Hope Spell se había adentrado con algunos soldados supervivientes en las catacumbas de la ciudad, sosteniendo una lámpara con una pezuña. Siguiendo las asustadas voces, llegaron hasta una gran cámara donde encontraron a una multitud de ponis: Algunos de ellos presentaban heridas y quemaduras, y todos ellos gritaban asustados. El semental se abrió paso entre la gente, esperando ver a algún conocido, a la princesa Celestia, o alguien que hubiera asumido el rol de líder.
No lo encontró, y supo lo que debía hacer. Vio un altar (o quizá era una antigua tumba, no quiso planteárselo demasiado) y se subió al mismo para ser visto por todo el mundo.
—¡Silencio! ¡Tranquilizáos!
El grito tuvo su efecto, ya que los presentes se acercaron al verle. Algunos lo reconocieron, y murmuraron su nombre y la batalla de Germarenia.
—¡Sé que estáis asustados! ¡Sé que tenéis miedo, pero no podemos dejarnos llevar por él!
—¿Y qué vamos a hacer? —gritó una yegua.
—¡La Guardia ha fallado, Canterlot ha caído! ¡Estamos perdidos!
—¡No! —replicó Hope Spell—. ¡No lo estamos, no estamos solos! Luna sigue ahí fuera, junto a todo un ejército. Shining Armor lo está dirigiendo, y en Manehattan hay ponis que sobreviven y luchan. ¡La misma Aitana Pones está con ellos, atacando a los demonios desde dentro! ¡Tenemos que resistir, tenemos que prepararnos para ayudar cuando lleguen los refuerzos a Canterlot!
—¿Quién eres tú para decidir eso? —dijo alguien, pero no muchas voces lo secundaron.
—No importa quién soy yo. Importa quiénes somos nosotros —Hope hizo una pausa, dejando que los murmuros crecieran—. ¡Somos la resistencia! ¡Vamos a aguantar y no caeremos presa del Tártaro! ¡Vamos a rescatar a todos los que podamos y vamos a sobrevivir!
La mayor parte de los ponis gritaron una afirmación, pero no reaccionaron más allá. Seguían en shock por lo ocurrido, y necesitaban que alguien les dijera qué hacer exactamente. Incluso los Guardias Solares que había en aquel oscuro lugar miraban a Hope Spell, esperando instrucciones.
—¡Dust Wing! ¿Estás aquí?
—¡Sí! —gritó el pequeño, surgiendo de entre las patas de todos los adultos.
—Muy bien. Sargento, este potro les guiará aquí abajo, reconoced el terreno con él y buscad un lugar adecuado para todos.
—¿Cómo queréis que sea el sitio?
Mientras Hope hablaba con los guardias y con el pequeño huérfano, otros ponis hicieron su parte: Algunos buscaron material y lugares donde poder descansar, otros se organizaron para atender a los heridos, y algunos hicieron cuentas de cuánta comida y agua iban a necesitar. Ante esto, alguien dijo en qué calle podían encontrar un restaurante con muchas reservas de grano y vegetales, y un grupo de jóvenes se ofreció voluntario para ir a conseguir esas provisiones.
Cuando Hope se percató de este hecho, supo que la resistencia de Canterlot acababa de nacer.
Un carguero grifo de velas grises atracó en el gran puerto de Lutnia. Cuando Asunrix bajó del mismo, el gran ciervo marrón sintió en su alma el saludo de la gigantesca Sequoia cuyas raíces creaban el puerto en sí mismo. Avanzó hacia la gran capital, y enseguida se percató que los guerreros druida estaban inquietos, obligando a todo barco que llegaba a permanecer atracado hasta que lo registraban palmo a palmo. De hecho, un guerrero se aproximó a Asunrix y le dio el alto en su idioma natal.
—¡Quieto! Por órdenes del Maestro de la Guerra Solnes, nadie debe…
—Aletnion —saludó Asunrix al reconocer al joven—. Ha pasado tiempo.
—¡Honorable Guerrero Asunrix! ¡Has vuelto!
—Convoco inmediatamente al consejo de sabios de Cérvidas. Informa a Solnes para que lo organice. Estaré en mi casa.
—Por supuesto, Honorable Guerrero.
Después de que el joven galopara hacia la casa de la guardia en donde Asunrix desatara la ira de Gaia contra los dos traidores hacía ya, parecía, tanto tiempo, el gran ciervo se dirigió hacia su hogar. Sin embargo, una pequeña criatura se interpuso en su camino y lo miró con unos divertidos ojos amarillos y bizqueantes. Se trataba de una pegaso gris que llevaba una gorra marrón cuyo símbolo Asunrix no reconoció.
—¡Hola!
—¿Hola?
—¿Tú eres Asunrix?
—Sí. ¿Y tú eres…?
Por respuesta, la yegua sacó un papel y le puso un boli en la boca. Casi por reflejo, Solnes firmó el documento.
—¡Toma, esta carta es para ti! Me voy a casa, ¡adiós!
Y, tras arrancarle el bolígrafo de los labios, la pegaso alzó el vuelo y se dirigió hacia alta mar. Tras unos segundos, abrió la carta y lo primero que reconoció fue la elaborada firma de la princesa Twilight Sparkle.
Asunrix se sintió sobrecogido por el poderoso espíritu de la gran Sequoia de Lutnia; un árbol milenario, en cuyo interior habían acontecido algunos de los mayores eventos históricos de Cérvidas. A pesar de los años, el Honorable Guerrero no podía evitar percibir miles de ojos observándolo cada vez que entraba en tribuna del consejo de los sabios. Tan grande era el interior de la Sequoia que casi podría compararse con una gigantesca cueva tallada en madera, en cuyas paredes florecía la flora más variopinta e incluso una corriente de agua caía en el lado norte desde lo más alto de la estancia. Siendo la sala casi perfectamente circular, había varias plateas desde las cuales los gobernantes de Cérvidas debatían, y observaban a los solicitantes que se dirigían directamente a ellos.
A duras penas habían pasado unas horas desde que llegara a la capital de los ciervos e hiciera su solicitud. Desde una entrada lateral, Asunrix observaba al joven orador que anunciaba que un Honorable Guerrero había solicitado ver al consejo, respaldado por el Maestro de la Guerra Solnes.
—El consejo ha acudido en su totalidad. Hasta aquí han llegado noticias del druida que ha combatido los demonios junto a los piratas.
—Me escucharán. He visto las huestes infernales atacar a los vivos.
—Tienen miedo, Asunrix —replicó Solnes, mirando a su viejo amigo—. Han hecho replegarse a todos los guerreros druida; han reforzado los grandes bosques y han aumentado las patrullas a los pueblos más alejados. No quieren que se repita lo que ocurrió hace décadas*.
—Será mucho peor esta vez si no actuamos. No es un culto que busca poder: es una invasión del Tártaro. Han atacado a la propia Gaia.
—Recuerda que la mayor parte de los sabios no son guerreros: Sus caminos han sido los de la artesanía, la diplomacia, el comercio, el cultivo... No apeles a la lealtad del guerrero, pues no la reconocerán.
Frente a ellos, el joven orador terminó su intervención anunciando: "Dejo paso al Honorable Guerrero Asunrix", abandonando la sala a continuación. El gran ciervo marrón avanzó, escuchando cómo su viejo amigo, más pequeño y de pelaje rojizo, le susurraba una bendición. A medida que se acercaba al centro de la tribuna del consejo, la visión de docenas de ciervos ancianos, observándolo desde la altura, se hizo más evidente. Había una intencionalidad en ese diseño: la de recordar a aquel que se dirigía al Consejo que se estaba dirigiendo a toda Cérvidas. Y, como tal, debía sentirse pequeño e insignificante en comparación.
Pero, en aquel momento, no iba a permitir que se le tomara como un ciervo cualquiera. Si algo había aprendido en su larga carrera como guerrero druida, y como Maestro de la Guerra, es que en aquel momento lo que el pueblo ciervo buscaba era un camino a seguir. Una orden concisa. Un líder.
—Soy Asunrix: Honorable Guerrero, y Maestro de la Guerra durante quince años al servicio de Gaia. Durante el ataque que sufrió esta misma ciudad hace hoy casi un año, di muerte a la hembra que amaba. Le di muerte dominado por un mago negro llamado Sharp Mind. Y a raíz de ello supe que la muerte de Sinveria había sido parte de un plan para liberar a un gran demonio, para iniciar una invasión del Tártaro a este mundo.
El gran ciervo esperó un momento y escuchó. El silencio era absoluto en la sala, señal de que los sabios le estaban escuchando atentamente.
—He viajado hasta Tortuga, donde me alié con gentes de todas las razas: Ponis, lobos, batponies, cebras... Juntos luchamos contra los servidores del Tártaro. Juntos, dimos muerte a cientos de demonios. Juntos, ¡dimos muerte al gran demonio del mar, y la capitana de la Sirena Mutilada casi pagó su vida con ello! Sí, me alié con los piratas de Tortuga, y espero que se me entienda cuando digo que incluso unos incivilizados, salvajes y violentos seres como los piratas comprendieron que luchábamos contra un enemigo común. ¡Comprendieron que la lucha contra el Tártaro es una lucha de los vivos contra la desesperación, el sufrimiento y la destrucción del propio mundo, de la mismísima Gaia!
Asunrix sacó la carta que llevaba en una alforja mientras decía las siguientes palabras.
—Vine aquí esperando convencer a este consejo de que movilizara los ejércitos, que se preparara para ir en ayuda de Equestria o del Imperio de Cristal.. Y he confirmado al llegar que mi intuición era la correcta, pues he recibido este mensaje. Es un mensaje de la princesa Twilight Sparkle en persona. ¡Y en él pide ayuda a Cérvidas!
El ciervo desplegó el mensaje y leyó en voz alta.
—"Honorable Guerrero Asunrix: Contacto con vos pues sé que haréis lo posible por llevar este mensaje al destinatario adecuado: Necesitamos ayuda. El Rey Sombra ha renacido y se prepara para invadir nuestras tierras y esclavizar a todos los seres que encuentre. Esta es una lucha por la supervivencia del mundo. Si decidís venir y conseguís la ayuda necesaria, acudid a Trottingham lo antes posible".
Bajando el mensaje, Asunrix alzó la cabeza hacia los sabios y proclamó a vivo pulmón.
—¿Vais a responder a la petición de los ponis, o los dejaréis sucumbir a la oscuridad? ¿Acudiréis a luchar contra las fuerzas del Tártaro, o permitiréis que Gaia sufra bajo su yugo? ¡Respondedme ahora, sabios, y permitid que los Guerreros Druida cumplan su juramento protegiendo a Gaia allá donde sea amenazada, y protegiendo a estas tierras antes de que el mal llegue a ellas!
Cuando finalmente Asunrix y Solnes abandonaron la gran sequoia, el sol empezaba a ponerse en el horizonte.
—Necios.
Asunrix habló sin inflexiones, sin rabia ni deje de ser ofensivo: sencillamente había puesto sus pensamientos en esa sencilla palabra.
—Necios —repitió—. No actuarán a no ser que Cérvidas esté en peligro.
—Su deber es velar por Cérvidas —replicó Solnes—. Todavía sienten el peligro como algo lejano.
—Es un error.
—Lo sé. Yo cometí el mismo una vez, Honorable Guerrero.
—Llámame por mi nombre.
Ambos se detuvieron junto al mar para ver la puesta del sol.
—¿Qué vas a hacer?
—Partiré a Trottingham —replicó el gran ciervo marrón—. Quizá unos pocos guerreros me sigan.
—No será suficiente...
Solnes notó algo extraño: la habitual calma por la que destacaban los ciervos se estaba rompiendo en un susurro creciente. Miró a su alrededor, y vio a que cada vez más personas estaban mirando al cielo, señalando algo... y fue cuando él también lo vio.
La luna.
La luna estaba presente en el cielo, y el sol no se había ocultado. El cíclico ritmo de los dos astros regentes se había roto, y no era como ocurriera hacía algunos meses: No se trataba de las hermanas alicornio invocando sus poderes y modificando el cielo con ellos. En esta ocasión, los astros vagaban libremente.
—Celestia y Luna… No puede ser. ¿Han…?
—Sígueme —ordenó Solnes con determinación.
Juntos, los dos guerreros druida volvieron a la gran Sequoia. Asunrix podía sentir la voluntad de su viejo amigo, y cómo Gaia respondía a esta: Todas las entradas del gran árbol se abrieron a su paso, los guardias se apartaron de su camino sin que él dijera una sola palabra, y pronto llegaron de nuevo al tribunal del Consejo de los Sabios. El orador volvía a dirigirse a los mismos, abriendo el siguiente orden del día, cuando Solnes entró y lo apartó.
Desde las tribunas y palcos se alzaron voces molestas y ofendidas.
—¡Las diosas Luna y Celestia han caído! —ante el silencio que produjeron esas palabras, Solnes continuó—. ¡Asomáos, sabios, al exterior y ved la luna y el sol vagando libres! ¡Ved el orden cósmico impuesto por las hermanas alicornio roto! El Tártaro ya ha tomado este mundo, ¡Equestria está cayendo, y muchos más lo haremos después!
—La decisión ha sido tomada, Maestro de la Guerra —anunció uno de los sabios—. Cérvidas no irá a la guerra.
—¡Pero los druidas protegeremos a Gaia, con o sin vuestra bendición!
En el creciente coro de voces ofendidas y alarmadas, Solnes se giró hacia Asunrix y anunció:
—¡Honorable Guerrero Asunrix! Gaia está en peligro, como lo está nuestra tierra. Hago llamada al juramento que una vez pronunciaste. Lucha una última vez junto a los guerreros druida; acompáñame como un igual, como un Maestro de la Guerra en la guerra contra el Tártaro.
Asunrix se adelantó unos pasos e, ignorando a los sabios que gritaban, anunció mirando a Solnes:
—He luchado por Gaia en solitario demasiado tiempo. Será un honor volver a luchar como un igual a tu lado, Maestro de la guerra Solnes.
—¡No podéis hacer esto! —gritó uno de los sabios—. ¡Cérvidas no irá a la guerra!
—Gaia ya está en guerra, Sabio —replicó Asunrix—. Si cérvidas no va a defenderla, nosotros guiaremos a los guerreros druida a la batalla.
La gran metrópolis ocupada por las fuerzas infernales se hallaba cubierta por la niebla blanca, sobresaliendo los enormes edificios por encima de la misma. Algunas de las pocas criaturas mortales que habían tenido un instante de tranquilidad al anochecer se habían percatado de algo extraño: el sol había atrasado su puesta, y la luna había salido antes de hora. Sin embargo, poco tiempo tuvieron para observar este fenómeno antes de que una densa capa de nubes cubriera los cielos hasta donde llegaba la vista.
En el decimoquinto piso de un edificio, una puerta se entreabrió lentamente casi sin emitir ningún ruido; por el pequeño hueco se asomó el extremo de una ballesta cargada, cuya portadora empujó y terminó de abrir la puerta poco a poco mientras escudriñaba la habitación con un casco en el disparador. Se trataba de una gran oficina con grandes ventanales que mostraban una espectacular vista de la ciudad y la bahía, vista que solo estaba enturbiada por otro edificio a la izquierda de su posición. Tras unos segundos, Aitana bajó el arma e hizo un gesto hacia el pasillo del que venía. Tras ella, otros tres ponis entraron; uno de ellos era Strong Hoof, cuya pata estaba vendada pobremente con una tela ensangrentada; los otros dos eran un poni de tierra y una pegaso cuyos rostros no dejaban lugar a dudas del infierno que habían vivido: sus pelajes estaban llenos de cortes y quemaduras, ella caminaba con dificultad y él temblaba violentamente.
Deteniéndose frente al cristal, Aitana observó Manehattan, la ciudad que consideraba su hogar, asediada por el Tártaro. El bullicio habitual de la metrópolis había callado, lo que hacía que en la distancia pudieran oírse los gritos desesperados y rotos de aquellos que habían sido capturados por los demonios de la tortura. La yegua marrón sacó una pequeña linterna de las alforjas, apuntó al edificio que tenía enfrente, emitió dos destellos rápidos, y esperó.
Una luz se iluminó en la oscuridad de aquel edificio durante cinco segundos. Como acordaron, tres segundos después se emitieron dos rápidos destellos, a lo que Aitana respondió con cuatro ráfagas de luz.
—No os asustéis —susurró.
Todos sintieron la magia congregarse un instante antes de que dos unicornios se teleportaran a la habitación. Sin decir ni una palabra, hicieron gestos al pequeño grupo para que se agarraran, volvieron a conjurar y se teleportaron junto a Aitana, Strong Hoof y los dos rescatados. Se aparecieron en una habitación que daba directamente al edificio del que venían; Strong Hoof hizo gestos a los dos ponis rescatados para que guardaran silencio y los guió, junto a Aitana, a través de una puerta y varias salas. En una de ellas, un poni de tierra se adelantó, armas en ristre, al escucharlos llegar, pero las bajó al momento al reconocer a Aitana; golpeó una puerta a su espalda dos veces y se echó a un lado para dejarlos pasar.
Aitana fue la primera en abrirla y esperó a que los ponis al otro lado bajaran las ballestas antes de pasar. Era una sala grande en la que se habían colocado los muebles para servir de barricadas desde donde proteger la entrada. Varios ponis se acercaron enseguida al ver que había tres heridos en la comitiva.
—Llevadlos con Grand Flight.
—Yo estoy bien —replicó el gran poni de tierra—. Que los atienda a ellos.
—Strong Hoof, lo último que necesitamos es que se te infecte la herida. Ve ahora mismo a que te curen eso como toca —ordenó Aitana antes de seguir su camino.
Dejando atrás a los heridos, Aitana se adentró a través de varias salas interconectadas. Había una gran cantidad de ponis de toda clase repartidos en cualquier esquina y usando cualquier montón de trapos o ropa como una improvisada cama. Los había que gemían en sueños, y muchos no podían dormir. La presencia del Tártaro era muy fuerte, e incluso Aitana se veía afectada por ella. Una yegua se acercó a ella al verla llegar; incluso en medio de aquel infierno, aquella poni mantenía un aire de recta estabilidad que contrastaba con el miedo y el caos de los supervivientes ahí ocultos. Hasta el día anterior, había sido la institutriz de un prestigioso centro educativo para los potros de familias acaudaladas; después del ataque, se había alzado casi inmediatamente como la gestora de los pocos recursos que disponían. Daba igual que se tratara comida, raciones, mantas, armas e incluso ponis, grifos y perros joyeros por igual.
—¿Cómo ha ido?
—Difícil que fuera peor —replicó Aitana secamente—. Cuando llegamos ya les habían capturado. Solo hemos rescatado a dos, pero no están bien. ¿Qué tal vamos con la comida y el agua?
—Han salido dos equipos a buscar más. Tenemos para aguantar unos días si reducimos las raciones.
Durante un instante, Aitana se planteó que lo más lógico sería reservar la comida más nutritiva para aquellos que pudieran luchar, para los heridos y, quizá, para los potros. Pero pronto descartó esa idea de su mente: no ayudaría a los demonios desesperanzando aún más a los supervivientes.
—¿Algo más?
—Grand Flight necesita más material médico. Los perros joyeros dicen que los demonios acechan en el hospital.
—Pensaré en algo.
Despidiéndose sin palabras, Aitana se adentró más en el laberinto de habitaciones de aquel edificio, escuchando al poco la música de una guitarra clásica. La mesa de una gran sala de reuniones había sido movida al fondo y, sentado en la misma, una grifo marrón y menuda tocaba lentos arpegios. Junto a Greta, el batpony Dawn marcaba un ritmo lento con los cascos, y Lucent aguardaba su entrada. Detrás de Steel Note, Octavia Auditor estaba en pie, violoncello en casco, y tocó las primeras notas introductorias de la canción. Vinyl Scratch, por contra, observaba la escena al no disponer de su aparatoso equipo. Los artistas mostraban el agotamiento en sus rostros, y el recuerdo del infierno del que habían escapado, pero aparte de eso no estaban heridos.
Cuando Lucent empezó a cantar, una voz femenina se le unió: una yegua de tierra gris de crin negra caminó frente al improvisado escenario y las dos docenas de ponis que se congregaban. Sin toda la parafernalia y los estrafalarios trajes y maquillaje que solía usar, Aitana tardó unos momentos en reconocerla: Condesa Coloratura. Rara. ¿Cómo había acabado ahí?
Cantaron una balada: lenta, desgarrada y que, sin embargo, hablaba de un amor capaz de traspasar fronteras, distancias y vidas enteras. Lucent, sin duda, no estaba a la altura de reemplazar a Lovely Rock, pero su voz grave y algo ronca contrastaba bellamente con la hermosa y bien modulada melodía de Rara*.
Aitana se detuvo para escuchar la canción cerca de dos conocidas: Pinkie Pie se sentaba en el suelo, su melena larga caía laciamente en torno a sus facciones. A su lado, Rarity tenía vendajes en gran parte del cuerpo y, tumbada en el suelo, reposaba la cabeza en el regazo de su amiga; lo más preocupante es que se apreciaba fácilmente una grieta en el cuerno de la modista. La blanca unicornio alzó la cabeza con un gesto de dolor, y Pinkie le apartó la desmadejada melena del rostro.
—¿No pueden tocar algo más alegre?
—Necesitamos sentirnos tristes, tontita —replicó Pinkie Pie con una sonrisa forzada.
—¿Por qué?
—Para que sepamos cuándo estar alegres. Duh —añadió con un falso tono de reproche—. No se puede forzar la risa.
Rarity ahogó un hipido.
—¿Por qué estamos aquí? —sollozó, intentando no alzar la voz—. ¿Por qué nos ha mandado aquí el Mapa de la amistad? No podemos hacer nada. ¡He abandonado a Sweetie Belle por esto! ¿Cómo pude…?
Pinkie abrazó a su amiga con fuerza y ambas desahogaron su dolor en lágrimas. Aitana pensó en acercarse, decirles cuántas vidas habían salvado ya al guiar a los supervivientes atrapados en el puerto, pero no encontró fuerzas ella misma para mantener la pose que había adoptado en aquella resistencia.
Alejándose de aquella zona, Aitana se dirigió a unas salas que habían decidido no usar para los refugiados, ya que si eran atacados, la estructura del lugar haría que muchos quedaran atrapados y aislados del resto. Fue, por ende, el lugar ideal donde la yegua marrón podía encontrar un momento de tranquilidad e intimidad. Entró en lo que debió ser el despacho de algún oficinista; Aitana no se había molestado en vaciar el archivador, y simplemente había tirado los papeles que encontró en la mesa al suelo sin prestar atención a su contenido. Se dirigió a la misma, se sentó y sacó un pergamino de las alforjas que desplegó frente a ella. Tomó un bolígrafo con la boca pero, percatándose de que le temblaba ligeramente la mandíbula, se obligó a respirar profundamente varias veces. Escribió un mensaje corto y lo firmó; a continuación sacó un bote de fuego alquímico, lo destapó y quemó el pergamino en la llamarada verde que se produjo.
—Por favor, funciona…
Tras unos segundos, la nube de cenizas se arremolinó y el pergaminó se reformó en el aire. Ahogando una maldición lo tomó, sacó otro bote de fuego mágico y repitió el proceso, con idénticos resultados. Cuando volvió a hacerlo por tercera vez, escuchó unos pasos por el pasillo, y enseguida reconoció los ojos rosas de la yegua que la observó desde la penumbra. Rise Love cojeaba ligeramente y tenía varios cortes y quemaduras en la armadura que portaba; hasta Aitana llegó la enervante fragancia de fuego impío y sangre que despedía la Cazadora.
—¿Qué quieres? —inquirió Aitana, mientras volvía a quemar el mensaje en un cuarto compuesto alquímico.
—Informarte de lo que he averiguado. La niebla blanca está viva —esto hizo que Aitana dejara lo que estaba haciendo y prestara atención a Rise—. La he visto retirarse de algunas zonas para luego volver a cerrarse sobre aquellos que salían aprovechando la situación. Los ponis grises, una vez salen de la niebla, se vuelven salvajes, como animales. Pero mientras están bajo la niebla, actúan coordinados.
—¿No habría ningún demonologista controlándola?
—No. Estoy segura, no había nadie oculto cerca. La niebla en si es algún tipo de demonio.
—De puta madre. Ahora resulta que está viva y sabe cazar.
No pasó desapercibido para Rise Love el amargo tono de esas palabras, mucho más allá del habitual sarcasmo de la yegua de tierra.
—¿Qué te pasa?
—¿Que qué me pasa? —Aitana, mientras hablaba, buscó otro fasco de fuego alquímico en las alforjas—. La comida escasea, no hay medicinas y cada vez tenemos más heridos, potros y ancianos. Cada vez hay más demonios y la puta niebla no nos deja movernos si no es bajo tierra o a mucha altura. Pero eso no es lo peor.
La Arqueóloga quemó de nuevo el pergamino en la llamarada mágica y observó cómo las cenizas se arremolinaban sobre la misma.
—Todos esperan que encontremos una solución. Que salvemos a todos, acabemos con los demonios. Todos esperan que obre un milagro, ¡joder! ¡Y no puedo decirles la verdad o perderán la poca esperanza que les queda!
Finalmente, el pergamino se volvió a formar frente al rostro de Aitana.
—¡Y ESTA MIERDA NO FUNCIONA! ¡JODER! —gritó, tirando todos los frascos vacíos al suelo. Se quedó quieta, respirando agitadamente e intentando calmarse—. ¿Cómo voy a hacerlo? Si mi padre no pudo derrotar a Hellfire… ¿cómo vamos a hacerlo, Rise? Se convierte en humo, nuestras armas no le afectan. Y no creo que él controle directamente la niebla...
Finalmente Aitana se volvió a sentar en el suelo y miró a su amiga.
—No sé qué hacer, Rise. No lo sé. Todos dependen de mi, esperan que les salve y no sé si puedo. Ni siquiera puedo contactar con el exterior desde que llegó la niebla.
Guardaron silencio unos segundos.
—Tu espada —dijo Rise—. Está encantada, en principio puede afectar a espíritus. Si me la das…
—No —interrumpió Aitana—. No es seguro que funcione, y ni siquiera tú eres rival para Hellfire.
—Tenemos que intentarlo.
—¡No vas a arriesgar tu vida a lo loco! —gritó Aitana—. ¡No sabemos siquiera si funcionará, y si fallas morirás seguro! E incluso si funciona eso no nos librará ni de los demonios ni de la niebla.
—¿Y qué hacemos entonces?
—¡No lo sé!
Tras ese grito, las dos escucharon a alguien galopar por el pasillo, por lo que se giraron y prepararon las armas. Por la puerta apareció una yegua de cristal: su pelaje, translúcido y apagado, era de color perlado y sus crines adquirían varios tonos de malva. Estaba sucia y agotada, pero su vista se iluminó al ver a Aitana. Esta notó curioso que la extraña llevara una vieja bufanda roja que, evidentemente, le iba grande.
—¡Doctora Pones!
—Ah, dioses, otra vez —murmuró la aludida—. Ya te he dicho que rescataremos a tu amiga cuando podamos.
—¡No es eso! Mi amiga, se ha quedado atrás para...
—¡Rescataremos a todos los que podamos cuanto antes! —replicó Aitana, levantándose, apartando a la yegua y yendo hacia las habitaciones con más ponis—. No puedo hacer más de momento.
—¡No, tienes que escucharme! —suplicó la poni de cristal— ¡Mi amiga se ha sacrificado para que yo…!
—¡Pues agradece el sacrificio de tu amiga, pero yo no puedo hacer nada! ¿Dónde está Autumn? —preguntó a un poni con el que se cruzó.
—¡Por favor, escúchame! ¡Solo un momento, es importante!
—¡Ya lo he dicho varias veces! —farfulló Aitana, perdiendo la poca paciencia que le quedaba—. ¡Rescataremos a todos los que podamos, pero no puedo hacer nada…!
—¡Soy la prometida de Sombra!
En la sala hubo un incrédulo silencio. Aitana y Rise Love miraron a la yegua de cristal y, al instante, la Cazadora Batpony la tomó y ambas saltaron a través de las sombras. Sabiendo dónde se dirigían, Aitana galopó de vuelta al despacho en el que se había instalado, encontrándolas. Se puso frente a la poni de cristal, quien seguía algo mareada por el salto, y la miró a los ojos.
—Repite eso.
—Soy la prometida de Amber.
—¿Amber?
—El unicornio que hoy conocéis como Sombra.
—¿Y qué puedes contarnos? —inquirió Rise Love—. ¿Algún punto débil, una fuente de su poder, algo que nos sea de utilidad?
—No… no lo sé. Pero sí que sé lo que pasó, y quizá…
—¿Nos vas a contar cómo se volvió loco por el poder e investigó artes ocultas? —Aitana bufó, desesperanzada—. Lo siento, pero no creo que nos sea de utilidad.
—No es un mago loco. Él nunca quiso ser… ese monstruo. Quería destruirlo.
Arqueóloga y Cazadora miraron a Golden Sheaf.
—Sombra es un unicornio poseído por un demonio.
Las dos yeguas frente a ella se miraron entre sí.
—Cuéntanoslo todo. Desde el principio.
Una vez más, Sweetie Belle intentó usar su telequinesia para manipular algo, y una vez más un chispazo mágico la hizo gritar por el dolor. Era algo tan instintivo para ella usar la magia para interactuar con el mundo que nunca conseguía recordar esos malditos cristales que le cubrían el cuerno desde hacía varias horas.
—¿Estás bien?
—Sí —respondió, dolorida.
Pero no lo estaba. Applebloom abrazó enseguida a la jovencísima unicornio, y esta pronto sintió el pelaje de Scootaloo arropándola también. Ahogó un hipido con sus amigas y, tras casi un minuto, intentó decir "gracias" pero no le salieron las palabras.
—Rarity estará bien, Sweetie Belle —aseguró Applebloom—. Seguro que ha escapado.
—Y Pinkie Pie también —añadió Scoots—. Rainbow es demasiado guay para que la pille ningún demonio, ¡y Applejack es muy dura!
—¿Y Fluttershy? —sollozó la potra unicornio—. Sigue ahí fuera, no ha vuelto del bosque…
Applebloom siguió abrazando a sus amigas, pero no dijo nada. Su hermana le había enseñado a no mentir, y en su fuero interno tenía el mismo temor que Sweetie Belle.
Tras unos minutos, escucharon voces apresuradas, por lo que se enjuagaron las lágrimas y galoparon hasta la entrada de las cuevas. Allí, docenas de ponis se congregaban: cuando el hechizo infernal alcanzó Ponyville la tarde anterior, y todos los unicornios perdieron su magia, las CMC no dudaron en informar a la alcaldesa que tenían preparado un refugio en unas cuevas cercanas. Y tras inspeccionarlas, se dio la orden de evacuación. Aunque muchos ponis habían decidido huir hacia el sur, alejándose de los demonios, otros muchos habían optado por hacerse fuertes en aquel lugar.
—¡Pero bueno jovencitos, ya está bien de ajetreo! —regañó la abuela Smith, consiguiendo algo de silencio—. ¡Si esos ponis malditos vienen aquí, hay que esconderse, como hice con mi abuela cuando vinieron los Worgs!
—La señora Smith tiene razón —añadió la alcaldesa en un tono de voz más conciliador— Llevadlo todo al fondo de la cueva. Aloe y Lotus, organizad el interior para que todos quepamos; señores Cake, encárguense de organizar los víveres; Cloud Faster y Clear Skies, avisad a todos los que queden en el pueblo que deben venir aquí inmediatamente. ¡Rápido!
Mientras los dos pegasos salían por la pequeña entrada y el resto obedecían órdenes, las tres potras se acercaron a la alcaldesa.
—¿Y nosotras? ¿Qué hacemos?
—Ya habéis hecho mucho —respondió con una sincera sonrisa que no ocultaba su nerviosismo—. De no ser por vosotras no tendríamos este lugar. Pero ahora tenéis que quedaros aquí.
Al poco tiempo se escucharon gritos en el exterior, y un buen número de ponis entraron a todo galope. Uno de los últimos fue Big Mac, quien traía una gran cantidad de madera y varias herramientas, poniéndose a trabajar al instante. Finalmente un pequeño grupo de guardias solares, entre ellos dos unicornios con los cuernos igualmente inutilizados, llegaron y se unieron a los esfuerzos del gran poni de tierra rojo para bloquear la entrada.
—¡Esperad! ¡Todavía quedan…!
—¡Ya es tarde! —gritó un soldado—. ¡Los demonios han llegado!
Pocas horas después, y a pesar de que la tormenta había amainado, el día amaneció nublado en las nevadas planicies de las tierras salvajes. Rainbow Dash tomó aire por el hocico y, apretando los dientes, desplegó las alas, tomó carrerilla y alzó el vuelo. El frío viento del norte le picaba en la gran quemadura que tenía en el lomo y, a pesar de sus esfuerzos, pronto notó que la fuerza de sus alas fallaba. Intentando superarse a si misma, aleteó con más fuerza hasta que perdió el control y cayó al suelo, rodando varios metros entre una polvareda de nieve.
El semental amarillo, Mulberry, se le acercó.
—¿Qué tal?
—¡Fatal! —exclamó, levantándose y sacudiéndose la nieve—. ¡No puedo volar, y mis amigas me necesitan! ¡Tengo que ir a ayudar!
—Con razón dice la curandera que eres la paciente más testaruda que ha tenido.
—¡Mira, no estoy para bromas, por Celestia! —exclamó la yegua—. ¡Los demonios han invadido el Imperio de Cristal, nos han atacado por todo y no sé qué está pasando! ¡No puedo quedarme aquí quieta, y si no lo entiendes…!
Un poderoso aullido se escuchó en la lejanía. Otro más respondió, algo más cerca. Mulberry escuchó atentamente la canción de los lobos.
—Lobos invernales —informó—. Viajan al sur, otra vez. Una cacería.
—¡Ellos vinieron al Imperio cuando Weischtmann atacó! Jamás habríamos vencido sin su ayuda.
—Había Fatas Negras, ¿verdad?
—Sí —susurró Rainbow—. Más de cien batponies… cayeron, y luego atacaron el Imperio. ¿Cómo lo sabes?
—Porque la fata que vive en mi intentó arrastrarme a la llamada de su reina.
—¿Qué? ¿La fata que…?
—Creo que podemos ayudar.
El semental amarillo se giró hacia Rainbow, quien seguía con la confusión reflejada en el rostro.
—Cuando las Fatas Negras invadieron mi pueblo, robaron las almas y los sentimientos de todo el mundo, suplantándolos después. Según me contaron, Star Whistle, mi esposa… recuperó la consciencia momentos antes de morir. Incluso pasando quince años atrapada en el enjambre de las Fatas, consiguió terminar su diario y esconderlo para que Sweetie Grauj lo encontrara*. Por eso creo que podemos salvar a los ponis grises, como los has llamado.
—¿Pero cómo? ¡No puedo hacer nada contra esa niebla!
—Existe magia muy antigua, Rainbow Dash, que era practicada principalmente por ponis de tierra y cebras. En las tierras salvajes hay chamanes en cada tribu nómada que dominan el arte de comunicarse con los espíritus.
—¿Qué? ¡¿Pretendes invocar a los muertos?!
Esta alarmada pregunta levantó una carcajada en Mulberry.
—¡No, claro que no! —rió—. Existen espíritus en todo, Rainbow Dash: En la tierra, las piedras, el aire, la tormenta, el mar, los ríos, los animales, las plantas y mucho más. Son los espíritus los que anclan este mundo en un equilibrio entre el orden y el caos, entre la vida y la muerte, entre…. —al ver la cara perpleja de la pegaso azul, Mulberry resumió—. Hay muchísimos espíritus benignos. Vamos a llamarlos**.
—¡¿A qué estamos esperando entonces?!
—A que lleguen los chamanes . Pero no podemos vencer solos, Rainbow: el Imperio de Cristal tiene que luchar. Tienen que reafirmar quiénes son y por qué merecen vivir libres, en vez de cómo títeres del Tártaro; entonces serán sus propios espíritus los que mantengan alejada la Niebla Blanca.
—¿Qué quieres decir?
Mulberry sonrió e invitó a Rainbow Dash a dirigirse a la cabaña para descansar.
—Te lo explicaré todo, pero necesitas descansar. Mañana tendrás que volar mucho.
NOTA DEL AUTOR:
*Ver "La maldición de Mountain Peak". Es parte de la trilogía "Hermanas de la tormenta", escrita por mi, "Los Peligros de la civilización" y "La maldición de Mountain Peak", ambas escritas por Unade. La historia de Mulberry se cuenta en el fanfiction "La cumbre de Mountain Peak", escrito por Señor Átomo.
**En una versión de Hermanas de la Tormenta que escribí para dirigir una partida de rol, metí el papel de los chamanes y la religión espiritista de las tierras salvajes. Sin embargo decidí no volver a escribir Hermanas de la Tormenta. Hay que seguir adelante como escritor :).
—¡Capitán, presionan por el flanco norte! ¡La línea está retrocediendo!
—Enviad mensajes a todos los sargentos: retrocedemos quinientos metros hasta la siguiente colina. La tercera y la quinta compañía deben aguantar posición y cubrir la maniobra.
—¡Sí, señor!
Mientras los pegasos mensajeros alzaban el vuelo y se dirigían a distintos puntos de la linea de batalla, Shining Armor vio a grupos de los civiles que se les habían unido en el camino retroceder, llevando consigo a los soldados heridos que no podían ni tenerse en pie. Había sido una noche terrible, larga y sangrienta, y muchos habían muerto, ero ya podían ver el mar y, junto al mismo, la gran ciudad Trottingham. Esta se alzaba en la costa, justo detrás de un valle relativamente estrecho que dejaba una única ruta de acceso terrestre a la misma. Ese era el primer motivo por el que había optado retirarse hacia Trottingham.
El segundo, es que solo él y sus soldados se interponían entre el ejército de Baraz y los Trottinghamianos. Y Mantehattan ya había caído: debía centrarse en salvar una de las últimas grandes ciudades libres de Equestria.
—Cabo —dijo, dirigiéndose a un unicornio cuyo cuerno también estaba cubierto por negros cristales—. Coja a un equipo y diríjase al valle; organice barricadas, puestos de tiro y un campamento de campaña. Nos haremos fuertes ahí.
Tras el protocolario "Sí, señor", Shining observó la batalla que se desarrollaba a escasos doscientos metros de su posición. Con esa ocasión, era la sexta vez en la noche que formaban una línea de combate contra el enemigo, y el resultado siempre había sido el mismo: Los demonios disparaban sus impíos poderes contra los defensores. Los soldados de tierra conseguían aguantar un tiempo, parapetados tras sus escudos, mientras las ballestas atrasaban la llegada del cuerpo a cuerpo. Pero, eventualmente, gigantescos demonios de la destrucción llegaban y los ponis, sencillamente, se volvían incapaces de aguantar. La linea se rompía y tenían que volver a retroceder.
La táctica de Baraz era cíclica y temporal: Calculó que faltarían unos cinco minutos antes de que llegaran los grandes demonios. Y eso le preocupaba: si fuera él, atacaría directamente con los mismos, rodearía a los defensores y acabaría con tantos como pudiera… pero Baraz no lo hacía. Una de dos: o el gran señor del fuego era incapaz de coordinar a su ejército, o estaba ejecutando una maniobra que todavía no había podido interpretar.
—Princesa —dijo Shining, girándose hacia la alicornio. Sus ojos seguían enrojecidos—, necesito que vaya a Trottingham, explique la situación y traiga a tanto unicornio capaz de combatir como pueda. Quizá la maldición no haya llegado a tanta distancia.
—Shining, ¿qué queréis que les diga? Nuestra hermana…
—Eso no importa ahora —espetó el unicornio—. Sé que es algo terrible, pero debemos seguir adelante, ¡toda Equestria depende de nosotros! Vaya a Trottingham y traiga refuerzos o la muerte de Celestia habrá sido en balde.
Tras unos segundos, Luna asintió y alzó el vuelo.
La excavación arqueológica al sur de Trottingham estaba casi desierta, y aún así unos pocos ponis habían reiniciado los trabajos. La mayor parte de los arqueólogos se habían marchado al saber que Manehattan había caído hacía unos días; solo unos pocos permanecían, desenterrando con gran paciencia y pequeñas herramientas nuevos restos óseos, armas y armaduras de la guerra que Unicornia librara contra Cebrania.
Incluso con Celestia habiendo confirmado la teoría de la doctora Aitana Pones, había quienes mantenían una postura escéptica a la misma. Un viejo historiador pegaso estaba agachado, limpiando con un delicado pincel su último hallazgo. Pudo distinguir una calavera, y a juzgar por los restos de una armadura de metal, deduzco que se trataba de un soldado de tierra de Unicornia.
A su alrededor, muchos otros cuerpos habían sido descubierto, pero ante la falta de mano de obra, no habían intentado desenterrarlos completamente.
El historiador siguió descubriendo el esqueleto poco a poco, paso a paso, calculando cada pincelada para no dañar la muestra, cuando retrocedió con el corazón en un puño: ¡Los huesos se habían movido! Maldijo para sus adentros: debía haber alguna oquedad bajo el cuerpo que se había desmoronando, moviendo y dañando los huesos en el proceso. No había mucho que él pudiera hacer al respecto, pero era frustrante. La calavera seguía sobrealiendo, y el movimiento había hecho que esta se girara, apuntando su huesudo hocico hacia el pegaso.
Sintió un escalofrío. La temperatura había bajado, debía acercarse una tormenta.
—¿Llega una tormenta? Vaya… ¡Air Light! ¡Trae las lonas, hay que cubrir el yacimiento!
Al no recibir respuesta, el viejo historiador volvió a gritar.
—¡Air Light! ¿Me escuchas? Condenado jovenzuelo...
El pegaso intentó alzar el vuelo, pero algo duro le aferró las patas traseras. Horrorizado, vio el mismo esqueleto que acababa de desenterrar agarrándolo con las patas delanteras, mientas el resto de su cuerpo surgía de la tierra sin que esta ofreciera ninguna resistencia. Gritó e intentó liberarse, mientras a su alrededor más y más ancestrales guerreros surgían de la tierra, tomando armas oxidadas y raídas en sus quebradizas mandíbulas.
Air Light saltó fuera de la tienda tras zafarse del abrazo del esqueleto de una cebra; viendo cómo este se abalanzaba sobre él, conjuró y un rayo de energía quebró a la criatura no-muerta. Pero, al girarse, vio que los esqueletos surgían por doquier, sus huesos reformándose a partir del polvo, recomponiéndose en un terrorífico silencio roto por el claqueteo óseo de sus cuerpos. Mientras el joven conjuraba a la desesperada, intentando salir de aquel lugar maldito, notó una presencia cercana y se quedó paralizado al sentir el poder que emanaba. Un poder que le helaba la sangre y la propia alma hasta dejarlo sin voluntad.
Criaturas grises como grandes monos sin pelo rodeaban a un unicornio de azul marino y crines blancas; su pelaje había perdido el brillo de la vida, así como sus crines; sus ojos eran de un azul tan claro que casi parecían blancos, y la hierba marchitaba y moría a su alrededor. Air Light había leído de esas criaturas en libros de historia, por lo que supo que estaba en presencia de un Lich. Cuando este lo miró y se acercó poco a poco, el joven unicornio se quedó inmóvil, sin ni siquiera atreverse a intentar huir.
—No te mataré. Vas a llevar un mensaje por mi —dijo el lich, y al ver que el joven unicornio frente a él no conseguía hablar, continuó—. Vas a galopar a Trottingham para advertirles que voy hacia allí. Vamos. Corre.
Tras unos segundos, y viendo que evidentemente los no-muertos abrían un pasillo hacia el norte, Air Light galopó por su vida. Dark Art lo observó alejarse.
A su alrededor, los restos de los ejércitos de Unicornia y Cebrania siguieron alzándose y reconstruyéndose en el gran ejército que pronto asediaría Trottingham.
NOTA DEL AUTOR:
He tardado muchísimo en actualizar, lo sé. Aparte de que me he reescrito este capítulo varias veces, he tenido unas semanas complicadas. Quería mostrar los distintos puntos de resistencia de Equestria, las penurias que estaban pasando y demás. Y todavía quedan cosas de las que hablar.
Espero que os haya gustado. ¡Gracias por leerme!
