Todo lo que reconozcáis (y más) pertenece a J.K. Rowling. El resto ya es cosa de mi imaginación.
81. Quidditch, Bulgaria y más allá
Los Vultures estaban jugando bien. Muy bien, para ser sinceros. Y aunque eso alegraba a Bruce, una parte de él se retorcía de rabia por no poder ser él uno de los siete jugadores que estaban ahí en medio del campo, enfrentándose al Independent of Lutsk en el primer partido de la quincuagésimo novena edición de la Liga del Mar Negro.
Tenía que admitir que una parte de él estaba disfrutando de ser espectador de aquel partido. Sentado en la tribuna reservada del equipo, en una cómoda silla acolchada, acompañado del resto de jugadores suplentes y varios técnicos de los Vultures, estaba separado del resto de espectadores por gruesos muros por los laterales y por arriba, pero la tribuna sobresalía un poco del óvalo del estadio y tenía unas vistas fantásticas de todo el campo. Las gradas estaban llenas de gente que se desgañitaba animando al equipo, y la estructura de madera vibraba de una manera especial, como si estuviera conectando la emoción de todos los espectadores entre sí. Y el juego estaba siendo espléndido. El Independent jugaba mejor de lo que Bruce se habría esperado para un equipo que había quedado decimoquinto en la temporada pasada, pero aún y así los Vultures estaban claramente un escalón por encima, en especial gracias a Viktoria y Gus.
Una de las cosas que diferenciaba a las ligas europeas de las americanas y de la australiana que Bruce había conocido era que la clasificación dependía primero de la diferencia de puntos y luego del número de victorias, al contrario de lo que Bruce había experimentado hasta ese momento. Es decir, en Estados Unidos y Australia, un equipo que ganara tres partidos y perdiera uno quedaría por encima en la clasificación de un equipo que perdiera tres partidos y ganara uno, por ejemplo. En cambio, en la Liga del Mar Negro (y en el resto de Europa) la cosa era más complicada: si un equipo ganaba tres partidos por diez puntos y perdía uno por ciento cincuenta, quedaría en la clasificación por debajo de un equipo que perdiera tres partidos por diez puntos y ganara uno por ciento cincuenta, ya que lo que importaba era la diferencia de puntos; el primer equipo tendría una diferencia de puntos de -120, mientras que la del segundo sería de +120. ¿Y qué cambiaba eso respecto a las Ligas que ya conocía? Pues muchas cosas, pero la principal era que la responsabilidad se repartía de manera más uniforme entre todos los jugadores del equipo; en lugar de recaer principalmente en el buscador y en su misión de capturar la snitch para garantizar un buen resultado, los cazadores también eran primordiales para marcar goles importantes (al igual que los bateadores y los guardianes para evitarlos). En Bulgaria, una derrota por diez puntos podía llegar a ser un buen resultado, mientras que en Estados Unidos nunca sería más que una simple derrota. Eso hacía toda la Liga mucho más complicada… pero también muchísimo más apasionante y competitiva, ya que todos los goles contaban.
Y en esas circunstancias, Viktoria y Gus brillaban. Viktoria era toda elegancia, veloz, ágil y con esa habilidad que Bruce tanto envidiaba de hacer parecer que todo movimiento era sencillo cuando ella lo ejecutaba; Gus, por su lado, era la contundencia, siendo increíblemente efectivo y un goleador infalible cuando se acercaba a los postes. Ellos dos dirigían el ataque de los Vultures, porque si bien Grigor también estaba jugando, él era más bien un comodín, siendo claramente el peor de los tres; en lo que más destacaba era en hacer movimientos vistosos… inútiles y que solían acabar con él perdiendo la quaffle, y cada vez que eso pasaba a Bruce le hervía la sangre. Pero Grigor era un Sokol, lo que significaba que era de una de las familias más influyentes de Bulgaria, y todos sus errores eran tratados con muchísima más permisividad que la de cualquier otro.
Y también significaba que si Bruce quería quitarle el puesto, tendría que conseguir ser mucho mejor que él para que nadie le cuestionara.
Junto a Bruce estaban sentados Petar, Costel y Boris; el bateador, guardián y buscador suplentes en ese partido. Como le explicaron Petar y Costel (ya que Boris miraba el campo silenciosamente desde el extremo de la fila, algo nada sorprendente), Costel estaba acostumbrado a ser suplente, ya que era muy difícil desbancar a Eylem de su puesto. En cambio, Petar iba alternando la suplencia con Stoyan y Mehmed, ya que los tres bateadores jugaban regularmente dependiendo de las características del rival. Costel añadió luego en voz muy baja, como si fuera un secreto, que desde la llegada de Anna todos habían sabido que Boris estaba destinado a calentar el banquillo durante toda la temporada:
—Lo hizo muy mal el año pasado. Nos hizo perder partidos que deberían haber sido fáciles, y encima en la Liga de Campeones fue un desastre—le narró Costel entre susurros, mientras Petar asentía con aire muy solemne—. Le ficharon tras lo de Krum porque tenía mucha experiencia en la Liga, pero nunca ha llegado a rendir aquí al nivel que lo ha hecho en otros equipos. Ahora, con Anna y la reputación que arrastra en estos dos años… No creo que vuelva a tocar una snitch en toda la temporada.
—Menos en los entrenamientos—añadió seriamente Petar.
El partido duró un poco más de tres horas y media, que fue cuando Anna Andersen atrapó la snitch ante la euforia de los aficionados con una meteórica carrera, de la cual el buscador del Independent apenas fue capaz de seguirle la estela. En el momento que Anna cogió la snitch, los Vultures iban ganando por ochenta puntos; sumados a los ciento cincuenta de la pelotita dorada, los Vratsa Vultures acabarían la primera jornada con una diferencia positiva de doscientos treinta puntos. Nada mal para empezar.
—¡Y ahora vamos a hablar con la estrella del partido! —una voz chillona, proveniente del centro del campo, distrajo a Bruce, que ya se había levantado e intercambiaba felicitaciones con el resto de miembros y técnicos del equipo—¡Anna Andersen, la flamante nueva buscadora de los Vultures!
—Creía que aquí se hablaba con los periodistas en ruedas de prensa—comentó Bruce a nadie en particular.
—Y así es—dijo sombríamente Boris, que resultó ser quien estaba más cerca—. Se habla con la prensa en ruedas de prensa; siete personas en total, incluyendo a los dos entrenadores y, por lo general, dos jugadores del equipo perdedor y tres del ganador. Pero eso de ahí es la entrevista postpartido, y se hace para que un jugador hable a los espectadores, no a la prensa.
—Entiendo—dijo Bruce. Agradecía la respuesta, aunque se le hacía un poco incómodo hablar con Boris, con quien apenas había cruzado unas frases en el mes que llevaba en Bulgaria—. ¿Y por qué Anna?
Boris se encogió de hombros.
—Eso queda a elección del entrevistador, pero suele ser al mejor jugador del partido… o alguien que lo haya hecho extraordinariamente mal.
Bruce asintió, y mientras la gente comenzaba a salir del reservado él se quedó un poco atrás, atento a qué le preguntaban a Anna. Como había dicho Boris, era una entrevista principalmente dirigida a contentar a los espectadores del partido, breve y sin mucha profundidad. La entrevistadora preguntó a Anna por sus sensaciones durante el juego y qué opinaba de su vuelta a Bulgaria, y la joven respondió con buenas palabras y halagos al público, que aplaudió entusiastamente y coreó su nombre a todo volumen mientras Anna se despedía.
Salieron de fiesta por Sofía aquella noche, pero lo cierto es que Bruce no duró demasiado. No porque no se alegrara de la victoria del equipo (que lo hacía, claro), sino porque el ambiente se volvió asfixiante demasiado rápidamente. Habían salido a un bar de moda de la calle del Águila, y siendo un sábado noche de finales de agosto, obviamente todo el mundo les reconoció; incluso a él, cuya cara apenas había salido en los periódicos unas pocas veces a raíz de los extensos reportajes que se habían hecho sobre todos los equipos. Le reconocieron mucho menos que a sus compañeros más famosos, pero aún y así, al verle junto a ellos rápidamente la gente ató cabos y supo quién era, y empezaron a pedirle autógrafos, fotografías, bailes, invitaciones a bebidas y demás casi tanto como al resto; en el paquete también fueron incluidas muchas conversaciones incómodas e insinuaciones de mujeres de todas las edades y algún que otro hombre. Bruce, viendo que la mitad de sus compañeros disfrutaban siendo el centro de atención del bar y la otra mitad estaba arreglándoselas para escabullirse sigilosamente, decidió seguir el ejemplo de estos últimos y escapar por la puerta trasera del bar cuando fue al baño tras acabarse su whisky de fuego.
Había muchas cosas que quería hacer, pero emborracharse rodeado de admiradores no era una de ellas.
El lunes, el entrenador Papadopoulos dedicó una hora entera del entrenamiento a repasar con pelos y señales el partido contra el Independent, ayudándose de la pizarra y de un extenso manojo de notas que había tomado. Analizó minuciosamente los errores que se habían cometido, así como lo que había salido bien, y propuso soluciones para mejorarlo. Después pasó a comparar el Independent contra los Sofía Supremes, el rival de esa semana, evaluando los cambios que habría que hacer y resaltando aquello que había que potenciar de lo que ya dominaban. A Bruce le sorprendió todo aquel nivel de detalle, pero fue una grata sorpresa. Papadopoulos era un hombre simpático y relajado la mayor parte del tiempo, pero cuando había que centrarse en la técnica, trabajaba minuciosamente. No era de extrañar que fuera considerado uno de los mejores entrenadores del mundo.
Y cuando acabó el entrenamiento, tras unas arduas tres horas más, Bruce se llevó otra sorpresa: como ya había comenzado oficialmente la temporada, eso significaba que el comedor del estadio quedaba abierto.
—No es obligatorio quedarte si no quieres, es voluntario, pero todo el mundo se queda siempre a menos que tenga un compromiso—le explicó Gus mientras se cambiaban.
—¿Y qué se hace?
—Comer juntos—respondió Gus, sonriendo como si fuera obvio—, y "hacer equipo". Normalmente, eso significa cotillear los resultados del quidditch europeo y leer las crónicas de partidos interesantes.
—E intentamos adivinar quién va a ganar—intervino Mehmed—. Y por supuesto, todos los lunes sigue habiendo lectura de los posos del té, eso no cambia. Veremos que nos dice sobre nuestro primer rival en la Liga de Campeones.
Bruce nunca había estado en el comedor, que resultó encontrarse en una zona del estadio en la que aún no se había aventurado, dos pisos por encima de los vestuarios y en la dirección opuesta de la sala de observación del campo. Era una sala amplia, con grandes ventanales dando una buena visibilidad del resto del estadio, y a diferencia del resto de la construcción, decorada con un toque moderno. Grandes mesas ocupaban el espacio, y al fondo estaba la comida, en un buffet libre atendido por media docena de elfos domésticos. Ya había gente comiendo cuando llegaron ellos, porque por lo visto el comedor era para todos los empleados del equipo y no solo los jugadores, aunque ellos tenían reservada la mesa más grande, cerca de las ventanas. Bruce reconoció a algunos de los trabajadores y les saludó con un movimiento de cabeza, como a Asenov, quien le devolvió rápidamente el gesto y continuó hablando con Yvanka Ivanova; Yvanka era la asistenta principal de los jugadores, una mujer que rondaba los cincuenta años, de aspecto serio, pero a la que Bruce solo conocía de vista porque su trabajo consistía principalmente en delegar los asuntos de los jugadores a sus ayudantes (de las cuales Bruce ya había conocido a un par). El resto les ignoró, o les echó una rápida ojeada antes de continuar con sus asuntos.
Bruce siguió a sus compañeros, se sirvió un generoso plato de pasta y aceptó el postre que un elfo doméstico le ofreció a gritos, y se sentó en la mesa de los primeros, entre Eylem y Gus. Fue tras sentarse que se dio cuenta de que los papeles que había esparcidos sobre la mesa no eran sencillamente el periódico nacional del día, como se había esperado, sino que eran trozos de muchos periódicos y revistas… en los que solo se hablaba de quidditch.
—Hay alguien en el departamento de prensa encargado cada mañana de recopilar todas las noticias de quidditch que se publican en Europa—le dijo Eylem, mientras extendía el brazo para acercarse varias de las publicaciones—, y así nosotros podemos ahorrarnos el esfuerzo de buscarlas. ¿Qué resultados te interesa saber?
—¿Hay algo de Reino Unido? —preguntó Bruce, curioso.
Eylem asintió antes de encontrar nada, pero pasó rápidamente varias hojas de las que tenía a mano y no tardó en tenderle un manojo de páginas que Bruce inmediatamente reconoció como pertenecientes al Profeta.
—Aquí tienes—dijo la capitana, satisfecha, y un segundo más tarde también le pasó algo a Gus, que había empezado a comer como un león hambriento—. Y para ti, Gus, la Liga Alemana.
—¿Hay algún titular divertido? —intervino entonces Petar, sentándose frente a ellos con su bandeja llena.
—Todavía no los he mirado todos—respondió Eylem, pero procedió de inmediato a hacerlo mientras se metía un bocado de comida distraídamente en la boca.
La siguiente hora se le pasó a Bruce volando, y fue mucho mejor y más entretenida de lo que se había esperado en un primer momento. Al principio se concentró en los resultados de la Liga de Reino Unido e Irlanda, mirando por encima las reseñas de los partidos y leyendo aquellas más interesantes, mientras comía y el resto de sus compañeros se enfocaban en aquellas noticias que más les interesaran. Pero cuando todos hubieron terminado más o menos con sus lecturas fue el momento de ponerlo todo en común, y fue… enriquecedor. Empezaron a comentar los resultados más llamativos, como el sorprendente empate entre los Segadors de Barcelona y los Hispalis Harpoons, ambos serios candidatos a ganar la Liga Ibérica (los Segadors llevaban ciento cincuenta puntos de ventaja cuando Ortega, el buscador de los Harpoons y de la selección española, había atrapado la snitch en una increíble jugada), o que los Heidelberg Harriers hubieran perdido por más de cien puntos ante el peor rival de la Liga Alemana. Fue un no parar de comentar resultados, elaborar teorías de por qué tal lo había hecho peor o por qué a cierto equipo se le daba mejor un tipo de rival, si algunos se estaban centrando demasiado en sus cazadores y descuidaban a los bateadores, si otro equipo confiaba demasiado en su buscador, si un mal comienzo de Liga podía influirles mucho a lo largo de la temporada… Todos participaron, incluso Boris, que en esa hora habló más de lo que había hecho en todo un mes, porque por lo visto tenía una memoria excelente para recordar los resultados y las posiciones de un montón de equipos en los últimos años. Mehmed siempre le presionaba para hablar cuando no recordaba un dato concreto, y Boris siempre se lo sabía, aunque la mayoría de veces hablara con desgana.
Fue sinceramente divertido, y cuando la comida se terminó y Bruce se fijó en que eran los únicos que quedaban en el comedor, a parte de los elfos, se sorprendió de lo rápido que había pasado el tiempo.
—¿Quieres hacer algo esta tarde? —le preguntó Gus, mientras salían del estadio.
—Lo siento, tengo planes para hoy—se excusó Bruce—. Más adelante tal vez.
—¿Planes más interesantes que yo? —bromeó Gus.
Bruce negó, divertido.
No eran planes interesantes, pero sí importantes. Quería volver a entrenar. Porque ya era hora de hacerlo, y si quería ser titular, necesitaba hacerlo.
Y definitivamente, quería ser titular.
Tardó unos días en empezar a acostumbrarse a entrenar también por las tardes, porque ya eran suficientes las cuatro horas matinales como para añadir una o dos agotadoras horas más por la tarde. Pero aunque acabara cansado Bruce quería hacer ese trabajo extra, porque aunque Papadopoulos fuera un buen entrenador, no les daba mucho tiempo para practicar jugadas y técnicas individuales. Y precisamente ese era uno de los puntos fuertes de Bruce, su capacidad para ser original y llevar a cabo maniobras inesperadas. Si quería ser titular tenía que potenciar más eso; y si no podía hacerlo durante los entrenamientos regulares, debía asegurarse de dedicarle parte de su tiempo libre a ello.
Y aunque le costó un poco acostumbrarse al esfuerzo extra los resultados empezaron a verse muy pronto, ya que solo le hacía falta repasar un poco la mayoría de sus movimientos para refrescar su memoria y poder volver a incluirlos sin esfuerzo en su estilo de juego. Fue un cambio que sus compañeros de equipo notaron, y Papadopoulos también lo apreció favorablemente.
—No te había visto hacer aún ese movimiento de antes de tu primer gol—le dijo el entrenador, interesado, cuando concluyeron el entrenamiento el jueves—. ¿De dónde ha salido?
—Lo vi en el Trofeo América del año pasado. Los cazadores de Canadá lo usaban bastante—explicó Bruce, y Papadopoulos asintió.
—Buena memoria, chico. ¿Tienes alguna otra sorpresa parecida guardada?
—Parecida no—dijo Bruce, medio en broma; era fácil relajarse con Papadopoulos—, pero tengo muchas que no he tenido tiempo de hacer aún.
—¿Así estamos, eh? —se rio el entrenador—Bien, Vaisey, gánate tu tiempo sobre el campo y sorpréndenos todo lo que quieras.
Bruce siguió comiendo con sus compañeros en el comedor cada día, aunque lo cierto fue que las conversaciones sobre quidditch fueron decayendo con el paso de la semana. El martes todavía había algunas noticias interesantes (siempre había en algún lugar algún partido que se alargaba hasta el lunes, y había que contarlo), pero con el paso de los días las noticias sobre quidditch se convertían en cotilleos, invenciones y elucubraciones de los periodistas, que a falta de noticias de verdad tenían que inventarse algo para rellenar espacio; el resultado eran artículos que no valía la pena leer ni comentar en grupo, a menos que fuera para protestar por lo absurdo de la publicación. De ahí que las charlas sobre quidditch se fueran convirtiendo en conversaciones sobre la vida de cada uno; y si bien eran temas muy diferentes, tampoco era malo. De hecho, le permitió ir conociendo mucho mejor a sus compañeros más allá del campo, y dejar que le fueran conociendo a él también. Todavía tardaría en bajar sus barreras, y obviamente no lo iba a hacer por completo, porque ya tenía claro que ciertos compañeros no le caían suficientemente bien como para hablar con libertad de todas las cosas de su pasado.
Pero mientras tanto escuchaba, a veces interesado y a veces aburrido, las anécdotas caseras de Eylem con su hija y su marido; los detalles sobre el coche de lujo que Stoyan, amante de los vehículos, iba a comprarse; las aventuras de Viktoria con sus ligues (el nuevo de esa semana ya era el cuarto nombre diferente que Bruce escuchaba desde que la había conocido); las narraciones de Grigor sobre los eventos sociales de la alta sociedad a los que acudía regularmente…
El viernes fue diferente, porque aquella mañana se celebró el sorteo de la Liga de Campeones de Europa. El entrenamiento fue raro, porque parte de las mentes de los jugadores estaban en el sorteo, celebrándose en Suiza, mientras que la otra parte estaba en el domingo, día en el que jugarían contra los Supremes. Fueron cuatro horas largas y estresantes, en las que no dejaron de hablar sobre posibles rivales y todos los cruces imaginables, hasta tal punto que Papadopoulos llegó a reprenderles:
—Ya es suficiente. Sea quien sea nuestro rival, todavía nos quedan más de veinte días para enfrentarnos a ellos. Nos quedan tres partidos por jugar antes. ¡Tres partidos! Eso son tres equipos diferentes en los que centrarse primero, antes que en los Meteors, los Quafflepunchers o quien sea, ¿entendido? A quien no vea centrado en los Supremes, no jugará contra los Supremes, ¿queda claro?
—¡Sí, entrenador! —respondieron los jugadores a coro.
Pero eso no evitó que cuando llegó Asenov al final del entrenamiento todos se echaran prácticamente encima de él con ansias; posiblemente lo único que evitó que se abalanzaran directamente sobre el director deportivo fue que iba acompañado de un hombre joven, que no debía llegar siquiera a los treinta años. Bruce no le había conocido aún en persona, pero le reconoció fácilmente porque había visto fotografías suyas en numerosas ocasiones desde su llegada a los Vultures. Alto, atractivo y vestido con una túnica muy elegante, Stefan Nikol tenía exactamente la actitud que cabría esperar de un presidente de equipo de quidditch tan joven. Asenov fue a abrir la boca para saludar a los jugadores cuando estos llegaron a su altura, pero Stefan Nikol se le adelantó, extendiendo los brazos en un exagerado gesto de bienvenida.
—¡Buenos días, jugadores! Apuesto lo que sea a que estabais esperando nuestra llegada, ¿cierto? Pues bien, yo y Asenov acabamos de llegar de Suiza y tenemos noticias muy interesantes.
—¡Suéltalo ya, Stefan! —le pidió Grigor, con un mohín triste—¡No nos tengas en vilo más tiempo!
—Solo un minuto más, Grigor—respondió el presidente, sonriéndole—. Ya sé que tú me tienes muy visto, pero primero quería saludaros a todos los demás; llevo queriendo hacerlo desde que empezó la temporada, pero he estado muy ocupado, y lo sigo estando, pero he conseguido hacer un hueco en mi agenda para vosotros. Chicos, espero que hayáis tenido una fantástica pretemporada. A juzgar por lo que vi contra el Independent estáis trabajando duro, y me alegro mucho de ello. Esperamos grandes cosas de vosotros, y este va a ser un gran año, estoy seguro…
Stefan Nikol habló un poco más sobre las expectativas que tenía para el equipo, pero Bruce se distrajo unos segundos pensando en la relación tan familiar que parecía tener con Grigor. Grigor y el presidente no debían llevarse más de cuatro o cinco años; y a juzgar por su apellido, Nikol, un linaje antiguo, seguro que había ido a Durmstrang. No descartaría que se hubieran conocido allí y se hubieran hecho amigos… y mucho menos que coincidieran habitualmente en los eventos sociales elitistas de los que tanto le gustaba hablar a Grigor.
—…os conozco ya bien a casi todos, y estoy encantado de teneros con nosotros un año más—Stefan Nikol había seguido hablando—. Y a los nuevos… Anna Andersen, querida, es un placer y un honor que hayas vuelto con nosotros. Y tú, Bruce Vaisey… He oído grandes cosas de ti, espero que estés a la altura.
Rápidamente Bruce se dio cuenta de que el presidente no esperaba ninguna clase de respuesta por su parte, ya que procedió a pedirle a Asenov que le pasara el diagrama que poseían con el resultado del sorteo. Asenov se lo dio obedientemente, y entonces Stefan Nikol anunció con grandilocuencia:
—Los rivales para la primera fase de la Liga de Campeones de Europa para los Vratsa Vultures son… ¡los Kings of Utrecht!
Hubo exclamaciones de sorpresa, gritos ahogados, palabrotas y gestos de felicidad, todo a la vez. Cada uno parecía tener una opinión diferente respecto a los Kings of Utrecht, y la de Bruce era… buena. Era un equipo holandés, y sabía que era bueno pero que no había ganado la Liga Benelux el año anterior (aunque no sabía cuál había sido su posición en la clasificación). Tenía un par de jugadores bastante conocidos, un cazador y el guardián, y sería un rival complicado, pero tal vez asequible.
—¿Quién nos puede tocar si les ganamos? —preguntó entonces Viktoria, que se había cogido al brazo de Eylem con emoción. Bruce se dio cuenta entonces de que debía ser la primera vez que Viktoria no parecía estar flirteando con un hombre.
—En caso de ganar, podríamos enfrentarnos o bien a un equipo griego, o a uno de la Liga Central, Krasteva—repuso el presidente con un aire de misterio—. Pero tendrás que esperar para saberlo…
—Os vamos a dejar una copia de los cruces en la mesa del comedor—intervino entonces Asenov por fin—, para que podáis consultarla todo lo que queráis. Ahora, ¿por qué no vais a ducharos? ¡Y recordad que hay un partido muy importante contra los Supremes el domingo! ¿Tengo que recordaros que hay que hacerlo bien en la Liga para poder ir a la Liga de Campeones?
—Eso mismo intentaba decirles yo, Vasil—añadió Papadopoulos con humor—. Prioridades, chicos. Primero los Supremes, luego ya veremos.
—No hay que preocuparse por los Supremes—dijo Mehmed con satisfacción—. Los posos del té predijeron una victoria fácil.
Algunos rieron a medias ante el comentario de Mehmed, aunque obedecieron a Asenov e iniciaron el camino hacia las duchas, comentando entre ellos con emoción cómo podría ser un partido contra los Kings of Utrecht. Y fue entonces, a punto de meterse en la ducha, que Bruce recordó que en el fondo su taza de té había aparecido algo parecido a una corona, señal que Mehmed había interpretado inequívocamente como un indicio de victoria ese fin de semana.
Una corona que, pensándolo bien, se parecía mucho a la del escudo de los Kings of Utrecht.
Como Bruce no tardó mucho en descubrir, quien resultó saber más sobre los Kings of Utrecht fue Viktoria, que había jugado contra ellos durante un año, cuando ella estaba en el Ostende United belga, en la misma Liga que los holandeses. Según su opinión los Kings eran buenos, aunque no estaban en la élite del quidditch. Hacía más de dos décadas que no ganaban ninguna Liga local, pero se las arreglaban para mantenerse regularmente entre las primeras posiciones, lo que les aseguraba ir a la LCE casi cada año.
—En la Liga Benelux actualmente los cinco primeros clasificados van a la LCE—explicó Viktoria—, así que parece que hemos tenido suerte. Podría habernos tocado un rival mucho peor. Además, no hay ningún chico guapo entre los Kings, así que no van a poder distraerme.
—¿Y hay chicas para mí? —le preguntó Costel.
Viktoria rio abiertamente y sacudió la cabeza.
—Ay, cariño, sí que hay chicas en los Kings. Que sean para ti es otra cuestión, pero no te preocupes, que yo te voy a querer por muy rarito que seas.
Pasaron el resto de la comida examinando el pergamino gigante que Asenov les había dejado con los cruces de la Liga de Campeones, y se quedaron hasta mucho más tarde que cualquier otro día, emocionados ante los partidos que se iban a dar y todas las posibilidades que aparecían. Bruce sintió algo de envidia al comprobar algo que ya sabía, pero que fue muy obvio cuando se pusieron a repasar los equipos presentes en la LCE; y es que la mayoría de sus compañeros tenían una clara trayectoria muy europea, y habían jugado en uno o varios de los equipos extranjeros que participaban en la competición. Especialmente curioso fue el caso de Anna y Stoyan: ella había jugado en los noruegos Trondheim Trolls y él en los daneses Roskilde Sailors, que ya competían entre ellos de forma regular en la Liga Nórdica (donde ya tenían una buena rivalidad), y que además el destino había querido que se enfrentaran en la primera fase de la LCE. Otro exequipo importante era el de Grigor, los Budapest Horntails húngaros, porque además era un rival muy posible para su segunda ronda, en caso de que les ganaran a los Kings.
A partir de allí todo fueron elucubraciones y sueños, porque a pesar de que se llamara Liga de Campeones, la LCE funcionaba como cualquier otro torneo internacional. En cada ronda el equipo que perdía su partido quedaba eliminado, con el ganador avanzando a la siguiente fase, reduciéndose fase a fase el número de equipos a la mitad hasta que solo quedaba el campeón. Lo que diferenciaba a la LCE del TIAQ y la CITOQ, que Bruce ya había jugado, era la ingente cantidad de equipos que participaban en la primera ronda, ni más ni menos que sesenta y cuatro; y además, que el número de equipos de cada Liga que participaban en la LCE era variable, y podía cambiar cada año en función de los últimos resultados de sus equipos en la competición. De allí que, por ejemplo, la Liga del Mar Negro pudiera mandar a sus cuatro mejores equipos (y gracias a eso los Vultures se habían clasificado a pesar de su cuarta posición), que la Liga Nórdica tuviera a seis participantes y la Liga Suiza solo uno. Podían soñar y fantasear con quién podría tocarles, pero más allá de un par de partidos dependía de demasiados resultados.
Y allí, casi en la esquina opuesta a los Vultures, aparecían los Wigtown Wanderers, que se enfrentarían a un equipo de la Liga Balcánica en su primer partido. De la manera que había quedado organizada la LCE, no jugarían contra ellos hasta una hipotética final… Pero era aún muy pronto para pensar en la final. Quedaban siglos hasta ella, y un montón de partidos por delante. El primero de ellos, contra los Sofía Supremes.
—Ya sé qué hacer para mejorar tu popularidad—le dijo Malcolm aquel viernes mientras cenaban.
—¿Aparte de conseguir jugar un partido? —preguntó Bruce irónicamente.
Malcolm le lanzó una bola de papel de servilleta que Bruce atrapó con facilidad.
—Ese es tu trabajo, ponte a ello. El mío consiste en lo demás—replicó Malcolm.
—Y bien, ¿qué has descubierto?
Estaban cenando en casa de Bruce, aprovechando que seguía teniendo comida preparada por algún elfo doméstico misterioso, siempre en cantidades suficientes para tener su nevera llena. Malcolm había seguido llevando a cabo sus investigaciones, y cuando los dos se reunían le hacía breves resúmenes de sus descubrimientos, pero por fin ese día había anunciado que tenía buenas ideas para hacerle famoso de la forma que quería.
—Tienes que salir más en las noticias.
—Menudo genio eres, ¿eh?—dijo Bruce, lanzándole de vuelta la bola de papel, que Malcolm esquivó.
—No me has dejado terminar. También sé qué tienes que hacer para conseguir eso. Voy a concertarte entrevistas con revistas, tanto de quidditch como generales. Lo bueno de concertarlas es que podemos acordar de antemano los temas de conversación y las preguntas, ¿sabes? Así podemos asegurarnos de que va a ir bien y no van a preguntarte cosas de las que no quieres hablar. Tendremos que pensar sobre qué puedes hablar, aparte de quidditch. Y también, por otro lado, tienes que hacer cosas en público en el mundo mágico. Y no me refiero a ir de fiesta a la calle del Águila y montar un espectáculo, sino a hacer cosas por la sociedad. Ir a recaudaciones para obras benéficas, visitar a los enfermos en el hospital, ese tipo de cosas. Tienes que caerles bien a la élite, porque son ellos quienes mueven los hilos de todo, pero si quieres ser famoso de verdad tienes que conseguir que sea la gente común quien te quiera, porque ellos son la aplastante mayoría y tienes que demostrarles que no eres un elitista extranjero, sino que te interesas por ellos. Haz cosas por el pueblo, y el pueblo te lo devolverá. ¿Dijo alguien famoso eso o soy yo un genio?
Bruce se encogió de hombros sin saber la respuesta, pero admitió que en general, Malcolm parecía tener razón e ideas bastante buenas.
—Entonces, ¿qué sugieres? ¿Quieres que vaya un día al hospital de Sofía y visite a los enfermos?
—No, eso lo dejaremos para más adelante. Surgirá mayor efecto cuando seas más conocido—negó Malcolm, y se sacó un papel doblado del bolsillo, que dejó en la mesa cerca de Bruce—. Para empezar, tú tienes que jugar en el partido de este domingo y hacerlo perfecto. Y la semana que viene le echaremos un vistazo a eso.
—¿Qué es esto?—preguntó Bruce con curiosidad, desplegando el papel y encontrándose con un montón de palabras incomprensibles en búlgaro.
—Eso es la clave para mi idea más espectacular—dijo Malcolm con grandilocuencia, sonriendo orgulloso—. Bruce, te presento el calendario de la temporada de quidditch escolar de Bulgaria. Ve a ver un partido de quidditch de críos, y todos los presentes te van a adorar.
Años atrás, cuando Bruce había empezado en el quidditch profesional, lo que más tedioso le había parecido eran los largos ratos de espera previos a un partido, en los que hacían viajar a los jugadores juntos de un lugar a otro con la más estricta seriedad y orden, como si lo que hicieran fuera vital para el mundo y no para llegar a un simple juego. Al principio, le había parecido aburrido, exageradamente formal y desesperante. Pero con el paso del tiempo había ido cambiando de opinión, y ahora le parecía hasta tranquilizador. Porque daba igual en qué rincón del mundo estuviera, la Liga que fuera, el equipo que fuera o el idioma o acento que tuviera la gente a su alrededor, el procedimiento era siempre igual. Y eso le ayudaba a calmar los nervios, porque ya sabía lo que tenía que hacer y lo que se esperaba de él.
El estadio de los Sofía Supremes no era muy diferente del de los Vultures (y tampoco debía estar muy lejos, porque ambos estaban encajados en estrechos valles entre unas montañas muy similares), con una estructura hecha principalmente de madera, pero con las dependencias privadas de sólido y brillante metal. El escudo de los Supremes estaba en todas las estancias, un fondo de color verde oscuro con unas S amarillas enfrentadas en el centro, y prácticamente en todos lados la decoración era verde con onduladas líneas amarillas; si las miraba demasiado rato uno acababa mareándose, así que Bruce procedió a concentrarse en el partido.
La mayoría de los jugadores de los Supremes eran extranjeros, como había estudiado Bruce, y los más destacados eran la cazadora Marisa Giordano y el guardián Poul Amundsen. Viktoria también le había contado que se rumoreaba que había algo más que una relación profesional entre la italiana y el sueco, pero Bruce no tenía interés en los rumores y sí en recordar qué costado de Amundsen era el más débil y cómo debía evitar que Giordano le pillara por sorpresa. Bruce se centró en repasar todo lo que sabía en las horas previas al partido, y cuando llegaron a los vestuarios y Papadopoulos anunció oficialmente la alineación, intentó no ponerse nervioso.
Gus le palmeó la espalda y le dirigió una gran sonrisa cuando el entrenador pronunció su nombre y les dijo que fueran a cambiarse.
—¡Bien hecho, Bruce! ¿Preparado para mostrarle al mundo la fantástica conexión inglesa-alemana de los Vultures?
—No sabrán qué les ha golpeado—respondió Bruce, esforzándose en sonreír también.
No debería estar nervioso. ¿Por qué iba a estarlo? Había jugado ya decenas de partidos en su carrera, muchos de ellos más importantes y contra mejores equipos que ese. ¡Por Merlín, había ganado un título internacional con los Warriors! ¿Por qué un simple partido de Liga a principios de temporada le ponía tan nervioso?
En verdad, sabía la respuesta. Era su primer partido con los Vultures, su primer partido perteneciendo realmente a un equipo europeo, el primer partido que podía acercarle a la fama en Inglaterra que buscaba. Era un partido en el que tenía muchas cosas por demostrar: que no se habían equivocado al ficharle, que encajaría bien en el equipo y en su estilo, y que podía hacerlo tan bien como sus compañeros, entre otros. Puede que no fuera un partido especialmente importante para los Vultures, más allá de la rivalidad que mantenían con los Supremes, pero para Bruce era su primera prueba de fuego. Y tenía que pasarla con éxito si quería superar a Grigor y jugar en los partidos importantes que les esperaban. Se jugaba mucho. Claro que estaba nervioso.
Hizo ejercicios para calmar su respiración y dejar la mente en blanco mientras se cambiaba, y se agarró con fuerza a su escoba mientras Papadopoulos les daba las últimas indicaciones antes de empezar. La textura levemente rugosa del mango de su Seacrosser 24 le transmitió algo de tranquilidad.
—…y recordad que perdieron la semana pasada contra los Tornados, así que es de esperar que empiecen el partido con agresividad. Contenedles los primeros minutos todo lo que podáis, sobre todo vosotros, Danchev y Hadjiev. Nada de piedad con esas bludgers, ¿de acuerdo? Petar, juega Marisa Giordano, así que quiero que esté con la quaffle el mínimo tiempo posible y que tú te encargues de cubrirla. Krasteva, tú lideras el ataque, empiezas tú en el lanzamiento. Vaisey y Hartmann, siempre uno a cada lado de Krasteva; para indicar tácticas especiales ya sabéis cómo hacerlo. Andersen, tú mínimo cuatro metros por encima de todo el mundo en todo caso. ¿Todo claro?
—¡Sí, entrenador!—respondieron a la vez los jugadores y Papadopoulos asintió, satisfecho.
—Pues vamos allá. ¡A machacarles!
Abandonaron el vestuario para acceder al túnel que llevaba al campo, donde ya estaban los siete jugadores de los Supremes, alineados y listos para salir al campo. Se saludaron con ligeros cabeceos, sin intercambiar palabra, y se ordenaron por los números de sus camisetas; Bruce se quedó justo en el centro, tras el número quince de Anna y delante del veinte de Viktoria. Apenas unos segundos más tarde, el griterío que se oía del exterior quedó aplacado por las voces de los comentaristas, que saludaron a los espectadores y comenzaron a anunciar los nombres de los jugadores de los Supremes, que fueron saliendo al campo poco a poco.
Mientras los rivales iban saliendo, Anna le miró de reojo por encima del hombro.
—No estés nervioso, Bruce. Lo harás bien—le dijo en el tono de voz mínimamente necesario como para ser oída por encima del estruendo.
—No estoy nervioso—protestó él.
Anna se giró un poco más hacia él y le sonrió levemente.
—Sí lo estás. Soy buscadora. Veo bien, ¿recuerdas? No tienes que preocuparte, te irá bien. Además, ¿no recuerdas que los posos de té de Mehmed te pronosticaron éxito?
—Creía que la corona se refería a los Kings.
—Ahí está tu error, en creer que las predicciones solo significan una cosa—replicó Anna.
Y Bruce no pudo evitar sonreír, porque sabía que Anna tenía tan poca confianza en la adivinación como él y estaba bromeando. ¡Anna Andersen, bromeando! ¿Quién lo iba a decir? Meneó la cabeza y Anna sonrió un poco más y se giró hacia adelante, agarrando mejor su escoba cuando un comentarista anunció el nombre de Eylem, la primera de los Vultures. Petar la siguió, y después Anna mientras Bruce montaba. Cuando oyó su nombre, salió disparado al campo.
Las gradas estaban llenas, y un rápido vistazo mientras volaba hasta su puesto en el círculo central le permitió ver que el color negro de los Vultures ganaba al verde de los Supremes. Bien. La gente chillaba, cantaba y vitoreaba, señalando a los jugadores y agitando pancartas y carteles. Ninguna le mencionaba a él, pero no pasaba nada. Era normal. Todavía no era nadie.
Le siguieron Viktoria, Gus y Mehmed, y la árbitra liberó las bludgers primero, luego la snitch, y se elevó con la quaffle bajo el brazo, que lanzó al aire a la vez que hacía sonar su silbato. A su izquierda, Viktoria se lanzó hacia adelante como una bala, y Bruce, con el corazón latiéndole a mil por hora, corrió a ocupar su posición.
Había empezado el partido. Y no había nada más importante en el mundo que eso.
El partido estaba siendo intenso.
Papadopoulos había tenido razón, y los Supremes habían empezado jugando con la fuerza de un huracán, imposibles de detener. Habían tardado media hora en conseguir oponerles resistencia, y para ese entonces, sus rivales ya habían marcado seis goles y no habían dejado que los Vultures se acercaran siquiera a los postes. Entonces Petar había alcanzado a Giordano, su cazadora estrella, y la había dejado fuera de juego unos minutos, pocos, pero los suficientes como para que los Vultures se organizaran y se hicieran con la quaffle más de un minuto seguido. Había sido justo lo que necesitaban para poder montar un ataque en condiciones y que por fin Viktoria marcara el primer gol del equipo.
Después todo se había igualado, y Vultures y Supremes se encontraron en un nivel similar. Bruce fue acomodándose en el partido, estudiando a los rivales, pero sobre todo acostumbrándose a trabajar con Gus y Viktoria a la vez; en los entrenamientos solía formar pareja con Gus contra Viktoria y Grigor, pero en un partido necesitaba colaborar con ambos. Y si bien con Gus era fácil, Viktoria estaba dando más problemas, porque su estilo de juego era más individualista. Una parte de eso estaba en su forma de ser, pero la otra parte también estaba clara: no confiaba del todo en él. O más bien, en sus habilidades de novato. Pero necesitaba que le pasara la quaffle para demostrarle que tenía, como mínimo, tantas capacidades como cualquier otro cazador de la Liga.
—Quiero hacer un 36—dijo Bruce.
Gus le miró con una ceja alzada mientras volvía a montarse en su escoba. Acababan de cumplirse las tres horas de partido, los Supremes ganaban por 160 a 110, y estaba a punto de concluir el tiempo muerto que había pedido el entrenador. "36" era el nombre en clave para improvisar en medio de una jugada, saliéndose de los movimientos planeados y ejecutados cientos de veces en los entrenamientos. Bruce destacaba en la improvisación: tenía que conseguir que le dejaran hacerlo si quería llamar la atención, pero la ironía estaba en que necesitaba que tuvieran confianza en él para tener esa libertad. Viktoria claramente no estaba muy por la labor; y Gus, aunque era su amigo, en el campo se transformaba en un jugador perfectamente serio y eficiente, que raramente se salía de los esquemas de juego perfeccionados en los entrenamientos. Ambos eran difíciles de convencer para que le dieran un poco de libertad con la quaffle… Pero como mínimo, con Gus podía intentar jugar la carta de la amistad. Para algo servía hacer amigos en el equipo, ¿no?
—¿Quieres hacer alguna jugada rara de más allá de los mares?
—Quiero intentarlo—admitió Bruce—. Espero que les descoloque un poco. No estamos consiguiendo recortarles distancia de todos modos, así que no perdemos nada por intentarlo.
Gus asintió con un seco cabeceo.
—Tienes razón. Pero si empiezas a hacer un desastre tras otro, se lo explicas tú al entrenador.
El partido se reanudó con un largo pitido de silbato, y tras unos pases, giros, quiebres y carreras a toda velocidad, la quaffle llegó a manos de Bruce. Nada más recibirla salió disparado en diagonal hacia abajo, e hizo un gesto en dirección a Gus que estuvo seguro que habría visto; probablemente Viktoria lo habría visto también, y esperaba que no se enfadara demasiado por desviarse de la jugada clásica. Voló con rapidez, esquivó una predecible bludger por la derecha con facilidad y cuando un cazador de los Supremes le entró por la izquierda, Bruce le evitó con una voltereta lateral a la vez que se desplazaba hacia abajo, levantando unas cuantas exclamaciones de sorpresa entre el público; lo normal habría sido pasar la quaffle a un compañero. Pero Bruce seguía con la pelota, y en cuanto percibió que otro de los cazadores se le acercaba por detrás, esperó hasta el último instante. Y entonces, cuando pudo sentirle prácticamente encima, el mango de su escoba rozando las varillas de la suya, viró bruscamente a la izquierda para hacerlo seguidamente a la derecha, haciendo un movimiento en zigzag con unos ángulos imposibles para cualquiera que no hubiera aprendido el Wollongong Shimy en Australia. Sin embargo, el cazador que le perseguía intentó imitarle… con los resultados esperados, que fueron un grito ahogado y una inestabilidad suficiente como para tirarle de su escoba. Bruce no se giró a mirar si se había caído del todo o no, porque por las exclamaciones del público entendió que habría conseguido agarrarse al menos con una mano. Ya estaba muy cerca, casi al borde del área. Le faltaba al menos un cazador para enfrentar, si el primero no se había recuperado… y efectivamente, Marisa Giordano volaba a toda velocidad hacia él desde la izquierda. Bruce se preparó para esquivarla, pero una bludger apareció súbitamente, obligándola a desviarse y dejándole el camino despejado. Bruce avanzó los últimos metros hacia el área, sintiendo los ojos del guardián Amundsen clavados en él, estudiándole… y sorprendiéndose cuando Bruce frenó secamente y le lanzó la quaffle a Gus, entrando solo por la esquina superior derecha, tal como le había indicado al principio de la jugada. Gus se encontró con la quaffle en el lugar perfecto, ya dentro del área, y demasiado tarde como para que Amundsen corrigiera su posición: el alemán marcó a placer, desatando la euforia de la grada, y Bruce sonrió, satisfecho y relajado.
—¡Eso ha sido una magnífica jugada individual de Vaisey y un último pase exquisito!—gritó uno de los comentaristas, su voz emocionada resonando por todo el estadio—¡Poco ortodoxa, por supuesto, pero efectiva! ¡Hartmann no ha tenido ni que esforzarse para marcar el duodécimo gol de los Vultures en este partido, que recortan la distancia a cuarenta puntos!
Gus se pegó a él mientras volvían a sus posiciones iniciales, y le guiñó un ojo mientras le decía:
—Vale, eso me está empezando a convencer. Repítelo treinta veces más, y puede que me convenza del todo.
La snitch apareció dos veces: una a las tres horas y media de partido al lado del guardián Amundsen, que se asustó tanto que le pegó una patada que la hizo desaparecer. La segunda fue la definitiva, sobrepasadas las cinco horas de juego, y lanzó a las dos buscadoras en una carrera loca que dio dos vueltas completas al estadio, hasta que Anna dio un sorprendente salto y atrapó la snitch ante la cara de su rival. En el momento de la conclusión del partido, los Vultures iban ganando por veinte puntos. Con la captura de la snitch, la ventaja subió a ciento setenta. Sumados a los doscientos treinta puntos de la semana anterior, eso les colocaba en la clasificación general con cuatrocientos puntos. Bruce no sabía cómo debían ir los otros equipos, pero con aquellos resultados no podían estar muy mal.
En las últimas horas del partido había tenido cada vez más libertad para improvisar cuando la ocasión lo requería. Al final hasta Viktoria había acabado cediendo un poco, dándole permiso para inventarse algo, siempre que la acabara incluyendo en sus planes. Había ido… bien. No maravillosamente, por supuesto, porque todavía llevaba muy poco tiempo jugando con sus compañeros y tenían que perfeccionar muchas cosas. Pero había sido un excelente primer partido, y Bruce estaba contento con el resultado del partido y con su actuación en general.
Intercambió su camiseta con uno de los bateadores de los Supremes, un tipo alto y barbudo que fue sorprendentemente amistoso y elogió su habilidad para haber esquivado todas sus bludgers. Chocó las manos y se abrazó con sus compañeros, felicitándose unos a otros por el partido y en especial a Anna, y se dirigió hacia el túnel de vestuarios con muchas ganas de una merecida ducha. Y estaba a punto de abandonar el campo cuando un hombre joven, vestido con una túnica oficial de la Liga, se interpuso en su camino y le detuvo.
—Alto, Vaisey, te toca la entrevista a pie de campo—le dijo el hombre, sacándose su varita de la manga y apuntándose al cuello—. ¿Estás listo?
Bruce se encogió de hombros, un poco sorprendido. No se esperaba que en su primer partido se interesaran por él. Aunque mirándolo por el lado positivo, era bueno. Había escuchado a Anna la semana anterior, e iba a ser breve y sencillo.
—Supongo que sí, vamos.
El hombre asintió, murmuró el hechizo y a continuación su voz resonó por todo el estadio:
—¡Estamos aquí con Bruce Vaisey, el más reciente fichaje de los Vratsa Vultures y autor de seis goles hoy! Cuéntanos, Vaisey, ¿cómo te sientes tras el partido de hoy?
—Muy bien. Satisfecho por la victoria y por los puntos conseguidos—respondió él sencillamente, y a última hora se acordó de añadir—, y muy agradecido por el apoyo que el público nos ha demostrado en un partido tan importante.
Las gradas reaccionaron favorablemente a sus palabras (al menos, los sectores de aficionados a los Vultures), aplaudiendo, vitoreando y hasta coreando su nombre, y Bruce levantó una mano para saludarles y agradecerles la respuesta.
—Vaisey, has llegado nuevo a los Vultures este verano, y con el partido de hoy has demostrado que puedes darle un soplo de aire fresco al equipo. ¿Crees que los Vultures pueden permitirse ahora tener unas expectativas más altas respecto a los resultados de la temporada que en los últimos años?
Mierda, aquella no era una pregunta tan sencilla y complaciente como se habría esperado. ¿Qué quería que dijera? ¿Que por supuesto que sus expectativas no eran conformarse con el triste cuarto puesto de la temporada pasada y la eliminación en la primera ronda de la LCE? Tuvo que hacer uso de sus dotes más diplomáticas para conseguir articular una respuesta poco comprometedora:
—Los Vultures siempre van a por todo, y este año también vamos a hacerlo lo mejor posible y a darlo todo.
—¡Claro, no esperamos menos! ¡Mucha suerte en el resto de la temporada, Vaisey, y a disfrutar de la victoria!
Bruce agradeció que hubiera sido breve y continuó su camino hacia los vestuarios, donde se encontró esperando apoyado en la puerta a Asenov, que le felicitó y le palmeó entusiastamente la espalda.
—¡Buen trabajo ahí afuera hoy, Bruce! Dúchate rápido, ¿quieres? Vas con Augustus y Anna a la rueda de prensa en un rato.
Se aguantó las ganas de poner los ojos en blanco. Habría podido pasar sin acudir a la rueda de prensa, pero sabía que era necesario para muchas cosas. No podía conseguir la fama que necesitaba sin hablar con la prensa, y tenía que aprovechar especialmente cuando estaban interesados en él. Así que se duchó rápidamente mientras discutía con Gus, Mehmed y Petar sobre los mejores momentos del partido, y salió de los vestuarios junto a Gus. Asenov les esperaba fuera, y aguardaron unos minutos más hasta que Anna se les unió.
La rueda de prensa fue mejor de lo que Bruce se había esperado. Duró casi media hora, pero estuvo bien organizada y todo pareció suceder con mucha fluidez. Se sentó en un extremo de la larga mesa que presidía la sala de prensa, acompañado de Gus, Anna y Papadopoulos, mientras que al otro lado del entrenador se situaron sus homónimos rivales. Asenov se quedó de pie, entre las sombras, escondido tras una cortina lateral junto a un hombre muy parecido a él que debía ser el director deportivo de los Supremes. Los reporteros, alrededor de unos cuarenta, estaban sentados frente a ellos en un mar de sillas de plástico, de madera y hasta algunos sillones de aspecto muy cómodo (para aquellos que habían preferido convocar su propio asiento). Una mujer vestida con una túnica muy formal con el escudo de la Liga dirigió la rueda de prensa, haciendo las presentaciones, organizando los turnos de palabra y cortando a periodistas y jugadores cuando se alargaban demasiado hablando. A pesar de su duración, a Bruce se le hizo corta, y salió de allí aliviado porque solo le habían hecho preguntas sobre quidditch y nada privado. No parecía que dejaran entrar allí a las revistas de cotilleos, por suerte; la pregunta más personal que le habían hecho era si no echaba de menos Australia. Sabía que se acabaría encontrando con la prensa rosa, tarde o temprano. Malcolm ya le había dicho cuál era la revista de cotilleos más popular del país, y le había avisado de qué periodistas eran los más insistentes si se fijaban en él. Era inevitable que se acabara encontrando con ellos si se volvía popular…
Pero cuanto más tarde, mejor. Prefería no tener que lidiar con ellos, no todavía. No hacía falta que empezaran a preguntar sobre Danny, ni mucho menos que se pusieran a relacionarle con cualquier mujer a la que se acercara en cuanto descubrieran que ya no estaban juntos. Sería mucho más feliz respondiendo solo preguntas de quidditch para siempre… Pero algunos sueños eran imposibles.
¡Hola a todos!
Volvemos a Bulgaria, a Bruce y a sus intentos por irse haciendo un hueco en el equipo poco a poco. Tenemos por fin los primeros partidos de la Liga, junto con una pequeña explicación sobre cómo la clasificación en Europa es diferente a Estados Unidos y Australia (y siento si es un poco complicada esa parte, he intentado explicarla lo mejor posible), y vamos conociendo un poco mejor al resto de compañeros, mientras Bruce va familiarizándose con ellos. Y cómo no, nos vamos creando expectativas sobre la Liga de Campeones, ¡la competición más importante del continente!
Como siempre, mil gracias por seguir leyendo. ¡Si os ha gustado, ya sabéis cómo dejar un review aquí debajo! Volvemos la semana que viene con más quidditch, más compañeros y, por supuesto, algún que otro lío en el que Bruce no podrá evitar meterse.
¡Hasta la próxima!
