyo de ahora en más.
Temari respiró profundamente y exhaló pesadamente. Ya era hora de comenzar a respetar los pactos realizados, aunque eso incluyera abrirse un poco hacia él.
—No voy a mentirte, odio profundamente a estos enemigos por razones personales —confesó la kunoichi, dándole a entender que no sólo la amenaza hacia Shukaku y Suna la habían alterado, sino que la muerte de su pequeña aún mellaba en ella—, pero no es venganza lo que anhelo. Quiero ocuparme de ellos personalmente, quiero enfrentarlos como una kunoichi de Suna, y quiero que no vuelvan a presentar una amenaza para nadie nunca más, pero, para lograr eso, debo exterminarlos a todos y sé bien que no puedo hacerlo sola.
—Pídemelo y lo haremos juntos —profirió Kirimaru con determinación antes de explicarse—. Nada me producirá más placer que destruir a aquellos que te han dañado, pero debo estar seguro de que esto es lo que quieres o la duda podría cohibirme en momentos claves.
La domadora de viento entreabrió los labios para asimilar la propuesta, y los cerró por un instante al tomar la decisión.
—Ayúdame, Kirimaru —dijo finalmente Temari en respuesta al reclamo, y fue más allá al puntualizar—, ayúdame a destruirlos a todos.
Él asintió con la cabeza y luego exclamó con firmeza— Tienes mi palabra, y espero que al cumplirla puedas tenerme en mayor estima.
—Tu promesa, en sí misma, ya es suficiente para que te tenga en alta estima —reveló la Sabaku No de manera cortés y sutil, pero también afable.
El Shiruba se mantuvo inmóvil por un segundo, disfrutando de ese momento. Las palabras de su prometida se sentían como una recompensa largamente esperada que pretendía guardar en su memoria. Una expresión pacífica se posó en su rostro mientras su mirada se perdía más allá del verde aguamarina de los ojos de Temari. De no ser porque la voz de Kuro lo despertó, podría haber permanecido en ese estado de ensoñación por varios minutos más.
La mascota del domador de chakra caminó entre las piernas de Temari y luego restregó su cuerpo contra ella, captando su atención. Seguidamente, levantó la cabeza y soltó un nuevo y suave maullido.
—¿Tienes hambre? —le preguntó la kunoichi al felino, quien prontamente dejó de prestarle atención para dirigirse a la puerta y comenzar a arañarla ávidamente.
Inmediatamente después, un nuevo visitante llamó a la puerta de entrada. En lugar de asustarse por el ruido, el interés del gatito se redobló.
—Iré a vestirme —anunció el shinobi de cabello blanco, reacio a la idea de recibir en pijamas a las visitas por segunda vez en el día.
—De acuerdo, yo veré quién es y alimentaré a Kuro —planeó Temari aproximándose a la puerta. Al poner la mano sobre el pomo de ésta, dirigió su vista hacia su prometido, y esperó hasta que él saliera de la sala para abrirla.
Los ojos grises de la dama que los visitaba eludió deliberadamente a Temari para posarse sobre el brilloso pelaje del azabache gatito.
—Oh, ¡qué bonito! —mencionó Maki al ver que el pequeño felino salía a recibirla para pedirle comida. Al apoyarse sobre sus patas traseras, el astuto minino estiró sus patas delanteras en un intento por tocar los bentos que la visitante traía con ella.
—Llegas justo a tiempo, Kuro no es el único que tiene hambre —especificó la Sabaku No, haciéndose a un lado para que su amiga dejara de jugar con la mascota de Kirimaru y entrara a su hogar.
La especialista en tela se desplazó por la sala y dejó los bentos con comida sobre la mesa. Posteriormente, le echó un vistazo a la habitación.
—Es increíble que Sumire eligiera un lugar como este —opinó la dama de ojos grises al considerar que el apartamento tenía su encanto, más pronto fijó la vista en las frazadas sobre el sillón, mismas que desencajaban con la decoración del lugar.
Temari notó esto, es por ello que comenzó a explicarle el motivo de aquellas cobijas antes de que Maki hiciese pregunta alguna— El lugar está bien, y sería perfecto de no ser porque sólo tiene una habitación.
—Típico de Sumire —juzgó con desdén la kunoichi de cabello castaño tras rechistar, y entonces sospechó con tristeza—. Eso significa que Kirimaru debió dormir aquí.
Temari asintió con la cabeza y se dispuso a darle de comer a Kuro para que dejara de merodear melosamente entre las piernas de Maki. La jōnin de élite se mantuvo en silencio un momento, asimilando el día que Kirimaru había pasado, desde la mudanza hasta su lugar de descanso y, en especial, la batalla en el templo. Cuando la rubia de coletas terminó con su labor, la castaña retomó la palabra.
—¿Sabes? No todas las heridas de Kirimaru son la consecuencia lógica de haber cumplido con el deber de un shinobi —diferenció la usuaria de tela para que su amiga tomara conciencia del esfuerzo del Shiruba—. Algunas fueron ocasionadas por protegerte a ti.
La Sabaku No no necesitaba oír más detalle para entender lo que Maki quería decir. Había percibido con sus propios sentidos la devoción del Shiruba y se lo agradecía, más ignoraba cuál era la manera apropiada de retribuirle su afecto sin generar malos entendidos.
—Lo sé —confesó la rubia suavemente, sintiéndose incómoda ante el evidente regaño que caería sobre ella a pesar de saber que lo merecía.
—Si lo entiendes, entonces, al menos por hoy, sé amable con él —pidió la jōnin de élite, encaminándose hacia la puerta y, antes de partir, le aseguró—. Yo veré que Yakumo y las demás estén bien.
—Gracias —exclamó la embajadora de Suna. Tal gratitud no era por la comida o por ahorrarle una reprimenda mayor, sino por cuidar de las demás.
No obstante, Temari ignoraba que, al quitarle ese peso de encima, Maki pretendía devolverle a Kirimaru la ayuda que le había brindado durante el combate de la noche anterior.
Tras la partida de la dama de ojos grises, la Sabaku No se encaminó hacia el pasillo para averiguar el motivo de la demora del Shiruba. Allí lo divisó, al final del corredor y de cara al armario abierto, inclinado sobre sí mismo rebuscando entre sus pertenencias.
—¿Perdiste algo? —inquirió la dama de ojos verdes al acercarse.
—No, sólo estoy buscando un suéter —especificó él, obligando a su interlocutora a observarlo con mayor detalle para notar que ya se había cambiado y ahora vestía un pantalón negro y una sudadera de mangas largas color gris.
Entre las cosas que él retiró del armario en busca de su suéter, Temari fijó la vista en un objeto sumamente peculiar, que logró llamar su atención.
—¿Qué es eso? —preguntó, señalando una especie de caparazón de forma alargada y rebuscada, del tamaño de su mano y de tenue color rojizo, salpicado en el exterior por pequeñas manchas oscuras y blanquecino en su interior.
El shinobi detuvo su labor para ver la caracola de mar en la que la kunoichi había volcado su curiosidad.
—Ah, mi madre decía que eso es una trocito del océano —mencionó Kirimaru, captando el interés de su prometida, quien tomó la caracola cuando él se la ofreció para examinarla más de cerca. Seguidamente, le reveló—. Es una caracola, si la acercas a tu oído escucharás el mar.
Dubitativa ante la evidente quimera, la Sabaku No aguardó un instante antes de proceder a comprobar por sí misma si tan improbable resultado era verosímil. No obstante, al acercar la extraña caracola a su oreja, pudo percibir con claridad el mismo sonido que había escuchado a orillas del mar en el país del Agua.
—¡Increíble! —soltó ella aún maravillada y, sin apartar la caracola de su rostro, inquirió— ¿Cómo es posible?
El Shiruba la dejó gozar de aquel momento de fascinación y alegría, como lo habría hecho su madre con él años atrás. La sincera expresión que el embelesamiento generó en el rostro de la rubia de coletas, le trajo dicha al peliblanco. Sin embargo, pronto debió confesarle la verdad.
—No es posible —reveló él, mientras Temari apartaba la caracola de su rostro. Posteriormente, él se puso de pie para quedar a su altura y, desde esa posición, empezó a explicarle con calma—. Lo que en verdad escuchaste es el sonido de las arterias de tu propio oído, que hicieron eco debido a la estructura interna de la caracola. No es una porción del océano, es el caparazón de un molusco. Pero prefiero creer la versión de mi madre porque, aunque sea mentira, me hace más feliz.
—Entiendo —soltó la embajadora, dedicándole una pequeña sonrisa al exoesqueleto a pesar de haber perdido su misticismo. Al devolver el objeto a su legítimo dueño, opinó—. Sigue siendo muy bonita, deberías dejarla a la vista para escuchar el océano más a menudo.
El ninja de Kiri sonrió ante la sugerencia y asintió con la cabeza antes de decidir—. La pondré en la sala.
—Maki nos trajo su famoso estofado, nos ayudará a entrar en calor —mencionó la domadora de viento y, perfilándose hacia la sala, lo invitó—. Ven a comer cuando estés listo.
—Gracias, iré en seguida —exclamó, hincándose sobre sus rodillas nuevamente para proceder a retomar la búsqueda de su suéter.
Durante los minutos que le llevó a Temari calentar el estofado, Kirimaru logró hallar su prenda de ropa y abrigarse.
El frío de la aldea de la Arena era muy diferente al que estaba acostumbrado. Lejos de parecerse a la húmeda Kirigakure, Sunagakure contaba con un viento seco y helado que sonrojaba las narices, orejas y mejillas de los habitantes. Para el shinobi de la Niebla, se trataba simplemente de un cambio más al que adecuarse.
Al volver a la sala, observó a Temari sentada en la mesa. La dama aguardaba por él frente a dos tazones de estofado humeante y varios acompañamientos que aún reposaban en los bentos que Maki les obsequió.
La kunoichi de ojos verdes tenía su mirada perdida en las escasas líneas del pergamino que había traído previamente el mensajero, por lo que Kirimaru procuró no hacer sonido alguno para evitar entorpecer su lectura. Así fue como tomó asiento en la mesa frente a ella, y aguardó pocos segundos hasta que la kunoichi apartó el papel.
—¿Sucede algo? —inquirió el Shiruba al ver la expresión de desaprobación en el rostro de la Sabaku No.
Ella negó con la cabeza y suavizó su expresión facial antes de responder— No es nada, tengo una reunión más tarde, pero, por lo pronto, vamos a comer.
—¿El consejo de Suna se reunirá sin tus hermanos? —indagó asombrado puesto que no le parecía pertinente.
Temari probó su comida antes de proseguir con la conversación. Al igual que la mayoría de las recetas de Maki, estaba deliciosa.
—Bajo situaciones normales no lo harían —justificó la embajadora para evidenciar la excepción—, pero lo que pasó anoche no es normal.
Kirimaru meditó un instante la situación mientras comenzaba a degustar sus alimentos. Había prometido ayudar a Temari a destruir a esos extraños seres, más ignoraba todo de ellos. No sabía por dónde empezar, y presupuso que el consejo de Suna tampoco siendo que habían convocado con tanta urgencia una reunión, a pesar de la ausencia de su Kazekage.
—Deberías tener cuidado con Sumire —soltó el shinobi al dejar sus palillos para proceder a beber un poco de agua.
—¿Eh? ¿A qué viene eso? —curioseó la domadora de viento, juzgando de repentina a tal advertencia.
—Este momento de crisis es justo lo que esa mujer necesita para reavivar su imagen —opinó el manipulador de chakra, intuyendo que aún no habían visto todos los trucos que Sumire guardaba bajo la manga.
—Aun así, teniendo minoría parlamentaria, no hay mucho que pueda hacer sin Gaara además de tener cuidado —manifestó ella, contagiándose de su recelo al reconocer la lógica detrás de la impresión que Kirimaru había formado sobre la anciana.
—Espero que Gaara y Kankurō vuelvan pronto —deseó en voz alta el Shiruba, ya que sólo ellos podían ayudar a Temari en ese tipo de asuntos.
—No te preocupes por eso ahora —pidió la Sabaku No al percatarse de que los alimentos de su prometido comenzaban a perder su calor. Ulteriormente, indicó—. Cuando termines de comer, te cambiaré los vendajes.
Kirimaru apartó la mirada del rostro de Temari para posarla sobre su muñeca herida. El permanente dolor, al que ya comenzaba a acostumbrarse, no le permitió notar que la venda se había aflojado. Este descubrimiento lo obligó a tomar conciencia de otros acontecimientos que también había pasado por alto.
Al igual que el malestar de su muñeca, el shinobi de Kiri se había familiarizado con el desprecio de la kunoichi de Suna. Estaba tan habituado a sufrir el constante rechazo de la dama de ojos verdes, que pasó por alto la pequeña victoria que configuraba el simple hecho de estar compartiendo una deliciosa comida caliente en un día frío con la mujer que amaba.
Más importante aún era la evidente predisposición de ella. Temari no sólo había mejorado sus modales hacia él desde que llegó a Suna, sino que fue más allá al ofrecerle un destello de su amabilidad.
El domador de chakra esbozó una dulce sonrisa y retomó su estofado, disfrutándolo a conciencia esta vez, mientras aceptaba tácitamente el favor que le había sido propuesto.
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Por la tarde de ese mismo día, el bosque Nara había recibido la visita de Shikamaru y Takumi.
El ninja oriundo de Iwagakure se había aparecido en la residencia Nara sin aviso previo, portando consigo una pequeña estatua con forma de monje. Al ver el jizō, Shikamaru comprendió al instante la intención del Shinkimori, y así fue como ambos emprendieron el rumbo hacia las tierras de su clan.
Una suave nevada los acompañó durante todo el recorrido, delatando el ritmo de sus respiraciones. Tras adentrarse en el bosque fueron recibidos por los ciervos, quienes los acompañaron durante el resto del camino.
Al llegar al lugar indicado, Takumi colocó el jizō junto al árbol más cercano a la flor del desierto. Frente a la estatua, unió las palmas de sus manos e inclinó su cabeza. Shikamaru imitó el gesto y escuchó con atención la plegaria que su acompañante exclamó en voz alta— Jizō-sama, por favor, protege a Shikabana en este nuevo viaje.
El domador de sombra aguardó respetuosamente hasta que la oración finalizara para repetir intrigado—¿Shikabana?
—¿Acaso no es ahora la flor más preciada del bosque de los ciervos? —inquirió el jōnin de la aldea de la Roca a modo de explicación para el juego de palabras que había ideado partiendo de los kanji de ciervo y flor.
La expresión de curiosidad en el rostro de Shikamaru se suavizó por la melancolía de la sonrisa que sus labios pergeñaron.
Sin acuerdo previo, ni él ni Temari habían nombrado a su hija. Tal vez habían evitado hacerlo para sortear el calvario de no poder llamarla por su nombre jamás. Sin embargo, el nombre que el Shinkimori había escogido le traía al Nara cierta serenidad. Así como la estatua protectora pretendía soslayar cualquier peligro que amenazara al alma de la pequeña, su nombre, por sí mismo, procuraba devolverle al domador de sombras un poco de la paz que le había sido robada.
—Tienes razón —concordó él con el nombre que su invitado había elegido para su difunta hija—. Gracias, Takumi.
—Ni lo menciones —respondió el ninja de baja estatura mientras seguía los pasos de su anfitrión hasta detenerse frente al blanco tallo de la flor del desierto.
Con el conmovedor gesto de Takumi aún en mente, Shikamaru se inclinó para retirar la nieve acumulada en la base de dicho tallo.
Era una tumba insólita para una vida igual de inusual, cuya brevedad no le arrebataba importancia ante sus allegados. Igual de escaso había sido el tiempo que el Nara y la Sabaku No habían compartido, más la intensidad de las emociones suscitadas en ellos la volvía una época inolvidable.
—Megumi está con ella —mencionó repentinamente el Shinkimori, sospechando que Temari había acaparado la atención del Nara.
La ambigüedad del comentario logró apartar a Shikamaru de los pensamientos en los que se había ensimismado, por lo que musitó—¿Eh? —al no comprender las palabras del hombre de cabello morado.
—Megumi fue a visitar a Shinzo y a Temari, están juntas en Suna —detalló Takumi aquel viaje que su novia le había comentado.
—Ya veo, con que Megumi-san también está con ella —masculló el moreno, recordando a aquellas personas que le brindaban su cariño a la rubia de coletas—. A pesar de todo, Temari es afortunada.
—Tú también lo eres —exclamó el ninja de Iwa, colocando su mano sobre el hombro de su acompañante en señal de apoyo.
—Es cierto, lo soy —manifestó el moreno, más no se refería únicamente al sostén emocional que sus amigos y familiares le proporcionaban, sino al respaldo que esas mismas personas le brindaban para dar una solución definitiva a los misteriosos enemigos que le habían arrebatado la vida a su hija.
Habiendo presentado sus respetos en la tumba de Shikabana, ambos shinobis emprendieron el retorno a la aldea de la Hoja. No obstante, al salir del bosque Nara, se encontraron con Chōji, quien aguardaba por ellos.
—Chōji, ¿qué haces aquí? —inquirió Shikamaru, al experimentar un mal presentimiento debido a la expresión seria en el rostro de su amigo.
—Tu madre dijo que estarían aquí —mencionó el bonachón antes de afianzar su agarre en el papel que sujetaba con su mano derecha. Seguidamente, respiró profundo y explicó el motivo de su visita—. Vine porque sé que no querrás esperar para saber sobre esto —anunció primeramente y luego informó—. Maki me envió una carta, dice que la aldea de la Arena fue atacada anoche.
—¡¿Qué dices?! —inquirió el Nara sobresaltado y, sin poder poner en orden sus palabras, exclamó torpemente— ¡Temari… ¿ella?!
—Todos están bien —se apresuró a responder el Akimichi para sosegar las inquietudes que los rostros de ambos mostraban. Seguidamente, dirigió su mirada a los ojos rosados del forastero y, con una sutil sonrisa, especificó—. Aparentemente, Megumi-san llegó justo a tiempo.
—Ya veo —soltó el Shinkimori notoriamente aliviado, y con un deje de orgullo agregó—. No esperaría menos de ella.
—Me alegra saber que todos están a salvo, pero eso no es todo, ¿verdad? —corroboró Shikamaru. Conociendo a Chōji, él no vendría con semejante semblante a darle una noticia que tuvo un buen desenlace, salvo que hubiese acontecido algo además de lo relatado.
El bonachón asintió con la cabeza y procedió a revelar con suma seriedad— Se supo que la invasora detrás del ataque estaba vinculada con las niñas que tú y Temari vencieron.
Shikamaru apretó los dientes y cerró el puño con fuerza buscando contener el coraje que sentía. Aunque aún tenía que esperar a que Neji volviera a la aldea y pedir autorización a Mangetsugakure para poder partir hacia el país de los Lobos, el ninja táctico sintió que no tenía tiempo que perder. Si Temari no había tenido ni un momento para descansar, ¿qué le otorgaba a él tal privilegio?
—Empezaré con los preparativos para la misión lo antes posible —dijo el Nara antes de retomar el camino hacia Konoha a paso firme.
De alguna manera, esa determinación resultó inspiradora tanto para Chōji como para Takumi, y los incitó a ambos a adoptar una actitud similar a la de Shikamaru al seguirlo de cerca. Contagiándose de esa necesidad de pelear y vencer que del estratega emanaba, la voracidad invadió los ojos de ambos y su actitud compartida adquirió la ferocidad de un animal salvaje.
El porte desafiante de los tres apartó a las personas de su camino una vez que comenzaron a transitar las calles de la aldea de la Hoja. Sin siquiera molestarse en pedir autorización al Hokage, los tres se internaron en los archivos de Konoha y pasaron el resto del día planeando la misión.
Mientras que el Akimichi estudió los mapas del país de los Lobos para encontrar la ruta más directa, el Nara y el Shinkimori idearon diferentes estrategias según las habilidades que su equipo poseía y las diferentes situaciones con las que podrían encontrarse una vez allí.
Ninguno de los tres dejaría de trabajar hasta haber concluido con los preparativos, ya que ninguno podía permitirse descansar después de saber sobre la batalla que Temari, Maki y Megumi habían librado.
La llegada de Nao a este mundo distrajo a Kakashi el tiempo suficiente como para que este se desentendiera de los asuntos administrativos. Así fue que nadie le prestó especial importancia a los ninjas que pasaban largas horas revisando documentación confidencial y haciendo arreglos sin un presupuesto al cual ajustarse.
A pesar de eso, les tomó dos días calibrar detalles tales como encontrar el método más rápido para llegar a la isla o la manera más eficiente de llevar adelante la investigación una vez allí. A última hora del segundo día, finalmente estaban en condiciones de redactar una carta al Alfa de Mangetsugakure para que les permitiera la entrada a las tierras del país de los Lobos.
Shikamaru despachó a sus amigos para que descansaran apropiadamente y tomó la tarea entre sus manos. La carta tenía que ser concisa, directa y formal. Debía además contener un poco de la información recolectada hasta el momento y la mención de que su grupo planeaba incluir a un Inuzuka en la incursión, siendo ambos elementos una prueba de su buena fe. Tras dos borradores que terminaron en el cesto de la basura, el estratega logró producir un escrito que lo dejó satisfecho.
Con premura, el Nara se dirigió hacia el área de correo y envió su carta con un ave mensajera. Sólo esperaba que no hubiese un portal entre ambas aldeas que impidiera el arribo de su mensaje.
En ese preciso momento, las puertas de Konoha recibían a quien había actuado de mensajero durante la época en la que los portales habían interferido las comunicaciones entre Konoha y las demás aldeas. En la entrada se le informó sobre el cese de sus funciones al retomar el uso de las aves.
Ante tal noticia, Neji se sintió aliviado. No tenía quejas sobre su trabajo, pero, últimamente, había pasado demasiado tiempo lejos de la aldea. La distancia trajo consigo la necesidad de volver a estrechar vínculos con sus familiares y amigos. Incluso había llegado a echar de menos las extrañas ocurrencias de Guy y Lee, pero, más que a cualquier otra persona, era a Tenten a quien añoraba.
La noche cerrada le indicó, sin embargo, que no era momento de visitarla. Tampoco se reportaría sino hasta el día siguiente, donde esperaba tener una mejor perspectiva de sus fastidiosas emociones. No obstante, el descanso no trajo claridad.
A la mañana siguiente, durante su reunión con Kakashi, se le informó de la nueva misión que emprendería bajo el mando de Shikamaru. Aunque la idea de volver a partir no lo entusiasmaba, no dio muestra de emoción alguna hasta que se encontró fuera del palacio del Hokage.
Sin percatarse de sus propias intensiones, vagó por las calles un rato. No era usual en él perder el tiempo de esa manera, más imaginó que el dar un paseo antes de volver a su casa podría brindarle la oportunidad de toparse con alguno de sus compañeros de equipo. Fue así que, primeramente, merodeó por el mercado y luego por inmediaciones del apartamento de Tenten, más no se topó con ningún rostro conocido.
En medio de la decepción se cuestionó así mismo. Lo que estaba haciendo no sólo carecía de sentido, sino que además podría producir malos entendidos que terminaran dañando a Tenten.
Pronto desestimó tal preocupación al juzgarla de absurda. Después de todo, había pasado demasiado tiempo desde la confesión de la dama y el posterior rechazo que él profirió. De seguro ella ya lo había olvidado; podría incluso haber desarrollado un nuevo interés amoroso por alguien más. Neji no fue indiferente ante esta última hipótesis que su mente formuló, más sabía de sobra que no tenía derecho a quejarse.
Suspiró pesadamente ante el denso hilo de pensamiento que lo agobiaba y, al retomar el aliento y sentir la gélida brisa golpearle la garganta, advirtió que su subconsciente lo estaba llevando al campo de entrenamiento junto al río, aquel en el que a menudo solía entrenar con Tenten.
El denso bosque, que antecedía al congelado río, exhibía colores monocromáticos debido a la nieve sin derretir, misma que cubría tanto a los árboles de hoja perenne como a los de hoja caduca. En medio de un paisaje tan monótono, no fue difícil distinguir a la silueta femenina que, oculta tras un árbol, parecía observar una escena que acontecía más adelante.
Neji no necesitó mayor información para saber que se trataba de su compañera de equipo, más se acercó con cautela, extrañado por su actitud.
—Debe ser interesante para que elijas congelarte en lugar de entrenar —opinó Neji cuando sólo unos pocos metros lo separaban de la especialista en armas.
Tenten se sobresaltó y rápidamente se giró para enfrentar al dueño de tales palabras. Estaba tan concentrada que ni siquiera había oído el crujido de las pisadas del Hyūga sobre la nieve.
—Ah, Neji, eres tú —respingó la dama con un deje de desilusión que fastidió al usuario del Byakugan.
—Lamento decepcionarte —soltó Neji de manera sarcástica.
—Lo siento —se disculpó instintivamente Tenten. Luego procedió a girar sobre sí misma para volver a fijar la vista hacia el otro lado del río y, sin genuino interés, averiguó— ¿Cuándo volviste?
La apatía con la que era recibido por la persona con la que más deseaba reencontrarse irritó al jōnin. Por esa razón, ni siquiera se tomó la molestia de darle respuesta a la indolente pregunta recibida, sino que se adelantó unos pasos para situarse junto a la kunoichi e, impacientemente, indagó— ¿Qué tanto estás viendo?
—Velo por ti mismo —invitó la dama de ojos café con un deje de satisfacción.
—Pero si es Lee y… ¡¿Hibari-san?! —reconoció al instante el pasmado Hyūga para luego pensar en voz alta— Creí que la misión de Lee había terminado.
Efectivamente, el usuario de taijutsu se encontraba tirando patadas al aire mientras ruidosamente narraba algo, que llegaba hasta sus compañeros de equipo en forma de barullo. En un tronco cercano descansaba una dama de baja estatura, pelo largo y negro como el azabache y ojos celestes. La civil tomaba nota de todo lo que Lee decía y, ocasionalmente, intercambiaba opiniones o realizaba preguntas.
—Estuviste fuera de la aldea por mucho tiempo —manifestó Tenten, comprendiendo la incredulidad de su compañero de equipo. Con el objetivo de ponerlo al día, comenzó a relatar—. Luego de que Lee la ayudara con la escena de batalla que ella quería incluir en su libro, Hibari-san publicó su novela y le escribió una dedicatoria en la primera página.
—Vaya, se ve que quedó impresionada con él —comprendió Neji de inmediato, más eso no explicaba la situación que acontecía ante sus ojos.
—Si tan sólo Lee lo hubiese entendido así de fácil —se quejó la chūnin impacientemente, cubriendo su rostro con la palma de su mano para ocultar la vergüenza ajena que sentía. Tras tomarse unos instantes para recuperarse, ella retomó la narración—. Después de tantos fracasos, Hibari-san por fin logró escribir una historia que tuvo éxito. Es por eso que buscó a Lee para agradecerle en persona, y él se ofreció a seguir ayudándola.
—¿Eh? —musitó el jōnin asombrado para luego mencionar— Pensé que sólo necesitaba una descripción de una escena de acción para su novela de misterio. ¿No fue por eso que recurrió al palacio del Hokage para empezar, para que algún shinobi le explicara sobre peleas cuerpo a cuerpo?
La dama junto a él asintió con la cabeza.
—Desde el inicio se trató de una misión demasiado sencilla, pero es evidente el motivo por el cual Kakashi-sama se la encargó a Lee —admitió la alumna de Guy con una sonrisa cálida en los labios—. Hibari-san cambió completamente de género literario. Ella ya no escribe misterio, sino ficción épica.
—Cambió su estilo de escritura para estar más cerca de él —comprendió al instante el shinobi, desconcertado ante la extrema medida a la que la escritora había llegado por Lee—. Sus sentimientos son increíblemente intensos.
Tenten rió por lo bajo ante este último comentario. Le pareció tierna la inocencia y sorpresa con la que Neji digería la epifanía que experimentaba.
—No deberías subestimar tan abiertamente el corazón de una mujer —sugirió ella, aún sonriente por ese breve instante de ingenuidad que el castaño le había mostrado.
El Hyūga sospechó que había mucho más en la frase de Tenten de lo que se podía percibir a primera vista. Quizás la especialista en armas no hablaba de las mujeres en general, sino de ella misma.
—Entonces, ¿tú también tienes a alguien a quien quieres así? —preguntó él sin un ápice de emoción en la voz.
El repentino silencio entre ellos obligó a Neji a apartar la mirada de Lee y Hibari para posarla en su acompañante. Al hacerlo, lo desconcertó ver que la sonrisa que había iluminado el femenino rostro segundos antes se había esfumado por completo.
—Vaya… eso fue cruel —siseó Tenten por lo bajo antes de recriminarle de manera clara y pausada—. No creo que tengas el derecho de hacerme esa pregunta.
Semejante cambio de actitud obligó a Neji a reconocer que había cometido un error. Aunque no tenía perspectiva sobre la magnitud de este, consideró menester el disculparse cuanto antes.
—Lo siento —manifestó honestamente el usuario del Byakugan, más no sería suficiente.
—Neji, no es tan fácil deshacerme de un sentimiento que me ha acompañado por tanto tiempo. De alguna manera, se volvió parte de mí —confesó ella, asegurándole que aún guardaba sus emociones por él en un lugar especial de su corazón, más priorizó su dignidad al agregar—, pero eso no significa que puedas venir a buscar en mí una calidez que no estás dispuesto a retribuir.
El jōnin se quedó inmóvil por un momento. No es que no deseara retribuirle el amor que ella le profesaba, más sus temores eran más poderosos.
—No era mi intensión —acotó él con amargura. Consecutivamente, dio media vuelta y, antes de partir, le prometió—. No volveré a molestarte con este tipo de cosas.
Tales palabras se sintieron como un segundo rechazo ante una confesión silenciosa. Tenten estaba cansada de sentirse así, por lo que marcar un límite había sido necesario. No obstante, al ver la espalda de Neji alejándose de ella, supo que el valor de su compañía era más poderoso que el desazón de su desamor. A pesar de lo dicho y de la frustración que eso conllevaba, ella era incapaz de negarle su afecto.
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Durante la madrugada del tercer día de su viaje, Gaara y Kankurō lograron llegar a su aldea natal. Aun desde la distancia se podía apreciar un numeroso grupo de shinobis custodiando la entrada del desfiladero. Desconociendo el calvario por el que había pasado Sunagakure, los hermanos Sabaku No se asombraron ante semejante despliegue.
Los ninjas, por otra parte, cumplieron con las órdenes recibidas y, tras distinguir la silueta del Kazekage y su hermano, contactaron a Baki.
Días atrás, el ave mensajera enviada por Temari había regresado a Suna sin ser capaz de entregar el mensaje. Debido a la conmoción por la que la aldea había pasado, los miembros del consejo se reunieron sin su Kazekage para tomar medidas defensivas y tocar otras cuestiones menos urgentes, pero igualmente oportunas.
Aunque la tarea de notificar a Gaara y Kankurō de lo sucedido hubiese recaído normalmente sobre los hombros de Temari, el consejo le indicó que su prioridad debería ser concentrarse en su prometido y planear en su matrimonio. A pesar de las quejas y molestias que esto suscitó en ella, se tranquilizó cuando Baki fue designado para reemplazarla en dicha tarea.
—Kazekage-sama, Kankurō-dono, bienvenidos —saludó uno de los shinobis cuando los mencionados se detuvieron frente al desfiladero.
—Gracias, pero, ¿qué es todo esto? —cuestionó el marionetista.
—En este mismo instante, Baki-dono viene en camino para explicarles —respondió el hombre. Luego extendió la palma de su mano abierta hacia el pasillo de roca para solicitar—. Por favor, espérenlo del otro lado del desfiladero.
Los hermanos de la Arena cruzaron escépticas miradas, más pronto se adentraron en el corredor de piedra a paso lento.
—¿Qué crees que haya pasado esta vez? —inquirió el castaño impacientándose.
—No lo sé, pero tengo un mal presentimiento —confesó el pelirrojo, conservando un temple más sereno.
Al salir del pasadizo, vislumbraron a su antiguo sensei descendiendo de los tejados. Una vez en el suelo, esbozó una expresión seria y se aproximó a los hermanos.
—¿Qué significa esto, Baki? ¿Por qué hay tantos guardias en la entrada? —preguntó Gaara abiertamente.
—Durante el juicio en Konoha, Suna fue atacada —reveló el jōnin introductoriamente, despertando el asombro de sus oyentes.
—¡¿Qué dices?! ¿Quién haría algo tan estúpido? —increpó el titiritero con incipiente furia.
—Pudimos determinar que quien comandaba el ataque era alguien cercano a las gemelas —indicó Baki primeramente, para luego detallar—. No sólo sus características físicas eran similares, sino que Temari confirmó que lo que la mujer buscaba era vengarse por la muerte de las niñas.
—¿Dices que Temari se enfrentó a ella? —corroboró el espantado marionetista. Él recordaba con claridad que su hermana aún no se había recuperado por completo, por lo que reprochó— ¡¿Dónde estabas tú?!
—Por favor, Kankurō, déjalo hablar —peticionó el menor de los Sabaku No. Aunque su solicitud pareció conciliadora, él también ansiaba conocer los motivos por los cuales su hermana se había visto forzada a luchar.
—Antes de que esa mujer atacara Suna, su ejército asedió el templo del este —relató el sensei cronológicamente—. Estando Shukaku en peligro, iniciamos el protocolo de defensa. Sin embargo, Temari sospechó del segundo ataque, así que se quedó en la aldea. Kirimaru se ofreció a cubrir su posición, y él terminó siendo determinante para la victoria allí.
—Con que se trató de un doble ataque —comprendió el Kazekage de inmediato y, siguiendo esa línea de pensamiento, razonó—. Si querían sumergir a Suna en un estado tan vulnerable, significa que pretendían destruir la aldea.
—Así es, y tenían el poder para hacerlo —garantizó el jōnin antes de continuar—. Temari no contaba con el poder necesario para enfrentarla sola, así que Reiko se unió a la batalla.
—¡Imposible! Ella está hospitalizada —siseó Kankurō, más pronto entendió que su prometida no podría quedarse tranquila ante un escenario tan peligroso. En persistente estado de negación, suplicó—. Por favor, no me digas que escapó del hospital.
Una simple mirada de Baki bastó para disipar las dudas, pero, aun así, se tomó el trabajo de responderle— Deberías estar agradecido de que lo haya hecho, de otro modo, Temari podría haber salido gravemente herida.
—¿Estás diciendo que ellas dos vencieron a la invasora? —cuestionó Gaara, más su interlocutor negó con la cabeza.
—Eventualmente, la enemiga logró lanzar un poderoso ninjutsu sobre Suna, uno que ni Reiko, ni Temari, ni yo mismo hubiésemos podido detener. Fue tan masivo que la luz de su poder destructivo fue visible a la distancia, incluso desde el palacio de los vientos —describió el jōnin aquel peligro mortal que había asechado a la aldea de la Arena—. Afortunadamente, Yakumo protegió la aldea con las alas de Ido, y se las arregló para expulsar a la mujer hacia el desierto.
—¡¿Yakumo?! ¡Entonces ella…! —exclamó con preocupación el pelirrojo al sacar conclusiones apresuradamente, más fue interrumpido.
—No te precipites, ella sobrevivió —informó Baki para tranquilizarlo—. Deberá permanecer en el hospital hasta que las quemaduras en su espalda sanen, pero está fuera de peligro —tras decir estas palabras, posó su vista sobre el mayor de los Sabaku No y procedió a sosegar también sus dudas—. Reiko no necesitó volver al hospital y Temari también salió ilesa.
—¿Qué sucedió con la mujer? —inquirió Kankurō perspicazmente— Dudo que alguien tan poderosa haya muerto tan fácilmente.
—Temari, Reiko y Yukata fueron tras ella —explicó el shinobi sin ahondar en detalles para abordar directamente la conclusión de la batalla—. A pesar de eso, de no ser porque Megumi apareció, probablemente no hubiesen sido capaz de derrotarla.
—¿Megumi? —repitió Kankurō sin saber a quién se refería su maestro.
—Megumi Shinkimori, la hermana de Shinzo —esclareció Baki y, seguidamente, trajo a colación una problemática actual—. Todo esto provocó que el consejo se reuniera, y hay algunos miembros que consideran que tanto la intervención de Kirimaru en el palacio de los vientos como la de Megumi en el desierto son consecuencias fortuitas de la semana de los mil vientos. Esto provocó que se revalorizara la labor de Sumire, y hay quienes creen que debería volver al consejo.
—Tiene que ser una broma —rechistó Kankurō. La persistente figura de Sumire moviendo los hilos tras el consejo de Suna no era más que un dolor de cabeza para los hermanos Sabaku No.
Gaara suspiró pesadamente. Sus responsabilidades como Kazekage era algo que, normalmente, aceptaba gustoso, pero el consejo estaba drenando sus energías. Subestimándolo por su edad, extorsionándolo con cuestiones personales, exigiéndole un rendimiento superior al de cualquier Kage y manipulando los hechos a su favor para complacer caprichos sin fundamento. Evidentemente, el problema excedía a Sumire.
—Mañana abordaremos el tema —postergó Gaara considerando prudente el tomarse el tiempo necesario para pensar en una solución y, seguidamente, se excusó—, hoy prefiero visitar a Yakumo.
—Gaara, ¿estás seguro de que esta situación puede esperar? —cuestionó el marionetista, alegando con posterioridad— Cada minuto que pasa Sumire recluta votos en el consejo.
—Esta vez deberás confiar en mi juicio —mitigó el pelirrojo para luego recalcar—. Además, sé bien que tú también quieres visitar a alguien ahora mismo, ¿no es así?
—Sí, pero… —fue todo lo que el castaño pudo decir antes de que su hermano menor lo interrumpiera.
—Envíale mis saludos a Reiko —pidió el domador de arena, dando por zanjado el tema. Impidiendo que otra palabra fuese pronunciada, Gaara comenzó a alejarse de ellos para encaminarse hacia el hospital.
Ante semejante reacción, Baki no pudo evitar comentar— El aplazar algo como esto es impropio en él.
—Eso sólo demuestra cuánto le importa —señaló Kankurō haciendo referencia a Yakumo. A pesar de que había mantenido su característica ataraxia en todo momento, era evidente para el castaño que ella había estado en sus pensamientos desde que él supo que había sido herida.
Tras ingresar en el hospital, Gaara pidió conocer la ubicación de la Kurama. No tenía una idea clara sobre el estado de salud en el que la encontraría, puesto que Baki no había dado mayor detalle. Sin embargo, estaba seguro de que, al verla, esa opresión que su pecho padecía se esfumaría de inmediato.
La imperiosa necesidad de encontrarse con ella se hizo eco en su cuerpo. Así fue como sus apresurados pasos marcaron no sólo el ritmo de su propio andar, sino también el de la enfermera que lo guiaba.
Al situarse frente a la habitación correspondiente, la enfermera llamó a la puerta y se retiró antes de que la voz de la paciente autorizara el ingreso de su visitante. A solas, el Sabaku No procedió a ingresar al cuarto.
Involuntariamente, posó la vista en la especialista de genjutsu, quien yacía boca abajo en la cama. Si bien sintió otra presencia en la habitación, no se molestó en averiguar de quién se trataba, puesto que lo único que ansiaba era ver el rostro de su novia. Así fue como, sin siquiera detenerse a contemplar los alrededores, se acercó hasta Yakumo y, frente a ella, se hincó de rodillas para quedar a su altura.
—Yakumo —la nombró con voz trémula mientras la congoja se apoderaba de sus ojos aguamarinos.
La aludida parpadeó varias veces en señal de asombro, más pronto comprendió la desazón que Gaara debió sentir al enterarse.
—No es tan malo como parece —aminoró ella, sonriéndole sinceramente para calmar el turbado corazón del pelirrojo.
El Sabaku No acarició cariñosamente la cabeza de la Kurama, sintiéndose impotente al no poder siquiera imaginar qué clase de padecimiento había afrontado en su ausencia.
—Te excediste esta vez —acotó él, sin un ápice de reproche en la voz.
—Es cierto, pero qué bueno que lo hizo —opinó la chūnin presente—. De haber dudado, así sea por un instante, estaríamos todos muertos.
Sólo entonces los ojos del Kazekage se apartaron de la Kurama para posarse en los de su visitante—¿Matsuri? ¿Qué haces aquí? —inquirió visiblemente confundido.
—Vino a visitarme —señaló primeramente la dama de orbes castaños, y luego explicó—. Matsuri-san ha cuidado de mi durante todo este tiempo.
—¿En serio? —soltó con incredulidad el domador de arena.
—Ya que quedas en buenas manos, me retiro por hoy —anunció la dama de ojos negros, poniéndose de pie, pretendiendo brindarle privacidad a la pareja al retirarse—. Hasta mañana, Yakumo-san.
—Gracias por las manzanas, nos vemos mañana —se despidió la Kurama, agradecida por los amables gestos desinteresados que Matsuri había tenido hacia ella.
A pesar de que Yakumo le había dicho en varias ocasiones que no era necesario que se tomara la molestia de ir todos los días, la castaña de cabello corto había insistido hasta el extremo en el que cualquier disertación sobre el tema resultaba infructuosa.
En medio de tan inusitado panorama, Gaara no supo qué pensar al respecto. Tenía curiosidad por la familiaridad y cordialidad con la que ambas se habían tratado, pero su prioridad era constatar el estado de salud de su novia.
Por ese motivo, el líder de la aldea volvió sobre el tema una vez que Matsuri abandonó la habitación.
—¿Cómo te sientes? —preguntó él al ver de reojo las vendas que rodeaban su torso.
—Mi espalda y las alas de Ido sufrieron el mayor daño —comentó ella con cierta seriedad, más alivianó el ambiente al añadir—, pero ya no arde tanto y la hinchazón está bajando.
Las palabras de Shikamaru resonaron en la mente del Kazekage. Al haber tomado las cosas con calma, había recaído una y otra vez en errores imposibles de enmendar. Le resultaba ahora inevitable juzgarse a sí mismo como responsable, tanto por las heridas que la genin había sufrido como por el peso que indirectamente había depositado sobre sus hombros.
—Lamento que hayas tenido que lidiar con esto —se disculpó Gaara sentidamente y, seguidamente, se lamentó—. Debí haber estado aquí para protegerte a ti y a la aldea.
No obstante, la determinación en los ojos castaños de la dama y la amplitud de su sonrisa desorientaron al pelirrojo.
—Esta también es mi aldea —respondió ella suavemente y, con un deje de satisfacción, aclamó—, me alegra haber sido capaz de defenderla.
El vigor de las palabras que oía colmó de nuevos ánimos al domador de arena. Debería haber sido evidente puesto que no era novedad. Él era consciente de que contener un poder tan inmensurable como el de Ido en un cuerpo tan frágil como el de Yakumo, requiere de una fortaleza abrumadora. Su novia no era una persona de carácter endeble, él lo sabía bien, más la revalidación que experimentaba logró alentarlo.
Sin ser capaz de resistirse, terminó contagiándose de su sonrisa y, tras besar su cabeza, murmuró—Gracias por estar a mi lado, Yakumo.
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Oculta bajo la manta de su cama, Reiko había triunfado a la hora de resguardarse del frío del amanecer. Perdida en un mundo de sueños, aguardaba el momento en que el estridente sonido de su reloj le indicara que era hora de despertarse para ir a trabajar.
Se había reincorporado a sus funciones habituales el día anterior, cuando consideró que sus energías eran suficientes como para afrontar un día de oficina. Si bien Asuri seguía asistiéndola en las tareas más pesadas, Reiko se sentía incómoda a la hora de depositar en su subcomandante las labores que le pertenecían a ella.
Así fue como su recuperación se tornó en el eje central de su rutina. Debía asegurarse de dormir y comer adecuadamente para volver a estar en condiciones óptimas lo antes posible. De otro modo, podría terminar volviéndose una carga para la institución policial y sus subordinados.
He allí la razón de su molestia cuando un persistente sonido la obligó a despertar antes de tiempo. Sus oídos pronto distinguieron que el ruido provenía de su puerta, que retumbaba ante la presencia de un visitante. Aunque no se percibía impaciencia en el llamado, sí se trataba de un golpeteo constante.
Abandonando el calor de su cama, la rubia se puso de pie y se vistió con una bata ligera, misma que amarró por sobre su camisón. Seguidamente, y aún semidormida, se encaminó hacia la entrada de su casa con desgano.
Tras abrir la puerta, sus ojos se posaron en el rostro de su visitante. La sorpresa la indujo a nombrarlo— Kankurō —. Inmediatamente después, la líder de la policía civil dio un paso hacia atrás para permitirle entrar a su morada mientras le preguntaba— ¿Qué haces aquí tan temprano?
El Sabaku No ingresó a la casa y cerró la puerta detrás de sí. Posteriormente, fijó su mirada seria en los ojos dorados de su prometida y, sin responder su pregunta, acusó inexpresivamente— Te escapaste del hospital.
—¿Viniste a pelear por eso a esta hora? —inquirió la rubia de manera incrédula, pero también desafiante.
El hecho de que Kankurō no haya sido más apasionado en su reclamo asombró a Reiko, más no lo suficiente como para bajar la guardia. Ella supo entonces que debería preparar, tan ágilmente como su adormilada mente le permitiera, un contraargumento sobre la necesidad de actuar debido a la urgencia del momento.
Inesperadamente, nada de eso fue necesario.
En lugar de comenzar una disputa, el marionetista la abrazó entrañablemente. Si el repentino acercamiento no fue suficiente para despabilar a Reiko, el frío cuerpo de Kankurō contra el suyo seguro terminó de lograrlo.
Inclinando su mentón para acomodarse entre el cuello y el hombro de la dama de cabello rubio, el castaño respiró profundamente para llenarse de su aroma, y luego susurró ahogadamente— Siempre que me necesitas, estoy lejos de ti.
El lamento se hizo eco en ella. La necesidad de consolarlo le resultó imperiosa.
—Eso ya no es tu culpa —respondió ella suavemente, dejando de lado la belicosa actitud adoptada previamente para corresponder amorosamente al abrazo, mismo que consiguió calmarlo. Para Reiko, era más valioso el saber que contaba con su apoyo incondicional, que su presencia física a la hora de enfrentar una dificultad.
La tibieza del cuerpo de Reiko lo reconfortó, incitándolo a estrecharla aún más entre sus brazos. Habiendo encontrado paz en su corazón, Kankurō volvió a tocar el tema que lo condujo hasta allí en primer lugar.
—¿Está bien que estés aquí y no en el hospital? —cuestionó él, inquieto al desconocer el protocolo que ella seguía para su recuperación.
—Sí, consulté con mi médico —mencionó ella y, seguidamente, recalcó—. Además, no hay espacio en el hospital.
—Si necesitas un enfermero, sólo tienes que decirlo —se ofreció él lascivamente, y buscando ver sus mejillas sonrojadas, se propasó al prometer—. Me quedaré el tiempo que quieras, incluso entibiaré tu cama si lo deseas.
La oficial de policía suavizó su abrazo y se apartó un poco de él para verlo a los ojos. Con una sonrisa sugerente, redobló la apuesta al momento de aceptar— Me parece bien. Hace frío y, aunque mis frazadas no deben haber perdido su calor todavía, me vendría bien tu compañía.
La actitud intrépida de Reiko desconcertó a Kankurō. Como si los papeles se hubiesen intercambiado, el marionetista se encontró a sí mismo balbuceando con nerviosismo ante la sensual mirada de la dama que, expectante, aguardaba su respuesta.
—Ah, mejor no —logró decir él, tras romper torpemente todo contacto físico con ella.
—¿Por qué? —inquirió la rubia, extrañada ante la negativa. Sin perder esa aura de erotismo que la sugestiva mueca en sus labios comenzaba a incrementar, cuestionó con voz suave— ¿No quieres?
—No es eso —negó él, exaltado por la tensión sexual del ambiente. Inmediatamente después, se tomó un minuto para recuperar la compostura. Ante los ojos de Kankurō, era cruel que Reiko lo provocara de esa manera sólo para rechazarlo en el momento en que él procurara responder ante el estímulo. Fue por eso que, con un deje de molestia, siseó—. No puedes pretender que me meta en tu cama y no intente algo.
—Lo sé —soltó ella ante el reclamo, conservando en todo momento la calma.
—¿Eh? —masculló él, confundido ante la confesión, misma que lo forzó a repetir— ¿Lo sabes?
La comandante de la policía civil asintió lentamente con la cabeza.
A pesar de que el asunto había tomado lugar en sus pensamientos tan sólo unos días atrás, la respuesta le llegó tras poco tiempo de cavilar el asunto en profundidad. Al comprender que Kankurō necesitaba conocer la razón por la cual ella había dejado de lado sus inseguridades, Reiko le abrió su corazón.
—No quiero hacer las cosas por la mitad —declaró ella con sinceridad, ahondando aún más en sus sentimientos al especificar—, no quiero amarte a medias.
Embelesado por la confesión de la dama de ojos dorados, el titiritero sucumbió ante el afán de volver a sentirla. Así fue como se aproximó hasta ella lentamente. Una vez frente a ella, se inclinó con suavidad mientras que con una caricia guiaba su mentón hacia arriba para lograr un ángulo más conveniente.
En el instante previo al encuentro de sus labios, Kankurō profirió plácidamente y con voz ronca— Esto es… tan propio de ti —. Seguidamente, cerró los ojos y la besó con dulzura. Entretanto, sumergió sus dedos en aquella larga melena dorada de sedosos bucles que tanto había ansiado volver a ver.
Al corresponder el beso, Reiko llevó sus manos hacia la espalda del marionetista, ambicionando eliminar toda distancia entre ellos al ceñir su abrazo. Paulatinamente, la temperatura del cuerpo de Kankurō se mimetizó con la de Reiko.
Al sentirse tan a gusto, el Sabaku No entreabrió los ojos para comprobar la veracidad del espléndido momento. La dicha recorrió su ser al corroborar que no se trataba de un sueño como tantos otros, ni estaba imaginándola en el cuerpo de otra mujer. Esta vez, la realidad superaba la ficción.
Con delicadeza, el castaño deslizó sus dedos por el rubio cabello hasta las puntas de este, y luego posó las manos en sus mejillas para apartar sus labios de los de la dama. A pesar de haber interrumpido el beso, la mirada amorosa que Kankurō le dirigió le hizo saber a Reiko que no había acontecido nada malo; él simplemente necesitaba un momento para contemplar su rostro.
Lejos de romperse, el hechizo se fortaleció.
El encuentro de sus miradas produjo que sus corazones se aceleraran, atraídos por la química que desbordaba de esa conversación tácita que sus cuerpos mantenían mediante acciones.
El silencio que se generó entre ellos permitió que se escuchara con claridad el gélido viento soplar afuera de la morada. Era un día nublado que empezaba a despertar sin un rayo de sol.
La arena llegaba hasta la ventana, alborotada por el fuerte viento del exterior, y tintineaba contra el cristal antes de marcharse. Ese ritmo frenético fue el elegido para guiar el siguiente beso, mismo que pecó de pasional.
En medio del arrebatado vaivén de sus labios, Reiko sintió la lengua de Kankurō ingresando en su boca para buscar la suya. El furor del encuentro que se originó a partir de esa unión desató movimientos más osados: mientras ella deliberadamente reposó su busto sobre el masculino pecho, él llevó ambas manos hacia la parte baja de las nalgas de la dama de ojos dorados, y desde allí la alzó. Un suspiro se escapó de los femeninos labios ante el impulso, que terminó apartando sus labios de los de él. Instintivamente, la oficial enredó sus piernas en el cuerpo del ninja para ganar estabilidad.
Una vez que el agarre adquirió firmeza, ella se dispuso a mordisquear suavemente el labio inferior del marionetista. Él, por su parte, comenzó a caminar torpemente hacia la alcoba, puesto que su atención estaba centrada en la dama, quien lo tentaba al rozar sus labios con los propios, y lo atormentaba al apartarse de él cuando parecía que iba a avanzar.
Al situarse frente a la cama, Kankurō afirmó una rodilla sobre el colchón y se inclinó hacia adelante, apartó su mano izquierda del trasero de Reiko para llevarla a su nuca y, tan delicadamente como le fue posible, gradualmente fue colocando su cuerpo en el lecho.
No obstante, él no cedió ni un centímetro una vez que la figura de la dama encontró apoyo. La provocación sufrida instantes atrás había dejado como resultado un creciente apetito, mismo que Kankurō no planeaba reprimir en absoluto.
Con sus rodillas y codos a los laterales del cuerpo de Reiko, el Sabaku No se había asegurado de eliminar las vías de escapes para que la tortura recibida no se repitiera. Sin embargo, nunca imaginó que sería ella quien, impetuosamente, rodeara su nuca con sus brazos para atraerlo hacia sí misma. En lugar de sentirse acorralada, la rubia buscaba perpetuar todo contacto posible. Evidentemente, la lujuria era compartida.
El deseo erótico del otro acrecentaba el propio, generándose un círculo vicioso donde sólo podía haber un resultado posible. Ante esta revelación, un ronco gemido de complacencia se deslizó por los labios del marionetista, previo a hundirse en el cuello de su prometida para iniciar allí un breve sendero de besos húmedos.
Sonrosada por la presión allí ejercida, la piel de Reiko comenzó a liberar su aroma natural, induciendo en Kankurō la necesidad de propagar sus caricias hacia otras zonas. Con ese objetivo en mente, se retiró de encima de ella al tumbarse a su lado. A continuación, desnudó el hombro de la dama al tironear suavemente de la manga de la bata que ella vestía. Finalmente, clavó su libidinosa mirada en los ojos dorados por un instante y procedió a lamerle sensualmente el hombro.
La imagen y la sensación posterior melló en Reiko más de lo que hubiese estado dispuesta a admitir. La efusión se aglomeró en su vientre y la llevó a reincorporarse para deshacerse por completo de dicha prenda de ropa. Sentada en la cama y ya sin su bata, se percató de que él comenzaba a desvestirse también.
El naciente pudor de la comandante de la policía se reforzó ante la naturalidad con la que el shinobi exponía su cuerpo, y se exteriorizó al ruborizarle el rostro. Inevitablemente, dudó por un momento sobre si estaba lista para imitarlo. El quitarse su camisón, siendo esta, además de sus bragas, la única prenda de ropa que protegía su desnudez, no era algo que ella pudiese hacer con la misma liviandad que él.
Kankurō no se percató del rostro sonrojado de Reiko hasta que se encontró a punto de despojarse de sus boxers. La pausa impuesta por la oficial y la vacilación en sus ojos le informó al shinobi sobre la inseguridad que ella estaba experimentando. Él había asumido que algo así podría pasar, así que, si algo lo sorprendía, era el hecho de haber logrado llegar tan lejos.
—No hay nada de ti que no quiera ver —le aseguró él, tomando la mano de Reiko para depositar un suave beso en la parte interna de su muñeca—, pero entenderé si esto es todo por hoy.
Reiko abrió los ojos ampliamente ante el gesto, mismo que se intensificó debido a la cariñosa sonrisa que acompañó sus palabras.
—Kankurō… —fue todo lo que ella pudo musitar al verlo tomar de nuevo su ropa, y ponerse de pie con intenciones de vestirse.
—Además, no tengo un condón —justificó el jōnin, buscando eximirla de sentimientos culposos.
Aún sentada en el lecho y enternecida por la actitud del Sabaku No, la rubia sonrió en agradecimiento y, justo cuando él estaba por comenzar a ponerse su pantalón, ella se desprendió grácilmente de su camisón.
Sin intenciones de cubrir ninguna parte de su cuerpo y enfrentándolo con una lasciva y brillosa mirada, la rubia extendió su mano a modo de invitación y exclamó— No te preocupes, yo tengo condones.
Aturdido por lo que sucedía y exaltado por el estímulo visual, Kankurō perdió el habla. Sólo atinó a soltar los pantalones que sostenía, mismos que se desplomaron en el suelo, y volvió a la cama para aceptar la mano que le era ofrecida.
Al sentarse a su lado, la proximidad de sus cuerpos disipó la sorpresa y dio paso a la excitación. Entrelazando sus dedos en la mano que había estrechado, el titiritero besó sentidamente los labios de su prometida, saboreándolos minuciosamente. Su forma uniforme y carnosa, su tersa textura, su sabor a menta diluida y su templada temperatura, todo en ellos parecía haber sido creado para su deleite.
Reiko llevó su mano libre sobre el pecho de Kankurō, a la altura del corazón, y desde allí comenzó a rozar su piel con la yema de sus dedos de manera descendente, explorando cada pliegue de cada músculo a su paso.
El jōnin, en cambio, optó por situar su mano disponible en la rodilla de la oficial y, con cuidado, fue acariciándola ascendentemente hasta llegar a su entrepierna. El pequeño sobresalto involuntario que el cuerpo de la rubia manifestó le dio a entender al marionetista que el contacto debería ser flemático para resultar satisfactorio. Así fue que, sutilmente y sin apartar las bragas, comenzó a dibujar un pequeño círculo sobre el clítoris con la yema de su dedo índice.
Cuando consideró que la dama estaba a gusto, ejerció un poco más de presión de manera intermitente y pausada. Guiado por la vehemencia con la que la lengua de ella recorría su boca, el shinobi fue analizando sus reacciones ante diferentes ritmos e intensidades. En el momento en que ella decidió palpar su erección contenida en los boxers, él supo que había hallado el camino hacia su orgasmo.
Incrédula de las sensaciones que se habían desatado por su cuerpo, Reiko se vió forzada a apartar sus labios para recuperar a bocanadas el aliento que le había sido robado. Pasmada, lo miró a los ojos en busca de una explicación lógica que dotara de sentido a lo que experimentaba. No entendía cómo era posible que él lograra generarle algo tan intenso y diferente a lo que ella misma se había propiciado en alguna que otra ocasión.
Sin embargo, lejos de encontrar una explicación satisfactoria, lo único que logró fue que Kankurō apartara la mirada y bajara hasta su entrepierna para retirarle las bragas. Ambicionando complacerla, el Sabaku No se situó entre sus piernas, y la guió para que reposara la parte posterior de las rodillas sobre sus hombros y los gemelos sobre su espalda. La vista directa que él ahora ostentaba sobre su vulva la avergonzaba, más no tuvo tiempo de quejarse.
Al percibir cierta tensión en el cuerpo de Reiko, Kankurō comprendió que sería menester distenderla tanto como le fuese posible antes de intentar algo más intrépido. Mediante lentos y suaves besos que depositó en la parte interna de sus muslos, el marionetista se fue acercando gradualmente a su intimidad.
El cosquilleo resultante del cabello castaño rozando su piel, la firmeza del agarre de las masculinas manos por sobre la parte externa de sus muslos, y la respiración de Kankurō sobre cada beso logró distraerla de sus propios reparos.
Cuando el instante pareció propicio, el marionetista recorrió con la lengua los labios menores de la vulva. El impertinente gemido que se escapó de la garganta de la rubia fue ignorado por el castaño, ya que no se halló acompañado de objeción alguna. Para la oficial, la sensación era tan inédita como extraña, e, irrefutablemente, adictiva. No obstante, su juicio sólo se vió verdaderamente nublado cuando la voraz lengua se apartó de sus labios vaginales para ingresar prepotentemente en su vagina.
A pesar de procurar mantener la cordura, la fricción de la nariz de Kankurō contra su clítoris y su húmeda lengua explorando su virginidad conmocionaba sus sentidos de una manera nunca antes pensada. La enloquecía al punto de ni siquiera intentar contener sus gemidos, mismos que retumbaban en la habitación.
La sincera respuesta de Reiko ante el cunnilingus que él realizaba lo incentivó a proceder de modo más detallista. Así fue que resolvió ubicar su pulgar sobre el clítoris de la dama y, posteriormente, ejerció una leve presión hacia arriba.
El cambio fue notorio.
La rubia afianzó sus manos en las sábanas y arqueó su espalda mientras lo nombraba entre intensos suspiros. Sin embargo, el castaño sabía bien que, si ella seguía gimiendo de esa manera, él no sería capaz de controlar sus ansias de penetrarla por mucho más tiempo.
Pocos segundos después, el palpitar de su pene le indicó que esperar un instante más sería tortuoso. El Sabaku No se decidió entonces por apartar su rostro de ella lo suficiente como para preguntarle— ¿Dónde guardas los condones?
—En el cajón —respondió ella agitada, indicando el mueble al que se refería con el dedo índice mientras intentaba inútilmente recuperar el aliento.
Kankurō se puso de pie y se dirigió al lugar señalado. Una vez que encontró la protección necesaria para hacer realidad su más húmedo sueño, se despojó de sus boxers, exhibiendo su rígido pene, y se colocó el preservativo de látex.
Reiko lo siguió con la mirada desde ese entonces. Era la primera vez que veía el cuerpo desnudo de su prometido y, aunque era un momento excitante, también sintió cierto temor ante la posibilidad de padecer dolor cuando sus cuerpos se unieran.
Al volver a situarse sobre ella, el marionetista depositó un sutil y breve beso en la punta de su nariz. Ese delicado roce fue todo lo que la rubia necesitó para entender que no tenía nada que temer.
Sosteniendo el peso de su torso sobre el antebrazo izquierdo, el shinobi guió su erección hacia la femenina cavidad con la mano derecha. Una vez frente a ella, frotó tenuemente su glande contra su vagina y, paulatinamente, ejerció presión hasta que logró introducirlo. Se percibió en ella cierta incomodidad momentánea, que cesó al acostumbrarse a la presencia del viril miembro en su estrecho interior.
La lubricación resultante de las atenciones anteriores había amortiguado toda molestia mayor a la indispensable. Debido a eso, Reiko pudo gozar con libertad de los movimientos pélvicos que Kankurō comenzaba a realizar.
El Sabaku No hundió su rostro en el cuello de la oficial, extasiado por la fricción de las paredes vaginales alrededor de su pene. El masaje era tan placentero que, sin percatarse de ello, comenzó a incrementar la intensidad de las estocadas.
Sus entremezclados alientos empañaron los cristales de la habitación, y el perpetuo jadeo se vió alterado por matices que oscilaban según la posición en la que la penetración se suscitaba. Ya no quedaba en ellos vestigio alguno de la fría mañana de invierno.
En un momento dado, Kankurō se sorprendió al hallarse a sí mismo perdiendo el control.
Inmerso en un inconmensurable sensualismo y cegado ante el deseo de prolongar dicho placer, su mano derecha tomó con firmeza el seno izquierdo de la rubia y sus labios mordisquearon el lóbulo de su oreja derecha. No era la primera vez que mantenía relaciones sexuales con una mujer hermosa, pero si era la primera vez que tenía sexo con una persona a la que amaba.
Esa diferencia, entre tener sexo y hacer el amor, lo maravilló.
El estremecimiento que su pene palpó le indicó que ella alcanzaría el clímax en breve, más nada pudo hacer al respecto. Incluso de haber estado en una situación distinta a la de ella, su cuerpo ahora se movía por instinto, ignorando su raciocinio.
La convulsión de su miembro lo intimidó. Debido a su experiencia, él se había convencido de que Reiko sería quien alcanzaría el orgasmo primero. Más ahora no podía dejar de imaginar lo humillante que sería eyacular antes que ella se encontrara satisfecha.
Su ego herido lo llevó a intentar desacelerar el ritmo de su cadera en un intento desesperado por ganar tiempo. No le molestaba la deshonra de perder frente a ella, sino el abatimiento de haber tomado todo de ella sin haberle ofrecido un goce similar, a pesar de haberlo intentado por todos los medios posibles.
Eso sería, sin lugar a dudas, la más funesta de las derrotas.
—Lo siento, Reiko… —se disculpó jadeante al sentir que ya no podría contenerse. Al enfocar la vista sobre su amante, se percató de sus dorados ojos brillosos, su piel sonrojada y su labio inferior, que era mordido para contener aquel grito que el orgasmo le generó.
Fue entonces que Kankurō lo sintió.
Un cálido y ligero líquido se deslizó por sobre el condón, aliviando la pena de su alma. Con su confianza renovada, sus músculos se tensaron al momento de propiciar los distintivos impulsos finales con los que profundizó la penetración sin miramiento hasta que, de pronto, dejó de hacerlo. Inmóvil y aún dentro de ella, colmó el preservativo con su blanca secreción, prueba inefable de su ardiente pasión.
Exhausto, el marionetista salió lentamente de la oficial y terminó colapsando a su lado. Como si corriese el riesgo de que Reiko fuese a marcharse a algún lado, se abrazó a ella y comenzó a acariciar su cabello.
La rubia, por su parte, se dejó mimar mientras asimilaba el placer que había experimentado y el cariño que ahora recibía. Inconscientemente, resolvió que nada de eso hubiese sido posible de no ser porque se trataba de él. No sólo ella no se hubiese dejado amar así por nadie más, sino que nadie más hubiese sido capaz de amarla de esa manera.
Tras unos minutos que ambos tomaron para recuperar el aliento, ella inquirió con curiosidad— ¿Por qué te disculpaste antes?
—¿Eh? —profirió confundido, pero de inmediato recordó el momento en que peligró su orgullo— Ah, eso… —soltó con nerviosismo. Afortunadamente, un quejido por parte de la rubia desvió el tema, más lo incitó a preguntar— ¿Qué sucede?
—Me duele aquí —explicó ella, llevando sus manos a la zona baja de su abdomen. El espasmo en su suelo pélvico había contracturado el área y, ahora que la ola de placer había pasado, el malestar se hacía notorio en su cuerpo.
Esa molestia era la prueba de que su orgasmo había sido intenso.
Kankurō sonrió cariñosamente y masajeó la zona señalada antes de revelar— Es un calambre. No te preocupes, es normal.
—Con que de esto hablabas —dedujo erróneamente la dama y, sin darle tiempo a replicar, respondió con dulzura—. Bien, te perdono.
Kankurō rió sutilmente sin ánimos de corregirla y la estrechó entre sus brazos, agradecido con el destino por haberle permitido compartir su vida con la mujer que siempre había amado.
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El día anterior, Shikamaru había recibido la aprobación de Mangetsugakure para la investigación que pretendía realizar en la biblioteca situada en el poblado de Nemuro. En la carta, el Alfa estipulaba indicaciones muy detalladas sobre cómo proceder dentro del territorio del país de los Lobos. Gracias a la ayuda del Akimichi y el Shinkimori, el Nara no tendría problemas para cumplir las condiciones impuestas, por lo que convocó a su equipo para emprender la misión al día siguiente.
Kiba se sintió aliviado cuando recibió la noticia de que deberían partir en veinticuatro horas. Más allá del dinero de la misión, mismo que necesitaba, lo incentivaba el aliciente de pasar unos días fuera de la aldea.
Últimamente, las discusiones de pareja parecían no tener fin en su hogar. Los motivos y argumentos se repetían sin lograr nunca llegar a un acuerdo que los dejara satisfechos a ambos. Esa misma mañana, cuando estaba terminando de alistarse para su misión, la escena repetida volvió a tomar protagonismo.
—¿Qué se supone que es esto? —indagó la Yamanaka tras irrumpir en la habitación, sosteniendo un paquete de jabón neutro.
El shinobi retiró la vista de la mochila en la que estaba guardando los últimos elementos para su misión, y la fijó en el objeto que su novia le mostraba.
—Ah, estaban en oferta, traje dos por el precio de uno —informó el Inuzuka con alegría al reconocer el producto, sintiéndose francamente orgulloso por la compra realizada.
La mano libre de Ino en su cadera y el movimiento rítmico de su pie, que daba pequeños golpes en el suelo, denotaban su impaciencia e irritación. No obstante, Kiba fue incapaz de percatarse de ello hasta que, a lo anterior, se le sumó su entrecejo fruncido.
—¡No voy a lavarme con esa cosa, de seguro me resecará la piel! —espetó Ino con inconfundible molestia.
Su malhumor era previsible. Ella había sido muy clara sobre los productos cosméticos y de higiene que consumía, y siempre detallaba la marca y las características del envase a la hora de escribir la lista de compras. Lista que, dicho sea de paso, su novio venía manipulando a su antojo hacía ya varias semanas.
—No exageres, Ino —mitigó él, considerando que la florista estaba haciendo un gran alboroto por algo insignificante—. Es un jabón como cualquier otro, y sirve para lo mismo.
La dama de ojos celestes suspiró pesadamente. Ella también estaba harta de los altercados diarios que no conducían a ningún lado. No tenía ya intensiones de abordar el tema puntual por el que había manifestado primeramente su enfado, puesto que lo que en verdad la fastidiaba era el problema de fondo.
—Realmente no te entiendo —soltó la rubia con más calma y luego cuestionó directamente— ¿Por qué insistes en tomar tantas misiones si ni siquiera planeas usar el dinero que obtienes de ellas?
El castaño se tomó un momento antes de responder. Decirle la verdad en ese momento y bajo esas condiciones lo arruinaría todo. Él había formulado un plan y actuado acorde, odiaría que todo su trabajo duro se tornara insignificante por algo tan frívolo como lo era una discusión por el jabón.
Así fue que cerró su mochila y la colgó en su espalda. Luego caminó hacia el marco de la puerta, donde se detuvo para colocar su mano en la cabellera de la rubia. Tomándola desde la nuca, la indujo a acercarse hacia él con el propósito de plantar un beso en su cabeza.
—No te enojes —pidió de manera conciliadora junto a una sonrisa amorosa—, no nos viene mal ahorrar un poco —opinó quedada y ambiguamente al darle la espalda para dirigirse a la entrada del apartamento. Allí, Akamaru aguardaba por él.
Aunque había aceptado el beso de manera afable, las palabras que le advinieron generaron desconfianza en la dama.
—¿Qué clase de manía tienes con el dinero? —presionó ella al exasperarse nuevamente, interpretando la caricia recibida como un acto manipulador, cuyo propósito había sido el de distraerla y sosegarla. Seguidamente, le reprochó a modo de ejemplo—. Ayer llegaste con comida que vencía hoy.
—¿Cuál es el problema? —preguntó retóricamente Kiba al sentarse en la entrada para ponerse su calzado. De espaldas a ella, aminoró despreocupadamente— La utilizamos en la cena de ayer, ¿o no?
—¡Ese no es el punto! —siseó Ino encolerizada por la desfachatez de su explicación. Posteriormente, señaló al can con su dedo índice al momento de quejarse—. Ya ni siquiera le compras bocadillos a Akamaru.
El blanco perro gimoteó en apoyo al argumento de la ninja médico.
—Su dieta se basa en croquetas, si come demasiados bocadillos engordará —expuso el shinobi de marcas en las mejillas, obteniendo por respuesta un nuevo sollozo de parte de su fiel amigo.
—Ambos ganamos suficiente dinero como para poder comprar ese tipo de cosas —estableció Ino al cruzarse de brazos.
—Son gastos innecesarios —opinó Kiba simplonamente, mientras concentraba su atención en la lucha contra el cierre atascado de una de sus sandalias ninja.
—¿Y nosotros? ¿También somos un gasto innecesario? —inquirió la Yamanaka, obligando al Inuzuka a permanecer inmóvil un instante para asimilar la comparación. Sin darle tiempo a responder, la florista rechistó y le confesó—. No recuerdo cuando fue la última vez que tuvimos una cita.
El Inuzuka no necesitaba meditar el reclamo para percatarse de su veracidad. El descuido era evidente, y se había quedado sin palabras que lo justificaran.
—Debo irme ahora, pero, cuando regrese, tendremos una cita —prometió él al terminar de calzarse. Posteriormente, se puso de pie, abrió la puerta y exclamó—. Vamos, Akamaru.
Sin otra palabra de por medio, emprendió el camino rumbo a la entrada de la aldea.
—De seguro querrá ir a un lugar de comida rápida para economizar —bufó ella con un deje de insatisfacción cuando se encontró a solas.
Kiba decidió no pensar más en ese asunto para concentrarse en la misión, más la preocupación ya se había arraigado en su subconsciente.
A pesar de llegar al punto de encuentro a tiempo, se encontró con Shikamaru y Takumi, quienes aguardaban por los miembros restantes del equipo. El Nara sonrió al ver a Kiba y Akamaru y, subsiguientemente, apartó su mirada de ellos para posarla en la silueta de Neji, quien también se aproximaba a ellos.
—Gracias por la puntualidad —exclamó el domador de sombras cuando su equipo se reunió frente a él. A continuación, anunció—. Nos dirigiremos al puerto del este, donde tomaremos un barco hasta la isla.
Tras asentir afirmativamente con la cabeza, el escuadrón se puso en marcha junto al can. La serenidad que caracterizó el camino, desprovisto de otros transeúntes, les permitió a los ninjas desplazarse a gran velocidad con libertad.
El buen tiempo que lograron como consecuencia de esto les permitió tomarse un pequeño descanso a mitad de camino. Al emerger del follaje sobre el final del bosque, Shikamaru exclamó—. Descansemos unos minutos.
Los shinobis se sentaron para descansar sus pies, y procedieron a hidratarse apropiadamente.
—No sabía que había barcos que viajaban hacia Nemuro —comentó despistadamente el Inuzuka. A pesar de ser el nexo entre Konohagakure y Mangetsugakure, el shinobi no tenía conocimiento alguno sobre el país de los Lobos.
—No los hay. Nemuro no tiene salida al mar —aclaró el Shinkimori, indicando que el recorrido no podría completarse en barco.
—Sōkai es la única ciudad costera del país de los Lobos, allí nos recibirá el Alfa una vez que desembarquemos —reveló el Nara, dando a conocer que tendrían compañía durante el último tramo del trayecto.
La desconfianza de la nación hacia los forasteros era de público conocimiento, así que Shikamaru nunca esperó que se les permitiera deambular por la isla a solas. La única excepción a esta regla era Sōkai, que funcionaba como puente entre el país de los Lobos y el mundo exterior.
—¿Qué tan lejos estamos del puerto? —inquirió el Shinkimori, poniéndose de pie.
—Está a un kilómetro de aquí —indicó el Hyūga tras hacer uso de su Byakugan.
—Continuemos, nuestro barco ya debe haber anclado —ordenó el domador de sombras al corroborar la hora en su reloj de bolsillo. Su equipo acató la orden, y en pocos minutos arribaron al concurrido puerto.
Tal y como el líder del escuadrón había supuesto, su embarcación ya se encontraba en el lugar. Al tratarse Sōkai de una ciudad turística y comercial, el Nara había hecho arreglos para que la vela de su transporte llevara la insignia de Konoha. De esa manera, se le permitiría anclar en una plataforma especial, esquivando así el tránsito portuario de la urbe.
El capitán los recibió personalmente y, amablemente, los invitó a abordar el barco. Les presentó al sobrecargo y se retiró para iniciar los preparativos para zarpar. Al izar el ancla, se sintió un leve vaivén y, al desplegar las velas, el movimiento adquirió dirección y velocidad.
—Tienen suerte, el viento está de su lado —anunció el sobrecargo, juzgando a los shinobis de afortunados por las condiciones climáticas favorables que acompañarían su viaje.
Al oír tales palabras, Takumi le dirigió una mirada cómplice a Shikamaru y sonrió de lado. Aunque el Shinkimori no dijo nada, el estratega de la Hoja casi pudo oír la voz de su amigo aconsejándole que no lo olvidara. El moreno sintió cierto optimismo ante el recordatorio de que ella siempre estaría apoyándolo, por lo cual le devolvió la sonrisa.
El viaje transcurrió amenamente y sin contratiempos, más la distancia era grande y llegar a la isla les tomó todo un día de navegación.
Cerca del alba, y aunque no habían padecido turbulencia alguna, Kiba sufrió un malestar que lo obligó a despertarse. El castaño ya no podía contener sus deseos de pisar tierra firme lo antes posible, y sintió celos de Akamaru, quien no parecía tener problemas para dormir.
Las sutiles náuseas que lo habían acompañado durante todo el viaje comenzaban a mellar en su ánimo. Sin embargo, y para su beneplácito, al salir a la cubierta para tomar aire, un miembro de la tripulación le anunció que, desde la proa, ya se podía vislumbrar Sōkai.
Una hora después, lograron desembarcar en el muelle apartado para ellos. A diferencia de los demás muelles, donde marineros y comerciantes iban y venían, o turistas eran recibidos por los lugareños, el malecón reservado estaba desprovisto de personas. Sólo un hombre se hallaba en el lugar en compañía de dos lobos.
La identidad de ese hombre no era un misterio. Lo que llamó la atención de los shinobis fue el hecho de que una persona tan importante no estuviese acompañada de, al menos, un guardaespaldas que garantizara su seguridad.
Tras bajar del barco y encontrarse frente a frente con el Alfa, la excentricidad pareció carecer de fundamentos.
El dirigente de Mangetsugakure era un hombre joven, alto y fornido, de espalda amplia y cabello rubio enmarañado. De su piel pálida resaltaba una larga cicatriz sobre su mejilla, situada bajo su ojo derecho. Sus cejas tupidas parecían empequeñecer sus ojos celestes. Su mandíbula cuadrada de marcado mentón y su ancha nariz le daban un aspecto varonil y rudo. Se trataba de un hombre de aspecto intimidante, que fácilmente podría repeler cualquier tipo de agresión. Como si lo anterior no fuese suficiente protección, el Alfa estaba acompañado por dos lobos de colosal tamaño.
Con una mirada severa y una expresión rígida en el rostro, el gobernante de Mangetsugakure inspeccionó a los recién llegados mientras se acercaban a él. El amenazador semblante del sujeto obligó a los ninjas foráneos a adoptar una actitud precavida.
—Bienvenidos al país de los Lobos —habló con voz grave el anfitrión, mientras una amplia sonrisa se apoderaba de sus delgados labios.
El semblante festivo del fortachón desconcertó a los shinobis, pero también logró distender el tenso ambiente.
—Gracias, yo soy Shikamaru Nara —se presentó a sí mismo el jōnin. Seguidamente, extendió su mano abierta con la cual señaló a cada uno de sus compañeros—, él es Neji Hyūga, Kiba Inuzuka y Takumi Shinkimori.
—Ah, sí —manifestó al fijar su mirada en Kiba y, tras examinarlo con detenimiento, profirió—. Hace tiempo no veo esos colmillos rojos—. Alegremente, se volteó hacia el perro blanco y agregó—, y este debe ser tu compañero.
—Sí, su nombre es Akamaru —informó el Inuzuka, a lo que su perro soltó un amigable ladrido.
—Es un poco pequeño —opinó el más joven de los lobos que acompañaban al Alfa.
—No seas grosero, Kitakaze —regañó el lobo anciano autoritaria y malhumoradamente. Posteriormente, lo educó—. Akamaru es un perro, no un lobo.
—Además, tú también fuiste pequeño alguna vez —señaló el rubio, dándole unas palmadas a su fiel can para que no se tomara tan en serio la reprimenda de su padre. Posteriormente, se presentó— Mi nombre es Uriuda Garō, y estos son Kitakaze y Nanpū.
Los lobos y el perro procedieron a olfatearse entre sí, mientras que Uriuda le extendió su mano a Kiba para estrecharla en un apretón. Una vez consumado el gesto, la sonrisa del Garō se suavizó y su expresión facial adquirió seriedad.
—Nuestra nación no suele cooperar con extranjeros —manifestó directamente para luego develar el motivo del cambio—, pero tiempos difíciles requieren de medidas desesperadas.
—¿Ustedes también han sufrido algún tipo de atentado? —inquirió Takumi con asombro. La posibilidad de que el enemigo pudiese atacar un territorio tan desierto y hermético, como lo era la isla sobre la que se situaba el país de los Lobos, resultaba perturbadora.
El Alfa posó sus ojos celestes sobre los rosados de su interlocutor y asintió con la cabeza. Inmediatamente después, comenzó a alejarse del desembarcadero para adentrarse en la periferia de la ciudad, donde la concurrencia era menor.
Los shinobis lo siguieron de cerca. Las intenciones del hombre estaban a la vista. Resultaba lógico su afán de privacidad a la hora de ahondar en un tema tan delicado. Por dicho motivo, se abstuvo de pronunciar palabra alguna hasta que se encontraron inmersos en el bosque de pinos, colindante a Sōkai.
En determinado momento, sólo el crujir de sus pasos sobre la helada hierva y el movimiento de animales salvajes fue audible. Fue en ese entonces que el sujeto de ojos celestes retomó el asunto para brindarles una respuesta más completa.
—La razón por la cual aceptamos esta alianza es debido al ataque que Nemuro sufrió hace unas semanas a manos de una extraña mujer —informó el Garō, sin poder evitar fruncir el entrecejo ante el rencor que el recuerdo evocaba en él.
La sospecha se instaló en las mentes de Shikamaru y Takumi, más ambos dejaron que la conversación prosiguiera en aras de que sus dudas se resolvieran en el transcurso de la misma.
—¿Qué tenía de extraña esa mujer? —inquirió Neji, buscando detalles que pudieran ayudarle a comprender la situación local.
—Parecía una kunoichi normal con un extraordinario poder de recuperación mediante técnicas de vapor, pero la asesinamos más de mil veces y, aún así, logró escapar —especificó el Alfa, apretando el puño con fuerza para contener la ira que sentía por las pérdidas que esa batalla había suscitado entre sus subordinados.
—¿Acaso esa mujer cubría su cabeza con el cráneo de un pájaro de gran tamaño? —inquirió Shikamaru, creyendo que era demasiada coincidencia como para tratarse de una casualidad.
—No me digas que ella… —pretendió indagar Uriuda, visiblemente azorado, más se abstuvo de completar la pregunta al ver al Nara asentir con la cabeza.
—Una mujer con las mismas habilidades atacó Sunagakure hace unos días —informó el domador de sombras, revalidando su misión ante su anfitrión.
Al comprender la magnitud del problema, Uriuda resolvió que era menester ponerse en marcha de manera más diligente.
—No hay tiempo que perder —dictaminó el líder de Mangetsugakure. Seguidamente, mordió su pulgar y colocó la palma de su mano en el suelo, desatando una serie de sellos— ¡Kuchiyose no jutsu!
De la nube de humo blanco resultante, emergieron tres lobos, cuyas alturas oscilaban entre el metro ochenta y los dos metros.
De inmediato, Kiba comprendió que se trataba de su medio de transporte. Respondiendo a la iniciativa, se montó en Akamaru e incitó a sus compañeros a hacer lo mismo al sugerirles—. Afiáncense del lomo para lograr mejor estabilidad o caerán cuando los lobos tomen velocidad.
El más revoltoso de los lobos se acercó a Takumi para ofrecerle sus servicios, mientras que la única hembra escogió a Shikamaru.
—Genial, me tocó el indeciso —resopló sarcástica y quejumbrosamente el más antipático de los lobos invocados, rodando sus ojos antes de advertirle a Neji—. Asegúrate de agarrarte con fuerza, porque no volveré por ti si te caes.
El Hyūga arqueó una ceja ante la actitud del lobo. Más allá de su desinterés, le llamaba la atención el epíteto elegido para referirse a él.
—Oh, este chico es muy liviano —opinó su hermano una vez que el ninja de Iwa se sentó en su lomo. Inquietamente, comenzó a caminar de aquí allá para acostumbrarse al peso sobre su espalda.
—Tomémoslo con calma, ¿sí? —pidió el Shinkimori con una sonrisa nerviosa. El lobo no le generaba confianza, pero quejarse sería descortés.
—Claro, claro, déjamelo a mi —aseguró su compañero provisional, más luego miró a Kitakaze y, competitivamente, lo retó—. Te apuesto a que llegaré antes que tú. Te sacaré tanta ventaja que Uriuda me pedirá que te reemplace.
—¡Ja! Ni lo sueñes —respondió su hermano aceptando el desafío; tras lo cual garantizó arrogantemente—. No verás ni el polvo que levantarán mis patas.
—Estoy demasiado viejo para esto —bufó Nanpū ante la discusión que sus cachorros protagonizaban.
—¿Quieren comportarse? Tenemos visitas —los regañó la loba en lugar de su padre. Seguidamente, curioseó— ¿A dónde nos dirigimos, Uriuda?
—Nemuro —respondió el aludido escuetamente.
—Ah, Tsukine-san —nombró el lobo antipático, reconociendo a la mujer como motivo del viaje.
—¡Cierto, Tsukine-san! —secundó la loba emocionada, moviendo su cola ante el afable recuerdo de la dama en cuestión.
—Tiene que ser por Tsukine-san —concordó el tercero, dando por sentado que no era posible otra respuesta lógica.
—¡No vamos por Tsukine! —negó Uriuda con molestia y de manera determinante, sin percatarse de que sus mejillas se habían sonrosado. Sintiéndose avergonzado por el descaro de sus lobos, los sermoneó— No se distraigan, tenemos trabajo que hacer.
En lobo al que se había montado comenzó a encaminarse hacia Nemuro mientras se mofaba burlescamente.
—¡¿De qué te ríes, Kitakaze?! —increpó con disgusto su hermano.
—¿Cómo planeas reemplazarme cuando no sabes nada? —cuestionó irónicamente el aludido, vanagloriándose de la información que insinuaba tener.
—¡Cállate! —ordenó el osado lobo y, antes de acelerar la marcha, profirió altivamente— ¡Ahora verás cómo te dejo en ridículo!
—¡Oye, espera! —pidió el usuario del elemento explosivo, consolidando su agarre para no caer, más su solicitud cayó en oídos sordos.
Kitakaze también aceleró la marcha, puesto que no quería perder el desafío. Después de juzgar de lamentable la infantil actitud de los lobos, los demás también apresuraron el paso. La destreza con la que los animales recorrían el boscoso entorno de inexistente sendero demostraba cuán instruidos estaban sobre la geografía de la zona.
Gracias a dicha presteza, les tomó pocas horas llegar a Nemuro. Uriuda deshizo la invocación ni bien llegaron a la entrada del pueblo para evitar que sus lobos incurrieran en una discusión sobre quién había sido el ganador de aquella improvisada carrera.
A partir de allí, Nanpū lideró el camino junto al Garō y Kitakaze marchó detrás del grupo para proteger la retaguardia. Los shinobis no estaban realmente en peligro, puesto que nadie se atrevería a agredir directamente a un acompañante del Alfa, pero, al ser forasteros, no estaban exentos de las travesuras de los niños.
Al adentrarse en el pintoresco poblado, el parsimonioso andar de sus pobladores les reveló a los ninjas que el estilo de vida autóctono era tranquilo. No obstante, los rastros de la batalla eran evidentes, ya que varios edificios se encontraban dañados y algunas reparaciones se estaban llevando a cabo.
La mayoría de las personas que circulaban por las estrechas calles eran ancianos, más todos, sin distinción de edad, les dirigían miradas de desprecio a los visitantes.
—Parece ser que no somos bienvenidos —musitó Kiba, sintiéndose incómodo ante la hostil actitud.
—No es personal —le aseguró Uriuda al oír con claridad su comentario.
Cuando las casas tradicionales empezaron a hacerse distantes y la vegetación comenzó a predominar, una atávica construcción de piedra fue visible. Rodeada por árboles de similar edad, que al crecer se habían fundido con partes de la edificación, la biblioteca de cristal hacía gala de su reputación.
—Es formidable —juzgó Neji al fijar la vista en la majestuosa entrada.
—Esta biblioteca fue creada en épocas ancestrales por la familia Yasugi —relató el Garō, mientras subía la empedrada escalinata—. Incluso hoy en día, son ellos quienes protegen los conocimientos que encapsulan en cristal —completó antes de abrir la gigantesca puerta de madera, cuyo rechinido se hizo eco más allá del vestíbulo.
—¿Cómo es que acopian la información en cristales? —inquirió con curiosidad el Shinkimori, ya que lo consideraba un método inusual de almacenaje.
—Ellos hacen uso de dos técnicas secretas. Se requiere de un jutsu de sellado para comprimir los datos, y de un ninjutsu para liberarlo —especificó el líder de Mangetsugakure, resaltando su utilidad al añadir—. De esa manera, se aseguran de que el conocimiento nunca caerá en manos enemigas.
Tras atravesar el vestíbulo, un imponente salón de altos techos, antiquísimos candelabros e ilustres ventanales se abrió paso ante sus ojos. Sobre sus pisos de mármol filas y filas de estanterías perfectamente alineadas parecían repetirse sin fin, todas ellas iluminadas por el resplandor azul de los cristales.
Sin motivo aparente, una gruesa tela negra colgaba en la pared al final de la habitación, frente a un área de estudio que contaba con una larga mesa y numerosas sillas. En la chimenea del salón, un agonizante leño se carbonizaba, combatiendo las bajas temperaturas del exterior.
—Tetsu-sama —llamó el rubio al encargado de la desértica biblioteca. Luego esperó a que el eco cesara para volver a hablar, elevando un poco más su voz esta vez—. Hemos llegado.
Unos segundos después, el sonido rítmico de unos pasos acercándose llegó hasta los ninjas. De entre las estanterías apareció una mujer. Dicha dama, de ondulados cabellos y ojos castaños, los recibió con una simpática sonrisa.
—Me alegra ver que llegaron sanos y salvos —profirió la bibliotecaria amistosamente antes de dar inicio a las formalidades—. Mi nombre es Tsukine, sean bienvenidos a la biblioteca de cristal.
La mujer de estatura promedio realizó una respetuosa reverencia frente a ellos, ocasionando que sus serpentinos cabellos castaños se balancearan delante de sus hombros.
—Gracias, esperamos contar con tu ayuda en esta investigación —respondió educadamente el líder de escuadrón, imitando el gesto antes de presentarse—. Mi nombre es Shikamaru Nara.
—Es un placer, soy Neji Hyūga —se nombró a sí mismo el usuario del Byakugan.
—Soy Kiba Inuzuka, y él es Akamaru —mencionó el shinobi de marcas rojas en las mejillas.
—Mucho gusto, me llamo Takumi Shinkimori —habló el ninja de baja estatura.
—Takumi-san, tu banda ninja no es de Konoha —notó la dama de cobrizos ojos, sorprendida de que dos aldeas ninjas se ayudaran mutuamente en una misión tan importante.
—Tienes razón. Soy un shinobi de Iwagakure, pero hoy estoy colaborando con Konoha a pedido del Tsuchikage —informó el hombre de rosados ojos, más no pareció aplacar en lo absoluto la sorpresa de la bibliotecaria.
—¡Vaya! Qué inusual —opinó, maravillada por la peculiar unión—. Espero serles de utilidad. Ya he comenzado a separar algunos cristales para que los revisemos.
—¿Quieres decir que Tetsu-sama no está disponible? —investigó Uriuda ante el repentino cambio de planes.
—Muchos miembros de la familia Yasugi siguen bajo tratamiento médico por lo que pasó, así que Tetsu-sama me pidió que los ayudara con esto mientras él se encarga de ellos —le explicó Tsukine.
Frente a la amenaza que aquella enemiga había representado, y siendo Yasugi la única familia shinobi del pueblo, habían defendido a los habitantes tanto como les había sido posible hasta que los refuerzos de Mangetsugakure llegaron. Ese acto heroico dejó cicatrices imborrables, catastróficas pérdidas y algunos cuantos heridos.
—Ya veo —dijo el Garō al considerar lo anterior. Seguidamente, sonrió galantemente y, abiertamente, confesó—. Me alegra que te haya encomendado esta tarea a ti, Tsukine.
Las mejillas de Tsukine se ruborizaron ante la declaración y el nerviosismo la llevó a cambiar de tema lo antes posible. Es por eso que, con la vista, recorrió apresuradamente los rostros de los visitantes y corroboró el nombre de uno de ellos— Eh, Kiba-san, ¿verdad?
—¿Uh? ¿Sí? —respondió el Inuzuka despistadamente.
—¿Me ayudas a traer las cajas con los cristales que he apartado? —solicitó la bibliotecaria con cierto apremio.
—Yo voy por ellos —se ofreció Uriuda gentilmente.
—No es necesario, Kiba-san y yo los traeremos —rechazó ella, evitando el contacto visual al sentir el calor de sus mejillas—. ¿Verdad, Kiba-san?
—Claro —respondió el shinobi dubitativamente.
—Espérennos en la mesa del fondo —pidió la mujer, buscando aprovechar el intervalo para calmar su corazón.
Mientras los lobos y el perro se recostaban frente a la chimenea, Tsukine marcó con sus pasos el camino hasta una estantería en particular. Ante la ausencia del Alfa, sus mejillas pronto perdieron el intenso color que la había abochornado, lo que la llevó a relajarse.
En la última repisa de madera maciza, yacían dos cajas de cristales etiquetados. Cada etiqueta contenía un número que indicaba su posición dentro de la basta biblioteca.
—Estas son —declaró la dama, inclinándose para tomar una de las cajas—. No son pesadas, pero debes sostenerlas firmemente puesto que, si se caen y los cristales se rompen, perderemos la información que contienen.
—Bien —acató él, tomando la caja restante al igual que ella lo había hecho con anterioridad—. He de decir que estoy sorprendido, a diferencia de los aldeanos, tú no pareces despreciarnos.
La joven sonrió ante la ocurrencia y luego procedió a explicar el motivo— Ustedes vienen con Uriuda. Si él los considera aliados, entonces yo también.
—Ya veo, confías en el juicio del Alfa —sintetizó el ninja de bestial mirada, resumiendo la situación a una relación de fe de parte de un ciudadano hacia su gobernante.
—No se trata de eso —refutó Tsukine al entrever el malentendido. Sin miramientos y con admiración, le explicó la naturaleza del Garō—. Uriuda es transparente, él muestra todo de sí sabiendo que puede salir herido. Pero no te equivoques, eso no significa que sea ingenuo.
—¿Qué quieres decir? —consultó con curiosidad el Inuzuka.
—Al igual que los lobos, él ve el aura y lee las intenciones de las personas —declaró la castaña antes de elogiar inconscientemente las habilidades del líder de Mangetsugakure—. Su instinto es todo lo que necesita para saber cuándo debe confiar y cuándo debe atacar.
—Entiendo —soltó Kiba pensativamente—. Es lindo, ¿verdad? —corroboró al apreciar la calma y seguridad que el estar cerca de Uriuda le traía a Tsukine.
—¿Eh? ¿Qué cosa? —indagó ella desconcertada.
—Cuando te gusta tanto alguien que eres capaz de apreciar ese tipo de cosas —habló francamente el shinobi de Konoha, abriéndole su corazón al comparar—. Así me siento cuando mi novia me mira con ternura, su amor me da tranquilidad.
—Comprendo lo que dices, pero te equivocas —esclareció la bibliotecaria para que no se suscitaran rumores que pudiesen manchar la reputación del Alfa. Con ese objetivo en mente, diferenció—. Uriuda y yo no tenemos ese tipo de relación.
—Quizás no explícitamente —rebatió él, manteniéndose firme en su sospecha, misma que exteriorizó—, pero a ti te gusta, ¿no?
—Sí —respondió la castaña sin un ápice de vergüenza. Si el ninja foráneo había tenido la buena voluntad de compartir con ella algo tan íntimo como lo eran sus sentimientos hacia su novia, ella se sentía en la obligación de retribuirle la honradez.
—Es evidente que tú le gustas también, estoy seguro de que lo sabes —profirió el Inuzuka con certeza.
—Como dije antes, Uriuda es transparente —afirmó ella, admitiendo tácitamente las sospechas del shinobi mientras comenzaba a caminar hacia el lugar de reunión—, pero es un mal momento para un romance.
—No dejes que eso te afecte —aconsejó él al caminar a su lado y, ulteriormente, aseveró—, no existen buenos o malos momentos, sólo tenemos una escasa cantidad de tiempo que nunca regresará.
Las palabras de Kiba tuvieron la repercusión necesaria para que la dama detuviera su andar. Sin poder defenderse de la revelación que él le había facilitado, entreabrió los labios para asimilar la realidad y, al aceptarla, los juntó de nuevo para emular una sonrisa.
—Tienes razón, Kiba-san —admitió al retomar el breve trecho que los separaba de los demás.
Un tintineo se escuchó cuando Kiba y Tsukine depositaron las cajas sobre la mesa de madera. Al acercarse a las mismas, el Nara notó que los cristales se encontraban debidamente rotulados y prolijamente ordenados, como si se procurara exhibirlos en ese orden.
A pesar de ser una simple civil, y habiendo sufrido en carne propia una muestra del daño que el enemigo era capaz de soltar sobre su tierra, Tsukine había enfrentado la situación con entereza y resiliencia.
En lugar de atemorizarse por lo sucedido y reclamarle a las autoridades que se ocuparan del asunto, había puesto todo su empeño en ayudar a erradicar el problema del único modo en el que le era posible. El esmero en el trabajo de la bibliotecaria se condecía con el de una persona dispuesta a luchar por lo que amaba.
—Según el registro, estos son los cristales que contienen información relacionada con portales invisibles, ninjas sin chakra y habilidades inmortales —indicó la castaña, tomando el primero de ellos para colocarlo sobre la mesa y proceder a liberar su contenido.
Le fue de utilidad a tal fin la tela negra que colgaba sobre la pared. Tras realizar los pertinentes sellos manuales, el cristal comenzó a levitar y un incandescente brillo surgió en su interior. La luz se incrementó hasta volverse cegadora, y fue entonces que Tsukine la redirigió hacia la pared para proyectarla en la tela. De pronto, el azulino resplandor tomó forma. Imágenes y palabras fueron visibles, revelando el contenido de dicho cristal.
—Increíble —musitó Takumi ante la peculiar técnica.
De inmediato, los presentes se abastecieron de elementos de escritura y fijaron sus ojos sobre la tela, intentando captar cualquier detalle que se condijera con lo que buscaban. Al terminar de leer la proyección, Tsukine cambió el ángulo del cristal para que la luz reflejara otra parte del compendio. Así, sucesivamente, fue rotando el cristal hasta exponer todos los datos de su interior.
Lamentablemente, el primer cristal no ostentaba información sustancial para la investigación. Por ese motivo, la bibliotecaria lo apartó de los demás y se dispuso a pasar al siguiente.
Los ánimos iniciales comenzaron a decaer cuando, cristal tras cristal, los resultados seguían siendo desfavorables. Casi parecía ser que la información los eludía deliberadamente para perpetuar el misterio.
En medio del decimotercer cristal, Tsukine se vió obligada a detenerse. Jadeante, se disculpó por la forzosa pausa— Lo siento, como no pertenezco a la familia Yasugi, me cuesta trabajo mantener el jutsu por tanto tiempo —explicitó para justificar su cansancio.
—No te fuerces, Tsukine —solicitó el Garō, mostrándose atento a la comprensible extenuación de la dama.
—Podemos tomar un descanso si lo necesitas, o continuar mañana —le ofreció amablemente el Nara, puesto que el sol se había ocultado hacía tiempo ya.
Si bien aún no habían logrado dar con ningún dato relevante, de nada serviría que la bibliotecaria agotara sus energías. Lo mejor era tomar las cosas con calma y avanzar lenta pero constantemente.
—No es necesario, Shikamaru-san —se negó ella, tras lo cual se ausentó momentáneamente para buscar un objeto en particular. Al volver, colocó dicho objeto sobre la mesa. Se trataba de un reloj de arena, demasiado similar al que Temari le había mostrado a Shikamaru meses atrás para dejar en claro que su relación no duraría por mucho tiempo. Seguidamente, la castaña comenzó a explicar—. Si me tomo esta cantidad de tiempo para descansar cada cinco cristales, mi cuerpo tendrá tiempo de recuperar el chakra empleado.
—Incluso has calculado el tiempo que necesitas para recuperarte —mencionó el Hyūga, sorprendido por la seriedad con la que la civil se había tomado el trabajo encomendado.
Aunque los comentarios al respecto siguieron su curso mientras el tiempo de descanso proseguía, el domador de sombras no pudo encauzar su atención hacia ellos.
Sus oídos comenzaron a ignorar las voces de los presentes mientras su vista se enfocaba en los granos de arena que se deslizaban con naturalidad hacia el fondo del reloj, mofándose de él. ¿Cómo se atrevían a cumplir la advertencia de Temari y seguir fluyendo como si nada hubiese pasado? ¿Cómo se atrevían a restregarle en la cara que no volverá a disfrutar del aroma de las camelias ni a escuchar su voz animándolo mordazmente; que no tendrá su consejo ni sus caricias nunca más?
La sonrisa burlesca de un destino anunciado fue más de lo que el Nara pudo tolerar. Instintivamente, tumbó el reloj con un movimiento brusco, del cual no fue consciente hasta que escuchó el ruido seco del grueso cristal contra el escritorio de madera. Sólo entonces comprendió su absurda pretensión de apresar aquello que se le escapó de entre las manos. Por más que lo intentara, era imposible manipular el tiempo, mucho menos volver atrás.
—Shikamaru-san… —nombró la dama de castaña cabellera, sobrecogida ante el arrebato.
Tenuemente, la voz de Tsukine alcanzó a Shikamaru. Apartando su tambaleante mano del reloj, y aún con la mirada desencajada, tuvo que contener su ofuscación para enfrentar la realidad.
—Perdón… —masculló débilmente el estratega para luego levantarse de su silla. Con un semblante taciturno se excusó antes de retirarse— Necesito un momento.
El estratega cruzó el salón hasta el vestíbulo, y desde allí provino el sonido de la puerta de madera, misma que rechinó primeramente, y luego se cerró.
—¿Qué sucede con él? —inquirió Uriuda desorientado ante el impetuoso comportamiento de quien, hasta ahora, se había mostrado como un líder sereno y racional.
—¿Acaso lo ofendí? —cuestionó la bilbiotecaria, turbada ante la posibilidad de haber cometido un error diplomático sin darse cuenta.
—No es eso —la tranquilizó Takumi, tras lo cual suspiró pesadamente y, sin explicación mediante, sugirió— Lo siento, tomémonos unos minutos más para descansar.
Incluso bajo la luz de la luna llena, el ninja táctico de la Hoja se vió desprovisto de consuelo. Atormentado por los recuerdos, caminó unos metros hasta salir del sendero. Cuando sus pisadas crujieron ante la presencia de la hierba escarchada, elevó la mirada hacia el cielo estrellado, y respiró profundamente.
La sombra de la melancolía lo alcanzó antes de poder sanar su corazón, reabriendo la herida. A pesar de la advertencia de la Sabaku No, cuando el tiempo finalmente los alcanzó, el Nara aún no estaba listo para decir adiós. Incluso ahora, la sola idea le resultaba inconcebible.
La única idea que su mente vislumbraba para calmar tan abrumadora congoja y seguir adelante sin perder la motivación, era mentirse a sí mismo fingiendo que volvería a verla.
Tal solución le resultó tan fastidiosa como irrisoria. Así lo demostró con aquella risa sarcástica, burlesca y ahogada que se escapó de sus labios— ¡Ja! ¿Acaso soy un niño? —se preguntó retóricamente, regañándose a sí mismo.
Lo que él jamás imaginó fue que esa crítica recibiría una respuesta.
—No eres un niño, eres humano —alegó el Shinkimori, alertando al domador de sombras de su presencia.
—Takumi —masculló el Nara sin necesidad de voltearse para saber que se trataba de él. Cuando el ninja de Iwa se detuvo a su lado, el de Konoha preguntó—. No lo rompí, ¿verdad?
—El reloj de arena está sano y salvo —respondió el jōnin de cabello morado, mirándolo de reojo al momento de indagar—. No es precisamente ese reloj el que repudias, ¿o sí?
—No, es sólo que me recriminó decisiones erróneas —confesó el pelinegro, llevándose las manos a los bolsillos para sortear el penetrante frío.
Takumi comprendió entonces que Shikamaru había experimentado la visita de una desagradable reminiscencia. Conociendo su historia, todo le hacía suponer que se trataba de Temari. De ser ese el caso, no había nada que decir. A pesar de estar de su lado, aunque Shikamaru le hablara, su voz se perdería en el viento antes de alcanzarla.
—Ya veo —soltó compasivamente el usuario del elemento explosión. Posteriormente, colocó su mano sobre el hombro de Shikamaru en señal de apoyo, y sugirió—. Deberíamos dejarlo por hoy, es tarde y todos están cansados.
—Tienes razón —concedió mansamente el ninja de ojos pardos.
Ambos se dieron media vuelta para volver a ingresar en el edificio. Sin embargo, antes de poder llegar a las escalinatas, la puerta se abrió bruscamente, y de ella surgió Kiba. El shinobi agitó violentamente su brazo en el aire mientras que, sobresaltado, gritaba— ¡Shikamaru, Takumi, vengan pronto! ¡Apresúrense!
Los aludidos corrieron hacia el Inuzuka y lo siguieron dentro de la biblioteca, hasta el lugar donde los demás se hallaban reunidos en completo silencio, contemplando azorados el diagrama que se reflejaba sobre la negra tela.
—¡Miren eso! —ordenó el bestial shinobi al señalar con su dedo índice el esquema que mostraba tres fuentes de energía: la energía natural, la energía física y la energía espiritual.
En el dibujo, la energía natural carecía de derivados mientras que la física y espiritual conformaban el chakra. No obstante, había otro subtipo que emergía de la energía espiritual y se alimentaba del chakra. Esta fuente de energía recibía el nombre de mística.
Tsukine giró el cristal, ampliando la explicación. En la siguiente imagen se detallaba el uso de esa energía mística para crear rutas de acceso entre diferentes dimensiones, habilidad posible sólo para aquellos que estuvieran desprovistos de otra forma de energía.
—Son los portales —masculló el Nara, al asimilar la explicación para cotejarla con su experiencia.
—¿Estás seguro? —inquirió el Garō, anonadado por el extraño poder del que el rival dispondría de ser cierto.
—No hay duda —aseveró el estratega.
La siguiente rotación reveló que la energía mística podía ser concedida a terceros y que, al fundirse con el chakra, mejoraría las habilidades del receptor. Sin embargo, al alimentarse de chakra, el beneficio era temporal y la energía mística volvería con creces a su portador original una vez que la fuente de dicho chakra se extinguiera.
—Son como pulgas en un perro —comparó Kiba para entender mejor la situación.
—No, al perro le molestan las pulgas —siseó Neji, ofreciendo una mejor comparación al presentar su metáfora—. Más bien es como un parásito que se alimenta de su huésped mediante engaños, haciéndole creer que le hace un favor.
—Son depredadores y deben ser erradicados —sintetizó Uriuda, pergeñando una expresión sombría y amenazadora.
—No es tan sencillo —siseó Takumi—. No sólo es difícil matarlos, sino que, además, albergan su poder en otros —resumió pensativamente tras meditar sobre la información expuesta—. No será fácil acabar con ellos.
—Maldita sea, Kirimaru —maldijo Shikamaru, apretando los dientes para contener su rabia— ¿Acaso tienes el don de vencer? —cuestionó con impotencia al percatarse de que en el Shiruba residía su carta de triunfo.
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Lirio: ¡Hola, Lisy! Me alegra que te haya gustado el juicio y hayas podido terminar de leer en época de fiestas. Gracias por el review, saludos.
alsole: ¡Hola! Sé que últimamente los capítulos vienen con mucho contenido y un poco intensos, pero creo que en parte compensa la espera. Me alegra que te haya entretenido tanto y hayas podido imaginar las escenas, lo cual siempre es mi gran reto a vencer. Gracias por el review, saludos.
kaoru-sakura: ¡Hola! Perdón, te llevé al diccionario con palabras intrincadas. Kankurō y Reiko tienen un romance poco convencional, pero muy intenso. Creo que a todos nos da curiosidad saber dónde se van a casar.
Lamentablemente, no hemos visto lo último de Sumire y le tocará a Gaara encontrar la manera de deshacerse de ella. Ya llenaste la hoguera, no cabe un alma más allí jajaja.
Maki siempre ha sido muy sensata y honesta consigo misma, supongo que es la mujer con mayor inteligencia emocional en el fic. Sin dudas, su apoyo hacia Temari es invaluable.
No puedo asegurar que tu rechazo hacia Kirimaru va a desaparecer, pero sí te digo que tu sexto sentido te falla y que, antes de que termine el fic, le vas a estar dando las gracias.
Shikamaru y Temari tienen la suerte de estar rodeados por buenos amigos.
Las chicas se lucieron, pero no es como si hubiesen tenido más alternativa; o peleaban o Suna era destruida. De milagro les salió todo bien y ahora van a tener más armas para enfrentarse al enemigo.
Muchas gracias a ti por leerme a pesar de la espera y gracias también por el review, saludos.
Yi: ¡Hola! Si hay alguna parte que te resulte confusa puedes preguntarme y con gusto intentaré aclarar la confusión. Si es cierto que el cap anterior fue intenso y que todo pinta mal, pero el fic tendrá un buen final para el shikatema. Gracias por el review, saludos.
Lu-Sun: ¡Hola Lu querida! Contesto todos los reviews así que será porque fue la primera vez que comentaste jaja. Me alegra que te guste la pareja de Chōji y Maki, ambos fueron planteados como el apoyo emocional de Shikamaru y Temari respectivamente así que era natural que terminaran conociéndose.
Seguramente, a Shikamaru también le dolió escuchar esas palabras salir de su boca, aunque no sea más que la verdad. El problema con Sumire es que hasta que no esté tres metros bajo tierra no hay garantías de que no siga molestando.
En este punto Kirimaru es un mal necesario. El shikatema es evidente incluso para Gaara. Mientras Shikamaru tiene un segundo para respirar al defenderse exitosamente en el juicio, Temari y las demás sufren el ataque a Suna. Por suerte Megumi y Yakumo estaban ahí. Es inevitable que Shikamaru esté en los pensamientos de Temari y viceversa, como bien lo comprobó ya Gaara, siguen siendo dos en uno. Muchas gracias, me alegra que te guste mi fic. Gracias también por el review, saludos.
Galerena: ¡Hola! Ya no me entraba una palabra más, fue kilométrico el capítulo anterior jajaja. Pero ahora ya sabes qué pasó con Yakumo, por suerte esta bien o al menos lo estará. Espero Hayas disfrutado de este capítulo. Gracias por el review, saludos.
Anitadigi: ¡Hola! Me alegra ver que notaste mi barba blanca (¿?) jajaja.
Más que un enfrentamiento, lo que ocurrió entre Gaara y Temari fue un intercambio de opiniones, donde ella pretendía proteger no a Shikamaru sino a la figura de Gaara como Kazekage y él no fue capaz de ver esto, considerando que la opinión de Temari estaba sesgada por sus sentimientos hacia Shikamaru.
El KankuRei puede ser una pareja poco ortodoxa, pero sí muy divertida de ver para terceros.
Entre el poder y el amor es natural que Maki elija el amor, ya que las cosas que hizo por Suna no fueron por reconocimiento, sino por amor. Bajo otras circunstancias, ella hubiese aceptado el puesto por considerarse apta para el mismo, pero el rechazarlo no le quita mérito ni la convierte automáticamente en una ama casa que no hace más que criar a los hijos y servir al marido. A diferencia de Boruto, esa no es la clase de vida que planeo plantear para las kunoichis casadas de mi fic, así que, en mi opinión, no veo a Maki como un desperdicio por rechazar el puesto.
Es justamente como dices, Temari necesita miles de buenas noticias, solo que parecen escasear por esos días. La participación de Yakumo y Yukata fue un guiño al KankuRei que pretendía mostrar que Kankurō se vuelve egoísta cuando ama algo, en este caso quería a Reiko sólo para él.
Coincido, pobre Kiba, lo han bastardeado lo suficiente para toda una vida. Es que a Shikamaru le resulta demasiado irónico que lo que los demás le celebran tenga como resultado una pérdida tan grande.
Es tal y como lo planteas. Ahora mismo, las cosas están demasiado agitadas como para darles a los hermanos de Arena una despedida porque su hermana se muda. Con ellos en Konoha por el juicio, Sumiere haciendo de las suyas y el enemigo que no da tregua, hay cosas más importantes de las cuales ocuparse.
Tus sentimientos hacia Kirimaru son entendibles. De hecho, incluso hoy en día, hay muchos lectores que no pueden llegar a buenos términos con él y que ven en él malas intenciones. Kuro es un elemento de unión que hace que esa nueva familia se sienta menos forzada.
Tienes razón, Megumi le dijo a Shinzo todo lo contrario y él no está feliz pero no hay nada que pueda hacer al respecto.
Sobre el juicio, bueno cada Kage tenía su opinión y es de respetarse, pero Shikamaru también tenía un punto a favor y lo explotó tanto como pudo.
No porque un shinobi se vuelva Kage pierde mágicamente sus falencias. Ningún Kage es perfecto, especialmente en Naruto, donde los méritos que los llevaron a esas posiciones son francamente unidimensionales, desde ser parte de una familia hasta ser el alumno de algún Kage anterior. El único Kage que llegó a tal puesto por su inteligencia fue el segundo Hokage, con lo cual no me pareció desacertado mostrar que son humanos y que, incluso trabajando en equipo, pueden equivocarse. Y si alguien iba a hacer evidente eso, ese era Shikamaru porque su fuerte es precisamente su intelecto superior. No digo que los demás Kages no posean inteligencia, simplemente no están a su nivel. El hecho de que Temari presintiera que Shikamaru iba a salir victorioso de la situación no se relaciona con que ella haya cruzado el mismo hilo de pensamiento que él, sino que lo conoce bien, sabe cómo piensa y confía en él. Si bien ella fue capaz de ver parte del error de los Kages, no estuvo ni cerca de todo el razonamiento que Shikamaru caviló.
Obviamente, Mei es mi favorita, no tiene sentido intentar ocultarlo jajaja.
Takumi y Shikamaru tienen cierta química en su amistad, que sale a relucir en los momentos de necesidad. Sobre los personajes del país de los lobos, pues a Atsuko no la incluí porque ella esta en el templo en Mangetsugakure y la misión toma lugar en Nemuro, así que son ciudades diferentes.
Te agradezco, la verdad es que ese es mi reto personal: el describir escenas que sean fácilmente imaginables para los que leen. Así que me alegra saber que pudiste seguirle el ritmo a la batalla. El elemento tierra de Reiko se menciona antes, cuando hay un malentendido en el que Kankurō cree que ella sale con Kōji cuando en realidad él le está enseñando a usar el elemento tierra a cambio de que Reiko hable bien de él frente a Asuri.
Sobre Yakumo, fue en realidad un trabajo de equipo entre ella e Ido. Siendo que en el canon Ido fue sellado por su poder y que se trató de un movimiento que, incluso de no haber sido atacada, no hubiese podido sostener en el tiempo por el consumo de chakra, no creí que se viese como algo demasiado poderoso. De todas maneras, el mensaje de fondo era por un lado que su amor por Suna no se relaciona a Gaara, y por el otro el paralelismo con Gaara: Gaara protegió a todos de Deidara y se ganó el amor del pueblo, menos el de Matsuri porque ya lo tenía, Yakumo ya tenía el amor del pueblo y se ganó el de Matsuri al proteger Suna. Con lo cual puede ser que haya estado más poderosa de lo que debería, deberé tener en cuenta esas cuestiones para el futuro. Gracias por señalarlo.
Para ser un equipo improvisado, las chicas obtuvieron buenos resultados. Lamentablemente, y aunque le hubiese gustado, no hubiese sido posible para Kirimaru llegar desde el palacio de los vientos al lugar donde las chicas estaban peleando por el simple hecho de que él también estaba en batalla. Antes se había anunciado que Megumi llegaría a la aldea para visitar a Shinzo, nadie esperaría que se encontrara ante tal panorama. Takumi no es tonto para elegir pareja, pero Megumi tampoco. Recordemos que fue ella quien dio el primer paso diciendo que deberían tener una cita jajaja.
La regeneración y habilidades de escape pueden ser sumamente molestas, miremos a Orochimaru, por ejemplo. Lo bueno es que las habilidades de Megumi le permitieron contrarrestar el poder de la invasora.
Me encantaron tus observaciones, así que te agradezco mucho por el review y espero que los capítulos venideros te resulten interesantes. Saludos.
SophieNara: ¡Hola! Es cierto que los capítulos vienen un poco cargados últimamente, lo bueno es que les doy como cuatro meses para asimilar todo jajaja. No, la mujer que invadió Suna no es la madre de las gemelas, aunque los motivos por los que buscaba venganza sí eran sentimentales. No te preocupes, te prometo que tendrás más batallas. Benditos genes Nara que le salvan el pellejo a nuestro vago favorito. Lamentablemente, Sumire no sabe cuándo parar. Sí, Chōji y Maki están en buen camino para vivir su amor. Gracias por el review, saludos.
Ara: ¡Hola! Gracias a ti por seguir leyendo el fic después de tanto tiempo. Suena a que necesitas un cartel de no molestar en la frente jajaja. Shikamaru no es alguien a quien deberían tomar a la ligera. Maki le dijo no a Suna cuando le dijo que sí a Chōji y Temari, siendo la amiga que es, no podría estar más feliz por ellos.
Más que ser exprimido, Kiba está siendo tacaño jajaja. Sumire es como un parásito imposible de erradicar mientras el huésped respire. Así que ni loca se lo doy a Kuro, mira si se indigesta, pobrecito.
La batalla estuvo complicada por la falta de apoyo de los jōnins, pero por suerte Megumi llegó al rescate. Naturalmente, Gaara y Kankurō se preocuparon hasta que Baki les dijo que todo salió bien. Shikamaru tuvo la habilidad necesaria para mostrar su utilidad y deshacerse de los cargos. En la misión descubrirá la clave para vencer al enemigo, aunque no le gustará. Ya sabía que te gustaba la mala vida, de otro modo ¿por qué estarías leyendo esto? Jajaja. De ahora en más, Shikamaru podrá tropezarse, pero no caer. Muchas gracias por tus buenos deseos, espero que hayas tenido un gran inicio de año, y gracias también por el review, saludos.
Sweetcandy: ¡Hola! Me alegra mucho que te hayas animado a crearte una cuenta, y gracias por leer el fic desde hacer tanto tiempo. Te agradezco tus palabras porque describir de esa manera es mi meta, si puedes imaginar mas o menos lo que escribo ya me doy por servida. Veo que estuviste esperando el KankuRei por mucho tiempo, lamento la espera, pero, como puedes ver, finalmente se consolidó.
Fueron muy lindas tus palabras sobre Shikabana y creo que a Shikamaru y Temari le produce eso mismo: la melancolía de lo que no pudo ser y la felicidad de saber que existió una prueba tangible de su amor.
Es cierto que fue un capitulo muy movido con el juicio y el ataque a Suna ya que ocurrieron simultáneamente. Por fortuna salió todo bien. Sí, nadie quiere a Sumire, ni siquiera yo jajaja. Es una viejita amargada. Me encantó el detalle de sin covid jaja te mando otro abrazo sanitario y te agradezco el review. Saludos.
fufurrufis: ¡Hola! Lenta pero constante, jajaja. Los capítulos me toman un buen tiempo, pero intento sacarlos en no más de cuatro meses. Eso pasa cuando uno utiliza muchos personajes a la vez, si a mi me cuesta recordar la historia de cada uno no quiero pensar lo que debe ser para los que la leen. Yukata es un personaje canon y fue introducida en este fic con una modificación: aquí siento un amor platónico por Temari.
Pues no, Kirimaru no está aliado con el enemigo, solo comparte un rasgo físico: el cabello blanco, así como lo tenían otros personajes, entre ellos Jiraiya y Suigetsu. Que bueno que pienses así porque la mayoría aun odia a Kirimaru jajaja. Gracias por el review, saludos.
