Todo lo que reconozcáis (y más) pertenece a J.K. Rowling. El resto ya es cosa de mi imaginación.
76. De bodas y quidditch
Maureen Tofty era una Slytherin de la edad de Bruce. Siempre había sido una muchacha muy inteligente, a la que se le daba muy bien escuchar y caerle bien a la gente, lo que la había llevado a hacer muchos amigos, y no solo entre los Slytherin. A Bruce siempre le había caído bien, aunque no habían sido especialmente cercanos porque él había sido un solitario y ella siempre se había movido en grandes círculos de amistades. Pero mantenían una buena relación, y en los últimos años habían intercambiado correspondencia ocasionalmente; Bruce siempre había envidiado un poco la naturalidad de Maureen, y cómo siempre conseguía saberlo todo de todo el mundo sin que nadie la considerara una cotilla, simplemente una buena amiga. Sobre todo, envidiaba que estuviera enterada de todas las noticias pero que a la vez, supiera mantener su vida privada completamente al margen y que nadie se extrañara. Era por eso que cuando le había llegado la invitación a su boda con Adrian Pucey se había sorprendido, porque no había tenido ni idea de que fueran tan en serio.
Adrian Pucey tenía tres años más que ellos, y aunque había sido cazador en el equipo de quidditch de Slytherin, nunca había jugado con él, porque Adrian ya se había graduado cuando Bruce entró en el equipo. Pero todos los compañeros de equipo mayores que Bruce había tenido habían coincidido en que Adrian Pucey era un tipo legal, tal vez incluso demasiado para un Slytherin, siempre reticente a saltarse las reglas. Bruce le había conocido un poco fuera del quidditch, y estaba de acuerdo con que Adrian era uno de los Slytherin más amables que había: él y su mejor amigo, Jake Flinton (el prefecto de su año), siempre se habían esforzado en ser amigables con los Slytherin más jóvenes, en ayudarles con los deberes y en sacarles de apuros de vez en cuando. No sabía cuándo Maureen y Adrian habían empezado a salir exactamente. En Hogwarts se llevaban bien, aunque entonces los tres años de diferencia habían sido demasiado para tener una relación. Habrían empezado después, tras la guerra, y de hecho podía recordar a Maureen en su último año hablando bastante de las ganas que tenía de graduarse y pasar más tiempo con Adrian… Pero no sabía los detalles. Ni le interesaba saberlos, en verdad. Solo se alegraba por ellos. Ambos eran buenas personas, y se merecían ser felices con alguien que les quisiera.
La ceremonia fue breve y emotiva. A Adrian se le veía muy emocionado, y Maureen, que era una chica que nunca llamaba la atención, estaba especialmente guapa. Tras la ceremonia empezó la cena, que se llevó a cabo en una carpa instalada en el jardín de la familia Pucey. No era una casa muy grande, pero al estar en medio del campo y muy lejos de cualquier pueblo, tenía una gran extensión de terreno deshabitado a su alrededor, perfecto para que los magos celebraran ahí sin problemas. Aún y así, no fue una boda gigantesca con montones de invitados: si bien tanto los Pucey como los Tofty eran sangre limpia (al menos en sus últimas generaciones, al igual que la familia de Bruce), no estaban emparentados con ninguno de los Sagrados Veintiocho, lo que les libraba de tener que invitar a un montón de gente de familias importantes solo por compromiso.
Eso significaba que, por suerte para Bruce, las gemelas Carrow no estaban presentes, lo que fue un alivio. No le apetecía cruzarse con Hestia. Había temido que fueran a estar allí, porque después de todo eran de su edad aunque Maureen no se llevara muy bien con ellas… Pero Maureen y Adrian parecían haber establecido una política de incluir solo amistades, y a Bruce le pareció perfecto.
Para la cena estuvo sentado en una mesa con una docena de personas. Tenía a Theodore y Tracey a un lado, y el resto eran compañeros de Slytherin a los que no veía al menos desde el año pasado. Rud Harper ocupó el asiento a su derecha entusiastamente, asegurándole que había seguido su temporada a través de las revistas y que le parecía fantástico lo que estaba haciendo. A su alrededor había un puñado más de compañeros de curso, incluyendo a Ingrid Warrington y Ludwig Rosier, que no paraban de hablar sobre como su boda iba a ser mucho más grandiosa que aquella; Ophelia Greengrass hacía compañía a las otras dos Greengrass invitadas, sus primas Daphne (orgullosamente mostrando a su hija Sabine a todo el mundo) y Astoria, junto a quien también estaba Draco Malfoy. En las mesas más allá había una variedad sorprendente de Ravenclaw y Hufflepuff, además de Slytherin, lo que daba muestra de lo bien que se le daba hacer amistades a la pareja, aunque había marcadamente muy pocos Gryffindor. Cuando la cena en sí terminó y la fiesta empezó, Bruce se encontró hablando de inmediato con un par de Hufflepuff de su año, Lionel Shafiq y Erik Woodcroft, para poco después ser abordados por tres chicas de Ravenclaw de un año menos muy amistosas, con evidentemente más de una copa encima y ganas de pasárselo bien (lo que a Erik Woodcroft en particular le animó mucho). Luego se cruzó con Jake Flinton, el padrino de la boda, al que felicitó por el divertido discurso que había dado al inicio de la cena. Hacía siglos que no se veían, pero el antiguo prefecto se acordaba de él y no tardaron en ponerse al día.
—Y bueno, además Zara está a punto de dar a luz cualquier día de estos—dijo Flinton con una sonrisa, y un segundo después añadió—. ¿Conoces a Zara, por cierto? Estaba en Hufflepuff y fue prefecta, pero es dos años más mayor que tú. Nuestra boda fue mucho más discreta que esta…
Flinton señaló vagamente hacia su mesa, donde Bruce descubrió con sorpresa que la Zara en cuestión era Zara Valli, la amiga de su infancia del callejón Diagon. Tenía, en efecto, una barriga enorme, y pareció ver por el rabillo del ojo que Flinton la había señalado, porque se giró hacia ellos un poco y saludó con la mano amistosamente, sin dejar la conversación que mantenía con una amiga. Qué raro se le hacía pensar en la Zara que había conocido, una niña salvaje y aventurera que se había colado muchas más veces de lo que sus padres sabían en el callejón Knockturn, convertida en una mujer responsable a punto de tener un crío. ¿Cuándo había madurado toda la gente a su alrededor? A veces tenía la sensación de que todo el mundo crecía mucho más rápido que él. Parecía que todo el mundo estaba metiéndose en relaciones largas, casándose, formando familias, encontrando trabajos estables… Mientras que él era incapaz de comprometerse en una relación durante más de medio año y en su trabajo ya había cambiado de continente tres veces.
—¡Eh, mira, pero si es mi capitán favorito! —oyó una voz jocosa tras él, sacándole de sus cavilaciones.
Bruce y Jake Flinton se giraron a la vez para encontrarse con Malcolm Baddock caminando hacia ellos con una gran sonrisa. Bruce dudaba que Malcolm y Flinton se conocieran, porque había muchos años de diferencia entre ellos, lo que quedó confirmado cuando Malcolm estrechó la mano de Bruce con entusiasmo, pero se dirigió a Flinton diciéndole que le sonaba como prefecto, pero poco más. Tras unas pocas frases Jake Flinton se despidió, volviendo a su mesa, y Bruce se quedó a solas con Malcolm Baddock, a quién no veía desde su graduación.
Malcolm apenas había cambiado en esos cuatro años. Ya no tenía granos y había alcanzado la altura de Bruce, pero seguía llevando el cabello rubio oscuro cortado igual y siendo muy delgado. Era una de las pocas personas que le había llamado capitán en su vida; Bruce solo había sido capitán durante un año, su último en Hogwarts, e incluso entonces solo los más jóvenes del equipo le habían llamado capitán. Malcolm Baddock, dos años menor que él, había sido uno de ellos. Sonrió. Malcolm había sido un guardián regular, pero tenía un humor sarcástico que a Bruce le gustaba, era un tipo listo y siempre había apoyado sus decisiones en el campo. Le caía bien… Aunque no tenía ni idea de qué habría estado haciendo esos últimos años.
—¿Qué tal te ha ido por Australia? He estado siguiéndote por las noticias estos últimos meses. ¿Es tan guay como parece? —le preguntó Malcolm, mientras se dirigían a una mesa vacía.
Habían conseguido una copa de vino cada uno por el camino, de modo que se sentaron listos para una buena conversación.
Bruce le habló de qué tal era Australia en realidad, y de las cosas que había vivido que no eran tan maravillosas como en la prensa, que solo destacaba lo mejor. Y ya que estaba, le resumió su experiencia en Nueva York también: Malcolm era un buen oyente, y era agradable hablar de quidditch sin que Draco Malfoy soltara bufidos condescendientes y poco disimulados cada dos por tres. A cambio, Malcolm le contó lo que había hecho en los dos años que habían pasado desde su graduación, aunque no parecía muy entusiasmado:
—Entré en el Ministerio en el Departamento de Aplicación de la Ley Mágica. Es un aburrimiento y no puedo más. No sé qué hacer con mi vida—le explicó Malcolm, hastiado—. Necesito hacer algo más movido, pero no saqué suficientemente buenas notas para un trabajo con más emoción.
Bruce asintió, comprendiendo. La vida en el Ministerio no era para todo el mundo, y claramente no era para Malcolm Baddock. Bebió un largo trago de vino y le hizo un par de sugerencias, lo que rápidamente se convirtió en una animada conversación de trabajos locos que podría intentar, y los dos acabaron riendo a carcajadas, lo que acabó llamando la atención de Maureen Tofty en persona.
—Me alegro de ver que los dos os lo estáis pasando bien—comentó Maureen, dedicándoles una sonrisa cansada.
La tarde ya se había convertido en noche; había sido un día largo, y para Maureen, que no estaba cómoda siendo el centro de atención, lo habría sido todavía más. La joven se apoyó en el hombro de Malcolm, quien dejó de reír para dedicarle una mirada comprensiva. Por lo que Bruce tenía entendido, Maureen y Malcolm eran primos, o al menos habían crecido como tal.
—Aquí Bruce está intentando buscarme un trabajo más entretenido que el Ministerio, ya que tú no me quieres como decorador en tu empresa—le explicó Malcolm.
—Ahora mismo estábamos evaluando si podría ser cuidador del Sauce Boxeador—continuó Bruce, lo que hizo que Maureen riera.
—Definitivamente tendría más emoción que el Ministerio, aunque no sería muy bueno para tu esperanza de vida—opinó Maureen—. ¿Por qué no te haces negociador? Un pajarito me ha dicho que Bruce no ha renovado con su equipo en Australia. ¿Estás intentando que te suban el sueldo?
Bruce había bebido, pero no lo suficiente como para que el comentario de Maureen y las miradas curiosas de los dos primos no le pusieran automáticamente alerta.
—¿Cómo sabes eso? No te gusta el quidditch.
—Pero me gusta la información interesante—puntualizó Maureen—. ¿Y bien? ¿Es verdad?
—No he renovado con los Warriors—admitió Bruce—, pero no es por el dinero.
—¿Entonces estás negociando con otros equipos? —saltó Malcolm—Pues sí que necesitas un buen negociador. ¿Tienes un representante bueno?
—No tengo representante. Me encargo yo.
Maureen y Malcolm le miraron, medio escandalizados.
—¿En serio, Bruce? Eres un jugador internacional, con no sé cuántos premios y Ligas… No puedes no tener representante—le reprendió Maureen.
—No es necesario. No hay nada que no pueda hacer yo.
—Pero te quita tiempo para hacer cosas más importantes—rebatió Maureen—. Un representante no solo negocia por ti, sino que te ayuda con todo lo que rodea al quidditch para que no tengas que preocuparte tú. Si quieres centrarte en jugar, te ayudaría mucho que alguien se encargara de las pequeñas cosas por ti.
Tenía que admitir que Maureen tenía razón; no era la primera vez que la gente se sorprendía porque no tenía representante, ni tampoco la primera que le recomendaban que buscara uno. Hasta le habían sugerido que se buscara un agente propio, pero había algo que no le acababa de convencer… No le apetecía mucho tener que delegar ciertas responsabilidades en un desconocido.
—Necesitas a alguien en quien puedas confiar—añadió Malcolm, que parecía haberle leído la mente—. No a un cualquiera que vaya a hablar de dinero por ti, sino alguien que entienda tus prioridades y que sepa cómo conseguirlas. Y que sepa cómo ayudarte a conseguir tus metas, no solo dentro del campo. Necesitas a alguien de confianza… Como yo, por ejemplo.
Bruce alzó una ceja, incrédulo ante aquella idea loca de Malcolm.
—No hablarás en serio.
—¿Por qué no? Necesito un cambio de aires. A Australia o dónde sea que vayas, pero necesito salir de Inglaterra, aunque solo sea unos meses. Me conoces, sabes que soy de fiar. Sé que haces más cosas aparte de jugar a quidditch, y podría ayudarte a gestionar todo eso y a mejorar tu imagen. Se me da bien convencer a la gente… Por Merlín, si te convenzo a ti, ya será un gran ejemplo.
Bruce suspiró y se frotó la frente. Había bebido, y no estaba en condiciones de hablar de algo como aquello. Malcolm era un buen tipo, y parecía muy entusiasmado con aquella idea inesperada. No había ido allí precisamente buscando un representante, sino más bien a distraerse de todo.
—Déjame pensarlo, ¿vale?
Malcolm asintió vehementemente, y Bruce se disculpó diciendo que se iba a buscar a Tracey y Theodore. Tendría que pensar en la propuesta… Aunque primero iba a emborracharse.
La boda acabó sin sobresaltos, y aunque dedicó el domingo a recuperarse de la resaca, el lunes volvió a ponerse manos a la obra con la casa. El jardín ya tenía un aspecto más que decente, y poco a poco iba vaciando el salón y colocándolo todo en sus respectivos lugares. También empezó una lista con lo que le faltaba todavía. El pueblo era muy pequeño y no le daba mucha variedad de elección en ciertos elementos, ya fueran cortinas de ducha, alfombras o mesas de escritorio, así que una mañana inusitadamente soleada de principios de junio se internó en el Londres muggle, dispuesto a seguir avanzando en sus tareas.
Fue una mañana ajetreada, pero también bastante productiva. Tras haber comido por ahí, se encontró reuniendo el ánimo suficiente para internarse en el callejón Diagon una vez más. Esta vez no necesitaba comprar nada… Aunque sería una falta de respeto estar en Inglaterra y no ir a saludar a su padre. Puede que su relación fuera muy distante, pero seguía siendo su padre y sabía que se preocupaba por él. No le costaba nada dejarse caer por la tienda y hablar unos minutos. Y ahora que sabía que su madre estaba en Australia, haciendo vida normal…
Sí, le había prometido a su madre que no le diría a su padre que la había encontrado, pero en ese mismo momento decidió mandar a la mierda esa promesa. Era su madre la que había desaparecido durante quince años, y la que había reaparecido voluntariamente cuando le había ido bien. No tenía ningún derecho a pedirle ocultárselo a su padre, cuando él había sido el que se había quedado cuidando de él todos esos años. No había sido fácil y no lo había hecho del todo bien… Pero tal vez por eso, Bruce sentía todavía más que no le debía nada a su madre. No le daría todos los detalles; pero tenía que decirle algo.
El callejón Diagon estaba como siempre a esas horas. No había mucha gente, la mayoría ocupada trabajando, pero había algunos transeúntes aquí y allá mirando escaparates y algunos niños pequeños merodeando. La terraza de la nueva heladería estaba llena gracias al calor del día, pero Bruce pasó de largo y fue directamente a la tienda de su padre.
Estaba vacía, como de costumbre, con solo Amadeus Vaisey sentado tras el mostrador con aire ausente. Nada más traspasar el umbral, Bruce sintió la mirada de su padre clavada en él, y le saludó con una inclinación de cabeza mientras se acercaba a él. Seguía exactamente igual a como le recordaba, pareciendo mucho más mayor de lo que era.
—Bruce, hijo. Qué sorpresa—dijo su padre con voz plana, sin expresión alguna.
—He pensado que debía venir a saludarte. Ya he acabado la temporada en Australia, y llevo unos cuantos días de vacaciones por aquí.
—Lo he leído. Felicidades por los títulos—dijo simplemente—. ¿Te estás alojando en el Caldero Chorreante otra vez?
—No. Me he comprado una casa aquí. Está en el campo, a las afueras de un pueblo muggle.
Su padre levantó las cejas ligerísimamente con algo de sorpresa, la única muestra de emoción en toda la conversación.
—Qué curioso.
—No voy a vivir permanentemente ahí—se vio en la necesidad de explicar Bruce—, pero quería tener una casa solo mía para volver siempre entre temporadas. Además, ya no tengo casa en Australia.
—¿Has vuelto a cambiar de equipo?
Bruce hizo un gesto afirmativo.
—Pero es secreto todavía. No puedo decir nada hasta que acabe la Eurocopa.
Amadeus Vaisey asintió, como si entendiera perfectamente el secretismo que envolvía a los fichajes en el quidditch.
—En los últimos tiempos viene mucha gente por aquí preguntando por ti. Viejos amigos tuyos, compañeros de clase. Algún periodista extranjero. Quieren saber qué sé sobre ti. Yo les digo que no sé más que lo que pueden leer en la prensa.
A su pesar, Bruce sonrió levemente. Se imaginaba a los pobres periodistas intentando extraer información de su padre… Lo que era una causa perdida. Pero se le borró la sonrisa en cuanto recordó qué era lo que quería decirle.
—La vi. A mamá. La encontré.
Su padre tardó un largo rato en reaccionar. Primero pareció que no le había oído, pero luego le miró a los ojos fijamente, sin parpadear. Se sentó lentamente, y a continuación empezó a respirar muy profundamente, como si intentara tranquilizarse. Bruce observó sin decir una palabra.
—¿Dónde? —preguntó, con la voz controlada, pero con un claro tono de ansiedad.
—En Australia—respondió sencillamente, sin dar detalles.
—¿Está bien?
—Sí.
—¿Feliz?
Bruce asintió de nuevo. Y ante su absoluta sorpresa, Amadeus Vaisey se echó a llorar.
—…se calmó después de unos minutos y dijo que estaba bien. Aliviado. Me dio las gracias por contárselo, y poco más. Luego me hizo alguna pregunta sobre qué voy a hacer en verano, y me pidió que me marchara.
Theodore y Tracey escuchaban con atención la narración de Bruce. Era la primera vez que les contaba que había encontrado a su madre en Australia, y las primeras personas a quienes les contaba la reacción de su padre. Había sido inesperado, la verdad. Aunque teniendo en cuenta que su padre había dejado de demostrar emociones en cuanto su madre había desaparecido… ¿era tan sorprendente que sintiera algo en cuanto había tenido noticias suyas?
—Por lo que a mí me parece, se alegra de saber que está viva y bien—opinó Tracey—. ¿Después de tanto tiempo sin noticias? Yo también me habría esperado lo peor.
—Necesitará tiempo para procesarlo solo—añadió Theodore reflexivamente.
Bruce asintió. Suponía que tenían razón, aunque él también iba a necesitar un tiempo para asumir que había visto su padre derrumbándose ante él. Amadeus Vaisey, que siempre había sido inmutable… Todavía era capaz de tener sentimientos.
Continuaron charlando de otras cosas, tratando de distraerse y hablando un poco de todo.
—¿Y cuánto tiempo más te vas a quedar por aquí? —le preguntó Theodore.
—Hasta mediados de la semana que viene. Quiero viajar un poco por Polonia antes de que empiece la Eurocopa—explicó Bruce.
—¿Y ya has pensado en qué le dirás a Baddock? —quiso saber Tracey.
—No. Le dije que me lo pensaría, pero me ha enviado una carta enumerando todas las razones por las que sería beneficioso para los dos ser mi representante.
Tracey rio, y Theodore hizo una mueca divertida.
—Deberías decirle que sí, Bruce. Por todas las razones que te ha dicho y las que no sabe—le recomendó Tracey—. Tú quieres hacerte muy conocido para llamar la atención aquí y poder volver y vivir en tu bonita casa, ¿verdad? Pues bien, Baddock puede ayudarte con eso. A ti se te da bien destacar en el campo, pero si quieres hacer cosas llamativas que te den publicidad más allá de las revistas del corazón… Baddock es como Maureen: es experto en quedar bien.
Asintió distraídamente, pensando en ello. Tracey probablemente tenía razón… Pero seguía siendo reacio a aceptar que necesitaba la ayuda de alguien para algo así.
—Recuerda que está bien aceptar ayuda en aquello que se nos da peor—la secundó Theodore, y fue como si hubiera leído sus pensamientos.
Fue el viernes de la semana siguiente cuando Bruce fue al Ministerio de Magia para tomar el traslador que le llevaría a Polonia. Quedaba una semana exacta para el inicio de la Eurocopa, pero ya que tenía el tiempo y el dinero, quería aprovechar para ver algo más del país que el campamento. De niño no había salido apenas de Reino Unido, así que no era de extrañar que ahora le gustara recuperar el tiempo perdido.
El Ministerio de Magia de Varsovia no tenía nada que envidiar al de Londres. Mientras Bruce lo recorría en dirección a la salida, observó que también parecía ser subterráneo, a juzgar por los paisajes radicalmente diferentes que se veían por cada ventana. Los techos eran bajos, y las paredes estaban pintadas en tonos verdes y azules que le daban un aspecto elegante y acogedor a la vez. Eso sí, era más pequeño que el Ministerio de Magia británico, y no pudo dejar de notar que parecía muy nuevo, como si no tuviera más de unas décadas. Frunció el ceño, pensativo, pero sabía que no iba a ser capaz de darle una explicación por sí solo. Si había habido algún problema en Polonia en los últimos tiempos que hubiera llevado a la destrucción del Ministerio, no podría saberlo; aunque el profesor Binns hubiera hablado de ello en sus clases (algo que de hecho dudaba, porque Binns prefería con diferencia hablar de gigantes, duendes y revueltas), Bruce nunca había conseguido prestarle atención. Así que se limitó a apreciar la elegante decoración, a preguntar dónde encontraría la zona mágica de la ciudad y a aventurarse en lo desconocido.
Se alojó en un hotelito en el casco antiguo de la ciudad muggle, lo que resultó ser una buena elección, porque tampoco quedaba muy lejos de la parte mágica, aunque tampoco pasó mucho tiempo allí. Su lugar favorito de Varsovia resultó ser el centro, lo que los locales llamaban la plaza del Mercado, un amplio espacio rodeado en sus cuatro costados por casas de no más de tres o cuatro pisos de altura, pintadas en colores pastel y que parecían sacadas directamente de un cuento de hadas. En el centro de la plaza se alzaba una estatua de una sirena guerrera, armada con espada y escudo, que curiosamente a Bruce le pareció la representación más acertada de una sirena que habían hecho los muggles en toda su historia. Varios de los pisos bajos de las casas de la plaza eran bares y restaurantes, donde Bruce pasó un buen tiempo en los días que estuvo allí, ya que descubrió encantado que tenían cerveza buena y muy barata.
Pero no solo pasó el tiempo bebiendo en la plaza, sino que también paseó largamente por Varsovia, sin tener mucho más que hacer que ir descubriendo sitios. La ciudad era un lugar de contrastes. Había grandes rascacielos que le transportaron a Nueva York por un momento (aunque no eran ni de lejos tan altos como los americanos); palacios, mansiones y castillos de aspecto muy regio, muy llamativos debido a los brillantes colores pastel en los que estaban pintados; grandes bloques de edificios, feos y sin ningún interés, todos iguales y con un aire incluso deprimente; y grandes parques llenos de verde que eran capaces de hacer olvidar a uno que estaba en plena ciudad, y eso incluso sin mencionar el amplio río que la atravesaba.
Se desenvolvió bastante bien, porque además se había asegurado de hacerse un amuleto de traducción antes de llegar, sabiendo que el polaco era un idioma muy difícil de comprender. Recibió miradas extrañadas de alguna gente que le oyó hablar en perfecto polaco, lo cual no fue muy sorprendente; casi toda la gente tenía marcados rasgos del este de Europa, y Bruce destacaba entre ellos. Sin embargo, nadie le preguntó. Suponía que el pelo rubio debía ser suficiente como para hacerle pasar por uno de ellos con cierta ascendencia extranjera. En todo caso, si alguien tenía dudas, no se lo hizo saber.
También, ya que estaba en Polonia, cogió un tren y se pasó un día en Cracovia y otro en Gdansk, ambas ciudades bastante grandes del país, donde hizo algo más de turismo antes de aparecerse simple y rápidamente de vuelta en su habitación de hotel. Y la última tarde en Varsovia la pasó explorando la zona mágica de la ciudad.
No habría sabido decir si era una calle muy ancha o una plaza muy estrecha. Era algo a medio camino. Las casas, de tonos rosa, amarillo, azul y verde pastel, con sus tejados rojos muy inclinados y pequeños balcones con verjas de hierro en los pisos superiores, se parecían mucho a las de la plaza del Mercado muggle. También ahí había varios negocios que eran bares, cafés o heladerías, cuyas terrazas con sombrillas de colores se extendían por la calle hasta casi alcanzar los edificios de enfrente. Los vendedores tenían aspecto hosco, aunque en cuanto se ponían a hablar eran de lo más amigables; de hecho, nada más poner un pie en la tienda de artículos de quidditch uno de los trabajadores se mostró muy solícito con él, asegurándole que le conocía de algo pero no recordaba qué. Bruce no dio pistas, aunque fue amable con él, y el hombre acabó llegando solo a la conclusión de que debía ser un jugador de quidditch que acababa de fichar por algún equipo polaco, y le regaló un tarro de barniz para escobas a cambio de que prometiera machacar a los Grodzisk Goblins. Bruce intentó explicar entonces que no jugaba en Polonia, pero el hombre no quiso atender a razones e insistió en que se quedara el barniz y recordara lo de los Goblins.
Bruce se encogió de hombros, resignado. Quién sabe, a lo mejor se cruzaban con los Goblins en la Liga de Campeones y podía devolverle el favor al hombre.
El día en el que iba a dar comienzo la Eurocopa Bruce salió pronto del hotel y echó a andar por Varsovia en dirección a la estación central de tren. Había muchos trasladores repartidos por la ciudad para llevar a los magos hasta el campamento, y el que a él le había tocado estaba en un callejón cercano a la estación. A medida que se acercaba fue notando varias personas que le llamaron la atención, ya fueran por las ropas extrañas, los gorros con las banderas de diferentes países, las mochilas grandes y los objetos de acampada… Era obvio que se dirigían al mismo lugar que él, así que les siguió disimuladamente.
El traslador era una pelota de baloncesto pinchada, apoyada contra la pared del callejón, cerca de unos contenedores de basura. Una de las mujeres que llegó a la vez que Bruce soltó un comentario en un idioma que no pudo entender (probablemente era francés), pero Bruce captó el desagrado en su voz y tuvo que estar silenciosamente de acuerdo. El callejón era pequeño, oscuro y desagradable, estaba lleno de basura y olía a pis de gato y algo que no debía ser gato. El traslador destacaba, porque a pesar de que la pelota estuviera pinchada, estaba brillante y nueva.
Se encogió de hombros, y luego se quedó en la boca del callejón a esperar que fuera la hora de activación del traslador. El secretismo del mundo mágico a veces implicaba tener que acudir a lugares como ese. Por suerte la espera no duró mucho, y solo unos minutos más tarde el traslador empezó a brillar ligeramente, mientras casi una veintena de personas se apretujaban de maneras inverosímiles para conseguir poner un dedo sobre la pelota. Hubo algunos gritos, empujones y protestas, pero al final todos se quedaron quietos, aguantando la respiración, y desaparecieron de allí.
A partir de ahí todo fue rutinario para Bruce. Aparecieron en un claro de un bosque (cayendo unos encima de otros y causando más chillidos y enfados), repasaron sus nombres y les condujeron al campamento mientras les repetían las instrucciones básicas. El campamento en cuestión era bonito: estaba ubicado en un gran valle, bordeado por colinas coronadas por bosquecillos en todos sus lados menos al sur, donde había un lago de aguas tranquilas. El estadio, situado en el extremo norte, no era tan espectacular como Bruce se habría esperado después de ver los que se habían construido para los grandes eventos de los últimos años, pero era alto y circular, de color gris metálico y con gruesas columnas cuadradas cada pocos metros que le daban un aspecto imponente y severo. Caminos de tierra se entrecruzaban en una zona de acampada de césped muy verde, y a Bruce le pareció curioso encontrarse con postes colocados a intervalos regulares con carteles informativos en varios idiomas, con el mensaje: "¡Atención! La probabilidad de lluvia hoy es del 80%. Asegúrense de que su tienda es impermeable". Mientras miraba uno de los carteles vio como el porcentaje se cambiaba solo de 80 a 85, y levantó la mirada al cielo, que estaba completamente azul y despejado. Pero no se dejó engañar: llevaba ya una semana en Polonia, y había sido testigo de lo rápido que cambiaba el tiempo ahí.
No había muchas tiendas instaladas todavía, pero sí una enorme actividad bullendo en el campamento. Era el día del partido inaugural, y esa tarde iba a jugar la anfitriona Polonia contra Noruega, una de las favoritas al título. Iba a ser un encuentro emocionante, y mucha gente estaba llegando para poder presenciarlo. La mayoría se marcharía en los días siguientes, Bruce entre ellos, ya fuera porque no les interesaban los próximos partidos o porque tenían trabajo u otras cosas que hacer, pero el partido inaugural era el que concentraba más gente después de la final. No era de extrañar que el valle estuviera lleno de personas esforzándose en montar sus tiendas. Por suerte para Bruce, él ya había aprendido a hacerlo rápidamente, y además fue muy fácil encontrar su parcela porque el campamento estaba estrictamente organizado por el país de origen de los visitantes. La zona dedicada a Reino Unido, en la que Bruce se instaló, estaba bastante vacía todavía, y en las pocas tiendas que había ondeaban banderas escocesas. Ambas cosas eran de esperar: primero, porque Escocia era la única de las selecciones de Reino Unido que había llegado a la fase final de la Eurocopa; y segundo, porque Escocia no jugaría su primer partido hasta dentro de ocho días. Los pocos británicos que había allí debían ser o bien de la prensa o grandes aficionados al quidditch.
Montó su tienda rápida y efectivamente, y para cuando hubo terminado por fin prestó atención a su estómago, que rugía a modo de protesta. Y sin nada mejor que hacer se encaminó a la zona común más cercana, en busca de algo de comer. Ya tendría tiempo para explorar un poco luego; había visto gente haciendo actividades cerca del lago, lo que le había llamado la curiosidad, y se preguntaba cómo de fría debía estar el agua. Y hablando de agua… En el tiempo que había estado ocupado con la tienda, nubes blancas y esponjosas habían cubierto el cielo casi por completo. Como buen inglés, Bruce sabía que esas nubes no indicaban lluvia… pero los nubarrones grises que empezaban a asomar en el horizonte sí. El cartel informativo más cercano indicaba que la probabilidad de lluvia era del cien por cien.
Bueno, qué se le iba a hacer. Iba a tener que tener que armarse de paciencia para pasar unos cuantos días lluviosos.
El partido fue apasionante. También fue una victoria arrasadora de Noruega.
En un primer momento, a Bruce le había sorprendido enterarse de que la buscadora titular de Noruega era Anna Andersen, la joven chica con la que había coincidido meses atrás cuando había ido a jugar a Italia con los Maschere di Venezia. Sabía que era buena: había sido la que había conseguido atrapar por fin la snitch en ese larguísimo partido, pero ¿tanto como para ser una jugadora clave en la selección? Noruega no era un país muy grande, pero aún y así, era una de las grandes potencias en el quidditch. Y sin embargo, las dudas de Bruce se disiparon muy pronto al ver Andersen en acción. Como recordaba, era rápida como un rayo, pero no solo eso, sino que era excelente en los amagos: hacía uno tras otro, maniobras inesperadas e inverosímiles, en las que la buscadora de Polonia caía una vez tras otra, acabando confundida y desorientada al ver que la snitch no estaba. Podría no seguir a Anna, no arriesgarse a imitar sus inesperadas caídas y quiebros, habiendo visto que lo hacía simplemente para despistar… Pero, ¿y si por creer eso no la seguía cuando Andersen realmente encontrara la snitch? Era peligroso, y no podía arriesgarse a ello, de modo que la seguía constantemente y Andersen dominaba en ese aspecto con una facilidad casi insultante. Y eso influía en otras cosas: principalmente, que los bateadores de Polonia tenían que estar especialmente pendientes de su buscadora, que estaba concentrada en otra cosa, lo que dejaba el camino más despejado para los cazadores noruegos y planteaba poca oposición a los bateadores rivales. Noruega no era una selección que destacara por su habilidad goleadora, ya que precisamente los cazadores eran su punto más débil. Pero cuando Anna Andersen hacía todo el trabajo, eso daba igual.
Polonia lo intentó, y con muchísimas ganas. El público local le daba ese punto extra de energía, pero ni así fue suficiente. Se notó que Polonia era la anfitriona de la Eurocopa, y que se había ganado su entrada en la fase final por esa razón y no porque fuera uno de los mejores países del continente en la actualidad. Los jugadores le pusieron mucha pasión y entrega, que era lo que su público demandaba… Pero no bastó.
Fueron tres horas y catorce minutos de juego. El marcador iba 30 a 120 a favor de Noruega, cuando Anna Andersen hizo una brusca caída en picado desde las alturas, cayendo a una velocidad sorprendente hacia el suelo. La buscadora polaca la siguió, aunque su caída fue con un ángulo ligeramente más abierto… Lo que hizo que cuando unos segundos después llegó a la altura de Andersen ya fuera demasiado tarde. La joven ya había atrapado la snitch y le había dado la victoria a Noruega, lo que hizo que el fondo norte del estadio (donde se amontonaba la gente vestida con los colores y banderas de Noruega, pero también con los de Suecia y Dinamarca) explotara en exclamaciones y cánticos de júbilo. Las mascotas del equipo noruego (una docena de gnomos a los que habían enseñado a hacer acrobacias, aunque fueran extremadamente torpes) también se pusieron a chillar de alegría, y la mitad de ellos corrieron a formar una pirámide mientras los demás hacían volteretas y laterales por los suelos.
Bruce aplaudió el desenlace del partido, satisfecho. Había sido fantástico, y a pesar de la clara superioridad de Noruega, todo un espectáculo. Y aunque seguía sin entender la necesidad de las mascotas… Bueno, los gnomos acróbatas eran mejores que unos diricawls que se aparecían espontáneamente entre el público.
Se iba a quedar en el campamento el tiempo suficiente para ver el segundo partido de cuartos de final, que enfrentaría a Francia e Italia en lo que sería el encuentro más esperado de la Eurocopa. Las dos selecciones eran fuertes candidatas a ganar el título, y la única razón por la que se enfrentaban tan pronto era porque una lesión del cazador estrella de Italia en los últimos meses de la fase de clasificación les había hecho perder puntos. De lo contrario, Francia-Italia era un partido que podría haber sido la final perfectamente.
Pero eso no sería hasta el martes, de modo que hasta entonces, aprovechó para entretenerse en el campamento de la Eurocopa. Como se había imaginado, había muchas cosas por hacer. No había campamento infantil, pero pronto descubrió que en la orilla del lago se llevaban a cabo un montón de actividades: desde cosas muy muggles como paseos en kayak, voleibol o clases de natación, a una especie de quidditch acuático que se jugaba con una pelota especial que rebotaba sobre la superficie del agua.
Bruce se divirtió enormemente esos días. Además, pasaba relativamente desapercibido, así que nadie le agobiaba a preguntas. Hizo algunos amigos, y otra gente se le quedaba mirando con curiosidad, como si les sonara de algo, pero muy pocos fueron capaces de relacionarle con el quidditch.
—Tú eres el tipo de Armory, ¿verdad? El que también es jugador de quidditch—le dijo una mujer un día, cuando coincidieron comiendo en la misma mesa en la zona común.
—Yo a ti te conozco, pero no me acuerdo de como te llamas. Jugaste con los Maschere en octubre—le identificó un italiano, con una sonrisa un poco avergonzada.
Tuvo algunos encuentros más, pero nada relevante, y los días transcurrieron felizmente hasta que fue la hora del partido.
Francia e Italia jugaron durante cinco horas, y el encuentro fue muchísimo más igualado que el de Polonia y Noruega. Los dos países estaban a un nivel altísimo, con todos sus jugadores en su mejor momento, y fueron unas cinco horas espectaculares. Bruce disfrutó como un crío, y hasta se olvidó un poco de su cuaderno y de hacer anotaciones sobre jugadas reseñables, dedicándose solo a apreciar el momento. El punto más fuerte de Italia era la defensa, con dos bateadores excelentes y un guardián que hacía las paradas más imposibles; mientras tanto, los franceses destacaban por su velocidad y originalidad. Fue un partido fantástico… que acabó con una victoria de Italia muy ajustada, por tan solo veinte puntos de diferencia gracias a su buscador, que atrapó la snitch en una arriesgada maniobra antes de que Francia marcara suficientes goles como para asegurarse la victoria.
Aquella noche poca gente durmió en el campamento. Tanto los aficionados italianos como los franceses eran muy numerosos, y mientras que los primeros estuvieron de fiesta toda la velada, los segundos se encargaron de estropearla todo lo posible, torpedeando las celebraciones y hasta provocando enfrentamientos, que tuvieron que ser disueltos por agentes de seguridad. El ruido fue tal que todo el mundo se dio cuenta, por muy alejados que estuvieran de la zona del conflicto, y fue el centro de los cotilleos en el desayuno a la mañana siguiente.
Aunque había sido buena idea el separar las zonas del campamento por nacionalidades, había sido un enorme fallo el situar las zonas de Italia y Francia una al lado de la otra.
Viajó a Estados Unidos un día más tarde. Esa vez lo hizo en avión, para poder cumplir con las reglas de viajes transoceánicos, y aunque no era su método de viaje favorito ya sabía como iba, y se enfrentó a ello con paciencia. Además, en el avión le pusieron películas, que todavía le seguían produciendo mucha curiosidad, y el viaje se le pasó bastante rápido.
Aterrizó en Washington, y tras pasar los controles de seguridad del aeropuerto sin contratiempos, se encontró con una sonriente Lily, que le esperaba fuera sujetando un cartel con su nombre escrito con letras de colores. No pudo evitar sonreír nada más verla, y cuando la abrazó se dio cuenta de lo que la había echado de menos. Australia y Washington estaban muy lejos.
—¡Bruce! ¡Felicidades por todo! ¡Tendrás que contarme un montón de cosas! Vamos, vayamos a casa. Seguro que estás agotado. No me fío de esos aviones.
Se quedaría esa noche en casa de Lily, ya que su avión había llegado a una hora en la que el Congreso y sus sedes estaban cerradas y por lo tanto, viajar entre Estados por red flu era muy difícil. Al día siguiente iría a la granja de los Lane, donde ya estaba Jason y donde agradecerían su ayuda con los preparativos para la inminente boda. Lily, que todavía trabajaba, se les uniría el fin de semana y entonces podrían pasar todo el tiempo que quisieran juntos. De momento, esa noche sería una previa donde se podrían contar las novedades más importantes.
Aunque había visto fotos, nunca había estado en la casa de Lily en Washington. Era pequeña y acogedora, y pudo confirmar que, como Lily le había insistido siempre, el sofá era increíblemente cómodo. Las dos compañeras de piso de Lily, una joven china y otra argentina, se presentaron simpáticamente pero se excusaron pronto, retirándose a dormir mientras cuchicheaban entre risitas, dejándoles el salón para ellos solos.
—Les gustas porque eres un jugador de quidditch famoso—explicó Lily, poniendo los ojos en blanco mientras se acomodaba en la esquina del sofá opuesta a Bruce—. Hechizadas te ha seguido la pista hasta Australia y no han dejado de hablar de ti en todo el año, y hasta has salido algunas veces en la sección de deportes en el periódico cuando ganabais algo importante. Y en el último número de Hechizadas dijeron que había rumores de ruptura entre tú y esa chica del equipo, porque no se os había visto juntos desde el final de la Liga y nadie había dicho nada. ¿Qué hay de cierto, Bruce?
Había esperado que Lily tardara más en sacar el tema, pero por lo visto andaba escasa de cotilleos últimamente, porque quiso saberlo todo. Había muchas cosas que Bruce no le había contado por carta, porque era demasiado complejo como para expresarlo por escrito… Y ahora lo pagaba, porque Lily quería saber muchas cosas.
De modo que le resumió lo que había pasado con Danny, la oferta del equipo búlgaro, sus dudas y su decisión final. Y ya que estaba, también le explicó qué más había pasado con su madre, la reacción de su padre al enterarse y lo raro que le resultaba todo. Para cuando acabó de hablar, Bruce ya estaba agotado y muriéndose de sueño, pero Lily le sirvió café porque quería saber qué cotilleos se había perdido en la boda de Maureen y Adrian. Hablaron un poco más de aquello, y hasta consiguió aguantar despierto hasta que Lily le contó cómo le habían ido las cosas en los últimos meses tanto en el trabajo como en su vida social. Ella y Jason estaban perfectamente, y estaban pensando en mudarse juntos próximamente: la única razón por la que se estaban retrasando era porque iban a necesitar una chimenea conectada a la red flu interestatal sí o sí por cuestiones del trabajo de ambos, y conseguir todos los permisos era un proceso largo. Pero Lily estaba ilusionada, e inequívocamente feliz. Y eso bastaba para que Bruce lo estuviera también.
—…y entonces fue cuando la bludger de Robert le partió el brazo a Nash. Fue todo un alivio, la verdad, porque Nash era el que más daño nos estaba haciendo, y bueno, como te imaginarás los medimagos le atendieron rápido y al final no fue nada, pero al menos le cortó el ritmo que llevaba. Ahí remontamos un poco, y Gina marcó tres goles seguidos. Entonces llegamos a las cuatro horas, y Erika vio la snitch otra vez…—narraba Jason.
Bruce había llegado esa mañana a la granja de los Lane, donde había sido recibido entusiastamente por parte de la extensa familia. Todavía quedaban varios días para la boda, que se celebraría el domingo en los terrenos alrededor de la granja, pero había muchas tareas y preparativos que hacer, y los habitantes actuales del edificio estaban encantados de tener un par de manos y una varita extra dispuestos a ayudar, Jason el que más. No solo porque llevaba ya lo que debía ser una eternidad trabajando en unos preparativos que no se le daban del todo bien, sino porque ahora que Bruce estaba ahí, podía volver a hablar de quidditch sin que todos se hartaran de él. Había sido su primera temporada como capitán, y aunque en el TIAQ les había ido fatal, habían conseguido ser campeones de Liga en la última jornada en un épico partido contra los Fitchburg Finches, algo que no se cansaba de contar.
Así que tras saludar a la gente que había en casa (no eran muchos, a decir verdad. Después de todo, era una mañana de junio entre semana, y a excepción de los jugadores de quidditch y alguna que otra profesión curiosa, la mayoría de gente trabajaba), se había acabado quedando solo con Jason en el salón, encargados de hacer los arreglos florales a imitación del que Amelie había dejado preparado la noche anterior (que aunque no estuviera allí en esos momentos, llegaría a la granja a la hora de cenar, como gran parte de la familia). Y aunque las flores no fueran su especialidad, Bruce se lo estaba pasando de maravilla. La narración del partido de Jason era increíblemente detallada, y había echado de menos pasar tiempo con su amigo. Que los demás les dejaran tranquilos para que pudieran hablar de quidditch y todo lo que quisieran era lo que más le apetecía en ese momento.
—¿Y qué tal ha ido la convivencia? ¿Se ha notado mucho al final de temporada la marcha de Donald y Elizabeth? —preguntó Bruce, una vez que Jason llegó al épico final del partido.
—La verdad es que a ratos nos faltaba la figura paterna de Donald—reconoció Jason—. Sobre todo cuando perdíamos algún partido y nadie estaba de muy buen humor… El más mayor del equipo es Robert, y como ya sabes, no es muy paternal que digamos. Respecto a Elizabeth, supongo que más de lo mismo, nos ha faltado un poco de ese cariño incondicional, aunque tendrías que conocer a Isabella, es muy sensible para ser una bateadora. Pero bueno, en cuanto a marchas que se hayan notado, la tuya gana por goleada. Contigo, ganar la Liga el año pasado fue un juego de niños. Este año nos ha costado muchísimo, y encontrar la manera de jugar sin ti… Bueno, ha hecho falta mucho aprendizaje.
Bruce se sintió un poco culpable por aquello, aunque se recordó que el quidditch iba así, y que las idas y venidas entre equipos eran normales. Él no tenía nada que ver con cómo los Minotaurs se las arreglaban para encontrarle un reemplazo.
—Nosotros también tuvimos algunos problemas—comentó Bruce—. Se nos lesionó Marlene durante dos meses, y tuvimos que sustituirla como pudimos.
—Cierto, me hablaste sobre eso. ¿No fue cuando te hicieron cazador líder? ¿Cómo fue eso? —entonces, Jason miró hacia el manojo de flores que tenía en la mano y soltó una maldición—Mierda, ya he vuelto a pasarme de flores blancas en este ramo.
Siguieron hablando de quidditch y cosas varias hasta la hora de la comida, en la que todos se reunieron alrededor de la mesa. Para ser una comida de un día normal, la verdad era que eran bastantes a la mesa. Aparte de los abuelos Pauline y Fred, y la tía abuela Rose, acompañando a Bruce y Jason también estaba el primo Rudy. Rudy, que era zoólogo y normalmente estaba viajando por el mundo en algún trabajo de investigación, llevaba ahora dos sorprendentes meses asentado en la granja; según le contó a Bruce, sus viajes dependían de las misiones que le encargaba el Departamento de Trato de Criaturas Mágicas de la Sede de Missouri, y ahora el Departamento estaba trabajando en conseguir más financiación del Congreso, para lo cual necesitaban a sus zoólogos en el país elaborando informes. Era un trabajo que no le gustaba demasiado a Rudy, que prefería estar siempre moviéndose y no en una oficina, pero al menos era algo que podía hacer desde casa, con lo que podía pasar tiempo con una familia a la que solía ver muy poco y ayudar con la boda.
Y si ya era raro que Rudy estuviera en la granja, todavía más sorprendente era que Cleo también estuviera presente. Y además no estaba sola, ya que su novio, pareja, amigo especial o lo que fuera (Cleo solo le había presentado por su nombre, así que Bruce no se atrevió a preguntar más), el teniente noruego Ralf Magnussen, la acompañaba. Lo último que sabía de Cleo era que estaba en Afganistán con el ejército, trabajando para ayudar en la guerra, y no se había esperado que lo dejara. Pero Cleo le explicó durante la comida como habían llegado a aquella situación:
—Durante una de las últimas incursiones que partieron de nuestro campamento, las cosas fueron fatal. No murió nadie del equipo, por suerte, pero hubo una serie de explosiones que causaron lesiones graves a muchos compañeros, Ralf entre ellos. A cambio, no se consiguió nada, ni siquiera información. Y empecé a pensar… ¿qué estábamos haciendo? Llevábamos meses sin conseguir nada. Ni atrapar a nadie, ni conseguir pistas, ni nada. Incluso las montañas de nuestra zona parecían desiertas. Solo estábamos allí, consumiendo recursos, y encima arriesgando las vidas de los nuestros para hacer investigaciones inútiles en lugares donde lo único que había eran trampas. Nuestra presencia allí era ya completamente innecesaria. Recolocando a los afganos en otro lugar en el que pudieran aplicar su experiencia podría ser útil, pero los extranjeros no servíamos para nada. Así que tras pensar durante un tiempo en eso… Bueno, acabamos estando de acuerdo en que no queríamos ser una carga inútil, así que presentamos nuestras renuncias y nos fuimos. Ahora estamos aquí, un poco decidiendo qué queremos del futuro.
Ralf hablaba poco. Como Cleo había dicho, había resultado herido en la última incursión que había hecho. Sus heridas no habían sido demasiado graves, pero tenía una gran mancha roja en la parte izquierda de su cara, marcas de una quemadura importante curándose; gran parte del costado izquierdo de su cuerpo estaba igual, e incluso tenía el brazo y unos dedos vendados. Seguía siendo un tipo indudablemente atractivo a pesar de eso, y si bien cuando tenía que hablar era educado y directo, parecía bastante cohibido. La única otra persona noruega que Bruce conocía era Anna Andersen, y la verdad era que también tenía aquella actitud educada y poco habladora. Sin embargo, en cuanto a Andersen le daban un tema de conversación que le interesara era simpática; Bruce suponía que Ralf Magnussen sería igual si le daban un ambiente en el que se sintiera un poco más relajado. Seguro que conocer a la enorme familia de su novia no era algo con lo que Magnussen se sintiera muy cómodo, por mucho que fuera un importante teniente del ejército noruego.
Aquella tarde, los jóvenes se encargaron de adecentar las habitaciones del último piso, las que siempre estaban cerradas porque se usaban en muy pocas ocasiones. Pero parte de la familia de Peter, el futuro marido de Amelie, iba a pasar ahí el fin de semana, así que necesitaban todas las habitaciones posibles.
—Lo que te he contado antes no es toda la verdad—dijo de la nada Cleo.
Bruce se sorprendió al oír eso, aunque no demasiado. Conocía lo suficiente a Cleo como para que muy pocas cosas que hiciera o dijera pudieran sorprenderle. Llevaban los dos un minuto solos en esa habitación, y Cleo se había puesto a limpiar los cristales de las ventanas mientras Bruce barría. Afuera, en la habitación contigua, se oía a Rudy y Ralf reír mientras Jason contaba alguna anécdota de cuando eran críos.
—¿Por qué? —preguntó Bruce.
—Porque esa es la versión para mis abuelos, para que no se preocupen de más. Lo que falta de la historia es que… Bueno, yo no estaba en esa misión en la que Ralf acabó herido. No por alguna razón en especial, simplemente es que en las misiones no va todo el mundo del campamento y en esa me tocó quedarme. Iba a ser una incursión de una semana, nada especialmente peligroso. Llevábamos meses sin que pasara nada relevante. Pero no volvieron pasada una semana. No era muy preocupante, pero cuando llegamos a los diez días sin que hubiera noticias suyas, todos nos empezamos a preocupar. Se mandó un escuadrón de recuperación a la zona a la que habían ido, porque nos temíamos lo peor… Se suponía que no era una incursión peligrosa; tendría que haberles pasado algo para no volver. Saber que tenía que haberles pasado algo malo, que puede que todos, incluido Ralf, podían estar muertos… Fue horrible, Bruce. ¿Y adivina qué? Lo empeoró todo el que se me retrasó la menstruación. Ralf y yo siempre usamos protección, pero a veces incluso las cosas más seguras fallan… Y un retraso de dos semanas era muy preocupante. Fue… no puedo ni describirlo ahora. Pensar que Ralf podía estar muerto y yo embarazada, y que tendría que hacerme cargo de un hijo sin él… Era incapaz de hacer nada, era solo un manojo de nervios. Estaba tan desesperada…—Cleo respiró profundamente, como si al contarle aquello hubiera vuelto a revivirlo y necesitara calmarse—Por suerte, a los dieciséis días volvieron todos. Los de la primera incursión y los de recuperación. Se habían quedado atrapados en una cueva por culpa de una trampa, y estaban malheridos y desnutridos, pero vivos. Ralf estaba bien… y yo no estaba embarazada, como descubrí esa misma tarde. Había sido una falsa alarma. Todo estaba bien… Pero me había dado cuenta de que no era capaz de volver a pasar por algo así. Todas esas dudas e incertidumbre, para nada. Lo hablé con Ralf, y bueno, eso se juntó con lo que ya he explicado en la comida. No veía ningún sentido en seguir ahí, así que decidimos irnos. Ahora estamos aquí por la boda, pero puede que nos mudemos a Chicago, o tal vez probemos Noruega por un tiempo… Lo que está claro es que no quiero más guerras.
Bruce asintió, comprendiendo. Cuando a veces creía que tenía grandes problemas… Tenía que recordar que había cosas peores a las que enfrentarse.
Amelie y Peter tuvieron una boda sencilla y bonita. No hubo demasiados invitados: prácticamente la mitad pertenecían a la familia Lane, y los familiares de Peter y unos cuantos amigos de la pareja fueron la otra mitad. Bruce disfrutó de reencontrarse con todos los primos de Jason, y tuvo que contar historias sobre Australia tantas veces que apenas pudo enterarse de las novedades de los demás. Pero lo pasó bien, se emborrachó, compartió cotilleos con Lily y Jason, fue simpático con la familia de Peter e ignoró sutilmente los intentos de flirteo de un par de damas de honor. Estaba soltero, sí, pero la ruptura con Danny todavía le parecía muy reciente, y estaba en un momento de su vida en el que no estaba preparado para lidiar con mujeres.
¡Hola otra vez!
Me gusta este capítulo porque hay un poco de todo: Bruce reencontrándose con gente de su pasado, un momento emotivo con su padre, turismo por el extranjero, acción en el campamento de quidditch, la granja de los Lane, los problemas de Cleo (esta chica siempre parece tener una vida difícil, aunque parece que por fin ha decidido tomarse las cosas con más calma)... Vamos, en general, Bruce está aprovechando sus merecidas vacaciones, y aun nos queda un poquito más de esto antes de dirigirnos a Bulgaria.
No tengo nada más que decir, excepto como siempre, gracias por seguir leyendo. ¡Ya sabéis cómo dejar un review aquí abajo si os apetece!
¡Hasta la próxima!
