Point Place, Wisconsin.
Martes 04 de Marzo de 1992.
Casa de Jackie y Steven Hyde.
Es difícil poner la cabeza en un sitio cuando uno la lleva pegada en el cuello. Parte de por que Eric siempre se guardaba sus pensamientos en el bolsillo, de esa forma podría tenerlos a la mano cuado necesitara decir algo menos estúpido que lo primero que había salido de su boca.
—No podemos interferir — expresó caminando de un lado a otro — Solo le estorbaremos a Hyde
— ¿Y que si esta armado?
—No podemos llamar a la policía, Donna, o todos terminaremos embarrados en esto.
—Debe haber algo que podamos hacer.
—Desearle suerte.- Dijo él.
Donna suspiró.
—No estamos ayudándonos, terminara matándonos a todos.
—Por lo menos ahora sabemos quién está detrás de todo esto. - inquirió Eric
—Puede ser que se haya enterado recientemente.
—Oh grandioso ahora nos atrevemos a afirmar que hay alguien más detrás de nosotros. Sinceramente Donna. No podemos hablar sin discutir sobre esto ¿Por qué no nos limitamos a ver la televisión y esperar que las malas noticias vengan con el correo como siempre, eh? Eso sería mucho más fácil ¿De qué sirve preocuparse y no poder hacer nada de todas formas?
—Esta falta de valentía y de interés fue lo que hizo que tomara esas decisiones sobre Alex, tengo que ser el adulto siempre porque ninguno de ustedes está dispuesto a responsabilizarse por nada…
—No, no es cierto Donna. Una mujer adulta aceptaría que lo hiciste para mitigar tu propia culpa. Conociste al padre de la niña que nosotros asesinamos y quisiste compensarlo dándole un nuevo hijo porque de esa forma te librabas de la culpa y de la angustia que te perseguía por las noches.
—Ahora soy egoísta por hacer algo para alguien más ¿Qué fue lo que tú hiciste eh? No hiciste nada, viviste con el "nunca pasó" descontinuando dando le una vuelta a la historia ¿no? Querías que fuera mentira, un accidente. ¡Lo borraste!
—Basta Donna, no quiero discutir contigo más. Estoy harto de esto. Llevamos discutiendo por tantos años que estoy cansado.
—Quizás es hora de que aceptes que todo esto es tan culpa tuya como del resto.
—No le diste a cualquier hijo Donna. Le diste a mi hijo.
—Era mío… era mío y no tienes ningún derecho de llamarlo tuyo, porque tú no lo viste nacer — sollozó. — Tú no tuviste que despedirte de él.
Eric levantó la cara para verle el rostro y confirmó sus sospechas, estaba llorando.
—Tú elegiste hacerlo, decidiste no conservarlo. Nadie te dijo que era tu única opción tú lo decidiste. — replicó él.
—Tú no puedes… nunca vas a poder entenderlo. ¿Crees que no me dolió? Estuvo adentro de mí. No fueron tus costillas las que pateó.
—Donna, debiste decirme o…
— ¿Qué hubieras hecho diferente? ¿Querías quedártelo? ¿Ibas a ser un buen padre, un padre soltero?
—Al menos hubiera tenido la oportunidad de intentarlo.
—La verdad es que ninguno de nosotros se merece un hijo. No después de lo que hicimos. ¿Cómo iba a vivir pensando en eso? Hyde y Jackie tuvieron la decencia de abstenerse ¿sabes por qué? Porque ellos también lo saben… tarde o temprano hay que pagar la deuda y si teníamos hijos lo pagaríamos con ellos. Yo no quise arriesgarlo a eso, a tener padres asesinos, a tener una vida a medias. Traté de ser inteligente, Eric. Siempre tengo que serlo yo. No tenía más alternativas.
—Pudimos haberlo intentado juntos. Nosotros no…
—No hay nosotros, Eric.
—Pude haberte perdonado lo de Hyde, pudimos cambiar tantas cosas…
—Me lo hubieras reprochado cada noche. Me lo hubieras reprochado toda la vida, como sé que me vas a reprochar esto. — Eric se quedó callado. — Y no te culpo, porque tienes el derecho de estar enojado y de sentirte terrible por esto… lo que no tienes es el derecho de reclamármelo. Fue mi decisión y si no puedes respetarla está bien. No va a cambiar nada. No necesito que me perdones.
Eric suspiró.
—Tienes razón. Estoy enloqueciendo con todo esto. Pero me gustaría que aceptaras que yo también la tengo. Que había otra manera de solucionarlo pero tomaste la más sencilla.
—Si tú hubieras firmado no creerías que fue tan sencillo.- dijo ella con una risa sarcástica
—Lo sé. Ahora trata de mirarme a los ojos y decirme que no te molesta que le llame mamá a otra mujer. Porque yo sentí que vomitaba los pulmones cuando lo escuché decirle papá a ese señor. Sin importar cuanto nos esforcemos no podemos devolverle a su hija, y lo peor es que ahora tampoco podemos recuperarlo a él. ¿De qué sirve que lo hagamos de todas formas, si vamos a terminar presos o muertos en los próximos días?
Donna reflexionó en silencio.
—Por lo menos nos tenemos a nosotros.
Eric asintió apesadumbrado, sus hombros fueron a caerle a los lados con resignación. Presentían, sentados desde el pedestal medio de las escaleras de lo que alguna vez fue la casa más colorida de todas, que todo estaba llegando hasta el final. Todo cae por su propio peso, tal es el costo de la gravedad de vivir en esta realidad.
Varias horas después, cuando preparaban la operación de expedición hacia la bodega para respaldar a su amigo, la mujer regresó a la casa para avisar al resto que había llegado la hora, sin embargo la casa parecía desierta y lo único que llegó a los oídos de Donna un pequeño glup desde la recamara del baño de arriba. Subió para ver que era y descubrió a Fez en el baño recargado sobre la bañera. Donna se disponía a preguntarle qué era lo que estaba haciendo ahí inclinado cuando se acercó un poco más y distinguió que no estaba solo. Kelso estaba tendido en la tina, con la ropa empapada y temblando de frio en una orilla, Fez susurraba algo para tranquilizarlo.
— ¡Tenemos que entregarlos a todos, debemos saber lo que hacen, tenemos que vigilarlos! Envíales una carta a los muchachos— decía Kelso castañeando los dientes — diles que digan los nombres a la policía que lo digan todo, ya no más notas, acabemos con esto. Hay que enviarlos a prisión a todos, se lo merecen.
—Sí. — Fez le tranquilizaba — haré lo que me dices, pero necesitas calmarte primero.
—Pon una prenda en la casa de Regano, sí, eso es, una prenda de Hyde, eso es. Hyde lo hizo, él lo hizo todo, fue Hyde.
—Kelso…— iba a empezar a hablar Fez pero Kelso bufó cuando escuchó su nombre
—Sí, también Kelso, también a él hay que mandarlo a la cárcel, y a Eric, a todos ellos, hay que poner su nombre en una tarjeta.
—No puedo hacerlo ahora, dejaré que los muchachos lo hagan cuando te hayas tranquilizado porque…
—Llámalos, llama a los muchachos para que pongan esa canción, esa canción que va así: tan, tan, tan, tan, tan… tan, tan, tan, tan… tan tantán tan
Donna frunció el ceño. La voz que Kelso estaba haciendo no se parecía a la suya en absoluto. Había enloquecido de nuevo.
—No podemos hacer eso, Kelso- adimitó Fez muy a su pesar
— ¡Te he dicho que no llames así!— gritó Kelso. Donna se tapó los oídos por lo agudo del tono.
Fez se revolvió nervioso.
—No podemos hacer eso ahora. Porque ellos están ocupados.
—Estamos en peligro, amigo. Porque ellos son unos asesinos. — Kelso se aferró a la camisa de Fez — no podemos dejarlos sueltos por ahí tienen que pagar lo que hicieron.
Fez se sentó en el suelo como si no le perturbara el extraño comportamiento de su amigo.
—Todo va a estar bien— le dijo y Kelso siguió agitándose en el agua.
Donna retrocedió asustada y por accidente chocó con el cuadro de la pared. El cuadro se cayó e hizo ruido. Donna se escondió rápidamente en el armario donde habían dejado todas las cosas de la evidencia que Kelso recolectaba. Trató de tranquilizar su respiración mientras escuchaba los pasos de Fez, que había salido a asomarse.
Fez se acercó lentamente al cuadro y lo levantó. Vaciló por un momento y luego se acercó a la puerta del armario. Donna se tapó la boca.
— ¡Donna! — Gritó Eric escaleras abajo. — Es hora de irnos.
Fez se volvió hacia las escaleras y cambió su rostro.
— ¡Eric, que sorpresa, todavía no estamos listos!
—Hola Fez, es hora, dile a los demás. Voy a buscar a Donna.
—De acuerdo— Fez le sonrió y escondió la cabeza.
Se quedó ahí parado por un momento y luego regresó al baño y cerró la puerta. Donna se tranquilizó y se inmiscuyó en el armario. Había un montón de papeles una gabardina verde con restos de lodo y una tarjeta. Donna levanto la tarjeta truco o trato decía la nota. Fue a los documentos de inspección donde estaban realizando observaciones y comparó la letra.
—Kelso… — murmuró con el corazón encogido.
El sonido de carga de la pistola llamó su atención. Kelso estaba parado sobre ella, apuntándole con el arma.
—No me llames así. —amenazó. —Ese no es mi nombre.
