Todo lo que reconozcáis (y más) pertenece a J.K. Rowling. El resto ya es cosa de mi imaginación.
¡80 capítulos ya! ¿Quién lo iba a decir? Eso significa que viajaremos un poco hacia el pasado, revisitando algunos momentos perdidos del último año y teniendo como protagonistas a algunos personajes que hace un tiempo que no vemos. ¿Todo el mundo listo?
80. Nosotros, los que dejas atrás
Imala Robertson
Viernes, 10 de octubre de 2003
A Imala todavía se le hacía muy raro que los profesores la llamaran "señorita Robertson" la mayoría del tiempo, con tanta formalidad. En la reserva nunca la habían llamado así, pero es que en la reserva no existían los apellidos. Pero por lo visto, no podías vivir en el mundo exterior sin uno, y ya que no tenía un apellido paterno que heredar, le habían dado el de su madre. Se le hacía raro, pero no estaba mal. No recordaba a su madre, y usar su apellido era una forma de sentirse un poquito más cerca de ella.
Pero el que la llamaran por su apellido había sido la cosa más fácil a la que acostumbrarse, ya que había muchísimas más. Por ejemplo, había que llevar zapatos siempre, incluso aunque hiciera un montón de calor y el césped de los jardines de Salem estuviera blandito y húmedo. Tenía que comer siempre usando cubiertos, incluso cuando se trataba de comida que habría sido mucho más fácil comer con las manos (menos si eran sándwiches, por suerte; eso estaba permitido). Aparentemente era una falta de respeto llamar a los profesores por su nombre de pila, y la gente se avergonzaba constantemente cuando cometían insignificantes fallos de protocolo; a Imala se le estaba empezando a pegar eso, porque ahora siempre estaba insegura con todo lo que hacía. Se preocupaba de cometer errores, o de hacer algo demasiado extravagante y que sus compañeros se la quedaran mirando como un bicho raro. Por eso, estaba aprendiendo a mantener un perfil bajo. Quería aprender un montón de cosas sobre el mundo… pero también quería encajar. Y para hacer eso, tenía que observar primero.
Había gente increíblemente diferente en el Instituto, y sinceramente, mucha la confundía. Llevaba más de un mes ahí, y había cientos de chicos en su curso, y los había… incomprensibles. En los primeros días había intentado hacerse amiga de todo el mundo, y no había entendido por qué muchos de ellos se habían reído de ella, o habían fingido ser simpáticos para después burlarse a sus espaldas. Le había dolido y se había sentido sola, pero había tenido suerte, porque Luke había conseguido hablar con ella y explicarle algunas cosas:
—Imala, el Instituto es complicado… La sociedad mágica es complicada. Hay gente muy esnob por aquí, gente que te va a mirar mal por ser diferente y a la que no les vas a caer bien… Y hasta que estés mejor adaptada y puedas diferenciar tú sola a los idiotas de los buenos, hay gente de la que deberías mantenerte apartada. No te acerques a la División Negra. No todos son malos, pero en general son unos estirados que se creen superiores… Y no me gusta decir esto porque es mi División, pero tampoco te fíes de los Rojos. Hay gente muy buena y también los hay muy crueles, pero no puedes saberlo hasta que los conoces bien. Y los Amarillos no están mal por lo general, pero a veces no saben cuándo han llevado una broma demasiado lejos.
—Entonces, ¿a quién es mejor que me acerque? —había preguntado Imala, confundida.
—Empieza por tu División. Sois varias chicas nuevas en los Púrpura, ¿no? Tienes que conocer mejor a tus compañeras de habitación. No te he visto sentarte con ellas todavía.
—Oh… Ruth y Jaye son primas, se conocen de toda la vida y parece que no les gusta mucho juntarse con más gente. Yolanda habla poco, la primera noche nos dijo que esperaba quedar en la División Azul…
—Pues seguro que debe estar un poco triste—había apuntado Luke—. ¿Por qué no hablas con ella? Se te da bien animar a la gente. Intenta hacer una amiga en tu cuarto, y todo será más fácil después de eso. A mí también me costó al principio, y mira ahora… Tengo amigos en casi todas las Divisiones. Los Blancos y los Verdes son los más buena gente. Y si consigues hacerte amiga de algún Azul que no sea un egocéntrico creyéndose el mago más listo del mundo, son geniales cuando tienes problemas con los deberes.
Así que Imala le había hecho caso, se había acercado a Yolanda y había descubierto que, en efecto, su compañera de habitación estaba un poco deprimida por no haber entrado en la División que esperaba, y no sabía muy bien cómo hacer amigos porque se le daban mejor los libros que las personas. Y como había dicho Luke, a Imala se le había dado de maravilla animarla y hacerle ver todo lo bueno que tenía la División Púrpura… Y se habían hecho amigas. Yolanda podía decir que no se le daba bien la gente, pero era muy divertida a su manera cuando se relajaba un poco (y siempre tenía pensamientos muy originales) y sabía un montón de cosas sobre el mundo que Imala no sabía, y estaba más que dispuesta a enseñarle todo lo que hiciera falta. Y con el paso de los días, también se habían ido acercando a Ruth y Jaye, que habían descubierto que por muy bien que se llevaran, era muy aburrido hablar solo con una persona en un lugar tan grande.
Después de aquello había sido más sencillo. Imala había empezado a disfrutar en las clases, y había decidido aprender inglés para no tener que depender de su amuleto de traducción. Estaba aprendiendo a observar a la gente, y poco a poco, iba entendiendo más cosas del mundo que la rodeaba y se sentía mejor y más preparada. Esa misma semana, de hecho, había empezado a hablar con una chica de la División Azul que se sentaba detrás de ella en Historia: se llamaba Caroline, y parecía súper lista y muy simpática. Poco a poco, iba encontrando su lugar en el Instituto.
—¿Estás lista ya, Imala? —preguntó Yolanda entonces, saliendo casi vestida, pero con el pelo húmedo, del baño de la habitación.
Imala, sentada en su cama con sus deberes de Inglés sobre las piernas, asintió mientras le echaba una ojeada al reloj.
—Queda media hora para que el partido empiece. Tenemos tiempo para llegar, pero quiero buenos asientos.
—Tendrás que explicarme muchas cosas—le recordó Yolanda.
—Ya, pero no te preocupes, he tenido un profesor muy bueno.
En media hora se inauguraba la temporada de quidditch del Instituto; la semana anterior había empezado el quodpot, y ahora era el turno del quidditch. Se enfrentaban los Rojos a los Azules, y a Imala le importaba muy poco quién ganara, pero le gustaba el quidditch y quería verlo. Por otro lado, Yolanda nunca había visto un partido de quidditch, y aunque no era muy fan del deporte, tenía suficiente curiosidad como para acompañar a Imala a verlo.
Salieron unos minutos más tarde de la Residencia Púrpura en dirección al campo, junto con varios centenares de estudiantes más. No iba tanta gente a ver los partidos de quidditch como los de quodpot, pero aún y así, el partido inaugural levantaba cierta expectación. Imala y Yolanda avanzaron entre la marea de estudiantes, y consiguieron sentarse en unos bancos bastante céntricos, más abajo de lo que a Imala le hubiera gustado, pero que tampoco estaban mal.
—¡Hola! ¿Podéis hacernos un hueco? —exclamó Luke, apareciendo por detrás de ellas por sorpresa.
—¿Llegando tarde a ver a tu propio equipo? —se rio Imala, y ella y Yolanda se apretujaron un poco para dejar sitio a Luke y sus dos amigos.
—No es tarde, no han empezado aún—rectificó Luke, y todos se rieron.
Imala saludó tímidamente a los amigos de Luke, y Yolanda hizo lo mismo, porque hacer amigas chicas estaba empezando a ser sencillo, pero los chicos… Eran un mundo aparte. Demasiado raros para comprenderlos… Exceptuando a Luke, claro, pero Luke era Luke.
Pero no pasaba nada. Acababa de empezar su vida en el mundo exterior, más allá de la reserva, y solo estaba comenzando a descubrir lo que este podía ofrecerle. Y tenía tiempo, mucho tiempo, para entender a los chicos y todo lo que fuera después.
Brian Rogers
Lunes, 17 de noviembre de 2003
—Vuelves a llegar al límite, Brian—le dijo Donald esa mañana, cuando entró corriendo en el vestuario de los Portland Giants.
—Lo sé, lo siento, Capi—dijo Brian, resoplando mientras dejaba sus cosas en el banco—. Es lo que tiene vivir solo, que no hay nadie que se preocupe de que llegue a la hora. Y hablando de eso, ¿cómo puedes ser tú tan perfectamente puntual teniendo que dejar a Elizabeth en la cama?
Donald le dirigió una sonrisa melancólica.
—Porque tenemos un monstruito en casa que parece pensar que es un crimen dormir más allá de las siete de la mañana. Y ya no soy tu capitán, Brian. Voy saliendo, no te retrases.
Donald tenía razón, en los Giants ya no era su capitán; el puesto era de Frederick Simpson. Y a decir verdad, Frederick era un tío genial y el mejor compañero para salir de fiesta, pero en cuanto a su desempeño como capitán, prefería a Donald.
Le había hecho mucha ilusión enterarse que Donald y Elizabeth iban a mudarse a Portland, para vivir más cerca de la familia de Donald, y todavía más al saber que eso incluía que Donald jugaría con él en los Giants. Se llevaba bien con la mayoría de sus compañeros de equipo de los Giants, eran un buen grupo; pero Donald le recordaba a su época en Nueva York, que habían sido cuatro años increíbles. Había hecho tantas cosas allí… Algunas buenas, otras malas, pero todas ellas memorables. Habían sido cuatro años épicos.
Siguió pensando, recordando Nueva York, mientras acababa de arreglarse a toda prisa y salía al campo para empezar el entrenamiento. Era habitual que le diera por pensar en su etapa en los Minotaurs, por rememorar todos sus momentos allí. Y era todavía más normal en un día como ese, ya que solo hacía una semana que habían ido a Nueva York a jugar contra los Minotaurs, hecho que había revuelto sus recuerdos… y mucho más de lo esperado, culpa de lo que había pasado.
Había sido totalmente inesperado, a decir verdad. Para nada planeado. Habían perdido contra los Minotaurs, como era de esperar, y Donald y él se habían reunido al finalizar el partido con la mayoría de sus excompañeros. Tras charlar un rato, se habían animado y, ya que era sábado por la noche, habían decidido salir de fiesta por la Nueva York muggle, por los viejos tiempos.
Desde que se había ido de los Minotaurs, Brian había coincidido pocas veces con Gina, y en todas su actitud había sido bastante… distante. Había pasado mucho tiempo, y aunque no lo admitiría jamás en voz alta, todavía le costaba conciliar todo lo que había sucedido, y lo que había sentido por ella. Era demasiado confuso. Le había gustado mucho, aunque podía ser muy cruel; era más compleja de lo que parecía, y le volvía loco… Demasiado para poder asimilarlo. No estaba preparado para alguien como ella en su vida. Por eso la había alejado. Por eso había fingido que no le importaba, que ella podía hacer lo que quisiera sin afectarle. ¿Y a qué le había llevado eso? A deprimirle, a perder su posición en los Minotaurs, a alejarse de sus amigos y a decidir irse muy lejos de allí, porque no podía lidiar más con lo que sentía por Gina.
Y eso había hecho, durante un año. Y le había sentado muy bien. El nuevo ambiente, el equipo, las nuevas amistades, los retos, le habían ayudado a despejarse y a pensar con mayor claridad. Había dejado de pensar en Gina, había creído que la había superado… Hasta esa noche de fiesta, en la que había vuelto a hablar con normalidad con ella, y sus sentimientos habían reaparecido repentinamente y fuera de control. ¿Cómo no iban a hacerlo? Gina seguía siendo atractiva, inteligente, irónica, mordaz, seductora… Era como una bestia salvaje, fascinante y peligrosa, y por Merlín, Brian era totalmente incapaz de resistirse a ella, aunque supiera que acercarse era increíblemente peligroso.
Se habían acostado, había sido inevitable. Lo extraño no había sido eso, sino que después, hubieran dormido juntos. Y desayunado, ahí en la amplia cocina de su ático de Nueva York. Antes, cuando él también vivía en Nueva York y se habían acostado juntos con frecuencia, había dormido con ella en contadas ocasiones, y nunca había desayunado en su casa. Esa mañana había sido diferente; se había sentido diferente. Habían pasado un par de horas juntos, sin hablar de ellos, sin hablar de nada en particular, solo haciéndose compañía y ya. Luego él había tenido que irse, porque necesitaba volver a Portland, pero al despedirse la había besado. No sabía por qué lo había hecho; había sido algo automático. Y al llegar a su casa, se había sentido extrañamente vacío… porque habría deseado pasar el resto del día con ella.
Era una locura, lo sabía. Se suponía que no estaba enamorado de ella. Que eso (si alguna vez había existido), había quedado muy atrás. Entonces… ¿por qué se sentía así? ¿Por qué la echaba de menos? Había pensado en ello toda la semana, y cada vez le quedaban menos excusas verosímiles. Aquello que sentía nunca se había ido del todo.
Pero ¿qué iba a hacer con ello? No había salido bien antes. No había sido capaz de admitirlo, de comportarse como debía, y lo había estropeado todo. ¿Qué le iba a decir a Gina? Se iba a reír de él, seguro. Probablemente, iba a decirle que era gilipollas y que ya era muy tarde como para cambiar de opinión. Y tendría razón. Sin embargo… ¿Qué perdía por intentarlo? Le gustaba creer que, en el fondo, ya no era el mismo crío idiota que había llegado a Nueva York. Que todo lo que había vivido le había hecho crecer y madurar. Por Merlín, ahora era capaz de admitir sus sentimientos por alguien, y eso ya era todo un logro. Si tuviera una oportunidad, solo una, para explicarse, o tan solo para hablar con ella…
Tenía pocas esperanzas, pero aún y así, decidió finalmente que no quería quedarse sin hacer nada al respecto. Tenía que intentarlo una vez, como mínimo. Aquel lunes, al volver del entrenamiento, le escribió a Gina. Le dijo que necesitaba hablar con ella, y que esperaba que le diera la oportunidad de expresarse. No tenía muchas esperanzas…
Pero el miércoles por la mañana se levantó para descubrir a los pies de su chimenea una carta, junto al periódico del día. Era la que le había enviado a Gina; se la había devuelto, sin apenas tocarla, excepto por un rápido garabato al final de la hoja. Ponía "Sí", acompañado de un lugar, fecha y hora.
Tenía una cita con Gina. Y por Merlín, ahora sí que iba a hacer todo lo posible para convencerla de que había madurado y quería estar con ella.
Astoria Greengrass
Martes, 9 de diciembre de 2003
El martes Astoria vio en el calendario como se cumplían dos semanas desde que Daphne había salido del hospital, acompañada de su hija recién nacida, Sabine. La niña era preciosa, morena, con unos enormes ojos oscuros, y sin apenas pelo porque el poco que tenía era muy rubio; Daphne estaba embelesada con ella, lo suficiente como para no quejarse demasiado porque su barriga todavía seguía siendo muy grande y parecía que tardaría mucho en volver a su estado original… Pero no lo suficiente como para dirigirle la palabra a su familia, después de lo que le habían hecho.
Astoria no la culpaba, no del todo. Entendía a su hermana, pero le exasperaba que todavía no hubiera entrado en razón. Durante todo el embarazo, Daphne había insistido en que quería seguir viviendo en la casa en la que había estado con Blaise, y tras dar a luz había seguido con la misma idea… Algo con lo que ni Astoria ni el resto de la familia estaban remotamente de acuerdo. ¿Cómo iba a vivir ella sola con un bebé, cuando podía estar en la mansión familiar, rodeada de su familia, los elfos domésticos y todo el apoyo que necesitaba? Pero Daphne se había mantenido en sus trece, así que no les había quedado más remedio que optar por la fuerza: se las habían llevado a las dos a la mansión Greengrass, habían reclutado a media familia, su padre había sellado las puertas y había impedido la aparición en todo el recinto. ¿El resultado? Casi una veintena de personas encerradas en la mansión, sin poder entrar ni salir, todos tratando de convencer a Daphne de que lo mejor sería quedarse allí mientras la niña fuera pequeña. A la vez, Daphne estaba furiosa, y se negaba a hablar con nadie (aunque estaba haciendo excepciones con los elfos domésticos). Su madre y su tía intentaban ayudarla con Sabine, tratando de demostrarle que necesitaba la ayuda de madres con experiencia, pero Daphne escuchaba sus consejos sin inmutarse. Su padre había intentado sobornarla de todas las formas; Astoria, Adelaide y su amiga Ingrid Warrington habían intentado hacerle ver lo práctico que sería estar ahí, y que vivir sola sería un infierno. Todos aportaban algo, incluso sus novios, que habían acabado encerrados allí medio a regañadientes para servir de apoyo moral a las chicas Greengrass. Astoria apreciaba lo que se estaba esforzando Draco, que estaba usando un estilo más directo y seco para intentar convencer a Daphne (aunque tampoco estaba sirviendo de mucho). Pero los días pasaban, y no parecía que las cosas fueran mejorando.
Astoria suspiró, y se echó para atrás en su silla, estirando el cuello. Le estaba escribiendo a su prima Ophelia, que como trabajaba no había podido permitirse encerrarse en la mansión con el resto de la familia, pero estaba tan preocupada por Daphne como la que más. No sabía qué novedades contarle, porque no había ninguna.
—¿Por qué estáis haciendo esto? —la voz a su espalda la sorprendió, y dio un pequeño salto en la silla.
Astoria se giró para encontrarse con Daphne, apoyada contra el marco de la puerta de su habitación, con los brazos cruzados y mirándola fijamente. No solo le sorprendía que, de repente, le hubiera dado por hablar después de dos semanas de silencio, sino que además hubiera ido a su encuentro voluntariamente.
—¿Hacer el qué? —preguntó Astoria cuidadosamente.
Daphne puso los ojos en blanco, y caminó por la habitación hasta sentarse en la enorme cama de Astoria.
—Encerraros todos aquí. No dejarme en paz. Tratarme como si fuera una niña que no puede encargarse sola de sus errores.
—No te estamos tratando como a una niña—protestó Astoria—. Pero te queremos, Daph. Nos preocupamos por ti. Has pasado unos meses muy duros, y ahora, con la niña, van a serlo todavía más. No nos parece bien que pases por esto sola. Queremos ayudarte.
—¿Y ninguno de todos vosotros es capaz de ver que me vais a ayudar más dejándome tranquila?
—No. ¿Es que no has escuchado ni una vez a mamá y a la tía Ariadne? Tener un bebé ya es bastante duro cuando tienes un marido y elfos domésticos que hagan todo el trabajo por ti. Sin ellos, sería horrible. ¿Por qué te empeñas en pasarlo mal cuando aquí todo sería más fácil?
—¿Por qué crees tú? ¿Recuerdas cuando papá nos hablaba de que todo lo que hacemos tiene consecuencias? —replicó Daphne ácidamente—Pues porque por una vez en mi vida, quiero atenerme a las consecuencias de mis decisiones. Fue mi error confiar en Blaise, Tori. Fue mi error creer que iba a cambiar por mí, y creer que un hijo le haría decidirse. Me equivoqué garrafalmente. ¿Y sabes qué? Creo que con eso toqué fondo. Tantas malas decisiones en mi vida, y nunca tuve que pagar las consecuencias… Y hasta aquí he llegado. Por Merlín, ya soy una adulta. Es hora de que empiece a asumir responsabilidades por mis errores. Confiar en Blaise fue mi error, y las consecuencias de ese error son lidiar con todo lo que eso acarrea sola.
—Oh, Daphne…—murmuró Astoria, comprendiendo.
No dijo nada más, y se levantó corriendo para ir a abrazar con fuerza a su hermana.
Era lo que debería haber hecho desde el principio. Nada de discutir, ni de intentar convencerla de lo equivocada que estaba, ni de decirle que todos los demás sabían qué era lo mejor para ella. Daphne era siempre tan dura, tan fría, tan fuerte… que era muy fácil olvidar que ella también tenía sentimientos y siempre lo llevaba todo por dentro.
Daphne no necesitaba más reprimendas; necesitaba cariño.
—Daph—susurró Astoria sin dejar de abrazarla; los brazos de su hermana también la rodeaban con fuerza—, tienes razón, te equivocaste con Blaise. Fue mala idea. Pero de todas las cosas mal que puedas hacer en esta vida, darle una oportunidad a alguien a quien quieres nunca será una de ellas. Permitirte confiar en alguien es algo muy bonito… aunque acaben haciéndote daño, pero me temo que eso es algo a lo que hay que arriesgarse siempre. Podrás culparte por muchas cosas, pero no por confiar, Daph. Esto no es tu culpa. En todo caso es la de Blaise, por no estar a la altura de lo que la confianza exige. No tienes que pasar por esto sola.
Sintió como las lágrimas de Daphne le humedecían el hombro, y Astoria lloró con ella durante gran parte de la tarde. Pero cuando acabaron, se sintieron mejor, y por primera vez en dos semanas Daphne cenó en el comedor con el resto de la familia, en lugar de ordenar a los elfos que subieran la comida a su habitación. Era un primer paso. Las cosas irían mejorando.
O si no, Draco volvería a echar una poción estimulante en la comida de Daphne, para que volvieran a entrarle las ganas de hablar con alguien.
Theodore Nott
Lunes, 23 de febrero de 2004
—"Los Parkinson están orgullosos de presentar al nuevo miembro de la familia—leyó Tracey en voz alta—. La hija de Marlon Parkinson y su encantadora esposa Adhara es Norma Miranda Parkinson". Encantador, claro. Tanto como Adhara. ¿Qué clase de nombre es Norma?
—Alguna estrella o constelación, seguro—replicó Theodore, mientras Tracey le pasaba el anuncio del nacimiento—. Es una moda que nunca acaba de irse entre los sangrepuras.
—Cierto. No puedo esperar a tener un hijo y llamarle Centaurus, para que esté bien a la moda—comentó Tracey sarcásticamente, y fingió un gesto sorprendido cuando Theodore la miró con una ceja alzada—. ¿Qué? ¿Acaso es peor que Draco?
Theodore rio y sacudió la cabeza a modo de negación.
—Supongo que no—admitió—. Aunque creía que te gustaría más Chamaleon. O Lupus.
—¡Oh, sí! ¡Me encanta Lupus! ¿Te imaginas la conversación cuando se presente? "Hola, soy Lupus", y el otro: "Anda, ¿cómo la enfermedad?"; "No, como la constelación"… Maravilloso. Seguro que el niño acabaría con un trauma.
Los dos rieron a carcajadas, sentados en el sofá frente al fuego en su casa. Cuando pudieron dejar de reír por fin, Tracey cogió otra carta del correo para abrirla, y Theodore siguió leyendo el anuncio de los Parkinson, que también incluía la invitación a la fiesta de nacimiento de la pequeña.
—Parece que en los últimos meses hemos entrado en el boom de nacimientos de los Sagrados Veintiocho—comentó Theodore, repasando la lista en su cabeza—. ¿Cuántos han sido últimamente? Primero fue Daphne. Un mes más tarde fue Evan Rosier. Ahora Marlon Parkinson. Ah, y si cuentas a los mellizos Weasley… ¿Y me suena que hay una Shacklebolt embarazada?
—Eso es el universo mandándote señales para decirte que ya te toca a ti, Nott—se burló Tracey, y soltó una risa.
Sin embargo, Theodore no se rio. Se había quedado callado, con un súbito escalofrío recorriéndole el cuerpo, y Tracey lo notó.
—Venga, Theo. Ya sabes que no iba en serio—protestó ella—. No tengo ningún interés en quedarme embarazada ahora mismo. Llevo mis pociones al día.
—Pero tú quieres tener hijos.
—Sí—admitió Tracey—, lo sabes. Pero no ahora, Theo. Ni en varios años. Tengo veinticuatro años. Me parece genial que esa gente tenga hijos, pero ya sabes que yo quiero esperar un poco más. Si tuviéramos un bebé ahora, no podríamos irnos de viaje tan espontáneamente como lo hacemos. Quiero hacer muchas cosas contigo, a solas, antes de agregar uno más a la ecuación. Créeme, hasta que no se me acaben las ideas, no quiero compartirte con nadie.
Theodore suspiró. Habían hablado de eso varias veces ya. Tracey quería tener hijos, eso lo había sabido desde siempre. Y él… él también, porque Tracey quería, pero no estaba muy seguro de que se le fuera a dar bien, y eso le asustaba. Hasta ahora, Theodore había huido siempre de aquellas cosas que no sabía hacer. Pero de esto no podía huir… Y aunque llevaba tiempo preparándose para ello, seguía aterrorizándole.
—Pero ese día llegará. ¿Y si no estoy preparado?
—¿Qué te hace pensar que yo sí lo estaré? —replicó Tracey, cogiéndole una mano—Es más, seguro que estaré histérica y echándote la culpa por no haberme quitado la idea de la cabeza a tiempo. Y sí, ya sé que te da miedo. Sé que no has tenido precisamente un buen referente paterno. ¿Y qué? A mí también me da miedo. Pero quiero hacerlo de todos modos. Eres un buen hombre, Theo. Especial y rarito, sí, pero bueno, en el fondo. Y si estoy segura de querer tener hijos un día, cuando esté lista, es porque sé que tú vas a estar a mi lado.
Theodore la arrastró hacia sí para besarla, y Tracey cayó sobre él en el sofá entre risitas, pero no dejó de besarle.
—¿Y me dejarás elegir los nombres? —preguntó Theodore.
—¿Y que acaben con nombre de estrellas? —se rio ella—Jamás.
—Hmm, lástima. Me estaba empezando a gustar como suena Lupus.
—Theodore Nott, te quiero. Aunque seas un idiota.
Donald Blackwell
Miércoles, 24 de marzo de 2004
Donald entró en casa silenciosamente, por si acaso. No oyó ningún ruido en el interior, así que dejó cuidadosamente sus cosas del entrenamiento en la entrada y avanzó de puntillas por la casa. Como sospechaba, Elizabeth estaba acunando a Marvin en brazos mientras caminaba por el salón, y el niño tenía aspecto de acabar de quedarse dormido. La escena le derritió un corazón, y un poquito más todavía cuando Elizabeth le vio, le sonrió e hizo un gesto para que se mantuviera en silencio. A continuación, Elizabeth echó a caminar hacia la habitación de Marvin, y él se fue hacia la cocina, de donde sacó algo para comer. Le rugía el estómago, y sacó un plato de salmón que calentó rápidamente con su varita hasta que empezó a oler deliciosamente. Se hizo un hueco en la mesita del salón, que estaba llena de los papeles de Elizabeth, y estaba empezando a echarles un vistazo cuando ella regresó, habiendo dejado a Marvin en su cuna, y le besó mientras se sentaba junto a él.
—Hoy ha comido como un campeón. Sin tirar nada al suelo—le informó Elizabeth, sonriente—. ¿Qué tal te ha ido a ti?
—Bien. El entrenador está seguro de que si seguimos así, acabaremos como mínimo cuartos, y puede que hasta se repita el tercer puesto del año pasado. Y por cierto, tenías razón. Brian ha confesado: Gina y él están juntos. Obviamente quieren mantenerlo en secreto, así que me ha pedido que no les digas nada a los de Nueva York.
—¡Ja, lo sabía! —exclamó ella, triunfante—Estaba demasiado raro últimamente. Solo podía ser Gina… Ay, espero que esta vez les salga bien. No quiero que se hagan daño.
Donald se encogió de hombros, mostrando su acuerdo.
—Solo nos queda la esperanza de que esta vez sepan usar un poquito la cabeza… ¿Y tú qué tal? ¿Has descubierto algo esta mañana? Cada vez veo más papeles por aquí.
Elizabeth asintió fervientemente con la cabeza, y empezó a revolver lo que había encima de la mesa hasta que le presentó una carta con una firma de aspecto muy oficial.
—Sí, me ha contestado la mujer del Congreso, por fin. Y me ha confirmado lo que ya imaginábamos. Cada Estado tiene un registro de nacimientos de magos y brujas automático, pero no hay nadie que revise regularmente el estado de los niños entre su nacimiento y hasta que cumplen los once años. Cada vez que un niño cumple once años, entonces los encargados del registro reciben un aviso y comprueban si el niño tiene algún padre mago, o si por el contrario, es hijo de muggles y necesita una visita informativa de las autoridades correspondientes. Sin embargo, no hay nadie encargado de vigilar qué les pasa a todos esos niños durante esos once años. Sería demasiado trabajo para un departamento muy pequeño, por lo visto… Lo que hace que ocurran casos como el de Luke, donde nadie se dio cuenta de dónde estaba ni de lo que había pasado con su familia hasta los once años. Y además de Luke, seguro que hay montones más… El registro de adopción es muy reciente, es de una empresa ajena al Congreso, y se centran solo en menores de tres años y con padres fallecidos. Piensa en todos los que se quedan fuera de esos parámetros, Donald.
Donald asintió gravemente, comprendiendo.
—Necesitaríamos un buen equipo de gente dedicándose exclusivamente a repasar los registros con frecuencia, y a investigar a los niños periódicamente para asegurarse de que sus condiciones no cambian…—reflexionó Donald—Haría falta gente.
—Probablemente mucha—asintió Elizabeth, suspirando—. Y eso solo para encontrarlos. Luego, para cuidar de ellos… Sería una tarea masiva.
—Sí. Se me ha ocurrido que podríamos empezar contratando gente que ya haya trabajado con los registros. Gente de las Sedes, puede que alguien del Congreso, si les interesa. Deberían saber qué hacer. Y respecto al lugar, creo que me gusta ese terreno río arriba, cerca del parque. En plena naturaleza, pero cerca de la ciudad y a una distancia razonable de colegios. ¿Qué te parece?
Elizabeth le miraba con la boca abierta.
—¿Quieres seguir adelante con esto?
—¿Por qué no iba a querer? —replicó Donald con sorpresa.
—Porque… Esto es mucho más grande de lo que habíamos previsto. Una casa de acogida es una cosa, pero esto… Es contratar a montones de gente. Un montón de trabajo. Fondos que probablemente no tenemos. No es práctico.
—¿Y qué? ¿No es lo que quieres hacer? ¿No llevas años pensando en la idea? ¿Acaso sabiendo esto podrás quedarte en casa sin hacer nada?
Elizabeth le miró, titubeante, pero él sabía qué quería decir. Siempre lo sabía. Le preocupaba la viabilidad del proyecto, por supuesto. No quería cometer una locura… Pero le preocupaban más los niños que pudieran estar solos, pasándolo mal, sin tener una familia que les quisiera y les cuidara. Elizabeth daría su vida por ayudarles… Y él la amaba por eso.
—Encontraremos la forma de hacerlo, Eli. Es una idea maravillosa. Encontraremos a gente que quiera colaborar. Tenemos dinero ahorrado, y yo todavía puedo jugar unos años más si no me lesiono. Y podemos pedir subvenciones, y donaciones. Seguro que el Instituto colaborará. Y tenemos montones de amigos. No estaremos solos. Funcionará.
Danielle Lewis
Jueves, 29 de abril de 2004
Vaisey iba a dejarla. Lo sabía. No se lo había dicho aún, y a lo mejor él ni siquiera lo tenía claro aún, pero Danny lo sabía. Una chica sabía esas cosas.
Lo único que no sabía era por qué. ¿Por qué? Ella se había esforzado muchísimo en ser la novia perfecta, en ser todo lo que él necesitaba. Había sido cariñosa, divertida, ingeniosa, comprensiva… le había dado su espacio, había respetado sus aficiones más extrañas, le había enseñado cosas nuevas, se había acostado con él con frecuencia… Había hecho todo lo que había que hacer. Ella se había enamorado de él, de aquel guapo e interesante inglés que la veía como a una persona y no como a un trozo de carne, y se lo había demostrado con creces. Le había demostrado lo mucho que le quería, todo lo que significaba para ella, sin exigir nada a cambio… Aunque en realidad, desearía que él le hubiera dado más de lo que hacía. Vaisey se preocupaba por ella, claro, eso lo sabía; pero no la quería. No como ella lo hacía. Lo sabía. No solo porque jamás le hubiera dicho "te quiero" cuando ella lo hacía, sino porque nunca compartía nada de lo que pasaba en su cabeza con ella. Nunca le decía lo que sentía, ni compartía espontáneamente algo que se le ocurriera. Cuando Danny le preguntaba en qué estaba pensando, podían pasar dos cosas: que fuera algo inofensivo, en cuyo caso se lo decía; o que fuera algo importante. En ese caso, Vaisey desviaba la mirada y se inventaba algo, cualquier excusa. Ella fingía que le creía, pero no era tonta. No la engañaba. Y le dolía que él creyera que sí. Y le dolía aún más que le mintiera.
Y si antes ya sospechaba que las cosas no iban bien, últimamente lo tenía cada vez más claro. En las últimas semanas se había vuelto evidente que Vaisey le ocultaba algo. No sabía qué, exactamente. Había intentado preguntárselo varias veces… Y él le había respondido que estaba demasiado preocupado por el final de la temporada, y no quería distraerse con otras cosas. Le había prometido que hablarían después de la final de la CITOQ… Y entonces, estaba segura de que rompería con ella. ¿Por qué retrasarlo? Ella también estaba sufriendo con el quidditch. Se culpaba por la derrota contra los Thunderers, porque estaba segura de que por su culpa habían perdido la Liga. Y los nervios por la final de la CITOQ la consumían… ¿y encima tenía que estar mal con su novio? Sería mucho más sencillo decirle que lo sabía, que rompían y que no pasaba nada. Al menos, así podría quitarse el peso de encima…
Pero no lo hacía. ¿Por qué? Se decía que tal vez para Vaisey era diferente. Los hombres eran así, no podían tener varias cosas en la cabeza a la vez. Si le dejaba ahora la ruptura podría distraerle y no podría centrarse en el quidditch… Y le necesitaban completamente centrado para la final. Eso era lo que se decía, pero en el fondo, sabía que era mentira. En realidad, tenía miedo. Estaba aterrorizada de que lo que sabía dejaran de ser sospechas y se convirtiera en realidad. De momento, que él no la quisiera solo era una posibilidad, pero si rompía con él, se volvería real. Y si se volvía real… ¿Podría soportarlo? ¿Saber que el hombre al que quería no la quería de vuelta? ¿Sería capaz de sanar su corazón roto? ¿Cómo podría soñar con ser feliz otra vez? Si él no la había querido, él, que había visto más allá que los demás, ¿Cómo iba jamás a quererla alguien?
No podía. No era capaz de hacerlo. No era suficientemente valiente como para hacerlo. Y por lo tanto, no hacía nada. Y así podía soñar que todo aquello estaba solo en su cabeza, y que en realidad todo estaba bien.
Al menos, durante un tiempo.
Jason Lane
Domingo, 20 de junio de 2004
Jason estaba feliz. Dudaba que pudiera estarlo más. La vida era maravillosa.
A pesar de que hacía semanas que había acabado la Liga, todavía estaba en una nube de felicidad de la que no pensaba bajar, porque habían ganado. Había sido una temporada larga, dura y sufrida, con el ganador decidiéndose en el último suspiro. En esas semanas, se había descubierto a veces divagando sobre qué habría pasado si hubieran marcado un gol menos en tal partido, si hubiera jugado un compañero en lugar de otro, si hubieran atrapado la snitch más tarde… ¿habrían seguido siendo campeones? ¿O les habría enviado a la segunda posición? Fuera como fuera, lo que había pasado era que habían quedado primeros, y Jason había sido su capitán. Él, Jason Lane, el humilde chico de Missouri, capitán del campeón de la Liga de Quidditch de Estados Unidos. Si se lo hubieran dicho al Jason de doce años, ese que había estado tan decepcionado porque no había conseguido pasar las pruebas para entrar en el equipo de la División Verde… ¿se lo habría creído? Probablemente no.
Y además de sentirse como un ganador eufórico, le habían subido el sueldo. Estaba de vacaciones. Su hermanita se casaba en una semana con un buen tipo. Y él estaba en la playa en Florida, tomando el sol, y tenía a una mujer increíble dormitando a su lado, vestida solo con bañador y muy tranquila porque acaba de embadurnar de protector solar su piel blanquísima. ¿Podía la vida ser mejor?
—¿En qué piensas?
Lily tenía voz soñolienta. Se había dado media vuelta, y le contemplaba con ojos entrecerrados a través de sus dedos. Era por la tarde, cerca de mediodía, y el sol era muy intenso. Aprovechando el fin de semana, las vacaciones de él y que ella no trabajaba, habían hecho una escapada de dos días a la playa, muriéndose de ganas de bañarse y tomar el sol. Habían acabado de comer hacía un rato (un picnic que Jason se había esforzado mucho en preparar), y aunque Lily se había adormecido, Jason tenía demasiadas cosas en la cabeza para eso.
—En que la vida es maravillosa—dijo Jason, inclinándose para besarla efusivamente—, y en que te quiero un montón.
Lily se rio, le dio unos manotazos para quitárselo de encima ("¡Hay gente delante!", exclamó), y cuando él se volvió a quedar sentado, Lily le rodeó la cintura con un brazo sin incorporarse, y le dio un suave beso en la cadera, justo por encima de la línea del bañador, que le provocó un cosquilleo para nada inocente. Lily le sonrió con malicia.
—Tendrás que esperarte a volver al hotel.
Jason soltó un suspiro exageradamente dramático.
—No sé si podré aguantar. Moriré de la impaciencia.
—Aguántate toda esa pasión un ratito más. Hay que aprovechar que no hay compañeros de piso cerca—le dijo ella sugestivamente.
—Uf, no puedo esperar a no tener más compañeros de piso. Quiero decirle adiós a los hechizos silenciadores de una vez.
—Lo sé. Y yo—dijo Lily en voz bajita. Su brazo seguía rodeándole—. Nos falta poco. Pero está a punto de empezar el verano oficialmente y los del Departamento de Transportes van a ser lentísimos. Ya están bastante liados organizando viajes a la Eurocopa… Conseguir arrancarles un permiso de incorporación a la red Flu interestatal va a tardar mínimo dos meses.
—Lo sé—asintió Jason. Lily había investigado el procedimiento a fondo, y él había escuchado atentamente—. Y primero necesitamos la casa. Y la chimenea. Creo que he encontrado una que podría gustarte.
—¿La que dijiste en Greenport, en Long Island?
—Sí. Creo que tiene todo lo necesario, incluyendo una chimenea bonita.
Hacía unos meses ya que le estaban dando vueltas al tema de mudarse a vivir juntos. Era lo lógico. Se querían, la relación iba perfectamente, y perdían una cantidad absurda de tiempo a la semana viajando de un lugar a otro para verse, por no hablar de lo tedioso que era pasar tanto por las sedes del Congreso todo el rato para poder viajar entre Estados. Primero habían intentado, hacía ya más de medio año, pedir permisos para conectar las chimeneas de sus casas a la red Flu interestatal; pero como ambos trabajaban en el mismo Estado en el que vivían, les habían denegado los permisos. Después de eso, habían decidido que lo mejor para ambos sería mudarse juntos. Ambos querían, y además sería lo mejor. Así que habían hecho un trato: Lily se encargaría de lidiar con el papeleo, ya que estaba más acostumbrada a tratar con las exigencias del Congreso, y Jason se dedicaría a buscar una casa que cumpliera con todos sus requisitos. Y ahora que Jason estaba de vacaciones se había dedicado a su tarea a fondo, montándose casi día tras día en trenes y autobuses que le llevaran por los alrededores de Nueva York, todavía en el Estado pero lejos del bullicio de la gran ciudad, buscando lugares adecuados y casas en alquiler. Obviamente no iba a elegir él solo, pero se paseaba, investigaba, hacía llamadas, tomaba fotografías y exponía sus resultados a Lily; si todo parecía ir bien, entonces organizaban una visita para los dos, cuando ella estuviera libre. De momento no habían tenido mucho éxito con el puñado de casas que habían visitado, pues siempre les acababa fallando algo, pero Jason estaba convencido de que esa casa en Greenport sería la buena. Tenía un aspecto señorial, presidiendo sobre las tranquilas aguas de la bahía y rodeada por unos amplios jardines de un espléndido verde, pero suficientemente cerca del acogedor pueblo como para acercarse a él en bicicleta o a pie. Había acordado una visita para dentro de dos semanas, porque la que le esperaba ahora, con la boda de su hermana tan cerca, sería un caos. Pero estaba deseoso de comprobar si sus instintos estaban en lo correcto.
—Pues eso espero—comentó Lily—. Si tienes razón, y luego hay que esperar mínimo dos meses… ¡Septiembre! Aunque ojalá pudiéramos meterles un poco de presión y que estuviera listo todo antes de que tú empezaras la Liga…
—No pasa nada, Lils. Sin prisas. Es la casa donde crecerán nuestros futuros hijos, tenemos que asegurarnos de elegir bien—bromeó Jason, y Lily soltó una carcajada.
—¿Te pones a hablar de nuestros futuros hijos sin pedirme matrimonio primero? ¡Qué atrevido!
—Hmm. Quiero tener hijos pronto. Tú tienes un trabajo estable. Yo quiero que sean capaces de recordar a su padre siendo un campeón de la Liga—dijo Jason, poniendo cara de intensa concentración y notando cómo el abrazo de Lily se apretaba—. ¿Quiere decir eso que debería pedirte matrimonio ya? ¿Tal vez en la boda de Amelie?
Lily rio de nuevo.
—¡Ni se te ocurra! Es el día de tu hermana y Peter. Es malísima idea robarles el protagonismo. No, Jason. Sé más original. Piensa algo más romántico. Y por favor, no seas como Theo, que se lo pidió a Tracey en la cama. Flores, una cena bonita, ropa elegante…
—¿Quieres planear tú tu pedida de mano? —rio Jason, y Lily negó mientras sonreía.
—No, claro que no. Pero hazlo bonito, por favor.
—Claro—repuso Jason, estrechándola contra sí y sintiéndose increíblemente feliz—. Por ti, lo que sea.
Grace Traymore
Lunes, 5 de julio de 2004
Su padre la iba a matar. Cleo se iba a reír. Elliot la iba a envidiar. Alison no se lo iba a creer. Su madre también la querría matar… Pero Grace Traymore iba a hacer exactamente lo mismo que había hecho su madre muchos años atrás, así que de todas las personas, ella era la que menos derecho tendría a quejarse. Y además, Grace iba a dejar una nota de despedida. Lucy Lane no lo había hecho.
Ya estaba decidido, la mochila hecha y la nota escrita. Grace iba a irse a dar la vuelta al mundo… o al menos, a visitar gran parte de él. Lo cierto era que llevaba mucho tiempo dándole vueltas a la idea. A Grace le encantaba viajar, y siempre le había parecido increíble que sus padres, que trabajaban en cosas tan internacionales y relacionadas con el viaje, lo hicieran tan poco. Habían pasado un verano, cuando Grace tenía doce años, en Italia, y habían sido los diez mejores días de su vida… y los únicos que había pasado en el extranjero. Sí, era cierto que cuando sus hijos se habían vuelto mayores y habían empezado a ir al Instituto, sus padres habían vuelto a viajar un poco más, haciendo escapadas a Canadá o México, pero no habían hecho ningún gran viaje, ni mucho menos que incluyera a sus hijos. Estaban en la edad de estudiar y aprender, siempre había dicho su padre; ya viajarían cuando fueran adultos. Pues bien, Grace ya estaba harta y ya era una adulta, así que se largaba.
Acababa de terminar su último año en Salem. Todavía no le había llegado la carta con las notas finales, pero sabía lo que diría: todo aprobado, con la nota mínima en casi todas las asignaturas, un notable en Runas Antiguas Avanzadas y probablemente sobresalientes en las clases muggles que había tomado, Matemáticas Básicas y Literatura Avanzada. Un expediente decente, pero no brillante, así que no le garantizaría un buen puesto de trabajo en ningún lado… hasta que apareciera su padre, les recordara qué significaba el apellido Traymore y la enchufara en algún lado. Sinceramente no era una mala opción, puesto que prefería eso a tener que perder el tiempo buscando inútilmente un trabajo por sí sola; ya demostraría su valía cuando tuviera el puesto. Sin embargo, no quería ponerse a trabajar ya, para toda la vida, en un aburrido puesto en el Congreso. No. Sin duda, Grace quería viajar, ver qué había más allá de Texas, Salem y Estados Unidos, conocer otras culturas, otra gente, otros lugares… Estaba harta del mundo tan pequeño que había tenido hasta ahora. Y en ese momento, su futuro por fin estaba en su mano. No tenía ataduras, ni planes, ni nada; solo un vago esquema de la ruta que quería seguir, pero incluso eso era variable. Había conocido a una chica brasileña que había pasado medio año de intercambio en Salem; se habían enviado unas cuantas cartas y su amiga le había asegurado que estaría encantada de verla y enseñarle Brasil, así que suponía que pasaría un tiempo allí pronto antes de aventurarse más allá. Y entonces se lanzaría a lo desconocido, y viviría aventuras: dormiría en una playa bajo las estrellas, se bañaría desnuda en lagos, recorrería desiertos, exploraría cuevas y ciudades, probaría comidas exóticas… quién sabe, incluso a lo mejor viviría una épica historia de amor. En cuanto a eso, no se engañaba; sabía que lo que les había ocurrido a sus padres era muy raro, y Grace no buscaba encontrar el amor eterno en ese viaje… Pero en el Instituto, aunque había salido con algunos compañeros, no había tenido demasiada suerte con los chicos. Lo único con lo que fantaseaba era con vivir algo que la hiciera emocionarse, que la sorprendiera, que la hiciera sentir por un rato como si estuviera en una de las novelas muggles que había estudiado. No necesitaba un amor para toda la vida; solo una señal de que había algo más ahí afuera de lo que había experimentado hasta entonces.
Grace repasó los bolsillos exteriores de la mochila una vez más, recordando la lista mental que tenía. Podía parecer apresurado porque hacía solo unos días que había salido del Instituto, pero llevaba tanto tiempo planeándolo que, por eso, al volver a casa solo había tenido que recoger todas sus cosas y hacer algunas compras de último minuto. Había hecho amuletos de traducción de los idiomas que creía que más iba a usar, y llevaba materiales para hacer más si le hacía falta. Ropa para todos los climas, utensilios de acampada, comida envasada, pociones y medicamentos, guías de viaje… Estaba preparada. Había escrito una nota de despedida que iba a dejar en la cocina cuando se marchara, y además la semana anterior, en la boda de Amelie (a la que había podido acudir porque ya había acabado sus exámenes, y su jefa de División había aceptado firmarle el permiso para salir excepcionalmente de Salem), se lo había contado todo a su primo Rudy. Él, que era un viajero empedernido, la había comprendido perfectamente; le había dado los datos de contacto de amigos y conocidos suyos en varios países, por si alguna vez tenía una emergencia, y había prometido calmar a sus padres cuando entraran en pánico. Eso era lo que más la había tranquilizado. Todos, incluso sus padres, escuchaban a Rudy cuando hablaba.
Así que, con todo listo, Grace respiró hondo, se puso la mochila mágicamente expandida a la espalda, dejó su nota sobre la mesa de la cocina y salió de casa.
El mundo la esperaba.
Amadeus Vaisey
Lunes, 26 de julio de 2004
Bien. Alexandra estaba bien.
Amadeus todavía no acababa de asimilarlo del todo, a pesar de que hacía ya semanas desde que su hijo se lo había contado. Alexandra estaba bien. Viva. Feliz. Viviendo muy lejos. ¡En Australia! Sí que se había ido lejos para huir de él…
Había rescatado la nota de despedida que ella le había dejado, hacía tantos años, del fondo del cajón en el que la conservaba. "Amadeus, lo siento. No puedo más. Me voy. No me busques, porque no me encontrarás." Era breve, fría y sin detalles. Era la muestra perfecta de una relación que había empezado siendo maravillosa y se había ido deteriorando con los años… ¿por qué? Porque él había sido un estúpido. Porque se había quedado anclado en el pasado, soñando con un mundo en el que las cosas hubieran sido diferentes, pensando en tonterías que no sirvieron para nada más que para alejar a Alexandra de él. Había sido su culpa… Oh, y Alexandra se lo había hecho pagar con creces. A pesar de lo que decía la nota, intentó buscarla; sobra decir que no tuvo el más mínimo éxito. Nadie sabía nada sobre ella, parecía haberse esfumado de la faz de la tierra… Y eso acabó de hundirle. ¿Por qué no se había dado cuenta de lo al límite que estaba todo? ¿Cómo había podido Alexandra llegar al punto de tener que desaparecer? ¿Sin hablar con él, sin intentar arreglarlo, ni una sola vez? ¿Tan horrible había sido? Estaba claro que sí, y por eso, la culpa no había dejado de reconcomerle desde entonces. Los años fueron pasando, y aunque Amadeus estaba atento a cualquier señal de ella, por mínima que fuera, nunca encontró nada. ¿Y si le había pasado algo, y él no lo sabía? Era todo culpa suya. Era tan difícil vivir con esa culpa…
Y entonces Bruce la había encontrado, y le había quitado un peso de encima de tal forma que aún no se acostumbraba a ello. Todo era mucho mejor sabiendo que Alexandra estaba bien. Seguía sintiéndose culpable, pero al menos… ella había salido adelante de todo aquello. Eso era bueno. Se estaba empezando a sentir mejor, poco a poco. Era como si estuviera recuperando una energía que no se acordaba de tener. ¡Si hasta le entraban ganas de cerrar la tienda y tener vacaciones por primera vez en más de una década! Tal vez lo haría… cuando pasara el verano; en verano era cuando había más ventas, así que no podía cerrar. Pero podía planear a dónde ir… y atender a los periodistas, que sabía que no tardarían en aparecer.
Tenía la revista de quidditch sobre el mostrador. En ella se informaba de que su hijo había fichado por los Vratsa Vultures, y Amadeus estaba orgulloso, en cierta forma. No entendía mucho de quidditch, pero incluso él conocía a los Vultures. Era un gran equipo, y no tardaría en empezar a buscarle gente para saber qué tenía que decir él al respecto. Lo habían hecho ya antes, con noticias mucho menos importantes. Seguro que ahora volverían.
La campanilla de la puerta tintineó, dejando pasar a alguien al interior de la tienda, y Amadeus vio a un hombre joven, rondando los treinta, que se paseó con aire curioso por la tienda, tocando y observando algunos elementos, hasta que pareció coger uno al azar antes de dirigirse hacia el mostrador.
—Perdone, ¿es usted el padre de Bruce Vaisey? ¿Amadeus? —le preguntó el hombre, y Amadeus asintió ligeramente—Soy de El Profeta. ¿Le importa que le haga unas preguntas sobre su hijo?
A Amadeus se le hacía raro sonreír, porque llevaba años sin hacerlo. Pero aún y así, lo hizo mientras asentía de nuevo.
Alex McCain
Sábado, 21 de agosto de 2004
Cuando Bruce le había escrito preguntándole si podría ayudarle con un amigo muggle que se mudaba a Nueva York, Alex había respondido de inmediato encantada. Sabía un montón de cosas sobre Nueva York y le gustaba conocer gente, todavía más si eran amigos extranjeros de Bruce con acento divertido y que estarían interesados en escuchar lo que sabía sobre la ciudad. Y además podría explotar su faceta muggle, que últimamente estaba dejando de lado en favor del quidditch. Así que Alex le había escrito a Bruce sobre las mejores zonas para alquilar habitaciones a buen precio, qué cantidad de dinero no debía estar dispuesto a pagar jamás, y unos cuantos trucos sobre transporte y demás que había aprendido. Y además le había asegurado que estaría encantada de recibir a su amigo en cuanto este estuviera en Nueva York.
Marco Totti era casi exactamente como Alex se lo había imaginado. Moreno, atlético y guapo, con unos rizos encantadores y un fenomenal acento italiano. Se encontraron el sábado por la tarde, a las afueras de una parada de metro en Brooklyn, muy cerca de donde acababa de instalarse Marco. El chico había llegado a la ciudad el día anterior, y Alex estaba decidida a darle un buen tour de bienvenida.
—Vamos a empezar por el corazón de Nueva York. Iremos a Times Square—anunció Alex.
Marco asintió, solícito, y se metieron en la estación de metro.
Empezaron por la bulliciosa Times Square, y siguieron por el Empire State, Rockefeller Center, Central Park, Wall Street, la catedral, Carnegie Hall… Todo eso mientras iban hablando animadamente. Tenían la misma edad, y de hecho, resultaba que habían nacido con menos de un mes de diferencia, en junio y julio de 1982. Y si bien sus vidas habían sido completamente diferentes hasta ese momento, tenían mucho más en común de lo que sugerían sus pasados. Alex le habló de su infancia en Colorado, de cómo había sido ir a un Instituto internado y fue todo lo vaga posible respecto a su trabajo (dijo que trabajaba en la misma empresa que Bruce y poco más). A cambio, escuchó con interés cómo Marco había crecido en Sicilia, lo que había tenido que hacer para ir ahorrando dinero y cómo por fin había conseguido empezar a estudiar Periodismo en Milán, y que después de dos años de estudio había conseguido una beca para continuar en Nueva York. El tour era interesante, sí, pero la conversación lo era todavía más, tanto que se les acabó haciendo tarde y se pararon a cenar. Alex había sugerido algún restaurante en el barrio italiano de Nueva York, Little Italy, pero Marco lo rechazó; no estaba muy seguro de cómo de auténticamente italiana sería la comida allí, y quería más tiempo para inspeccionarlo a fondo, así que acabaron cenando en una tranquila terraza en el barrio de Chelsea. Mientras estaban acabando, decidiendo si alguno quería postre, Marco llamó la atención de un vendedor ambulante que caminaba por la calle y, ante la sorpresa de Alex, compró una flor y se la tendió con una sonrisa.
—¿A qué viene esto? —preguntó Alex, asombrada.
—Alex, tengo que confesarte una cosa—dijo Marco, mientras ella cogía la flor con cuidado—. En cuanto te he visto, he sabido que eres la mujer de mi vida. Ha sido amor a primera vista, y he sentido la necesidad de confesártelo ya. No te preocupes, ya sé que tú no sientes lo mismo, aún. Pero seré paciente. Te daré todo el tiempo que necesites, y solo te pido que me permitas demostrarte mi amor incondicional.
Alex no pudo contener una enorme carcajada ante la absurdidad de aquello.
—¡Marco! Acabamos de conocernos. No puedes estar enamorado de mí. El amor a primera vista no existe—Alex meneó la cabeza, divertida—. Eres todo un cliché.
—No puedes decir que algo no existe solo porque tú no lo hayas experimentado—rebatió Marco—. Sé lo que siento, y jamás me había sentido así. No te pido nada, ni que hagas nada ni que sientas nada por mí, solo que me concedas un poco de tu tiempo para demostrarte que no miento.
Alex meneó la cabeza de nuevo, atónita pero divertida. Marco estaba tan serio y parecía tan convencido de sus palabras que era adorable. No le creía, por supuesto: conocía los estereotipos sobre los italianos, y sabía que eran unos embaucadores que se enamoraban de una mujer diferente cada día. Sin embargo… ¿por qué decirle que no? Como Marco había dicho, no le estaba pidiendo comprometerse a nada, más que a conocerse. Y a decir verdad, lo que había visto hasta el momento le gustaba; era listo, ingenioso, divertido, trabajador y, a todas luces, encantador. Había pasado un buen día con él, ¿por qué no más? Quería tener más amigos muggles, más gente que no supiera que era una jugadora de quidditch famosa. Y además, seguro que en cuanto viera una chica guapa, Marco olvidaría su enamoramiento de inmediato y aquello quedaría en una divertida anécdota.
—Vale. Podemos ser amigos, Marco. No te prometo nada más.
Marco le dedicó una adorable sonrisa triunfal.
—No es necesario. No te arrepentirás.
Eve Bundy
Miércoles, 25 de agosto de 2004
Eve sabía que (casi) todas las cosas tienen un final, pero no se había esperado que el suyo con Dean fuera así. Aunque tal vez fuera lo más lógico.
Habían sido pareja alrededor de un año y medio. Habían tenido altibajos, con los altos siendo muy buenos, pero con los bajos siendo también muy malos. Los peores momentos habían coincidido siempre con periodos en los que uno de los dos tenía mucho trabajo, o estaban muy estresados, o atravesaban circunstancias personales difíciles… Por eso, cada vez que pasaban el bache y volvían a estar bien, Eve se decía que era normal; la tensión le pasaba factura a uno, así que era de esperar que también afectara a su relación. Así que, a pesar de sus altibajos, las cosas iban bastante bien.
Hasta que Dean se había tomado sus vacaciones ese verano. Por fin había decidido hacer lo que llevaba mucho tiempo queriendo hacer, que era obtener respuestas sobre su padre, e iba a usar sus vacaciones para ponerse a investigar. A Eve le habría gustado acompañarle, pero ella no empezaba sus vacaciones hasta diez días más tarde que Dean, y encima luego se iba una semana de viaje con Vicky al sur de Italia (y le había costado bastante convencerla de hacerlo sin que se trajera a su novio como para cancelarlo a esas alturas). Así que le había despedido, le había deseado suerte y le había pedido que la mantuviera informada de las novedades; luego, se había dedicado a fondo a su trabajo y a disfrutar de los días en Italia.
No la había preocupado mucho que Dean apenas le escribiera, ni que sus cartas fueran breves; no era muy bueno escribiendo. Pero cuando ella había vuelto a Inglaterra, todavía con semanas de vacaciones por delante, y él había seguido escribiéndole poco, sin dejar claro dónde estaba exactamente (estaba moviéndose mucho de pueblo en pueblo, buscando el rastro de su familia) y asegurándole que no hacía falta que la acompañara, empezó a sospechar que habían entrado en otra mala racha; aparentemente, provocada por la falta de resultados sobre su investigación. Así que Eve se armó de paciencia, dejó que Dean se encargara de sus asuntos como le pareciera, y dedicó sus días a pasar tiempo con el resto de sus amigos y su familia, y a desahogarse ocasionalmente con Vicky y Ginny. Estaba acostumbrada a hacer vida normal sin Dean a su alrededor, así que no le supuso mucho esfuerzo.
Y entonces Dean regresó, tras casi un mes sin verse, y cuando se reunieron Eve descubrió que el bache que su relación atravesaba era mucho más profundo que los anteriores. Al cabo de un rato, entendió que no saldrían de ese. Dean todavía no había encontrado a los familiares del que creía que era su padre, aunque creía que estaba en el buen camino; pero ese no era el problema. El problema era que se había acostado con otra.
Bajo ciertas circunstancias, Eve lo habría entendido. Con su investigación personal fracasando, sintiéndose solo y derrotado, con su novia lejos y sin posibilidad de contactarla, habría entendido que hubiera buscado apoyo emocional y cariño con una chica que estuviera dispuesto a dárselo. La habría enfadado, muchísimo, y no lo habría perdonado fácilmente ni mucho menos olvidado, pero habría acabado entendiendo que estaba en un momento muy difícil y necesitaba desesperadamente la compañía. Pero no había sido así; Dean no sabía mentir. Y le dijo que sí, había atravesado momentos difíciles, pero no tanto como para justificar la necesidad de la compañía de otra. Lo que había pasado era mucho más sencillo. Se había enamorado. No lo había planeado, ni mucho menos, pero había ido conociendo a aquella chica a medida que avanzaba su investigación y no había podido evitarlo. Se había sentido mal haciéndolo, pero había sido superior a él, hasta que había decidido viajar a verla y contarle la verdad, para no hacerle más daño dejando que las cosas fueran más allá. Quería romper con ella. Estaba claro que lo suyo iba a ser siempre como una montaña rusa, y estaba cansado. Quería probar otra cosa, y tal vez, ambos tendrían más suerte en el futuro.
Eve se había sentido extrañamente vacía después de haber roto. En el fondo, una parte de ella lo veía venir desde hacía mucho tiempo. Todas aquellas veces que habían estado mal habían estado a punto de romper, pero nunca lo habían acabado haciendo… ¿por qué? A lo mejor por comodidad, o costumbre, porque ya habían pasado por esos baches y siempre acababan remontando. A lo mejor porque muchos de sus amigos estaban metidos en relaciones largas y estables, y parecía que era lo lógico que ellos también continuaran juntos. ¿Quién sabe? Aunque mirando hacia atrás, ahora Eve podía ver que la relación que habían tenido no era sana. Se habían pasado más tiempo en malos momentos que en buenos, y una relación así era una tontería… aunque a lo mejor debía agradecerlo, porque tantos malos momentos la habían preparado para la ruptura definitiva. Y además, había aprendido mucho. Entre otras cosas, lo que no quería volver a tener en una relación. No sabía cuándo volvería a tener una; definitivamente, con Dean había sido agotador, y necesitaría un tiempo para volver a tener ganas de conocer a alguien. Y las anteriores también habían ido mal. Incluso Bruce, con quien la relación había sido fantástica, había acabado horriblemente. Y encima él estaba muy lejos… en Bulgaria, no tan lejos como antes, pero seguía estando a un continente de distancia. De todos modos, ¿por qué pensaba en Bruce? Hacía años que no le veía… en persona. Le había visto en las noticias, en las revistas, en los anuncios. Se estaba haciendo famoso, empezaba a ser un jugador reconocido, y hasta parecía haber encontrado una novia guapísima. La vida parecía irle maravillosamente… y Eve se alegraba por él, si bien cada vez que veía su nombre o su cara una punzada de dolor le atravesaba el corazón.
Pero basta. No debía pensar en Bruce. Había pasado mucho tiempo desde que habían estado juntos, y ella había dedicado incontables meses a sobreponerse a aquello. Seguro que los años le habían transformado en alguien diferente, igual que a ella. Era absurdo pensar en lo que podría haber sido, y no tenía tiempo para cosas absurdas. Quien sabe, a lo mejor ahora se lo encontraba un día y descubría que ya no sentía absolutamente nada por él al verle…
Suficiente. Eve acabó de arreglarse, peinándose con los dedos los últimos mechones rebeldes y repasando que el sencillo maquillaje estuviera bien. Esa noche saldría a tomar unas bebidas con Vicky, Ginny y algunas de las chicas de Hufflepuff por el Londres muggle; era la primera vez que Ginny saldría por la noche después de haber dado a luz a James, así que era una gran ocasión para pasárselo bien, disfrutar y olvidarse de los hombres y de su corazón roto.
¡Hola a todos!
Supongo que debería comentar este capítulo en orden, empezando por el principio. Y es que comenzamos con Imala, que tiene todos los problemas habituales (y unos cuantos extra) de ser una preadolescente empezando el instituto... pero por suerte, es una chica con recursos, y además tiene allí a Luke para echarle una mano siempre que haga falta. Luego pasamos a Brian, que está viviendo en la otra punta de Estados Unidos, y parece que a sus veinticuatro años está empezando a madurar un poquito... al menos, lo suficiente para admitir que sí que siente algo por Gina y que quiere hacer algo al respecto. Estos dos no son la pareja ideal ni mucho menos, pero el amor no siempre es perfecto, ¿no? O si no, que se lo digan a Astoria, que tiene que lidiar con todo el drama que ha causado la relación de Daphne y Blaise, aunque ella tiene suerte y Draco siempre anda por allí con sus originales soluciones. Y de unos Slytherin pasamos a otros, y es que Theodore (y Tracey) se plantean el futuro de su vida en común... que incluye tener hijos, aunque claramente todavía no estén preparados para ello. Quienes sí están preparados para agrandar la familia son Donald y Elizabeth, quienes están lidiando con un momento delicado en sus vidas, afrontando la paternidad de Marvin y a la vez buscando una ocupación que les motive, ahora que ambos se acercan a ese punto en el que se retiran del quidditch profesional y tienen que decidir qué hacer con su futuro. También le hacemos una breve visita a Danielle, para echarle un vistazo a lo que pensaba durante esas tensas semanas en Australia, cuando la Liga y la CITOQ estaban en juego, y Bruce estaba dándole vueltas a la idea de irse a jugar a Bulgaria pero no quería decir ni una palabra a nadie... Y es que Danny, que nunca ha sido tonta, sabía lo que iba a pasar, aunque se resistía a perder la esperanza de estar equivocada. Mientras tanto, Jason y Lily sí que saben lo que quieren, y eso incluye estar completamente enamorados, irse a vivir juntos, una gran boda y todo lo que viene después. De ellos damos un salto a Grace, la prima más pequeña de Jason, recién graduada del Instituto... y me imagino que habrá sido una sorpresa que haya aparecido en este capítulo, pero ya que la historia de su hermana Cleo está bien terminada y cerrada, no pude resistirme a incluir a alguien de la familia, y ese alguien ha sido Grace, dispuesta a seguir los pasos de su madre recorriendo el mundo y volando sola. También visitamos brevemente a Amadeus, el padre de Bruce, que desde que sabe que su exmujer está bien está empezando a sentirse mejor, poco a poco, recuperando sensaciones que creía haber olvidado. Y no podemos olvidarnos de Alex, ejerciendo de guía turística para Marco, el camarero italiano que se hizo amigo de Bruce en sus vacaciones en Sicilia, en la que puede que sea mi viñeta favorita del capítulo... Porque estos dos podrían ser el dúo más extravagante y encantador del mundo, y ¿quién sabe si Marco se enamorará de una chica nueva cada semana o si Alex acabará apreciando sus encantos? Y para terminar vamos con Eve, por supuesto; Eve, que acaba de romper con Dean y reflexiona sobre su relación, y por qué ha durado tanto a pesar de que se viera venir que terminarían tarde o temprano, y es que a veces el miedo a lo desconocido nos impide hacer lo correcto.
Y bien, después de este enorme comentario que bien podría haber sido una viñeta más, solo me queda dar millones de gracias a todos aquellos que lleváis tantos capítulos aquí, siguiendo la historia. ¿Alguna escena que haya sido vuestra favorita? ¡Decídmelo en un review! Y si habéis echado un poco de menos a Bruce hoy, no os preocupéis, porque vuelve la semana que viene... junto con el inicio de la Liga.
¡Hasta la próxima!
