Muy buenas, os dejo un capítulo rápido. Sé que no actualizo con la frecuencia que me gustaría pero es lo que puedo por ahora. Espero que lo esteis disfrutando y dejen sus opiniones en las reviews, estaré en cantada de leerles.

Capítulo 65

Mientras el pequeño grupo de Uchihas y Senjus atravesaban el bosque que circundaba Konoha, en la propia Aldea, los ANBU habían tomado posiciones y estaban a la espera de una señal del nuevo Hokage. Yamato había reunido a todos aquellos que de alguna manera habían tenido algún contacto cercano con Mara y se distribuían por los comercios y pequeños puestos de comida cerca de la entrada este de la villa. Kakashi, había optado por mantenerse en una posición de altura, en una de las azoteas del edificio cercano más alto, después de casi arrastrar a Bee y a Naruto hasta una de las calles cercanas.

La intranquilidad aumentaba un poco más cada vez que recibía un informe de Sai en una de sus bestias pintadas. Era obvio que el avance era tranquilo, pero sin pausa. Pensó que se adelantarían en su llegada, hasta que el último mensaje informaba de que la comitiva se había detenido a comer. Le pareció propicio, pero probablemente, si se ponía en la mente de Madara, sería una comida para que sus cuerpos tuviesen fuerza y energías si se llegaba al caso de tener que usar la violencia. En su interior pedía al Sabio de los Seis Caminos que eso no llegase a pasar, no quería enfrentarse a un Madara Uchiha y al Primer y Segundo Hokage, por no hablar de Mara en medio de aquellos titanes. La imagen de los dos Uchihas mostrando sus sharingans le hizo llevarse una mano al que él mismo portaba. El sharingan que Obito le dio reconocía que era poderoso, pero con un par de lanzamientos de piedras, la joven le había puesto en cierto apuro: no podía fijar varios objetivos a la vez y tardaba en reunir el chakra para hacerlo desaparecer. Era lista y había llegado hasta allí sin usar su sharingan, y no quería ni imaginar lo poderoso que podría ser siendo descendiente de quien era.

-A ver cómo arreglas esto, Bakakashi, -se dijo a sí mismo una vez más.

Los shinobis estaban sentados alrededor de una pequeña fogata a la espera de que la carne que quedaba en el pergamino de sellado se terminase de hacer en las llamas. Mientras tanto, Mara había subido a una de las copas de los árboles, miró alrededor y sólo veía un mar en tonos verdes que se agitaban con cada racha de viento. Cuando giró sobre sí misma por completo, pudo ver a lo lejos las altas empalizadas que eran los muros de la Aldea. Suspiró. Durante el viaje de vuelta no había tenido demasiado tiempo de pensar en ese momento en el que entraría en la Villa, había salido de ella siendo Mara Hatake, la comidilla de todos desde que la veían de aquí para allá con Kakashi, e iba a volver siendo Mara Uchiha, hija de Madara Uchiha. Se le encogió el estómago.

-Tranquilízate, -dijo la voz del ente en su cabeza.

-Sigues ahí, apenas te he sentido desde que me reuní con mi padre, -respondió Mara.

-¿Dónde iba a ir? Estoy sellado a ti. –Dijo con sorna. –Sólo espero mi turno para aclarar las cosas, ahora el vejestorio y tú tenéis otros problemas que resolver.

-Te he echado de menos, casi no podía sentir tu chakra, -respondió llevándose una mano sobre su estómago y frotándola suavemente.

-Has estado sin sentir mi chakra mucho tiempo, -indagó Kurōkami.

-Me he acostumbrado a él de alguna manera, ha sido como si me faltase algo, -dijo Mara. -¿Crees que debería decirle sobre nosotros a Madara?

-Creo que él ya lo sabe de alguna manera, -respondió disimulando una risa. –Sólo está esperando el momento. Deberías bajar si no quieres quedarte de nuevo sin comer. No he vuelto a oler las manzanas de Hashirama.

Mara sonrió y sintió un rugido en su estómago de hambre. Comenzó el descenso entre las ramas del árbol. Conforme iba acercándose al suelo, el olor a carne asada era cada vez más penetrante.

-¡Pero qué bien huele! –Exclamó sentándose junto a Madara. –Espero que esta vez me dejes probar un bocado, al menos, -la mirada que le dedicó su padre no invitaba a seguir bromeando. Era seria y concentrada. Mara cogió uno de los trozos que ya estaban hechos y empezó a comer mientras buscaba las palabras para iniciar de nuevo la conversación. -¿Podemos hablar de algo antes de continuar?

-¿Aún quieres hablar más? No has parado desde que salimos del desierto, -respondió Madara con cierto hastío.

-Es que… Verás… -Empezó dubitativa captando la atención de los tres hombres. –Quizá deberías saber algo que puede que dificulte un poco el hecho de que nos permitan quedarnos.

-Ya te lo he dicho, no hay nada que nos impida quedarnos, -contestó Madara dando un bocado a su trozo.

-Pero es que creo que es importante, -dijo Mara un poco más segura. –Durante el tiempo que he estado aquí… Bueno, no me he comportado bien a veces.

-Aquí viene la gran confesión, hermano, -dijo entre dientes Tobirama. Mara le dedicó una mirada con el ceño fruncido pero no se dirigió a él.

-He hecho cosas malas, -confesó. Madara alzó una ceja, confuso. –Robé trescientos ryus a un hombre, he cuestionado muchas decisiones de la Hokage, lo que me ha llevado a enfrentamientos verbales con ella, estuve a punto de quemar la entrada oeste de la Aldea cuando mi chakra se descontroló un poco, por suerte sólo quedó dañado el campo de entrenamiento. Ataqué con un kunai a un jōnin y estuve a punto de degollar a otro, cuando creía que estaban asaltando la casa donde vivía y, por lo que estuve en prisión durante cinco días. ¡Ah! Y amenacé a un par de ANBUs. ¡Pero por favor, no te enfades!

Cuando terminó la confesión a toda velocidad, agachó la cabeza y evitó mirar directamente a Madara, quedando a la espera de la furia de su padre por el mal comportamiento. Podía sentir la mirada violeta del rinnegan clavándose en su coronilla, a pesar de que sabía que tras ella no había nadie, era como si sintiera que Madara también estaba ahí y frente a ella.

Los dos hermanos miraban fascinados a la espera de la reacción de Madara. Era como ver a uno de esos enormes leones, imponiendo su liderazgo con sus atributos: la majestuosidad de su melena, las poderosas garras y las temidas fauces. Y frente al jefe de la manada un joven miembro, aún demasiado joven para serlo de pleno derecho, siendo corregido por su comportamiento, con las orejas gachas y agazapado en postura de sumisión y respeto. No había duda de que lo más importante para esa joven era su padre y lo que éste representaba. Era la figura en quien fijarse, los pasos de quién seguir y alguien a quien no querría decepcionar bajo ningún concepto. Al igual que él y Tobirama nunca quisieron defraudar al suyo, sabían que Mara no quería hacerlo tampoco y, probablemente, tanto Butsuma, su padre, como Madara fuesen igual de exigentes con sus hijos.

Viendo que el estallido del enfado de su padre no llegaba, Mara miró a los dos Senjus para tratar ganar algo de tiempo.

-¿Tenías un buen motivo para hacer todo eso? –Preguntó Madara por fin. Mara asintió sin mirarle. –A veces hacemos cosas horribles cuando no tenemos otra alternativa.

La respuesta justificadora y comprensiva tomó por sorpresa a los otros tres. La joven lo miró confusa.

-Vale, ¿quién eres tú y qué has hecho con el auténtico Madara? –Preguntó pensando en la teoría de que ese hombre no era quien decía ser. Se acercó lentamente a Hashirama y le preguntó en voz baja: -¿era así cuando era joven? Porque el Madara que yo conozco ya me habría amenazado con su mankekyō sharingan y me estaría enseñando una lección.

-Puede que sea una trampa para que nos confiemos y bajemos la guardia, -respondió Hashirama en el mismo tono cómplice.

-¿Qué cuchicheáis? –Preguntó Madara con molestia.

-¿Y ya está? ¿Nada de gritos? ¿Ni amenazas con tu sharingan? ¿Ni con un entrenamiento extenuante? –Preguntó Mara conteniendo una sonrisa en la boca. –Tu cuerpo es joven, pero ya te has vuelto mayor para eso, ¿no?

Madara sonrió también, aquello también era típico de su hermano, herirle un poco en su orgullo cuando quería un entrenamiento algo más fuerte de lo habitual, normalmente, cuando había desarrollado algún nuevo jutsu o había avanzado en sus habilidades y quería ponerlas en práctica con él, su mejor rival.

-Sólo me estoy reservando, -dijo poniéndose en pie y apagando la fogata. –Mañana iremos a entrenar tú y yo, y te enseñaré una lección para que no vuelvas a retar a tu padre.

-¿Ah, sí? –Dijo sin amedrentarse y poniéndose también en pie para estar a su altura. –Genial, así no tendré que contenerme como cuando eras un ¡viejo!

-Ya veremos quién tiene que contenerse, -responidó su padre comenzando a recorrer la última etapa de su camino mientras ocultaba una sonrisa.

-Pff, engreído, -dijo Mara en voz alta, aunque sólo lo oyeron los dos Senju.

-Los Uchihas siempre han sido y seguirán siendo problemáticos, -dijo Tobirama.

-Y los Senjus siempre han sido y seguirán siendo molestos, -respondió Mara imitando sus palabras.

-Bueno, ahora que todos habéis comido, tenéis la energía por las nubes, continuemos, -dijo un entusiasmado Hashirama poniendo un brazo sobre los hombros de Mara y de Tobirama, quienes tuvieron la misma reacción: quitarse el brazo de encima y apretar el paso para alcanzar a Madara.

En la Aldea de la Hoja, el Hokage en funciones había recibido el último informe de Sai. Madara, Mara y los Senjus revividos se encontraban en el camino principal que les llevaría a la entrada este de Konoha. Ahora sólo era cuestión de minutos que cruzasen el umbral. Esperaba que su plan saliera bien y que todos los implicados jugaran sus cartas lo mejor posible. Después sólo sería cuestión de esperar las reacciones.

En la caseta de guardia, dos shinobis jugaban a los naipes despreocupadamente, ajenos a los cuatro viajeros que se acercaban. La puerta este era una de las menos transitadas ya que quedaba más alejada de la Torre del Hokage, por lo que la mayoría de los visitantes preferían entrar por la del norte.

A sólo unos cuantos pasos de ponerse a la vista, Madara detuvo sus pasos y sacó uno de los rollos que le entregó Orochimaru. Lo extendió en el suelo, desbloqueó el sello y apareció el haori que había usado para cubrir a su hija del frío nocturno del desierto. Lo cogió y se lo tendió a ella.

-Ya es hora de que te pongas esto, -dijo extendiendo el brazo hacia ella. Mara lo cogió sin demasiado entusiasmo, era de un azul marino, de varias tallas más grandes y no pensaba que su atuendo estuviese tan mal.

-Mi ropa está bien, -se quejó.

-Obedece por una vez sin rechistar, mocosa, -zanjó Madara.

Mara extendió mejor la prenda para mirarla con más detalle. Era de buena fábrica, la tela era fina y hasta cierto punto veraniega, le quedaría grande y larga, pero pensó que podría usarla dejando debajo sólo su camiseta de red. En la zona delantera, sobre cada hombro había bordado la forma de un tomoe blanco. Le dio la vuelta para ponérselo y sus ojos se abrieron con sorpresa al ver el abanico rojo y blanco bordado en la espalda de la prenda. El símbolo del clan Uchiha, ésa sería la primera vez que lo portaría.

-¿Hablas en serio? ¿Puedo ponérmelo? –Preguntó incrédula. Se acercó a Madara y se situó a su espalda, sostuvo con una mano el haori y con la otra apartó el pelo de la espalda de su padre, comprobando que eran ambos idénticos.

-Ya es hora de que también demuestres que eres una Uchiha, -dijo Madara. Era cierto, que siempre había querido que pasara desapercibida, sabía el rechazo que provocaban y no quería llamar la atención de otras aldeas con el rumor de que se habían visto Uchihas viajando de un lugar a otro, sobre todo, antes de la Alianza Shinobi y cuando habían estado viajando solos de una aldea a otra. Por otra parte, seguía rondando en su mente el hecho de que ella utilizase el apellido de ese Kakashi Hatake, y si se habían unido de alguna manera ésta sería una buena manera de saberlo. Y en caso de haberla se encargaría personalmente de deshacerla. Ese ninja de pelo plateado no era digno ni de ponerle los ojos encima a su hija.

Conforme los pensamientos se agolpaban en su mente, Madara iba apretando más y más la mandíbula, pero relajó la expresión cuando sintió que la mano en su espalda desaparecía y la imagen de su hija aparecía frente a él girando una vez sobre sí misma.

-¿Qué tal estoy? –Preguntó emocionada por lucir por primera vez el símbolo del su clan.

-Mejor de Uchiha que de Hatake, -respondió. La expresión jovial y desenfadada de Mara se tornó en una de cansancio e incredulidad.

-¿De verdad? ¿Vamos a hablar de eso ahora? –Preguntó terminando de anudar el cinturón para que el haori permaneciese cerrado.

-No, porque la verdad es que espero que no haya nada de qué hablar, -respondió su padre girándose hacia ella.

-¿Madara, estás pensando lo que creo que estás pensando? –Preguntó de vuelta. Ante el silencio del otro prosiguió. -¿Crees que Kakashi y yo…?

-¡Ni se te ocurra decirlo! –Amenazó Madara. –No voy a permitir que un ninja del tres al cuarto se… Se… Una a ti, -finalizó después de costarle encontrar las palabras adecudas y casi tener que escupirlas.

-Para ti todos son ninjas del tres al cuarto, Madara, -explotó Mara. –Quizás tu plan de revivir a los Senju sea ese, al parecer son los únicos que te plantaron cara y parecen ser dignos. Genial, además son dos, me dejarás elegir, al menos.

-¡Aniquilaría a todos los Senjus antes de que tú te…! –Madara empezaba a tener el rostro rojo y volvía a no encontrar las palabras. -¡…te unieses a uno de esos!

-¡Pues no quedan demasiados Uchihas por lo que tengo entendido, así que llegado el momento tendrá que ser alguno de esos de ninjas del tres al cuarto! –Gritó Mara tan roja como él por donde les estaba llevando la conversación. -¿Y sabes qué? ¡Elegiría a Tobirama!

Mara se alejó clavando los talones en el suelo con cada paso, lo cierto es que el humor de ambos Uchihas no era el mejor para una entrada pacífica en la Aldea.

La cara desencajada de Tobirama al escuchar su nombre de la boca de la muchacha y ver los ojos del mangekyō sharingan de Madara clavados en él, le resultó de lo más gracioso a Hashirama, había descubierto quién era, extrañamente y contra todo pronóstico, el favorito de la joven Uchiha.

Madara después de la amenaza velada con sus ojos al Senju, se volvió hacia el camino que ya había empezado a recorrer Mara.

-¡¿Tu sharingan se ha activado?! –Gritó para hacerse oír en la distancia que ya les separaba.

-¡Eso pasó cuando tenía diez años! ¡¿A qué viene esa pregunta ahora?! –Respondió entre aspavientos, siguiendo el camino confundida y apretando el paso.

Madara chasqueó la lengua en protesta. Hasta ese momento, no se había parado a pensar que esa mocosa nunca dejaría de ser una molestia y un mar de preocupaciones. Tendría que tener la "charla" al estilo Uchiha con ella en cuanto tuviese la oportunidad.

Hashirama se acercó a Madara con una sonrisa amplísima en la cara. Le dio un par de golpes en la espalda a su amigo de la infancia a modo de consolación y le dijo:

-Ya sabes, amigo, ellas eligen.

Madara le miró con cierto odio y rencor y respondió:

-Ya, es más fácil que te elijan cuando eres Hokage, ¿verdad?

-No me refería… -Empezó a disculparse Hashirama. En su juventud, a ambos les había gustado la misma mujer, Mito Uzumaki. Las historias del clan Uchiha la hizo temerle, los acuerdos a espaldas de los Uchiha entre los clanes Senju y Uzumaki la empujaron a valorar la posibilidad de unirse a él y el hecho de que fue elegido Hokage fue el último empujón necesitó para cerrar el matrimonio. Sabía que parte de la locura y el odio que había albergado Madara contra la aldea crecía sobre ese terreno. ¿La maldición de Indra? Se preguntó.

-Cierra la boca y aparta esa sonrisa de mi vista, Senju, -dijo Madara con brusquedad y los dientes apretados.