Capítulo 68.

Múnich.

Para asombro de muchos, hasta de él mismo, Leonardo se había convertido en el alumno más avanzado del curso de Técnico en Emergencias Médicas. El destacar en la carrera que había elegido sin duda influyó favorablemente en su autoestima, lo que le permitió descubrir que le fascinaba la idea de ser paramédico y que en realidad sí era bueno para ello. Para Marie no fue una sorpresa que al joven le estuviese yendo tan bien en sus estudios (quizás era la única persona cercana a él que no se extrañó), pues conocía de antemano la determinación que podía llegar a demostrar su novio cuando se tomaba las cosas en serio; ella no podía estar más orgullosa de Leonardo y le aseguraba frecuentemente que siempre estuvo segura de que al final sería capaz de encontrar su destino. Hasta Rudy Frank tuvo que admitir que el joven trabajó muy bien durante su corta estancia en el Bayern Múnich y, aunque nunca esperó verlo de paramédico, no dudaba que podría llegar a ser bueno si se lo proponía.

– El problema con ese muchacho es que tiende a desviarse hacia cosas sin importancia cuando no debe hacerlo –fue el comentario que Rudy Frank le hizo a Marie acerca del mexicano–. Dicho en otras palabras: le gusta perder el tiempo, pero cuando se enfoca lo suficiente en lo que quiere hacer, es una persona eficaz.

– Ya está corrigiendo eso, papá –fue la réplica de Marie–. Ahora casi no le queda tiempo disponible, pues el que tiene lo ocupa para estudiar y no en perder el tiempo, eso queda demostrado en el hecho de que está obteniendo buenas notas.

– Pues qué bien por él –aseguró el señor Schneider–. Siempre creí que tenía la capacidad para mejorar y que sólo bastaba que él así lo deseara para conseguirlo, es un tipo inteligente. Me alivia saber que no tendré un yerno que no será un bueno para nada sino un miembro activo de la sociedad.

– No digas esas cosas, papá –protestó Marie, muy sonrojada–. No es todavía tu yerno oficial, ¡sólo tengo dieciocho años!

– Pero lo será en el futuro, ya lo veo venir –suspiró Rudy Frank–. Al menos ya me estoy haciendo la idea de una vez para que no me dé un infarto cuando me comuniques la noticia de que quiere pedir tu mano.

A Marie le gustaba pensar en la idea de que algún día llegara a casarse con el hombre al que amaba, pero sabía que todavía era joven y que tenía metas por cumplir primero. Tener marido a los dieciocho años estaba bien para alguien que no supiera qué hacer de su vida (cof, cof, Sanae Nakazawa, cof, cof) o para una persona que viviera en el siglo XVIII, pero en la época actual a los dieciocho años todavía se es muy joven como para dar ese paso. Al principio de su relación, la idea de casarse le entusiasmaba a Marie, pero precisamente cuando Leonardo puso los pies en la Tierra y se estabilizó, ella entendió que se debía tomar las cosas con calma. Era curioso que fuese Rudy Frank el que mencionara el matrimonio entre esos dos cuando debía ser el que menos quería que se realizara.

La joven adquirió la costumbre de ir a buscar a Leonardo durante sus descansos para llevarle algo de comer, pues él continuaba trabajando en el hospital y no tenía mucho tiempo libre entre el trabajo y las clases. Lorelei se ofreció a cocinar para el muchacho para que Marie sólo le llevara la comida y ésta aceptó encantada la oferta, creyendo que su madre lo hacía para ayudarla cuando en realidad lo hacía también porque se había encariñado con el novio de su hija. Una tarde en la que Marie fue a verlo al hospital, Leonardo la recibió especialmente emocionado, pues había obtenido la nota más alta de su grupo en el último examen práctico que les habían realizado.

– Soy bueno para tomar decisiones rápidas y para tomar la iniciativa –se rio Leonardo–. ¿Te lo puedes creer?

– Claro que lo creo –contestó Marie, orgullosa–. A este paso serás el primero de tu generación.

– Yo no me lo creo. –Leonardo se rascó el cuello, inquieto–. Creo que ni siquiera mi hermana esperaba algo así. Me ha apoyado mucho, no lo niego, sin su dinero no podría estar pagando el curso, pero temo que piense que éste es otro de mis muchos proyectos inconclusos.

– No creo que Lily piense eso –negó Marie–. Si no confiara en ti, no te estaría prestando dinero en primer lugar, si está invirtiendo tanto en tus estudios es porque piensa que lo vas a lograr.

– Bueno, sí, supongo que tienes razón –reconoció el joven–. De todas maneras, me siento un tanto patético por tener que depender de mi hermana menor, debería de ser al revés.

– No hay algo de malo en recibir ayuda de vez en cuando, eso no es patético –replicó Marie, mientras hacía que él se detuviera para acomodarle las solapas de la camisa–. Deja de verte a ti mismo en ese concepto, que no porque tu hermana sea médico y esté en mejor posición de ayudarte significa que tú seas un fracasado.

– Lo siento, es la costumbre –se disculpó Leonardo–. No estoy acostumbrado a tenerme en ese concepto, por mucho que sea tan fanfarrón.

Marie le dio un beso en la mejilla; le gustaba cuando Leonardo se mostraba tan vulnerable frente a ella, pues indicaba que le tenía la suficiente confianza como para no mantener su permanente cara de cinismo.

– Sé que ahora estamos haciendo las paces, pero mi padre durante años me hizo menos por no ser tan exitoso como mis hermanas –continuó el joven–. Fue difícil ser el único hombre y no poseer una meta clara como sí la tenían ellas.

– Oye, que tengo que admitir que hasta yo me sentiría intimidada si mi hermana mayor trabajara para la Interpol. –Marie soltó una risita nerviosa.

– Tu hermana mayor es modelo, ¿eso no te intimida? –preguntó Leonardo, con sorpresa.

– No –negó Marie, muy segura–. Eva es maravillosa, hermosa y talentosa, la admiro mucho por eso, pero yo también lo soy así que no tengo por qué sentirme intimidada por ella. Además, alguien en mi familia debe ser "la normal" y como Karl definitivamente no tiene el puesto, con gusto me lo quedo yo.

– Me hace falta tu seguridad, mi niña. –Leonardo le acarició el rostro.

Tras esa primera plática que el joven tuvo con su padre siguieron otras, lo que fue favoreciendo que lentamente Leonardo pudiera reparar la rota relación con su progenitor, aunque todavía faltaba mucho para que pudieran asegurar que el pasado había quedado atrás. Había, como se dice, "mucha agua bajo el puente" en la interacción entre esos dos, tantos años de desacuerdos no se arreglarían con unas cuantas charlas por chat, pero se notaba que al menos ambos tenían la mejor disposición para tratar de resolver sus problemas. Marie intentaba ayudar en lo que podía, aunque su madre le había aconsejado que no se inmiscuyera en asuntos familiares ajenos. Sin embargo, Marie había llegado a la conclusión, a sus escasos dieciocho años de edad, de que cuando amas a alguien es inevitable el querer entrometerse en sus asuntos, simplemente porque lo amas y deseas verlo feliz.

– No creas que siempre fue así –repuso Marie, con una sonrisa–. Sí llegué a sentir que soy el "patito feo" de la familia. Ser la menor y tener dos hermanos y un padre tan exitosos es realmente pesado.

– Es más pesado cuando eres el mayor y la "oveja negra" –replicó Leonardo–. Pero creo que la sensación de fracaso es la misma.

– Así es –aceptó ella–, pero a pesar de esto, poco a poco fui aprendiendo que yo tengo mi propio camino y que está bien si voy a mi ritmo, que soy diferente a mis hermanos y que por tanto no debo regirme por sus estándares. Y tú deberías de hacer lo mismo: no te presiones por tus exitosas hermanas, tú tienes tus propias metas y, aunque no sean tan aparatosas, son igualmente importantes. Sé que en tu caso ha sido más difícil porque tu padre te ha medido con la misma vara que a ellas, pero eso ha quedado atrás y ahora tienes una oportunidad para hacer las cosas a tu manera.

– Es curioso que tengamos tantas cosas en común pero que tú te hayas tomado el asunto con más madurez que yo, me siento avergonzado –confesó Leonardo–. Eres mi modelo a seguir.

– No digas tonterías. –Marie se puso colorada–. No soy modelo a seguir para nadie y tú deberías de tomarte las cosas más en serio.

– ¡Me estoy tomando las cosas en serio! –protestó Leonardo, tras lo cual rio–. ¿Qué tiene de malo que diga que eres mi modelo a seguir?

– ¡Que me avergüenzas, tonto! –bufó ella, mientras le daba un golpe en el pecho.

– ¿Qué es esto? –Él la tomó por la cintura–. ¿La maravillosa Marie Schneider, la pequeña hermanita del Káiser de Alemania, es muy modesta? ¡Quién lo diría!

– Ya cállate –pidió ella, escondiendo su rostro entre sus manos.

Tras unos momentos más de burla, Leonardo la soltó y se puso serio. Marie supo que algo grande se avecinaba, pues eran contadas las ocasiones en las que él tomaba esa actitud.

– No quiero arruinar este momento, pero me gustaría preguntarte algo importante –dijo él.

– Ay, no, no, no. –Marie lo miró con pánico. ¡No estaba lista para eso! – ¡No se te vaya a ocurrir pedirme matrimonio ahora! Te amo, sí, y en algún momento me gustaría casarme contigo, ¡pero no ahora! Primero quiero acabar la universidad y buscarme un buen trabajo, quizás después haga una maestría y…

– Oye, tranquila. –Leonardo la agarró por las muñecas, riendo a carcajadas. Su faceta seria había durado menos de un minuto gracias a ella–. ¡No pensaba pedirte matrimonio!

– ¿Ah, no?. –Ella lo miró aliviada–. ¿Entonces qué querías preguntarme?

– Bueno, sólo quería saber en qué concepto real me tiene tu familia ahora –explicó él–. Antes de conocerte, siempre dije que me bastaba con que mi chica me aceptara y que su familia podía irse mucho a freír espárragos si no les agradaba, pero contigo es diferente. Con tu familia es diferente. No te sabría decir por qué, pero no me gustaría que tuviesen un mal concepto de mí; tu madre ha sido muy amable conmigo y a pesar de todo tu padre se ha portado bastante decente también. Sé que él me dio el trabajo en el Bayern gracias a mi hermana, pero pudo hacer que me despidieran a los pocos días y no lo hizo. Y con respecto al Káiser de Alemania, descubrí que en realidad es buena persona y que los chismes que se dicen sobre él son falsos… en su gran mayoría, así que por primera vez me preocupa lo que pueda pensar de mí la familia de mi novia.

– Vaya, vaya –soltó Marie, con cierta burla–. Me ahorraré mis comentarios, por el momento, para decirte que si lo que te preocupa es que no tengas un trabajo apantallante como ser el CEO de Apple o Cristiano Ronaldo, puedes estar tranquilo, que mi padre no siempre fue el brillante técnico del Bayern Múnich.

– Eso lo sé –replicó Leonardo–. Tu hermano me contó que él estuvo trabajando como cargador en el puerto de Hamburgo y que por lo mismo no denigra ningún trabajo, por pequeño que sea. Sin embargo, su situación ha cambiado y ya no es el de antes, puede ser que su opinión sobre los puestos pequeños haya cambiado también.

– No lo ha hecho, créeme. –Ella lo miró a los ojos–. El otro día me habló bien de ti, dijo que eres inteligente y eficaz cuando te lo propones, así que no te tiene en mal concepto. Y mi madre no cocinaría para ti si no le cayeras bien.

– Y quiero supone que si tu hermano no me ha roto la cara es porque cree que no lo merezco. –Él se encogió de hombros–. Me conformo con eso. Ya después veré cómo me las arreglo para caerle bien a tu hermana.

– Confieso que me emociona saber que te preocupa tanto el agradarle a mi familia –admitió Marie, cuyos ojos azules brillaban–. Eso significa que no soy cualquier novia para ti.

– No lo eres –asintió él y le dio un beso rápido–. Pero, oye, ¿de verdad quieres que nos casemos algún día?

– ¿Qué? –exclamó ella, avergonzada–. ¿De dónde has sacado esa idea?

– ¡Tú lo dijiste! –Leonardo se echó a reír–. Cuando te comenté que quería preguntarte algo, me aseguraste que querías casarte conmigo pero no ahora porque tienes otras metas. Eso significa que quieres hacerlo después, ¿o no?

– Uy, mira la hora que es. –Marie miró su reloj, con nerviosismo–. Come ya, se te va a hacer tarde.

– ¡Cobarde! –exclamó Leonardo, sin dejar de reír–. De todos modos yo sé bien qué fue lo que escuché, aunque tú te niegues a aceptarlo.

Marie continuó haciéndose la inocente; demasiado tarde se dio cuenta de que debió esperar a que Leonardo hablara primero en vez de sacar conclusiones precipitadas.

– Por cierto, voy a cambiar el tema muy drásticamente, pero ahora que me hablaste de que te quieres casar conmigo, lo cual no me asombra porque soy un partidazo que no debes dejar escapar, me acordé que hay algo que quiero preguntarte –continuó Leonardo, después de un rato–. Quiero saber tu opinión como mujer, porque soy hombre y uno muy idiota, así que no quisiera cometer una imprudencia en este asunto.

– Sí, estoy de acuerdo en que eres un hombre muy idiota. –Marie lo golpeó cuando dijo eso de "partidazo que no debes dejar escapar"–. ¿De qué se trata?

– Verás, hablé con Wakabayashi antes de que él se fuera a Japón –explicó Leonardo–, acerca del lío que tiene con mi hermana y me contó que todo se reduce a que él dijo algo inoportuno en un momento importante porque creyó que así ella se enojaría menos con él y pues le salió el tiro por la culata. Básicamente es un malentendido, pero Lily se ha negado a escucharlo y yo quiero saber si debería de decirle lo que sé para que deje de actuar como idiota.

– Mira, si algo he aprendido es que todos los líos de esta historia se resolverían en un instante si tan sólo los involucrados hablaran entre ellos. –Marie puso los ojos en blanco–. Pero en vez de eso, prefieren hacerse los ofendidos y perpetuar los líos. ¡Mira lo que pasó con Karl y con mi cuñada! Ella llegó al extremo de cometer una estupidez sólo porque no fue capaz de tomarse los cinco minutos que necesitaba para hablar con mi hermano y aclarar la situación.

– Es que de haber sido así, este fanfic habría durado unos dos capítulos nada más –se burló Leonardo–. Es un buen punto el que acabas de dar, mi vida, por algo dice el dicho que "hablando se entiende la gente", pero desgraciadamente no me ayudas del todo: ¿Debo o no decirle a Lily lo que Wakabayashi me ha confesado?

– Mira, yo sí se lo diría –opinó Marie, aunque no se veía muy segura–. Pero, conociendo a Wakabayashi, lo más seguro es que sienta ofendido si lo haces. Tal vez puedas encontrar un punto intermedio, es decir, comentarle a Lily que las cosas no son como ella cree pero que tiene que hablar con él para que lo aclaren. La verdad, lo que les hace falta es madurar, pero nosotros no somos sus padres para obligarlos a hacerlo.

– ¡Eso es todo, mi amor! –Él se volvió a reír–. Gracias por aconsejarme, ahora pasemos a cosas más interesantes: ¿Entonces me ves como el que te va a llevar al altar?

– ¡Ya deja de fastidiar con eso! –protestó ella y lo empujó, muy avergonzada.

Leonardo notó que no se había sentido así de feliz en muchísimo tiempo. Tras haber estado dando tumbos por los caminos equivocados, al fin parecía haber encontrado su lugar en el mundo.

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Manama.

El partido contra Baréin fue mucho más sencillo de lo que cualquiera de los jugadores japoneses esperaba, aunque más de la mitad de ellos no supiera en dónde cuernos quedaba Baréin ni tampoco estuviesen enterados de que Manama era la capital.

– Ni siquiera sabía que había un país llamado así –confesó Ishizaki, antes del encuentro–. Mucho menos estaba al corriente de que tenían selección de fútbol.

– Tú ni siquiera sabes en dónde está Japón, mucho menos sabrás en dónde queda Baréin –se mofó Wakabayashi.

– ¿Y tú lo sabías, presumido? –gruñó el otro.

– Al menos sí estaba enterado de que tiene selección de fútbol –replicó Genzo.

– Por favor, ninguno de nosotros sabía en dónde queda Baréin –señaló Ishizaki–. La verdad es que todos somos unos ignorantes y siempre nos fue mal en la escuela y eso te incluye a ti, Wakabayashi, que no habrías acabado la primaria sino fuera por el dinero de tu papá.

– Eso debió doler –comentó Misaki, por lo bajo.

– Aunque dijo una gran verdad. –Genzo soltó una carcajada y se tomó de buena manera la crítica.

– Admitámoslo: aquí los únicos inteligentes son Misugi y Misaki, tal vez Matsuyama –continuó Ryo–. A los demás no se nos dan bien los estudios.

– Y aún así yo no sabía en dónde estaba Baréin –musitó Misugi.

– ¿Qué importa eso, realmente? –intervino Nitta–. Lo que cuenta es que nos llevaremos otra victoria a casa.

Lo cual, como se ha dicho ya, no fue difícil. La técnica y la velocidad de Sano, Sawada con su creación de juego, la altura y utilidad de Izawa y la combinación milagrosa de los Tachibana fueron demasiado para los jugadores de Baréin, que nunca tuvieron una oportunidad real. Así también, Matsuyama hizo gala de sus cualidades como capitán con su desbordado espíritu de liderazgo, dejando en claro que era un excelente sustituto para Hyuga o incluso para el mismo Tsubasa (cualquiera puede ser mejor capitán que Tsubasa, siendo honestos) y la tranquilidad que Misugi aportaba al equipo le daba la estabilidad final. Wakabayashi pasó un partido muy tranquilo, pues las escasas llegadas de peligro que tuvieron los rivales fueron sumamente sencillas para él, así que el resto del encuentro se limitó a ver a sus compañeros. A pesar de que le gustaba mucho jugar, Genzo no negaba que era bueno de vez en cuando el tener un poco de tranquilidad para analizar el encuentro desde otro ángulo. Nitta, a su vez, se había prometido marcar en cada partido y en Manama lo cumplió en dos ocasiones, además de que ayudó a que Matsuyama anotara el tercer gol del juego.

– Esto fue pan comido –manifestó el señor Takahashi–. Ni la pena vale narrar este partido.

En esa ocasión hubo muchos menos aficionados japoneses en el estadio, quizás porque Baréin estaba más lejos que Tailandia, quizás porque sabían que sería un juego desequilibrado. Dentro de los pocos que se animaron a hacer el viaje tan largo estaban Eriko y Azumi, que observaron el partido en un mutismo casi total. Azumi, quien debía ya estar de regreso en París desde hacía tiempo, había decidido solicitar un permiso prolongado para no acudir al hospital y por alguna razón se lo concedieron, de manera que seguía viajando junto con Eriko para ver los encuentros de Japón, algo que a Misaki angustiaba, a Genzo divertía y a Eriko la ponía de mal humor. Ella, por cierto, estuvo a punto de causar un conflicto internacional por culpa de su vanidad: al ser un país islámico, en Baréin era obligatorio el uso del hiyab, el pañuelo con el que las mujeres se cubren la cabeza; esta regla habitualmente también se aplicaba a las extranjeras, sobre todo si pretendían ingresar a un estadio de fútbol lleno de hombres, pero Eriko se negaba a cubrirse en un país tan caluroso además de que no quería seguir una regla de una religión ajena. Azumi, más acostumbrada a vivir en el extranjero, no tuvo reparos en colocarse el pañuelo pues conocía la importancia de seguir las normas del lugar que visitaba, pero Eriko estaba dispuesta a discutir con quien fuera necesario para mantener sus derechos.

– No pierdas el tiempo en tonterías y acéptalo ya –le dijo Azumi–. El país no va a cambiar las reglas por ti y estás enojándote en vano. Estaremos aquí por pocos días y no te cuesta mucho ceder en esto, sólo herirás tu vanidad pero seguro que podrás superarlo.

Azumi lo había dicho sin mala intención, pero Eriko no estaba acostumbrada a que la gente fuese tan directa al hablarle, así que estuvo a punto de arremeter también contra ella. Si al final se controló fue porque no quería quedar como una loca frente a una ex rival y decidió ceder, tanto ante Azumi como ante la exigencia de utilizar un hiyab.

"No voy a perder la calma por un maldito trapo", pensó.

Quizás ésta era la causa por la cual la conversación entre las jóvenes se hizo difícil después, aunque ya de por sí la relación entre ellas era tirante desde el comienzo por razones obvias. Eriko estaba segura de que, en otras circunstancias, jamás se habría hecho amiga de Azumi y definitivamente no estaría con ella viendo un partido de fútbol, pero por caprichos del destino habían acabado en un estadio ubicado en algún recóndito lugar del mundo mientras usaban unos horrendos pañuelos en la cabeza. Cierto era que, desde que Eriko se había enterado de que Azumi podría estar embarazada de otro hombre que no era Taro, ella le había perdido mucho del rechazo que le tenía y hasta experimentó compasión por su situación, pero Roma no se construyó en un día y era evidente que Eriko necesitaría más tiempo para acabar de aceptarla como una amiga de Misaki. Sin embargo, ¿qué pensaría Azumi con respecto a Eriko? Ésta estaba consciente de que la chica tenía que estar muy desesperada para haberle confiado un secreto tan grande y que eso no indicaba que la tuviera en buena estima.

– ¿De verdad piensas viajar por el mundo a la espera de que tus problemas desaparezcan? –preguntó Eriko cuando se acabó el partido. Ambas se encontraban solas en el palco que había pagado aquélla.

– No –negó Azumi, sin mirarla–. No es como si lo hubiera planeado, pero no sé qué otra cosa más hacer.

– No soy precisamente la persona más adecuada para darte un consejo –reconoció Eriko, en voz baja–. Pero no creo que tantos viajes le hagan bien a ese niño.

Azumi no contestó. Ni siquiera estaba segura de que fuera verdad que existiera un niño, pero no se molestó en hacérselo saber a Eriko.

– Supongo que no –admitió Azumi, después de un rato–. Huir de los problemas nunca fue algo que me gustara hacer, pero creo que me he topado con algo que va más allá de mi determinación.

– Aunque no lo creas, te puedo entender –aseguró Eriko, con la vista clavada en el horizonte–. Nunca se lo dije a Taro, pero yo también tuve un retraso menstrual y caí en pánico.

– ¿De verdad? –Azumi se giró a verla, con los ojos muy abiertos–. ¡No lo creo!

– ¿Por qué te mentiría en algo así? –suspiró la otra–. Ni siquiera sé por qué te estoy contando esto, pero sí pasó y tampoco supe qué hacer. Estuve a punto de largarme a Alemania con Genzo y dejar a Taro colgado, ya había planeado mandarle un mensaje de texto para decirle que todo había acabado entre nosotros y que no me buscara más.

– ¿Y qué pasó? –quiso saber Azumi, quien disimuladamente le echó un vistazo al vientre de Eriko.

– La regla me llegó antes –respondió Eriko, mientras se acomodaba nerviosamente el hiyab–. Y justo en ese momento me di cuenta de lo estúpida que fui y del enorme error que estuve a punto de cometer. Creo que me dio pánico porque evidentemente no estaba buscando quedarme embarazada, pero después acepté que me hubiera arrepentido de haberme alejado de Taro porque sí lo amo, lo suficiente como para que no me moleste parir a sus hijos.

– Wow, ésa es una declaración muy fuerte –manifestó Azumi, asombrada–. ¿Se lo llegaste a decir? No que creíste estar embarazada de él sino que lo amas.

– No –contestó Eriko, tras titubear–. O al menos no le he dicho que quiero ser la madre de sus hijos. ¿Pero qué importa? El punto es que, como dije, soy la persona menos adecuada para darte un consejo, pero no dejes que el pavor te haga cometer un error. La cuestión, aunque no lo parezca, es bastante simple: ¿Quieres a esa persona o no? Si lo amas, entonces debes volver a Francia para hablar con él. Y si no, pues la solución es más simple: bloquéalo de todas tus redes sociales y se acabó.

– Creo que, aunque no amara a esa persona, también debería volver a Francia para decírselo –señaló Azumi.

– Como quieras. –Eriko se encogió de hombros–. Es tu decisión si quieres batallar con un tipo al que vas a mandar al cuerno. Sé que te preocupa que pueda haber un niño en camino, pero no es el fin del mundo. Por lo que sé de ti a través de lo que me ha dicho Taro, eres una persona fuerte así que podrás arreglártelas con o sin el padre.

El barullo de los asistentes al estadio las envolvió; miles de palabras dichas en un idioma desconocido hacían eco en las paredes, lo que dificultaba que las jóvenes pudieran continuar con la conversación así que se quedaron calladas mientras los ocupantes de los palcos vecinos y de las gradas hacían el intento de salir. Para evitar un lío, ellas decidieron esperar a que la mayoría de la gente se marchara para hacer lo mismo.

– Gracias por el consejo –soltó Azumi, tras un largo rato–. Nunca pensé que llegaría a decirte esto a ti.

– No tienes por qué agradecerme –aseguró Eriko–. Me sigues cayendo muy mal.

– Y tú a mí –replicó Azumi de inmediato, aunque después sonrió.

Mientras tanto, los jugadores regresaban a la banca para recoger sus prendas deportivas y volver a los vestidores; como no había muchos aficionados, ningún jugador hizo el intento de quedarse a hacer alharaca. Tras recoger su toalla y limpiarse la cara, Misaki se encontró con Hanna, quien lo felicitó por el desempeño mostrado en el partido.

– Gracias, aunque no hice gran cosa esta vez –agradeció el joven–. Este partido estaba como para anotar varios goles, pero sólo pudimos hacer tres.

– Fue un juego flojo, ciertamente –opinó Hana–. Baréin resistió como pudo, seguramente influyó el hecho de que están en su casa.

– Es probable –asintió Misaki–. Es sabido que cada equipo es fuerte en su tierra. Sin embargo, como excusa para no anotar es floja, aunque al menos conseguimos la victoria.

– Un resultado de tres goles a favor con cero en contra no es malo –rio Hana.

– Todo depende del rival: si se trata de Alemania es excelente, si es Corea del Sur es muy bueno y en el caso de Baréin, no lo es tanto. –Taro rio con ella.

– Hoy te noto particularmente negativo –señaló Hana–. Supongo que es Azumi quien te tiene así.

– ¿Tanto se me nota? –Misaki esbozó una sonrisa de disculpa.

– No tanto como crees, pero Wakabayashi dice que soy muy entrometida y que por eso me doy cuenta de las cosas cuando nadie más lo hace. –Ella se ruborizó de la vergüenza.

– No considero que seas entrometida –aseguró Taro–. Al contrario, te agradezco que te preocupes por mí.

– No es para menos, considerando la cuestión. –Hana se tornó seria–. ¿De verdad Hayakawa está, eh, pues, esperando un hijo?

– ¿Cómo lo sabes? –preguntó Misaki, alarmado. ¿Se le habría ido la lengua sin querer? Ishizaki solía bromear al decirle él hablaba dormido, pero nunca lo tomó en serio–. ¿Quién más está enterado de eso?

– Me lo contó Eriko –contestó ella–. No se lo tomes a mal, ya sabes cómo es, pero puedo asegurarte que sólo me lo ha dicho a mí.

– Ya veo. –Taro frunció el ceño. Sí, uno de los mayores defectos de Eriko era que en muchas ocasiones se le iba la lengua–. Tal vez está de más pedírtelo, pero me gustaría que tú fueses más discreta que ella. No por mí, sino por Azumi.

– No necesitas pedirlo, es obvio que voy a mantener la boca cerrada –asintió Hana–. Podré ser entrometida, pero también sé guardar un secreto.

– Gracias –dijo Misaki, más tranquilo–. Ahora ya no vale la pena ocultártelo así que te diré que Azumi no está segura de estar embarazada. Es decir, tiene la sospecha pero no ha querido hacerse una prueba para confirmarlo.

– Debe de estar asustada –opinó Hana–. Yo también lo estaría.

– Lo sé –suspiró Taro–. ¿Pero no sería mejor que saliera de dudas de una vez? Se lo comenté y me respondió de manera muy vaga, prefiere seguirnos por medio continente para ver los partidos que hablar con Jean.

– Debe ser de lo más interesante el ver cómo se comportan Eriko y ella a solas –comentó Hana–. Me resulta peculiar y bastante extraño que hayan decidido enterrar el hacha de guerra.

– No estoy seguro de que la paz vaya a ser duradera –manifestó Misaki–. Ni en mis peores pesadillas llegué a imaginarme que esas dos podrían llegar a ser amigas.

– Bueno, falta mucho para decir que Eriko y Azumi serán amigas algún día –opinó la chica. En ese momento, el entrenador Kira les hizo un gesto con la mano y ellos comenzaron a caminar hacia los vestidores–. Y es probable que nunca lo sean, yo diría que apenas se toleran. La cosa es: ¿te resulta una pesadilla que ellas se lleven bien?

– Aunque no lo creas, sí –sonrió él, apenado–. Es una tontería, lo sé, así que no importa. La cuestión es que no tengo idea de cómo ayudar a Azumi, ella no quiere que hable con Jean, o sea, el imbécil que la está haciendo sufrir, pero al mismo tiempo él está llenándome el buzón de mi teléfono con mensajes desesperados. ¿Por qué tenía que quedar en medio de esto?

– Porque eres una buena persona y ellos confían en ti –sonrió Hana–. Mira, puedes decirle a Hayakawa que estás dispuesto a ayudarla pero que ella debe tomar las decisiones por su cuenta, tanto si quiere saber si está embarazada como si desea hablar con el supuesto padre, debe de estar consciente de que tú no vas a arreglarle la vida.

– Ni tampoco creo que esté esperando eso –replicó Taro–. Creo que sólo está muy asustada y no sabe en quién más confiar. Y yo la dejé con Eriko, así que soy un mal amigo.

– Vamos, que ella no es tan mala –comentó Hana, tras lo cual se rio–. Seguro que podrán aguantar unos cuantos días sin matarse la una a la otra.

"Pero no parece que Azumi vaya a quedarse por tan sólo unos cuantos días", pensó Taro, minutos más tarde, mientras tomaba una ducha. "De verdad planea acompañarnos a todos los partidos de la primera ronda y quizás también a los de la segunda. Si no hago algo antes, temo que Jean acabe encontrándola en alguna de las paradas y que me armen una buena los dos".

Lo único positivo de ese asunto era que al parecer el mal presentimiento que estuvo aquejando a Misaki durante las últimas semanas se debía al problema de Azumi y Jean y no a que la Selección de Japón se viese incapacitada para conseguir el pase a los Olímpicos, lo cual era un enorme alivio.

O al menos eso era lo que él creía.

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Múnich.

El desaparecer durante tanto tiempo comenzó a jugarle en contra a Hedy Lims, pues se lo dejó sumamente fácil a la Paulaner: ansiosos como estaban de deshacerse de ella para tratar de limpiar su nombre, los directivos se colgaron de su ausencia para despedirla por incumplimiento de contrato. O al menos eso esperaban hacer, en cuanto se cumpliera el límite de días establecido para poder aplicar este pretexto sin meterse en otro lío legal. Paula Waxweiler fue la única que no se confió en el súbito desvanecimiento de Lims para darle la patada en el trasero que se merecía y se mantuvo en alerta, pues estaba segura de que ella aparecería en el momento menos esperado.

Y así sucedió. En cuanto Hedy se enteró de que la Paulaner estaba haciendo casting para contratar a una nueva modelo, salió de su encierro para ir a quejarse a la cervecera porque ella continuaba siendo la cara de la compañía y sería así mientras su contrato estuviera vigente. Paula se armó de paciencia cuando su secretario le avisó que Lims exigía hablar con ella y la hizo pasar a su oficina. A la mujer le sorprendió ver lo demacrada que estaba Hedy; si bien ésta se había tomado el tiempo para arreglarse, se notaba que no estaba pasando por su mejor momento.

– Si Brunt estuviera aquí, a nadie se le ocurriría llamar a un grupo de arrastradas para que intenten quitarme el puesto –manifestó Hedy, furiosa– Es increíble que se pasen por alto mis derechos, que están bien plasmados en mi contrato.

– Pero Brunt ya no está aquí, Hedy –replicó Paula, sin dejarse intimidar–. Y tu contrato especifica que tienes que responder a los llamados que se te hacen y tú no has aparecido a ninguno en las últimas semanas. Estamos en todo el derecho legal de protegernos como empresa y buscar a una modelo menos conflictiva. Como puedes suponer, tus últimos actos no nos han traído buena fama y esa nota escrita por Cassandra Pedroza avivó mucho el escándalo. Por culpa tuya nuestra compañía está pasando por un mal momento de credibilidad y es perfectamente comprensible que no queramos seguir colaborando contigo.

Hedy apretó los dientes, furiosa. La mención de Cassandra fue la gota que colmó el vaso, pues la española la había hecho trizas en su columna y la dejó como una obsesiva y mentirosa patológica, lo cual había herido mucho el orgullo de Lims.

– Por mucho que ustedes digan lo contrario, sé que no pueden ignorar mi contrato, los puedo demandar por incumplimiento –señaló Hedy–. Tengo derecho a faltar a algunos llamamientos por enfermedad así que, si se les ocurre despedirme, iré a quejarme a donde haga falta.

– Y nosotros vamos a demandar a Brunt por abuso de poder –contraatacó Paula–. Conozco bien a Bernard, no me cabe la menor duda de que nos dará tu cabeza en bandeja de plata con tal de que no le caigan encima nuestros abogados. Mira, Hedy, no soy una persona rencorosa ni vengativa, a mí no me interesa perjudicarte, mi único deber es velar por el bienestar de la cervecera. No tengo reparos en decirte que el panorama no se ve muy bueno para ti, así que te recomiendo que le bajes un poco a tu orgullo y a tu agresividad, que te va a salir contraproducente.

– ¡Yo hago lo que me venga en gana! –gritó Hedy, enérgica–. ¡A mí no me va a amenazar!

– No es una amenaza, es la exposición de los hechos tal cual son. –Paula no se inmutó por su reacción–. A estas alturas ya debiste haberte dado cuenta de que tu encaprichamiento con Karl Heinz Schneider nos va a salir caro a todos, incluyéndote. Intentaré limar asperezas con el Káiser para disminuir así el impacto de las consecuencias, pero no voy a meter las manos al fuego por ti, él se va a cobrar lo que lo obligaste a hacer y no va a hacer el único: nosotros también te haremos trizas, que de eso no te quede la menor duda, porque es por tu culpa por lo que estamos metidos en este lío. Y si caemos, te vamos a llevar con nosotros al infierno.

Muy a su pesar, Hedy se quedó callada a causa de la impresión. No le agradaba esa maldita mujer, pero lo acababa de decir era muy cierto.

– Sin embargo, como te dije, no tengo algo contra ti así que te voy a ofrecer una salida rápida y sencilla –siguió Paula, al ver que sus palabras habían ocasionado el efecto que buscaba–: Si tú renuncias a ser nuestra cara promocional, te prometo que no procederemos legalmente contra ti. Tengo muchas pruebas que muestran que violaste el contrato que tienes con la cervecera y que cometiste abuso de confianza en más de una ocasión, de manera que puedo darle el tiro de gracia a tu carrera cuando quiera, si es que Cassandra Pedraza no lo hizo ya, pero si tú renuncias sin escándalo, yo no usaré ninguna de esas pruebas y te dejaré en paz. ¿Qué dices? Piénsalo bien, chica, todavía estás a tiempo de salirte de esto con lo poco que te queda de dignidad.

Hedy tuvo muchos deseos de armarle un escándalo a esa estúpida y odiosa mujer, de gritar que se podía meter su oferta por donde mejor le cupiera y que iba a pelear con uñas y dientes por ese contrato, pero las dos neuronas funcionales que todavía le quedaban hicieron su correspondiente sinapsis y le hicieron ver que en verdad llevaba las de perder. Su plan para convertirse en la pareja de Karl Heinz Schneider y de darle un impulso a su carrera se había ido al carajo y no le quedaban tantas opciones como ella creía. De hecho, no le queda ninguna, entre ese maldito artículo de la maldita Cassandra y el maldito vídeo en donde la maldita Elieth Shanks la había hecho volar por los aires, así como las malditas declaraciones de ese maldito Schneider habían hecho que la gente que apoyaba a Hedy le diera la espalda. Sin embargo, en un escenario en donde cualquiera se sentiría derrotada, Lims aún sentía que podía recuperarse de ese tropiezo letal, aunque para eso necesitara aceptar la oferta que le ofrecía Waxweiler, por mucho que lo detestara.

– Quiero su promesa por escrito de que no me van a demandar, sin importar lo que haga o diga Schneider –exigió Lims, retrepándose en su asiento–. De lo contrario, no firmaré nada.

"Hay que admitir que tiene coraje esta mujer", pensó Paula. "Es una fiera acorralada y todavía así no deja de mostrar las uñas y los dientes".

– De acuerdo –cedió Waxweiler–. Estoy convencida de que podremos llegar a un punto en el que ambas quedemos satisfechas.

Aunque no era su obligación pues Hedy estaba presentando su renuncia, Paula eligió darle una pequeña remuneración económica como gesto de buena fe; sin embargo, sí le hizo saber que ese dinero era un aporte que ella con gusto le daba pero que no era su deber otorgárselo, así que no podía pedir más. La suma no era lo suficientemente grande para alguien como Lims, pero le permitiría comenzar de nuevo en cualquier otro lado. Cuarenta y dos minutos después, Hedy abandonaba las instalaciones de la Paulaner con la firme determinación de no mirar hacia atrás. Estaba consciente de que había un par de personas filmando su salida y que ese vídeo acabaría dando la vuelta por los portales de noticias de Internet pero no le importó, nada podía ser peor que esa grabación en donde Elieth la estampó contra el suelo.

"Aprenderé alguna arte marcial o lo que sea y le devolveré el favor algún día", pensó Hedy, con enojo, sabiendo en el fondo que nunca lo haría.

Al llegar a su departamento, Lims se quedó sentada en su cama, mirando fijamente a la pared de su habitación mientras contemplaba sus posibilidades. Su carrera estaba acabada en Alemania y tal vez en España, gracias a esa maldita Cassandra, pero sabía por experiencia que la gente olvida rápido las cosas cuando aparecen nuevos sucesos de los cuales burlarse, así que probablemente podría empezar de nuevo en otro lado, en cualquier otro país que no fueran los dos anteriormente mencionados. Quizás sus contactos le habían dado la espalda en Alemania, pero tenía un par de cartas bajo la manga esperándola en Italia.

Mientras empacaba sus cosas más importantes y hacía trámites para que le enviaran el resto después, Hedy pensó en qué hacer con Karl y con Elieth. A ella la seguía odiando con muchas ganas, a él todavía quería comérselo de un bocado, pero estaba consciente de que había perdido. Durante un minuto consideró la posibilidad de rentar un auto, seguirlos a donde quiera que estuvieran y después arrollarlos con el mismo o estampar el vehículo contra el Porsche del Káiser, pero después se echó a reír de su estupidez.

"No soy una villana de telenovela", se dijo Hedy. "Una cosa es aprovechar la situación para escalar posiciones, otra muy diferente el querer lastimar a alguien y yo definitivamente no estoy en la segunda situación. Algún día les he de regresar el golpe a esos dos de una manera en la que les duela en el sentido figurado, pero por el momento reconoceré que esa maldita reportera me ganó el partido".

Sin embargo, sí había alguien a quien Hedy podía lastimar en ese momento y era tan grande su deseo de desquitarse con alguien que no dudó ni un segundo en hacerlo. En alguna de las muchas ocasiones en las que se acostó con Bernard, ella pudo conseguir el número de teléfono de la esposa y lo anotó por cualquier eventualidad. Hedy tenía varias imágenes comprometedoras de Brunt y ella, así como muchas capturas de chats aún más comprometedoras con las que podría meterlo en problemas así que, sin pensarlo dos veces, la modelo envió todo al número de la esposa junto con un mensaje muy revelador.

– Esto te hará aprender que, cuando tienes una amante, o le pones contraseña a tu móvil cuando estés con ella o te compras otro teléfono para no ocupar el mismo con la mujer y con la otra, querido Bernard –dijo en voz alta; después de pensarlo unos instantes, añadió–: Tal vez, al final de cuentas, sí soy una villana de telenovela.

Tras lo que hizo se sintió mejor y acabó de guardar sus cosas; había checado la lista de vuelos y salía uno a Milán en dos horas y media, así que tenía tiempo de sobra para alistar los últimos detalles, cerrar el departamento, pedir un taxi de lujo y marcharse al aeropuerto. Una vez que estuvo allá, con un boleto en primera clase para un vuelo de Alitalia (que compró en línea con los datos de la tarjeta de crédito de Bernard), Hedy se dispuso a tomar un café en Starbucks mientras revisaba el Instagram, que tan abandonado lo tenía. Ahí vio que Karl había subido varias fotos en compañía de Elieth, fotos en donde se les veía abrazados y/o besándose, y les mentó la progenitora a los dos.

"Tú sigues siendo mío, querido", Hedy no resistió la tentación y dejó este mensaje en la última publicación del Káiser. Sabía que Elieth rabiaría más con esto que con cualquier comentario que estuviera ir dirigido a ella.

Ya en el avión, con una copa de champaña en la mano, tomó unas cuantas fotografías a la ventanilla y a la copa, en diferentes ángulos y posiciones, hasta que quedó satisfecha y arregló una para subirla a su Instagram.

"Destino nuevo, vida nueva. Alemania me ha quedado chico, es hora de ir a un sitio más grande", fue el texto con el cual acompañó su publicación.

Cuando el aeroplano comenzó a rodar en la pista para el despegue, Hedy ya había dejado atrás ese tormentosa y fallida etapa de su vida.

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Milán.

Mientras en Asia, Genzo y la Selección Japonesa buscaban el pase a los Olímpicos, en Europa, Karl y el Bayern Múnich intentaban avanzar en la Champions League, aunque la competición estaba fuerte. La tirada de Rudy Frank Schneider, por supuesto, era llevarse la Orejona, pero había que ver si sus pupilos eran capaces de vencer a sus rivales de otras ligas europeas.

Gino Hernández se había recuperado al fin de sus lesiones y era uno de los responsables de que el Inter de Milán fuese uno de los candidatos fuertes a ganar el torneo. El otro responsable era Marc-Paul Moreau, un delantero francés que Gino había conocido muchos años atrás en París, cuando todavía era un preadolescente y tuvo que vivir durante un año en Francia tras la muerte de sus padres. En esa época, Marc-Paul era un jugador prometedor con mucho talento y no cabía duda de que se convertiría en profesional, pero Gino le perdió la pista tras volver a Italia así que se sorprendió mucho cuando el Inter lo anunció como una de sus nuevas adquisiciones, justo en la época en la que el portero tuvo que ausentarse por lesión. Con Moreau, el Inter mejoró su ofensiva y, con el regreso de Gino, la defensiva se volvió casi perfecta, lo cual permitió que el equipo se catapultara rápidamente a uno de los primeros puestos en el Calcio y a que ganara sus encuentros en la Champions League. Al principio de la competición, nadie hubiera dado un euro por el Inter de Milán con su portero estrella lesionado, pero en esos momentos se había convertido ya en uno de los favoritos para ganar el torneo.

Erika, a su vez, estaba feliz por el hecho de que Gino hubiese recobrado su espíritu de lucha. Tras la decepción que sufrió por el hecho de que Italia no calificara a los Olímpicos de Madrid, Gino encontró en ello una motivación muy poderosa para ponerle empeño a su recuperación y volver a jugar cuanto antes. Había perdido la oportunidad de ir a los Olímpicos, sí, pero todavía le quedaban los torneos europeos y no pensaba dejarlos escapar. Erika sabía que él necesitaba de ella para recuperarse cuanto antes sin que su cuerpo se resintiera, por lo que se enfocó en su rehabilitación a conciencia. Hernández, quien ahora tenía un nuevo objetivo a la vista, se convirtió en un paciente ejemplar y obedeció todas las indicaciones médicas que se le dieron, negándose a jugar hasta que sus médicos no le dieran el alta.

– Mira que es una gran sorpresa –se burlaba Erika constantemente–. Es bien sabido que a ti no te importa jugar lesionado y ahora no quieres ni aplaudir fuerte a menos que te demos autorización para hacerlo.

– No pienso correr riesgos innecesarios –replicaba Gino–. Ya pasé mucho tiempo alejado de las canchas por culpa de mis lesiones.

– ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi Gino? –Erika se mofó de él con muchas ganas.

– Qué graciosa –bufó él, con una sonrisa torcida–. Sigo siendo tu Gino, aunque te sorprenda, simplemente he entendido que un futbolista profesional debe cuidar bien de su cuerpo si pretende alcanzar sus metas.

– Ay, ojalá Genzo Wakabayashi siguiera tu ejemplo –suspiró Erika–. Ese hombre se la pasa más tiempo lesionado en el hospital que lo que pasa sobre el terreno de juego.

– Es una lástima, él había estado jugando bien y sin lesionarse –señaló Gino–, y entonces se le ocurre complicar su situación con sus actos. No tengo cara para criticarlo, dado que yo también he cometido muchas estupideces, pero de verdad que Wakabayashi está llevando las cosas al extremo.

– Ojalá que no se vuelva a lesionar –comentó Erika, preocupada–. O complicará sus posibilidades de ser fichado por un buen club pues, ¿quién va a querer contratar a un jugador lesionado?

– Debería de aprovechar la oferta que le hicieron los Schneider e irse al Bayern Múnich –opinó Gino–. Es evidente que no va a encontrar algo mejor.

– Todos lo sabemos, pero hazlo entender. –Erika puso los ojos en blanco–. Ni siquiera lo convence el hecho de su novia esté trabajando en ese equipo, no sé qué más busca.

– Ni él mismo lo ha de saber –juzgó Hernández–. Pero bueno, que por el momento la vida y obra de Wakabayashi no me importa, tengo metas por alcanzar y poco tiempo para realizarlas.

Gracias a su empeño y dedicación, Gino se recuperó en menos tiempo del estipulado y volvió a las canchas para darle a su equipo el último pilar que le faltaba para hacerlo casi invencible. Marc-Paul y él ya habían jugado juntos cuando eran más jóvenes y su conexión era tal que, aun cuando habían pasado muchos años sin verse, ellos pudieron volver a conectarse para llevar al Inter de Milán a un nuevo nivel. Mientras la mayoría de sus conocidos y rivales, como Genzo Wakabayashi, mantenían la vista fija en los Juegos de Madrid, Gino la enfocaba en un punto diferente pero más accesible para él.

"Se nos fueron los Olímpicos, pero no se nos irá la Champions League. Yo, Gino Hernández, ¡seré quien le regrese su orgullo y su dignidad a Italia!".

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Múnich.

Elieth miraba con rabia por centésima ocasión el comentario que Hedy Lims le había dejado a Karl en una de sus fotos de Instagram. Lily le había dicho en el mismo número de ocasiones que lo dejara pasar, pero sabía que a su amiga no se le bajaría tan fácilmente el enojo y no pudo culparla por ello.

– Es precisamente lo que esa mujer quiere, hacerte enojar –señaló la doctora–. No le des demasiada importancia. Según su última publicación, se ha ido de Alemania para, esperamos todos, ya no volver en un buen tiempo.

– Yo dejaré de refunfuñar por Hedy cuando tú dejes de refunfuñar por lo que te ha dicho Leonardo sobre Genzo –replicó Elieth.

Touché –gruñó la doctora.

Lily le había comentado a Elieth que Leonardo le contó lo que Genzo le confesó antes de irse de Alemania, es decir, que le había mentido con respecto a lo que sentía porque creía que era la mejor opción y porque pensó que así Lily no se enojaría con él, sin saber que las cosas le saldrían muy mal. Si bien Leonardo le dijo esto a su hermana con la esperanza de que recapacitara, Lily se había vuelto a enojar con Wakabayashi por el hecho de que le había mentido en una cuestión tan importante.

– Estoy intentándolo, créeme que sí, ¡pero me frustra que Genzo tenga que mentirme con respecto a lo que siente sólo para que yo no me enoje! –bufó Lily–. ¿Tan loca o tóxica soy que no me puede decir la verdad sin temor?

– No creo que haya sido por eso por lo que él no te dijo lo que realmente sentía –opinó Elieth–. Creo que simplemente no supo qué hacer por ignorancia. Dale una oportunidad, es muy novato en esto de las relaciones amorosas estables, incluso me sorprende que haya durado tanto tiempo sin cometer un error de este calibre, con lo tonto que es para el romance.

– No es justificación –reprobó Lily, aunque después se corrigió–: O tal vez sí, no lo sé, en estos momentos estoy enojada pero en el fondo sé que tienes razón, Genzo es un idiota cuando se trata de expresar sus sentimientos, sin importar cuántas veces le aseguré que podía liberarse conmigo.

– Y lo está intentando, puedes estar segura de eso –insistió Elieth–. Lo conozco desde niño y por eso sé que tú eres la primera novia en conseguir que él se abra tanto, pero es difícil erradicar una costumbre tan arraigada en tan poco tiempo.

– Lo sé, lo sé. –Lily suspiró y se dejó caer en el sillón de su sala–. ¡Pero aun así me molesta! Qué bueno que está lejos, si no ya habría ido a buscarlo para gritarle en persona.

– Podrías hacerlo por teléfono –se burló Elieth–. O por Skype.

– No, eso sería muy infantil –negó Lily–. Aprovecharé que no nos estamos comunicando tan seguido para permitir que se me pase el enojo y ver las cosas desde otra perspectiva.

– Llevas muchos días diciendo eso –señaló la reportera–. Ya deberías de haber tomado una resolución, no dejes pasar más tiempo.

– Ya lo sé –suspiró la doctora–. No pasará de esta semana, espero.

¡Tan feliz que se había sentido de haber recibido ese mensaje de Genzo que le decía que la extrañaba! Y seguramente era verdad, Wakabayashi no le habría dicho algo que no sintiera, así que Lily sí creía que él pensaba en ella, pero eso no impedía que se sintiera molesta otra vez.

– Muy bien –aprobó Elieth, tras lo cual volvió a clavar la vista en su celular–. Ahora, pasando a otro tema, ¿crees que me veré mal si le envío a Hedy Lims algunas imágenes explícitas de Karl y de mí con un mensaje que diga "él es mío, perra"?

– No empieces –rio Lily.

A pesar de lo enojada que estaba, Lily continuó viendo los partidos de Genzo cada vez que podía hacerlo, aunque dejó de felicitarlo tan seguido. Elieth los veía junto con ella y enviaba sus enhorabuenas al portero, sin olvidar mencionarle que si Lily no le mandaba mensajes era porque seguía estando enojada, pero que no había dejado de apoyarlo. Esto, si bien resultaba decepcionante para Wakabayashi, lo consolaba en parte pues al menos sabía que la doctora no dejaba de estar al pendiente de él, por muy molesta que estuviese.

Tokio.

El tiempo fue pasando y Japón avanzaba exitosamente hacia la meta propuesta. En Kuala Lumpur, la capital de Malasia, los nipones derrotaron por cinco goles a cero a la Selección de este país; en casa, Japón le ganó por tres goles a cero a Tailandia y por cinco a cero a Baréin, cumpliendo así la predicción de Hana de que en Tokio los japoneses podrían anotarle más tantos al combinado de este país. Con estos resultados, que estaban de acuerdo a los objetivos implementados por el entrenador Kira, el equipo japonés fue progresando a lo largo de los partidos y terminó la segunda ronda de las preliminares asiáticas en el primer lugar de su grupo, con un récord perfecto de seis victorias sin recibir ni un solo gol en contra.

– ¡Ganemos la última ronda de las preliminares asiáticas con esta energía! –les dijo Kira a sus jugadores al final del partido contra Baréin–. ¡El pase a Madrid está a la vuelta de la esquina!

– ¡Sí! –respondieron los otros, con entusiasmo.

"Felicidades, Wakabayashi, tu desempeño fue magnífico", fue el mensaje que Lily le envió a Genzo al finalizar la segunda ronda, mensaje que él aceptó con mucha satisfacción.

El primer partido de la siguiente ronda sería contra Arabia Saudita, el cual se jugaría en Riad, la capital. Los rumores que aseguraban que el príncipe Owairan no volvería a jugar para prepararse para ascender al trono de su país se calmaron cuando él se presentó a todos los encuentros de su propia ronda eliminatoria, así que Kira debía tomarlo en consideración para el partido. Sin embargo, Wakabayashi ya se había enfrentado a él en la Copa Asiática previa al Mundial Sub-19 y, aunque en esa ocasión Owairan pudo meterle un gol, era bien sabido que a Genzo Wakabayashi no se le podía anotar dos veces con la misma técnica, además de que tenía más experiencia profesional que Owairan, por lo que detener al príncipe no debía representar un problema para el SGGK. Aun así, Kira aprovecharía los días que tenían disponibles antes de viajar a Arabia Saudita para pulir la defensa.

– Por fin tendremos unos merecidos días de descanso –dijo Ishizaki, feliz–. Ya era hora, mis piernas comienzan a darme problemas.

– No tendremos descansos –replicó Kira–. Debemos prepararnos para el último tramo de nuestra travesía y no podemos aflojar el paso estando tan cerca de la meta.

– Ah, demonios, allá van todos mis planes –farfulló Ishizaki, quien ya había contemplado llevar a Yukari, su novia, a pasear por Tokio.

– Una vez que califiquemos podrás estar con ella todo el tiempo que desees, Ishizaki –lo consoló Izawa.

– Además, si con tan poco te cansas, significa que no estás en tan buena forma como presumes – se burló Genzo.

– ¡Cierra el pico, Wakabayashi! –gruñó Ryo.

Misaki estaba más tranquilo desde que habló con Azumi tras el primer encuentro contra Baréin y ella le aseguró que ya había tomado una decisión; así mismo, le ofreció una disculpa por haberlo inmiscuido en algo que no debía y preocuparlo de manera innecesaria. La joven le confesó a Taro que acudió a él en busca de ayuda porque cayó en pánico cuando temió estar embarazada y sabía que su amigo no la juzgaría, pero que cuando pudo pensar las cosas con calma se dio cuenta de que la solución debía provenir de ella y no de alguien más. Sin embargo, la chica aseguró que su viaje no había sido en balde pues pudo alejarse del problema y verlo desde otro ángulo, además de que eso le permitió hacer las paces definitivas con Misaki y ahora podría volver a Francia con la firme resolución de tomar las riendas de su vida.

Lo que más le sorprendía a Taro de esta situación era constatar que al parecer había sido Eriko la responsable de que Azumi se decidiera a volver a París para hablar con Jean; algo sin duda había ocurrido entre esas dos durante los partidos de Japón que permitió que se odiaran menos la una a la otra, quizás Eriko le había dado a Azumi el consejo que tanto necesitaba y que el mismo Taro no le pudo dar. Misaki, si bien se sentía asombrado por esto, también estaba orgulloso de Eriko porque fue capaz de ocultar su rechazo por Azumi en el momento en el que lo necesitó. De esta manera, el segundo juego contra Baréin fue el último en el que Azumi estaría presente en los partidos de Japón debido a que en dos días volaría de regreso a París, no sólo porque ya se le habían acabado las muchas semanas de permiso que pidió, sino también porque era momento de hablar con Jean. Misaki no le había preguntado si ella ya se había animado a confirmar si estaba embarazada o no y Azumi no se lo especificó, así que supuso que tendría que esperar a enterarse de otra manera. Como cuando naciera el bebé, por ejemplo.

Durante el trayecto de regreso al hotel, Taro iba tranquilo, seguro de que por fin el problema que temía ya se había resuelto por sí solo y que se podía enfocar de lleno en la última ronda. Sin embargo, al llegar al hospedaje se dio cuenta de su error, pues en cuanto puso un pie en el vestíbulo vio que se dirigía hacia él un joven de revuelto cabello negro y ojos grises, con aspecto de estar cansado y desesperado.

– Ay, no –musitó Misaki–. ¿Por qué a mí?

– No deben de pagar tan mal en los hospitales de Francia si todos los que trabajan allá tienen dinero para venir a Japón en el momento en el que se les antoje –murmuró Wakabayashi, a sus espaldas.

– ¡Misaki! –exclamó Jean Lacoste–. ¡Tienes que decirme en dónde está ella, no lo tolero más!

Taro consideró sus opciones y llegó a la conclusión de que era demasiado tarde para darse la media vuelta y tomar el primer vuelo que saliera a Arabia Saudita, así que tuvo que hacerse a la idea de que no le quedaba más remedio que soportar el drama que tenía por delante.