Disclaimer: Los personajes son de Rumiko Takahashi.
Capítulo 69.
Al fondo de la cafetería se escuchaba Mermaid Princess de Toshiki Kadomatsu. Ella disfrutaba de la buena música y más luego de haber empezado a escribir su primer libro, una historia de amor algo tormentosa. La música le hacía bien, la inspiraba.
Había decidido seguir escribiendo los capítulos mientras se tomaba un café y comía una rebanada de pastel de chocolate. Apenas había salido de su clase de inglés. Admitía que había pasado mucho tiempo estudiando duro por mejorar sus conocimientos en el idioma y aunque aún le resultaba difícil, estaba avanzando a buen ritmo.
Entre su libro, sus terapias, sus clases de inglés y su trabajo como profesora de lengua japonesa en una pequeña academia particular para estudiantes extranjeros, admitía que el tiempo se le hacía corto para hacer muchas cosas.
Miró su celular y comprobó que aún eran las siete pm. Ese día era su cumpleaños y de seguro que sus padres le habían preparado algo. Bien, se había acostumbrado toda la vida a llamarle padre a Tōga, así que eso era algo que no cambiaría. Además, debía llevarle una nueva camita a Kirara que había comprado ese día. La semana anterior había tenido su cita con el veterinario y todo estaba bien. Había pasado mucho tiempo alejada de ella mientras pasaba todo aquello que ya no quería recordar.
Ese día estaba feliz, por primera vez en esos cinco meses se sentía realmente feliz. Le habían ofrecido una oferta en su trabajo y estaba enormemente emocionada. Aún le parecía mentira que, con apenas tres meses en la academia, le hubieran ofrecido aquello, aunque fuera únicamente medio año, ella estaba feliz.
—¡Kagome Higurashi! —Escuchó su nombre y alzó la vista ante quien la había llamado y sonrió. La música seguía sonando a un buen volumen—. ¡Feliz cumpleaños! Esa sonrisa me da a entender que sí pasó.
Ella asintió sin dejar de sonreír.
—Fue increíble, Sango. —Se levantó a saludarla con un abrazo.
—¡Felicidades! —Le devolvió el gesto—. Yo te daré esto por tu día —sacó de su bolsa negra un sobre—. El abogado de bienes raíces ya consiguió a un buen postor para tu departamento, Kagome.
La escuchó chillar de alegría mientras se sentaban. Sango estaba feliz por ella, pero también sentía mucha tristeza. Después de todo, ella también le había dicho adiós hacía años para irse a Inglaterra, así que no podía quejarse demasiado, sin embargo… bueno, al menos se sentía mejor desde que había empezado a asistir al psicólogo y luego a hacer yoga. Vio a Kano venir hacia ellas y pidió su rebanada de postre de arándanos, un poco ajena a todo.
—¿Cómo vas con tus clases de inglés? —Inquirió, mientras acomodaba su abrigo y cartera.
Kagome cerró la laptop y volvió a sonreír.
—Voy muy bien, Sango, trabajar en la academia me ayuda mucho. —Suspiró, dejando ir un poco de emoción—. A la final, ¿tomaste una decisión? Quiero decir, entre aceptar el caso del señor Tomoya o impartir el curso de abogacía en la universidad de Shibuya.
—Aún no estoy lista para un caso, la psicóloga dice que es mucha presión. —Kano las saludó de vuelta como siempre y les dejó su orden—. Muchísimas gracias —sorbió su capuchino—. Decidí impartir el curso por ahora, Suikotsu-sama se hará cargo esta vez.
—Creo que es perfecto, Sango. —A Kagome le sorprendía la capacidad con la que su amiga tomaba decisiones acertadas. Ojalá ella pudiera ser así también.
—Cambiando un poco de tema, ¿irás al templo hoy? —no quiso mirarla, sabía que eso le incomodaría, pero necesitaba saber—. No has ido prácticamente desde que empezaste a trabajar en la academia.
Kagome inhaló hondo, asintiendo con suavidad. Ya no frecuentaba el templo.
—Después de todo lo que pasó con InuYasha, es la única decisión que pude tomar y la mejor. —Guardó el pc en su portafolio y alzó las cejas sin poder olvidar aquel suceso. Aunque InuYasha estuviera más tiempo en Kantō que en Shibuya, no quería encontrárselo en realidad, así que lo prefería de esa manera. Vio la expresión de Tanaca y se llenó de tristeza de súbito—. Owww, Sango, ¿por qué pones esa carita? —Le dolía verla así. Ya no quería causarle más tristezas a su amiga.
—Es que me apena que te vayas y todo por el estúpido de InuYasha. —Puso los ojos en blanco, sintiendo ira hacia su… bueno, amigo, él era su amigo a pesar de todo—. Aún no puedo creer lo que hizo.
—Sango… ¿Recuerdas lo que me dijiste aquel día en que casi soy juzgada? —Sonrió con el corazón doliéndole un poco. Su amiga asintió, sabiendo que estaba en la misma situación y que por más que hubiera intentado alejar a Miroku de su vida, aún lo extrañaba mucho—. Debo alejarme de este lugar, darme un tiempo.
Un exquisito mix de jazz japonés estaba sonando de fondo en el departamento de su novio y ella disfrutaba cada sonido como si fuera el último. Era suave y relajante, era muy parecido a ella. Sacó el pollo de la sartén y lo bañó en su salsa agridulce especial, con cuidado de no quemarse.
Hacía mucho tiempo que no se sentía tan bien, tan viva, tan… tan ella. Sorbió más vino tinto y llevó los trastes al lavabo. Estaba dejándose llevar por el sonido mientras colocaba las porciones de pollo junto a las patatas hervidas en una vajilla color blanco.
—Huele bien. —Lo escuchó decir peligrosamente cerca de su cuello, mientras le quitaba el mechón de largo cabello negro de la mejilla y lo llevaba tras su oreja—. Me refiero a ti.
Sintió las mejillas ponerse calientes y sonrió, picarona, apretando su labio inferior con los dientes. Bankotsu le abrió la bata de seda azul y la deslizó suavemente por aquel esbelto cuerpo de piel de porcelana. Kikyō cerró los ojos y tiró el cuello hacia atrás.
A Bankotsu le pareció muy conveniente que Kikyō no trajera brasier, así que aprovechó la oportunidad para acariciarla como sabía que a ella le gustaba. Sí había algo en el mundo que le apasionaba aparte de la medicina, era el delicado cuerpo de Kikyō estremeciéndose entre sus brazos, temblando de placer, temblando de cariño.
La tomó de los hombros para girarla y poder verle la cara. Su corazón se aceleró cuando la vio roja, con el pecho subiendo y bajando, con los ojos brillantes y los labios temblándole, reclamándolo. ¡Kikyō era tan perfecta! La mujer más preciosa del universo.
—Debemos comer… —susurró, como si acabara de correr una maratón.
Después de dos meses de haber empezado una relación con Bankotsu, no podía ceder tan fácilmente a los ataques de pasión repentinos que tenían. Y lo disfrutaba, adoraba que le hiciera el amor de todas las formas, pero aún se ponía roja solo con ver su mirada sensual sobre ella.
—…«nos» —pronunció él, esperando que entendiera su sílaba como lo que le faltaba a su reciente propuesta.
Debían comer-se. Claro que sí.
La besó profundamente como si fuera la primera vez que lo hacía y ella accedió con las mismas ansias, enrollando sus brazos en el cuello de su novio, sintiendo como la tomaba de las piernas y la sentaba sobre el mármol.
Kikyō lo abrazó con los muslos y cuando Bankotsu le empezó a besar el cuello, ella se tiró sobre su hombro izquierdo, sonriendo por las sensaciones.
El sonido embriagante del jazz se hacía cada vez más delgado. La canción terminaría pronto.
Pero la pasión de ellos apenas comenzaba.
No podía ya si quiera escuchar la voz chillona de Rin del otro lado de la línea, era como una maldita tortura. Estaba a punto de cerrarle, pero no quería comportarse como un patán con ella. No más de lo que había sido hacía cuatro meses.
—¡Necesito dinero para mis medicinas, InuYasha! —Le gritó nuevamente, como si él no alcanzara a escucharla.
—¡Te digo que apenas estoy comenzando a trabajar en la empresa de la familia, Rin! —Había salido de la casa de sus padres para poder contestarle la llamada—. Dame hasta mañana que pueda conseguir un poco de efectivo, ¿sí?
La línea quedó en silencio por unos momentos. Escuchó a la mujer respirar hondo del otro lado del auricular y él hizo lo mismo.
—Lo siento, el embarazo me tiene de mal humor. Perdóname, InuYasha. —Rin se estaba disculpando desde el fondo de su alma, en serio lo hacía. Ya que estaba metida en eso junto con Taishō, debían darle adelante, aunque ellos no tuvieran nada qué ver de forma romántica—. Te esperaré, no te preocupes.
—No le va a faltar nada al bebé, tenlo por seguro. —Le prometió, con un tono de voz más calmado también. InuYasha se puso alerta cuando escuchó la suela de unos zapatos contra el cemento. Giró lentamente su cuerpo sin dejar de sostener el celular contra la oreja—. Te llamo después, Rin. —Le cortó sin esperar respuesta—. Kagome…
Intentó correr hacia ella, pero Kagome fue más rápida y entró en la estancia antes de que pudiera alcanzarla sola. Se maldijo internamente. Sí bien Kagome lo sabía todo, no quería que lo escuchara decir tal cosa sobre su hijo que venía en camino. Maldecía una y mil veces el día que, cegado por la pena del rechazo de Kagome, aceptó salir a beber algo con Miroku y entre tanta copa, terminó llevándose a la cama a una perfecta desconocida que tenía el cabello como el de Kagome.
No recordaba muy bien aquellos sucesos. Miroku decía que mientras él conversaba con algunas chicas del bar, InuYasha simplemente había desaparecido y no supo nada de él hasta el día siguiente, que despertó desnudo junto a una extraña mujer. Recordaba haber recuperado el sentido en una habitación bastante extraña, como de algún motel barato. Se había levantado y ahí estaban sus pertenencias, todo parecía normal. Se quiso morir al darse cuenta de lo que había pasado. Entonces también notó que no habían usado protección. Entonces, nuevamente, se quiso morir. Y ahí empezó el calvario, cuando aquella extraña mujer de nombre Rin, le dijo que justo le faltaban un par de semanas para su periodo y así, luego de esos días, confirmaron el embarazo.
La noticia había sido como un balde de agua fría. Claro, lo que más le había dolido era explicárselo a Kagome. Ella nunca lo dejó hacerlo, solo supo que él iba a tener un hijo y ya, recibió la noticia junto a sus padres. Sabía que tratar de insistir con Kagome sería en vano, pero no podía perder la esperanza de abrazarla y decirle cuánto lo sentía, que ni siquiera había estado en sus cinco sentidos cuando eso había pasado, que estaba lleno de ira por su rechazo y su lejanía, que… lo que fuera, nada serviría ya.
Ese día era su cumpleaños. Él aún cargaba el Kotodama, quería darle un lindo regalo ese día: su fragancia favorita. Sin embargo, después de haberlo escuchado decir todo eso, no creía que ella le recibiera siquiera el saludo.
Entró a la casa y los vio platicando tan amenamente, como si esa serie de eventos horribles jamás hubiera sucedido. Kagome había tardado más de un mes en volver a dirigirles la palabra, en procesar todo aquello. Apenas después de ese tiempo, tuvo el valor de regresar al templo y hacer los pases con su madre y con Tōga de forma progresiva, pero jamás con él. Nunca con él.
No entendía absolutamente nada, pero todo aquello se acumuló dentro de él y lo hizo querer explotar.
Iba caminando lo más rápido que podía. Su última galería había sido un éxito y todo había sido gracias a Miroku, su buen amigo. Estaba alucinada con el montón de personas que se habían interesado por su trabajo y lo había vendido todo. ¡Diez piezas de su arte vendidas por precios astronómicos, según ella! Para esa exposición, Miroku había invertido gran parte del dinero que le había dejado la venta del departamento que tenía con Sango.
—No tengo mucho qué hacer con esto, Kagura, he casi ocupado el departamento de InuYasha, pago renta allá, así que te voy a ayudar. —Le había dicho, sonriente.
Le ayudo también a contactar a un gran representante artístico con el que había ayudado en todo y con el que había estado trabajando esos meses en obras independientes, se llevaban muy bien. Por fin algo en la vida le estaba saliendo excelente. Su primera galería había sido un éxito rotundo y corría a hacer el pago a Max, su representante, luego haría otro cheque por un 30% del préstamo que Takeda le había hecho y ahí terminaban sus diligencias.
No se dio cuenta en qué momento casi chocó con una mujer.
—Yura… —susurró, sin reconocerla muy bien. Ya se estaba acercando el invierno, así que corría mucho viento helado del que ella se cubrió con su bufanda—. Tú…
—Qué quieres… —volteó la cara, pero Kagura había alcanzado a ver su gran cicatriz en el rostro, que sabía perfectamente quien se la había hecho. Se preguntó rápidamente si Sakasagami algún día lo sabría. Llevaba puesto un abrigo blanco enorme y malgastado, remangado hasta los codos, junto a una licra negra y en frente, un mandil beige manchado con salsas. Traía dos bolsas de basura a cada lado—. ¿Vas a burlarte de mí, artista de pacotilla?
Kagura frunció el ceño, sin poder creer aquella actitud altanera.
—Aún después de tanto tiempo y tanta miseria… sigues siendo tan arrogante e imbécil, Yura. —No sabía si reír o llorar por esa actitud, pero sintió pena por ella. Había terminado como más odiaba: pobre y explotada.
—Bah, vete al diablo, perra. —Pasó por delante de ella, sin evitar agachar la mirada.
Kagura regresó la vista a ella, que avanzaba hacia el callejón siguiente a dejar los desperdicios sin mirar atrás. Yura ya no era la misma. La mano de Kōga en sus cuellos les había cambiado el destino, solo que, a diferencia de ella, Yura estaba envuelta en miseria.
Y eso seguro se lo había provocado ella misma.
Desde el momento en que había dejado el taxi, había escuchado los gritos de InuYasha. Venía quejándose porque extrañaba su auto, pero sabía que todo el dinero que estaba ahorrando con la venta de sus cosas, le serviría para dentro de un mes, que era para cuando estaba previsto su vuelo. Por si las dudas, había empezado también un mes atrás su trámite de visa. Ya casi todo estaba listo y eso la ponía muy feliz.
Cada escalera que subía la ponía más nerviosa con los gritos de Taishō. Hacía mucho que no lo veía y aunque su corazón latía queriendo salir de su pecho, estaba decidida a entrar directamente a ver sus padres. Pero es que no había podido evitar detenerse al verlo ahí, como un dios griego con su chaqueta gris, jeans negros y su espeso cabello negro agarrado a una coleta. Se veía increíblemente perfecto incluso bajo el mango de la noche y las lumbreras tenues del templo.
Aún no podía acostumbrarse a saber que InuYasha iba a ser padre. Cuando sus papás hablaron con ella aquella noche y le confesaron todo, simplemente se había levantado y marchado sin decir palabra. En la misma noche había tomado sus cosas para largarse de ahí y pese a los múltiples gritos porque se detuviera y la insistencia de InuYasha, ella se había marchado sin decir más, sin explotar en llanto o en ira, sin hacer escándalos. Tomó un taxi y dejó todo atrás.
Le había costado como nadie tenía idea procesar todo eso de lo que se enteró cuando salió de la cárcel. Viajó hasta Kantō para hablar con Hakaku y allá se enteró de que InuYasha había hecho lo mismo. Visitó aquel lugar en donde los sucesos habían tenido lugar e inclusive la tumba de su padre biológico. Todo había sido un shock para ella. Después de un mes de ausencia, decidió volver a templo para arreglar las cosas con todos. Incluso con InuYasha, pero sin ánimos románticos. Por lo menos aún no.
Habían pasado demasiadas cosas entre ellos, necesitaban respirar, necesitaban un espacio. Lo amaba con toda su alma, pero no quería estar con él. No en esos momentos. Entonces fue cuando él entró como loco a la sala diciendo que una tal Rin estaba embarazada y que muy probablemente el hijo era suyo. Había sido como una patada en el estómago. Tōga y Midoriko la habían mirado con mucha pena mientras trataban de darle ánimos con sus expresiones.
InuYasha ni siquiera se había dado cuenta de que ella estaba ahí mientras decía todo eso, así que se quedó helado cuando lo notó. Kagome respiró hondo, reteniendo las lágrimas. No dijo una sola palabra y pasó por delante de todos. Se fue. Desde ese día no había vuelto a hablar con él y jamás lo recibió en su departamento. Bloqueó sus llamadas y sus redes sociales. Alguna vez se lo encontró fuera del edificio en donde aún residía y lo único que hacía era regresar hasta ver que se fuera. No quería saber nada de él.
Para qué mierda.
Miroku habló con ella una semana después. Le aceptó un café porque también le debía disculpas sobre lo que había pasado con Sango y en agradecimiento por su apoyo y ahí fue que se enteró de cómo habían pasado las cosas. No sentía ya odio por InuYasha, pero no tenía nada más qué hacer. De qué servía reír, llorar o patalear si de todas maneras InuYasha sería el padre de una criatura que ella no iba a parir.
Entonces fue cuando decidió empezar a escribir su libro, narrando parte de su historia de amor. Se empezó a interesar por el trabajo de maestra del idioma japonés y resultó aquel trabajo en la academia. Visitaba a sus padres de vez en cuando y viajó también a conocer a Kōsho y Arata. Se dio una oportunidad y lo único que deseaba era encontrar ella también un destino diferente, un aire distinto. Algo bueno para su vida. InuYasha siempre avanzaba y ella parecía quedarse ahí.
De eso ya no más.
Cuando lo vio notó que aún llevaba aquel Kotodama que le había dado el día en que se lo pidió de vuelta y eso le hizo acelerar los latidos. Aún sentía mucho por él, pero había algo dentro de ella que no parecía tener el mismo magnetismo de antes. ¿Sería que todo el dolor estaba acabando con sus sentimientos por él?
Le dolió en el alma oírlo hablar sobre su hijo, así que cuando intentó alejarse de ahí antes de que él notara su presencia, sus pies fallaron y se arrastraron contra el suelo, llamando la atención de Taishō, que pareció ponerse pálido al verla. Sabía perfectamente que iría por ella, no solo porque quisiera, sino porque también era su cumpleaños. Se adelantó lo más que pudo para que él no le pudiera hablar y ahora estaba ahí, reteniéndose el llanto frente a sus padres, que acaban de darle un abrazo y un par de regalos.
—Miroku pasó por aquí esta tarde y te dejó esta botella de vino finísimo junto con esta nota. —Le extendió Midoriko el detalle, mientras veía a su hija sonreír. Parecía haberle agradado.
—«Hoy no te pude ver, pero recuerda que eres la mejor amiga del mundo. ¡Feliz cumpleaños! Te quiero, K. Higurashi». —Terminó de leer la nota, con una sonrisa boba que le hizo olvidar por un momento el reciente trago amargo. Tenía un gusto casi insano por su nuevo apellido. Era como si una nueva mujer hubiera nacido en ella y adoraba que sus amigos notaran aquel detalle y lo exaltaran cada vez que podían—. Awwww, me muero de ternura —comentó, enternecida—. ¡Es una gran pieza!
—InuYasha también iba a darte algo, hija —escuchó decir a Tōga con una sonrisa apacible. Su padre también había cambiado mucho en ese tiempo y ahora parecía estar feliz sabiendo que InuYasha y ella tal vez podría llegar a tener algo, pero a ella sinceramente ya no le interesaba demasiado—. ¿Estaba afuera?
Ella asintió, respirando hondo y tomando el valor necesario para decirles lo que había ido a hacer.
—Antes que nada… ya tengo comprador para mi departamento.
—¡¿Qué?! —El matrimonio respondió al unísono—. Hace poco vendiste también tu auto, ¿qué es lo que sucede?
—Me mudaré, papá —lo soltó, así nada más. Midoriko abrió la boca apenas y se puso algo pálida—. Lejos.
—Pero será a Kantō, ¿no? —Insistió Taishō, sin entender bien lo que su hija intentaba decir. O más bien lo que estaba diciendo y cuando vio a Kagome negar, supo que iba a en serio.
—No, papá… madre —los miró con pena. No quería que su día de cumpleaños terminara así—. A otro contiene.
—¡¿Qué dices?!
E, irónicamente y como había pasado con Kagome, InuYasha recibió la noticia así, entrando por casualidad, enterándose de una forma inesperada y repentina. Sin más respuesta, sin más explicaciones.
Kagome había decidido marcharse.
Y todo parecía indicar que para siempre.
Continuará…
Quiero agradecerles desde el fondo de mi alma a cada persona que se ha dedicado el tiempo de dejarme un review en esta historia.
Quiero que hoy le den un feliz cumpleaños a «Nota: Los hermanos no follan» por sus seis años. Estoy muy feliz y aún no lo puedo creer. Nota está aquí por ustedes, por cada uno. Son todo lo que una ficker puede pedir.
Un especial saludo a:
Laurita Herrera.
TaishoScott
Tuttynieves
Paulina Hayase
Mi Bogaboo
Chechy14
Jerónimo Alicia 219
Mi Gaby Obando
Ro7873361
AkizukiMeiko
Lis-Sama
Elyk91
MarSea
Marlenis Samudio
Iseul
Gaby Hina
Atesoro cada letra que me escriben y quienes me conocen más de cerca han oído mis gritos de felicidad cada que leo sus reviews en Nota.
Gracias, desde el fondo de mi corazón.
