Todo lo que reconozcáis (y más) pertenece a J.K. Rowling. El resto ya es cosa de mi imaginación.


82. Confianza


"VAISEY SORPRENDE EN SU ESTRENO EN LOS VULTURES

El segundo partido de la temporada fue el del debut del inglés Bruce Vaisey, cazador de veintitrés años, con los Vratsa Vultures en un emocionante encuentro contra los Sofía Supremes. El misterio rodeaba a Vaisey desde su llegada al equipo, ya que es un jugador muy desconocido para el público búlgaro general e incluso para gran parte del continente europeo. Pero como Vaisey demostró este domingo, no hay que dejarse engañar por este brillante jugador aparentemente surgido de las sombras. Pese a ser poco conocido, el joven cazador acumula un palmarés impresionante en tan solo cuatro temporadas como profesional, desarrolladas entre Estados Unidos y Australia, incluyendo haber ganado el torneo internacional de Oceanía y ser solo el segundo jugador extranjero de la historia en ganar el premio a Mejor Jugador de Estados Unidos. Y su exótica trayectoria internacional quedó patente en el partido de ayer, en el que exhibió una variedad de movimientos sobre una escoba muy inusual en este rincón del mundo; más de una vez sus defensores se quedaron boquiabiertos ante un gesto nuevo de Vaisey, sin saber cómo contrarrestar sus originales ideas. El jugador parece tener un repertorio individual de jugadas que ya desearía tener cualquier equipo, y es capaz de insertarlas en cualquier estrategia con la espontaneidad propia de los jugadores americanos, con la velocidad característica de los equipos australianos. Sin duda, Vaisey es una combinación interesante, cuya calidad hizo subir ayer las apuestas para que los Vultures vuelvan a pelear por la Liga, tras unos años nefastos. Esto podrá ser así, siempre que se cumpla una condición: que Vaisey sepa encajar su impredecibilidad a la estrategia de sus compañeros, y que estos no se queden tan sorprendidos como sus rivales cuando empiece a improvisar…"

—Hablan muy bien de ti—comentó Malcolm, satisfecho, guardándose el periódico tras acabar de leer el artículo.

Bruce asintió, sin ser capaz de contener una leve sonrisa. Sí, el periódico búlgaro hablaba bien de él, y alababa sus cualidades sobre la escoba y la frescura que había aportado a los Vultures durante el partido. Estaban a martes, y Bruce ya se había leído el artículo por lo menos cuatro veces y el lunes, durante la comida, sus compañeros habían bromeado sobre la buena recepción que había tenido en la prensa. Bueno, sus compañeros a excepción de Grigor… lo que no le sorprendía en absoluto. A Grigor no parecía haberle sentado nada bien que Bruce hubiera jugado el domingo (a pesar de que el entrenador había dejado caer casualmente varias veces que las rotaciones iban a ser frecuentes), y mucho menos que la prensa viera tan positivamente su aportación. Obviamente sentía su posición amenazada… aunque Bruce consideraba que aún quedaba mucho para verdaderamente amenazar el puesto de Grigor. Había hecho un buen partido, lo que estaba muy bien; pero Grigor ya llevaba una temporada completa en los Vultures, había sido profesional tres años más que él y encima tenía un apellido influyente que le garantizaba un trato especial de parte de todos. Ah, y por si fuera poco, parecía ser íntimo amigo del presidente del equipo. Tendría que hacer muchas cosas bien para acercarse a amenazar su puesto. Entre ellas, fingir que no notaba el comportamiento pasivo agresivo de Grigor hacia él de los últimos días. Pero estaba dispuesto a hacerlo, porque el resultado merecería la pena.

—¿Puedes recordarme otra vez cómo sabes que teníamos que aparecernos aquí?—preguntó Bruce entonces.

"Aquí" era uno de los estadios de quidditch escolares de Bulgaria. Según las investigaciones de Malcolm, había dos escondidos en el país, usados indistintamente por los equipos escolares en su competición de quidditch nacional. De alguna forma, Malcolm había sabido que era en ese en el que estaban en el cual se iban a enfrentar los equipos cadetes de quidditch de la escuela de magia de Sofía contra los de la escuela de Varna; eran dos de las ciudades más grandes del país, y por lo tanto, con más estudiantes, así que se esperaba que fuera un partido reñido. Se jugaba entre semana y por la tarde porque los colegios locales de magia búlgaros no eran internados, y que fueran en ese horario permitía que los estudiantes tuvieran los fines de semana libres (para poder acudir a partidos de quidditch de la Liga, entre otras cosas); pero también hacía que se limitara su duración a un máximo de cuatro horas, tras las cuales el partido concluía si ningún equipo atrapaba la snitch. No se permitiría que ningún alumno se saltara las clases por estar jugando durante días un partido de quidditch.

—Ya te lo he dicho—dijo Malcolm, señalando distraídamente a su alrededor—, mi segundo trabajo.

—¿Y cuál es ese segundo trabajo que tienes? Creía que habías dicho que te pagaba bien.

—Y me pagas bien—admitió Malcolm—, pero necesito estar activo y con solo el trabajo que hago para ti, me aburro… Y pasear por bares y emborracharme para conseguir información deja de ser divertido cuando lo hago día tras día y ya ni las pociones me quitan el dolor de cabeza. Pero me contaron que en estos bosques de por aquí hay un montón de ingredientes útiles para pociones, y que se paga bastante bien por recolectarlos. Así que me uní a un equipo de búsqueda el otro día, y me lo pasé bastante bien. Es entretenido, sé suficiente de pociones para que se me dé bien, puedo charlar con más buscadores y encima gano un dinero extra, que no me va nada mal para mis citas con Greta. Tiene gustos caros.

—Y te encontraste con el estadio en tu búsqueda de ingredientes.

—Más o menos. Estaba con un compañero en la ladera de esa montaña de ahí, cuando vi un trozo del edificio entre los árboles y le pregunté… Es útil hablar con la gente, Bruce. Descubres cosas interesantes.

Bruce asintió con la cabeza, despreocupado. Ya sabía que no se le daba bien charlar casualmente con desconocidos, y no hacía falta que Malcolm se lo recordara.

Miró a su alrededor, evaluando el estadio y todo lo demás. Era un campo más pequeño que el de Hogwarts, con las gradas más bajas y sin torres ni decoración de ningún equipo o ciudad. Malcolm y él habían llegado pronto, y se habían instalado en una esquina alejada a la sombra, porque aunque ya era por la tarde, solo estaban a principios de septiembre y el tiempo seguía siendo muy caluroso para ellos (y ni se había quitado las gafas de sol ni la gorra). Teniendo en cuenta que el colegio acababa de empezar, aquel partido sería solo un amistoso, pero un buen número de alumnos y padres habían ido ocupando las gradas. Otra cosa que Malcolm había averiguado era que cada colegio tenía varios equipos de quidditch, divididos por edades; los que se iban a enfrentar en aquel partido deberían tener unos catorce o quince años, por lo que ya deberían empezar a dar muestras de un cierto talento, y Bruce tenía curiosidad por ver el nivel de las escuelas búlgaras.

El partido empezó a las cuatro y media de la tarde, entre los vítores y los ánimos de cerca de dos centenares de espectadores. Los chicos del colegio de Sofía iban de morado y amarillo, mientras que los de Varna llevaban uniformes en verde y blanco. Bruce siguió el partido con interés, sintiéndose por unas horas transportado a su época de Hogwarts. Era como ver un partido entre Ravenclaw y Hufflepuff, sin ir a favor ni en contra de nadie, sino simplemente por el placer de disfrutar de un poco de la emoción del quidditch. Había dos cazadores en el equipo de Sofía que eran bastante buenos, aunque la guardiana de Varna lo paraba casi todo.

Cuando el sol se escondió tras los muros del estadio Bruce se quitó las gafas sin pensar en ello, y se dio cuenta de que se había hecho mucho más reconocible de golpe cuando solo cinco minutos más tarde un hombre se acercó a él desde la fila de abajo y llamó su atención, preguntándole:

—Perdone, ¿es usted Vaisey? ¿El jugador de los Vultures?

Estaba completamente centrado en el partido y en la jugada de ataque del colegio de Sofía, por lo que la voz le sobresaltó por un momento. Pero rápidamente ubicó a su interlocutor, un hombre de rostro curioso de pie en la fila inmediatamente inferior, y respondió sencillamente:

—Sí, soy yo.

El hombre sonrió triunfalmente y alargó una mano para estrechársela con entusiasmo.

—¡Ajá, lo sabía! ¡Estuve en el partido del domingo! Soy fan de los Vultures desde pequeñito, Vaisey. Ese sí que fue un buen partido. ¡Cómo me gusta ganarles a los Supremes! ¿Qué estás haciendo aquí?

—Tenía curiosidad por ver cómo van las nuevas generaciones. ¿Juega algún hijo suyo?

—Un sobrino—aclaró el hombre, y señaló rápidamente hacia el campo, donde los jugadores se movían a toda velocidad siguiendo la quaffle—, el cazador con el número cinco. Es bueno, ¿verdad?

Su conversación había empezado a atraer la curiosidad de los espectadores más cercanos, que estaban echándoles miradas cada vez menos disimuladas y a murmurar entre sí. Bruce oyó entre los susurros varias veces su nombre inequívocamente, y vio varios dedos apuntando hacia él, cada vez desde lugares más lejanos de las gradas.

—Sí que lo parece, señor—respondió Bruce cuidadosamente—. Y por favor, no me gustaría distraer la atención del partido. Si necesita algo, puede ser cuando acabe.

—¡Claro, claro! —asintió vigorosamente el hombre—Los chicos son lo más importante. No te distraeré, Vaisey. Un placer conocerte. Tendría que haber más como tú.

El hombre le estrechó la mano una vez más, y luego se alejó con una gran sonrisa. En cuanto estuvo suficientemente lejos, Malcolm se inclinó hacia él y le dijo en voz baja:

—Te lo dije. Bien hecho, Capitán.

Nadie más se acercó a Bruce en las casi tres horas que duró el partido, aunque sí que notó que mucha gente le observaba de vez en cuando con curiosidad. Sin embargo, una vez que el buscador de Varna atrapó la snitch y le dio la victoria a su equipo, Bruce se puso en pie y no tardó en verse rodeado por una muchedumbre deseosa de saludarle, preguntarle qué hacía allí, felicitarle por el partido del domingo, darle ánimos para el siguiente, conseguir su autógrafo y un montón de cosas más. Era lo que Malcolm había planeado, y salió sorprendentemente bien; a pesar de ser fans entusiastas, que muchos de ellos fueran críos hizo que fueran más respetuosos y amables de lo que solía ser la prensa. Sus preguntas, claramente, también fueron más sencillas, y Bruce aguantó el tiempo que estuvo rodeado por ellos sin grandes problemas y sin agobiarse. Consiguió incluso bajar al campo, donde sacó unos minutos para felicitar por el partido a los chicos de ambos equipos, quienes le recibieron tan sorprendidos como contentos. Estuvo a punto de darles unos consejos a los dos cazadores destacados de Sofía, pero se contuvo; acababan de perder el partido y seguramente no estarían de humor para escuchar qué era lo que podrían haber hecho mejor. Y por fin, cuando la gente empezó a dispersarse, le hizo un gesto a Malcolm, que había permanecido observando a una cierta distancia, y se alejaron un poco para desaparecerse.

Reaparecieron en Vratsa, en un callejón cercano a una de las calles comerciales, y Malcolm insistió en arrastrarle al pub más próximo, a pesar de que era un martes por la tarde y estaba prácticamente vacío.

—Había un reportero. Le he visto haciéndote fotos—le informó Malcolm, poniéndole en frente la jarra de cerveza a la que había insistido en invitarle—, lo cual es todavía mejor de lo planeado. Bastaba con que le cayeras bien a la gente presente, pero con un reportero allí… Ahora todos se enterarán y se empezarán a preguntar si también aparecerás en otros partidos.

—Podría hacerlo de vez en cuando. Ha sido entretenido—comentó Bruce, resignándose a beber de la cerveza. No iba a dejarla ahí, calentándose.

—Y te has comportado perfectamente. Parece que eso de hacer de modelo en Nueva York te ha enseñado a actuar—bromeó Malcolm.

—De algo tenía que servirme.

—No te preocupes, le sacaremos provecho—aseguró Malcolm, levantando su propia cerveza para brindar.


—¿Qué hacías allí?—le preguntó Eylem con curiosidad al día siguiente.

Estaban todos comiendo y repasando las noticias del mundo del quidditch, con Grigor, Stoyan y Viktoria debatiendo acaloradamente sobre quién había sido el mejor jugador de la historia de Bulgaria. Los demás les escuchaban a ratos, pero no era un debate que despertara demasiado interés en los extranjeros, así que Eylem atrajo su atención hacia la breve noticia, que acompañaba la sencilla crónica del partido escolar.

—Me gusta ver quidditch en general—respondió Bruce, encogiéndose de hombros—, y en cuanto me enteré de que los partidos eran públicos me entró la curiosidad… Me recordó a mi propia época en el colegio.

Eylem le sonrió, entendiéndole.

—Ah, ya. Qué tiempos aquellos, cuando todo era más fácil, ¿eh?

Bruce asintió a medias; muchos de sus años en Hogwarts no habían sido precisamente fáciles, pero si Eylem no lo sabía, no hacía falta recordárselo porque no le apetecía para nada sacar el tema.

—¿Ganaste muchos torneos tú cuando ibas a la escuela?—cambió Bruce de tema.

Eylem se rio, negando con la cabeza.

—¡Qué va! Si además yo casi no fui al colegio. Mi padre es pocionista, así que siempre ha trabajado desde casa. Me dio clases él durante un montón de años, porque mis padres no querían que me alejara de ellos. Solo me dejaron ir a la escuela de magia de Estambul los dos últimos años, para prepararme bien los exámenes finales. Ni siquiera me dejaron entrar en el equipo de quidditch, o intentarlo, al menos.

—Entonces, ¿dónde aprendiste a jugar a quidditch?

—Campamentos de verano de los equipos. Empecé a ir en cuanto tuve la edad mínima, era la única vez en el año en la cual me separaba unos días de mis padres, cuando ellos se iban de vacaciones por el mundo; luego entrenaba en casa. Lo bueno de ser guardiana es que no necesitas compañeros para practicar. Me volví lo suficientemente buena para que en mi último año de campamento me ofrecieran quedarme como suplente en el equipo por un año, lo hice mejor de lo que se esperaban y me renovaron una temporada más, y luego me encontraron los Vultures y me hicieron una oferta… Y aquí me quedé.

—Muy lejos de tus padres—apuntó Bruce, ligeramente divertido por la historia.

Eylem puso los ojos en blanco y asintió.

—Definitivamente. Son y han sido unos padres maravillosos, pero tuve demasiado de ellos durante más de dieciocho años. Necesito la distancia.

—¿No piensas en volver a Turquía?

—Vuelvo a Turquía regularmente. Siempre en Navidades y vacaciones, o cuando tengo algún fin de semana libre. Pero si te refieres a volver a vivir permanentemente, no—explicó Eylem—. Tengo allí a mi familia y varias amistades, a las que visito cuando estoy ahí, pero no hay nada que necesite tanto como para volver. Me gusta mucho más Bulgaria. Aquí he creado mi propia familia, tengo nuevos amigos, un buen puesto en un buen equipo y perspectivas de futuro, la gente me trata bien y me respeta, me gusta el estilo de vida… No quiero irme a Turquía. Prefiero quedarme aquí.

—Entiendo.

—¿Y tú qué, Bruce? ¿Tienes pensado volver a Inglaterra algún día?

—Probablemente sí—asintió él—. Me gustaría.

—¿Por qué?

—Bueno, tengo a mis amigos allí. Crecí allí. Es mi hogar.

—¿Y bien? Yo también tengo amigos en Turquía, es mi hogar y crecí allí, pero no por eso quiero volver.

Bruce asintió, aceptando que tenía razón.

—Ya lo sé, pero… Simplemente, siempre he querido volver. Hay algo en mí, las raíces o lo que sea, que me atraen de vuelta a Inglaterra. No sé por qué, puede que tenga que ver con todo lo que tuvimos que luchar para que el país volviera a estar en paz—admitió Bruce—. Tuvimos que pelear para que fuera un buen lugar, y tengo la sensación que después de todo ese esfuerzo, quiero estar ahí para disfrutar de lo conseguido.

—Si lo dices así, tiene sentido—dijo Eylem, y le sonrió comprensivamente—. Te entiendo, Bruce. Pero, ¿sabes por qué te pregunto esto?

—¿Curiosidad?

Ella negó, riéndose.

—En parte, pero no exactamente. Soy capitana por una razón, Bruce, y es que me fijo en las cosas. He visto en ti lo mismo que en muchos otros jugadores jóvenes que se mueven de un equipo a otro. Eres de esos que tiene un objetivo, llegar a un país o a un equipo en concreto, y que no parará hasta conseguirlo, aunque tenga que pasar por lo que sea… Y en mi experiencia, eso no es bueno, Bruce. Vivir pensando en el pasado, u obsesionado con el futuro, solo hace que no te centres en el presente. Y no me malinterpretes: es bueno tener metas, claro. A lo que me refiero es a que no debes dejar que controlen tu vida por completo, porque nunca sabes lo que puedes perderte si solo te concentras en tu objetivo y no te fijas en los alrededores. A lo mejor podrías descubrir que te interesan más cosas aparte de lo que deseabas hace años… o a lo mejor no, quien sabe. Pero lo importante es vivir en el presente, dando importancia a los retos del día a día, sin obcecarte soñando con tu futuro ideal. Así es como serás más feliz.

Bruce se quedó en silencio unos segundos, procesando las palabras de Eylem. Ella lo notó y le palmeó la espalda suavemente.

—Piensa en ello, pero no te preocupes demasiado, ¿vale? Eres bueno. Pon eso a trabajar para el equipo y no solo para ti, y las cosas te irán todavía mejor. Y ahora, podrías sacar a Gus de su aburrimiento mortal si queremos que sobreviva a esta comida.

Desvió la mirada unos asientos más allá, donde Gus estaba comiendo lentamente mirando al infinito, intentando taparse con una mano el oído más cercano a Stoyan, que seguía defendiendo apasionadamente a algún bateador búlgaro de hacía dos siglos.

Decidió hacerle caso a Eylem y le lanzó una bolita de papel de servilleta. Gus estaba tan distraído que le dio en la frente y tardó unos instantes en ubicar su procedencia, y entonces le dirigió una mirada acusadora.

—¿Aburrido?—preguntó en voz baja para que los demás no le escucharan, pero exagerando los movimientos de sus labios.

—Cada. Jodido. Mes—respondió Gus igual, señalando levemente con la cabeza hacia donde el trío discutía.

Bruce le sonrió compasivamente. Podría ser peor.


No se había esperado jugar el sábado contra el Clan of Kiev, a decir verdad. Había supuesto que se iría turnando con Grigor hasta que alguno de los dos sobresaliera claramente, pero el entrenador parecía tener otros planes para el equipo. De ahí que ese día los cazadores titulares fueran Bruce, Grigor y Viktoria. Gus se quedaba fuera. En un primer momento Bruce se sorprendió de la decisión de Papadopoulos, pero después recordó que el Clan había quedado noveno en la Liga la temporada pasada y que de momento habían perdido sus dos primeros partidos. No parecían tener todavía un buen ritmo de competición y era lógico que el entrenador aprovechara para probar todas sus combinaciones de cazadores posibles; de hecho, hizo lo mismo con los bateadores, porque la dupla titular Stoyan-Petar también era nueva esa temporada. Las únicas que habían participado en todos los partidos hasta la fecha eran curiosamente las tres chicas, y si las cosas seguían su curso previsto tenía toda la pinta de que Viktoria descansaría la semana siguiente, aunque Eylem y Anna parecían ser fijas en la alineación.

Así como estaban las cosas, Bruce pensaba aprovechar al máximo la oportunidad que le había dado el entrenador y hacer todo lo posible por hacer un buen partido. Lo peor era que el escenario no estaba a su favor; Gus era el compañero con el que mejor se entendía sobre el campo, y sin él jugando, encajar con Viktoria y Grigor iba a ser más difícil. Con Viktoria podía manejarlo, pero con Grigor era más complicado. Además, sospechaba que Grigor no iba a poner mucho esfuerzo en coordinarse con él.

—Hiciste un buen partido la semana pasada, Bruce, es cierto—le dijo Grigor mientras salían de los vestuarios, casi listos para empezar el partido. Había apoyado una mano sobre su hombro y le dedicaba su clásica sonrisa deslumbrante, como si fuera su mejor amigo—. Pero hoy juego yo, y no tienes que preocuparte por nada. Deja que los más experimentados tomemos el mando.

Bruce apretó los dientes y asintió, y escuchó a medias las últimas indicaciones de Papadopoulos. Le molestaba que, en parte, Grigor tuviera razón, ya que llevaba más tiempo en el equipo que él y, por lógica, tenía más autoridad sobre el campo a menos que el entrenador indicara explícitamente lo contrario. Por otra parte, aquello hubiera sido mucho más fácil de aceptar si Grigor hubiera sido diferente. No necesitaba llevarse bien con él; pero que al menos no se creyera infinitamente perfecto habría sido de agradecer. Y si fuera tan buen jugador como para que su autoridad fuera indiscutible habría sido aún más sencillo.

Pero como descubrió al rato de empezar el partido, Grigor no se lo puso nada fácil. No solo porque se dedicó a pasarle la quaffle mucho menos de lo normal, incluso cuando Bruce estaba mucho mejor colocado que él y en una posición perfecta para recibir la pelota, a Grigor le costaba mucho pasársela; pero además, todos los movimientos de Grigor eran dolorosamente predecibles, en especial para Bruce y su afición por la estrategia. Grigor no era malo, obviamente, porque por muy influyente que fuera su apellido no habría llegado hasta los Vultures sin un poco de talento. Habría sido la estrella de cualquier equipo de Estados Unidos. Sin embargo, tampoco era tan espectacular como creía ser. Si bien hacía las cosas bien, era todo muy básico y esperable. No había nada de imaginación en su juego, nada de correcciones sobre la marcha, y eso a Bruce le desesperaba.

No fue raro que con el transcurso de los minutos, el Clan of Kiev se fuera alejando poco a poco en el marcador. Sus rivales no eran malos, y si habían perdido sus dos primeros partidos había sido porque se habrían enfrentado a equipos muy buenos o, simplemente, habrían tenido mala suerte. Pero las túnicas azules y naranjas del Clan atravesaban el campo como un borrón, y a pesar de que Eylem estaba trabajando duro, empezaron a marcar gol tras gol, sin que los Vultures consiguieran remontar. Era desesperante; casi todas las quaffles que le llegaban a Bruce eran de manos de Viktoria, y aunque en cuanto podía intentaba incorporar alguna de sus jugadas originales, muchas acababan en saco roto porque ninguno de sus compañeros estaba muy por la labor de colaborar con él. Viktoria participaba alguna vez, pero no muchas; era como si no quisiera ponerse de su lado, apartando a Grigor, lo que en cierto modo era lógico. Pero por muy lógico que fuera, a las cinco horas de partido el Clan les sacaba noventa puntos y estaba en racha, y no parecía que la tendencia fuera a cambiar. Encima se había puesto a llover, una fina llovizna que no parecía mojar mucho pero que dificultaba la visión, y sus opciones no tenían muy buena pinta.

Cuando Papadopoulos pidió un tiempo muerto, estaba más enfadado de lo que Bruce le había visto nunca.

—Vosotros dos, ¿habéis desarrollado alergia al compañerismo o algo parecido?—les increpó Papadopoulos, mirando a Bruce y Grigor—No sé qué demonios os pasa ni me importa ahora mismo, pero empezáis a jugar como compañeros ya o habrá consecuencias. Haremos un cambio: Vaisey, pasas al centro, te pones de organizador, y quiero pases equilibrados hacia Krasteva y Sokol, ¿entendido? Krasteva, tú estás dudando mucho hoy. Ya basta, quiero ver más decisión, ¿vale? Y Çelik, ¿por qué se te está colando todo por el aro derecho hoy?

—Es ese maldito número nueve—masculló Eylem con el ceño fruncido, refiriéndose al goleador del Clan—. Me confunde siempre. No sé hacia dónde va a lanzar.

—Los pies—dijo Bruce espontáneamente, y cuando de inmediato las miradas del entrenador, la guardiana y el resto de sus compañeros se clavaron en él, se sintió en la necesidad de explicar—. Cuando amaga con lanzar, sus pies apuntan en la dirección correcta siempre. O casi siempre.

El entrenador le miró en silencio unos instantes, antes de decir secamente:

—Prueba a fijarte en eso, Çelik. Bateadores, intentad no volver a apuntar hacia Krasteva, ¿queréis? Y Andersen, esto está durando mucho ya. Si ves esa snitch, a por ella. Y si el marcador empeora, haz un esfuerzo extra para encontrarla.

Volvieron al campo solo un minuto más tarde, y aunque Bruce sabía que el entrenador tenía razón y estaban haciendo un partido horrible, estaba secretamente aliviado de que le hubiera cambiado de posición. Estar en el centro le daba un poco más de la libertad que tanto necesitaba, y se sentía mucho más cómodo allí, libre para jugar con todas sus cartas. Si a cambio de eso tenía que pasarle la quaffle a Grigor y ver cómo hacía lo más predecible en cada situación… Bueno, era tolerable; podía confiar en que Viktoria haría las cosas bien.

Tras la reanudación, el partido empezó a pintar ligeramente mejor para los Vultures al cabo de unos minutos. El Clan tardó en acomodarse al cambio de posiciones de cazadores, lo que Bruce aprovechó para hacer un par de rápidas jugadas con Viktoria que acabaron en dos goles en cuestión de minutos, invirtiendo la buena racha del Clan. Después de eso volvieron a igualar el nivel previo, pero había algo diferente en el ambiente; el Clan ya no era tan superior, y los Vultures, con Bruce organizando las jugadas y esforzándose por repartir el juego equitativamente entre Viktoria y Grigor, comenzaron a mostrar destellos de calidad cada vez más frecuentes. Además, Eylem hizo varias paradas bastante espectaculares, desesperando a los cazadores (y aficionados) rivales. La tendencia parecía haberse invertido, y las cosas estaban pintando bien… y entonces, Anna atrapó la snitch.

Por una parte, a Bruce le habría gustado seguir jugando, ya que el partido estaba en el mejor momento de los Vultures; pero por otra, ya llevaban casi seis horas de partido, estaba a punto de ponerse el sol y el día había sido intenso y largo. Era hora de terminar. Sumarían cien puntos en la clasificación, y eso les dejaría en el grupo de cabeza.

Y podrían descansar y analizar todo aquello en lo que necesitaban mejorar.


—Tenéis que aprender a colaborar. Los dos—precisó Mehmed—. Juntos seréis mejores que por separado.

—Eso puedes decírselo a él, que es a quien más le cuesta—replicó Bruce.

Mehmed le sonrió, cansado.

—Suenas exactamente como un hermano enfadado. Y eso es lo que te quiero decir, Bruce, que es un trabajo de ambos. Sí, vale, Grigor es orgulloso, pero ¿qué crees que hará si tú te portas caballerosamente? No te ignorará, porque eso solo le hará quedar peor a él y es más listo que eso. Pero si tú no colaboras, él tampoco lo hará.

—Escucha a Mehmed, Bruce. Tiene razón—le recomendó Eylem, y por un momento se acordó de la conversación sobre centrarse en el presente que habían tenido esa semana.

—No tienes por qué llevarte bien con él, pero tenéis que ser capaces de jugar juntos—añadió Gus.

—Si te sirve de consuelo, a mí también me parece un pesado—comentó Anna.

Bruce suspiró y se echó para atrás en su silla, cansado.

No había sido el mejor partido del equipo, pero habían ganado y era sábado por la noche, así que varios compañeros habían insistido en salir a celebrarlo. Habían elegido un pub exclusivo de la zona mágica, que lo mejor que tenía era que sus reservados eran muy privados; así, aquellos del equipo que preferían quedarse en la tranquilidad de la intimidad podían estar en su pequeña salita de cristales tintados, mientras que los que quisieran fiesta podían unirse a sala general con su pista de baile. La división se había producido rápidamente tras la primera copa, con Grigor, Stoyan, Costel, Petar y Viktoria yéndose a bailar, con Boris desapareciendo y con los demás quedándose en la mesa. Y el tema de conversación de Bruce y compañía había sido, inevitablemente, el partido y la clara falta de conexión entre Bruce y Grigor.

—Entonces, ¿qué sugerís que haga?

—Habla con él sobre el tema—propuso Eylem, y Bruce bufó.

—Es de Grigor de quien estamos hablando. Probablemente, según él no haya hecho nada mal.

—Ah, pero ¿y qué piensa Papadopoulos?—saltó Gus con expresión triunfante—Puede que no admita que ha hecho nada mal, pero sabe que al entrenador no le ha gustado cómo ha jugado hoy. Recordarle eso jugará a tu favor.

—Pero no le presiones demasiado—añadió Anna—, o se ofenderá y entonces no conseguirás nada.


Sorprendentemente, en el entrenamiento del lunes por la mañana Papadopoulos no insistió específicamente sobre el tema al comentar el último partido, aunque hizo hincapié en todos los errores cometidos y les recordó la importancia de trabajar todos unidos para el bien del equipo. Acabó informándoles de que si no veía mejoras en el próximo partido, se encargaría personalmente de organizar unas sesiones especiales con el medimago Angelov, quien también ejercía de psicólogo del equipo. Bruce no había ido a hablar con él todavía porque no tenía nada que decirle y, encima, había que admitir que el hombre serio y brusco no transmitía ni de lejos la misma confianza y calidez que Jill. Recordar que Angelov era su psicólogo ahora le hizo echar de menos a la australiana, lo que le hizo preguntarse qué tal le estaría yendo a su antiguo equipo. Apenas hablaba con ellos, porque como era de esperar, tras la ruptura con Danny todos (al menos, aquellos con los que mejor se llevaba) se habían puesto del lado de la joven. Había intercambiado una carta con Kyle ese verano y algunas más con Liam (quien había acabado quedándose en los Warriors), pero nada más, y en cierto modo echaba de menos el grupo tan unido que tenían allí. Era verdad que en Bulgaria había conectado con Gus, y Anna se iba relajando poco a poco, y que Eylem y Mehmed eran por lo general simpáticos y que con la mayoría de los hombres podía hablar con normalidad… Pero no era lo mismo. No había la misma confianza común y buen ambiente que había vivido en Australia (y mucho menos que en Nueva York), y no podía evitar preguntarse si eso era lo común en los equipos profesionales de Europa, donde la mayoría de sus compañeros eran personalidades famosas en primer lugar, y jugadores de quidditch en segundo.


—¿Tienes un momento para hablar?

Conseguir encontrar a Grigor a solas había sido todavía más difícil de lo previsto. A su compañero le encantaba hablar, así que era habitual que siempre estuviera rodeado de gente dispuesta a escucharle… incluso en las duchas, los vestuarios o en la cola del comedor (y tanta necesidad de atención le parecía a Bruce un poco preocupante). No fue hasta el miércoles, después de comer y cuando todos estaban recogiendo los restos, cuando Grigor se quedó un poco retrasado en la mesa y Bruce aprovechó la oportunidad. No es que se muriera de ganas de hacerlo, pero si todo seguía su curso volverían a jugar juntos ese domingo y Bruce quería tener las cosas claras.

—Por supuesto que puedo dedicarte un momento—respondió Grigor sin sorprenderse, dedicándole una sonrisa con todos los dientes a la vista—. Pero no puedo entretenerme mucho, necesito urgentemente ir a comprar una túnica nueva para la fiesta de los Krum el viernes.

Bruce asintió con poco interés. Grigor llevaba varios días hablando de la fiesta en casa de los Krum a la que había sido invitado, y por muy interesante que quisiera hacerla parecer, Bruce sabía que era simplemente otra fiesta aburrida de la alta sociedad en la que ni siquiera iba a estar el Krum más famoso de todos (como Mehmed le había hecho saber, desde su retirada Viktor también había desaparecido de la vida pública y no había sido visto en meses). Así que ignoró el intento de Grigor de presumir de vida social y fue directo al grano:

—No tardaré mucho. Solo quería comentar lo que ha estado diciendo Papadopoulos en los últimos días.

—¿El qué exactamente? El entrenador habla mucho, como todos los griegos—se burló Grigor.

Genial, no se lo iba a poner fácil. Era de esperar.

—Sobre lo de aprender a colaborar. Grigor, el partido contra el Clan fue una mierda y lo sabes. No quiero volver a jugar así, y tenemos que mejorar la comunicación sobre el campo.

Grigor le miró atentamente y empezó a asentir despacio con la cabeza.

—¿Sabes qué? Tienes razón, Bruce, y yo también quería hablar contigo, pero he estado demasiado atareado últimamente, aunque ya que sacas el tema… Seré sincero, creo que necesitas aprender a contenerte.

—¿Cómo?—replicó Bruce, súbitamente contrariado.

Grigor suspiró antes de erguirse en toda su estatura, resaltando que era un par de centímetros más alto, y le puso una mano en el hombro con un gesto paternal.

—Sé que es duro oírlo, Bruce, pero es por tu bien. Sé lo que es ser joven, inexperto y tener ganas de demostrarle al mundo toda tu energía… Y lo difícil que es contenerse. Y necesitas contenerte, porque actuar a lo loco, con tu inexperiencia, solo perjudica a ti y al equipo, y no queremos eso. Sé que cuesta, pero aprenderás a leer los partidos y a tus compañeros, Bruce, y voy a ayudarte todo lo que haga falta. Solo tienes que hacer lo que yo haga.

Se desembarazó de la mano de Grigor, sin dar crédito a lo que oía. No solo no estaba admitiendo no haber hecho nada mal, ¡sino que encima le estaba echando toda la culpa a él! Debería haberse callado y dejarle marcharse satisfecho, pero no pudo contener la indignación y dijo sin poderlo evitar:

—No creo que lo que tú llamas "yo actuando a lo loco" fuera precisamente lo peor del partido.

Grigor sonrió de lado.


—¡No! ¿¡Cómo!? ¿Qué te ha dicho?—exclamó Gus, atónito.

—"No, lo peor del partido fue que creyeras que podías hacerlo mejor que yo"—repitió Bruce, imitando pobremente la voz de Grigor.

Gus bufó, más indignado si cabe que el propio Bruce.

—¿Y qué le has dicho después?—siguió preguntando Gus.

—Que obviamente ambos teníamos problemas en los que trabajar, y se ha ido diciendo que estaba deseando que yo me pusiera a trabajar en el mío—resumió Bruce, lo que provocó otro bufido indignado de Gus.

—Mira que ya me cae mal, pero esto es pasarse. El año pasado no fue tan cruel con Richie, pero es que Richie le lamía el culo y encima era claramente más malo que él y no le iba a quitar el puesto ni en sueños—comentó Gus—. Mira que decir eso… ¡pero si lo mejor del partido fue cuando tú te pusiste al mando del ataque! Grigor podrá jugar bien, marcar goles y ser todo lo encantador que quiera, pero incluso con lo poco que llevamos de temporada es obvio que tú eres mucho mejor como organizador.

—Será que se siente amenazado—opinó Malcolm, que aunque ya había oído la historia una hora antes, no pudo resistirse a comentarla de nuevo—, e intenta minar tu confianza. Gus, ¿qué es esto?

Gus se puso muy tenso de golpe al ver lo que tenía Malcolm entre las manos.

—Ese es el cómic en el que se conocen Superman y Batman, y es mil veces más valioso de lo que crees. Así que déjalo otra vez en su sitio despacito y con cuidado.

Era la primera vez que Bruce estaba en casa de Gus, y por lo tanto, también la primera de Malcolm; Bruce había llegado a casa furioso tras su charla con Grigor, para encontrarse con Malcolm en su salón esperando para contarle los detalles de su inminente primera entrevista. Pero no había dejado que le dijera nada, y en su lugar le había relatado lo sucedido con Grigor. Malcolm había escuchado con sorpresa, atención y luego indignación, y al terminar, Bruce le había escrito a Gus, y había aprovechado que su lechuza, Búho, estaba distraídamente posada sobre el alféizar de la ventana para mandarle la carta de inmediato. Necesitaba despejarse y hacer algo, y seguro que Gus tendría alguna idea, aunque fuera llevarle al pub irlandés. Y lo primero que había hecho Gus había sido responderle rápidamente con la dirección de su casa, y Bruce y Malcolm habían usado la red flu para llegar solo un rato más tarde.

Gus también vivía en Vratsa, en la zona muggle más sofisticada del centro, y por eso las comunicaciones se habían sucedido con tanta velocidad. Era un apartamento amplio, claramente grande para una sola persona, con amplios ventanales, mucha luz y decoración muy muggle, tanto que si no fuera por el cuadro de Aleksandar Kras en el salón, Bruce hubiera nunca hubiera dicho que ahí vivía un mago. Gus tenía un ordenador (el primero que Bruce veía en una casa de verdad), una enorme caja negra acompañada de una pantalla que parecía una pequeña televisión y un teclado cuyas teclas hacían muchísimo ruido al ser pulsadas. Aparte de eso, la gran mayoría de la decoración de la casa consistía en pósters de Star Wars, el Señor de los Anillos, el Bayern de Múnich y la selección alemana de fútbol; y la estantería del salón contenía una enorme colección de lo que Gus les explicó que eran "cómics de superhéroes" a los que tenía un gran cariño, especialmente aquellos en los que el protagonista era un tal Superman. Tras la exploración de rigor de la casa, Gus había insistido en saber a qué venía aquella necesidad repentina de salir a hacer algo, y Bruce había tenido que repetir la historia de nuevo.

—Y en resumen, eso es todo—concluyó Bruce su narración.

Malcolm devolvió el cómic a su sitio con cuidado y Gus asintió con aprobación.

—Pues parece que Grigor te lo va a poner más difícil de lo previsto. Pero tú tranquilo… Este fin de semana jugamos los tres, y nosotros tampoco se lo vamos a poner fácil a él. Si nos esforzamos, tú y yo podemos ser un dúo fantástico y dejar a Grigor de lado. Así a lo mejor ve un poquito más allá de su ego y se da cuenta de que ser quien es no le va a funcionar para siempre.

Bruce dudó. La idea de Gus no era mala, y de hecho, a él le beneficiaría mucho. Pero por el otro lado…

—Pero eso podría ser malo para ti. Aliarte claramente conmigo contra él… ¿qué pasa si yo me voy del equipo y tú te quedas aquí con Grigor después de esto? Podría arruinarte la carrera.

Gus se encogió de hombros, despreocupado.

—Pues me cambio de equipo. ¿Qué problema hay? Me gusta estar en los Vultures, pero tengo que reconocer que no le tengo mucha lealtad al equipo… La directiva podría ser mucho mejor y haberse comportado mejor en muchas cosas, no sé si me entiendes. No sería un drama tener que marcharme, y siendo sinceros, tengo muchas ofertas cada año, y en cualquier lugar fuera de Bulgaria no les importará lo que piense Grigor Sokol de mí. Ya estuve a punto de marcharme este verano porque me hicieron una oferta muy buena de la Liga Ibérica, pero Asenov me acabó convenciendo de quedarme un año más… aunque me sigue tentando eso de irme a una liga del sur. Todas las vacaciones que he tenido en España han sido geniales y vivir ahí sería interesante… Como ya te digo, no sería un drama.

—Pero aún y así…

—Mira, Bruce, si quieres olvida que hemos tenido esta conversación, ¿vale? El domingo llegaremos al partido y de una forma increíble y totalmente no planificada, tendremos una conexión tan guay que inevitablemente Grigor quedará desplazado. Y si nos preguntan los periodistas, tendremos que decir que es lo que pasa cuando tienes compañeros así de buenos a tu lado.

Malcolm se aclaró la garganta, interrumpiéndoles.

—Hablando de periodistas, por eso quería hablar contigo hoy, Bruce. Tienes una entrevista con La Verdad este viernes.


Lo irónico de La Verdad era que, como todas las revistas de cotilleos con las que Bruce se había encontrado hasta el momento, había una línea muy fina entre las historias verdaderamente reales publicadas y los rumores, habladurías, teorías e invenciones que llenaban el resto de las páginas de la revista. No era precisamente la gente con la que más le apetecía hablar, y estaba casi seguro de que intentarían tergiversar sus palabras e indagar en su vida privada; sin embargo, era la primera entrevista que Malcolm conseguía, y le había asegurado que había informado a la periodista de qué temas estaban prohibidos y que además recibirían el artículo antes de que fuera publicado para sugerir modificaciones. Bruce hubiera preferido poder hacer algo más que "sugerir" modificaciones, pero por lo visto habían interpretado aquello como censura a la libertad periodística y era algo a lo que La Verdad se había negado completamente.

—Piensa que esto abrirá las puertas a más entrevistas—le había animado Malcolm—. Has hecho muchas cosas para ganar fama que no eran muy de tu estilo, ¿cierto? Esto no será lo más duro hasta ahora.

Malcolm tenía razón, pero Bruce nunca hubiera accedido voluntariamente a una entrevista con Hechizadas o Frambuesa. Lo único que le tranquilizaba un poco era el tener acordados los temas prohibidos de antemano, término en el que podría refugiarse si empezaba a sentirse incómodo.

La entrevista tuvo lugar en uno de los restaurantes de la calle del Águila, en un pequeño reservado, el viernes por la tarde, poco después de comer. Bruce llegó primero, acompañado de Malcolm, y la periodista llegó dos minutos más tarde.

Se presentó como Rosie Martinova, y era una mujer que debía rondar los cuarenta años, rellenita y vestida con ropa muggle discreta, que contrastaba con su cabello corto teñido de color rojo intenso y los labios pintados a conjunto. Estrechó sus manos con delicadeza y les miró con curiosidad mientras pedía un café, antes de preguntar:

—¿Va a quedarse tu representante toda la entrevista?

—¿Tienes pensado incumplir el trato con mi cliente?—preguntó Malcolm a su vez, levantando una ceja.

Rosie Martinova sonrió de lado.

—Por supuesto que no, señor Baddock. Solo preferiría hablar de tú a tú con el señor Vaisey en privado, para conseguir un ambiente más íntimo.

Malcolm miró a Bruce, interrogante, y este asintió con la cabeza. Ya había tenido suficiente en los últimos años con Daisy haciéndole de niñera en sus entrevistas para Armory. Sobreviviría a una solo.

—Está bien—aceptó Malcolm, levantándose de su silla—. Señora Martinova, mándeme el borrador de la entrevista cuando esté listo. Bruce, estamos en contacto.

Malcolm desapareció, y Martinova le miró apreciativamente.

—Un tipo interesante, tu representante. Le he investigado y eres su primer y único jugador representado. ¿Cómo ha llegado a trabajar para ti?

—Malcolm y yo nos conocemos desde hace muchos años, jugamos juntos a quidditch en el colegio. Estaba trabajando en el Ministerio inglés en un puesto en el que no podía aprovechar todo su talento, y decidió darle un giro a su carrera—explicó Bruce, encogiéndose de hombros—. ¿Quiere hablar de mi representante o de mí?

—De ti, por supuesto, aunque me gusta tu amigo—repuso la periodista, mientras abría su bolso y sacaba pergamino, tinta y vuelapluma—. Tiene buen carácter para el negocio… Pero pasemos a hablar de ti, claro. Bruce Vaisey. ¿Cómo prefieres que te llamen?

—Mis amigos más cercanos me llaman Bruce. Todos los demás, Vaisey—repuso él.

—¿Y yo qué soy?—preguntó la periodista, guiñándole un ojo.

—A usted no la conozco, señora Martinova.

La periodista hizo un mohín triste que acabó convirtiéndose en una sonrisa confiada.

—Entendido, Vaisey. Tú, sin embargo, puedes tutearme. Y llámame Rosie. Me gustaría que empezaras contándome qué es lo que más te gusta de Bulgaria por ahora.

La mayor parte de la entrevista fue sencilla, y más agradable de lo que había esperado tratándose de la prensa rosa. Rosie no era Clark Hawthorne, pero aún y así, consiguió hacerle sentirse relativamente cómodo y apenas tocó los temas prohibidos: la guerra, su familia y relaciones sentimentales. Le preguntó por aventuras en Estados Unidos y Australia, se interesó por cuándo empezó a jugar a quidditch y qué era lo que más le gustaba, y le interrogó sobre sus aficiones. Sin embargo, Rosie también quiso saber por qué no quería hablar de su familia (Bruce alegó que no había nada sobre ellos que fuera a interesar al mundo), e intentó sonsacarle su opinión sobre una noticia reciente de la que Bruce se enteró en ese mismo momento:

—…y resulta que hace solo unos días, una revista australiana ha publicado unas declaraciones de Danielle Lewis, excompañera tuya en los Wollongong Warriors y según ambos confirmasteis, tu pareja sentimental durante gran parte de la pasada temporada—le informó Rosie, y para confirmar sus palabras, puso sobre la mesa un reciente ejemplar de Frambuesa con la cara de Danny en una esquina—. La encantadora Danielle afirma que rompisteis la relación en cuanto tú te mudaste a Bulgaria para jugar con los Vultures. ¿Confirmas lo que ha dicho?

Bruce no tenía ni idea de que Danny hubiera hablado con la prensa. No seguía las noticias australianas más allá de lo deportivo y hacía siglos que no hablaba con ella, pero a decir verdad, no le extrañaba. Danny siempre les había caído bien y, a su vez, los reporteros se portaban bien con ella, así que no era raro que hubiera confirmado lo que era un secreto a voces, ya que nadie les había visto juntos desde el final de la temporada. Cogió la revista y ojeó rápidamente la noticia, que era bastante breve, antes de volver a dejarla sobre la mesa y responder:

—Lo que diga Danny estará bien. No voy a añadir más.

—Así que confirmas que habéis roto, ¿cierto? ¿No vas a contarme si rompisteis porque tú ibas a mudarte a Bulgaria o si te mudaste a Bulgaria porque rompisteis?—insistió la periodista.

—No—dijo Bruce secamente—. Y si vuelves a preguntar, esta entrevista acaba aquí.

Rosie aparcó el tema diligentemente el tema y pasó a interrogarle sobre su sonada aparición en el partido de quidditch escolar de la semana anterior. Siguieron hablando durante media hora más, hasta que la mujer decidió que ya tenía suficiente información y se despidió formalmente, asegurándole que en cuanto el artículo estuviera listo recibiría una copia en su correo.


Los Balti Punchers eran el primer equipo de Moldavia con el que se enfrentaban en la temporada, y su reputación de equipo agresivo venía de lejos. No por nada sus túnicas llevaban estampadas dos puños chocando entre sí en el pecho, y casi todos sus jugadores eran hombres enormes, altos y fuertes. Siempre había al menos un equipo así en cada Liga; era una de esas constantes del quidditch que se repetían en todos los lugares del mundo, un patrón que no se podía considerar agradable (dada la exagerada violencia de los equipos) pero que era en cierto modo reconfortante. Era curioso ver cómo en todos los países había siempre alguien que intentaba vencer usando solo los músculos y olvidando el cerebro. Había que admitir que esa técnica funcionaba con ciertos equipos, mientras que con otros era un verdadero desastre.

Bruce tenía la suerte de ser un especialista en jugar contra equipos agresivos.

El partido empezó a las nueve de la mañana con los jugadores titulares previstos, lo que le dejaba a él junto a Gus y Grigor como cazadores. El estilo de ataque que usaban los Vultures, al igual que casi todos los equipos europeos, era el de asignarle una posición general en el campo a cada uno de sus cazadores. Primero estaba el organizador, que como su propio nombre indicaba, era el encargado de generalmente ordenar las jugadas y dirigir el ataque, distribuyendo el juego a su parecer; solía empezar en el centro del campo, pero tenía libertad para moverse hacia cualquier lado. A continuación, venía el atacante, quien solía encontrarse a lo largo del eje central del campo, y era quien recibía la quaffle del organizador y continuaba la jugada que este había iniciado. Para terminar, estaba el finalizador, que solía ser el cazador con mejor puntería y el que marcaba la mayoría de goles; este se situaba en los laterales del campo, cerca del área de los postes, recibía la quaffle del organizador o el atacante (según cómo se hubiera desarrollado la jugada), y su misión consistía en marcar lo más rápido posible. Por supuesto, era mucho más complicado que esto: un montón de jugadas consistían en intercambiar las posiciones de los cazadores o en modificar un movimiento típico, y todo estaba sujeto a la intervención de las bludgers y de los cazadores rivales. Las tres posiciones eran importantes, pero la que solía ser más crucial era la del organizador. Un buen cazador organizador, con buena visión del juego, imaginación y capacidad para adaptar la estrategia del equipo a la actitud de los rivales era una de las piezas más valiosas en un equipo, razón por la que solía ocupar el puesto el cazador más experimentado. Sin embargo, en los Vultures tanto Viktoria como Gus y Grigor llevaban solo un año y poco en el equipo, así que ninguno merecía el puesto por longevidad. Grigor era el que solía ocupar la posición (principalmente, porque Gus y Viktoria eran mucho mejores como finalizadores, y en su defecto, como atacantes), y si bien Bruce había ocupado la posición a ratos en los partidos previos, no se había esperado que Papadopoulos le colocara como organizador desde el inicio contra los Punchers.

—Me han informado de que eres muy bueno contra equipos agresivos—le dijo el entrenador tras contarles el plan del partido; la cara de sorpresa de Bruce fue bastante obvia—. Vamos a comprobar eso, ¿te parece?

—Claro, entrenador.


En defensa de Bruce, cabe decir que intentó llevar a cabo las tareas clásicas de su posición al inicio del partido. Las bludgers pasaban con una velocidad increíble rozándole, a apenas unos centímetros de él, poniendo todos sus sentidos en alerta y forzándole a hacer correcciones en su trayectoria en el último momento; aunque parecía imposible siempre se salvaba del impacto, levantando gritos eufóricos y de ánimo entre la afición. Los cazadores de los Punchers también eran insistentes, y chocarse contra ellos era como hacerlo contra un muro. Y a pesar de las dificultades, Bruce intentó pasarle la quaffle cuando debía a Grigor, que era el atacante, en lugar de elaborar jugadas con Gus como este le había sugerido. Quería hacer las cosas bien y demostrarle al entrenador que apreciaba la confianza.

Sin embargo, su paciencia llegó al límite cuando por quinta vez consecutiva, Grigor ignoró olímpicamente sus claras señales de devolverle la quaffle para continuar con la jugada que tenía planeada; en su lugar, Grigor decidía seguir por su cuenta (lo cual acababa con su camino siendo cortado por una bludger o un rival) o pasarle la pelota a Gus, lo que era incluso peor, porque Gus todavía no estaba ni remotamente bien situado para lanzarse a por los aros y, en cambio, estaba desprotegido y abierto a perder la quaffle con facilidad. En resumen, su ataque era un desastre, y los Punchers aprovecharon aquel caos para adelantarse en el marcador por 40 a 0. Fue entonces cuando la paciencia de Bruce se agotó.

Había intentado hablar con Grigor esa semana, y no había funcionado. Había intentado hacer lo correcto en su posición, y tampoco había ido bien. Estaba cansado de hacer las cosas como se suponía que tenía que hacerlas y que fuera completamente inútil. ¿Grigor quería hacer las cosas a su modo? Bien, pues él también lo haría a su estilo. Era una apuesta peligrosa, la de enfrentarse al adorado Grigor Sokol, famoso y de buena familia, en la élite del quidditch; pero ni Grigor era tan bueno ni él era tan malo, y con Gus de su lado, era muy sencillo demostrarlo. ¿Qué podía costarle eso? No lo sabía, pero estaba dispuesto a arriesgarse por mostrar su valía y enseñar lo que de verdad era capaz de hacer si un compañero le apoyaba. Así que tras el último gol de los Punchers le hizo una señal a Gus para que se quedara más retrasado, cerca de la línea central. Bruce inició una nueva jugada, y en lugar de lanzarle la quaffle a Grigor en cuanto el primer cazador se le intentó echar encima, le sorprendió pasándosela a Gus. Se desembarazó del lento cazador con facilidad y pidió la pelota de vuelta; cuando la tuvo en la mano de nuevo salió disparado en una diagonal hacia arriba, levantando tres dedos para marcar la jugada en dirección a Gus. No podía verle la cara, porque estaba concentrado en vigilar a los dos cazadores que tenía delante, pero habría podido jurar que estaba sonriendo igual que él.


¡Hola a todos!

Parece que Bruce va encontrando poco a poco su sitio en Bulgaria, ¿verdad? Está consiguiendo caerle bien al público y llamar la atención de la prensa, va aprendiendo cómo jugar con los Vultures, y está acercándose a algunos de sus compañeros... Mientras que Grigor sigue demostrando que no se lo va a poner fácil. Como es normal, esos problemas hacen que Bruce sienta una cierta añoranza del pasado y fantasee con el futuro, algo que pone en alerta a Eylem, que se preocupa por el equipo... Y por si fuera poco, Danny acaba de confirmar públicamente que su relación terminó hace meses, y aunque a Bruce no le guste hablar de su vida privada, ¿alguna vez le ha importado eso a los demás?

Por lo demás, solo decir que millones de gracias por seguir leyendo. ¡Si queréis dejar un review y alegrarme la semana, ya sabéis cómo hacerlo! Volvemos la semana que viene con más aventuras de Bruce, entre ellas, el primer partido de la Liga de Campeones de Europa de la temporada.

¡Hasta la próxima!