Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

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Capítulo 50:

Doble felicidad

Luego de mirarme la barriga, sacudí la cabeza de forma casi imperceptible, porque estaba con anticonceptivos y no me había saltado una sola píldora en todo el tiempo que llevaba tomándolas. Me negaba a siquiera pensar en ello porque no quería ilusionarme, ni siquiera la idea de ver un resultado negativo que me hiciera daño otra vez. Además, habíamos propuesto que, al menos en un tiempo, ese no sería el fin de nuestra familia. Ya teníamos dos hijos preciosos que estaban en proceso de crecimiento y que necesitaban de nosotros tanto como nosotros de ellos.

No, qué tonterías estaba pensando.

—Oye—. Me besó la mejilla y luego los labios.

—Edward, acabo de vomitar y me estoy cepillando los dientes.

—¿Y? Te besaría de cualquier forma. Te amo y te deseo, siempre.

Me puse a sonreír, realmente consciente de sus locuras.

—Pienso exactamente lo mismo de ti —susurré, dándome la vuelta para abrazarlo.

Él lo hizo y su aroma me generó una ansiedad tremenda por morderle el cuello y comerme todo de su piel. ¿Qué demonios pasaba? Me reí y Edward se alejó para mirarme.

—¿Ya te sientes mejor? —preguntó, poniendo sus manos en mis nalgas.

Suspiré. Aún tenía algo de mareos repentinos cuando me movía de manera fugaz.

—Algo así —respondí.

Esta vez quien suspiró fue él.

—¿Segura?

Me reí.

—Claro que sí.

Acarició mis mejillas.

—Creo que mi desayuno se fue al carajo—. Seguía risueño.

—Oh, no, ¿esperas que no coma lo que tienes para mí?

Tomé su mano y tiré de él para que nos fuéramos a disfrutar juntos. Sin embargo, me dio la vuelta para tomarme entre sus brazos y llevarme entre carcajadas hasta la sala, en donde la chimenea estaba en todo su esplendor. Había una charola con huevos y panceta, además de un té que podía oler a kilómetros de distancia, junto a ello, estaban los waffles con canela y chocolate. A pesar de eso, rápidamente comencé a tener mucha hambre.

—Si quieres puedo prepararte unas tostadas maravillosas para que no cargues el estómago…

—¿Y perderme tu desayuno? Eso jamás.

—Está bien —dijo, acomodándome en el inmenso sofá mientras él lo hacía junto a mí.

Comimos juntos y disfrutando de los dos, simplemente reviviendo lo que significaba ser esa pareja que ahora estaba casada. Aun así, estar a su lado con su calor natural, el estómago lleno y la nieve que caía ante nuestros ojos gracias a la ventana que había frente a nosotros, hacía que solo quisiera dormir plácidamente a su lado. Estaba tan somnolienta. Edward solo me abrazaba mientras me contemplaba a mí, acariciándome el cabello y a ratos las mejillas.

—Estás muy cansada —susurró con su voz ronca y varonil.

—Es como si no hubiera dormido.

—Debe ser el frío, ¿no crees?

—Yo creo que sí.

—¿Ha vuelto el malestar?

Negué.

—Duerme. Estaré contigo.

Lo continué abrazando y él apoyó su mentón en mi cabeza, mientras recordaba lo que mi mente ilusionada imaginaba ante todo lo que me estaba sucediendo.

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Al despertar sentí acidez y más náuseas.

Oh, no.

Desde el fondo sentía que Edward hablaba con sus padres. Parecía intranquilo.

Me levanté como pude y noté que ya se estaba oscureciendo, lo que para ser invierno me daba la idea de que estábamos cerca de los cuatro y pico del día. Vaya, ¿cuánto había dormido? Me acomodé la bata y caminé hacia el pasillo, viendo cómo Edward estaba usando un delantal sobre su cuerpo. Era una imagen extrañamente atractiva.

—Diles que mamá y yo los queremos, ¿sí? Iremos a por ellos mañana a buena hora —dijo con la voz suave—. Gracias, mamá. Te quiero.

Una vez que cortó, me acurruqué en su cuello desde atrás, sorprendiéndolo.

—Hasta que has despertado —murmuró, besándome las manos.

—He dormido mucho, lo siento, quería más tiempo contigo.

—Me encanta verte dormir y disfrutar del sofá tanto como anoche —dijo de forma pícara—. Te estoy haciendo una cena maravillosa.

Dios mío, de tan solo escucharlo sentía que me enamoraba más de él. Con la mera idea de comer se me abrían las entrañas de deseo.

—¿Y qué es?

—Algo que te encantará.

—¿Y qué pasó? ¿Por qué hablábamos con Esme? ¿Pasó algo con los pequeños?

—Se han enfermado —aseguró.

Me di la vuelta, preocupándome enseguida.

—¿Qué? —exclamé.

—Mamá dice que debe ser un virus estomacal. Están algo delicados del vientre y vomitaron hace un rato, pero ya luego se sintieron un poco mejor. No han tenido fiebre.

Respiré hondo, mucho más tranquila, pero luego sentí un sacudón extraño en mí al caer en cuenta de que era muy probable que todo lo que estaba sintiendo fuera por el mismo virus que los tenía así a ellos.

Francamente, me desilusioné a pesar de que no quería causarme ninguna ilusión. Era tan extraño.

—Al menos no están con fiebre, eso es bueno —afirmé—. Pero me preocupa Fred, siempre tiende a descomponerse rápido debido a la colonoscopía.

—Ellos quieren quedarse con sus abuelos un día más, así que creo que se recuperarán rápido. Iremos mañana a por ellos, ¿bien? —Me acarició las mejillas y luego me besó.

Asentí.

—Creo que aún soy una mamá aprensiva.

—¿De verdad me dices eso a mí?

Nos reímos.

—Agatha es una valiente. A pesar de su dolor de vientre, lo que más estaba haciendo era cobijar a Fred, para luego irse a jugar juntos —me siguió contando.

—Es igual a su padre —susurré.

—Yo diría que es idéntica a su madre.

Nos largamos a reír y finalmente él me tomó entre sus brazos para llevarme escaleras abajo.

—Está volviendo a nevar. ¿Qué dices si vamos a jugar un poco en la nieve? —me dijo al oído.

—Ese es un panorama que no me perdería por nada en el mundo —respondí, respirando hondo.

La vida ya era magnífica, pero con Edward lo era mucho más.

Tomó mi mano y luego me llevó hasta la habitación para que nos vistiéramos para salir y disfrutar de la nieve.

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Fred y Agatha estaban como nuevos al momento de volver a vernos, parecía que nada había ocurrido y que ese virus estomacal nunca los había hecho vomitar la noche anterior. Lo que era yo, me sentía fatal y a ratos me negaba a dejarme morir en la cama para no preocupar a Edward. Pero vaya que me sentía limitada de energía.

—¡Mami! —exclamó Fred, echándose sobre mi cuerpo mientras yo intentaba no cerrar los ojos, durmiéndome otra vez.

—¿Qué ocurre, cariño?

—¡Papi ha llegado! —insistió—. ¡Trae regalos!

Pestañeé y me levanté rápidamente, tomándolo a él entre mis brazos.

—¡Qué grande estás! Creo que serás tan alto como papá, ¿no crees? —le dije mientras escuchaba cómo ladraban los perros y Agatha le daba besos.

Edward había tenido una guardia extenuante y se había ido a las seis de la madrugada, estando yo apenas capacitada para decirle que lo iba a extrañar. Ya pasaba de las siete de la tarde y él ya había llegado, lo que alentaba a mi corazón a latir con una fuerza descomunal. Siempre lo extrañaba cuando no estaba. Dejé a un lado también la laptop en la que seguía avanzando en mi escritura y también el tubo de Pringles que celosamente estaba comiendo a escondidas de mis hijos.

—Hey, ¿dónde está mi hermosa esposa? —canturreó Edward, sacándome un suspiro y una sonrisa mientras iba con Fred escaleras abajo—. ¿Y mi Saltarín?

—Mami estaba en su habitación escribiendo. Ha dormido mucho —le contó Agatha mientras escuchaba que le daba más besos—. Y con mi hermanito estábamos cuidando a los cachorros.

Cuando llegamos, vi a Edward vistiendo de civil, lejano a la imagen de bombero que esperaba como cada vez que llegaba de las guardias. Ahora, él usaba su chaqueta de cuero y nos jeans apretados, junto a sus botas de motocicleta. Verlo era una oda a la rudeza. Al vernos, simplemente sonrió y me abrió sus brazos, en los que me cobijé en un segundo.

—Así que estuviste muy dormilona hoy —susurró, juntando su frente con la mía.

Me reí.

—Algo así. Estoy recomponiéndome del virus estomacal.

—¿Estás bien? —inquirió, comenzando a fruncir el ceño.

—Claro que sí. No te preocupes por eso.

Suspiró.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —le pregunté, viendo el brillo entusiasta en sus ojos—. ¿Tuviste una buena guardia en el cuartel?

—Debo confesarte que solo fui un par de horas al cuartel.

Pestañeé.

—¿Qué?

—James me llamó para darme una increíble noticia.

Me quedé esperando que dijera algo más, pero se separó un poco para llamar a nuestros hijos, que miraban con atención.

—Es algo que debemos celebrar, algo que… merece que festejemos tanto como podamos.

—¿Qué es? ¡Vamos, cariño! Me tienes en ascuas —chillé.

De pronto sacó un sobre de entre todo lo que traía y luego unos legajos gruesos que parecían ser muy importantes. Entonces, vi el nombre de Agatha entre los papeles y algo más, algo que esperaba hacía más tiempo del que estaba consciente.

—Son…

—Sí, son los papeles oficiales.

Sentí un fuerte nudo en mi garganta y luego una sensación de paz que cubrió mi cuerpo desde la cabeza a los pies. No podía creer que fuera real.

—Agatha Cullen… Swan —susurré.

Agatha se acercó a paso lento con un dedo entre los labios, mientras que Fred lo hizo con más rapidez, deseoso de saber qué pasaba.

Tenía las lágrimas acumuladas en mis ojos, pero no era capaz siquiera de derramarlas.

—Su certificado está modificado. Ahora figuras como su madre oficialmente, cariño —añadió Edward, mostrándome sus ojos llorosos.

Resoplé y luego emití un grito ahogado, revisando cada una de las escrituras en las que salía yo como la madre de Agatha.

—Todo ha sido muy rápido, la verdad, tú sabes porqué. Agatha siempre ha tenido la esperanza de encontrarte, porque, aunque no lo creas, siempre te visualizó hasta que llegaste a su vida. Solo falta tu firma, cariño, y James terminará por oficializar, lo que le tomará un solo día —declaró.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y rápidamente la busqué, ahí, de pie y con un dedo entre los labios, sin saber realmente si lo que oía de su padre era una realidad palpable para su inocente mente. Entonces abrí mis brazos y ella corrió a los míos gritando de una forma tan alegre como intensamente emocionante.

—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Tengo tu apellido, mamá! —decía de forma avasalladora, gritándome en la oreja.

Me reí y le besé las mejillas de forma reiterada mientras la miraba a los ojos.

—¿Lo ves? Siempre estuve aquí, solo demoré en llegar. Aquí siempre estará mamá, juntas, tú y yo—. Le rocé la nariz con la mía y ella me tomó las mejillas tal como lo hacía su hermano Fred.

—¡Soy Agatha…!

—Cullen Swan —le susurré al oído, hundiendo mi nariz en sus cabellos aleonados.

Comenzó a reír y después a llorar, lo que me apretó muchísimo el corazón.

—Oh, cariño, no llores —dijo Edward, acercándose a nosotras mientras sostenía a Fred entre sus brazos.

Pero Agatha quería estar conmigo de manera celosa, por lo cual simplemente se lo permití, abrazándola hasta que asimilara lo que nos estaba ocurriendo como familia.

Extendí el papel para que lo viéramos juntas, como estaba dominando la lectura, no era difícil para ella notar su nombre y el gran cambio que eso significaba para ella… y para mí. Una vez que lo notó y vio impresa aquella realidad, su entusiasmo fue tal que comenzó a chillar de alegría mientras lo sostenía con mucho amor. Fred se acercó y le dio un abrazo, lo que sin duda hizo que tanto Edward como yo nos acercáramos para abrazarnos.

—Sé que pronto llegarán los Denali a causar estragos, pero no les tengo miedo. Ya no tienen razón ni legalidad para hacer lo que quieran con mi familia —susurró, pasando su mano por mi cintura.

Me apegué a su pecho y cerré los ojos unos segundos.

—Todo toma su curso. Estoy tan feliz, míralos… Ella… Ella al fin es legalmente mi hija.

Tomó mi barbilla y luego me besó los labios.

—Fred está pronto a estar legalmente inscrito como hijo mío.

Suspiré.

—Sé que será una lucha con Jasper, pero mi pequeño te ama y tú… tú eres su papá, el hombre que más admira en el mundo —musité.

Sonrió.

—James cree que el juicio comenzará pronto. Ya se notificó a Jasper, solo falta que Fred vaya a la entrevista con los especialistas para que verifiquen también su decisión y que ellos sepan que él también desea este camino, solo…

—Lo sé, no quisiera hacerle pasar por esta disputa que solo los adultos provocamos, de alguna forma, parte de esto es culpa mía, ya sabes…

—Hey, ¿por qué lo dices? —Frunció el ceño.

—Porque no elegí correctamente, creí que Jasper…

—Eso nunca será tu culpa. Buscaste lo mejor para él y también te enamoraste del tipo, eras joven.

—En realidad, creo que solo fue una atracción llevada a cabo por la idea tonta de que no era capaz de sostener una familia de dos.

—Te entiendo —susurró—. Pero creo que, si yo no estoy, serías capaz de mucho más. Eres la mujer más fuerte que conozco y lo he dicho tantas veces como es posible.

—Pero me enamoré perdidamente de ti y mi familia nunca estará completa si no es contigo.

Besó mi frente.

—Muero porque sea mío legalmente. Soy su papá, no quiero que nadie más tenga un título que no le corresponde ni lo aprovechó cuando fue el momento.

Tomé su mano y la apreté.

—Cada vez queda menos. El juicio se llevará a cabo. Solo no quiero que sufra, que no se desgaste con este proceso.

—Ojalá Jasper lo entendiera de esa manera —musitó—. Pero… sabes que luego de toda esa lucha, Fred será un Cullen.

Nos mantuvimos abrazados mientras veíamos cómo nuestros hijos se seguían abrazando, para luego Fred intentar leer cómo su hermanita era oficialmente hija de su mamá. Sabía que él deseaba poder ser parte de lo mismo, pero con Edward, pero él era un pequeño tan puro y mágico que iba a esperar y hacer lo posible, dentro de su inocencia, hasta que aquello se hiciera realidad.

Tenía los mejores hijos del mundo.

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Sentí náuseas nuevamente, por lo que dejé de escribir. Edward dormía a mi lado luego de la extenuante jornada de trabajo en el cuartel, por lo que me levanté con cuidado para no despertarlo. Una vez que estuve en medio de la orilla, intentando respirar para calmar el asco, sentí una oleada de desesperación y corrí a nuestro baño para vomitar todo lo que seguramente llevaba intentando comer hacía más de tres días sin completo éxito. Cuando me limpiaba la boca y luego me alejé sin verme al espejo, inquieta por el dolor de cabeza y en el bajo vientre.

—Nena —dijo Edward, haciéndome dar un sobresalto.

Al girarme lo vi adormilado y con la mitad del cabello desparramado. Pero a pesar de eso, parecía realmente preocupado.

—¿Otra vez? ¿Por qué no me despertaste? —Me tomó las mejillas y me besó.

—No quería…

—Hey, me tienes muy preocupado—. Suspiró, como si tuviera mucha angustia en su interior—. ¿No crees que algo más debe estar ocurriendo?

—Me duele mucho la cabeza y el vientre —susurré, confesándoselo al fin.

Su ceño se frunció más.

—Entonces vamos al médico ahora—. Tiró de mi mano, dispuesto a que lo hiciera ya—. O le hablo a Félix para que nos ayude, no pienso recibir un no como respuesta.

—Es que… —Tragué, sintiendo un esbozo de adrenalina en mi interior.

Decir lo que de pronto se iluminaba en mi cabeza me hacía sentir temerosa. ¡No quería ilusionarme!

—Edward… ¿Y si…?

Pestañeó y sus ojos comenzaron a brillar.

—Es que… Quiero ver algo—. Me alejé un poco y corrí hasta el cajón de mi mesita de noche, verificando que estuvieran en su lugar mis pastillas anticonceptivas. Sentí que Edward me seguía y que luego se sentaba a mi lado, en la cama, contemplando lo que estaba haciendo. Cuando saqué el contenedor interior, verificando los días de mi último periodo, comprobé que no me había saltado ninguna píldora y que mi periodo estaba previsto para que comenzara en tres días más—. Es imposible.

Sentí que tragó.

—¿Crees que puede…?

—Tuvimos sexo anoche, ni siquiera podríamos tomar la cuenta, además, comencé con los anticonceptivos antes de la boda y…

Me tomó las mejillas y juntó su frente con la mía.

—¿Y si…?

Me mordí el labio inferior.

—Edward —gemí.

—Iré a por unas pruebas de embarazo —exclamó, abriendo los ojos de par en par—. ¿Con tres estarán bien?

Me quedé de piedra mientras veía que se ponía lo primero que encontraba y se dirigía a la puerta.

—No tardaré, ¿de acuerdo?

Asentí.

Lo último que oí fue la motocicleta y luego el completo silencio.

Miré la hora desde mi reloj de pared y noté que apenas eran las seis de la mañana. Los pequeños debían estar durmiendo y los perros ni hablar. Una vez a solas, junté mis manos y miré hacia el cielo desde la ventana, pensando en Tommy, mi Puntito, en una nueva ilusión, en…

Cerré los ojos y solo pensé en una sola frase, en…

—Que sea lo que tú quieras que suceda, cariñito —susurré, para luego mirar el cerezo que Edward y yo habíamos plantado en su nombre y recuerdo.

Mi esposo finalmente llegó trastabillando con el casco en la mano y una bolsa de papel. Vino hacia mí, tiró de mi mano y los lanzó a la cama: eran exactamente tres.

—Estaré contigo pase lo que pase —dijo.

Asentí y con gran valor fui hasta el baño, probando las tres diferentes pruebas mientras él me esperaba afuera, pacientemente. Los minutos pasaron y me deshice de ellos en cuanto pude, sin querer mirarlos y menos saber cuáles eran los resultados sin Edward, por lo que salí y se los entregué mientras me temblaban las manos. Una vez que los segundos pasaron y él no decía nada, me atreví a mirarlo y lo noté decepcionado en cuanto contemplé sus ojos.

—Son…

—Negativos, ¿no?

Suspiró y asintió, tragando a los segundos. Yo también asentí y permití que la noticia volviera a causar lo mismo de siempre, pero entonces asumí que, nuevamente, no sería el momento correcto.

—Lo siento —susurró.

—No me digas que lo sientes, cariño, no…

Nos abrazamos y yo cerré los ojos al verme resguardada por su apego protector.

—Al menos salimos de dudas, ¿no?

Asentí.

—Tres pruebas diferentes, el mismo resultado. Creo que son muy buenas las píldoras —bromeé.

—Comienzo a creer que sí—. Me besó la frente—. Los tiraré, ¿de acuerdo? Sé que no nos hace bien tener esto aquí.

—Gracias —musité.

Me senté en la cama, sintiendo otro mareo muy fuerte, aún con el dolor de cabeza y aquel en el bajo vientre. Edward corrió hasta mi lado, demasiado preocupado todavía.

—Oye, comienzo a desesperarme. ¿Qué tal si vamos a por un médico?

—Es que se acerca mi periodo.

—Pero nunca te habías sentido tan mal —mencionó, conociéndome muy bien.

—Lo sé.

Yo también comenzaba a preocuparme. Sabía lo suficiente para asegurar que una cefalea, mareos y vómitos no eran una buena combinación si definitivamente no estaba embarazada.

—Hablaré con Félix para consultarle por un buen especialista, ¿bien? —Siguió abrazándome—. No quiero continuar con la incertidumbre.

Asentí.

—Pero ahora —lo lancé a la cama y me acomodé sobre él—, quiero estar contigo. Aún es muy temprano.

Me corrió el cabello de la cara y me sonrió.

—¿Una siesta más juntos?

—Muy abrazados.

—Te amo, nena, en la salud y en la enfermedad.

Suspiré y cerré mis ojos, acurrucándome en su pecho mientras suplicaba que esto solo fuera un mal momento hormonal y nada más.

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Al día siguiente desperté con mayor incomodidad y varias horas atrasada. Cuando me levanté sentí que había un charco de sangre marrón entre mis piernas, lo que había traspasado mis bragas. Era mi periodo haciendo aparición.

—Bien, te adelantaste un par de días —susurré, agobiada por haber manchado las sábanas también.

Al levantarme sufrí otro sutil, pero impactante mareo, por lo que simplemente respiré hondo y me mantuve en pie para no caer por un par de segundos. Escuché a Edward cantándole a los pequeños para que comieran el cereal rápido, pues debían ir a la escuela pronto, mientras yo tenía una reunión urgente con mi editora, que me tenía buenas nuevas pues comenzaría la publicación masiva del libro en español, francés e italiano. ¡Era un sueño hecho realidad! Y yo atrasada… ¡¿Cómo era posible?!

Una vez abajo y ya más alistada, besé a mis pequeños y a mi esposo, que parecía estar esperando la llamada de alguien especial.

—Es la policía. Ya haremos la denuncia por lo sucedido con la motocicleta y el video que han encontrado Emmett y los chicos —susurró en mi oído.

Respiré hondo, recobrando esa sensación amarga. Aun así, me armé con incluso más valor y lo abracé.

—¿Me esperarás luego de la reunión? —inquirí.

—Por supuesto que sí.

Suspiré.

—Estás algo pálida, ¿ha llegado?

Me reí.

—Por Dios, nada pasa desapercibido para ti.

Bufó.

—Claro. Eres mi esposa—. Tiró de mi barbilla y me besó—. Se ha adelantado bastante.

—Creo que son las píldoras.

—Félix me dio el dato de un muy buen neurólogo.

—¿Neurólogo? —inquirí.

Tragó.

—Sí, bueno… No son síntomas a la ligera y sería buena idea salir de dudas —musitó. En sus ojos vi un intenso miedo que solo me instó a querer abrazarlo nuevamente—. Dime que todo estará bien.

Le besé la frente.

—Todo lo estará.

Finalmente llevamos a los pequeños a la escuela, mientras yo pensaba en lo que estaba sucediendo. No podía ser algo malo, ¿no? Apenas… comenzaba a disfrutar de ser feliz.

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Los días concluyeron en la demanda de Edward contra quien fuera culpable del ataque que le habían ocasionado y en la demanda de paternidad que nos mantenía en vilo. Pronto tendríamos reunión todos con una experta para definir cómo sería el proceso para Fred… y eso me ponía muy nerviosa, como también a Edward. Además, muy pronto sería la evaluación de Félix para el futuro de su colostomía, lo que realmente significaba que teníamos el tiempo contado para que su padre fuera parte de la decisión fundamental sobre la salud de nuestro hijo.

Estábamos en el garaje de Jacob mientras los demás chicos y chicas de la banda acompañaban a su gran líder, mi Bestia. Emmett tenía el video y llevaba mucho tiempo analizándolo de forma cauta. Por mi parte, a pesar de verlo todas esas veces, ya más de veinte o treinta quizá, seguía generándome unos intensos escalofríos. El metraje era claro, el coche había ido directamente contra la motocicleta de Edward con el único fin de atacarlo, si él no se hubiera lanzado hacia el lado ante la sospecha del ataque que se aproximaba en segundos, la situación habría sido muy diferente, porque el coche quería hacerlo impactar contra el camión que estaba adelante… y la sola cinemática explicaba una muerte rápida, una muerte que…

Cerré los ojos y me apegué a su abrazo, besando su pecho mientras intentaba quitarme aquella idea demente y desastrosa de la cabeza. Lo peor de todo era que aquel coche parecía solo un espectro negro, sin posibilidad alguna de ver la placa de este o algún otro detalle que me hiciera identificar a Dimitri… Pero yo sabía que era él.

—No pasa nada —susurró Edward, conteniéndome.

Odiaba que me contuviera, porque era yo quien tenía que contenerlo, pero él insistía en actuar de forma fuerte, incluso asegurándome con gestos que daría su vida por nuestros hijos y por mí. Yo no quería eso.

—Basta —musité.

Sonrió, pero luego asintió.

—Tienes una bestia indomable contigo, no dejaré que nadie vuelva a dañarte —afirmé, rodeando su cuello con mis brazos.

Emmett parecía asfixiado al no poder encontrar más formas de buscar a Dimitri, porque las imágenes seguían siendo complejas de detallar a pesar de todo.

—Sé que hay más grabaciones, pero de alguna forma, las cámaras se encontraron desconfiguradas en el momento —contó.

Emmett tenía especial contacto con el equipo de investigación que iba a tomar el caso desde que Edward había decidido hacer la denuncia.

—Pero se está trabajando en eso. Solo les pido a todos que tengan todo bajo control, sé que es peligroso que la banda se entrometa en esto junto a una investigación en curso, pero no me considero el jefe de policía perfecto y si tengo que hacer uso de esto para proteger a mi gran amigo, pues hay que hacerlo —aseguró.

Todos los de la banda, aproximadamente diez chicos más, aparte de Jacob, Jonas y Edward, se cruzaron de brazos y asintieron, incluidas las otras seis chicas que conformaban el gran espectro de leales que harían todo por velar, no solo por su jefe, sino por lo que consideraban su familia.

—Ya están avisados todos. Deben proteger todos los perímetros y buscar si existe algún indicio de la mafia de ese hijo de perra —bramó Edward—. Si ya le hizo a mi familia, lo que más quiero es encontrarlo y pudrirlo a patadas.

—Royce ya está declarando y se sabrán los nexos entre él y Dimitri —recordó Emmett—, por lo que pronto podremos dar con ese maldito.

Respiré hondo, ansiosa porque todo acabara ya. No quedaba mucho para que las cosas llevaran a la calma y necesitaba con fervor terminar con ese fantasma del pasado.

Mientras los chicos se bebían algunas cervezas y Emmett buscaba relajarse (porque ser padre primerizo lo tenía fatal, aunque feliz), Edward tomó mi mano y me llevó hasta un rincón del bar para abrazarme.

—¿Recuerdas cuando te enseñé a dar puñetazos? —me preguntó al oído.

Respiré hondo.

—Sí. Lo recuerdo.

—Quiero que siempre lo recuerdes. ¿También recuerdas cuando te enseñé cómo debes clavar las llaves del coche para huir en caso de que alguien te haga algún daño?

Asentí.

—Siempre tenlo presente… en caso de que yo no esté y él…

—Edward…

Frunció el ceño y me besó en los labios, sacándome un profundo suspiro.

—Es mi mayor miedo. No estuve para defenderte ni a ti ni a mi hijo hace algunos años, ahora no pienso que ocurra nuevamente. Sé que eres una mujer fuerte, pero lo que menos deseo es que se acerque a ti y te dañe como lo hizo, la idea me mata y… ya nos causó mucho daño cuando él nos quitó…

Asentí y tragué junto a él, abrazándolo una vez más.

—Pronto se acabará todo esto. La policía ya lo sabe y queda muy poco para que Royce termine por sepultarlo, es nuestra única opción y él ya tiene los antecedentes para asegurar que quiere hacernos daño.

Me besó los cabellos y finalmente nos acurrucamos juntos.

—¿Mañana es la cita? —inquirió.

—Sí. Ya sabes que no tienes que eludir tu guardia…

—Me preocupa. No quiero que vayas sola, quiero acompañarte.

Sonreí.

—Pero es tu trabajo.

—Puede esperar. Me deben varios días y soy el Capitán…

—Ve a buscarme, ¿bueno? Así no tienes que romper con ningún compromiso por mí.

—Rompería todos los compromisos por ti.

—Edward—. Carcajeé.

—Está bien, nena, iré a por ti a la primera hora, pero no prometo no llegar antes y meterme de lleno solo para estar contigo.

Suspiré.

Mañana era la cita con el ginecólogo para ver qué estaba ocurriendo. Si bien, todo indicaba que se trataba de mi periodo y un momento de mayor revuelta hormonal, había estado leyendo por internet (craso error) lo que podrían significar mis síntomas y, la verdad, temía que pudiera tener algún problema de salud. Luego del ginecólogo, iría a una neuróloga por las cefaleas intermitentes, los vómitos explosivos y los mareos tan extraños que tenía de vez en cuando. Aún recordaba las pruebas de embarazo y la falta de errores en la continuación de mi tratamiento anticonceptivo, lo que me recordaba que… no era aquello tan bonito.

Solo esperaba tener todo bajo control, por mis hijos pequeños y mi esposo.

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Cuando entré a la consulta luego de la llamada, me vi temblando. Nadie estaba esperando nunca una mala noticia, incluso luego de los exámenes que Félix me había pedido para llevarlos todos en orden para el ginecólogo. Él ya me conocía perfectamente, por lo que notó enseguida mi temor.

—¿No has venido con tu esposo, Bella? —inquirió, muy curioso.

Negué.

—La verdad, lo que tenga que decirme de mi estado de salud, prefiero escucharlo primero yo, ya sabe…

Sonrió.

—¿Por qué crees que es algo malo?

Me encogí de hombros.

—Bien, tranquila. Cuando me contaste de tus síntomas, creí que podría ser… —Puso los labios en línea recta—. Pero me contaste que tuviste el periodo dos veces.

—Sí, y en menos de veintiocho días.

—¿Ha sido doloroso?

—Como cualquier periodo.

—Y comentaste que tenías cefaleas, ¿no?

Asentí.

—¿Recurrentes?

—Matutinas. Además, me da náuseas y vomito de vez en cuando, me mareo con frecuencia y solo quiero dormir. Estoy exhausta.

Se tornó serio y comenzó a digitar la información en su laptop.

—Te hiciste las pruebas de embarazo, ¿no?

—Sí —musité—. Tres. Todas negativas.

—Ya veo. ¿Algún error en la medicación?

—Ninguna. He tomado cada píldora, sin olvidarlas. Edward es quien más se preocupa de que todo vaya bien, ya sabe que él prefería el condón.

Se rio, pero luego se levantó, más serio que de costumbre.

—Le traje los análisis que me pidió el Dr. Félix Cullen…

—Claro, los leeré en un segundo —dijo con suavidad—. ¿Quieres venir a la camilla? Primero quiero realizarte una evaluación.

Estaba preparando el ecógrafo, así que pensé que quería evaluar algún tipo de problema en mi útero. ¿Quizá posterior al aborto había algún tipo de vestigio que me impidiera…?

Sacudí la cabeza y fui hacia allá.

Como de costumbre, me acomodé en la camilla una vez vestida con la bata y me dispuse al estudio del médico. Iba a ser una ecografía transvaginal.

—Ya sabes que no dolerá. Quiero que mires a la pantalla para explicarte lo que quiero que veas… y sospecho qué es.

Asentí, algo confundida por sus palabras.

Una vez que hizo el procedimiento inicial, el médico movió un par de teclas en la máquina y maximizó la imagen para que pudiera ver mi útero en todo su esplendor. No era una experta en ginecología, pero en él se veían algunas opacidades que no supe interpretar y de inmediato sentí miedo.

—¿Lo ves? —me preguntó.

Tragué.

—Sí. ¿Qué es?

De pronto, sonrió con un brillo especial en sus ojos.

—Bella, estás embarazada.

Me quedé en silencio y luego eliminé el aire que contenían mis pulmones. Ningún músculo de mí volvió a moverse mientras internalizaba las palabras que estaba diciéndome.

—Disculpe…

—Estás embarazada, Bella, por eso has tenido todos esos síntomas.

Arqueé las cejas y me llevé la mano al pecho, volviendo a respirar.

¿Embarazada? ¿De verdad estaba embarazada? Cielo santo… ¡Cielo santo!

—Mira —indicó, manteniendo su sonrisa—. Ahí está.

Contemplé la pequeña bolsa… junto a otra…

—Yo diría que has sido bendecida por partida doble —exclamó el médico—. Felicidades, Bella, son mellizos. Tienes diez semanas, según estoy calculando.

Abrí la boca y simplemente comencé a llorar, viendo a dos pequeños puntitos dentro de mí. Dos… Dos bebés en camino, dos pequeños más en mi vida. Mi llanto se incrementó y él me entregó unos pañuelos, lo que agradecí, estaba desconsolada y a la vez maravillada con lo que acababa de decirme. Edward y yo íbamos a tener dos hijos más, dos tesoros que…

—Mellizos —gemí, acercando mi mano a la pantalla.

—Tu pequeño Thomas ha querido que seas feliz con dos hermanos más, ¿no crees?

La misma mano fue a parar a mi vientre, lo que me hizo sentir el inmenso poder de imaginármelos junto a mí, de amarlos sin siquiera conocer sus rostros y de continuar preguntándome si esto era real, si era posible…

Oh, Dios mío, estaba embarazada, Edward y yo íbamos a tener dos pequeños más.

—¿Quieres escuchar?

Asentí, mientras veía cómo ambos se mantenían en sus bolsitas y, de hecho, estaban moviendo sus manos entre sí. ¡Por Dios! ¡Eran mis pequeñitos! ¡Ahí! Seguía sin creerlo, seguía pensando que se trataba de algún sueño, de…

Y entonces escuché sus latidos, primero uno, fuerte, vivaz, eterno y rápido, y luego el otro, tan vivo como su hermano, tremendamente capaz de todo.

—Dígame que están bien —supliqué.

—Están perfecto. Se ven muy sanos y todo parece indicar que para las próximas ecografías todo seguirá perfecto.

Respiré hondo una vez más y sonreí, limpiándome las lágrimas.

—¿Puede grabarlo? Quisiera mostrárselo a mi esposo y…

Edward… Edward iba a morir de amor, ¡se volvería loco!

—Claro, Bella.

Una vez que todo terminó, me miré en el espejo mientras me vestía y acaricié mi vientre, sonriendo con los ojos aún llorosos. No podía explicar la dicha que sentía y el amor intenso por ellos, aunque solo supiera de su existencia hace apenas minutos. Sentía que el corazón se hacía tan grande que apenas cabía en mi pecho.

—¿Más tranquila, Bella? —preguntó el médico una vez que me senté en la silla.

—No sé qué decir… Fui responsable con mis medicamentos, tuve sangrado y…

—Digamos que ellos quisieron existir. ¿Estás contenta con la noticia?

—Apenas quepo en mi felicidad, saber que ellos existen, que…

Sonrió.

—El sangrado se llama "falsa menstruación". Algunos casos están documentados. Es un sangrado de implantación que suele confundirse con aquellos días, en especial en las primeras semanas. Lo bueno es que ellos están perfectos y ya no queda nada para la ecografía transabdominal, de hecho… necesito que veamos una cita para la próxima semana.

No dejaba de sonreír, mis mejillas dolían y mis manos temblaban.

—Te recetaré ácido fólico y un par de vitaminas más, hoy más que nunca debes alimentarte muy bien y ser mimada por tu familia. Te felicito nuevamente, sé que es algo que remueve las entrañas luego de una pérdida, solo no quiero que sientas miedo, ¿bueno? Todo está bien con tus pequeños y la próxima semana confirmaremos lo sanos que se encuentran.

—Claro, doctor, muchísimas gracias, yo…

Me pasó una pequeña carpeta con imágenes y un CD.

—Papá los querrá conocer.

Tragué.

Claro que sí, Edward querría conocerlos.

Una vez que me levanté para marcharme de la consulta, sentía las rodillas temblorosas y el rostro mojado por las lágrimas que había derramado. Aún creía que estaba en un sueño.

Contuve el aliento mientras alistaba todo. Sentía el corazón en la boca.

A ratos miraba la postal de la clínica, que anunciaba los apoyos psicológicos para parejas que habían pasado por una pérdida… Y luego miré hacia el otro lado, en donde daban consejos, esta vez para la llegada de un nuevo hijo.

Aún estaba parada en medio de la sala de espera, ya habiendo salido hacía más de cinco minutos de la consulta. Las palabras del médico parecían sacadas desde un sueño, como si realmente lo que había dicho hubiera sido creado por mis más internas ilusiones. Todavía tenía sus últimas palabras dándome vueltas.

De reojo vi a la mujer con el vientre redondeado mientras sonreía y se acariciaba la piel cubierta con el suéter, lo que en definitiva me hizo suspirar de una forma… interminable.

Mi teléfono comenzó a sonar y yo recobré el sentido de la realidad en un segundo. Al mirar su número, sentí que botaba el aliento en ese instante, ansiosa por gritárselo.

—Hola, cariño—. Sonaba agitado—. Soy una mierda, lo sé.

—Edward…

—Te prometí que estaría contigo incluso antes de que salieras de la consulta, pero el fuego fue muy difícil de controlar y tuve un hombre herido —insistió—. No debí aceptar la guardia, sabía que podía alargarme, pero intenté ser positivo…

—Tranquilo, cariño, está bien, yo insté a que fueras.

—¿Todo ha salido bien? ¿Te dieron un anticonceptivo nuevo?

—Ajá —susurré.

—Sabía que ese te estaba provocando esos síntomas extraños mientras tenías tu menstruación. ¿Ya has podido ir a comprarlos?

A medida que hablaba, cerraba los ojos, pensando en cuán equivocado estaba. Ni siquiera lo imaginaba realmente.

—Estoy en eso.

—Bueno, iré a por ti para que lo hagamos juntos. Diablos, aún me siento una mierda porque te prometí acompañarte…

Me reí, interrumpiéndolo.

—No te preocupes. James está conmigo y me acompañará a comprarlas —afirmé.

Se quedó varios segundos en silencio.

—¿Estás enojada conmigo?

—Edward…

—No, ¿sabes qué? Te tendré algo preparado para enmendarme. Lo siento mucho, de verdad.

Se me apretaba el vientre.

—No es necesario.

—Claro que lo es —alegó—. Dile a James que te traiga en cuanto pueda. Perdón, cariño, te amo, y… me habría gustado acompañarte.

Volví a sentir un remolino en mi interior y pensé en lo mucho que iba a cambiar todo desde ahora y…

Sonreí, sintiendo un cúmulo de lágrimas en mis ojos.

—Iré en media hora.

—Te amo, cariño, nunca lo olvides.

—Te amo —respondí.

Cuando guardé el teléfono en mi bolso, miré hacia adelante y sonreí otra vez, volviéndome a tragar el nudo de felicidad en la garganta.

Me subí a mi coche y fui hasta un joyero muy importante de la ciudad, lugar en el que prometí hacerle un regalo especial a Edward cuando tuviera la oportunidad. Ahora era el momento.

.

Cuando llegué hasta la casa, sentí el sonido de la música, misma que él usaba cuando estaba cocinando, uno de los pasatiempos que tenía para enamorarme todavía más. En el instante en que di un paso adelante, tomé la bolsa de regalo con los dedos temblorosos y una sensación quemante en mi corazón, pero de llana felicidad. En el momento en que abrí la puerta de casa y me adentré, vi su espalda mientras silbaba, concentrado en lo suyo. Y justo había preparado mi antojo de hoy: salmón a la mantequilla.

—Edward —llamé.

Él se sobresaltó un poco y se giró para mirarme, muy sorprendido.

—Ya llegaste —susurró, secándose las manos con el paño que llevaba en su hombro—. Finalmente era producto de los anticonceptivos, ¿o algo más? ¿Te hicieron más estudios? Me pone muy nervioso que…

Le tendí la pequeña bolsa de regalo, la que él abrió con el ceño fruncido.

—¿Y esto qué…?

Se quedó en silencio cuando abrió primero la caja y encontró los llaveros de oro, en ellos colgaban dos pares de zapatos y un espacio escrito que decía "te queremos ya, papá". Edward tragó y lo miró por varios segundos, hasta que miró lo que había dentro de la bolsa. Cuando sacó los sobres con las fotografías, dejó ir el aliento y me miró con los ojos llorosos; al desdoblar cada una de ellas, vio la ecografía con los labios entreabiertos.

—Bella, es… Son…

Asentí y me abracé a él, sollozando de una intensa y enorme felicidad.

—Sí —susurré—. Ellos son…

No pude terminar la frase, tenía un nudo inmenso en la garganta.

Edward me rodeó con sus gigantes y fuertes brazos y de inmediato sentí que me mojaba el cuello con sus lágrimas, lágrimas que rebosaban de una llana felicidad.

—Dios mío, son… dos…

—Son mellizos, Edward —gemí—. Son nuestros mellizos.

Me miró a los ojos y sonrió, para luego besarme y contenerme de esta felicidad que pronto nos hizo vibrar de una forma indescriptible, llena, excitante y… preciosa.

Era la mejor noticia que habíamos oído en mucho tiempo.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo muy temprano en la madrugada mientras estoy de guardia en el hospital, con una sorpresa doble de amor, ¡porque se agranda la familia! Los mellizos traerán alegría y felicidad y ni se imaginan lo hermoso que será para la Bestia y su Indomable, ya estamos en la recta final, por lo que pronto debemos despedirnos de esta hermosa pareja. ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

Agradezco los comentarios de esme575, DanitLuna, NoeLiia, CelyJoe, Valevalverde57, Pam Malfoy Black, Toy Princes, SeguidoradeChile, Cinthyavillalobo, Freedom2604, AnabellaCS, BreezeCullenSwan, Mime Herondale, Jade HSos, Liliana Macias, miriarvi23, llucena928, rosycanul10, anlucullen, Lu40, Anita4261, LadyRedScarlet, Ana Cullen Lutz, ale173, Brenda Naser, maribel hernandez cullen, kathlenayala, Sther Evans, ELIZABETH, cavendano13, lindys ortiz, Wenday 14, EloRicardes, morenita88, Diana, debynoe12, natuchis2011b, Belli swan dwyer, MasenSwan, Liz Vidal, Gladys Nilda, JMMA, jhanulita, Teresita Mooz, Jessenia Torres, esme575, luisita, viridianaconticruz, merodeadores1996, alyssag19, patymdn, Ana, CCar, Angel twilighter, Brenda Cullenn, NaNYs SANZ, saraipineda44, Stella mino, Pancardo, gesykag, MarieCullen28, calia19, ibeth garcia, EriiCullen07, Fernanda javiera, diana0426a, Tata XOXO, Lizzye Masen, Rero96, PielKnela, MariaL8, sollpz1305, dayana ramirez, ELLIana11, Yoliki, Pameva, Eli mMsen, Tereyasha Mooz, Ana Karina, ariyasy, Elizabeth Marie Cullen, Karensiux, KRISS95, barbya95, MissDeadlyNightShade, bbluelilas, krisr0405, lovelyfaith, MakarenaL,, Adriu, jackierys, Mss Brightside, Jocelyn, Ceci Machin, Aidee Bells, sool21, rjnavajas, DannyVasquezP, NarMaVeg, Valentina Paez, Esal, Noriitha, twilightter, somas, Elmi, claribelcabrera585, alejandra1987, Melany, valem00, Micaela94, Twilight all my love 4 ever, Lore562, nydiac10, bella-maru, Naara Selene, Santa, ari kimi, carlita16, Ivette marmolejo, ConiLizzy, lauritacullenswan, ManitoIzquierdaxd, Fallen Dark Angel 07, miop, beakis y Guest, espero volver a leerlas nuevamente, cada gracias que ustedes me dan es invaluable para mí, no tienen idea del impacto que tienen sus palabras, su cariño y entusiasmo, de verdad gracias

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