Todo lo que reconozcáis (y más) pertenece a J.K. Rowling. El resto ya es cosa de mi imaginación.
77. Eurocopa
Aprovechó los días posteriores a la boda para reunirse con algunos de sus viejos compañeros estadounidenses. Pasó un día entero con Amanda, quien insistió en que le revelara por qué equipo nuevo había fichado, aunque Bruce se negó a contárselo. Estuvo durante una larga tarde bebiendo cervezas con Alex, Fiona, Robert, Jason y Austin, donde no pararon de reír a carcajadas recordando anécdotas y grandes momentos, tanto de aquella última temporada como de las que habían pasado todos juntos; al salir del pub en la Avenida Cero se les echaron encima los periodistas en tal cantidad que sorprendió a Bruce. Nunca había habido tantos cuando vivía en Nueva York.
—Este año los Minotaurs han sido el equipo más famoso de todo Estados Unidos, y la prensa nos ha perseguido más que nunca. Consecuencias de haber llegado a la final del TIAQ el año pasado. ¡Qué irónico es que llegáramos ahí en gran medida gracias a ti y no hayas estado aquí esta temporada para vivirlo! Y bueno, además tienes que tener en cuenta que es verano y están desesperados por conseguir alguna noticia deportiva interesante. El mítico Bruce Vaisey reuniéndose en Nueva York con un puñado de excompañeros de los Minotaurs, cuando todavía no hay noticias de que hayas renovado con los Warriors… Es más que llamativo—le explicó Alex.
Efectivamente, Alex tuvo razón, porque cuando al día siguiente Bruce cogió un periódico encontró la sección deportiva encabezada por el titular "¿ESTÁ BRUCE VAISEY PENSANDO EN VOLVER A LOS MINOTAURS?". Lo acompañaba una foto del grupo saliendo entre risas del pub, y la noticia elaboraba en sus supuestas desavenencias con Marlene y otros miembros de los Warriors, su más que posible ruptura con Danny y la falta de noticias respecto a su continuidad en el equipo.
—¿Son los rumores ciertos? ¿Estás considerando volver a Estados Unidos? —le preguntó un poco más tarde Clark Hawthorne.
Bruce se encogió de hombros antes de responder, y le dio un bocado a su hamburguesa para perder un poco más de tiempo. Clark Hawthorne había sido su periodista favorito mientras estaba en Estados Unidos, por su rigor y atención al detalle, así que había accedido a su petición de una entrevista a cambio de que le invitara a comer en su hamburguesería preferida.
—No realmente. Lo de ayer fue una reunión con viejos amigos, no un plan para volver a jugar en los Minotaurs.
—¿Así que estás bien en los Wollongong Warriors? ¿Por qué entonces no has renovado aún con ellos?
Bruce se movió en su asiento, un poco incómodo. Si bien Hawthorne era su favorito, eso no quitaba que también hiciera preguntas peligrosas a las que no sabía muy bien cómo contestar para no dar demasiados detalles. En ese momento deseó haber aceptado la oferta de Malcolm Baddock y haberle hecho su representante. Le habría ido muy bien tener a alguien que le aconsejara qué decir.
—Esas cosas llevan su tiempo—contestó finalmente—. Hay que evaluar todas las posibilidades con cuidado antes de firmar.
—¿Lo que quiere decir que estás considerando otras posibilidades aparte de renovar?
Dudó de nuevo. No podía decir que había firmado por los Vultures, pero no había nada que le prohibiera decir que no seguiría con los Warriors, ¿verdad?
—Sí, claro. Siempre estoy abierto a cambiar de aires.
Probablemente aquellas palabras abrirían la sección deportiva del Oracle al día siguiente y darían la vuelta al mundo en los próximos días, y serían especialmente llamativas en Australia, pero a Bruce le daba igual. No volvería a hablar con otro periodista al menos hasta que acabara la Eurocopa, así que las teorías y rumores que ocuparan las portadas no le importaban en absoluto. Él no diría una palabra más.
Eso sí, por fin cedió y le escribió a Malcolm Baddock diciéndole que quería probar eso de que fuera su representante. Podría ayudarle en muchas cosas… entre ellas, a no meter la pata cuando hablara oficialmente.
Pasó alguna tarde más con Lily, que le mostró la noticia de que Ginny Weasley por fin había dado a luz al primogénito de Harry Potter. Había salido hasta en los periódicos estadounidenses, lo que daba fe de lo importante que era Potter en el mundo. Había sido un niño, sano y, según decían los testigos, con el mismo pelo negro revuelto de su padre. Lo habían llamado James, y Bruce bufó al enterarse. Aquella poca originalidad y dramatismo tenían que ser obra de Harry Potter. Seguro que si tenían una niña la llamarían Lily. Se preguntó qué opinaría Ginny al respecto.
Y tras haberse reunido con todos los amigos que estaban disponibles, por fin fue hora de ir a la reserva mágica. Era el dos de julio, y hacía dos días que Imala había vuelto a casa del Instituto. A Bruce le había parecido que tenía que dejarle al menos eso para poder pasar tiempo con su padre y con los suyos antes de llevársela a la Eurocopa.
Le decepcionó un poco descubrir que cuando llegó, Imala y su padre ya estaban esperándole en el edificio de Vigilancia, pues siempre le gustaba darse un breve paseo por la reserva y ver cómo iba todo, pero no tenían tiempo que perder si querían cumplir con los horarios de los trasladores. Pero eso rápidamente le dio igual cuando se reencontró con Imala: la niña había crecido al menos medio palmo más desde Navidad y era todo brazos y piernas. Suponía que eso terminaría pronto, porque solo le quedaban unos meses para cumplir los trece años. Pero le abrazó con fuerza y le sonrió alegremente como había hecho desde que la conocía, y se puso a parlotear de inmediato sobre la ilusión que le hacía ir a la Eurocopa. Hasta les costó que estuviera callada el suficiente tiempo como para que Bruce pudiera despedirse de su padre y, como siempre, asegurarle que Imala estaría a salvo con él.
—He estado leyendo mucho sobre Polonia en los últimos meses, ¿sabes? —le contó Imala mientras viajaban de un lugar para otro, atravesando Sedes y salas de espera—Tuve que ir a la Biblioteca Grande, porque en la Pequeña no hay nada que no sea específico del currículum de los primeros cursos, y estaba llena de chicos mayores y me miraban raro por estar ahí… ¡Pero Caroline me ayudó y aprendí muchas cosas! ¿Sabías que en el último siglo han estado en guerra con magos alemanes y rusos a la vez? ¡Y consiguieron que los gigantes les ayudaran gracias a un líder semigigante!
Imala siguió hablando mientras Bruce escuchaba con curiosidad. Las cosas en el Instituto eran muy diferentes de Hogwarts. Imala lo había aprobado todo con buenas notas, especialmente en Transformaciones, aunque en Estudio de las Artes Oscuras le había ido regular. Había hecho varias amigas, sobre todo entre la División Púrpura (donde su mejor amiga Yolanda era también compañera de habitación), pero también había algunas de otras Divisiones, como la mencionada Caroline, que era una Azul. No hablaba con muchos chicos, porque la mayoría le parecían muy raros, pero sí que pasaba bastante tiempo con Luke y a veces con sus amigos de la División Rojo. Los Naranja habían ganado la Copa de Quidditch, y era la primera vez desde 1990 y estaban eufóricos; aunque los Negro habían ganado la Copa de Quodpot por segundo año consecutivo y a los estudiantes de otras Divisiones no les hacía mucha gracia. Los Azules habían ganado la Liga de gobstones, pero a nadie le importaba. La profesora de Duendigonza estaba embarazada del profesor de varias materias de Estudios Muggles, y los alumnos hacían apuestas sobre si sería niño o niña porque dos profesores de Adivinación habían hecho predicciones opuestas. Estaba aprendiendo inglés sin amuletos de traducción en unas clases especiales, porque a veces daba problemas con los textos más antiguos y los dialectos más cerrados y quería aprender a no depender de ellos…
—Esta no es la bandera de Polonia—notó entonces Imala.
Bruce sonrió. Hacía solo un par de minutos que su último traslador les había dejado en el Ministerio de Magia final, y solo habían tenido que salir al pasillo y andar un poco hacia la salida para que Imala se diera cuenta de que no estaban en Polonia. Tenía una sorpresa.
—No. Estamos en Suecia—dijo Bruce.
—¿Suecia? —repitió con lentitud Imala, frunciendo el ceño, como si se estuviera esforzando mucho por recordar dónde estaba eso en el mapa—¿Eso es el centro de Europa?
—Me parece que te confundes con Suiza—rio Bruce—, pero no te preocupes, es normal. Suecia está al norte.
—¿Y qué estamos haciendo en Suecia? ¿No íbamos a Polonia?
—Pronto. Primero vamos a ver algo aquí que puede que te interese.
—¿El qué? —Imala le miró con unos ojos que reflejaban una enorme curiosidad. Sabía que había llamado la atención de su sed de conocimiento.
—¿Te he hablado alguna vez de las carreras de escobas?
La carrera anual de escobas de Suecia se celebraba ese domingo por la mañana. El domingo por la tarde se jugaba en Polonia la primera semifinal de la Eurocopa, partido en el que participaba la vecina Noruega, y los organizadores, sabiendo que aquello les podía quitar muchos espectadores, se las habían arreglado para poner trasladores directos desde Arjeplog, donde acababa la carrera, al campamento de la Eurocopa. Eso le había parecido tan conveniente a Bruce al enterarse que no había podido evitar comprar entradas de visitante para la carrera. Ya volvería a competir otro año; ese, ya que Imala estaba ahí, lo iba a dedicar a disfrutar todo lo que rodeaba a la carrera.
Pero primero pasaron un día visitando Estocolmo, recorriendo las diferentes islas que formaban la capital, yendo de un lado a otro en barco, paseando por entre calles elegantes llenas de tiendas o museos, y perdiéndose entre los callejones empedrados de la isla de la ciudad vieja. Bruce disfrutó de la visita como si fuera la primera vez, pero Imala estaba fascinada. Después de todo, era la primera ciudad europea que visitaba, los primeros edificios que veía que tenían siglos y siglos de antigüedad. Estaba encantada, e insistió en comprarse camisetas, imanes, gorras y bolas de nieve de recuerdo. Había sido una buena idea pasar un día en la ciudad.
Y el domingo cogieron un traslador que les dejó a las afueras de Kopparberg, el punto de inicio de la carrera. El día era, por suerte, agradable y soleado aunque no demasiado caluroso. Una multitud se estaba congregando ya por ahí, y mientras grupos de gente saludándose se iban formando, muchos otros también se movían hacia las hileras de casetas de madera. Unos cuantos jóvenes vestidos de azul y amarillo iban repitiendo en varios idiomas que los corredores debían ir a la izquierda, los espectadores a la derecha, así que Bruce e Imala se dirigieron a una de estas últimas e hicieron una corta cola hasta que una simpática joven les registró y les entregó tarjetas indicativas que se colgaron al cuello, un mapa y un folleto informativo.
No había gran cosa que hacer antes del inicio de la carrera, que sería en apenas una hora. Había unas pocas casetas de comida y bebida, donde se compraron un par de refrescos, pero lo más importante que había que hacer era encontrar un buen asiento en las gradas para ver la salida.
Había cinco enormes gradas, cada una con capacidad para miles de personas y estructuras que solo podían sostenerse gracias a la magia. La central, la más grande, estaba ya prácticamente llena, pero Bruce e Imala encontraron un par de asientos bastante céntricos y altos en la primera grada lateral. De ahí tenían una vista estupenda de la gran explanada frente a ellos, donde los quinientos corredores hablaban y calentaban en círculos, con las escobas al hombro o en el suelo frente a ellos. Bruce fue señalándole a Imala aquellas personas importantes que veía: allí estaba González, el famoso jugador de los Sweetwater All-Stars que era un fijo en la carrera; varios corredores de carreras conocidos, entre ellos Ada Nielsen, que había ganado la carrera de Suecia más veces que nadie… La explanada estaba llena, y en cuanto quedaron cinco minutos para la salida, todos se elevaron en el aire y empezaron a pelearse por coger buenas posiciones de partida, con algunos llegando a alzarse casi un centenar de metros para alejarse del tumulto que se agolpaba más abajo. Estuvieron ahí, revoloteando, hasta que empezó la cuenta atrás y todo el mundo empezó a gritar los números… Y cuando llegaron al cero, los corredores salieron disparados entre atronadores aplausos, gritos y ovaciones, que se alargaron durante unos segundos más. En cuanto se empezaron a silenciar, con incluso los corredores más retrasados convertidos en manchitas oscuras entre la espesura del bosque y las montañas, la gente comenzó a ponerse en pie.
—¿Ya está? ¿Esto es todo? —preguntó Imala, sorprendida.
—La primera parte sí. Ahora toca esperar—dijo Bruce levantándose, dispuesto a seguir a la gente.
Tras bajar las gradas la mayoría se desaparecían, pero Bruce e Imala se unieron a la cola para coger los trasladores hasta la meta; había unos mil kilómetros de distancia, y entre eso y que Bruce no estaba del todo seguro de dónde debía aparecerse, le pareció lo más sensato.
En el otro extremo del recorrido, en Arjeplog (o más bien, en un valle a las afueras del pueblo), se había montado lo que a Bruce le recordó los mercadillos navideños muggles que había visitado alguna vez de niño. Había un montón de casetas de madera, dispuestas como si fueran un pequeño pueblo alrededor de una plaza central. En las casetas se vendía de todo: cerveza y sidra principalmente, pero también dulces típicos suecos, chucherías, menús caseros completos, hamburguesas y perritos calientes, zumos de mil sabores, juguetes encantados, hierbas exóticas, pociones y remedios, ropa y elementos decorativos hechos a mano, un montón de parafernalia con el logo de la carrera de escobas estampado… Y en el centro de la plaza, en lugar de haber un árbol de navidad, había un escenario con un poste altísimo en el centro, en la cima del cual había una especie de pantallas que mostraban en directo imágenes de los puntos más importantes del recorrido de la carrera.
—Oooh—dijo Imala al verlo todo. Los ojos le brillaban como si todo aquello fuera lo mejor del mundo—. ¿Puedo comprarme otro rollito de canela?
Compraron rollitos de canela, que al parecer eran un clásico dulce sueco y que se habían convertido rápidamente en los favoritos de Imala, y muchas más cosas. Tenían al menos cinco horas hasta que los primeros corredores empezaran a llegar; era mucho tiempo.
En el escenario se llevaban a cabo actividades constantemente para entretener a la gente, ya fueran concursos, sorteos, obras teatrales o lo que fuera, intercalado con momentos en los que un comentarista escondido en algún lugar llamaba la atención a algo que pasaba en las pantallas: normalmente, un encontronazo de un corredor con un dragón, o un adelantamiento sorpresa, o algún choque de escobas. Las pantallas mostraban escenarios fijos, así que en realidad era muy poco lo que se podía ver de la carrera… Aunque eso era lo de menos. La gente acudía allí a tener una excusa para pasárselo bien, y la carrera en sí era secundaria. La carrera solo le importaba a los que la corrían.
Pero cuando se acercaron a las cinco horas de carrera, la gente se apresuró a coger buen sitio en las gradas que había justo al lado del mercadillo. Igual que en la salida, había cinco gradas enormes formando un semicírculo alrededor de una explanada, pero esta estaba llena de mesas en las que se sentarían los corredores, que llegarían por el extremo opuesto a las gradas. Una gruesa línea de color azul y amarillo en el suelo marcaba la meta, ahí donde se abrían los altos árboles. Un zumbido de expectación llenó las gradas cuando se anunció que los primeros corredores habían pasado ya el último punto de control y estaban a punto de llegar.
Y así fue. Solo unos minutos más tarde tres figuras aparecieron tras una colina a toda velocidad, y entre los vítores de los espectadores se fueron acercando a la meta. La cruzaron los tres tan juntos que hubo que esperar unos segundos hasta que el comentarista anunció el ganador:
—¡Y este año gana la carrera…otra vez, cómo no, Ada Nielsen!
Completaron el día viendo la primera semifinal de la Eurocopa, que enfrentó a Noruega e Italia. El traslador que les llevó de Suecia al campamento en Polonia les dejó con tiempo de sobras, así que pudieron encontrarse antes del partido con Elizabeth, Donald y Luke (que habían llegado el día anterior) y buscar buenos asientos todos juntos. Imala le contó a Luke con emoción lo que había vivido en la carrera de escobas, y el chico le pidió de inmediato a Elizabeth ir allí al año siguiente.
—Oh, bueno, en estas fechas el año que viene se juega el Torneo Oceanía en Australia. Supongo que no te llama tanto la atención—le respondió divertida Elizabeth.
Luke refunfuñó algo sobre como los magos tenían la manía de planificar todas las cosas interesantes a la vez, pero dejó el tema y siguió hablando con Imala.
El partido fue espectacular. Noruega acabó ganando gracias a la captura de la snitch de Anna Andersen, aunque en los goles ambos equipos estuvieron muy igualados a lo largo del partido. Ninguno de los dos consiguió una distancia mayor a los cincuenta puntos en las seis largas horas de juego, así que estaba muy claro que todo se iba a decidir con la snitch… Y ahí, Andersen demostró ser imparable.
Tras el partido las celebraciones de Noruega fueron por todo lo alto, con medio campamento convertido en una enorme fiesta. Bruce se quedó a disfrutarla un poco, aunque Donald y Elizabeth se disculparon para volver a su tienda. Por lo visto, se habían traído al pequeño Marvin (que aún no había cumplido los dos años) con ellos, y aunque su elfo doméstico podía cuidarle tan bien como sus padres, ya era hora de volver con él.
—Y tú, Luke, a las doce en punto en la tienda—le advirtió Donald—. Ni un minuto tarde, o mañana no sales. Y no te despegues de Imala, y déjala en su tienda antes de volver.
Bruce le dio unas instrucciones similares a Imala, y los dos adolescentes asintieron efusivamente antes de esfumarse. Él aprovechó el par de horas libres que le quedaron para beber un poco y hacer amigos en las zonas comunes, comentando el partido y qué podría pasar en la siguiente semifinal. Conoció a un grupo de escoceses de unos cuarenta años, muy borrachos y muy seguros de que su equipo ganaría la Eurocopa, y a unos españoles no mucho más mayores que él extrañamente pesimistas y que no se explicaban cómo su equipo había llegado tan lejos jugando tan mal.
Volvió a su tienda un rato antes de las doce, y quedaban cinco minutos para medianoche cuando oyó pisadas en el exterior, seguidas por las voces de Imala y Luke despidiéndose. La chica entró inmediatamente, y se quedó un poco sorprendida al ver a Bruce bebiendo agua tranquilamente en el sofá.
—No sabía que estarías despierto aún—dijo ella.
Bruce contuvo una risa. Típico de los adolescentes, imaginarse que los adultos no tenían una vida cuando ellos no estaban.
—Estaba vigilando que llegaras a la hora. ¿Habéis hecho algo interesante?
—Nos hemos metido en la zona del campamento de Dinamarca. Estaban haciendo unos bailes regionales muy raros y celebrando que habían ganado la carrera de escobas. ¡Y hemos conocido a un grupo de chicos belgas que estudia en Beauxbatons! Y creo que Luke se ha enamorado.
Los días entre un partido y otro pasaron con tranquilidad en el campamento. Dejó que Imala fuera por libre junto a Luke mientras él pasaba tiempo a solas o con Donald, Elizabeth y Marvin, aunque todos se reunían para las comidas. Los chicos, en efecto, se hicieron amigos de un grupito de belgas de su edad, entre los cuales había una chica muy mona que no se daba cuenta en absoluto de los increíblemente torpes intentos de Luke de ligar con ella. A Elizabeth y Donald les parecía adorable, Bruce lo encontraba divertido e Imala parecía muy fastidiada de que su amigo se pusiera todo el rato en ridículo para no conseguir nada. Entretanto, Bruce aprovechó para que Elizabeth le contara qué tal le había ido ese primer año retirada, y que ella y Donald le explicaran qué planes tenían para el futuro.
—Yo también estoy pensando en retirarme pronto—confesó Donald—. Tengo ya treinta y cuatro años. Los bateadores podemos durar más, pero ya no soy lo que era antes… Tal vez al final de esta temporada, o puede que a la próxima. Creo que dependerá de si tengo alguna lesión importante y cómo se desarrollen las cosas.
—Y yo no he estado dedicándome todo el tiempo a ser una ama de casa—explicó Elizabeth—. Es decir, sí que lo he sido y he estado cuidando de Marvin, pero he tenido ayuda. Y estar todo el día encerrada en casa sin hacer nada más que limpiar y cocinar no es lo mío. Necesito hacer algo más. Así que he estado investigando. Resulta que, según he descubierto, hay más niños en la situación en la que estaba Luke antes de que se viniera a vivir con nosotros de lo que te puedes imaginar. Son niños magos, pero que por alguna razón u otra han acabado viviendo en orfanatos muggles sin tener ni idea de sus habilidades… Y además de no tener padres, habitualmente acaban siendo marginados y atacados por los otros niños por ser bichos raros. Y si esto pasa en Estados Unidos, que es un país desarrollado, imagínate como es en las regiones más pobres de África o Asia. Y no hay nadie en ningún gobierno mágico encargado de buscar y ayudar a estos niños fuera del sistema… Y me parece algo horrible. Bruce, sé que no puedo ayudar a todo el mundo, pero no me parece justo que estos niños crezcan sin padres y además en un ambiente hostil, sin saber que son magos. Me he estado asesorando, y creo que he encontrado algo que puedo hacer.
—¿Quieres crear un orfanato para niños magos?
—Un orfanato es un lugar deprimente. Yo no quiero eso. Quiero que los niños se sientan cómodos y seguros. Sería más una casa de acogida. Pero sí, esa vendría a ser la idea. Aunque necesitaríamos gente y recursos. Este no es un trabajo para una persona, ni para dos. Tendríamos que convencer a mucha gente, y aunque tenemos dinero, mantener el proyecto a largo plazo será muchísimo más…
—Me parece una idea genial, Elizabeth. Si queréis apoyos, contad conmigo. Y si necesitáis donaciones, yo me apunto para hacerlo todas las veces que haga falta.
Elizabeth y Donald le sonrieron, agradecidos, y Bruce supo que estaban haciendo lo correcto. Como había dicho, no podían ayudar a todo el mundo, pero si eran capaces de cambiar la vida de alguien más como habían hecho con Luke, ya valdría la pena.
Bruce se había perdido el partido de cuartos de final de Escocia contra Austria, lo cual había sido una lástima porque había oído que había sido una victoria arrasadora de Escocia. El otro partido de cuartos que no había visto había enfrentado a España y Letonia y había estado mucho más ajustado en el apartado de goles, ya que ambos países tenían unos cazadores espectaculares (el trío español era impresionante, mientras que Letonia tenía a un cazador que mucha gente consideraba el mejor de Europa), pero España había acabado pasando gracia a una captura afortunada de la snitch. Ahora había que ver si Escocia sería capaz de contener el potencial goleador de España lo suficiente para poder ganar.
—El quidditch es mucho mejor que las carreras de escobas—dictaminó Imala a los diez minutos de partido, cuando España marcó un vistoso segundo gol—. Aquí al menos puedes ver qué pasa.
Como era de esperar, España lideró el marcador desde el primer momento, con sus cazadores poniendo al límite a la defensa escocesa. Escocia lo estaba haciendo bien, obstaculizando las jugadas españolas siempre que podían y frustrando sus planes, y aprovechando las distracciones para marcar ellos y que no se alejaran demasiado en los puntos. Eso fue hasta que el guardián escocés quedó fuera de juego momentáneamente por una bludger muy certera de un bateador español: volvió al partido de inmediato, pero se notaba que tenía el hombro dolorido y no en las mejores condiciones… Lo que causó que dejara pasar quaffles que en otras circunstancias habría atrapado sin problemas. Y eso fue el fin. España aprovechó el momento, y se hinchó a marcar goles desde largas distancias. Cuando consiguieron pasar los doscientos cincuenta puntos de diferencia y subiendo, al filo de las tres horas de partido, se vio que aquello ya estaba decidido. Escocia no podría remontar aquello de ninguna forma, y lo único que les quedaba era atrapar la snitch para poder acabar con dignidad… Que fue lo que acabó pasando, a las tres horas y media de partido.
Curiosamente, pese al excelente equipo que tenían los españoles y los buenos partidos que habían hecho en la fase previa de la Eurocopa (y que un equipo español, los Hispalis Harpoons, hubiera ganado la Liga de Campeones en mayo), había muchos españoles que estaban convencidos de que su equipo era un desastre, que no iban a ganar nada y que estaban en la Eurocopa casi por casualidad. Eran extrañamente pesimistas respecto a sus posibilidades… Aunque a la hora de celebrar, nadie lo hacía mejor que ellos. Pesimismo justificado o no, eran los reyes de las fiestas de victoria. No fue ninguna sorpresa que casi nadie en el campamento pegara ojo aquella noche; y los pocos que lo hicieron, despertaron a la mañana siguiente sorprendiéndose al encontrar a los españoles todavía en pie, desayunando alegremente en las zonas comunes. Bruce no entendía qué misteriosa fuerza les impulsaba a tener horarios tan peculiares… Pero no sería mala idea intentar averiguarlo en unas próximas vacaciones.
La semana entre la última semifinal y la final se pasó volando, tanto literal como figuradamente. Los partidos amistosos de quidditch sobre agua se habían convertido en la mayor atracción del campamento, y hasta cuando jugaban niños atraían la atención de varios cientos de personas. Bruce también aprendió bastante bien a ir en kayak, que le gustó más de lo esperado. Imala le mostró los avances que había hecho aprendiendo inglés, una vez que superó la vergüenza que le daba que la escucharan sin el amuleto de traducción, y se sorprendió de ver lo mucho que había aprendido en menos de un año. Jason y Lily llegaron al campamento dos días antes de la final (aunque Lily no tenía ningún interés en ver un partido entre dos países que no le importaban para nada, Jason la había acabado convenciendo), y estar ahí con ellos fue como viajar al pasado, a cuando Lily les visitaba en Nueva York y los tres pasaban el tiempo juntos divirtiéndose.
Cayó una gran tormenta la mañana de la final. No fue motivo de preocupación, ya que había pasado la mitad de los días previos (y la otra mitad las lluvias habían caído por la tarde), y para cuando llegó la tarde y la gente se empezó a dirigir hacia el estadio el cielo ya estaba limpio y despejado. El aire era fresco, y en general, el tiempo era ideal para jugar a quidditch.
El estadio estaba a reventar. Tenía capacidad para alrededor de setenta mil aficionados, y a juzgar por cómo estaban las cosas, no iba a haber ni un asiento libre. Irónicamente, el fondo sur estaba ocupado por los aficionados noruegos, mientras que la grada norte estaba llena de los seguidores españoles. Había miles de imparciales, aunque parecía ser que por norma general los países del norte de Europa iban con Noruega y los del sur con España, aunque la cosa se volvía más confusa cuanto más al este se iba uno; Alemania también parecía estar curiosamente del lado de España, mientras que los pocos pero ruidosos malteses apoyaban a Noruega; y los no europeos iban con quien fuera que les cayera mejor. Por ejemplo, Jason iba con España porque había tenido varios amigos mexicanos en el Instituto y había aprendido algunas palabras en español.
El partido empezó como era de esperar, con mucha cautela por parte de ambos equipos hasta que los cazadores españoles empezaron a imponer su superioridad goleadora. La defensa de Noruega hizo un trabajo espectacular, en especial su guardián, parando un montón de los lanzamientos e interrumpiendo grandes jugadas. Aún y así, con el paso de los minutos, España fue distanciándose en el marcador, los goles subiendo uno a uno. Cuando la diferencia de puntos pasó los cien, la gente empezó a murmurar, la incertidumbre cerniéndose sobre ellos. ¿Atraparía Noruega pronto la snitch o España tendría tiempo de conseguir los ciento cincuenta puntos de margen? La snitch dorada había aparecido ya dos veces, y en ambas ocasiones Anna Andersen había estado a punto de cogerla, pero las interrupciones lo habían evitado. ¿Qué pasaría en la tercera?
La diferencia siguió subiendo. Ciento veinte. Ciento treinta. Ciento cuarenta… marcador que se mantuvo unos eternos doce minutos. Ciento cincuenta… España necesitaba solo un gol más para asegurarse la victoria. Sus cazadores estaban acercándose al área, los bateadores protegiéndoles de muy cerca… Y de repente:
—¡Final! ¡Final del partido! ¡Anna Andersen ha atrapado la snitch sin que nadie se diera cuenta! ¡El marcador final es 220 a 220… pero como Noruega tiene la snitch, Noruega gana! ¡Noruega es campeona de la Eurocopa de quidditch!
Al día siguiente todo el mundo se marchó del campamento. Fue un caos, todo lleno de gente desmontando sus tiendas y muchos buscando pertenencias que se les habían perdido durante la noche: los gnomos mascota de Noruega se habían desmadrado bastante durante la celebración, y habían acabado robando e intercambiando objetos de toda la gente que estuvo de fiesta. Por suerte para Bruce, él se había retirado antes de la aparición de los gnomos, así que no tenía pérdidas que lamentar.
Tomó el traslador de vuelta a Estados Unidos junto a Elizabeth y su familia, y allí se despidió de ellos para ir a dejar a Imala sana y salva en la reserva.
—¿Crees que podría ir de intercambio a Beauxbatons algún año? —le preguntó la chica, que había estado inusualmente callada en aquel viaje de vuelta.
—Si es por dinero, sí. La beca que tenéis cubre intercambios escolares—respondió Bruce, aunque se encogió de hombros a continuación—. Lo que no sé es si Salem tiene algún programa con Beauxbatons. Eso tendrías que investigarlo tú cuando vuelvas.
—Tampoco lo sé—admitió ella—. He oído hablar de algunos alumnos extranjeros y estuvieron el primer día en Salem con nosotros, pero eran todos mucho más mayores. Voy a mirarlo.
—¿Por qué te interesa Beauxbatons? ¿Es por esos chicos que has conocido?
Imala asintió levemente con la cabeza.
—Dicen que es un palacio precioso. Y que tienen los mejores profesores del mundo. Y que su sistema de estudio es el mejor.
Bruce tuvo que contenerse para no bufar. En su tercer año, cuando se había celebrado el Torneo de los Tres Magos en Hogwarts, no había interactuado mucho con la gente de Beauxbatons; pero sí que les había oído hablar, y recordaba cómo todos estaban obsesionados con lo maravillosa que era su escuela.
—No les hagas mucho caso. Es un colegio francés, y tienen muy creído que son los mejores del mundo. Sí que es bueno, pero no tiene nada que envidiar a ninguno de los once grandes—dijo Bruce—. Si te interesa de verdad, claro, intenta ir un año o lo que sea. Pero investiga antes si te apetece ir ahí o te llama más la atención alguna otra opción.
—Me gusta investigar. Lo haré—aseguró Imala—. ¿Sabías que hay un departamento entero dedicado a investigación en el Instituto? Pero no puedo hacer Fundamentos de la Magia hasta cuarto. Trabajo Mágico de Laboratorio es la asignatura más avanzada de todo el colegio. Hay gente que hasta se queda un octavo año para acabarla, porque es muy difícil conseguir los requisitos para entrar…
Tuvo que volver en avión a Inglaterra, aunque no fue tan malo como cabía esperar. Fue un vuelo muy tranquilo, y a pesar de que fuera largo era un alivio no tener que estar pendiente de las esperas y horarios del Ministerio ni lidiar con las náuseas del traslador.
Tenía pensado disfrutar con tranquilidad de las dos semanas de vacaciones que le quedaban. Tenía que hablar con Malcolm Baddock y el sábado siguiente era la boda de Ingrid Warrington y Ludwig Rosier, pero aparte de eso, no tenía otros planes. Quería seguir trabajando en su casa, y pasar el tiempo libre con sus amigos. Theodore y Tracey todavía trabajaban, pero Lily y Jason estaban de vacaciones en Reino Unido y tenían todo el tiempo del mundo.
Aunque también recibió una pequeña sorpresa.
—Te ha llegado esta carta a nuestra casa esta semana, Bruce. Por correo normal—le informó Theodore.
Se habían reunido los cinco a cenar en casa de Theodore y Tracey. A Bruce se le hacía un poco raro estar él con las dos parejas, pero eran sus mejores amigos y tendría que acostumbrarse. Theodore le tendió el sobre, y Bruce leyó el remitente con curiosidad. Por un momento no supo quién era, pero unos segundos más tarde el recuerdo le alcanzó. Marco Totti. El camarero italiano del hotel en el que había estado en Taormina. Recordaba haberle dicho algo parecido a que si alguna vez necesitaba ayuda que contara con él, pero ¿qué podía querer? El Marco que recordaba era muy autosuficiente y no aceptaba favores.
Leyó la carta en voz alta ante la curiosidad de sus amigos. En el saludo, Marco le recordaba quién era, por si le había olvidado, y luego le resumía qué había pasado en su vida en los dos años que habían pasado desde que se habían conocido. Por lo visto, había comenzado a estudiar periodismo en la universidad en Milán, y recientemente acababa de recibir una beca para pasar un año continuando sus estudios en Nueva York. Como lo último que sabía de Bruce era que vivía ahí, se preguntaba si tenía algún consejo para él; en especial sobre cómo encontrar dónde vivir, que era lo que más problemas le estaba dando.
—Yo puedo ayudarle un poco cuando se instale ahí. Puedo parecer muy muggle y conozco Nueva York perfectamente—se ofreció Jason de inmediato, pareciendo muy entusiasta ante la idea de hacer un amigo muggle italiano—. Aunque respecto a lo de dónde vivir… Ni idea. Nunca ha sido un problema para mí.
—A lo mejor Alex puede ayudar—sugirió Lily—. Es hija de muggles, e iba a mudarse a un apartamento muggle el mes que viene, ¿no? Seguro que puede echar una mano.
—Y seguro que le interesa conocer a un apuesto italiano—bromeó Jason.
Bruce dudaba que Marco fuera el tipo de Alex, dados los hombres que le habían gustado en el pasado, pero su ayuda podía ser útil, así que en los siguientes días le escribió para plantearle el tema (y más tarde le respondería que sí, por supuesto, que ayudar a su amigo sería genial y que le encantaba el acento italiano). En cuanto a Marco, le contestó que aunque él ya no vivía en Nueva York, tenía amigos dispuestos a echarle una mano.
—Así que no vamos a irnos a Australia—fue lo primero que le dijo Malcolm Baddock cuando se reunieron.
Estaban en Manchester, ciudad en la que vivía Malcolm (en un diminuto piso de una habitación que se moría de ganas de abandonar), y se habían encontrado en el único bar de la zona mágica, que no era más que una placita con un puñado de tiendas en las que comprar las cosas más básicas para no tener que desplazarse al atestado callejón Diagon.
Por lo visto, mientras Bruce había estado en el campamento de la Eurocopa las noticias habían volado. De su entrevista con Clark Hawthorne se había asumido que aún no había renovado con los Warriors, y aunque al principio solo había sido emocionante en Estados Unidos porque se rumoreaba que podía volver a los Minotaurs, pronto la noticia se había extendido a las publicaciones internacionales y a las primeras páginas de los periódicos australianos. Una semana más tarde, los Wollongong Warriors habían hecho un comunicado oficial de que Bruce no había renovado con ellos, y que de hecho, no lo iba a hacer (e incluso tenían un reemplazo listo al que estaban a punto de anunciar). Después de eso todo habían sido especulaciones locas: ningún periodista había sido capaz de localizar a Bruce para preguntarle por su situación, escondido como estaba manteniendo un perfil bajo en la Eurocopa, así que solo había rumores. Los más fuertes apuntaban a que iba a volver a Estados Unidos, aunque también algunos sugerían que se había cambiado a los Thundelarra Thunderers. Había muchos más, por supuesto, a cada cual más loco, sugiriendo que había fichado por los equipos más variopintos, muchos de ellos de los cuales nunca había oído hablar. Por su parte, los Vultures no habían dicho nada sobre él oficialmente aún… Aunque sí habían anunciado un fichaje: el de Anna Andersen, heroína de la Eurocopa.
Bruce tendría que haberlo sospechado desde el primer momento, desde que Vasil Asenov dijo que su fichaje había sido una sugerencia de otra de sus novedades para la próxima temporada. Bruce no conocía tantas personas capaces de fichar por un equipo como los Vultures; si realmente se hubiera puesto a pensar en ello, habría acabado llegando a la conclusión obvia. Había coincidido con Anna Andersen jugando para los Maschere en aquella gran semana en Italia. Se habían llevado bien, teniendo en cuenta lo tímida que era ella, y ambos habían visto lo buen jugador que era el otro y lo rápido que se habían adaptado a un nuevo equipo… Y además, sabía que Anna ya tenía un pasado con los Vultures. Convulso, sí: había fichado por ellos nada más salir del colegio para no jugar prácticamente nada (culpa de la retirada prematura de Krum y las crisis y ataques de pánico que eso había provocado en la directiva de los Vultures), y había dejado el equipo después de eso para irse a triunfar a los Trondheim Trolls noruegos… Aunque por lo visto, debía preferir lo que le ofrecían en Bulgaria, porque tras restregarles lo que habían dejado marchar, había vuelto con ellos. Probablemente había mucho dinero involucrado.
De todos modos, el lunes de la semana posterior a la Eurocopa había recibido una carta de los Vultures informándole de que su fichaje se haría público ese mismo jueves. Habían decidido retrasar un poco el anuncio para no mezclarlo con el de Andersen, y además, el misterio que había en las publicaciones internacionales rodeando su futuro era una buena publicidad.
Pero eso no lo sabía aún Malcolm Baddock. Y si iba a convertirse en su representante e iba a seguirle donde fuera que Bruce quisiera ir, debía saberlo.
—No—respondió Bruce—. No vamos a Australia. Iremos a Bulgaria. ¿Te suena el acogedor pueblo de Vratsa?
—¿Vratsa como en los Vratsa Vultures? —dijo Malcolm, levantando las cejas y abriendo los ojos exageradamente, sorprendido.
—Ese mismo—confirmó Bruce.
—Joder, tío. Los Vratsa Vultures—repitió Malcolm, echándose para atrás en su silla. Se quedó en silencio unos momentos mientras miraba fijamente su vaso de cerveza—. Menuda pasada. Aunque han tenido unos años raros últimamente desde que se retiró Viktor Krum, ¿no? Espera, ¿no acaban de fichar también a la buscadora de Noruega de la Eurocopa?
Bruce asintió. A ambas cosas.
—Sí, Anna Andersen. Por lo que tengo entendido, ella me recomendó. Y el director deportivo, Vasil Asenov, me dijo que han estado reconstruyendo el equipo desde lo de Krum. Esperan que con nosotros dos las cosas acaben de encajar.
—Claro. Eso esperamos todos—estuvo de acuerdo Malcolm—. Así que Bulgaria… No sé mucho sobre Bulgaria, la verdad. Voy a preguntarle a Maureen, a ver qué sabe, y también voy a pasarme por la librería por si hay algo llamativo. Tu amiga Tracey Davis trabaja en El Profeta, ¿no?
—Sí. De hecho, está en Internacional—admitió Bruce—. Aunque ya le he preguntado y no ha hecho nada relacionado con Bulgaria.
—Pero algún colega debe tener que sí—apuntó Malcolm—. Y sería interesante saber cuál es el rollo del país antes de llegar. Estaría bien saber si tienen algún conflicto importante o algún lío político, ¿no? No querrás meter la pata y soltar algún comentario sin saber de qué va. Pero antes de todo eso, tenemos que preparar un discurso para cuando se haga oficial tu fichaje. O un comunicado. Sí, mejor eso. Será lo único que vas a decir al respecto y ya está. Para ser un jugador de quidditch importante, tienes que actuar como uno.
Bruce tenía que admitir que estaba un poco impresionado. No habían hecho nada todavía, pero las sugerencias de Malcolm eran algo que no se le habían ocurrido nunca en todos los años que llevaba jugando. Eran francamente buenas ideas. Si quería que le trataran como un jugador profesional, tenía que comportarse como uno. Y tener un representante formaba parte de eso.
—¿Estás bien, Bruce? Se te ha quedado cara de ido—le llamó la atención Malcolm.
—Sí, claro—Bruce agitó la cabeza, quitándole importancia y bebiendo un sorbo de su cerveza—. Solo pensaba en cuánto voy a tener que pagarte por todas esas ideas brillantes.
Malcolm Baddock le dirigió una sonrisa burlona.
—Oh, capitán, las ideas brillantes van aparte. Esto no es más que el comienzo. Voy a gestionar todos tus problemas tan bien que en un mes no sabrás cómo has podido vivir sin mí todo este tiempo.
Bruce se rio.
—Eso ya lo veremos. Tendrás mucho trabajo que hacer conmigo. Arrastro una mala reputación, ¿recuerdas? Soy un Slytherin horrible, y por lo visto, también soy un rompecorazones que se acuesta con todas sus compañeras de equipo.
Malcolm rio también.
—Sí, eso he descubierto en mis investigaciones preliminares. Pero a pesar de eso, todo Estados Unidos te adora y media Australia también, ¿no? No te preocupes, dentro de nada te conseguiré una reputación tan fantástica en Bulgaria que hasta en el Reino Unido estarán rogando que el increíble jugador e intachable persona que es Bruce Vaisey venga a jugar aquí.
—Pues lo creas o no, ese es precisamente el objetivo principal de tu trabajo, Malcolm.
Los Rosier eran una antiquísima familia de sangre pura que se había mudado de Francia a Inglaterra al menos dos o tres siglos atrás. Sin embargo, seguían conservando su enorme mansión familiar al sur de Francia, no muy lejos de la ciudad de Marsella, que ahora se había convertido en su residencia de verano y sede de grandes eventos sociales. Los Warrington no estaban en la famosa lista de los Sagrados Veintiocho, a diferencia de los Rosier, pero estaban considerados de suficiente sangre limpia como para que el matrimonio de dos de sus miembros más jóvenes fuera un acontecimiento magnífico.
La pareja incluso se había encargado de preparar trasladores internacionales privados para todos sus invitados residentes en el Reino Unido, en deferencia a, según decía la propia invitación de boda, "todos aquellos que no estuvieran tan acostumbrados a los viajes internacionales como ellos". A Bruce aquello le pareció una muestra de ostentación exagerada, puesto que los trasladores internacionales que no te obligaban a pasar por el Ministerio eran carísimos (y ya todo el mundo sabía lo ricos que eran los Rosier, no hacía falta restregarlo regalándoselos a todos los invitados), pero por otra parte, era mucho más cómodo que los trasladores normales, así que no dijo ni una palabra al respecto.
La boda tuvo lugar entre el jardín y la planta baja de la mansión Rosier. Los cientos de invitados paseaban entre los innumerables salones, todos decorados con suntuosos muebles, alfombras y tapices, y unos jardines propios de un palacio real, con sus diferentes secciones, montones de fuentes, flores de lo más exóticas y arbustos podados con formas de animales fantásticos. Al menos una veintena de elfos domésticos corrían de acá para allá portando bandejas con copas y aperitivos, ofreciéndoselos a todo el mundo con sus voces chillonas en francés e inglés; porque a pesar de que la mayoría de los invitados eran Slytherin de varias generaciones diferentes (las familias más prestigiosas estaban presentes al completo, desde los más ancianos a los más jóvenes), también había un gran contingente de la élite de la sociedad mágica francesa, familiares distantes y amigos de los Rosier.
La cena se sirvió en un pabellón montado en la zona inglesa del jardín de la mansión. El asiento de Bruce, pulcramente etiquetado, estaba en una larguísima mesa que, evidentemente, era para los miembros de Slytherin que no pertenecían a la más alta sociedad. Theodore y Tracey estaban casi en el otro extremo del pabellón, sentados a la mesa de los Greengrass; pero al menos tuvo la suerte de que Lily y Jason estaban justo frente a él. Rud Harper tenía el asiento a su derecha, como era de esperar, pero pronto le empezó a prestar más atención a Tracey Nettlebed, una Slytherin un año menor que estaba mucho más guapa de lo que Bruce la recordaba en Hogwarts. A su otro lado, estaba Ralph Hodwood acompañado de Scarlett Wagtail, que había sido prefecta de Ravenclaw; a Bruce le sonaba haber oído algo de que esos dos ya llevaban un tiempo saliendo en serio.
La verdad fue que Bruce se lo pasó mucho mejor de lo que se había esperado. Había tanta gente que no era para nada difícil evitar a aquellos a los que no quería ver. A Hestia Carrow, por ejemplo, solo la vio una vez y a lo lejos, porque ella y su hermana no salieron de la zona más exclusiva. Bruce solo se acercó allí a rescatar a Theodore y Tracey (que parecían atrapados en una conversación sobre planes de futuro con la tía de Theodore) y para saludar a algunas de las Greengrass. Astoria se estaba haciendo la misteriosa sobre los detalles de su futura boda invernal, Daphne estaba furiosa porque Blaise Zabini estaba coqueteando descaradamente con una prefecta de Slytherin más mayor (cuyo nombre Bruce ya había olvidado), y Ophelia le felicitó por su reciente fichaje por los Vultures.
A pesar de que su fichaje se había hecho oficial dos días atrás, todavía no era una noticia muy extendida. Se había publicado el jueves en el periódico búlgaro, y el viernes se habían hecho eco algunos periódicos como los australianos y los estadounidenses (y una diminuta reseña había aparecido en El Profeta), pero todavía no había dado tiempo a que se corriera demasiado la voz ni a que apareciera en las publicaciones internacionales de quidditch. Solo aquellos que se habían fijado con mucha atención en El Profeta lo sabían… y aquellos a quienes se lo iban contando también, por supuesto, así que la novedad se fue extendiendo poco a poco durante la boda entre sus conocidos. Malcolm había hablado de ello con los más jóvenes, contándoles también con orgullo que era su representante e iba a acompañarle a Bulgaria para ayudarle; Maureen, con su habilidad para hablar con todo el mundo, lo había dejado caer casualmente aquí y allá en varias conversaciones; Tracey, Theodore y Lily se lo habían dicho claramente a casi todos con los que habían entablado conversación. Para el final del día, casi todos sus conocidos se habían acercado a él para felicitarle, desearle mucha suerte e interesarse por su carrera.
—¿Los Vratsa Vultures no es donde juega Viktor Krum? —le preguntó Vega Croaker con un obvio tono de duda, como si no le cuadrara que pudieran jugar en el mismo equipo.
—Jugaba—puntualizó Lionel Shafiq, y Vega se ruborizó con un poco de vergüenza—. ¿Te acuerdas de que se retiró hace un par de años? Todo el drama ese de la final del Mundial.
—Ah, sí. Me suena. Lo siento, no sigo mucho el quidditch—se disculpó Vega.
—No te preocupes—dijo Bruce, quitándole importancia con un gesto y sonriendo—. Hay demasiados jugadores de quidditch como para seguirles la pista a todos.
—Aún y así, felicidades. Seguro que vas a hacerlo genial—le aseguró la joven.
Bruce se había cruzado con la pareja de Hufflepuff (que por lo visto, también se había casado esa primavera en una celebración mucho más discreta) mientras buscaba el baño. Lionel y Vega estaban en una parte muy interesante del pabellón: allí estaban ubicadas las familias tradicionalmente sangre puras, pero cuyos miembros solían pertenecer a otras Casas que no fueran Slytherin. Los Shafiq eran una de esas familias, igual que los Abbott; Hannah le saludó alegremente, y aunque Neville Longbottom la acompañaba, no parecía encontrarse muy a gusto. Los Shacklebolt llamaban mucho la atención, en especial porque el mismísimo Ministro de Magia estaba presente; el señor Ollivander de la tienda de varitas presidía la mesa familiar; curiosamente, había un solo Weasley en la boda a pesar de ser una de las familias de los Sagrados Veintiocho, y ni siquiera estaba ahí por eso: Bill Weasley (y sus tres hijos) estaban como familiares de Fleur Delacour, quien debía conocer a los Rosier de sus vacaciones de verano.
—¡Anda, mira quién es! ¡Bruce Vaisey! Hannah me ha hablado de ti, pero creo que no te veo desde el colegio, ¿cierto?
Bruce oyó la voz que le llamaba, y por un momento no pudo ubicarla. Eso fue hasta que se dio la vuelta y se encontró a Ernie Macmillan caminando hacia él, con una sonrisa borracha en la cara.
Mierda. Macmillan era un pesado; borracho, probablemente aún más. Era la clase de persona que siempre quería llevarse bien con todo el mundo, sobre todo con los importantes, incluso aunque no tuvieran nada en común. Macmillan y él no tenían nada en común… excepto que cuando descubrió que Bruce había estado ayudando al ED a escondidas, le pareció muy honorable y desde entonces decidió que quería estar en buenos términos con él. No era que le cayera mal, pero… Macmillan hablaba con la grandilocuencia de un sabio de cien años sin tener nada de la experiencia de un sabio de cien años. Tal vez cuando Macmillan llegara a esa edad sería un anciano muy interesante, pero le faltaba mucho para llegar ahí.
—Macmillan—le saludó él a su pesar. Con un poco de suerte, con lo borracho que debía estar, sería una charla rápida y él podría volver a su mesa—¿Cómo estás?
—¿Que cómo estoy? —repitió Macmillan con tono de sorpresa, y bebió un trago de la botella de vino entera que llevaba en la mano—¡Furioso! ¿Cómo voy a estar?
—¿Furioso? ¿Por qué? —preguntó Bruce, inesperadamente sorprendido. No se había esperado eso.
—¡Pues porque no me han dejado traer a Justin, claro! ¡Luego irán por ahí diciendo que son mejores que los demás y no sé qué…! ¡Y no puedo traer a Justin a una estúpida boda…!
—¡Ernie, aquí estás! —Hannah Abbott apareció de repente a su lado, cubriendo la boca de Macmillan con una mano, que continuó farfullando algo ininteligible—Te habíamos perdido. ¿Ya estás molestando a Bruce? ¿Por qué no vuelves con Neville a la mesa? Hemos encontrado tarta de queso y está buenísima.
Macmillan pareció súbitamente interesado ante la mención de la tarta, y accedió de buen grado a ir a comer con Longbottom, que había llegado un par de pasos por detrás de Abbott. En cuanto los dos hombres se fueron, Hannah suspiró y le sonrió, disculpándose.
—Siento eso. Ernie está un poco enfadado porque su familia no le ha dejado traer a Justin como acompañante. Se han excusado con que como es hijo de muggles, no sería bien recibido aquí… Pero ya sea por eso o porque es un chico, Ernie no se lo ha tomado nada bien. Y si a eso sumas que se han pasado todo el día recordándole que es el primogénito de los Macmillan y no va a ser capaz de darles un heredero digno a la familia, pues bueno, te puedes imaginar cómo lo lleva.
—Joder—Bruce se apiadó un poco de Macmillan, a su pesar. No sonaba como el día más divertido de la historia—. ¿Así son sus padres?
—Sus padres no tanto, pero sus abuelos… Su abuela es una Yaxley, se toma muy en serio estas cosas. Lo peor es que encima Ernie siempre ha querido tener hijos, pero claro, con Justin no van a ser los hijos que su familia quiere.
—Tengo una excompañera de equipo en Estados Unidos que es estéril y adoptó—comentó Bruce—. ¿Qué les parece esa opción?
—Que un heredero muggle no va a aprender las tradiciones mágicas de la familia—suspiró Hannah—. Que no sea de su sangre es secundario, lo que más les indigna es que no haya una nueva generación mágica que aprenda sus secretos.
—¿Qué secretos? —preguntó Bruce con curiosidad, pero la mirada de Hannah le indicó que no siguiera por ahí—Bueno, pero es que mi compañera adoptó a un niño mago. Tardó un tiempo, pero en Estados Unidos es posible. Y ahora está planeando montar una casa de acogida para huérfanos magos, así que si es una posibilidad que le interesa a Macmillan…
—¿De verdad? —Abbott le escuchaba ahora con suma atención—¿Crees que podrías pasarme su dirección? Ahora Ernie no está para escucharlo, pero cuando se le pase la resaca… En cuatro o cinco días… No es muy buen bebedor. Pero estoy casi segura de que le interesará mucho.
Bruce aceptó de buen grado, y garabateó los datos de contacto de Elizabeth en un pergamino que hizo aparecer Hannah. Tal vez podrían ayudarse mutuamente… como mínimo, Elizabeth podría compartir cómo había encontrado a Luke y Marvin, y a lo mejor Macmillan podría impulsar el proyecto de la casa de acogida. Un rico extranjero siempre era buena publicidad.
Cuando consiguió volver a su mesa, descubrió que el hueco a su derecha que había pertenecido a Rud Harper estaba ahora ocupado por Malcolm Baddock, que charlaba despreocupadamente con otros chicos de su año.
—Ahí estás, capitán. Llevo medio día buscándote—bromeó Malcolm, mientras Bruce se sentaba y se servía un poco más de vino. Ayudar a Macmillan le había dado sed—. Tengo que contarte lo que he averiguado sobre Bulgaria. La noticia principal es que está todo tranquilo. Ah, pero tienen una historia reciente interesante. No tan intensa como la nuestra, eso seguro… Pero me temo que los búlgaros no se cogen todos de las manitas para bailar y cantar en perfecta armonía.
¡Hola a todos!
Este ha sido un capítulo movido, con un montón de escenarios: hemos estado en Estados Unidos, en la carrera de escobas de Suecia, en la Eurocopa en Polonia, pasando el rato en Inglaterra y de boda en Francia... Suerte que para los magos viajar es mucho más sencillo que para nosotros. Nos reencontramos con algunos viejos amigos, como Imala, a quien tengo un montón de cariño y está creciendo rápidamente y descubriendo el mundo; o con Donald y Elizabeth, quienes tampoco han parado desde la última vez que se cruzaron con Bruce, y cuyo trabajo puede que interese a algunas, digamos, "estrellas invitadas" del capítulo de hoy, como Ernie Macmillan. También le damos la bienvenida a Malcolm Baddock definitivamente como secundario principal después de unas cuantas apariciones (y para los más frikis, puede que recordéis que Malcolm aparece siendo seleccionado para Slytherin en El Cáliz de Fuego y nada más).
Como siempre, millones de gracias por seguir leyendo. ¿Dudas, comentarios, sugerencias? ¡Todo eso y mucho más lo podéis decir en un review justo aquí debajo! Yo me despido de momento, y la semana que viene nos leemos en el próximo capítulo... Donde por fin llegaremos a Bulgaria.
¡Hasta la próxima!
