Todo lo que reconozcáis (y más) pertenece a J.K. Rowling. El resto ya es cosa de mi imaginación.
78. El turno de Bulgaria
Bulgaria había estado involucrada en la guerra de Grindelwald. Eso no era para nada sorprendente, ya que casi toda Europa se había visto afectada, pero Bulgaria era uno de los países que más había sufrido sus efectos. Como uno de los países cuyos niños iban regularmente a Durmstrang, había estado entre los principales objetivos de ataques de Grindelwald desde el principio. Había sufrido mucho, pero también mucha gente se había puesto del lado de Grindelwald.
Todo aquello había sucedido hacía mucho tiempo, más de medio siglo atrás, pero las diferencias de clases eran aún muy marcadas. Por un lado estaban los poderosos: eran los sangre limpia, los que iban al colegio a Durmstrang, los que ocupaban todas las posiciones de poder de la sociedad mágica búlgara. Por el otro lado estaban los trabajadores: los mestizos e hijos de muggles, los que atendían los pequeños colegios locales repartidos por un puñado de ciudades del país, y los que trabajaban en cualquier cosa necesaria pero que no era considerada prestigiosa. Para que un mestizo o hijo de muggles lograra acceder a un puesto relevante, tenía que ser verdaderamente extraordinario: extraordinariamente inteligente, atractivo, ambicioso o afortunado. Normalmente se necesitaba una combinación de las cuatro, y muchas veces ni así era suficiente.
—Se ve que las dos clases están muy diferenciadas y todo el mundo sabe a cuál pertenece cada uno—le había explicado Malcolm Baddock, muy satisfecho con los resultados de su investigación sobre Bulgaria—. Pero no se pelean, porque en el fondo cada una tiene sus cosas buenas y malas. Sus miembros rara vez se cruzan… El periodista con el que hablé ha escrito un reportaje fantástico sobre parejas de diferente clase, deberías leerlo algún día, pero no es lo que quería decir. El quidditch es uno de los pocos ambientes en los que gente de ambas clases está al mismo nivel. El deporte es raro. Parece que prácticamente todo el mundo olvida lo que no le gusta de una persona cuando esta es capaz de marcar diez goles por partido para su equipo, ¿eh?
Eso era lo que le había contado Malcolm sobre la sociedad mágica búlgara, lo que ya le daba una idea sobre el recibimiento que iba a tener ahí. Ahora, entre los dos tenían que pensar en algún tipo de plan para conseguir gustarle a los dos grupos.
Bruce había pasado los últimos días de julio en su casa, que ya tenía por fin un aspecto bastante decente, con el salón limpio y todos los muebles colocados en sus respectivas habitaciones. Se había dejado caer algunas veces por el pueblo, y les había contado a algunos vecinos que se iba a Bulgaria por trabajo. Todos lo aceptaron sin problemas, y Bertha, la dueña de la taberna a la que había ido a comer casi cada día, le hizo prometer que volvería a casa por Navidad, porque sus menús navideños eran estupendos y tenía que probarlos. Se había despedido de sus amigos: Theodore y Tracey estaban todavía al comienzo de sus vacaciones (y de hecho, se iban de viaje a Suecia tras las buenas recomendaciones de Bruce), Jason volvía a Estados Unidos para comenzar su propia pretemporada, y Lily iba a pasar un par de semanas más en Reino Unido con su familia y amigos antes de volver a Washington. Y cuando le hubo dicho adiós a todo el mundo, se reunió con Malcolm Baddock y los dos se dirigieron al Ministerio a tomar su traslador a Bulgaria.
Era un viernes, 30 de julio, y Bruce se despidió una vez más de Inglaterra.
Lo primero en que Bruce se fijó nada más aterrizar en el Ministerio de Magia búlgaro fue que todos los empleados con los que se cruzó iban vestidos completamente con ropas mágicas. Nada de camisetas o pantalones vaqueros, a los que Bruce les había cogido mucho cariño en los últimos años; todos iban con túnicas. Esperaba que fuera una regla de etiqueta exclusiva del Ministerio, porque no se veía capaz de volver a usar exclusivamente túnicas tras haberse acostumbrado a la ropa muggle. Bruce destacaba entre el flujo de gente del Ministerio, y más todavía al lado de Malcolm, que llevaba una túnica formal y arrastraba un pequeño baúl de fondo extensible. Recibieron algunas miradas curiosas mientras el empleado que les había dado la bienvenida les dirigía a una salita, donde les esperaba un sonriente Vasil Asenov.
—¡Ah, señor Vaisey, por fin! —le saludó Asenov, estrechando su mano con entusiasmo—Y usted debe ser…
—Malcolm Baddock, su representante—se presentó él—. Le envié una carta la semana pasada, si lo recuerda.
—Por supuesto, señor Baddock. Será un placer trabajar con usted. Y por favor, ¡bienvenidos a Bulgaria los dos! Salgamos de aquí y empecemos con el trabajo de hoy, ¿les parece?
Abandonaron el Ministerio de Magia y salieron al exterior, a la luminosa y calurosa ciudad de Sofía. El acceso de entrada al Ministerio era un descampado en plena ciudad, lleno de arbustos y malas hierbas que crecían más altas que un hombre y rodeado por vallas de metal por casi todos lados (excepto por una estrecha abertura por la que los magos pasaban disimuladamente), con un puñado de carteles que, si bien estaban escritos en un idioma incomprensible y con un alfabeto todavía más raro, claramente indicaban que estaba prohibido el paso. Nada más salir del descampado Asenov les indicó que le siguieran al otro lado de la calle, donde un elegante coche negro esperaba aparcado en segunda fila, aunque a nadie parecía molestarle. Bruce estuvo a punto de ser atropellado, porque por un momento se le olvidó de qué dirección venían los coches ahí y fue a cruzar sin mirar; pero un bocinazo del vehículo que iba a en su dirección le sacó de su ensoñación y le hizo saltar hacia atrás en el último momento, de vuelta a la seguridad de la acerca.
—Buenos reflejos—comentó Asenov alegremente, sin darle más importancia al casi accidente—. Recuerde que en Bulgaria los coches circulan por la derecha, señor Vaisey.
—Sí, claro—respondió Bruce, y esta vez decidió esperar a que Asenov fuera a cruzar la calle primero. Malcolm le dirigió una mirada que decía claramente "¿En serio?".
Aunque el tamaño del coche era normal desde el exterior, por dentro era tan grande como una limusina. El emblema de los Vultures, un buitre de color gris pálido con las alas extendidas, estaba bordado en los caros asientos. Los tres hombres se acomodaron en la parte trasera mientras Asenov daba instrucción de arrancar al conductor, y cuando empezaron a moverse el director deportivo sacó de un compartimento oculto tras un respaldo una bolsa de papel.
—El trayecto hasta Vratsa durará unos veinte minutos—les informó Asenov—. Iremos primero a las oficinas, luego les dejaremos en casa del señor Vaisey. Señor Baddock, ¿tiene usted alojamiento en Vratsa?
—No se preocupe, está todo hecho—respondió Malcolm rápidamente.
La verdad era que habían acordado que Malcolm iba a dormir en el sofá de Bruce unos cuantos días, hasta que encontrara algún lugar en el que vivir por sí mismo. Ambos preferían vivir solos, pero Malcolm no había tenido tiempo de buscar piso. Aunque con lo barata que era Bulgaria, no iba a tardar mucho.
—Bien, entonces empecemos con los regalos de bienvenida—continuó Asenov, y metió la mano en la bolsa, de la que fue sacando artículos poco a poco—. Esto son un par de amuletos de traducción del búlgaro al inglés. Algunos de nuestros jugadores saben hablar inglés naturalmente, pero el idioma básico de los Vultures es el búlgaro, así que son imprescindibles en el día a día. Aquí tenemos una poción, llamada el suero de la comprensión: como sabréis, los amuletos no te hacen entender las palabras escritas, pero con esta poción podréis comprender los textos escritos en búlgaro. No conviene abusar de ella: tomarla más de una vez al día puede tener efectos secundarios desagradables… En este frasco hay suficiente para una dosis diaria durante un mes, pero se pueden comprar en la zona mágica sin problemas. Oh, esto es la lista de posibles efectos secundarios… En fin, estas son las llaves de su apartamento, señor Vaisey. Como verá pronto, está protegido por las más estrictas medidas de seguridad. Ah, mira, aquí tenemos un trozo de pastel de Desislava; es una de nuestras preparadoras físicas, un encanto de mujer, y le gusta mucho cocinar también… Hay un libro de la historia de los Vratsa Vultures por aquí…
Cuando se acabaron los regalos Asenov siguió hablando. Era un tipo al que obviamente le gustaba mucho hablar, y al cabo de un rato Bruce se distrajo y dejó que Malcolm le siguiera la conversación. Esa era una de las cosas por las que le pagaba, ¿no? Para poder librarse de charlas aburridas. Mientras tanto, se dedicó a mirar por la ventana, fijándose a que iban a mucha más velocidad de la permitida: avanzaban adelantando coches a diestro y siniestro, probablemente siendo invisibles. Se puso el amuleto de traducción tras examinarlo y se tomó un sorbo del suero de comprensión, ya que Asenov dijo que le haría falta en las oficinas (sabía sorprendentemente bien, como a moras). Tras tomárselo, pudo leer los carteles que iban apareciendo en la carretera. Era una sensación extraña. Podía ver los raros símbolos búlgaros, pero a la vez, como si estuvieran sobreimpresas de una forma mucho más llamativa, podía leer perfectamente las palabras en su idioma. Si pensaba mucho rato cómo eso podía suceder le daría dolor de cabeza, así que decidió ignorarlo y, en cambio, dedicarse a observar cómo las montañas en el horizonte se iban acercando cada vez más rápidamente a medida que se acercaban a Vratsa.
Había un lago a las afueras de la ciudad, y tenía un profundo color azul que reflejaba las montañas que se alzaban tras ella. Era una bonita estampa, como una postal; rodearon el lago a toda prisa y atravesaron una zona industrial que no era tan bonita, pero en apenas unos minutos estuvieron en el centro de Vratsa y la cosa volvió a mejorar. Con alrededor de sesenta mil habitantes no era una ciudad muy grande, y eran habituales las casas bajas de ladrillos claros o pintadas de blanco, todas con tejados inclinados anaranjados. El coche paró finalmente en una calle tranquila, pero no muy lejos de una ajetreada avenida de compras; Bruce pudo oír enseguida los ruidos habituales de un viernes por la tarde. Caminaron unos pocos pasos hasta una zapatería que tenía un cartel de cerrado colgado en la entrada, y mientras Asenov sacaba disimuladamente su varita para tocar el cartel, Bruce fue cegado por sorpresa por el flash de una cámara.
—¡Señor Asenov! ¿Es este su nuevo fichaje? ¿Bruce Vaisey? —oyó que alguien preguntaba, mientras él se frotaba los ojos e intentaba recuperar la visión.
—Sabes que sí, Daniil—respondió Asenov, suspirando—. ¿Cuánto tiempo llevas esperando aquí por una foto? Ya la tienes, vete a casa a descansar.
—¡Por supuesto, señor Asenov! Solo tengo una pregunta para Vaisey: ¿cómo te sientes por haber fichado por los Vultures?
El tal Daniil era poco más que un muchacho. No debía haber cumplido los veinte años, todavía tenía bastante acné y era bajito y delgado; la cámara que llevaba colgada del cuello era dos veces mayor que su cabeza y sujetaba un cuaderno de notas y una pluma mirándole con ansias, esperando que contestara. Bueno, ahí iban sus primeras palabras con la prensa desde que se había anunciado su fichaje.
—Con muchas ganas de empezar pronto. Esta va a ser una gran temporada.
—Ya has oído, Daniil. Vete—añadió Asenov.
El reportero terminó de garabatear en su cuaderno, asintió vehementemente y desapareció sin decir una palabra más.
—Prensa. Aparecen como moscas vayas a donde vayas, espero que estés acostumbrado—comentó Asenov, y finalmente tocó con la varita el cartel de la entrada.
El cristal del escaparate de la zapatería centelleó con un brillo verdoso por un instante, y Asenov atravesó el cristal sin más problemas. Bruce le siguió, y Malcolm caminó tras él, murmurando algo sobre originalidad.
Como era de esperar, al otro lado del cristal no había una zapatería, sino una sala de espera con un par de lujosos sofás de cuero marrón, una enorme chimenea en la que ardía un pequeño fuego, un mostrador con una chica sentada tras él y montones de fotografías de quidditch en las paredes. Asenov saludó a la chica del mostrador de lejos, y les condujo al otro lado de la sala de espera, donde se abría un largo pasillo lleno de oficinas y salas de reuniones y almacenamiento. Vasil Asenov les mostró la sala de transporte primero: como en Nueva York, había un par de chimeneas pequeñas y trasladores especiales para llevarle al estadio de quidditch, y eran las únicas formas de acceder a él fuera de los partidos. Justo al lado estaba el despacho del medimago Angelov, que era también el psicólogo del equipo, y la puerta del despacho del presidente del equipo, Stefan Nikol, tenía un imponente marco de color dorado decorado con filigranas. Pero a esas horas de un viernes de julio no había nadie en sus despachos, así que Asenov les llevó directamente al suyo. Firmaron los papeles de rigor, Malcolm se tomó su trabajo en serio e hizo unos cuantos comentarios sobre el contrato a los que Asenov tuvo que contestar, y cuando los trámites estuvieron listos fueron a la sala de equipamiento, donde Asenov le entregó una mochila de deporte personalizada con todo su material. "VAISEY 18" destacaba en gris pálido sobre el negro metalizado de la mochila. Como Asenov y Malcolm se habían caído bien, este último se llevó un pin de regalo antes de volver al coche, que les seguía esperando fuera, y dirigirse a la nueva casa de Bruce.
La casa era más una cabaña que una casa, y a Bruce le encantó. Era completamente de madera (o eso parecía) y estaba muy a las afueras de Vratsa, subiendo la ladera de una de las montañas que rodeaban la ciudad. La vista desde la casa de la ciudad a sus pies, el lago a su lado y el valle que se extendía detrás era increíble. No tenía vecinos a la vista, ya que estaba rodeado de árboles por todos los demás lados y hasta para llegar ahí desde la carretera había que saber que la casa estaba ahí, ya que la arboleda la ocultaba por completo. Tenía dos pisos, y mientras que el superior era simplemente un amplio dormitorio de techo bajo e inclinado, el inferior era casi todo una sola estancia, con la cocina, salón y comedor todo en uno. Todos los muebles parecían antiguos, y probablemente demasiado lujosos para el gusto personal de Bruce (definitivamente, iba a esconder la alfombra de pelo de oso, con cabeza incluida, en algún armario muy oscuro y no iba a volver a sacarla de ahí), pero en general, el ambiente era cálido y hogareño. Era fantástica.
—Solicitaste la casa más pequeña que tuviéramos, y esto es lo que hay—Asenov había empezado a tutearle desde que salieron de las oficinas, y se encogió de hombros como si estuviera acostumbrado a las peticiones extrañas de los jugadores—. Si no te gusta, siempre puedes mirar nuestras otras opciones más adelante.
—Creo que estaré bien aquí—respondió Bruce.
—Entonces, mi trabajo de hoy ha concluido. Te esperamos el lunes a primera hora en las oficinas para las pruebas médicas. Si se te olvida, Alek te lo recordará. Hasta entonces, disfruta de tus días libres. Señor Baddock, estaremos en contacto.
Asenov desapareció con un suave chasquido, y Bruce y Malcolm se quedaron solos. Su compañero se sentó de inmediato en el sofá, inspeccionando con aprobación la que sería su cama durante los próximos días, y Bruce le imitó.
—¿Crees que podrías conseguirme una suscripción al periódico local? —preguntó Bruce.
—¿El mágico? Sin problemas. También habrá que asegurarse de que las revistas internacionales tienen tus nuevos datos. Y probablemente habría que buscarte una lechuza…
—Puedo comprarme una lechuza yo solo. ¿Por qué no te encargas de momento del periódico y las revistas, y de buscarte una casa? Luego ya habrá tiempo para todo lo demás.
—Touché—aceptó Malcolm—. Mañana me pongo en ello. Podríamos ir a la zona mágica, seguro que es un buen lugar para empezar. Pero por ahora, me muero de hambre. ¿Dijiste que los jugadores de quidditch siempre tenéis la nevera llena?
Bruce asintió mientras se levantaba e iba a la parte de la cocina de la sala. Era una casa muy mágica: la nevera ni siquiera funcionaba con electricidad, sino que era un armario con un hechizo de refrigeración, como había tenido en su casa en el callejón Diagon. Cuando la abrió se encontró, en efecto, con una cantidad de comida preparada suficiente como para sobrevivir a una semana. Tampoco había microondas, pero por suerte en el último año había perfeccionado lo suficiente el hechizo de calentamiento del libro de la abuela Charlotte como para estar seguro de que no iba a quemar nada.
—Si tienes hambre, aquí hay salmón suficiente como para alimentar a un equipo de quidditch entero—informó Bruce, y Malcolm no tardó nada en saltar del sofá a la mesa.
Cuando Asenov había dicho que un tal Alek le avisaría si llegaba tarde al entrenamiento del lunes, Bruce había asumido que se trataría de algún asistente del equipo. Descubrió lo equivocado que estaba al día siguiente por la mañana, cuando despertó en su confortable cama y oyó que abajo, en el salón, Malcolm estaba despierto y hablando con alguien. Solo tuvo que bajar las escaleras para descubrir que estaba hablando con un cuadro.
El cuadro en cuestión había mostrado la tarde anterior un sencillo paisaje de un prado con un estadio de quidditch al fondo, pero ahora el primer plano lo ocupaba el retrato de un hombre de alrededor de cuarenta años, cabello negro y repeinado hacia un lado, y un largo bigote con uno de los extremos muy rizado por ser manoseado constantemente. Vestía una camisa de los Vratsa Vultures, aunque el estilo parecía ser muy antiguo, y estaba apoyado contra el marco del cuadro de forma casual.
—¡Ah, Bruce, buenos días! ¡Estás despierto! —Malcolm se giró hacia él al oírle bajar los escalones, y apuntó hacia el cuadro mientras añadía—Te presento a Aleksandar Kras. Fue el capitán y guardián de los Vultures durante un montón de años a finales del siglo diecinueve. Alek, este es Bruce Vaisey.
—Fui capitán durante doce años, Malcolm Baddock. En ese entonces se jugaba a quidditch muchos más años que ahora—le corrigió el hombre del cuadro. Entonces estiró un brazo por fuera del marco, cogió un sombrero de copa de algún lugar misterioso y se lo colocó en la cabeza para quitárselo de inmediato mientras hacía una reverencia—. Bruce Vaisey, nuevo cazador, un placer conocerte. Como tu representante y amigo ha dicho ya, me llamo Aleksandar Kras y jugué para los Vultures de 1867 a 1899. Desde mi muerte, sigo sirviendo a los Vultures manteniendo el contacto entre todos los miembros relevantes del club. Si necesitas comunicación urgente con alguien, no dudes en pedírmelo; y también sé todo lo que necesites saber sobre el equipo desde 1867 a día de hoy. Pregúntame, estoy aquí para ayudar.
—Muchas gracias, Aleksandar—dijo Bruce, un poco sorprendido por todo aquello—. Creo que ahora no necesito nada, pero si se me ocurre algo te lo haré saber.
—Llámame Alek, por favor. ¡Y por supuesto! Solo tienes que llamarme cuando me necesites.
Dicho aquello, el retrato de Aleksandar Kras dio dos pasos hacia su izquierda y se fue del cuadro, dejando de nuevo el sencillo paisaje del estadio de quidditch. Bruce se frotó los ojos, todavía un poco aturdido. Entre que era temprano aún y que no lidiaba con cuadros parlantes desde que estaba en Hogwarts, la situación se le antojaba irreal.
—Alek parece un buen tipo—comentó Malcolm, y Bruce se fijó en que tenía un cuenco de cereales a medias entre las manos—. Muy informal y relajado para un tío del siglo diecinueve. He estado hablando un rato con él antes de que bajaras y me ha contado algunas cosas sobre Vratsa y Sofía, aunque no está muy al día y puede que su información esté algo desfasada. Pero seguro que será útil.
Vratsa no tenía zona mágica, así que Bruce y Malcolm se aparecieron juntos en Sofía, al lado del descampado del Ministerio de Magia, y tras torcer a la derecha y cruzar dos calles se encontraron con la posada El Ghoul Cantarín: era un edificio muy estrecho y con una puerta morada inusualmente baja, pero como la mayoría de entradas al mundo mágico, pasaba completamente desapercibida para los muggles. Cruzaron la puerta y entraron, encontrándose en una sala de techo bajo que era una mezcla de recibidor y bar. Había muy pocas mesas, señal de que no era un lugar habitual en el que los magos fueran a tomar algo, sino más bien un sitio de paso. El hombre tras el mostrador les saludó con una inclinación de cabeza tras haber comprobado discretamente que no eran muggles, y cruzaron la sala en dirección a la cristalera del fondo. No había ningún muro de piedra ni había que dar la vuelta a alguna farola: usaron esa salida y estuvieron directamente en la Calle del Águila.
Lo que diferenciaba la calle mágica de Sofía de todas las demás en las que había estado era básicamente el par de columnas que había en el extremo por el que habían entrado. De más de cuatro metros de altura y hechas de un material que debía ser bronce, estaban cubiertas de dibujos extraños y coronadas por un águila con las alas extendidas y el pico abierto. Por lo demás, seguía el mismo estilo de calle empedrada, casas amontonadas y de techos inclinados y escaparates llamativos de casi todas las calles mágicas del mundo (exceptuando Nueva York, que parecía otro mundo). Le recordó especialmente al callejón Diagon al principio, y después de unos minutos de paseo se dio cuenta que si ignoraba las columnas de águilas, era prácticamente idéntica a la calle principal de la zona mágica de Rumanía.
Se separó de Malcolm al cabo de un rato para dedicarse cada uno a sus asuntos, y se paseó por entre las tiendas buscando las cosas que le hacían falta. No fue muy difícil, y acabó la ronda en la tienda de mascotas, donde pasó un tiempo eligiendo lechuza. Terminó escogiendo una de plumas marrones y tamaño medio, que a primera vista parecía muy común; esto era hasta que abría bien los ojos, y podía verse que la mitad inferior del ojo derecho era de un llamativo color azul claro, que contrastaba con la otra mitad marrón. El vendedor le comentó que parecía ser que la lechuza no veía muy bien de ese ojo, pero que por lo demás era un animal muy fiel.
Volvió a Vratsa en tren, ya que no era una buena idea aparecerse con una lechuza, y de ahí a casa cogió un taxi. Se inventó una excusa para el conductor de por qué llevaba una lechuza en una jaula, y aunque el tipo no pareció muy convencido, no le dio más problemas. Tampoco entendió muy bien por qué quería que le dejara bajar en medio de la carretera que subía a la montaña, pero acabó lanzándole un Confundus y el hombre dejó de ser curioso de inmediato.
Para el final del domingo, Malcolm ya había encontrado dónde mudarse, un hito que dejó a Bruce ciertamente impresionado, ya que había imaginado que tardaría al menos unos días más. Aunque no podía entrar en su nuevo piso hasta dentro de unos días, así que aún sería su invitado un poco más. Por otro lado, Malcolm le consiguió un periódico, y Bruce pasó gran parte del día investigando cuáles eran las noticias de interés. No tardó en descubrir que no había nada original; en todas partes del mundo las noticias eran prácticamente siempre las mismas. En la sección de quidditch se hablaba de los nuevos fichajes (entre los cuales aparecía él, aunque no se había llegado a publicar la foto que le había hecho el reportero hacía unos días), de rumores de traspasos y problemas entre jugadores y entrenadores y de lo poco que faltaba para que los equipos volvieran a los entrenamientos.
—¿Ya le has puesto nombre a tu lechuza? —le preguntó Malcolm en una ocasión.
Bruce negó con la cabeza. No se le daba bien poner nombres, y aunque había intentado elegir alguno, cada vez que llamaba a la lechuza por alguno de ellos el animal le miraba con el equivalente de escepticismo en un pájaro. Parecía decirle: "¿No se te ocurre nada mejor?". Había pensado en Barbara, de la canción de My muggle girlfriend de las Snitches de Alas Dobladas; en Snitch, o tal vez Quaffle; o puede que Ghost, porque estaba resultando ser muy silenciosa. Pero la lechuza le había mirado mal cuando había dicho en voz alta todas sus ocurrencias.
—¿Sabías que yo de pequeño era incapaz de diferenciar lechuzas de búhos? —comentó Malcolm. Parecía distraído, escribiendo cartas a sus amigos—Sobre todo cuando eran de color marrón, como la tuya. Vivía en medio del campo, cerca de un bosque lleno de búhos. Me iba por ahí y siempre que veía uno me quedaba quieto esperando, porque creía que era una lechuza y venía a darme una carta. Mi padre siempre me reñía porque me quedaba hasta las tantas fuera gritándoles a los búhos que me dieran mi correo de una vez.
Bruce se rio, imaginándose la situación.
—No me extraña. Hasta que no están cerca yo tampoco puedo diferenciarlos—acabó diciendo, y entonces se dirigió a su lechuza—. ¿Tú qué crees? ¿Te pareces a un búho?
La lechuza, en el marco de la ventana abierta, ululó. Parecía decir "acaba ya con esto".
—Creo que la llamaré Búho—opinó Bruce.
La lechuza ululó de nuevo, y eligió ese preciso momento para salir volando y lanzarse en picado hacia los árboles de abajo. Bruce esperaba que fuera porque había visto un ratón y no porque odiara el nombre, porque ya no era capaz de pensar en algo más.
Malcolm soltó un suspiro.
—De verdad espero que tengas más imaginación en el campo que fuera, capitán. Porque lo que es fuera… Tienes un problema.
Bruce puso el despertador el lunes, pero le despertó antes el retrato de Aleksandar Kras, que se puso a gritar en el piso de abajo dándole los buenos días. Gruñendo, Bruce miró el reloj. Faltaban cinco minutos para que sonara su alarma. ¿No podría haber esperado diez minutos más?
Bajó las escaleras para ir al baño y se cruzó con Malcolm, que seguía en el sofá cubriéndose la cabeza con una almohada mientras Alek gritaba datos sobre el buen día que iba a hacer. Cuando salió del lavabo la imagen de Alek ya había desaparecido del cuadro, y Malcolm se había levantado y mascullaba en voz baja mientras arreglaba el sofá. Era la última noche que pasaba allí, y seguro que habría preferido que le dejaran descansar un rato más.
Desayunaron juntos y en silencio, puesto que si Bruce tenía pocas ganas de hablar recién despertado, Malcolm parecía odiar madrugar con todo su ser. Creía recordar que en Hogwarts, en los días que tenían entrenamientos de quidditch antes de ir a clase y los fines de semana por las mañanas, había sido muy parecido. Por suerte, tras un par de cafés el ambiente mejoró un poco, y Malcolm se fue a encargarse de su propio piso mientras Bruce se aparecía en las oficinas de los Vultures.
No había nadie conocido a la vista, pero eso no significaba que el lugar estuviera vacío. Había un buen puñado de gente yendo de acá para allá, entrando y saliendo de oficinas, bebiendo cafés a sorbitos y saludándose como si no se hubieran visto en mucho tiempo, poniéndose al día. Bruce, sin moverse de su sitio, supuso que también sería la vuelta al trabajo de muchos de ellos tras unas buenas vacaciones. Nadie pareció prestarle atención durante unos segundos, hasta que una chica joven se plantó a su lado con tanta agilidad que casi parecía haberse aparecido.
—Bruce Vaisey, ¿cierto? —le dijo la chica con una media sonrisa, mientras extendía su mano para estrechársela—Bienvenido a los Vultures. Me llamo Ayshe, soy una de las asistentas del equipo. Me ha tocado guiarte hasta tu reconocimiento médico.
Bruce asintió, y dejó que Ayshe le indicara el camino. Al principio le había parecido muy joven, más que él, con su piel color caramelo y el cabello corto y muy negro, pero en cuanto se fijó un poco más notó que a pesar de su aspecto juvenil, debía estar más cerca de los treinta que de los veinte. La joven inició una conversación banal sobre qué tal habían ido sus primeros días en Bulgaria, y hablaron un rato mientras caminaban por las oficinas, y tras coger el traslador que les dejó en el estadio, Ayshe le hizo unas cuantas recomendaciones de lugares que visitar hasta que llegaron a la puerta de la zona médica.
—Buena suerte—le deseó Ayshe, dándole una palmadita en el hombro y llamando a la puerta.
Bruce entró solo, y en el interior de la estancia se encontró con tres hombres que le miraron de inmediato con interés. Uno de ellos, el único al que reconoció a simple vista, era su nuevo entrenador, Petros Papadopoulos. Con la piel, ojos y pelo morenos que delataban su nacionalidad griega, Papadopoulos era famoso en toda Europa por haber desarrollado su exitosa carrera como guardián en cuatro países diferentes, y posteriormente por haberse dedicado a entrenar con excelentes resultados en varios países más. Papadopoulos también era nuevo en los Vultures, con su fichaje habiéndose hecho oficial nada más terminar la anterior temporada, en la que los Vultures habían quedado en un decepcionante cuarto lugar; todo el mundo esperaba que el nuevo entrenador, junto con los nuevos fichajes, fuera capaz de devolver al equipo a sus viejos días de gloria.
Y si Papadopoulos rondaba los cincuenta años, los otros dos hombres debían llevarle alrededor de una década de diferencia, uno por arriba y otro por abajo. Y por la experiencia que Bruce tenía en pruebas médicas, habría podido asegurar que el hombre robusto y serio de cabello gris y gruesas gafas era el medimago del equipo, mientras que el hombre bajo de pelo castaño y sonrisa fácil era preparador físico.
—A ti no te conozco, al menos en persona. Pero he visto tus fotos, Vaisey—fue Petros Papadopoulos el primero en hablar, y le dirigió una sonrisa amistosa que le marcó todas las arrugas de la comisura de la boca. Extendió una mano que Bruce estrechó con fuerza—. Petros Papadopoulos, el nuevo entrenador. Te presento también a mis colegas, el medimago Angelov y Georgi, nuestro preparador físico jefe.
Había estado en lo correcto.
—Un placer conocerles a todos—respondió Bruce, y tras los correspondientes saludos y unas pocas palabras amables, empezaron con las pruebas.
—¿No va a venir ningún otro jugador? —preguntó Bruce al cabo de un rato.
Había acabado la primera prueba, una sencilla para comprobar su flexibilidad, y Bruce tuvo que preguntarlo porque estaba acostumbrado a hacer aquello con gran parte de sus compañeros masculinos. No era que necesitara la compañía, aunque sí que había tenido la esperanza de tener una primera impresión de sus nuevos compañeros.
—No todavía. Todos tenéis programada vuestra prueba a lo largo de la mañana, pero coincidiendo lo menos posible para poder concentrarnos mejor en cada uno—le explicó Georgi, el preparador físico, mientras dejaba que una vuelapluma anotara los resultados de la prueba—. Y como tú eres el novato, te ha tocado ser el primero porque vamos a tardar un poco más contigo. Siento el madrugón. Si te consuela, Grigor Sokol es el siguiente, y las chicas deberían estar empezando ya en otra sala con Anna Andersen.
Bruce escuchó los nombres con una cierta expectación. Quería hablar con Anna. Por Merlín, necesitaba hablar con ella y agradecerle, ya que gracias a ella ahora estaba allí. Y respecto al otro… Grigor Sokol. Le sonaba. No era uno de los mejores, a esos los reconocería en cualquier lado. Pero él… debía haber hecho algo interesante últimamente. Le sonaba haber leído algo sobre él. De todos modos, no tuvo mucho tiempo para pensar en ello, porque rápidamente las pruebas se volvieron más intensas y tuvo que centrarse por completo en ellas.
No obstante, sí que se dio cuenta cuando Grigor Sokol entró en la sala, porque fue ya cerca del final de su examen médico. Grigor saludó entusiastamente a Georgi, lo que fue suficiente para detener las pruebas durante un minuto y que Bruce tuviera tiempo de echarle un vistazo a su nuevo compañero. Alto y con una complexión física muy parecida a Bruce, tenía el cabello castaño claro, ojos verdes y una sonrisa confiada. Era un tipo atractivo, con una especie de magnetismo que le recordó de inmediato a aquella gente poderosa con un don para captar la atención de los demás. No era algo malo de por sí, pero Bruce experimentó una leve sensación de desagrado: en el mundo del quidditch, la gran mayoría de las veces eso indicaba que se trataba de gente insoportable con una perfecta fachada. Y sin embargo, no dejó que eso se notara: correspondió con amabilidad al saludo y presentación de Grigor, perfectamente amistoso y espontáneo, y no se tomó en serio sus bromas.
—Así que un nuevo cazador, ¿eh? Estoy seguro de que seremos grandes amigos aunque intentes quitarme el puesto—dijo jocosamente Grigor.
—Señor Sokol, por favor—le interrumpió el medimago Angelov con un tono que no admitía réplica—. Tome asiento por unos minutos o vaya calentando, pero no interrumpa las pruebas del señor Vaisey.
—Por supuesto, señor. No seré ninguna molestia—respondió Grigor, sonriente, y se sentó en un lateral de la sala junto al entrenador, que había estado yendo y viniendo a ratos acompañado de algunos ayudantes.
Solo tardaron unos minutos más, hasta que el medimago Angelov decidió dar las pruebas por concluidas y declarar que estaba en buenas condiciones físicas.
—Eso significa que te esperamos el miércoles aquí a primera hora—intervino el entrenador Papadopoulos con expresión satisfecha—. ¿Has visto las puertas de los vestuarios al pasar? Quiero que estés listo para subirte a la escoba a las nueve en punto, ni un segundo más tarde. Ya te irás acostumbrando a mi estilo, pero si hay algo que es intocable, es la puntualidad. Y ahora, Vaisey, disfruta del resto del día y prepárate para trabajar duro.
—Sin problemas, entrenador.
Salió de la sala médica despidiéndose de los demás, mientras Grigor se ponía en pie y se preparaba para empezar sus pruebas. Cerró la puerta con suavidad, y una vez que se encontró solo en el pasillo, empezó a andar sin prisas. No tenía nada mejor que hacer, y le apetecía explorar un poco el estadio para irse familiarizando con él. En el pasillo en el que estaba se encontraban al fondo las salas del área médica, y avanzando un poco había unos cuantos baños, armarios y las entradas a los vestuarios. Tras aquello se encontraba la escalera por la que él había llegado, pero tras la escalera el pasillo todavía continuaba unos metros más, llevando hasta una doble puerta que claramente daba al campo. Bruce la ignoró de momento, subiendo las escaleras hasta el piso en el que se encontraba la sala de trasladores, una pequeña habitación justo a la derecha del hueco de la escalera. Hacia un lado se abría un pasillo lleno de oficinas que parecían estar en desuso; hacia el otro, una puerta de cristal traslúcido dejaba entrever una amplia sala en la que Bruce entró sin dudar. Como había supuesto, era una sala de observación del estadio. Al estar a solo un piso por encima de la altura del césped, era un lugar más bien malo para disfrutar de un partido de quidditch, a pesar de las mullidas alfombras, los caros sofás, las mesitas dispuestas para llenarlas de bandejas de comida y la chimenea que debía ser muy acogedora en invierno. Más que para ver los partidos (para lo cual seguro que habría una sala VIP mucho mejor más arriba), aquella sala debía estar diseñada para seguir los entrenamientos, que en su mayoría se solían llevar a cabo más cerca del suelo. Daba igual, porque Bruce lo único que quería era ver el estadio, así que se acercó a las ventanas para estudiarlo mejor. El césped, perfectamente cortado, era de un verde brillante, pero lo que le llamó de inmediato la atención fue que en las gradas no había asientos individuales, sino bancos. Largos y curvos, adaptándose a la forma del estadio, estaban pintados en diversos tonos de gris que se iban transformando gradualmente de uno a otro. En realidad, estaban tan cerca unos de otros, y las gradas eran tan empinadas, que a Bruce le costó imaginarse cuanta gente podría caber en verdad ahí. Era un estadio antiguo, nada que ver con los de Estados Unidos o Australia, mucho más modernos. ¿Por qué no habían jugado allí cuando habían jugado contra los Vultures en la pretemporada con los Minotaurs? No recordaba qué excusa les habían dado para jugar en el estadio de otro equipo… Pero ahora casi que entendía el porqué. Había algo en ese estadio que era imponente, que encerraba siglos de historia de quidditch. Había una sensación imposible de definir… Pero que hacía parecer que, en un lugar así, no se podían jugar partidos sin importancia. Era como un templo del quidditch, sobrio, sobrecogedor, pero lleno de historia. ¿Cómo lo hacía uno para simplemente entrenar ahí sin sentirse observado? Tendría que aprender a quitarse esa sensación de encima.
—Imponente, ¿verdad? —la voz habló con suavidad, pero como Bruce no había oído llegar a nadie, se sobresaltó mientras se giraba hacia la entrada de la sala.
Y ahí estaba, cómo no, Anna Andersen, tal como la recordaba, pálida, alta y delgada, con el cabello rubio clarísimo corto por la barbilla. Vestía un chándal corto con los colores de los Vultures, al igual que Bruce, pero algo en el atuendo y en la cara un poco enrojecida por el esfuerzo de las pruebas la hacían parecer más joven de los veinte años que debía tener. Parecía una adolescente, pero en realidad era la nueva buscadora titular de los Vratsa Vultures… Y la persona a la que Bruce tenía mucho que agradecer.
—¿Cómo me has encontrado? —preguntó Bruce con sorpresa.
Anna se encogió de hombros y una tímida sonrisa asomó a sus labios.
—No te estaba buscando. Pero sabía que también estabas en el estadio, que eras de los primeros. Ya me iba y he visto la puerta abierta… No sabía que eras tú, pero era bastante probable.
Fue en ese momento en el que Bruce se dio cuenta de que no sabía muy bien cómo hablar con Anna Andersen. Habían coincidido en los Maschere durante una semana, sí, pero no se habían hecho amigos que digamos. Anna había sido educada pero distante con casi todos gran parte del tiempo, salvo tal vez con alguna de las chicas con las que se había abierto un poco más. La recordaba hablando en privado con Ginny Weasley pareciendo bastante relajada, pero ella y Bruce nunca habían tenido una conversación a solas. Estando en grupo sí que habían participado de la misma charla, pero en realidad, no la conocía. Y no tenía ni idea de por qué Andersen había vuelto a los Vultures, y mucho menos, de por qué le había traído a él.
—Ya veo, tiene sentido—Bruce le devolvió una sonrisa un poco incómoda—. Es curioso, porque quería buscarte y hablar contigo.
—Imagino que tendrás algunas preguntas.
—Pues sí—admitió Bruce, separándose de la ventana y yendo hacia el sofá—. ¿Te importa que te las haga ahora?
Anna negó con la cabeza, y fue a sentarse en el sofá opuesto al de Bruce, muy erguida en el extremo.
—¿Qué quieres saber? —preguntó la joven.
—¿Por qué has vuelto a los Vultures? —era su primera duda—Tengo entendido que no te trataron muy bien la primera vez que estuviste aquí. ¿Por qué volver si estabas triunfando en Noruega?
Anna asintió levemente con la cabeza, como si le pareciera una buena pregunta, y tardó un rato para responder, dedicándose mientras tanto a mirar alrededor de la habitación:
—Es complicado. Tienes razón, no tuve un año fácil aquí… Pero han cambiado muchas cosas en este tiempo. El plan que tienen ahora es mucho mejor que el que tenían entonces y, en resumen, me ofrecían unas condiciones mucho mejores.
Dinero, intuyó Bruce, porque era imposible que le ofrecieran jugar más partidos de los que ya jugaba con los Trondheim Trolls. Aunque claro, también estaba la mayor fama de los Vultures, su reputación, mayores rivales, estilo de juego… Pero lo que muchos jugadores querían decir por "condiciones" era dinero. Y no les culpaba; cada uno tenía sus razones para jugar al quidditch.
—¿Y cómo acabó eso en que me recomendaras para el equipo?
—Para convencerme de fichar me hicieron varias ofertas. Entre ellas, aceptar sugerencias mías para renovar el equipo—respondió ella, y se encogió de hombros—. Me sorprendió lo que hiciste en Italia. Te adaptaste muy rápido, viniendo de muy lejos, y creí que eso sería algo que le iría bien a los Vultures. También dije otros nombres, pero parece que se decidieron por ti.
—¿Eso es bueno o malo?
—Interesante—repuso Anna con una ligera sonrisa—. Dice algo de lo que quieren hacer con el equipo esta temporada. Ya veremos qué tal sale.
Dedicó gran parte del tiempo hasta su primer entrenamiento a responder a las cartas de sus amigos, relatándoles qué tal era Bulgaria y confirmando que todo iba bien. También salió a pasear por los alrededores, caminando por el monte y subiendo cuesta arriba hasta que se cansó, y se apareció en Vratsa, donde se dedicó a familiarizarse con la ciudad. Pero no fue muy productivo, porque solo podía pensar en las ganas que tenía de subirse de una vez a una escoba y volver a entrenar por fin.
De ahí que el miércoles se despertara incluso antes de que sonara la alarma, lo que hizo que cuando el retrato de Alek Kras se apareciera le felicitara con entusiasmo al verle ya desayunando.
—¡Qué energía! ¡A tope! ¡Arriba los Vultures! —gritó Alek, antes de echar a correr y salirse por el marco.
Bruce inspiró profundamente con paciencia. Era solo una pintura. Se acabaría acostumbrando, y de todos modos, no era como si fuera un compañero de piso. Solo tenía que aguantar su comportamiento extraño unos minutos al día, y seguro que habría una manera para conseguir que fuera más informativo y menos exagerado. Malcolm había conseguido sacarle información; él también debería ser capaz. Pero dejó aquella tarea para otro día, y se apareció en las oficinas de los Vultures.
Aquella mañana el lugar estaba lleno de actividad, rebosante de gente yendo y viniendo. Bruce no sabía qué estarían haciendo todos, pero suponía que habría muchas cosas que hacer en el mes que quedaba hasta que empezara la Liga. Recibió algunos saludos, pero en general no le prestaron mucha atención mientras cruzaba las oficinas hasta la sala de trasladores.
El estadio, en cambio, estaba mucho más tranquilo. No vio a nadie en los corredores, lo que no le extrañó porque había llegado pronto, y cuando entró en el vestuario también lo encontró completamente desierto. No había ni siquiera una mochila, así que había llegado el primero; al menos, de los hombres. Se dirigió al hueco que estaba marcado con su número dieciocho, dejó ahí sus cosas y comenzó a colocarse las protecciones mientras su mente divagaba pensando en qué escoba les darían. Asenov había mencionado que era una de las novedades del mercado pero no había dado más detalles, y no le había sorprendido porque ya se estaba acostumbrando al secretismo que había alrededor del quidditch en Bulgaria. Estaba tan sumido en sus cavilaciones que se sobresaltó cuando la puerta del vestuario se abrió, dejando pasar a un nuevo compañero de equipo.
—Y yo que pensaba que era puntual—comentó el recién llegado—. Pero me parece que la puntualidad británica supera a la alemana.
El tipo era alto, de piel pálida y algo sonrosada, cabello rubio rojizo y ojos de un azul claro. Un puñado de pecas se esparcían por su cara, y en los brazos destacaban un montón de tatuajes que apenas dejaban ver la piel. Era joven, alrededor de la edad de Bruce, y sonreía amistosamente. Debería reconocerle: había visto sus fotos en las revistas últimamente. Era alemán, y tenía un apellido que empezaba por H… Pero no conseguía recordarlo.
—Creo que deben estar muy igualadas. Lo de hoy son más las prisas del novato—respondió Bruce.
—¿Como cuando el primer día de clase llegas exageradamente pronto por tener demasiado miedo a que pase cualquier cosa en el camino y llegues tarde?
Bruce no pudo evitar reírse. El alemán le había pillado. Le había pasado eso mismo todos los años cuando tenía que coger el Hogwarts Express.
—Exacto—asintió, y se levantó para estrecharle la mano al chico—. Bruce Vaisey, aunque parece que ya lo sabes.
—Sí. Has sido noticia últimamente—dijo el otro con tono de broma mientras estrechaba su mano con fuerza—. Yo soy Augustus Hartmann, pero llámame Gus. También soy cazador. Contigo vamos a ser cuatro.
—Tú, yo, Grigor, y ¿quién más?
—¿Has conocido ya a Grigor?
—Tuvo el examen médico después de mí y coincidimos unos minutos, pero no he hablado con él realmente—explicó Bruce.
—Ah, bueno, pues ya lo harás. A Grigor le gusta mucho hablar, ya verás. Entonces te falta Viktoria.
Un momento. Le sonaba ese nombre, pero no de los Vultures.
—Espera, ¿Viktoria Krasteva?
—La misma.
—¿Está aquí? Creía que jugaba en el Ostende United. Recuerdo que hace dos temporadas llegaron a la final de la Liga de Campeones por sorpresa y todas las revistas la mencionaban a ella…
—Y eso fue en 2003—le recordó Augustus—. Estamos en 2004 y ha pasado una temporada entera, y ya va a ser el segundo año de Vicky aquí. Bienvenido de vuelta a Europa, colega.
Bruce meneó un poco la cabeza, sorprendido. Creía estar al tanto de lo que sucedía en el quidditch europeo, pero lo cierto era que había muchos equipos y, estando en Australia, era muy difícil estar al corriente de todo.
—¿Hay algo más importante que me haya perdido?
—Pues no lo sé—replicó el otro, y se rio—. Pero ha habido una buena renovación en el equipo en los últimos tiempos. La mayoría no llevamos aquí más de tres años. Pero no te preocupes, te acostumbrarás rápido.
—Eso espero.
Augustus le miró con compasión.
—No te preocupes, Vaisey. ¿O prefieres que te llame Bruce? Si has llegado aquí es por algo. Lo acabarás haciendo bien. Y quién sabe, a lo mejor lo suficientemente bien para echar a Grigor del equipo, aunque para eso hará falta mucho...
—¿Por qué? ¿Qué pasa con Grigor? —preguntó Bruce, todavía más interesado tras el último comentario de Augustus.
Augustus chasqueó la lengua.
—No debería haberlo dicho… Pero bueno, te acabarás enterando igual, así que no importa. Grigor es, digamos, un poquito insoportable. Pero es de buena familia, así que los búlgaros se lo toleran todo. Aunque más vale que te hagas tú tu propia opinión… Mientras tanto, ¿qué puedes contarme de ti?
Bruce le contó lo básico sobre él, y Augustus hizo lo mismo mientras acababan de colocarse las protecciones y salían al campo desierto. Descubrió que Gus era, efectivamente, alemán, y había nacido en Múnich solo un año después que él. Era hijo de muggles, y había sido muy difícil convencer a sus padres de que la magia existía, razón por la cual había estudiado en casa durante un par de años con un tutor privado, hasta que sus padres se habían convencido que aquello no eran trucos absurdos y le permitieron ir al colegio local de magia de Múnich. Justo estaba acabando su historia cuando varias personas entraron casi a la vez en el campo, saliendo poco a poco del túnel de vestuarios: el primero era el entrenador Papadopoulos, acompañado de Georgi y una mujer de cabello negro que debía ser Desislava, la otra preparadora física. Tras ellos iban cuatro personas más hablando entre sí, todos claramente jugadores: tres mujeres, incluyendo a Anna Andersen, y un hombre alto y moreno, de espalda ancha y pelo oscuro y muy rizado. Este último fue precisamente el primero en dirigirles la palabra mientras todo el grupo se acercaba a ellos:
—¡Gus! ¿Dónde te has metido todo el verano? ¡Has estado completamente desaparecido! —exclamó el hombre entre risas, y él y Augustus se saludaron con un rápido abrazo—Aunque veo que has aprovechado el tiempo y ya has conocido a uno de los nuevos.
—He estado viajando mucho, ya te contaré. Ha sido un verano intenso—respondió Augustus, y se echó para atrás para continuar con los saludos—. Este es Bruce Vaisey. Bruce, te presento a Mehmed Hadjiev, nuestro subcapitán… y maestro espiritual. Pero si buscas a la capitana, es esta de aquí, nuestra querida Eylem. Y seguro que reconoces a Viktoria Krasteva… ¿Y asumo que tú eres Anna Andersen?
Los siguientes minutos fueron bastante caóticos, con los seis jugadores presentes saludándose, preguntándose por las vacaciones de verano e interrogando a los que no conocían. Se complicó todavía más cuando el entrenador se acercó a ellos a darles los buenos días y felicitarles por llegar pronto, pero aún y a pesar de la confusión Bruce captó unas cuantas cosas.
Eylem Çelik, la capitana, le recordó de inmediato a Elizabeth aunque físicamente no pudieran ser más diferentes. Eylem había nacido en Turquía, y tenía la piel clara, pero unos ojos muy oscuros, cejas gruesas y pelo negro y muy rizado recogido en una coleta alta, y tenía una complexión física más bien robusta. Pero tenía una sonrisa muy cálida y una actitud claramente acogedora que se parecía mucho a la de su antigua buscadora. Por otro lado, el subcapitán Mehmed también tenía orígenes extranjeros, al menos en parte: su madre era iraní, lo que explicaba su nombre y sus rasgos un tanto exóticos comparado con los demás búlgaros que había visto hasta el momento. Anna Andersen estaba bastante callada, lo cual no era sorprendente, pero parecía tener muchas ganas de empezar. Y la última desconocida era Viktoria Krasteva, que era mucho más guapa en persona de lo que las fotos en las revistas de quidditch llegaban a mostrar. Delgada y atlética, tenía la tez bronceada y ojos y pelo castaños; en su cara de duendecillo se dibujaba una sonrisilla divertida, y bastó intercambiar con ella solo unas pocas frases para notar que todo en su actitud dejaba claro que era la clase de chica que había sido la más popular en el colegio. Tenía la misma aura de superioridad que siempre habían tenido Ingrid Warrington, o la mayoría de las Greengrass, algo que era fácilmente reconocible una vez que se había conocido a una de esas chicas.
—Y parece que aquí viene el último grupo—dijo subiendo la voz el entrenador Papadopoulos, interrumpiendo todas las conversaciones del grupo—. Señores, habéis llegado justos. Queda un minuto para las nueve.
—Lo sentimos, entrenador. Nos hemos entretenido poniéndonos al día—fue Grigor Sokol precisamente el que tomó la palabra, disculpándose con una sonrisa medio avergonzada.
Había cuatro hombres más acompañando a Grigor, y los cuatro repitieron algo parecido a lo que había dicho Grigor de inmediato. De ellos, Bruce solo reconoció rápidamente a uno: Stoyan Markov, famoso porque su padre también había sido jugador de quidditch y había estado en un buen número de equipos europeos durante sus más de quince años de carrera. Stoyan era bateador, tal como lo había sido su padre, y en los siete años que llevaba jugando ya había demostrado estar siguiendo bien los pasos de su padre, pues era uno de los bateadores más cotizados del continente.
—Pues a partir de ahora no os entretengáis, porque podéis hablar aquí sin problemas—replicó el entrenador, y se aclaró la garganta antes de continuar—. Bien, ya que estamos todos aquí reunidos, es hora de decir unas cuantas cosas. Ya he hablado un poco con cada uno de vosotros, pero me presento de nuevo: me llamo Petros Papadopoulos. Sí, sé que es un apellido largo, así que me conformo con que me llaméis Entrenador. En mi época de jugador fui guardián, pero seguro que eso ya lo sabéis, y si a alguno le interesa mi historial seguro que no le costará encontrarlo, así que ahora no quiero hablar de eso. Tengo muchas ideas para este equipo, y durante este primer mes de entrenamientos vamos a irlas probando poco a poco y a ver qué funciona. Sé que para muchos de vosotros este apenas es vuestro primer o segundo año en el equipo, y que ha habido muchos cambios últimamente, y pienso aprovechar eso para renacer de las cenizas. Tenemos objetivos muy ambiciosos para la temporada: no solo mejorar el cuarto puesto de la Liga del año pasado, sino intentar ganarla y además, hacer un buen papel en la Liga de Campeones. Cualquier cosa que no sea pasar de octavos será un desastre, y tendremos un plus si llegamos a las semifinales. No os confiéis aunque creáis que tenéis un puesto fijo en el equipo, porque voy a premiar cada semana a los que vea mejor preparados para el partido. Y ya, por último, os dejo mis normas: la única norma que tengo es la puntualidad. No quiero que nadie llegue tarde a ni un solo entrenamiento, ¿entendido? Una vez que estéis aquí, mientras lo deis todo en el campo podéis hacer todo lo demás que queráis. Por mí, da igual si os queréis contar todas vuestras vacaciones día a día, o si queréis cotillear o si queréis comer tarta y beber whiskey a la vez porque es el cumpleaños de alguien, mientras hagáis todos los ejercicios como toca. ¿Me habéis entendido?
Todos rieron ligeramente ante la última parte y asintieron, mientras el entrenador sonreía satisfecho.
—Bien. Entonces, espero que estéis preparados para probar vuestras nuevas Seacrossers 24.
¡Hola a todos!
Aquí estamos un lunes más con un nuevo capítulo, en el que por fin llegamos a Bulgaria y Bruce empieza a adaptarse a un nuevo país y a descubrir cosas sobre su nuevo equipo. También podemos echarle el primer vistazo a algunos de los nuevos personajes, como Grigor y Augustus (además del reencuentro con Anna Andersen que arroja algo de luz sobre cómo Bruce ha terminado en los Vultures), pero no os preocupéis si todavía tenéis muchas preguntas sobre ellos, ¡porque queda mucho por delante para ir conociéndoles!
Por lo demás, como siempre, mil gracias por seguir leyendo. Si tenéis comentarios o teorías sobre lo que va a pasar en esta temporada, ¡ya sabéis cómo compartirlas en un review!
¡Nos leemos pronto!
