Disclaimer: Los personajes son de Rumiko Takahashi.


Capítulo 68.


La entrada de Sango había sido muy diferente a la de Kikyō. Pero mucho. Tanto, que los presentes pestañearon varias veces.

Nadie lo podía creer. Absolutamente nadie. Kagome no quitaba su expresión de asombro mientras las lágrimas comenzaban a mojarle la cara. Entre tanto, se le escapó una risa casi muda de felicidad y estupefacción, sintiendo que las piernas le fallaban.

—Sango… —susurró Miroku, pálido como una hoja. Su corazón latía fuerte y no pudo moverse ni un centímetro. Kagura le puso la mano en el hombro, dándole fuerzas. Sabía lo mucho que le impactaba verla allí.

—Sango… —era lo único que podía decir, recordando por un momento su conversación de hacía unos días.

InuYasha sintió como si una llama de esperanza se encendiera dentro y casi la quiso abrazar. Vio a sus padres un segundo y notó que las lágrimas de Tōga también habían empezado a correr. Ellos sabían que Kagome había echado a Tanaca de su vida y comprendían todo el daño que todos los Taishō le habían hecho, por eso no mencionaban una palabra de todo eso. El verla ahí, caminando seria hacia el juez, viéndolo con dureza y vestida como su abogada oficial, solo les hacía querer arrodillarse ante ella y agradecerle cada paso que daba.

Sango, por su parte, no miró a nadie más que no fuera Ginta. Ese maldito juez que metería a su amiga a la cárcel. Todo ese tiempo estuvo pensando en Kagome y por qué había reaccionado así. Tenía miedo y estaba herida por todo aquello, pero después de acceder a hablar con InuYasha y que este le confesara la verdad, pero le pidiera que no asistiera al juicio, sino que espere, ella había accedido y meditado mucho más.

Pero justo cuando estaba saliendo de ducharse, un mensaje extraño llegó a su correo y cuando lo abrió, sus ojos casi saltan de sus cuencas.

—Abogada Tanaca, estaba por cerrar este caso y…

—Su señoría —se detuvo frente a él, que desde arriba la miraba ceñudo— señores del jurado —se dirigió a ellos y giró algunos grados— y público en general. —Se volvió y le sonrió a Suikotsu, haciéndole una reverencia—. Si me permiten, en esta memoria USB tengo la prueba irrefutable de que la acusada es inocente.

—No puede hablar en calidad de abogado, Tanaca, usted…

—Su señoría… —Intervino Suikotsu, sin dejar de sonreír y viendo a Snow retorcerse en su asiento—. Tómela como mi testigo.

Kikyō sonrió apenas, con un peso saliendo de su encima. Todos estaban atentos, parecían no poder respirar. Vieron a Sango pasar al estrado y hacer su juramento, comenzando a declarar todo lo que sabía, incluyendo el impactante hecho de saber que al final de todo, InuYasha y Kagome no eran hermanos. Ella únicamente veía a Sebun, no podía dirigirse a ninguno de sus amigos todavía.

—¿Qué nos trae en este dispositivo, señorita Tanaca? —El abogado defensor caminó lentamente frente a ella, con las manos enlazadas a la altura de su espalda baja—. Y cómo lo consiguió.

—A mi correo llegó el vídeo perdido de la cámara que captó el momento exacto de la muerte de Kōga Ikeda —la gente volvió a sorprenderse, pero ya no sabían qué esperar de todo eso. ¡Qué caso tan extraño! Era increíble—. La fuente es anónima —mintió. Ella estaba casi segura de quién había mandado eso— la fuente dijo que sabía exactamente en dónde estaría Kōga ese día, así que robó la cámara y extrajo el material —puso la USB sobre el pedestal— no tengo idea de quién fuera, el correo no dice más.

Kagome se mordió la lengua, queriendo gritar. ¡Maldita sea, ese era el vídeo del que ella había estado hablando siempre!

—El vídeo que mi cliente mencionó cuando se le hizo el interrogatorio —comentó el abogado, ante la mirada atónita de todos. Caminó hasta el encargado de la reflexión y le dio el pequeño dispositivo—. A continuación, señores del jurado, juez y presentes: veremos lo que sucedió. Sigue, por favor. —Miró nuevamente al muchacho.

Kagome observó aquellas imágenes y todo volvió a ser revivido con creces. Sintió escalofríos y el cuerpo seguía temblándole. Escuchó a la gente alarmarse cuando escucharon la primera bofetada. Al igual que el video íntimo que su abogado tenía sobre ella e InuYasha, habían censurado su desnudez, ciertas palabras y demás detalles muy íntimos, lo que le dio un poco de tranquilidad.

Cuando empezó el momento del forcejeo, abrió los ojos sobremanera y sentía que todo su cuerpo palpitaba. Ese sería el punto decisivo en el que podría verse a sí misma matando a Kōga… o por lo menos, intentado que eso no pasara. Y cuando ese instante llegó, cuando todos miraban hacia la reflexión del vídeo, cuando todos estaban en el momento máximo de sus emociones, incluso Kikyō… Kagome observó cómo el cuchillo se incrustada en Kōga mientras su rostro se desfiguraba por el horror.

Entonces supo que no lo había matado. Entonces la culpa se esfumó de ella. Entonces las manos de Kōga en su cuello ya no quemaron más. Y todo había sido esclarecido.

Todo lo que la gente decía alrededor pareció volverse mudo. Ella observó a la nada por minutos, procesando los hechos. Todo ese maldito sufrimiento en vano, todo aquel trauma, aquellas noches frías lejos de todos a quienes amaba, todas aquellas cosas que ella debería saber, toda la mierda, todo el dolor, toda la maldita vida que había estado llevando llena de angustia innecesaria. Llena de mentiras.

—La acusada se exime de culpa. —Escuchó decir al juez, después de varios minutos, que ella no tomó en cuenta por su letargo. La decisión había sido tomada y ella ni siquiera se había dado cuenta.

Sus padres llegaron a ella y la abrazaron fuerte, mientras las lágrimas no paraban de correr por los rostros de los tres.

Alcanzó a ver el rostro confortado de InuYasha y sus ojos brillantes, a punto de llorar. Pero es que no podía reaccionar, estaba en shock. No podía hablar, aunque por dentro gritara de la emoción.

Todos comenzaron a moverse a su alrededor, levantándose y hablando. Sango caminó hacia ella con lentitud y las lágrimas casi queriendo salir.

La muchacha de aspecto maltrecho la miró fijamente, sin poder procesar todo lo que había pasado. Se quedó en silencio unos segundos, vacilando en si acercarse o no… ¡Sango la había ido a salvar a pesar de todo! ¡A pesar de lo mierda que se había portado! A pesar de lo mal que había manejado las cosas, de sus errores y de lo inútil que había sido en su vida todo ese último tiempo. Quisiera haber hecho más que solo herirla. Hería a quienes más amaba pensando que así los salvaba. Se arrepentía tanto por eso.

La castaña dejó que su expresión fluyera y dolía, dolía mucho, pero necesitaba aliviarse.

—¡Sango! —Por fin pudo hablar y se rompió a llorar en los brazos de su amiga, pidiéndole perdón—. ¡Dios, lo lamento tanto! ¡Perdóname, por favor, perdóname! —No existía nada más alrededor que no fueran ellas dos—. Gracias por estar aquí y perdóname, por favor… —repitió, apretando los dedos. Ladeó el rostro sobre el hombro de su amiga y veinte años de amistad volvieron a pasar por sus ojos.

Pero ya no dolieron: fueron como haber recuperado el tesoro más grande.

La aludida le sobó el cabello con delicadeza, dejando ir su llanto.

—No te preocupes, Kagome —negó lentamente… aún no estaban para perdones ni mierdas, ese no era el momento ni el lugar— pero a quien debes agradecer… —tomó aire, no sabiendo cómo decirlo— es a Kikyō.

Ella se despegó casi al instante, mirándola confundida. Sango asintió.

—¿Qué…?


Sus tacones se escuchaban resonar por los pasillos de la casa de justicia. Se venía quitando el falso Kotodama de la muñeca para botarlo en el basurero más cercano. Estaba muy cansada. Eso de hacerse la perra con aquellos enormes zapatos de tacón no era para ella. Sin embargo, todo había salido como lo había planeado y eso le reconfortaba. De alguna manera se había podido vengar de todos y a la vez hacer justicia. Lo de Kōga había sido muy fuerte para ella y aún sufría los estragos de aquello, pero no podía condenar a gente inocente solo porque sí.

Escuchó entonces unos pasos acelerados acercarse a ella y paró en seco, alzando el mentón, dispuesta a enfrentarse a quien fuera.

—Me dijo Sango que fuiste tú quien le mandó el vídeo… —la escuchó decir de forma pausada, dudando en qué palabras usar. Kikyō no dijo absolutamente nada, ni se movió—. Y quiero agradecerte. —Eso lo dijo más segura—. Pensé que querías que me hundiera por creer que maté a tu primo, pero…

—No me malinterpretes —por fin habló, fría— quiero que te hundas.

Kagome tomó aire. Nuevamente estaban hablando con ella dándole la espalda. Agachó la mirada, con un semblante avergonzado.

—Lo siento… —fue lo único que le pudo responder.

La aludida por fin regresó a verla. Tenía una expresión seria, pero no se veía odio en sus facciones. Ya no.

—Aunque seas un ser indeseable para mí —parpadeó despacio y Kagome la escuchó con atención desde su ángulo— no puedo cargar con la culpa de condenarte injustamente a una cadena perpetua. —Se dispuso a marcharse, enderezándose.

—Kikyō… —susurró Taishō, a punto de las lágrimas. Apenas estaba dimensionando que estaba libre. ¡Estaba libre, por la madre que la había traído! ¡Libre!

—Sin embargo, estuvo bien haberte visto sufrir un poco pensando en que pasarías el resto de tu vida en la cárcel, ¿no crees que sí? —Sonrió. Admitía que se estaba pasando con sus palabras, pero no las estaba sintiendo en realidad. Su orgullo no podía dejarla flaquear ahí y echarle flores a Kagome, o demostrar su sincero arrepentimiento por haberla destruido de esa forma, aunque inmediatamente después, le hubiera extendido la mano para sacarla del fango.

Kikyō supuso que después de toda esa mierda, aquel bucle de malos sentimientos la había dejado, que el daño que ambas se habían hecho fue recompensado en partes iguales, que el honor de ambas quedó en el mismo nivel. Habían hecho su catarsis, al menos ella sí. Y ya no le interesaba nada más.

Ya no sentía odio.

Estaban a mano.

Siguió caminando y el sonido de sus tacones era lo único que resonaba en los oídos de ambas.

—¡Kikyō! —No estaba segura de por qué decía eso, pero quería que ella lo supiera de una vez—. ¡InuYasha y yo no somos hermanos!

Aunque fuera otra mentira, aunque sus padres lo hubieran hecho para manipular los resultados, sentía la necesidad de gritarlo a los cuatro vientos. Sentía la necesidad de gritárselo a Kikyō. La vio hacer una señal con su mano sin detenerse y salir de la estancia.

«Aún debo hacer algo» pensó Hishā, sintiendo su pecho descansar por fin.

Afuera, el sol brillante parecía impedir la vista.


Cuando abrió los ojos, ya era de noche. Sintió que todo el cuerpo le dolía. Se dio vuelta en la cama escuchando a los lejos el sonido de los autos ir de un lado a otro. Las luces iluminaban los alrededores. Estiró la mano para prender su lámpara y suspiró.

A su mente llegaron los sucesos de ese día y no pudo creer todo lo que había pasado y que estuviera al fin en su casa, ahí, en su cama, entre sus sábanas. Esa sensación ya la había sentido antes y la recordaba perfectamente. Después de culminar el juicio, habían vuelto todos al templo. Con el pasar de los minutos, su humor había cambiado y empezaba a hablar con Sango, aunque aún eran diálogos fríos y el ambiente era incómodo a ratos. Aun así, retornaron en el mismo auto. InuYasha en el suyo y sus padres también.

Miroku se había ido con Kagura, sin ser capaz de seguir viendo a Sango allí. Le agradeció por todo y le prometió que hablarían después.

Al llegar al templo, Kagome se dio un baño, comió algo y se quedó hablando un par de horas con su mejor amiga, esa que había sido parte de su vida y que la había apoyado siempre en todo. Su proceso de perdón había sido muy complicado…

«—Después de que me fui aquel día en que me trataste tan mal —Kagome agachó la mirada y se mordió el labio… ¡Maldita fuera la que la había traído! No podía verla a los ojos— te odié tanto, Kagome, me sentí tan decepcionada —su mirada perdida daba a entender que el dolor seguía ahí, aún latente— que no quise volver a saber de ti.

—Esa era la idea —intervino. La joven la miró inmediatamente—. Quería que me odiaras lo suficiente como para no aparecerte siquiera en el maldito juicio. —Nadie parecía entender ni un poco por qué había actuado de esa manera. Lo había hecho a propósito para herirla de esa forma porque era una acción necesaria—. No importaba si las pruebas no me alcanzaban, yo solo quería desaparecer de tu vida.

Sango negó rápidamente, haciendo una mueca de incredulidad.

—¿De qué hablas? ¡Yo necesitaba de tu apoyo! —Se golpeó el pecho con los dedos, sin dejar de negar— y me hundiste más en la mierda, Kagome.

—¿Te parece —se quedó en silencio un momento, tomando aire—, te parece que yo estaba en condiciones de ayudarte? —Tanaca no respondió, no se movió—. Por Dios, Sango, estaba en una maldita cárcel de mierda —rememoró los sucesos—, ¿qué apoyo? ¿De qué hablas?

—Pero…

—¿Tú ibas a tomar mi caso? —se estregó las manos en la cara. Estaban sentadas en su cama, una frente a la otra. Sango asintió—. ¿Aun en esas condiciones? —Volvió a asentir—. ¿Crees que estabas preparada? ¿Crees que era justo, siquiera? —Quería que entrara en razón, solo eso—. Dime, Sango —le insistió—, ¿habrías abandonado mi caso, aunque yo te lo rogara?

Hubo un prolongado silencio en la estancia. Kagome asintió después de un par de minutos, confirmando aquello. Tanaca no podía mentirle y empezaba a darse cuenta de que, aunque tontos, sus métodos eran válidos.

—N-no —respondió por fin, desviando la mirada.

—Lo sé. —Fue inequívoca—. Parece que nadie entendía mi grito desesperado, y sí, sí —suspiró, aceptando culpas— fue un método a mares imbécil y muy cruel, pero, Sango… —le tomó de la mano y ella había empezado a llorar en silencio— hace veinte años que nos conocemos, sabes cómo soy.

—He perdido a mi bebé, Kagome —su voz entrecortada dolía como el infierno. Kagome le acarició el rostro con ternura— no podía pensar en si era correcto o no seguir viviendo, mucho menos podía reparar en si esa actitud tuya era previsible —agachó la cabeza, negando— o en si yo debía o no rechazar tu caso, yo solo quería estar ahí para apoyarte.

El alma de Sango estaba tan lastimada que Kagome se maldijo mil veces por existir. La abrazó contra su pecho con fuerza y permitió que ella dejara ir todo su dolor. Temblaba, no podía evitar sentir que su amiga estaba temblando y sollozando un montón de cosas en voz baja.

—Perdóname —susurró, sobándole todavía el cabello— sé que he dicho esto mil veces, pero, perdóname —inhaló hondo— porque sé el corazón que tienes, lo especial que eres… porque te conozco tanto es que no pude permitirme exponerte más, romperte más... perdóname, porque por mi culpa, por provocar toda esta mierda gracias a mis mentiras, atraje tantas malas noticias que acabé definitivamente con lo más —apretó lo puños— sagrado que tenías.

La abogada se separó de golpe, sorbiéndose la nariz y secándose las lágrimas bruscamente. Su cara estaba roja y algo maltratada. Tomó a Kagome por los hombros y la miró directamente.

—¡Ya deja de culparte por eso! ¡No seas tonta, Kagome! —La zarandeó con fuerza, queriendo que entrara en razón—. InuYasha tenía razón —reflexionó, asintiendo— me fue a buscar hace un par de días y dijo que tú estabas culpándote por lo de mi aborto.

—Esos imbéciles —la azabache parecía como muerta en vida— les hice prometer que no te involucrarían en esto, que no te dejaran ir por mí. Yo quería evitarlo.

—No, Kagome —la soltó lentamente, sintiéndose mal— yo me escapé de la custodia de Miroku e InuYasha hizo lo que debía… fue a defenderte —no quiso hablar de los temas de su vínculo sanguíneo, InuYasha también le había pedido discreción sobre eso, aunque Miroku ya se la había contado con antelación, antes de que terminaran de aquella forma—. Yo estaba tan decepcionada de ti que, al principio, me costó mucho trabajo creerlo y entenderlo.

Ella asintió. Era obvio que Tanaca se sintiera de esa forma, que no lo hubiera creído, sin embargo, que hubiera accedido a ayudarla después del video que Kikyō le había enviado para salvarla, solo hablaba de lo mucho que la quería. Por otro lado, quien siempre estuvo ahí a pesar de sus maneras tontas de intentar protegerlos…

—InuYasha… —suspiró su nombre y cerró los ojos— mi hermano InuYasha —por un momento pensó en que después de eso, de intentar sanar y de buscar ayuda, tal vez ellos… negó rápidamente—. Como sea… esto me ha enseñado mucho y solo quiero saber si eres capaz de perdonarme, Sango —la miró directamente a los ojos.

La joven asintió inmediatamente y aquel tinte de ira en su mirada había desaparecido por completo.

—Sí, sí —asintió rápidamente, con sus ojos inundados por la nueva alegría de volver a ser las de siempre.»

Después de aquella charla tan importante, Kagome intentó hablarle de Miroku y de las pruebas que tenía —y que le iba a entregar antes de toda esa mierda— pero ella se negó, diciéndole incluso, que ya sabía de qué se trataba. Dijo también que ya no se trataba de él, que necesitaba hacer su vida y alejarse de aquella relación que, si ya no pudo, definitivamente no pudo ser. No sería la primera relación que se terminaría en su vida.

La vio decidida, así que no dijo nada más. Aunque le doliera esa situación, debía entender a su amiga, ya que de todas formas, después de toda la mierda que habían vivido, era necesario darse un respiro. Darse una vida.

Bajó las escaleras de la casa con suavidad y esperó encontrarse con su familia. Bueno, con Tōga, Midoriko e InuYasha, y así fue. Allí estaban, como esperándola. La miraron con un semblante serio. Todos bebían una taza de té humeante. Tōga del lado derecho y su madre e InuYasha del lado izquierdo. No habían hablado desde que salieron del juzgado.

Caminó hasta ellos y se sentó en el ángulo de la cabecera, pudiendo observarlos con claridad. Había una tensión tácita ahí, porque se sabía ya que debían resolver varias cosas.

Esa sería una noche muy larga.

Kagome tragó duro antes de empezar con lo que debía decir.

—Gracias por hacer todo por sacarme de ahí… —casi susurró, cerrando los ojos. Aún era todo muy reciente y no podía pasar por alto el dolor y maltrato emocional al que estuvo sujeta todo ese tiempo—. Y a ti, InuYasha —lo vio alzar la mirada inmediatamente— por estar ahí y hablar con Sango, con Miroku y por todo lo que has hecho por mí este tiempo.

Tōga respiró hondo. Había llegado el momento de la verdad. El joven no dijo más, sabía que no tenía nada qué agradecerle y que lo siguiente que pasaría en ese templo, probablemente terminara de romperlos por completo.

—Kagome, para nosotros fue un golpe muy duro todo esto —le dijo el Taishō mayor y no hubo contacto visual. Midoriko trataba de estar lo más tranquila posible— desde el día en que Kōga nos envió aquel vídeo tuyo y de InuYasha, nosotros no hemos tenido paz.

Kagome se sonrojó al instante. No podía creer que lo hubieran visto, que lo supieran desde hacía tiempo y jamás le hubieran dicho nada acerca de eso… ¡Cómo era posible que incluso eso le hubieran escondido! ¡¿Cuál era la maldita necesidad de esconder todo?! ¡¿Por qué?!

—Lo siento, nosotros… nosotros —el labio le temblaba. Estaba muerta de la vergüenza y quería salir corriendo. Ya no recordaba la pena que le daba todo eso.

—Ustedes no son hermanos —intervino Midoriko, encarándola. Su hija pareció palidecer, como si fuera la primera vez que lo escuchaba—. Ni Tōga es tu padre, ni yo la madre de InuYasha.

Negó lentamente, respirando con dificultad. InuYasha no decía palabra, no podía.

—Pero lo inventaron para no hacerme parecer una incestuosa en el juzgado, ¿no? —Vio al joven ojos dorados negar lentamente y Tōga también, sin abrir la boca siquiera. Kagome miró a su madre con las lágrimas a punto de rodar. Estaba incrédula—. ¡¿Ya lo sabías, InuYasha?! —No lo podía creer, es que no podía.

—Se enteró hace poco —dijo Tōga, con el rostro tibio por las emociones.

—Toda mi vida ha sido una maldita mentira… —estaba anonadada. Rio suavemente con sarcasmo, creyendo aún que era una broma— todo este tiempo…

—Hija, perdóname —Midoriko intentó tocarle la mano, pero al igual que en el juzgado, la retiró—. Kagome…

—No me toques, por favor. —Puso las manos sobre sus piernas, sin poder enfrentarlos. No podía dejar de sentirse herida y traicionada, como si eso fuera lo último que podía pasarle en la vida—. He tenido suficiente ya.

—Hija, te juro que tampoco lo sabía —confesó Taishō, doliéndole en lo más hondo todo eso.

Su familia se había destruido ya por completo.

—Quiero que me digan ahora mismo todo lo que pasó… —los miró, con la vista inundada—. ¡InuYasha, no te quedes callado!

El aludido también la observó, entendiendo perfectamente su reacción, una que él mismo había tenido. No podía juzgar a Kagome porque la sentía tan rota, sentía que, al romperse el supuesto lazo sanguíneo, ahora ya nada los unía. Estaban más distantes que nunca y eso era algo que lo estaba consumiendo poco a poco.

—Escúchalos… tienen mucho por decirte. —Fue lo único que respondió y volvió a sorber té.

Continuará…


AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH NO PUEDO CREER QUE «NOTA» LLEGÓ A LOS 700 COMENTARIOS, NOOOOOOOOOOO, AYUDAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.

DIOS MÍO, ESTOY QUE NO PUEDO MÁS DE EMOCIÓN.

Se los quiero agradecer con el alma. Gracias, en serio, no solo por los comentarios, sino también por su apoyo, su lectura y sus mensajes que son, de verdad, tan importantes para mí. Hasta sus memes, me alegran el día.

Hoy tuve la oportunidad de reintegrarme de a poco a FF y a mis redes y estoy muy feliz por poder actualizar esto. Son maravillosos todos. En serio, no me alcanzo a agradecerles.