Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

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Capítulo 48:

Solo tú y yo

Edward se separó de inmediato para ver hacia dónde estaba mi atención, completamente alarmado ante lo que acababa de decir. Yo estaba de piedra, viendo hacia la nada, alertada por la idea de que aquel hombre nos había seguido y que estaba aquí, dispuesto a dañarnos.

No siempre vivía el miedo que él me provocaba, pero ahora sí. Era como si la idea de verlo penetrara en mis venas de una forma desesperante. Era horrible.

—¿Dónde? —espetó mi Bestia, poniéndome detrás de su cuerpo.

Estaba alarmado y repentinamente muy serio, buscando el peligro para librarme de él.

Pero el hombre ladeó la cabeza y ya no era Dimitri. Cuando noté que nos miraba porque detrás de nosotros estaban su esposa e hijos, que corrían a su encuentro, volví a respirar.

Me sentí tan… tonta.

—Hey, cariño —llamó Edward, volviéndose hacia mí.

—Perdóname —dije, bajando la cabeza.

Me volvió a abrazar, esta vez con su fuerza propia que me hacía devolverme a la realidad. Estaba muy tenso.

—De verdad creí que era él, yo… —Boté el aire y cerré los ojos mientras él buscaba mis mejillas para besarlas—. Lo siento, de verdad lo siento mucho.

—No, ¿por qué lo sientes? Bells…

—Porque he traído su recuerdo y…

—Hey—. Me tomó las mejillas para que lo mirara—. Sé que aún tienes miedo de su existencia, pero me tienes a mí, mi amor, y yo estaré para ti y para nuestra familia, ¿de acuerdo? Ya no estás sola ni tampoco eres la chica joven de antaño—. Me besó los cabellos y siguió abrazándome—. Todo está bien. Además, estamos a kilómetros, tú y yo.

Asentí y me cobijé en su pecho amplio, oliéndolo para tranquilizarme.

—¿Cómo que no soy la chica joven de antaño? ¿Me estás diciendo que estoy vieja? —quise bromear.

Él comenzó a reírse y yo me uní a él en la misma sintonía, así que pronto nos relajamos.

—En lo absoluto, nena —susurró, dejando más besos en mi cuello—. Ahora, ¿quieres conocer las maravillas de la ciudad mientras esperamos el yate?

Todo seguía sonando tan bien.

—¿Cómo voy a negarme a tus invitaciones?

Rio y me besó, para luego instarme a caminar.

Edward me llevó a conocer el Gran Palacio, la residencia de los reyes del Siam. Yo no tenía idea de nada, pero mi esposo parecía saber mucho más.

—Oh, por Dios, Edward, ¡mira esto! —gemí, dando giros mientras nos adentrábamos en las maravillas del lugar.

¡Era gigante! Como un castillo diferente a lo acostumbrado. No solo los colores resultaban enormemente atractivos, sino también las estatuas asiáticas que acompañaban la decoración. ¡Era colosal!

Cuando estaba de cara al muelle, contemplando la maravilla que había ante mí, sentí el lente de una cámara frente a mí. Al girarme, vi a Edward tomándome fotografías como si yo fuera una celebridad. Él bajó el aparato y sonrió, sacándome un suspiro.

—¿Qué haces? No estoy lista para fotografías, ¡acabo tener un vuelo de horas! —Me reí y fui hasta él para abrazarlo.

—No tienes idea de lo hermosa que te ves para mí mirando todo esto—. Suspiró—. Este lugar siempre me ha parecido enormemente espiritual y creo que el romance tiene un grado de espiritualidad, en especial cuando se trata de uno que conecta con algunas partes dentro de nosotros que no podemos explicar. Lo que siento por ti siempre ha sido diferente a todo y antes de conocerte, al menos… antes de saber tu nombre, siempre pensaba en lo maravilloso que sería traer aquí a mi alma gemela —susurró.

Me acurruqué en sus brazos y los besé.

—Aquí estoy contigo —afirmé, buscando sus ojos para contemplarlo.

Sonrió y me besó una vez más.

—Ahora, prepárate para las fotografías, no hay viaje en el que no tome a las maravillas que encuentre y tú eres la principal maravilla —aseguró.

Me reí y continué mirando a mi alrededor, expectante ante las construcciones que había frente a mí, consciente de que Edward continuaría sacándome fotografías.

Después de eso, Edward me llevó hasta el Wat Pho, un lugar francamente surrealista. Era el famoso templo del Buda Reclinado, un sitio budista con instalaciones míticas de color dorado. Al finalizar aquello, pasamos por distintos puntos de la ciudad, visualizando otra cultura, pero siempre apegada a la modernidad. Era fascinante. Ya hacía bastante calor, uno agradable y la tarde se iba haciendo demasiado corta para continuar mirando las atracciones de la inmensa ciudad asiática. En una oportunidad, Edward se quitó la camiseta, quedando con una más apretada y con la cual sus tatuajes se hacían mucho más visibles, lo que me mantuvo atenta a él, muy magnética. Y yo no era la única.

Cerca de las cinco de la tarde, Edward me llevó a conocer el Mercado Chatuchak, uno de los más extensos del mundo. Nos pasamos por todos lados y el tiempo parecía pasar volando, pues el cielo se iba oscureciendo poco a poco.

—¡Mira! —exclamé, viendo los recuerdos que había para niños—. ¿Qué te parecen para Agatha y Fred?

Él sonrió, tomando los osos de colores hechos por una ancianita asiática.

—Son preciosos. Les encantarán.

Nos contemplamos a la vez, pensando en ellos. Sí, los extrañábamos. ¿Cómo no? Eran nuestros pequeños.

—¿Qué te parece esta princesa leona para Fred? —le pregunté, tomando sus manitas tejidas.

—Le encantará—. Se rio—. ¿Y la gata arquera para Agatha?

—¡Claro que sí!

La anciana, que vestía de forma aparentemente típica de la cultura tailandesa, se acercó con una sonrisa adorable para ofrecernos más.

—Oh, solo tenemos dos hijos —respondí de forma suave, riéndome en el segundo.

Ella respondió con lo que supuse era tailandés y me mostró dos perritos pequeños a juego, uno vestido con mameluco amarillo y el otro anaranjado. Edward le dijo algo en un maravilloso tailandés también, dejándome boquiabierta.

—Pasé bastante tiempo aquí para aprenderlo —me dijo al oído.

—¿Qué le acabas de decir?

—Que solo tenemos dos hijos y que con uno cada uno está bien —respondió.

La mujer movió su dedo índice de lado a lado y con otra sonrisa nos enseñó los adorables peluches tejidos de perrito, como instándonos a comprarlos. Cuando no comprendía porqué, ella simplemente me apuntó a los cuatro en total y luego me acarició la barriga con timidez. Me quedé boquiabierta y miré a Edward.

—Bien, lo llevaremos —susurró, algo inquieto.

Probablemente, al vernos a nosotros asumía que vendrían más y… yo no quería pensar en eso. Además, ya estaba tomando mis anticonceptivos y ya no quería ahondar en esa posibilidad, no por ahora. La verdad, aquel episodio nunca lo iba a olvidar y aún me sentía demasiado aterrada de ilusionarme otra vez. No quería contaminarme con inseguridades, en especial ahora que iniciábamos una vida ya casados. A veces, creía que era mejor no volver a pensar en tener un bebé, con Agatha y Fred ya era suficiente y… ya parecía algo que no iba a suceder. Y era mejor así.

—Creo que a Agatha y a Fred les gustarán los dos —afirmó, guardándolos.

—Sí… ¿Qué te parece si vemos algo para el bebé de Rose y Emmett?

Asintió.

Seguimos recorriendo el lugar por un buen rato y elegimos más recuerdos para todos. El cielo pronto se convirtió en un estrellado manto oscuro y Edward me invitó a dar un último paseo hasta que nos trasladáramos a nuestro lugar oficial de luna de miel. Estaba emocionada y no sabía qué esperar. Cuando llegamos hasta un amplio e inmenso río, en el que nos esperaba un pequeño crucero turístico, sentí que mi corazón iba a explotar.

—Este es el río Chao Phraya, el más importante y caudaloso de Tailandia —me contó Edward—. Pensarás que subirme sobre él fue lo primero que hice, pero no—. Rio—. En realidad, jamás lo hice.

—¿Por qué? —pregunté—. ¡Si es tan maravilloso!

—Porque esperaba hacerlo en algún momento, con alguien… —Apretó los labios—. Creo que siempre fui un romántico.

Me subí a su cuello, poniéndome de puntillas.

—Me alegra saber que estás haciendo algo por primera vez conmigo —susurré.

—En realidad, es contigo con quien más he experimentado en mi vida —confesó, acariciándome el cabello—. ¿Vamos arriba?

—¿Arriba?

—El crucero nos espera.

Sonreí.

—Cenaremos ahí.

Ay, Dios mío, ¡estaba tan entusiasta!

Los demás también esperaban el crucero que, sin duda, era muy grande. Cuando las luces se encendieron para dar inicio al viaje, Edward me ayudó a subir con su mano aferrada a la mía y una vez arriba, simplemente suspiré. Era un lugar precioso. La decoración era romántica y hecha para solo tres parejas, con un toque tenue de velas y guirnaldas que colgaban sobre nuestras cabezas. El resto del ornamento era propio de la cultura tailandesa, con ligeros toques color oro y burdeos. Las mesas estaban dispuestas con mucha lejanía, para que de cierta forma existiera privacidad y compañía solo de dos. Como no tenía techo, se podía disfrutar todavía más el cielo, la brisa y la sensación de estar rodeados de agua. La ciudad a nuestro alrededor regalaba una visual aún más enriquecida, con las luces de los distintos lugares de la gran metrópolis.

Nuestra mesa estaba en la punta de la embarcación y muy cerca de la música en vivo. Podía sentir que tocaba el cielo. Edward me llevó hasta la silla y cuando me senté, él lo hizo también, para luego volver a tomar mis manos y besarlas entre las suyas.

—Esto es solo el comienzo de mucho —susurró.

—No puedo imaginarme qué más tienes en mente.

—¿Toda una vida?

Me reí, pero luego contuve el aliento. La vida con él era mucho mejor… Demasiado, a decir verdad.

—Bienvenida a nuestra luna de miel, cariño.

Suspiré y me acomodé en su mano, que comenzaba a cobijar mi mejilla.

El crucero zarpó de inmediato y la música fue nuestra fuente de gran inspiración. Pasamos por el famoso puente Memorial y luego recorrimos los lugares más icónicos, como el Wat Kanlava o el Templo del Amanecer. Cada uno era hermoso a su manera, pero nada se comparaba a estar con él. Nada.

Comimos juntos mientras nos mimábamos, sin importar que el resto nos viera o siquiera tuvieran algo de atención en lo que hacíamos, yo solo deseaba estar en sus brazos y olvidarme de todo. A veces nos disfrutábamos entre besos y grandes caricias, observando el paisaje, siempre abrazados, recordándonos la aventura que se acercaba ahora que estábamos al fin casados.

Cerca de la medianoche, el crucero finalizó su recorrido y juntos bajamos mientras recobrábamos el aliento de tamaña aventura. ¡Había sido precioso!

—No puedo creer que esto esté recién comenzando —afirmé.

Él sonreía de forma pícara, como cada vez que tenía algo en mente que moría por decirme.

—Bueno, ¿y qué esperas para decirme qué planeas? —Tiré de su mano.

—Ahora vamos a nuestro hotel.

Me comenzó a latir muy rápido el corazón.

—¿Ahora?

—De hecho, estamos algo atrasados. ¿Vienes?

—Contigo hasta el fin del mundo.

Me besó la frente y continuamos nuestro camino, ese que significaba una maravillosa odisea de romance.

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Cuando supe que nos esperaba un yate en el muelle, quise gritar. ¡Íbamos a adentrarnos al mar! Estar rodeada de él me puso algo nerviosa y Edward lo notó.

—¿Qué ocurre? ¿No quieres subirte? —me preguntó de forma muy tierna.

Veía la nitidez del agua, demasiado clara para apreciar todo lo que podía haber abajo. Y entonces vi el inmenso yate de una flota que parecía ser propia del hotel, con un hombre esperándonos en el blanco escaparate. Hasta había champagne en una cubeta.

—Tengo miedo —susurré.

Edward sonrió.

—Pero quiero ir contigo.

—¿Miedo al agua?

Apreté los labios, sin saber cómo decírselo.

—Al mar.

Edward pronto frunció el ceño.

—Nunca me lo habías contado.

Me encogí de hombros. La historia que había detrás no era agradable y a veces sentía que no era necesaria de contar.

—Si quieres vamos a otro lado…

—¡No! No voy a arruinar lo que quieres hacer para mí, no podría perdonármelo —dije, abrazándolo y pegando mi rostro a su pecho.

—Pero no quiero que te sientas incómoda…

—No importa, contigo siempre estoy mejor.

No parecía convencido, realmente en absoluto, así que tiré de su mano y me acerqué con toda la valentía posible para que continuáramos con nuestra travesía. Pero Edward, antes de que siquiera pudiera dar un paso más, me tomó entre sus brazos y me subió al yate con cuidado, resguardándome de mis miedos internos.

—¿Y? ¿Lista? —preguntó con una sonrisa mientras me abrazaba desde la cintura.

Asentí.

—Lista.

En realidad, el mar en la noche era el que más miedo me causaba, no sabía de qué forma responder a ello, pero… era algo innato en mí.

—Estás tensa —susurró él, tomando mi mano para acercarme a la punta del yate, donde se podía ver el mar cristalino con ayuda de la luz de la luna y de la máquina.

Me abracé a su cuerpo y lo miré, buscando la manera de reconfortarme.

—Quédate junto a mí.

—Siempre. ¿Champagne? Te hará bien.

Me reí.

—Claro que sí.

Nos quedamos bebiendo todo el viaje, riendo y recordando los mejores momentos de nuestra relación, lo que sin duda hacía que las cosas fueran mejor, incluso estando en el cristalino mar tailandés. El viaje duró cerca de cuarenta minutos, los que pasaron muy rápido gracias a Edward que, sin pensarlo, me reconfortaba como nadie.

—Ya estamos llegando —dijo él, señalando hacia un enorme acantilado.

No comprendía cómo podía ser ese nuestro destino hasta que rodeamos el acantilado y vi el comienzo del destino más paradisiaco jamás encontrado. ¡Era fascinante! Era una isla preciosa con diversos bungalós, unos más grandes que otros, con la mejor vista de la playa, que era… excepcional. Aún hacía calor y el clima se vivía de una forma magistral. ¡Todos estaban afuera disfrutando del agua, de beber y bailar! No había familias, solo parejas de gran diversidad. Detrás había una diversa flora que debía esconder una fauna muy protegida, lo que sin duda debía ser un panorama único de ver.

—¿Y? ¿Qué dices? —me preguntó Edward al oído.

No sabía qué responder, estaba boquiabierta. Me giré y le llené el rostro de besos, no tenía otra manera de reaccionar. Edward rio y finalmente me abrazó, tan feliz como yo de compartir este momento junto a mí.

—Vamos a dejar las cosas a nuestro bungaló —dijo.

Casi me pongo a saltar de un pie. ¿Nuestro propio bungaló?

—Te encantará —afirmó, tomando mi mano para instarme a caminar.

Fuimos juntos hacia donde nos recibieron unos amables recepcionistas, quienes, además, tomaron las maletas para llevarlas. Edward, que hablaba un fluido tailandés, siguió las instrucciones de los empleados, por lo que nos encaminamos hacia adelante. Mi sorpresa fue inmensa cuando comencé a notar que nos dirigían hacia una zona de bungalós muy grandes, con una vista que rozaba el significado de "paraíso" y no solo eso, sino que, además, tenía su propia zona de playa… o sea, una privada.

Los empleados nos dejaron en la entrada y nos entregaron la llave, la que usamos de inmediato para abrir la rústica puerta de más de dos metros de alto. Cuando Edward abrió, me quedé estupefacta ante la decoración. ¡Era preciosa! Una mezcla entre lo tradicional y lo moderno, una forma única de representarla en un lugar digno de una pareja dispuesta a disfrutar. Era tan grande que cada lugar parecía demasiado para dos, pero sin duda, lo que seguía era un hermoso pasaje para descansar. Noté que había una piscina inmensa para nosotros, con un escaparate de lujo en el que los dos podíamos estar mientras mirábamos hacia la playa y la hermosa vegetación, unidos en las hamacas o las sillas reclinables de color marfil. Entonces me di cuenta de que había un camino de girasoles y que la mayoría de la decoración era acompañada por ellas. En un segundo lo miré, sintiendo que iba a llorar.

—¿Hiciste esto por mí? —inquirí.

—¿Y me lo preguntas?

Solté el airé y me eché a sus brazos.

—No sé ni qué decir.

—¿Te ha gustado?

—¿Gustarme? ¡Es impresionante!

Se veía tan emocionado, no por lo que vivíamos únicamente, sino por lo que me estaba haciendo sentir: felicidad.

—No puedo creer que sigas haciendo lo imposible por sacarme una sonrisa.

—Lo haré todos los días de mi vida, nena, este es solo el comienzo.

Se me apretaba el corazón de emoción. Este hombre era mi perdición y mi felicidad.

—Ponte cómoda, quiero invitarte a la playa —susurró, para luego darme una suave nalgada.

Iba a dar un paso adelante, pero él me frenó y me tomó entre sus brazos.

—La tradición —dijo, sacándome una carcajada.

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Estuve un par de segundos echada en la cama, mirando lo que estaba viviendo ahora. La habitación era muy iluminada y la ventana frente a la cama daba un espectacular vistazo al mar. Era… Uff, no sabía ni cómo explicarlo. Mientras me rebosaba en los edredones de color marfil, lo veía sonriendo y tratando de acomodarse junto a mí. Por mi parte, disfrutar de la visual que él me regalaba, desnudo desde la cintura hacia arriba y usando solo unos apretados pantaloncillos cortos de jeans, era mi panorama favorito.

—¿Nos vamos ya? —inquirió, mirándome de forma pícara—. Tengo algo allá que podemos disfrutar esta noche.

Sonreí yo esta vez.

—Claro que sí.

Nos fuimos juntos tomados de la mano y cuando nos acomodamos en la arena, con las olas un poco más allá, vi lo que me esperaba. Había una manta con bocadillos y dos copas enterradas en la arena, con el vino espumoso para nosotros dos y a su vez, la decoración de más girasoles dispuestos alrededor.

—Digamos que están dispuestos a encandilar a los recién casados —afirmó cerca de mi oído.

Me reí y me colgué de su cuello.

—Es precioso.

—Solo quiero que disfrutes.

—Oye, yo también quiero que disfrutes tú.

Sonreía.

—Lo hago cada segundo que estoy contigo.

Suspiré de amor y lo besé. Pero Edward, aprovechándose de que para él yo solo pesaba como una pluma, me tomó entre sus brazos y me acomodó en la manta mientras nos reíamos a carcajadas. Cuando nos quedamos frente a frente y noté que realmente estábamos junto al mar, descubrí que la mayor parte de mis miedos estaban dentro de una mujer aterrada que fue violentada durante un tiempo de su vida… y que ella ya no podía seguir en mí.

—El mar puede traer calma. No tienes que temer, estoy contigo —susurró, besándome la mano derecha.

Suspiré y miré sus ojos, contemplando al rudo hombre que había fuera, pero sabiendo la existencia de uno dulce y muy bueno por dentro. El destino me había brindado la posibilidad de conocer a un hombre maravilloso, el mejor y… no imaginaba a otro compañero para vivir mi vida.

—Jamás te lo dije —susurré—, probablemente porque no quería ahondar más en ello y porque estaba muy dentro de mí, oculto en alguna parte, pero… sí, el mar siempre me produjo algo que nunca pude explicar correctamente, o bueno, no siempre… sino, desde que él…

Su ceño comenzó a fruncirse, porque sabía de quién se trataba.

—¿Qué te hizo, Bella? —preguntó, tensando sus músculos.

Respiré hondo una vez más.

—Quiero contarte esto como una forma de liberarme, de dejar de sentir que existe la mujer violentada en mi interior, esa que sentía tanto miedo —afirmé—. Quiero dejar atrás lo que significa haber estado con él aquel periodo de tiempo, que ya no consuma mi vida lo que me provocó haber permanecido a su lado, ya sabes, haberme convencido de tener miedos, de temer por mi vida y… de que soy muy débil. Sé que no lo soy, ¿sabes? Una mujer que logra salir de eso jamás será débil. De hecho, ninguna mujer lo es, porque tenemos que luchar con muchas cosas desde el comienzo de nuestras vidas. Por mucho tiempo creí que iba a matarme o que le haría daño a las personas que amo, pero entonces supe que eso no podía ser. ¿Imaginas vivir una vida así? Soy demasiado para eso. Saqué a mi hijo adelante siendo solo una chica de veintitrés y sí, cometí algunos errores, como haber estado con otro hombre que jamás valoró mi existencia ni la del pequeño que decía querer y sé que ahí aún estaba la mujer temerosa que pensaba que eso era solo lo que merecía: cariño a medias y una compañía helada que te recordara que mientras más éxito tienes, más miedo le provocas a un hombre—. Le acaricié las mejillas, haciendo una pequeña pausa—. Dimitri… Dimitri me llevaba al mar cuando quería hacerme sufrir.

Su boca se abrió ligeramente, como si buscara respirar.

—Siempre me llevaba con amenazas, sacándome de mi vida, muy lejos de la ciudad. A veces temía no volver con vida, ¿sabes? Pero iba y la gente pensará que era tonta por permanecer ahí, pero él me anuló de una forma tan intensa que… era un espectro. Cada vez que veía la playa de su maldita casa, tan flamante, donde hacía todas sus fechorías, temblaba—. Tomé su mano para sentirme un poco más acompañada al continuar con esos recuerdos—. Él me castigaba, llevándome tomada de los cabellos hasta las olas y me hundía para recordarme entre gritos que yo le debía obediencia y que, para una próxima vez, me lanzaría al océano sin posibilidad de que alguien acudiera a mi ayuda.

Cuando se lo dije, su ceño se frunció aún más y luego hizo un gesto adolorido, manteniendo unos ojos brillantes de furia, odio y una tristeza honda, acompañada de impotencia.

—Nunca se lo había contado a alguien porque los años hacen que una busque olvidar. No suelo mirar el mar de una forma agradable porque temí por mi vida muchas veces gracias a Dimitri y su búsqueda por hacerme daño —susurré—. Pero hacerlo ahora es… liberador. Soy la mujer que siempre quise ser y tengo a mi lado un compañero que jamás me dañaría, que jamás…

—Jamás sería capaz… —gimió con los ojos muy llorosos.

Me abrazó y me contuvo, hundiendo sus dedos en los cabellos de mi nuca. Yo cerré mis ojos y puse mi rostro en su pecho, sonriendo, sin lágrimas, simplemente liberando poco a poco a la mujer herida que llevaba en mí.

—Sé que no lo harías ni en tus pesadillas—. Medio reí, tocando su pecho y luego subiendo hasta sus mejillas—. Tus manos solo me provocan seguridad, cariño y placer—. Busqué su mirada—. Lo único que has hecho conmigo es… sacarme sonrisas, gemidos y carcajadas.

Juntó su frente con la mía, respirando hondo.

—Eso es lo que has hecho conmigo desde que te conocí —susurró—, hacerme conocer el amor de pareja. Estuve mucho tiempo atrapado entre manipulaciones, encerrado en acciones que no quería cometer, abusado por una mujer, aterrado luego de que le hiciera daño a mi hija y… —Su nariz estaba junto a la mía y me respiraba—. Ese hombre tampoco existe, de lo contrario no habría podido amarte.

Sonreí.

—Ni yo a ti. Para amar hay que sanar y juntos lo hemos hecho poco a poco, para que ellos puedan ser felices también —aseguré.

—Solo quiero que sepas una cosa.

Asentí.

—Nunca, te prometo, nunca —enfatizó—, volverán a dañarte, porque aquí me tienes. Vale, sé que eres la mujer más fuerte que conozco y que puedes con todo y más, es parte de lo que amo de ti, pero… jamás permitiré que vuelvan a dañarte, sea quien sea, porque conmigo tienes un pilar capaz de todo por protegerte, ¿de acuerdo? Soy tu esposo y me tendrás para blindar cualquier bala que quiera llegar a ti.

Lo abracé y caímos juntos hacia la arena, él debajo de mí, sujetándome desde las nalgas para mantenerme aferrada a su cuerpo.

—Digamos que tienes una leona contigo y que no permitiré que nadie se acerque a ti —afirmé—. Una bestia necesita de otra bestia.

Sonrió.

—No tienes idea de lo que provocaste en mi vida desde que llegaste a ella —dijo—. Has hecho más de lo que puedes imaginar, especialmente el mostrarme lo que significa tener una compañera.

—Somos el mejor equipo —murmuré.

—El mejor —aseguró.

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Se sentía el aroma de la brisa marina, la que era muy distinta a la que conocía. Era increíble cómo todos los malos recuerdos asociados al océano cambiaban de una forma tan hermosa estando con el amor de mi vida.

Me estiré entre los edredones, sintiéndome sudorosa, aferrada a unos brazos muy grandes que me sujetaban mientras los labios de su dueño estaban en mi espalda. Dios, era una maravilla.

Abrí mis ojos poco a poco, vislumbrando un sol divino que chocaba con el calmo oleaje turquesa de las playas tailandesas. El horizonte era precioso y… ah, no sabía de qué forma describir el paradisiaco lugar en el que me encontraba. Las palmeras, además, daban un toque único junto con la blanca arena que había a pocos metros de nuestro lugar.

Me di la vuelta y me lo encontré durmiendo profundamente, con sus cabellos más desordenados que nunca. Miré hacia abajo y vi su desnudez, con esos tatuajes divinos en su cuerpo. Este hombre era una perdición, ¡y era todo mío! Me acomodé en su pecho, pegando mis senos a él y echando un brazo sobre su torso mientras admiraba al hombre de mis sueños. El sol le daba en la cara, lo que sin duda parecía el mensaje del cielo para recordarme al ángel que había llegado a mi camino.

Estaba tan, tan enamorada.

—Oye —susurré, haciendo caminos por su abdomen hasta llegar a su cuello—, levántate ya que el día ha comenzado. Ayer ya nos levantamos muy temprano.

Me reí cuando él solo refunfuñó y se escondió entre mis senos.

Ya llevábamos tres días aquí y eran simplemente un suspiro tras otro. Ya habíamos disfrutado de fiestas, de comer y de quedarnos juntos en silencio mientras veíamos las maravillas del lugar ¡y aún sentía que quería más! Nunca era suficiente, menos aquí.

—Eres tan dormilón cuando te lo propones —dije, acariciando sus cabellos.

Entonces miré hacia la habitación y luego bostecé, bostezo que quedó a medias cuando me di cuenta de la cagada que habíamos dejado en el bungaló.

Mierda.

—Edward. Mierda—. Lo zarandeé, esperando que despertara.

¡Todo estaba en el suelo! ¿Qué mierda habíamos hecho anoche? Definitivamente no había sido buena idea habernos emborrachado y luego haber hecho el amor sin importarnos siquiera la decoración del hotel. Era un completo desastre y sabía que nos habíamos comprometido con más de una de las tantas figuras carísimas que adornaban el lugar.

—¡Edward! —le grité.

Él se levantó de un solo movimiento y miró hacia todos lados, buscándome sin siquiera darse cuenta de que estaba a su lado.

—Bella, ¿qué pasa? —Parecía muy preocupado.

—Estoy aquí —dije.

Frunció el ceño y se quedó unos segundos mirando al vacío, intentando despertar la mitad de su cerebro dormido.

—Hicimos algo malo anoche —afirmé.

Sonrió y se echó a mis brazos, dispuesto a seguir durmiendo conmigo.

—¿Algo malo como eso que te gusta que te haga? —preguntó, besándome el cuello.

Me reí.

—Estoy hablando en serio.

—Yo también.

—Destruimos el hotel.

Se quedó en silencio mientras miraba lo que habíamos hecho.

—Carajo —musitó.

Nos miramos y nos largamos a reír, sin saber cómo demonios arreglar esto. Habíamos hecho otra tremenda locura. Entonces se levantó y tomó uno de los carísimos elefantes de porcelana que estaban en una repisa que hice chocar con Edward mientras… bueno, mientras hacíamos nuestras locuras.

—Esto debe valer una fortuna —susurró, poniéndose una mano en la frente.

—La he cagado—. Me mordí el labio inferior.

También habíamos destrozado otras figuritas, que seguramente debían tener muchos años. Dios santo, ¡nunca nos conformábamos hasta romper algo!

Edward juntó los pedazos y se puso el dedo índice contra los labios, para luego ponerlos en la basura, no sin antes cubrir todo con unos cuantos papeles para que pasara desapercibido.

—Así nadie se dará cuenta —dijo, caminando hacia mí para tomarme de las caderas y hacerme caer a la cama nuevamente.

Nos largamos a reír y nos comenzamos a besar. Edward hizo un movimiento fuerte con la cama y finalmente hicimos caer el cuadro que estaba colgado en la pared. Grandioso.

—Debemos parar —susurré.

—No me importa —aseguró, volviéndose a mi cuello para besarme.

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El clima era magnífico y los días junto a Edward una enseñanza de profundo amor y felicidad. Era grandioso. Estar en una isla lejana de Tailandia, con todo lo que significaba, me mantenía en un momento de profunda reflexión. Edward se veía tan contento, disfrutando de un lugar que le permitió crecer junto a su hija y ahora, estando a su lado, parecía haber madurado sus mayores culpas.

Estaba sobre la arena, disfrutando del sol y del reflejo del hermoso océano que había delante de mí. Edward estaba sacudiéndose el cabello mojado luego del chapuzón que se había dado en el agua, mostrando ese cuerpo francamente… divino. Parecía una escultura tatuada en medio del agua. A ratos las mujeres y sí, hombres también, se giraban a mirar y yo no podía estar más satisfecha de que lo hicieran. Qué ganas tenía de decirles "hey, él es mi esposo, ¿no es maravilloso?".

Me acomodé en la toalla y expuse el culo para broncearlo un poco más y para qué negarlo, también para mostrar mis atributos. Estaba casada, no muerta.

Cuando sentía que el calor llegaba a mi piel de la forma adecuada, sentí una sombra cercana. No tuve ni oportunidad de levantar la mirada para ver quién era hasta que sentí una nalgada que por poco me hace gemir.

—¡Edward! —medio gruñí.

Él se comenzó a reír y se sentó a mi lado, sacudiéndose las gotas de agua que todavía caían por su cuerpo, mojándome en el momento.

—Eres un brabucón —le dije, echándome sobre su pecho.

—Quería ser un cavernícola por esta vez —susurró, tirando de mi barbilla.

—¿Por qué? —pregunté, sonriéndole.

—Porque hay varios tipos que se están saboreando mientras te miran un poco más allá.

—¿Puedes culparlos? —inquirí, levantando las nalgas para que él las tomara, cada una en la palma de sus manos.

—En lo absoluto, pero esta vez soy un maldito cavernícola y he venido a por ti.

Nos reímos, porque para nosotros no era más que una simple jugarreta que disfrutábamos sin más.

—¿Te estás robando a la chica, Edward Cullen?

—No, me estoy robando a MI chica —enfatizó, tomándome entre sus brazos.

Comencé a gritar y él apoyó mi vientre en su hombro, con mi cabeza y cabellos hacia abajo mientras me sostenía desde el culo, dándome fuertes nalgadas. Me acomodó en la arena antes de que tuviera tiempo de mirar dónde estábamos y finalmente sentí una ola gigante golpeando mi cuerpo. Di un brinco y me eché a sus brazos, por lo que Edward me rodeó con los suyos, dándome a entender que siempre estaría ahí. Nos bañamos entre risas, abrazos y sí, unos besos deliciosos que significan otro camino de felicidad, reviviendo segundo a segundo un amor que iba creciendo cada vez más.

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Estaba emocionado. Veía un brillo infantil en sus ojos, uno que me llenaba el corazón. ¿Cómo podía ser tan rudo y adorable a la vez? En un momento tomé su mano y él salió de su trance, besándome los nudillos mientras sonreía, contemplándome a los ojos.

—¿Qué plan tienes? —inquirí.

—Algo que muero por hacer contigo.

—Oh, vamos, ¿es algo nuevo para ti?

—Realmente muy nuevo. No hay nadie mejor que tú que pudiera acompañarme en esto.

Le acaricié la quijada y apoyé mi cabeza en su hombro, mientras disfrutábamos de otro viaje en yate hacia algún lugar que esperaba mostrarme. Los paisajes se volvían cada vez mejores y, francamente, no dejaba de tomar fotografías para mostrárselas a nuestros pequeños. A veces me encontraba de forma imprevista y yo luchaba con él para que dejara de tomarme fotografías así; sin embargo, Edward se negaba a aceptar, parecía poseso con la idea de enmarcar mis sonrisas espontáneas.

Mi esposo alzó la mirada cuando notó que llegábamos al lugar ideal y por un momento me quedé boquiabierta. Estábamos en un islote y había más gente preparada para…

—¿Bucear? —le pregunté, tirando de su brazo.

—Quería que fuéramos a la expedición nadando, no a…

—A ti te gusta bucear —afirmé.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque te conozco.

Sonrió, bastante asombrado.

—Bueno, por eso eres mi esposa —respondió—. No quería llevarte a bucear porque podía causarte miedo y lo que menos deseo es que…

Lo callé, poniendo mis manos en sus labios.

—Ya está, no tienes nada que pensar al respecto. Vamos a hacerlo.

Levantó las cejas.

—¿En serio?

—Claro que sí—. Tomé su mano y me acerqué con el corazón en la mano, ahí, donde el océano se percibía más cristalino y todos esperaban instrucciones para continuar la aventura—. Soy tu esposa y haremos más de alguna locura juntos.

Sonreía, todavía sorprendido de que yo fuera tan maravillosa. ¡Por Dios! ¿Seguía teniendo dudas?

Las instrucciones eran chino mandarín para mí: incomprensibles. Edward parecía comprenderlo bastante bien y no dudé ningún segundo en que alguna vez debió hacer este deporte en su momento.

—La primera vez que buceé fue con papá, cuando tenía cerca de quince años —afirmó mientras me ayudaba a vestirme.

Sentía que iba a vomitar.

—Lo hicimos unas cuantas veces, allá en la costa de California. Imaginarás que no recuerdo muy bien cómo era la emoción, pero sé que te gustará.

Me puso todos los implementos junto al instructor, un hombre que parecía muy experimentado. Me siguieron comentando todo lo que debía hacer, pero la verdad, solo me enfoqué en la idea de respirar con ese aparato extraño que tendría en la boca. Como era una principiante, Edward solo pidió el acceso más superficial y se negó rotundamente a dejarme aquí arriba para que él disfrutara de la zona más profunda. Cuando fue el momento de lanzarse al mar, sentía que iba a desmayarme del terror; sin embargo, saber que Edward estaría conmigo me hizo relajarme poco a poco, hasta que finalmente nos lanzamos juntos. Al comienzo creí que iba a ahogarme, pero pude hacerlo, sí, con dificultad, pero lo había logrado.

Mi primera vista de todo fue mi esposo, que tomaba mi mano y me instaba a seguir al grupo. Mientras, contemplé por primera vez con total claridad lo que significaba estar debajo del agua. Parecía que había un techo cristalino y luminoso sobre nosotros. Luminosidad que lograba penetrar hacia lo que parecían arrecifes de coral de diversos y hermosos colores.

Estaba perpleja.

Nos movimos hacia allá y pude disfrutar de tamaña vista, junto con el cardumen de distintos colores que nos rodeaban. ¡No podía creerlo! ¿Estaba bajo el agua? ¡Sí!

Edward me apuntó hacia una zona más adentrada, así pude contemplar con total impresión los caballitos de mar que iban juntos, unos más pequeños y ¡algunos embarazados! Era algo tan hermoso.

Seguimos observando, vislumbrando pequeños pececillos de colores variados. Luego, comenzaron a verse unos mucho más grandes, tanto que comenzaban a asustar. En un momento nos encontramos con lo que parecía ser una especie de nariz larga y cresta de colores sobre el lomo. ¡Era inmenso! Y tan rápido como apareció, se fue.

Nos seguimos trasladando de la mano, un poco más allá, todavía con el grupo. Cuando vi la enorme tortuga que nadaba en su búsqueda de comida, sentí enormes deseos de gritar de emoción. Parecía un sueño. Entonces vimos a un precioso pez que parecía ser triangular, con manchas de color blanco y negro, su cola era larga y nadaba en la zona menos profunda, cerca de los arrecifes de más colores.

Mucho más allá y cuando ya finalizaba la expedición, vimos al fin a uno de los grandes exponentes: ¡un tiburón! Pero no era notoriamente grande ni similar a cómo había sabido que solían ser las especies más peligrosas. Creí que nada podía ser más maravilloso hasta que el instructor hizo gestos, para luego alumbrar una zona más profunda, donde noté que se podían apreciar las siluetas de delfines.

Era precioso.

Una vez que el buceo terminó, fuimos hacia arriba entre nados, con Edward dando un último paseo de recién casados ante los ojos de los demás. Quería que este momento durara para siempre, pero sabía que en nuestros recuerdos permanecería de una forma difícil de olvidar.

Cuando salimos hacia superficie, Edward me ayudó a quitarme lo que apretaba tanto mi cabeza y luego sacudí mi cabello ante sus ojos. Él sonreía, ¡estaba dichoso! Su mirada brillante lo era todo.

—Dime que te ha gustado —susurró, juntando su frente junto a la mía.

—¡Me ha encantado! —chillé, echándome a sus brazos.

Él puso sus labios en mi cuello y me abrazó, rodeándome desde la cintura.

—Te amo. Gracias por instarme a hacerlo —afirmó.

—Y yo te amo a ti. Contigo iré a cualquier aventura, mientras sea juntos.

—Juntos —continuó, para luego besarme de forma apasionada en medio del agua.

.

Revisaba las fotografías que nos habían sacado bajo el agua, sonriendo de forma embobada. Qué luna de miel tan maravillosa. No podía creer que ya se iba a terminar.

Caminé por el pasillo y lo vi duchándose detrás de la mampara de vidrio. De seguro había aprovechado mientras yo dormía como un oso en hibernación. Estuve tentada a meterme con él, pero consideré que disfrutar de algo juntos frente al mar era una mejor idea. Así que aproveché de preparar algunas cosas, manteniéndome en silencio para que no fuera a escuchar. Cuando hube terminado todo, le dejé una nota escrita a mano pegada en la puerta del baño.

En solitario seguí el camino de rocas hasta una preciosa zona de descanso, únicamente nuestra y en completo silencio. Lo único que se oía era el choque de las olas con la arena, simplemente maravilloso. En otro momento habría estado aterrada de permanecer cerca del mar en la oscuridad, pero ahora solo quería enfocarme en la felicidad que sentía, aquí y ahora.

No supe cuánto tiempo estuve en mi solitaria abstracción, pero solo pude salir de ella cuando sentí su dedo recorriendo mi espalda.

—Llegaste —musité, levantándome y dándome la vuelta.

—Veo que has preparado algo para que bebamos —susurró, sacando la botella de vino para los dos.

—Quiero que disfrutemos esta última noche en la isla —murmuré, viendo cómo la abría con sus fuertes manos.

Vertió el vino en una copa para mí y luego una para él. Pero antes de darme siquiera una probada, se llevó un sorbo a los labios y de inmediato me besó, permitiendo saborear.

—Nunca pensé que volvería a Tailandia con el amor de mi vida —afirmó mientras respirábamos—. Especialmente a conocer un lugar como este.

Sonreí mientras me lamía los labios.

—Espero haber sido una grata compañía.

—Eres la mejor compañía.

Me reí y me di la vuelta, apretando su espalda para que se acomodara sobre la manta.

—Quiero darte un masaje. Tengo aceite, te gustará —susurré y luego mordí el lóbulo de su oreja.

—Mmm… Aceite —ronroneó, acomodándose bocabajo sobre la manta en medio de la arena.

Me senté encima de él a horcajadas y eché aceite, uno que tenía caléndula y otras especias propias de las maravillas orientales. Comencé dando un recorrido suave por los músculos de su cuello, aprovechando de calmar la piel bronceada. Me pasé un buen rato disfrutando de sus tatuajes, recorriéndolos con suavidad y luego con una leve presión. Sentía su respiración haciéndose cada vez más pesada y su relajación que se convertía en completa excitación. Recorrí, entonces, parte de sus escápulas y los fuertes músculos de su espalda, dirigiéndome hacia la zona lumbar y luego hacia las nalgas, las que despojé de su ropa para disfrutarlas.

Qué afortunada era.

—No te imaginas cuánto me gusta esto —musitó.

—Lo sé —le susurré nuevamente al oído, apoyando mis senos en su espalda. Luego besé su cuello y sus hombros.

—Déjame hacerlo contigo —pidió—. Quiero darte un masaje a la tailandesa.

Me reí y en menos de un segundo me dio la vuelta.

—¿A la tailandesa?

—Hay una magia llamada tantra—. Tomó uno de mis pies y comenzó a masajearlo con cuidado mientras me contemplaba a los ojos.

—¿Tantra? Eso suena bastante… bien.

—Bien es quedarse cortos.

Cerré los ojos al sentir cómo sus dedos viajaban por el tobillo y el talón, subiendo por mi pantorrilla, los gemelos, la rodilla, los muslos y… Dios mío, cómo me gustaban sus manos. Edward mantenía sus ojos conectados con los míos y cuando llegó a mi ingle, la esquivó para provocarme, luego se detuvo en el vientre y en mis senos para dar más masajes cautivadores. Cada vez que tiraba de mis pezones sentía que gritaba internamente y de mí brotaban quejidos, arqueándome en el proceso. Cuanto no toleré mucho, tomé su cuello y nuca para atraerlo a mí y besarlo.

—La magia es conectarse y contigo quiero conectar cada vez que hacemos el amor —susurró, para luego besar mi cuello.

Nos mantuvimos entre caricias mientras nos mirábamos, aceptándonos tal cual éramos, con nuestros pasados, virtudes y defectos. Nos conocíamos, éramos compañeros y confiábamos en el otro. Los sentidos eran cada vez más intensos debido a ello, llevados por una magia poderosa que quizá podía deberse al lugar en el que estábamos dispuestos a amarnos esta noche, con el océano cristalino delante de nosotros y la arena debajo de la manta.

Edward me besaba la piel y yo acariciaba sus cabellos, sus manos y buscaba que continuara. Todo era suave, enlentecido, buscando conocer y comprender las sensaciones que estábamos sintiendo. Cuando llegó a mi vientre y luego a mi monte, el cual mordió, sentí la fuerte electricidad desbordante de necesidad. Él continuaba buscando mi mirada y, en medio de ello, tomó mis muslos para disfrutar de mi sexo con su boca. Nunca era suficiente y el placer me revolvía la capacidad de pensar. Mi esposo me besaba con calma, hundiendo su lengua y saboreando cada rincón como un manjar en su deliciosa boca. Al succionar, no encontraba manera de soltar las emociones que me provocaba, no hasta que sentía el orgasmo creciente llegando a mí. Pero Edward siempre buscaba continuar en una aventura de curvas despiadadas, por lo que se alejó con su boca ya húmeda por mí y se acercó para besarme y hacerme probar mi propio sabor.

—Te amo —susurré, acariciando sus cabellos que caían por su rostro.

—Te amo —respondió, acomodándose entre mis piernas.

Las subí hasta su cintura y lo abracé con ellas, deseosa de más. Cuando continuamos conectando miradas, él entró en mí, causándome un fuerte suspiro. Nos tomamos de las manos y nos movimos juntos, pausando el momento para asimilar la manera en que su piel se unía junto a mi piel. Nuestras caricias iban en sincronía con nuestra respiración, así como su calidez, nuestro sudor, nuestros gemidos… Era una sensación mágica, realmente espiritual, llena de energía y de nuestro profundo amor. Sentía que viajaba en nuevas sensaciones de difícil descripción y que llegado aquel clímax, mi cuerpo buscaba más. Lo apreté con mis paredes y él gruñó, juntando su frente con la mía y dando una fuerte y última estocada en mi interior. Acaricié su rostro, sus mejillas, sus labios, su nariz, cejas y frente, hasta que finalmente sentí que llegaba a aquel culmen poderoso. Me arqueé una vez más y gemí su nombre, contemplando sus hermosos ojos verdes a la vez que él daba más caricias en mi rostro, tirando de mi labio inferior con la mano libre y con la otra mantenía sus dedos entrelazados con los míos. Mientras recibía un segundo clímax, uno tan vivo y furioso como desesperante, Edward llegó al suyo, acabando dentro de mí.

Respiramos como pudimos, él sobre mí, buscando calmar el ritmo de su corazón. Yo solo podía acariciar su pecho mientras nos manteníamos unidos, sin querer separarnos aún.

—Así que tantra —susurré.

Sonrió y besó mi hombro, para luego dejarse caer a mi lado para abrazarme. Pegué mi mejilla a su pecho y lo miré.

—Podemos seguir intentando —afirmó.

Me reí.

—¿Y eso? ¿Lo leíste?

—Lo conocí en Asia, ya sabes, los viajes dan bastante información al respecto.

Fruncí el ceño.

—¿Y el sexo tántrico fue tu práctica habitual aquí?

Se quedó boquiabierto, mientras yo buscaba la forma de no morir de celos al imaginarme a esas suertudas mujeres… disfrutando con mi hombre y…

¡Dios!

—Hey—. Se reía—. Sí, solo un par de veces, pero…

—¿Pero?

—Cada vez que te pones celosa me dan ganas de comerte las mejillas a besos.

Las inflé y me escondí en su pecho.

—Solo fue una suerte de aventura, ya sabes.

—Qué suertudas —dije de forma sarcástica.

—Mi esposa eres tú, ¿lo recuerdas? —me susurró al oído—. Y eres con quien quiero seguir practicando todo lo que salga de nuestra mente. Y, a decir verdad, el tantra no funciona sin conexión, es muy difícil, por no decir imposible. Va más allá, es aceptarse, es… vivir cada momento en un plan de confianza que rebosa lo mágico… Y contigo es mucho más que eso, es… fabuloso.

Sonreí y le besé el torso.

—Te amo, mi Bestia, estos días contigo han sido uno de los más mágicos de mi vida. Has hecho de una luna de miel un paraíso que no podré olvidar nunca. Me siento tan afortunada de ser tu esposa.

Sus ojos brillaron de intensidad y besó la mano en la que llevaba mi anillo de casada.

—El afortunado soy yo. Eres la mujer más maravillosa que he conocido y conoceré nunca. Te amo, cariño, y este es el comienzo de una aventura que lleva un recorrido, pero mejorará cada día juntos.

—Abrázame —pedí.

—Nunca tienes que pedirlo —susurró, haciéndolo con más fuerza y luego poniendo su barbilla en mis cabellos.

Cerré mis ojos, sintiéndome irremediablemente feliz.

.

No iba a mentir, volver a Chicago se sentía bien, pero también moría por regresar a Tailandia y quedarme con mi esposo. Sin embargo, saber que volvería a ver a mis pequeños era… sinigual. ¡Los extrañaba tanto!

—Es hora de volver —dijo Edward, besándome la frente y acariciando mis cabellos.

—Tengo sentimientos encontrados.

—Lo sé. ¿Crees que hayan crecido?

Me reí.

—Cariño, solo nos fuimos una semana.

—Pero se siente mucho más.

Suspiró.

—Tengo que encender el maldito teléfono. Prométeme que llegando nos iremos juntos un momento más, ¿bien? Muero por estar unos días más solo a tu lado —ronroneó, besándome el cuello.

—Lo que tú quieras, cariño.

Antes de que siquiera pudiera devolverme hacia mi esposo mientras el avión se acomodaba para permitirnos bajar, vi que Edward sostenía su móvil con el ceño fruncido. Parecía que ponerse en orden con la vida real le estaba pasando la cuenta.

—¿Qué ocurre? —le pregunté, apegándome a él.

Su respiración había cesado. Estaba asustado y muy preocupado.

—Vamos, ¿qué pasa? —insistí con el corazón en la mano.

Tragó.

—Emmett quiere hablar conmigo con urgencia.

—¿Por qué? ¿Pasó algo con los pequeños? —me alteré, casi a punto de levantarme del asiento.

—No, tranquila, ellos están bien, es solo que… —Se pasó una mano por el ceño y se quedó un rato pensando—. Encontraron grabaciones de la avenida en la que tuve el accidente—. Me miró—. Fue un ataque orquestado, Bella, un coche negro se dirigió a mí para matarme mientras conducía la motocicleta.

Un coche negro…

Un coche…

Dimitri.


Buenas tardes, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. Como ya saben, estamos en recta final, por ende, quedan pocos capítulos para finalizar esta historia que tanto nos ha acompañado en el tiempo. ¿Qué piensan de la luna de miel tan hermosa que tuvieron? Ellos definitivamente recibirán una nueva noticia, y yo diría que es hermosa. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco los comentarios de Pam Malfoy Black, Cinthyavillalobo, ale173, rosycanul10, Yaly, CelyJoe, BreezeCullenSwan, SeguidoradeChile, gesykag, Liliana Macias, JMMA, Belli swan dwyer, lindys ortiz, EloRicardes, saraipineda44, diana0426a, Toy Princes, Sther Evans, Valevalverde57, Liz Vidal, Brenda Naser, sollpz1305, Yoliki, Anita4261, AleSpri, esme575, Tereyasha Mooz, luisita, Lu40, Noriitha, kathlenayala, maribel hernandez cullen, jhanulita, LadyRedScarlet, Jessenia Torres, Coni, Florencia, Bitah, Valentina Paez, Mime Herondale, Cullen-21-gladys, Veronica, MissDeadlyNightShade, calia19, Gladys Nilda, morenita88, NarMaVeg, krisr0405, AnabellaCS, Brenda Cullenn, Angel twilighter, Stella Mino, Ana Cullen Lutz, dana masen cullen, cavendano13, patymdn, catableu, Freedom2604, lauritacullenswan, llucena928, kaja0507, viridianaconticruz, MarieCullen28, anlucullen, Elmi, lOrEn cUllEn, ELLIana11, Pameva, Natimendoza98, PielKnela, barbya95, ClaryFlynn98, Diana, Pancardo, lolitavenegas, Elizabeth Marie Cullen, CCar, Lore562, Karensiux, DanitLuna, bbluelilas, MakarenaL, merodeadores1996, Fernanda javiera, Jade HSos, Lys92, Ana, natuchis2011b, Fer Yanez, Fallen Dark Angel 07, Simone Ortiz, alejandra1987, Mica, Micaela94, rjnavajas,CazaDragones, beakis, ConiLizzy, EriiCullen07, NoeLiia, roberouge, Ceci Machin, Rero96, Naara Selene, Adrianacarrera y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dejan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus palabras, su entusiasmo y su cariño, de verdad gracias

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