Todo lo que reconozcáis (y más) pertenece a J.K. Rowling. El resto ya es cosa de mi imaginación.


79. Agosto de pretemporada


El entrenador Papadopoulos no había mentido. No les mandó callar en ningún momento del larguísimo entrenamiento, pese a que gran parte de los jugadores estuvieron poniéndose al día sin descanso. Sin embargo, tampoco bajó la intensidad de los ejercicios, y a pesar de que el hombre se acercaba ya a los cincuenta años, lideró varios de ellos sin que le supusiera un esfuerzo mayor al de los demás. Papadopoulos era un hombre enérgico y cercano, y hasta participó de algunas de las bromas que los jugadores hicieron. Pero a la vez también estaba muy seguro de sus decisiones, y no se dejó aplacar cuando, pasadas ya las tres horas de entrenamiento, algunos de los jugadores dejaron caer que aquello se estaba alargando mucho.

—Es normal que un partido de quidditch dure cuatro horas. Si no podéis aguantar eso durante un entrenamiento, menos lo aguantaréis en un partido—respondió simplemente el entrenador—. Y ahora, a las escobas. Empezaremos con diez vueltas, intentad sacarles toda la velocidad que podáis.

El poder montarse en las escobas fue un cambio positivo. Como era de esperar en el primer entrenamiento de la temporada, casi todos los ejercicios habían sido muy físicos y en tierra; solo habían tenido veinte minutos en el aire al comienzo, y eso porque estrenaban escobas nuevas. Las Seacrossers 24 eran nuevas de ese verano. Estaban fabricadas en Italia, y Bruce las había visto por primera vez en la Eurocopa, ya que el equipo italiano de quidditch había sido el primero en el mundo en usarlas. Sin embargo, Bruce no había reconocido el nombre hasta ver las escobas de cerca, puesto que hasta entonces solo conocía la marca por su nombre italiano; fue ahí cuando se dio cuenta de que el amuleto de traducción que llevaba le traduciría todas las palabras extranjeras al inglés, y no solo lo que estuviera en búlgaro. Bueno, eso seguro que le facilitaría las cosas para recordar los nombres de los equipos rivales.

La escoba nueva era preciosa, de una madera oscura, casi negra, y una curvatura atrevida acompañada de un encantamiento de cojín muy cómodo. El mango tenía unas ligeras hendiduras que se amoldaban a los dedos para mejorar el agarre, y en algunas zonas la madera tenía una textura levemente rugosa (que debía protegerse con un barniz especial) que supuestamente reducía las vibraciones a altas velocidades. Y tras montar en ella y experimentar un rato, Bruce tuvo claro que era tan buena como parecía. Ni siquiera era difícil adaptarse a ella, como sucedía con la última Saeta de Fuego, y uno podía volar a doscientos kilómetros por hora con la misma comodidad que a cien. Era increíble. Si era posible enamorarse de un objeto, Bruce acaba de hacerlo.

Ya con todos en el aire y habiendo acabado sus vueltas, la última media hora del entrenamiento la dedicaron a hacer ejercicios sencillos de pases y lanzamientos, mientras los jugadores decidían a voces a dónde se irían a tomar unas bebidas esa tarde. A la una en punto el entreno terminó, y todos, agotados y sudorosos, se dirigieron a los vestuarios ansiosos de darse una buena ducha.

—Entonces nos vemos más tarde en el Troll Pisador, chicas—se despidió Grigor de las tres mujeres, cuando se separaron a las puertas de los vestuarios.

—Claro, guapo. Ponte algo bonito—le respondió Viktoria, guiñándole un ojo y lanzándole un beso.

—Si no hay más remedio—dijo Eylem a su vez, más resignada—. No te olvides de mandarles una lechuza para confirmar el reservado.

—Por supuesto, por supuesto. Lo haré—Bruce ya había entrado en el vestuario, pero oyó a Grigor en la puerta acabándose de despedir.

En esas cuatro horas de entrenamiento llenas de conversación, Bruce había empezado a entender poco a poco la dinámica del equipo. Eran once jugadores, contándose a sí mismo, y todos eran muy diferentes entre sí, pero había sido fácil distinguir una cosa: que Grigor Sokol se creía el mejor de todos, y no tenía nada que ver con lo que Augustus había dejado caer antes. Grigor tenía una actitud orgullosa, una clara necesidad de ser el centro de atención y una habilidad para hacer comentarios mezquinos sobre los demás sin llegar a ser maleducado del todo. Y lo que era todavía más curioso era que casi todos los demás del equipo parecían seguirle la corriente. Había tres de los chicos que, más que seguirle la corriente, parecían adorarle: eran Stoyan Markov, Petar Danchev y Costel Olarescu. Los dos bateadores y el guardián tenían prácticamente la misma edad que Grigor, unos veinticinco años, y por lo que había entendido Grigor y Stoyan eran amigos desde Durmstrang, donde habían estado en el mismo curso. Los otros dos le conocían desde hacía menos tiempo, solo desde su incorporación a los Vultures, pero su relación con el popular cazador era muy curiosa. Había sido fácil ver que Petar era tonto; no como algo despectivo, sino que verdaderamente parecía incapaz de juntar más de dos pensamientos coherentes seguidos, y cualquier ocurrencia mínimamente graciosa de Grigor le dejaba asombrado. Por otra parte, Costel hablaba poco, pero cada vez que lo hacía parecía que era perfectamente calculado para intentar agradar a Grigor, lo cual hacía que acabara pareciendo muy raro.

Y a parte de ese extraño grupo, los demás también parecían ceder ante él… Aunque de formas diferentes. Mehmed, subcapitán y bateador, era el bateador más relajado y místico que Bruce hubiera conocido nunca; tenía veintinueve años, por lo que estaba por encima de la media del equipo, y respondía con palabras agradables a todo el mundo, incluido Grigor cuando hacía comentarios visiblemente ostentosos. El caso de Augustus era curioso; la verdad era que no recordaba haberle oído hablar directamente con Grigor en ningún momento, a menos que fuera por algo de quidditch, pero parecía muy cómodo y amistoso con el séquito del cazador. Eylem, la capitana, era una de esas personas que eran incapaces de ocultar lo que sienten, y lo que claramente daba a entender era que aunque le divertía a ratos, también tenía que esforzarse para tener paciencia con Grigor. Y Viktoria… Viktoria no parecía tener ningún comportamiento especial con Grigor, a decir verdad, porque ya se había dado cuenta de que su actitud consistía en flirtear con todo ser masculino que anduviera cerca.

Anna Andersen había estado muy callada durante todo el entrenamiento, al igual que Bruce. Ambos se habían dedicado a escuchar, aprendiendo todo lo posible de sus nuevos compañeros y respondiendo las preguntas ocasionales que iban dirigidas a ellos. Oh, y casi se olvidaba del buscador suplente, Boris Tsvetkov. A sus treinta y dos años, Boris era el jugador más mayor del equipo, y era un hombre taciturno, poco hablador y con un aura un poco deprimente. Había hablado todavía menos que Bruce, y cada vez que lo había hecho, había sido con desgana. No sabía a qué podía deberse aquello, pero sin duda, no subía mucho los ánimos.

Así como estaban las cosas, tras un largo rato de discusión habían acordado ir a un bar de la zona mágica de Sofía a tomar algo y charlar sin tener que estar haciendo ejercicio todo el rato. El problema había estado principalmente en decidir si iban a la zona mágica o a un lugar muggle, y si bien había habido dos bandos en aquella cuestión, los que habían votado por la zona mágica habían sido mayoría.

—Eres muy bueno esquivando bludgers, chico nuevo—le dijo Petar, sonriente, mientras se cambiaban.

Petar era muy grande y muy alto, con la típica constitución de un bateador. Su cara morena tenía un aspecto bonachón.

—Eso parece, ¿eh? Cualquiera diría que tiene instalado un dispositivo de detección de bludgers en el cerebro—respondió Grigor en tono de broma, antes de que Bruce tuviera tiempo de hablar.

—¿Es eso verdad? ¿Tienes un trasto de detección en el cerebro? —le preguntó entonces Petar, enormemente sorprendido.

Bruce negó con la cabeza, atónito ante la cuestión absurda, pero sin decir nada al respecto.

—No. Pero cuando estaba en el colegio recibí una bludger en la cabeza que me dejó sin jugar durante semanas, y desde entonces siempre estoy muy atento a ellas—explicó Bruce.

—Ah, claro. Eso suena mucho más fácil que tener un trasto en el cerebro—asintió Petar con gravedad.

—Sin contar con que ni siquiera con un detector de bludgers artificial se puede suplir el talento natural de algunos, ¿verdad, Grigor? —intervino entonces Costel, medio en serio medio en broma.

—Claro, Costel—Grigor le dedicó una sonrisa al guardián, encantado por el extraño cumplido—. Ya veremos qué tal se le da a Bruce esquivar bludgers cuando empecemos a jugar más en serio.

—¿Y dónde vives, Bruce? ¿Te han metido en alguno de los apartamentos? —dijo Augustus, cambiando el tema de la conversación, algo que Bruce agradeció.

No sabía qué eran los apartamentos, pero no le parecía que su cabaña entrara en la definición.

—No. Estoy en una casa en la ladera de la montaña, en las afueras de Vratsa. Hay muy buenas vistas.

—¿En Vratsa? Interesante, yo también estoy por ahí—comentó Augustus—. ¿Y sabes cómo llegar al Troll Pisador?

—Sé cómo llegar a la Calle del Águila. Me imagino que no será muy difícil encontrarlo desde ahí.

—Para nada. El Troll Pisador es muy fácil de ver—intervino Mehmed con amabilidad—. Está a menos de dos minutos andando de la entrada, a mano derecha. La puerta está decorada como un par de piernas de troll enormes. No tiene pérdida.

Tal como le habían dicho, el Troll Pisador era fácil de encontrar. Había vuelto a casa tras el entrenamiento para encontrarse con la nevera llena y la cabaña perfectamente limpia, pero sin rastro de elfos domésticos. Había tenido una comida copiosa y hasta se había echado una siesta, y después había leído el periódico y los últimos números de revistas de quidditch hasta que había sido la hora de ir al bar.

Por suerte, todavía no era un personaje muy conocido, así que entre eso y las gafas de sol pudo caminar por la Calle del Águila sin que nadie le reconociera. Unas piernas de troll, grises y gruesas como troncos, bordeaban la puerta color verde moco del bar, dando paso a una gran sala llena de mesas, música a un alto volumen y un buen montón de gente hablando y bebiendo. Bruce se acercó a la barra y preguntó al camarero más cercano por el reservado a nombre de Grigor Sokol, y el hombre le miró con curiosidad pero asintió, y le llevó a través de una puerta trasera a una zona mucho más calmada. La música seguía sonando fuerte, pero a un tono más agradable, y la zona estaba dividida en compartimentos separados por altos biombos. El camarero le llevó hasta el último de todos, donde Bruce descubrió que no había sido el primero en llegar.

—Mira, un hombre puntual para variar—dijo Eylem con una amplia sonrisa, siendo la primera en verle.

—¿Y yo qué soy, una piedra? —protestó de inmediato Augustus, aunque apartó la silla a su lado y le hizo gestos a Bruce para que se sentara.

—Tú eres alemán, Gus. No cuenta. Si no fueras puntual sí que me preocuparía.

—¿Y tú estás segura de que eres turca? Llegar siempre antes de tiempo no encaja con el estereotipo.

—Y también soy tu capitana y debo dar ejemplo a los demás. ¿Encaja esto con tu estereotipo de capitán?

—Llevan así desde que se han juntado—le dijo Anna en voz baja, encogiéndose de hombros.

Anna había hablado en un tono bajo, pero no lo suficiente como para que Eylem y Augustus no la oyeran; el par cruzó una mirada divertida y se quedaron callados.

—¿Así que la gente no es muy puntual por aquí? —preguntó Bruce, sentándose finalmente.

—Digamos que por lo general no—respondió Augustus lacónicamente.

—¿Y eso por qué?

—Para hacer una buena entrada ante la prensa, obviamente—dijo Eylem.

—¿Qué prensa? —preguntó Bruce entonces, confundido—No he visto a nadie vigilando el local.

—Oh, qué inocente—Eylem le sonrió con dulzura, como si fuera un niño pequeño—. ¿Cómo eran las cosas en Australia, Bruce? Es obvio que el dueño habrá avisado a los periodistas en cuanto haya visto que nos reuníamos los miembros del equipo. No tardarán en estar aquí.

—No esperes que la mayoría lleguen menos de media hora tarde—añadió Augustus—. Así se aseguran de que la prensa esté preparada para documentar su aparición.

—Y entonces, ¿cómo se decide quienes llegan los primeros a un sitio?

Eylem y Augustus soltaron una carcajada y hasta Anna sonrió, como si aquello fuera una pregunta muy tonta.

—Pues llegan primero los que no necesitan aparecer en las portadas cada dos por tres—dijo Augustus con rotundidad—. Algunos no tenemos el ego tan alto como para necesitar ser el centro de atención a diario.

—O tenemos familias que no hace falta que sean noticia—apuntó Eylem.

Bruce se sintió un poco idiota ante aquellas respuestas. Era obvio. Había gente que adoraba ser el centro de atención… y otra que no. Y la diferencia en el mundo del quidditch era más que clara. Especialmente en un país en el que el quidditch era tan importante.

—Claro. Olvidad que he hecho preguntas tan absurdas, por favor—pidió Bruce, meneando la cabeza—. Entiendo. ¿Has dicho que tienes familia, Eylem?

—Una niña. Se llama Damla—respondió Eylem, y de inmediato sacó su cartera y le mostró una fotografía de una sonriente niña de seis o siete años—. Y un marido maravilloso. Fue por Martin que me quedé en Bulgaria, en realidad. Me hicieron una oferta para irme a Francia después de un año aquí… Pero fui incapaz de irme y dejarle. Fue todo muy rápido. En dos años ya estábamos casados y yo estaba embarazada, y no lo cambiaría por nada del mundo, aunque tenga que irme siempre pronto para contarle cuentos a la hora de ir a dormir.

—Y a veces se confunde un poco y nos trata a nosotros como si fuéramos sus niños—bromeó Augustus.

En ese momento el camarero apareció de nuevo, con Viktoria detrás de él. Bruce aprovechó para pedir una cerveza mientras la recién llegada saludaba efusivamente a los demás con besos y abrazos; cuando le llegó el turno a él, se sintió bastante cohibido al recibir dos besos en las mejillas. Intentó disimularlo, pero fue muy obvio que no estaba acostumbrado a que una desconocida se tomara tantas confianzas con él.

—Oh, tranquilo, no te pongas nervioso—bromeó Viktoria, al ver que se sonrojaba como si fuera un idiota adolescente—. Cariño, eres bastante guapo y tienes unos brazos estupendos, pero no eres mi tipo. Puedo controlarme un poquito cuando te vea, pero esos bíceps son muy tentadores.

Viktoria le acarició rápidamente un brazo, que su sencilla camiseta negra dejaba al descubierto, antes de guiñarle un ojo y dejarse caer en la silla al lado de Eylem, que negaba con la cabeza.

—Vicky, ¿a eso llamas no ser tu tipo? —inquirió Eylem.

—Ya sabes, no es mi tipo si está en mi equipo—recitó Viktoria con voz cantarina—. No es nada personal, Bruce, te lo aseguro. Solo es que no me gusta mezclar el placer con trabajo.

Bruce negó con la cabeza, tratando de demostrar que no le preocupaba en absoluto no ser el tipo de Viktoria, mientras Eylem añadía:

—Sea como sea, déjale un poco de espacio al pobre. No está acostumbrado a tus peculiaridades aún.

—Ah, tranquila, le dejaré espacio. Gus también era muy tímido al principio conmigo y mira qué buenos amigos somos ahora.

—Es imposible no serlo con tu encanto natural—replicó Augustus con una sonrisa y un deje irónico, y Viktoria le sacó la lengua.

—Has llegado pronto hoy—comentó Eylem—. ¿Ya está la prensa fuera?

—Un par de nacionales. Seguro que me han sacado genial con este vestido nuevo. Me lo he comprado en Milán este verano. Pero es que he tenido una cita antes, y cuando ha acabado no se me ha ocurrido qué más hacer para entretenerme un rato antes de venir hacia aquí.

—¿Una cita? ¿Ha sido alguien nuevo? —preguntó Eylem de inmediato.

—Anna, Bruce, bienvenidos al mundo de citas de Viktoria—anunció Augustus con grandilocuencia—. Quien sea capaz de recordar más nombres de hombres que se haya ligado a final de temporada, gana.

Viktoria le guiñó un ojo con diversión, y a continuación se embarcó en una detallada explicación sobre cómo y con quién había sido su cita. Estaba acabando cuando empezaron a llegar el resto del equipo. Mehmed fue el primero, que todavía llegó al final de la historia de Viktoria y escuchó con curiosidad, aunque dejó que fuera Eylem quien hiciera las preguntas. Después de eso, Mehmed y Eylem se centraron en interrogar a Anna; ambos habían estado en el equipo en su anterior etapa allí, y se interesaron por qué había hecho la joven en el tiempo que había pasado desde entonces.

Luego llegaron Stoyan, Costel y Petar a la vez, hablando entre carcajadas y a todo volumen y llamando la atención del camarero a toda costa. Sin duda habían levantado un buen revuelo en la sala pública del bar, puesto que el volumen de conversaciones al otro lado de la pared había aumentado y, poco después de que el trío se sentara, hubo bastante gente que empezó a asomarse por la zona privada, intentando echar una ojeada al reservado. Los tres parecían de muy buen humor, y se unieron a la conversación con ganas. Estuvieron intercambiando historias sobre qué habían hecho en verano, y Bruce descubrió que, como era de esperar, la mayoría habían estado en la Eurocopa, aunque solo hubiera sido para la final o algún partido importante. Stoyan también había estado en la carrera de escobas de Suecia y Bruce compartió su experiencia con él, y aunque Stoyan parecía un tipo sencillo y divertido, cuando comentó que había quedado quinto en la carrera Bruce empezó a sospechar. Estaba completamente seguro de que no había quedado quinto: los diez primeros clasificados de la carrera se sentaban en la mesa de los campeones, perfectamente visible para todos los espectadores, y Bruce habría reconocido el nombre de Stoyan Markov, siendo un habitual en las revistas de quidditch y sabiendo que era jugador de los Vultures. Lo habría recordado… así que Stoyan mentía. ¿Por qué? Era una cosa absurda sobre la que mentir, a menos que quisiera darse importancia…

Oh, claro, era eso. Hijo de un jugador famoso de quidditch, estudiante de Durmstrang, familia poderosa… Era obvio que le gustaba la atención. Se fijó un poco en la camisa de Stoyan, reconociendo el logotipo como una marca cara, y notó entonces los voluminosos anillos que adornaban sus dedos y el reloj dorado que apretaba su muñeca derecha. A Stoyan le gustaba sentirse importante… algo que sospechaba no debía ser fácil a la sombra de Grigor. A Bruce no le caía mal Stoyan, al menos no de momento; pero no pudo evitar preguntarse cuánto en su actitud debía ser fingido o exagerado. Y hablando de Grigor, este no tardó en aparecer, llegando a la mesa ya con un vaso de whiskey en una mano y una sonrisa satisfecha, contándoles que ahí afuera era una locura y le había costado un montón deshacerse de los fans.

—Tal vez si llegaras a la hora a la que has quedado no tendrías tantos problemas—le dijo Eylem.

—¿Y privar a sus fans de ponerles las manos encima? —replicó Viktoria, sonriéndole con complicidad a Grigor—Las decepcionaríamos un montón.

Fue interesante contemplar la diferencia de Stoyan, Costel y Petar de cuando Grigor estaba con ellos y cuando no. Sin Grigor, los tres hablaban de cualquier cosa, reían y estaban relajados… Y en cuanto había aparecido, habían cambiado de repente y todo lo que hacían estaba enfocado a complacerle y agradarle. ¿Tan influyente era Grigor?

El último de todos en aparecer fue Boris, y Bruce ya casi se había olvidado de él cuando hizo acto de presencia. Lo cierto fue que no marcó mucha diferencia el que estuviera ahí o no, ya que se limitó a sentarse junto a Mehmed y sorber poco a poco su cerveza, contestando con monosílabos cuando le preguntaban o con movimientos de cabeza. ¿Por qué ese aire deprimido? No parecía el mejor momento para preguntarlo, así que se dejó la duda para después. Boris también fue el primero en irse, tras beberse una sola cerveza, y Eylem le siguió no mucho más tarde, excusándose con que tenía que ir a acostar a su hija.

Los demás siguieron allí, bebiendo, compartiendo historias del verano, debatiendo sobre las opciones de los Vultures para la temporada y divagando sobre demás equipos; y en el caso de Bruce, también fue aprendiendo cosas sobre sus nuevos compañeros, sobre su carácter y su pasado. Pero iba a tener todo un año, como mínimo, para compartir con ellos. No tenía prisa por saberlo todo.


—¡Buen pase ese, Hartmann! ¡Vaisey, atento a la bludger… bien! Ahora amaga y… ¡buen gol!

Costel no había conseguido llegar a atajar la quaffle, y el disparo de Bruce se había colado limpiamente por el aro izquierdo. Costel parecía molesto, pero Bruce ya sabía que no tenía nada que ver con él y más con el propio Costel. Respirando con esfuerzo, porque ya se habían cumplido las cuatro horas de entrenamiento y estaba agotado, se alejó de los aros y regresó al centro del campo, donde Gus ya le esperaba. Su compañero alemán era más pálido que él, y el esfuerzo de las últimas horas bajo el sofocante calor se reflejaba en su cara, totalmente roja. Sin embargo, Gus le sonrió y extendió una mano para que se la chocara.

—Bien, ahora hacen lo mismo Sokol y Krasteva una vez y hemos acabado por hoy. ¿Listos, chicos? Krasteva, tú lanzas a los postes—anunció el entrenador Papadopoulos.

Obedeciendo las órdenes, Grigor y Viktoria repitieron los movimientos que habían hecho Gus y Bruce, cruzando medio campo pasándose la quaffle sin tenerla más de un segundo cada uno, esquivando las bludgers que les lanzaban los demás y desembarazándose de los muñecos de prácticas. Al final se quedaron un poco justos, fallando al calcular las distancias, y Viktoria tuvo que ralentizar su velocidad unos instantes para poder recibir la quaffle antes de entrar en el área de los postes. Esa pérdida de velocidad fue lo que hizo que en esta ocasión, Costel llegara a tiempo al lanzamiento e hiciera una buena parada, a pesar de que Viktoria lanzó la pelota lo más lejos posible, ajustándola al borde derecho del aro derecho.

—¡Está bien! Bien hecho, chicos. Buena parada, Olarescu. A todos, esto es todo por hoy. Buen trabajo—dijo Papadopoulos, y todos soltaron un suspiro de alivio.

Habían pasado ya dos semanas desde el primer entrenamiento. Dos largas e intensas semanas, en las que Bruce había aprendido mucho, tanto sobre quidditch como sobre sus compañeros.

En lo que al quidditch se refería, había muchas cosas interesantes. Como por ejemplo, que había dos posiciones en el equipo en las cuales los jugadores titulares estaban muy claros: Eylem era la guardiana titular, y Anna la buscadora oficial. Solo en caso de lesión o necesidad extrema iban a ser sustituidas en sus posiciones por Costel o Boris, respectivamente, aunque eso no significaba que Papadopoulos permitiera que estos dos se relajaran en los entrenamientos, ni mucho menos. Sin embargo, precisamente a causa de eso era muy fácil de ver que estando todos al máximo, los sustitutos no llegaban a la suela de los zapatos de las titulares. Eso era por un lado, mientras que en el caso de bateadores y cazadores, era todo lo contrario. Había tres bateadores para dos puestos, y cuatro cazadores para tres, y en ambos casos era muy difícil decidir quienes debían ser los titulares. El caso de los bateadores era curioso: Mehmed tenía mucha experiencia, y era muy bueno viendo las jugadas y previendo sus movimientos; Petar era todo lo contrario, y era incapaz de predecir los movimientos de otro jugador, pero ante una orden tenía un extra de fuerza y precisión que a Mehmed le faltaba; y Stoyan estaba en un punto intermedio, con una decente capacidad de previsión y también mucha fuerza y especialmente puntería. Era muy difícil determinar quién era la mejor pareja; era algo que dependería del tipo de rival. Y mientras tanto, en lo que a los cazadores respectaba… Bruce se había sorprendido al darse cuenta de que no era el peor de ellos. Es decir, no es que ninguno de los otros tres fuera claramente peor que él, pero por su experiencia estaba acostumbrado a llegar a un equipo y estar obviamente por debajo del nivel del resto de cazadores. Y en los Vultures, esto no había sido así. Su estilo de juego era claramente diferente; en Europa, se hacía mucho hincapié en planear las jugadas, en prever los movimientos y anticiparse al enemigo. Se parecía un poco más al ajedrez… mientras que en Australia, la velocidad había sido la clave. Eso no era necesariamente malo, ya que además Bruce había pasado varios meses en Australia siendo cazador líder, posición que combinaba la velocidad con la capacidad de planificación que los Vultures exigían. Su incorporación al equipo hacía que el juego de los Vultures fuera más sorprendente e imprevisible, dándoles un soplo de aire fresco y muchas posibilidades de que los rivales no se los esperaran… Siempre que fueran capaces de encajar lo que Bruce podía hacer con el estilo más clásico europeo de sus compañeros, por supuesto, que era lo que más les estaba costando. Pero se estaban esforzando a tope para ello, Bruce el que más, estudiando a sus compañeros y aprendiendo a jugar junto a ellos. Tanto Gus como Viktoria eran increíbles; Viktoria era más creativa, y Gus tenía más puntería. Grigor estaba un escalón por debajo de ellos, aunque eso no significaba que no hubiera podido ser una estrella en cualquier equipo de Estados Unidos. Y Bruce… estaba allí, en algún nivel intermedio, aprendiendo y esforzándose por encajar en el equipo, mientras aprovechaba para sorprenderles y maravillarles con sus movimientos e ideas más originales. ¿Quiénes serían los tres titulares en el primer partido de Liga? No tenía ni idea, pero él estaba haciendo todo lo posible por estar entre ellos.

Y hablando del primer partido de Liga, Vasil Asenov se había empezado a acercar a los jugadores a paso rápido en cuanto estos habían aterrizado. Llevaba un trozo de pergamino en las manos, y en el rostro tenía una expresión impaciente, deseosa de hablar con ellos. Y Bruce sabía por qué. Esa mañana se había celebrado el sorteo de la Liga, y por fin sabrían el orden en el que se iban a enfrentar a los otros dieciséis equipos del campeonato.

—¿Qué tal, chicos? ¿Habéis tenido un buen entrenamiento? —les saludó el director deportivo.

—Estaba siendo un infierno hasta que has llegado tú, querido—se adelantó a responder Viktoria, colgándose cariñosamente de la espalda de Eylem. La capitana puso los ojos en blanco, pero sonrió con diversión.

—Vicky, ¿qué dirían los periodistas si te oyeran hablar así? —la riñó Asenov, meneando la cabeza.

—Nada que no hayan dicho ya—replicó ella, causando varias risas en el grupo.

Bruce se estaba acostumbrando ya a lo incorregible que era Viktoria. No lo hacía con mala intención, sino que simplemente parecía ser parte de su personalidad el flirtear incesantemente con cualquier hombre que se le cruzaba. No porque tuviera ningún interés amoroso o sexual en ellos; ya le había dejado claro más de una vez que no era eso, y que ella misma se había prohibido estrictamente acercarse a cualquier compañero de equipo. Sin embargo, era como si no conociera otra forma de relacionarse con hombres que no incluyera llamarles siempre "querido", "corazón" o "cariño", y proclamar lo guapos que eran y lo que les había echado de menos. Se le había hecho raro al principio, y un poco incómodo, pero era cuestión de irlo aceptando como parte de ella y no tomárselo mal. Después de todo, era una famosa jugadora de quidditch; y como ya se estaba dando cuenta, en Europa eso significaba con mucha asiduidad que se trataba de una persona con una personalidad estrafalaria. Sin duda, más que en Australia y muchísimo más que en Estados Unidos. En los Minotaurs, sus compañeros habían sido por lo general bastante normales. En los Vultures estaba Viktoria con su obsesión por el sexo masculino, Grigor con su complejo de dios, Mehmed con su insistencia en adivinar el futuro de todo el mundo, Stoyan y su compulsión por comprar objetos insuperablemente caros e inútiles, Petar siendo rematadamente tonto, Gus queriendo siempre ser invisible…

—Déjalo ya, Asenov—les interrumpió Grigor—. ¿Quién nos ha tocado primero?

—¿Han sido los Dolphins? —preguntó Mehmed, ansioso.

En esas semanas, Bruce había aprendido que a Mehmed le gustaba la adivinación. Mucho. Se habría llevado de maravilla con la profesora Trelawney, porque a pesar de lo mucho que les gustaba, parecían tener el mismo poco talento para ella. A pesar de eso, Mehmed estaba especialmente obsesionado con la lectura de las hojas de té, y los lunes al finalizar los entrenamientos había insistido en que todo el equipo se tomara una taza para estudiar los posos y ver qué les depararía la semana. Dos días atrás, Mehmed había asegurado ver delfines en prácticamente todas las tazas de sus compañeros, lo que según él inequívocamente significaba que sus primeros rivales en la Liga iban a ser los Varna Dolphins.

—Pues no. De hecho, no vamos a jugar contra los Dolphins hasta la última jornada de todas—les informó Asenov, y Mehmed se puso a rascarse la barba, pensativo—. Nuestro primer rival va a ser el Independent of Lutsk. Sábado 28 de agosto, a las diez de la mañana.

—¡Ah! Seguro que las tazas querían decir entonces que no vamos a tener que preocuparnos por los Dolphins hasta dentro de mucho tiempo—concluyó Mehmed con tono de satisfacción.

Pero la mente de Bruce no estaba en los Dolphins, sino en el Independent of Lutsk. Lutsk… Había estado estudiando un poco los equipos y la historia de la Liga. Recordaba el nombre…

—Ese está en Ucrania, ¿verdad? —le susurró a Gus.

Su compañero asintió, dirigiéndole una sonrisa de aprobación.

Había sido muy fácil hacerse amigo de Augustus. En verdad, mucho más de lo que se esperaba. Gus solo tenía un año menos que él, y era el único de los chicos del equipo que no iba detrás de Grigor como un perrito faldero; era verdad que Boris y Mehmed tampoco le hacían mucho caso, pero Boris era nueve años mayor que él (y muy deprimente) y Mehmed le sacaba seis años, y aunque era agradable, también tenía mucha actitud de estrella y podía llegar a ser bastante cargante. En cambio, Gus era simpático, relajado y de gustos muy sencillos. Además, siendo extranjero como él y llevando solo un año en los Vultures, al ver que congeniaban rápidamente se había propuesto ayudarle a encajar en Bulgaria. Por las tardes y los fines de semana le había enseñado los lugares más importantes y relevantes de Sofía y Vratsa, especialmente todo aquello que tenía que ver con lo muggle. A Gus le gustaba pasar desapercibido, ser simplemente uno más del grupo, algo que le resultaba muy difícil en el mundo mágico siendo una estrella en uno de los mejores equipos de quidditch del país. De ahí que pasara mucho tiempo mezclándose con los muggles, y en especial en su pub deportivo favorito en Sofía; le encantaba el fútbol muggle, y había conseguido encontrar un local en el que retransmitían habitualmente la Liga alemana. Allí se habían pasado varias tardes, mientras Bruce aprendía los misterios del fútbol y cómo funcionaba el quidditch en Bulgaria. Incluso se les había unido Malcolm algunos días, intrigado por el fútbol y con curiosidad por el quidditch.

—Te has aprendido la lección—bromeó Gus.

El Independent of Lutsk era de Ucrania porque la liga en la que jugaban los Vultures, la Liga del Mar Negro, no era exclusiva de Bulgaria. Eso era muy común en Europa: de sus dieciséis Ligas, solo había cuatro donde todos sus equipos fueran de un solo país. Esas eran las Ligas de Suiza, Polonia, Bielorrusia y Rusia; en las demás había como mínimo dos países involucrados, como en la Liga de Reino Unido e Irlanda, o la Liga de Grecia (que también incluía equipos de Chipre), o la Liga Ibérica (donde competían equipos de Portugal, España y Andorra)… Esto se hacía así para incrementar el número de equipos en una Liga, sobre todo cuando juntaba a países pequeños, para así aumentar la competitividad y hacerla más interesante. Los países que tenían una Liga para ellos solos tenían razones variadas para ello: Suiza siempre había querido mantenerse independiente de todos sus vecinos (y sus únicos cuatro equipos se enfrentaban entre sí como un millón de veces por temporada), pero Polonia y Bielorrusia simplemente se habían quedado en territorio de nadie cuando los países de sus alrededores se habían agrupado para unificar sus Ligas. Así como estaban las cosas, la Liga del Mar Negro era una de las más numerosas, porque sus diecisiete equipos provenían de Bulgaria, Rumanía, Moldavia y Ucrania. Eso garantizaba mucha competitividad y emoción… Y también, un calendario muy apretado. Y eso que ese año era de los buenos: al no haber ni Mundial ni Eurocopa al final de esa temporada, esta podía alargarse hasta mediados de junio. Los años que había eventos en verano, tenían que jugarse partidos entre semana para poder terminar en mayo.

Asenov había seguido hablando, relatando los detalles de cómo había ido el sorteo y las fechas más reseñables del calendario, aunque era obvio que la mayoría de los jugadores ya no escuchaban, murmurando entre sí mientras Papadopoulos, Georgi y Desislava hacían el trabajo de prestar atención e informarse por ellos. Bruce, por su parte, calculó cuanto tiempo quedaba hasta el partido inaugural. Diez días.

¿Podría conseguir ser titular en diez días?


—¡El Independent of Lutsk es un fantástico equipo como primer rival! —exclamó el retrato de Alek Kras un rato más tarde, cuando Bruce se lo contó al regresar a casa—. Fueron decimoquintos la temporada pasada, los terceros por la cola. Nunca han ganado la Liga del Mar Negro, y su mejor posición fue quedar cuartos en 1902. Su mejor jugador es Martin Kiri, cazador, zurdo, búlgaro, veintisiete años.

—En el bar han dicho lo mismo—añadió Malcolm, llenándose la boca de patatas—. Victoria fácil para los Vultures, si no pasa nada raro. El Independent ha fichado a una bateadora nueva este verano, de Hungría, pero parece ser que no es muy buena y probablemente ni sea titular.

Bruce asintió, procesando la información. Al volver a casa del entrenamiento se había encontrado a Malcolm ahí esperándole, acabando de elegir el menú para la comida. No comían juntos cada día, pero sí al menos un par de veces por semana. Malcolm aprovechaba la comida gratis, y le informaba de lo que iba descubriendo en sus "investigaciones". Bruce sabía que por lo general, Malcolm llamaba investigar a sentarse en un bar, pub o restaurante de la calle del Águila, empezar a beber y comer y ponerse a charlar con gente al azar o con los camareros. Sus investigaciones también incluían ligar con una de las jóvenes camareras del Troll Pisador y con una empleada del Departamento de Deportes Mágicos del Ministerio a la que iba frecuentemente a pedirle documentación sobre la Liga. Pero aparte de lo poco ordinario de sus métodos, Bruce tenía que admitir que estaba funcionando bastante bien. Malcolm no solo no era un jugador de quidditch famoso (ni aspirante a famoso), sino que además tenía facilidad para caerle bien a los desconocidos y hacerles hablar, igual que su prima Maureen. Malcolm podía averiguar qué pensaba la gente de la calle de una forma que a Bruce le era imposible, y estaba resultando ser muy útil, puesto que había cosas que ni Gus sabía.

Esa mañana Malcolm la había pasado en un bar, en el que por la radio mágica habían retransmitido el sorteo del calendario de la Liga. Allí se habían reunido varios aficionados al quidditch para escucharlo en compañía, estando representados los cuatro equipos búlgaros aunque con una clara mayoría de los Vratsa Vultures y los Sofía Supremes. Los aficionados de los Vultures habían estado contentos, porque su primer rival había resultado ser bastante asequible, mientras que los seguidores de los Supremes no habían estado tan felices, ya que se iban a enfrentar primero a los Pitesti Tornados, el equipo rumano que había acabado en tercer lugar la temporada anterior. Sin embargo, ambos grupos habían estado bastante emocionados al saberse que los Vultures y los Supremes se iban a enfrentar en la segunda jornada.

—Hay una rivalidad histórica entre los Vultures y los Supremes—le explicó Malcolm, mientras seguían comiendo—. Es lógico si lo piensas, ya que son los dos mejores equipos búlgaros y además, Vratsa y Sofía están muy cerca, así que sus aficionados coinciden todo el rato. Pero no te preocupes, no es una rivalidad tan agresiva como la de los Appleby Arrows y las Avispas de Wimbourne, nadie debería intentar maldecirte por la espalda… Es más una competencia tipo hermanos. Los Vultures han sido mejores casi siempre a lo largo de la historia, pero desde la marcha de Krum están atravesando un bache y eso les ha acercado mucho al nivel de los Supremes. Si los Supremes han tenido a veces opciones de superar a los Vultures en la Liga, ahora es una de las mejores.

—¿Alguna otra fecha importante? —preguntó Bruce.

La verdad era que tras el anuncio inicial de Asenov, se había puesto a hablar con sus compañeros sobre el Independent y no había escuchado mucho más.

—Vuestra jornada libre es la novena. Ya sabes, como sois un número impar de equipos… Y jugáis contra los actuales campeones, los Poltava Winged Horses, en la undécima.

—Que son ucranianos.

—Has estado estudiando—se rio Malcolm—. Pronto no vas a necesitarme.

Bruce negó con la cabeza.

—Gus se ha estado esforzando en que me aprenda los nombres. Deberías venir con nosotros este fin de semana otra vez, vuelve a jugar el Bayern de Múnich. Gus también está a punto de convencer a Anna.

—Vendré cuando hagáis algo más interesante que ver fútbol—replicó Malcolm—. No entiendo ese deporte, ¿qué le ves? O al menos si me invitarais a las cervezas… Paso. Además, es probable que tenga una cita con Greta.

—¿La chica del Troll Pisador?

—No, la del Departamento de Deportes.

—¿En serio? Creía que habías dicho que te gustaba más la camarera.

—Es más guapa—admitió Malcolm—, pero la verdad es que muy lista no es. Y Greta sí que es capaz de darme más conversación. Es más interesante.

—Ah, cierto. Recuerdo que tenías algo por las Ravenclaw. ¿Cómo se llamaba la chica esa por la que estabas colado en mi último año? Era algo como Dobbie…

—Dobbs, Emma Dobbs—le corrigió él—. Tuvimos algo en sexto, de hecho, pero bueno, no salió bien. Acabé dejándola por Andrea Kegworth… No es algo de lo que esté muy orgulloso, pero era un crío y estaba muy necesitado.

—¿Andrea Kegworth? ¿La bateadora? —repitió Bruce con sorpresa.

Malcolm asintió con un suspiro.

—Sí. También acabó mal. Y un consejo: nunca salgas con una bateadora y no le regales nada por San Valentín, por mucho que te diga que "no necesita nada". Pasé dos días en la Enfermería y dejé las chicas por un tiempo. Está visto que se me da mal elegir… Estoy intentando mejorar mi puntería. A ver qué tal es Greta.

—Intenta no engañarla con la chica del Troll Pisador si te da por pensar con otra parte del cuerpo que no sea la cabeza, y seguro que te irá mejor que con Kegworth—sugirió Bruce.

Malcolm rio y estuvo de acuerdo.

—Tienes razón. Además, es de linaje antiguo, así que no puedo cagarla si quiero que no me eche a su temible familia encima.

—¿Y cómo sabes eso? ¿Os habéis puesto a hablar sobre vuestras familias mientras buscabais quién fue el máximo goleador de 1784?

—No—Malcolm hizo una mueca—. Por su apellido, claro. ¿No te he contado lo de los apellidos? Aquí, todos los apellidos acaban en "ov" o "ev", si eres hombre; añádele una "a" al final si eres mujer. Eso es lo común. Sin embargo, las familias mágicas más antiguas de Bulgaria, hace siglos, eliminaron ese sufijo de sus apellidos para diferenciarse del populacho. Hoy en día, tener un apellido que no acabe así es una marca muy alta de estatus. Mira a tu colega Grigor Sokol, por ejemplo. Seguro que parte de que sea tan gilipollas es porque se le ha tenido en un pedestal desde siempre por su apellido, y se lo ha creído. ¿Y qué me dices de Viktor Krum? Sí, era un genio sobre la escoba, pero nadie se lleva a un crío que todavía no ha acabado el colegio a jugar un Mundial… A menos que su familia influyente interceda.

—No tenía ni idea de nada de eso—admitió Bruce—. ¿Te has enterado por Greta?

—No, en verdad fue hace un par de días. Estaba en un café y escuché a unos viejos discutir sobre un nuevo director de Departamento del Ministerio que era nieto de un ex director, y echaban pestes de que el abuelo se había cambiado el apellido para impulsar su carrera… Vamos, dramas políticos, pero me interesó y les pregunté por el tema, y me lo contaron.

—¿Así que tener un apellido que no acabe en "ov" y "ev" equivale a ser de los Sagrados Veintiocho?

—Algo parecido. No es exactamente lo mismo, porque al parecer te puedes cambiar el apellido si cumples ciertos requisitos… Pero sí, es una forma de diferenciarse y sentirse superiores.


—Entonces, ¿nunca habías visto un partido de fútbol? —inquirió Gus.

A Bruce le hacía gracia que cada vez que Gus le preguntaba eso a alguien, siempre lo hacía con tono de fascinación, como si todavía no se hubiera acostumbrado en todos esos años que los nacidos de magos nunca hubieran prestado atención a un deporte muggle.

—Bueno…—Anna titubeó. Parecía casi tan sorprendida como Gus, y le costaba apartar la mirada de la pantalla de televisión del pub—Crecí viviendo en el campo en Noruega, lejos de las ciudades muggles. En Durmstrang no hay hijos de muggles, y muy pocos mestizos… Veraneé algunos años en pueblecitos en la costa y allí había campos de césped con líneas iguales a esas, y los niños del pueblo daban patadas a un balón, pero lo que jugaban no se parece en nada a eso.

—¡Es que cómo vas a comparar el fútbol de unos niños noruegos con la clase y el estilo del Bayern! —exclamó Gus, y se llevó una mano al pelo, frustrado y atónito—Claro que no. Mundos completamente distintos. Increíble.

—No te sientas mal, Anna—intervino Bruce, mientras Gus seguía murmurando por lo bajo—. Reaccionó peor cuando le dije que había visto jugar al fútbol en Estados Unidos, pero que allí lo hacían con las manos.

—Oh, no, por allí no vayas. No me hagas explicarte lo mal que está que los americanos llamen fútbol a esa aberración suya—replicó Gus, y bebió un largo trago de cerveza para no tener que hablar.

Anna sonrió, un poco confusa, sin entender muy bien la exaltación de Gus. Bruce le devolvió la sonrisa encogiéndose de hombros, porque aunque él captaba de qué iba el asunto, tampoco era capaz de explicar del todo la profunda división entre el fútbol normal y el americano, y por qué eso afectaba tanto a Gus.

Estaban en el lugar favorito de Gus en Sofía, un pub irlandés en el que servían cerveza a raudales y siempre tenían pantallas de televisión mostrando partidos de fútbol internacional. Gus había pasado un año en Irlanda, jugando para los Kenmare Kestrels justo antes de fichar por los Vultures, y allí se había enamorado de los pubs irlandeses, de su atmósfera y de su devoción por el deporte. De allí que hubiera buscado uno nada más llegar a Bulgaria, y que se lo hubiera presentado a Bruce de inmediato. A él también le había gustado, y le había hecho sentir un poco como si estuviera en casa. Además, el pub estaba muy frecuentado por extranjeros, la mayoría de los cuales hablaban inglés; y era un alivio poder quitarse el amuleto de traducción durante un rato y escuchar a la gente en su propio idioma. Además, tenían la suerte de que Gus hablaba inglés fluidamente, aunque con un marcado acento bávaro, y Anna era capaz de hablarlo sin apenas acento, lo cual hacía la conversación más natural. Era curioso lo que cambiaba el saber que no había un amuleto adaptando lo que decías y modificando tus palabras.

Estaban los tres solos en una mesa en esa tarde de sábado. Malcolm no se les había unido, ocupado en su cita con Greta, y del resto del equipo había sido imposible convencer a los demás. La mayoría habían salido de fiesta la noche anterior: Grigor, Stoyan, Costel y Petar por un lado, y Viktoria con amigas suyas por otro. Bruce había decidido no unirse al grupo de Grigor y compañía, ya que iban a salir por la zona mágica y ya había aprendido lo que eso significaba. Y no le apetecía tener que pasarse la noche viendo cómo sus compañeros usaban su fama para ligar, quedándose solo e ignorado o peor, acosado en cuanto se dieran cuenta de que él también era un jugador de quidditch. Así que se habían quedado Bruce, Gus y Anna solos, ya que los más mayores del equipo preferían, lógicamente, pasar el tiempo libre con sus respectivas familias. No había sido fácil convencer a Anna, que seguía siendo bastante retraída; pero al ver claramente que tampoco besaba el suelo que pisaba Grigor, Gus se había tomado como misión personal el ayudarla a sentirse más cómoda en el equipo, y Bruce había apoyado la idea. No solo porque le debía a Anna su presencia en los Vultures, sino porque él también había sido el chico joven y tímido en los Minotaurs, y sabía que necesitaría un empujón y mucha paciencia para ir socializando con ellos.

Así que pasaron la tarde viendo el partido y charlando, sintiéndose más cómodos a medida que iban bebiendo cerveza y el Bayern marcaba goles, lo que puso especialmente de buen humor a Gus. Anna se fue soltando, hablando con más facilidad con el paso del tiempo y tomando más la iniciativa para contar historias sobre su pasado. Los tres intercambiaron montones de anécdotas sobre su época en el colegio, y Bruce agradeció que ninguno le preguntara por la guerra; le caían bien, pero no tenía aún la clase de confianza necesaria para discutir un tema tan delicado. Así que se ciñeron a lo básico, a los profesores, los entrenamientos y partidos de quidditch, los amigos y los enemigos, las diferencias en su educación…

—¿Y cómo decidisteis dedicaros al quidditch profesional? —preguntó en una ocasión Gus.

—Yo quería ser auror de pequeña—admitió Anna—. Mi tía lo es, y la admiraba un montón. Pero bueno, acabé en el equipo de quidditch de mi Casa en cuarto año, por casualidad como ya os he contado, y resultó que se me daba bien… En sexto los ojeadores empezaron a contactarme, y me convencieron de que tenía una carrera en el quidditch asegurada. Me vendieron mi futura vida de maravilla, y aquí me tienes, a miles de kilómetros de casa en un equipo del que ya tuve que irme una vez.

—Espera, pero ¿te gusta dedicarte al quidditch, no? —preguntó Bruce, intrigado por la explicación.

—Sí, claro. Me gusta ganar—respondió sinceramente Anna—. Me encanta ganar, y por eso acabé eligiendo el quidditch y los Vultures. Si hay un lugar en el que poder hacer historia ganando cosas, es aquí.

—Increíble. ¿Te imaginas que no te hubieran convencido y te hubieras hecho auror? —Gus meneó la cabeza, incrédulo—¿Y tú qué, Bruce?

—Jugar a quidditch es lo único que en realidad siempre se me dio bien—admitió él—. Los estudios no se me daban mal del todo, pero no me motivaban. El quidditch siempre fue mi única opción… Lo único que me gustaba hacer. Por eso me fui a Nueva York cuando no conseguí encontrar equipo en Reino Unido. No me imaginaba capaz de conformarme haciendo otra cosa. ¿Qué hay de ti?

—Pues mi historia no es muy diferente a la tuya—respondió Gus, sonriéndole—. Pero es que a mí nunca se me dieron bien los estudios. Aprobaba siempre por los pelos… Cuando lo hacía. Pero tenía talento para el quidditch. Es algo parecido a lo tuyo, jugar a quidditch era lo único que sabía hacer bien de veras. Para lo académico siempre fui un desastre… Pero nunca quise sobresalir. Desde pequeño, siempre quise ser normal. No entendía mis poderes que siempre me hacían quedar como el rarito de clase. Cuando finalmente fui a un colegio de magia en Múnich, después de haber estado estudiando en casa dos años, también fui el rarito que había estudiado con un tutor privado… Hice amigos y acabé consiguiendo ser uno más, ser normal, y la verdad es que habría querido conseguir un estúpido trabajo de oficina y ser uno más, pero era incapaz de centrarme en esas cosas. En cambio, el quidditch era algo natural para mí… Y cuando se me acercaron los ojeadores acepté su oferta después de pensármelo un poco. No quería pasarme la vida en un trabajo que se me diera fatal… Y el quidditch me gusta, y siempre puedo ser normal en el mundo muggle.


La semana siguiente empezó recibiendo un grueso folleto sobre el Independent of Lutsk al principio del entrenamiento. Habían tenido el detalle de dárselo en inglés a Bruce, lo que agradeció ya que había empezado a experimentar dolor de cabeza a veces cuando tomaba la poción para poder leer en búlgaro. Allí estaba toda la información que tenían para poder enfrentarse a sus rivales en perfectas condiciones… Y se moría de ganas de llegar a casa y empezar a analizarlo.

Durante todo agosto no había ido a entrenar por las tardes ni una sola vez; los entrenamientos de cuatro horas por las mañanas ya eran agotadores de por sí, y eso unido al calor, a que estaba descubriendo Bulgaria, adaptándose a los Vultures, conociendo a sus compañeros y a que durante las vacaciones había perdido algo de forma física, no había conseguido reunir las fuerzas suficientes como para dejarse caer por el estadio por las tardes. Era algo que pensaba cambiar pronto. El verano estaba acabando y ya se encontraba físicamente mucho mejor, así que ya iba siendo hora de volver a sus entrenamientos privados y a practicar todos aquellos movimientos que no podía meter en los entrenamientos generales. Era lo único que le faltaba para sentirse prácticamente a punto para empezar.

El entrenamiento fue tan duro como siempre, aunque aderezado con charlas, comentarios y ejercicios específicos dirigidos a contrarrestar todo lo que sabían sobre el Independent. Eso lo convirtió en uno de los mejores entrenamientos hasta la fecha, y Bruce lo concluyó bastante satisfecho.

—Vaisey, ¿puedo hablar contigo un momento? —le llamó el entrenador Papadopoulos.

Bruce asintió. Le dejó su escoba a la encargada, que la recogió con el mismo cariño que le ponían todos los encargados de material, y se acercó al entrenador, que le esperaba en un lateral del campo.

—¡No tardes, Bruce, recuerda que después de cambiarnos toca lectura de los posos del té! —le recordó Mehmed.

Bruce asintió, pero no añadió nada más. Mehmed había estado hablando de ello durante medio entrenamiento, y tenía mucho más interés en saber qué le decía Papadopoulos.

—Has hecho un buen entrenamiento hoy, Vaisey—comentó el hombre cuando llegó a su lado.

—Gracias, entrenador. Me esfuerzo todo lo posible.

Papadopoulos le miró en silencio un instante, evaluándole hasta el punto de hacerle incomodar un poco, cambiando el peso del cuerpo de un pie al otro, y luego dijo:

—Mira, chico, voy a ser sincero contigo. Eres un buen jugador. Me gusta tu actitud, creo que es de las mejores que hay en este equipo. Me gustaría ponerte en el equipo el sábado, pero no puedo, y por eso te lo digo ahora, para que no te sorprendas cuando llegue el día. Tengo que poner a Sokol para el partido inicial. No es nada personal, y preferiría que no fuera así. De hecho, pedí que echaran a Sokol cuando llegué, porque no es suficientemente bueno para ser el jugador estrella que quieren que sea, pero resulta que estamos en Bulgaria… Y con ciertos nombres, la calidad no es lo único que importa. Tengo que poner a Sokol, y no te ofendas, pero no tienes suficiente experiencia en Europa para disputarles el puesto a Krasteva y Hartmann, así que vas a quedarte fuera de este partido. Sin embargo, eso significa que voy a poder ponerte contra los Sofía Supremes la semana que viene, y estoy seguro de que si has estudiado un poco sobre la Liga sabrás apreciar la oportunidad. ¿Has entendido lo que quiero decir?

No era eso lo que se había esperado. Pero algo había creído entender.

—¿Quiere decir que solo voy a jugar los partidos en los que los jefes no le exijan poner a Grigor?

—No, Vaisey. Lo que quiero decir es que si quieres jugar los partidos importantes, tienes que volverte mejor. Mejor que Sokol, mucho más, lo suficiente como para que no puedan cuestionar tu calidad frente a su popularidad. Quiero que juegues, y sé que tienes el potencial para hacerlo, pero tu futuro solo depende de lo lejos que estés dispuesto a llegar por él.


¡Hola a todos!

En el capítulo de hoy hemos aprovechado para conocer un poco mejor a los nuevos compañeros de Bruce, además de ir descubriendo poco a poco cómo funcionan las cosas en el equipo y en la sociedad búlgara en general. Si alguien se esperaba que el paso de Bruce por los Vultures fuera un alegre paseo, ya puede ir viendo que la situación es más sutil y compleja de lo previsto... Y que Bruce tendrá que seguir trabajando duro. Al menos, parece que ya empieza a hacer amigos por el camino. ¿Algún favorito ya entre los nuevos personajes?

Por lo demás, mil gracias por seguir leyendo. Ya sabéis cómo dejar un review aquí abajo, y aviso que el próximo capítulo (¡el 80 ya!) va a ser de los largos: nos tomaremos un pequeño descanso de la vida de Bruce y, como capítulo especial, le echaremos un vistazo a algunos momentos de las vidas de nuestros secundarios favoritos en los últimos meses (vale, son mis secundarios favoritos, pero espero que lo disfrutéis tanto como yo).

¡Hasta la próxima!