Tres cosas que debes saber antes de ponerte a leer:
-NO tengo un número de outtake's establecido. Es decir, los estoy escribiendo conforme se me van ocurriendo y en base a las cosas que he ido leyendo en vuestros comentarios en la recta final de la historia, y a partir de aquí seguiré aceptando todos vuestros deseos y sugerencia, así que no puedo deciros cuánto durará esta parte. Supongo que en algún momento diré c'est fini, aunque esperemos que todavía tarde en ocurrir. Con esto también quiero decir que no habrá actualizaciones semanales o más o menos sistemáticas, sino que los iré subiendo conforme me venga la inspiración y los vaya escribiendo.
-NO están ordenados cronológicamente. La publicación de estos estará condicionada, como dije, a mi escritura e inspiración. De todas formas, intentaré dejar claro de una forma u otra en qué momento de su vida ocurre.
-NO hay un límite de palabras. Sí, como leéis. Los outtake podrán tener menos de 1000 palabras o más de estas, no me importa, y honestamente no me voy a fijar en ellas (¡por fin!). Cada uno de ellos quiero que gire en torno a una misma temática, no hacer dos hablando sobre el mismo tema, por lo que me sería imposible contar todo lo que quiero decir en una viñeta. Demasiado me he comido la cabeza durante todo el fic, como ya sabéis; ahora en la recta final lo que quiero es disfrutar y cumplir el máximo de vuestros deseos, así que me vais a permitir esta pequeña licencia, aunque no creo que haya mucha queja sobre ello, ¿eh?
Y así, sin más, inauguro esa quinta y última parte:
¡Disfrutad!
Outtake 1:
De la vez en la que, aún sin buscarlo, InuYasha encontró las respuestas.
Las carcajadas de su pequeña Kagome de siete años en la distancia era como una suave y cálida manta que cobijaba su corazón. Encaramado en la rama como estaba en el interior del bosque, observaba a su pequeña jugar en el riachuelo junto otras niñas, corriendo y tirándose de las trenzas mientras jugaban al "tú la llevas".
No podía evitarlo. Sabía que las mañanas, al menos la de mercado, eran de su madre, pero mientras que ellas no supiesen que estaba por allí echándoles un vistazo, no pasaría nada… ¿verdad? Izayoi estaba a pocos metros lavando en el río las presas que había podido comprar -con la que se harían algunas botas para el invierno-, acompañada por otro par de mujeres, e InuYasha sabía perfectamente que nunca le quitaría el ojo de encima y Kagome estaría bien cuidada, pero había algo de él que le impedía mantenerse alejado. Lo intentaba, pero no siempre podía conseguirlo.
Algunas veces era más fácil que otras.
—¡Tú la llevas! — exclamó Kagome, y echó a correr entre risas.
—¡Eh! ¡Estaba viendo esas flores! ¡Te vas a enterar! — le coreó Ayumi con ese mismo ímpetu, persiguiéndola, y las otras niñas se desplegaron entre bromas y carcajadas.
Una sonrisa apareció en InuYasha y se quedó viéndola por lo que le parecieron horas, embobado como un idiota por la inocencia y frescura de la niña. Sin embargo, en algún momento, sintió un cosquilleo en el cuerpo que le puso los vellos de punta y se irguió en el sitio. Solo necesitó echar un vistazo rápido para descubrir qué era lo que le había dado tan mala espina.
Un gruñido luchó por escapar de sus labios.
Encima de la colina de un riachuelo, un hombre enjuto y de apariencia débil observaba a las niñas jugar… y sus ojos brillaban de una forma muy extraña mientras observaba a una de chicas en particular.
Kagome, su pequeña.
Una rabia nació desde lo más profundo de él y sintiendo su sangre calentarse, se bajó de la rama y saltó hacia donde estaba el recién llegado, quién no tuvo tiempo a darse cuenta de lo que ocurría antes de que InuYasha lo cogiera por la camisa de lino sucia que llevaba y lo alzara unos centímetros del suelo. El hombre ahogó un grito de sorpresa.
—¿Quién eres? — espetó con voz filosa.
Los ojos de hombre refulgían de terror, con el cuerpo paralizado.
—Yo… yo… yo no… yo…
—Te he hecho una pregunta— lo sacudió de malas maneras, cada vez más enfadado e irritado— ¿Quién eres? ¿Por qué estabas mirando a Kagome?
—¿Ka-Kagome? — sus ojos se abrieron un poco más— Ella…
Un gañido bajo luchó por escapar de su garganta. Ese hombre definitivamente quería despedirse y partir a los infiernos…
—¡N-no! — exclamó el desconocido acto seguido, estremeciéndose y encogiéndose sobre sí mismo, y empezó a hablar atropelladamente: — Yo… yo… no iba a hacer nada malo, lo juro... Solo la vi… tan parecida que…. ¡Lo siento!
Aunque seguía dándole muy mala espina todo, sus palabras consiguieron atraer la atención del medio demonio, quién se quedó paralizado por unos segundos. ¿Qué estaba insinuando?
—¿Parecida a quién? — espetó de malas maneras. La zarandeó una vez más— ¡Dime!
—¡A mi cuñada, es igual a ella!
Las palabras fueron como puñales en el corazón del medio demonio, quién lo soltó de golpe por la sorpresa y mientras el hombre caía de culo sobre la hierba, InuYasha dio inconscientemente un par de pasos hacia atrás.
¿Qué significaba eso? ¿Qué estaba diciendo ese hombre?
Desde el primer segundo que escuchó su llanto, que descubrió el pequeño cuerpo abandonado en el bosque, InuYasha sintió un profundo y feroz sentimiento de protección hacia ella -o él, como había creído en principio. Debía protegerlo. Sí es cierto que había pensado alguna que otra vez sobre el motivo por el que alguien abandonaría a un bebé y se ponía furioso ante el hecho de que había alguien en el mundo que estuvo a punto de… matar a su pequeña, pero más que eso, egoístamente se sentía un bastardo muy feliz porque los sucesos se hubieran desencadenado de esa manera, ya que, de no haber sido así, no la habría encontrado y él…
Las cosas hubieran sido muy diferentes para él y para su madre sin Kagome en sus vidas. Desde que ella llegó, apenas recordaba cómo era vivir sin su alegría y viveza, si esa presencia constante de ternura e inocencia, sin ese amor desinteresado que ella le propiciaba, absolutamente correspondido por ambas partes.
Y ahora… este hombre, en tan solo un segundo, con unas pocas palabras, acaba de desestabilizar su mundo por completo.
Porque el solo pensar que había alguien que podía llevársela de su lado… que podrían apartarla de él…
—¿Dónde está ella? — su voz sonó enronquecida.
El hombre apartó la mirada al suelo, de pronto sin fuerzas.
—Muerta. Igual que su padre.
InuYasha sintió un súbito fogonazo de… alivio. E instantes después, de arrepentimiento y dolor. Mierda, ¿se había alegrado de que los padres de su pequeña estuvieran… muertos? ¿En qué lo convertía eso a él?
—Tuvieron un ataque en el bosque mientras mi mujer y yo cuidábamos de…— su mirada se desvió hacia dónde se escuchaba la risa de la niña en la distancia— No pudo hacerse nada. Nosotros nos quedamos con ella… pero tiempo después…— sus ojos se cristalizaron antes de que las lágrimas empezaran a deslizarse por sus mejillas, con la expresión absolutamente devastada— Mi pobre Yuko también murió. Y yo me quedé solo. No… no pude… simplemente no pude…— se llevó las manos a la cabeza angustiado y frenético— ¡No podía centrarme en cuidar en un bebé cuando no lo hacía ni de mí mismo siquiera!
—¿Y por eso creíste que era mejor abandonarla en el bosque, verdad? — InuYasha se escuchó a sí mismo como el filo de un acero al ser desenvainado. Puede que esa decisión hubiera terminado siendo lo mejor que le había pasado a InuYasha en su existencia, pero el solo imaginarla allí, frágil e indefensa, en un bosque infectado de animales peligrosos y demonios, en donde un solo descuido de él hubiera significado su…
Un rugido retumbó en su pecho, causando que una bandada de pájaros se alejara en la distancia.
—¡No podía hacer otra cosa, lo siento! — se encogió sobre sí mismo.
InuYasha luchó contra el repentino deseo de arrancarle la cabeza.
—¡Yasha!
La voz de su niña penetró en su interior e InuYasha rápidamente miró en la dirección que provenía el sonido. Su corazón se detuvo cuando la vio correr colina arriba hacia él, con una mirada y sonrisa reluciente. Apenas pudo moverse que ella había llegado a su lado y se había tirado a él para rodearle la cintura.
—Hola, ¿qué haces aquí? — le preguntó con una amplia sonrisa. Como si despertara de un sueño, Los brazos de InuYasha rápidamente le correspondieron el agarre, odiando cada centímetro que los separaban, y las orbes dorados se dirigieron inconscientemente al silencioso espectador de la escena.
Volvía a mirarla con ese brillo -anhelo, ahora se daba cuenta- que conseguía revolverle el estómago.
—¿Yasha? — Kagome lo miró curiosa por su extraño comportamiento antes de imitarlo— Oh— murmuró al descubrir que no estaban tan solos como pensaba, apretándose más contra el cuerpo del medio demonio— ¿Quién es él? — cuchicheó.
¿Quién era él? El hombre que estaba a una palabra de destruir su mundo por completo.
—Hola, niña— susurró el mencionado, con los ojos como platos y casi desencajados.
Apenas salió eso de su boca, un nuevo gruñido escapó del medio demonio, cogiendo por sorpresa a la niña. Kagome sintió su corazón pegar un brinco y luchó por alejarse de él para verlo, pero las manos de él se habían aferrado a su cuerpo y no la dejaba moverse.
—¿Yasha?
—¡InuYasha! — se oyó una nueva voz de fondo, una femenina, que se materializó instantes después en la forma de Izayoi.
—¡Mamá! — exclamó Kagome, sin poder apartar la mirada del medio demonio y de la fiera y tensa expresión de él, quién no había dejado de observar atentamente al desconocido como si quisiera destrozarlo al más mínimo instante que se moviera.
—Cariño, ¿qué te pasa? — se colocó delante de él, entre el medio demonio y el humano para cortar su línea de visión— InuYasha, hijo, tranquilízate.
¿Tranquilizarse? ¿De verdad le estaban pidiendo eso? ¡Imposible!
Kagome desde el primer momento había crecido sabiendo que Izayoi no era su madre biológica, pero que eso no fuera así, no significaba que fuera menos querida o no la considerase su hija; ese hecho no imponía cambio alguno. Y aunque la pequeña había habido veces en la que expresaba en voz alta sobre cómo serían sus padres -si se pareciese más a su madre o a su padre- no era algo que le preocupase precisamente a la chiquilla. Kagome sabía que Izayoi e InuYasha -no importaba cómo había llegado a ser así- era su familia y ella los amaba tanto como ambos la amaban a ella.
Sin embargo… ¿qué pasaría con Kagome cuando descubriese que su familia biológica estaba viva? ¿Cuándo fuese consciente de que había gente con la que compartía sangre y estaba a su alcance? ¿Cuándo supiese que sus padres realmente estaban muertos y nunca podría conocerlos?
¿Y si…?
—Señor, ¿quién es usted y qué le ha dicho a mi hijo? — espetó Izayoi dándose la vuelta para encararse al recién llegado.
El hombre parpadeó en dirección a la imponente mujer y se irguió en el sitio, aunque todo su cuerpo estaba temblando débilmente.
—Lo siento… yo no… yo no quise…— su atención se desvió a Kagome, e incluso Izayoi se dio cuenta de esto. Con el ceño fruncido, se colocó delante de la niña en un solo movimiento; no le estaba dando muy buena espina— No quise importunar, solo… no pude aguantarlo, ella es...
—InuYasha, coge a Kagome y volved a casa— ordenó la mujer impertérrita. Vio por el rabillo del ojo como el desconcido hacía el amago de hablar—: Quiero hablar con usted.
El hombre volvió a mirar a Kagome, quién observaba preocupada a InuYasha, y tragó saliva, antes de asentir ligeramente.
—Madre…— gruñó entre dientes el medio demonio cuando la mujer le sonrió alentadoramente por encima del hombro— No pienso irme y dejarte sola.
—No me pasará nada.
—Mamá…— murmuró Kagome, un poco perdida, aferrándose a la ropa del medio demonio y alternando la mirada entre los tres presentes. InuYasha dándose cuenta de eso, no dudó en alzarla y pasar sus manos por el pelo azabache mientras ella le rodeaba el cuello con los brazos.
—Tranquila, cariño, todo está bien. Ve con InuYasha. Llevaos las garzas y esperadme en casa.
«Sácala de aquí», le decían, en cambio, sus ojos a InuYasha. Sabiendo que era verdad, InuYasha masculló mentalmente su inconformidad pero terminó asintiendo de mala gana. En realidad, una parte de sí estaba loco por sacar a Kagome de la vista de ese hombre y su madre le estaba dando la excusa perfecta.
Izayoi intentó abrazarlo rápidamente, aunque era un poco difícil teniendo a Kagome en sus brazos.
—Lo sé, créeme— le susurró en voz baja, siendo consciente que él podría escucharla—. Hablaremos esta noche. Vete, Kagome está asustada.
InuYasha aceptó, por supuesto, pero no libre de reticencias. Antes de darse la vuelta para irse pitando de allí, se encontró con la mirada del hombre, quién respingó al ser pillado y rápidamente la dejó caer al suelo. No gruñó por el cálido y pequeño cuerpo acurrucado junto al suelo, aunque las ganas no le faltaron; odiaría asustarla más de lo que ya lo estaba. Emprendió al camino lejos de allí una vez más cuando descubrió que a lo lejos, a los pies de la colina, algunas de las mujeres estaban amontadas observando el espectáculo mientras cuchicheaban entre ellas. Las palabras "loco", "ataque" y "medio demonio" fueron las más escuchadas, pero InuYasha no se quedó a oír mucho más.
Lo más importante de su vida estaba temblando en sus brazos; todo lo demás, había dejado de tener importancia.
·
Esa noche, mientras Kagome descansaba acurrucada en el futón considerablemente más tranquila, Izayoi e InuYasha estaban frente al hogar hablando. La mujer le contó la conversación que tuvieron ambos nada más se alejaron e InuYasha intentó escucharla sin perder la calma. Jun, que así se llamaba el… tío de Kagome, era hermano de su quién debía haber sido la madre de la niña. Vivían en una aldea cercana -su hermana y su marido, él y su mujer-, y el padre de Kagome era el médico del pueblo. Poco después de que Kagome naciera, sus padres fueron al bosque a dar un paseo para despejarse y recolectar plantas medicinales cuando un demonio los atacó y mató en el acto. La pequeña -InuYasha nunca preguntó nombres; no quería saber cómo se llamaban los padres de ella, que nombre le pusieron a su Kagome- quedó al cargo de sus tíos, quienes, por más que lo habían intentado, no podían tener un bebé y la acogieron como una. Pero el mundo no se hacía de pensamientos, sino de acciones, y por más buenos deseos que tuvieran, la realidad acabaría siendo otra completamente diferente. Apenas dos días después de que la pequeña hubiera quedado a cargo de sus tíos, la mujer fue herida gravemente cuando una fuerte tormenta que hubo asoló la cabaña donde vivían; intentaron tratar la herida, pero todavía no habían conseguido un curandero nuevo para la aldea, así que, por más que quisieron hacer, la cura era inviable y la herida rápidamente se infectó; y de pronto, Jun se vio sin su hermana, su cuñado y su mujer, solo, con una niña pequeña a la que no sabía cómo cuidar, sin un techo en el que refugiarse… Entró en pánico… y el resto…
—Suficiente— espetó InuYasha, cerrando los ojos, centrándose en la suave respiración de la pequeña al otro lado de la habitación.
Sabía lo que venía después.
Izayoi aceptó y el silencio reinó en la cabaña por un rato antes de que ella suspirase.
—Me ha dicho que quiere conocerla— murmuró Izayoi poco después con una mueca que le dejó claro lo que realmente pensaba sobre esa idea.
—No— espetó incluso antes de que terminase la oración.
—InuYasha…
—No. Me niego— alzó la voz inconscientemente, y apretó los labios por la mirada que le dedicó su madre. Echando un rápido vistazo para asegurarse que su pequeña seguía dormida, sacudió la cabeza, obstinado— No, lo quiero lejos de ella. Me está costando muchísimo no ir a por él después de lo que fue capaz de hacerle a Kagome; no se acercará…
—Está en su derecho, cariño. Ella podría querer hacerlo.
Un puñal le hubiera dolido menos. InuYasha se encogió sobre sí mismo y un gañido bajó escapó de sus labios.
Sí, ella podría querer conocerlo… pero, ¿qué llegaría a significar eso? ¿Quería decir eso… que los segundos con su pequeña estaban contados? Sabía lo mucho que ella lo quería, pero… ¿contra su familia verdadera? ¿Contra el recuerdo de lo que su familia pudo haber sido? ¿Podría competir un medio demonio con eso?
Izayoi suspiró una vez más, refregándose las sienes por la dolorosa palpitación que estaba sintiendo.
—Se siente culpable, cariño. Después de… eso, de hacerlo, se sintió muy mal...
—No es para menos— gruñó InuYasha toscamente.
—Volvió a por ella, ¿sabes? — continuó ella como si no lo hubiera escuchado— Quiso buscarla, pero Kagome… ya había desaparecido, así que asumió que… bueno…
—Ya—. No quería escuchar eso, gracias. Su salud mental -y la física de él- estaba a un hilillo de perderse.
—Lleva todo este tiempo con la culpa aplastándole, apenas se mantiene en pie día tras día, y el verla… ha sido un milagro para Jun. Solo me ha pedido un rato para verla. No le dirá nada si así lo queremos, solo… quiere verla y asegurarse que está bien— Izayoi se quedó mirando el cuerpo dormido de la niña con tanto amor y ternura que nadie osaría jamás pensar que la pequeña no era su hija— No me gusta nada la situación, lo sabes, pero yo… creo que podría hacerle bien. No sé, no lo veo tan malo. Kagome estaría bien, no dejaríamos que él hiciese y le dijese nada apropiado, pero… Bueno, podemos preguntarle a ella mañana a ver si quiere.
—Decirle la verdad, ¿no?
Los ojos de ella se cruzaron con los de él y en ellos no había ni un atisbo de duda.
—Siempre con la verdad por delante, hijo. No la escondimos cuando era más pequeña y no lo haremos ahora. Pese a todo, ella merece saberlo. Además, Kagome sabe perfectamente que, no importa lo que pase, nosotros estaremos a su lado y la apoyaremos en lo que decida.
Esa noche, InuYasha se acostó junto a Kagome y esta, aún sin despertarse del todo, se movió para quedar enterrada en el pecho de él. El medio demonio la observó suspirar y acomodarse sin moverse, casi sin respirar, y las horas pasaron sin que se diera cuenta. Asustado y confundido por el futuro, por lo que les venía encima, no durmió en toda la noche, aferrándose al cuerpo de su pequeña como si fuera lo único que lo sujetase a la tierra.
·
En el mismo sitio donde tuvo lugar el inesperado reencuentro, cinco días después InuYasha había vuelto con una Kagome curiosa y asustada que no dejaba de aferrarse a la parte de atrás de su ropaje escarlata. El medio demonio estaba luchando contra las ganas de cogerla en alza y marcharse volando de allí una vez más, pero le había prometido a su madre -quién no dejaba de lanzarle continuos vistazos, asegurándose de que ambos seguían allí- que no se metería, así que… sí, allí estaban. Esperando.
—Yasha…— murmuró Kagome, con la vista perdida en el río y el ceño fruncido.
Desde que Kagome supo la verdad -lo que había ocurrido con sus padres, quién era ese hombre-, InuYasha la sentía más decaída y silenciosa de lo normal, y ese era, en gran medida, el motivo por el que odiaba que esto estuviera sucediendo. Kagome, después de haber escuchado toda la historia de los labios de su madre en silencio desde el regazo de InuYasha, no había abierto la boca para desesperación de ambos. Cuando InuYasha había estado a punto de sacudirla para hacerla reaccionar, Kagome había suspirado y expresado su aceptación sobre verse. Qué pensaba sobre la situación, no había dicho ni una palabra, e InuYasha estaba a un suspiro de volverse loco por los nervios.
Conforme los días habían pasado, se había cerrado más en sí misma y el simple hecho de escuchar su nombre ser dicho por ella, hizo que el corazón del medio demonio comenzase a latir con fuerzas.
—Dime, pequeña— exhaló, agachándose para que sus rostros quedasen a la misma altura.
Los ojos de ella estaban fijos en el suelo. Tenía los hombres hundidos y una expresión que se asemejaría mucho a la de un soldado que era obligado a ir a la guerra.
—Oye, podemos irnos, lo sabes, ¿verdad? No tienes por qué hacer esto. Nadie te obliga a nada— con cuidado de sus garras, le alzó el mentón para que sus ojos se encontrasen— Solo dímelo y prometo que nos iremos lejos, volando como a ti te gusta, y jugaremos en el lago.
Oh, no… ¿Sus ojos…? ¿Iba a llorar?
—¿Me prometes que iremos? Si me quedo, ¿prometes llevarme después? — preguntó entonces, dejando al medio demonio completamente descolocado.
InuYasha no supo qué decir al principio, pero los nervios lo traicionaron cuando vio una lágrima descender por la mejilla de ella.
—¡¿Qué te pasa, niña tonta?! — se apresuró a envolverla en sus brazos, sintiendo sus bracitos en el cuello apretarle con fuerza, como si tuviese miedo de que huyese en cualquier momento— Siempre que quieras podemos ir, pequeña, no tienes que dudarlo. Ahora, después, mañana… ¿Cuándo te he negado algo? Oye, ¿por qué estás llorando? Me estás poniendo nervioso— añadió, echándole un vistazo a su madre, quién observaba la escena con preocupación y tristeza; veía también la duda que había en ella sobre meterse o no, sabiendo los cercanos que eran ambos y lo fácil que se habían podido tranquilizar mutuamente desde siempre.
—Yasha…
—¿Qué pasa, pequeña?
—Me prometes…— susurró por encima de la piel de su cuello— Si conozco a ese hombre y… es bueno conmigo… ¿Me prometes que no me dejarás con él?
¿Qué?
¿La había escuchado bien?
Su mirada se encontró una vez más con la de su madre, quién estaba tan conmocionada como él, y durante un segundo el mundo pareció detenerse. Entonces, Kagome sorbió con fuerzas por la nariz e InuYasha reaccionó.
—¿Qué te ha hecho pensar que te dejaríamos, pequeña? — le preguntó más brusco de lo que había pretendido al principio. Los ojos de ella se abrieron e InuYasha juró— Mierda, lo siento yo… Nunca, ¿me oyes bien? Nunca te apartaría de mi lado. Es imposible. ¿Qué pensamiento tan absurdo es ese?
¿Él había estado preocupado porque ella decidiera irse de su lado y ahora su pequeña le venía con esas?
¡Qué locura!
¿No sabía ella que la amaban más que a nada, que era una más de la familia?
La mirada de Kagome se cristalizó, pero miró a otro lado.
—Él… me dijisteis que él era mi familia y yo pensé que… si todo iba bien… vosotros querríais…
—¿Qué? ¿Abandonarte? — inquirió incrédulo— ¡Ni se te ocurra pensarlo!
—Cariño— se metió Izayoi, agachándose junto a su hijo y pasando una mano por su mejilla para enjuagarle las lágrimas—, ese hombre puede ser tu familia de sangre, sí, pero eso no dice nada. Te caiga bien o te caiga mal, eso no significa que automáticamente debas vivir con él. La familia no solo es sangre, te lo he dicho ya, ¿no? — le cogió una mano y con la otra sostuvo la InuYasha bajo la atenta mirada de la niña— Tú formas parte de esta familia desde el segundo en el que InuYasha te trajo con él. Te amo igual que amo a mi hijo y nunca has sido diferente para mí. La familia no la hace la sangre, sino el roce, la cercanía, los sentimientos… Kagome, mi niña, jamás querríamos que te alejaras de nosotros. Te dije que te apoyaríamos en lo que quieras y decidas, y lo haremos como familia. Si no quieres verlo otra vez… te apoyaremos. Si quieres seguir… también lo haremos— «Hablarás por ti», tuvo el impulso de gruñir el medio demonio— Si la cosa va a más y tú…
—¡No! — exclamó Kagome, deteniéndola— No quiero irme con él. Nunca lo querré, de verdad. Os quiero, nunca querré separarme de vosotros.
—Entonces no lo harás, te lo prometo— le sonrió cálidamente la mujer, antes de atraerla a él para posar un beso en su frente.
Cuando se separaron, la atención de Kagome se desvió a InuYasha, todavía un poco reticente y asustadiza. Ahogando un gruñido, el medio demonio la atrajo a él y dejó que escondiera su cara en el hueco del cuello masculino, como le gustaba a ella hacer.
—Si te vas, me volvería loco y te perseguiría a todos lados para que me dejases ir contigo, pequeña. Nunca lo dudes.
La risita de ella fue un cántico angelical. Lo apretó con más fuerza, incapaz de dejarla ir.
—¡Ay, aprietas mucho! — se quejó ella, y el tono alegre le dijo que en realidad no le importaba tanto.
—Gruñona…
—Tonto— le sacó la lengua, sus miradas ya sin ningún rastro del desasosiego que antes la había estado molestando.
Con el ambiente más ligero, esperaron un par de minutos más lanzándose pullas entre ellos, mientras Izayoi los observaba con una amplia sonrisa en el rostro.
—Ahí viene— dijo esta, poco después, viendo la figura que se acercaba.
Kagome se quedó paralizada por un segundo. Pero pronto, inspiró con fuerzas, y cogiéndole la mano al medio demonio, juntos se enfrentaron al momento.
·
Se despidieron cuando el sol estaba escondiéndose entre las montañas. A él se lo veía devastado y triste, pero también había un nuevo halo de serenidad y tristeza que dejaba claro que, para bien o para mal, esa conversación lo había ayudado a expiar mucho de los demonios que llevaban años avasallándolo. Kagome había estado todo el tiempo aferrada a InuYasha, dejando que fuera Izayoi quién llevara la batuta de la conversación, y solamente hablando cuando le preguntaban directamente. No dejó de observar a Jun en todo momento mientras algunos pensamientos no dejaban de asaltarla: ¿él se parecería a su padre, es decir, a su supuesto abuelo? ¿Cómo era su padre? ¿A quién se había parecido su madre? ¿Cómo habían sido sus padres?
Algunas de estas preguntas fueron respondidas con el devenir de la conversación y otras se quedaron en el tintero de esa joven mente, sin embargo, al despedirse, Kagome le dedicó una pequeña y tentativa sonrisa y cuando él le preguntó si estaría bien quedar de nuevo, ella se encogió de hombros, aceptando.
Y por más que una parte de InuYasha se opusiera a la idea de eso ocurriera, sabía que aquel encuentro hacía bien a su pequeña, así que se tragó sus palabras y la subió a su espalda.
Mientras Izayoi caminaba tranquilamente de vuelta a casa, ellos lo hicieron sobre la rama de los árboles y las carcajadas de ella fueron el mejor bálsamo para sus nervios que existía en el mundo.
·
Una luna después, Jun no apareció a la cita de todas las semanas. Y poco después, los rumores llegaron a la aldea y por ende, a la familia: una noche, mientras dormía, había expirado su último aliento.
La gente se preguntaba cómo pudo ser posible ya que de un tiempo al presente, él había mejorado, viéndose cada vez con más viveza y alegría. Lo que no se sabía que era ese tiempo había sido la calma antes de la tormenta, y las visitas a su sobrina le habían dado la suficiente paz en su alma y su conciencia como para saber inconscientemente que era momento de dar el siguiente paso. Llevaba años vagando por la vida con la culpa como una pesada carga, y ahora que había sido libre de ella… todo había sido cuestión de tiempo. Pronto podría reunirse con su amada Yuko. Con su hermana y su cuñado.
La pequeña... Kagome, estaba bien, en buenas manos, y eso es lo más importante de todo.
Por supuesto, esto nadie en el pueblo llegó a entenderlo y ya se sabe, el ir de boca en boca es lo que tiene, que las cosas empiezan siendo de una manera y terminaba siendo de otras.
Y es que la convivencia con un medio demonio cerca nunca había sido buena y fácil, y más si había varios testigos que vieron el enfrentamiento de ese… animal con el pobre hombre.
Kagome se entristeció por lo ocurrido. Al final, con el tiempo, le había cogido cariño y nunca confesaría que le gustaba escuchar historias sobre sus padres porque le ayudaba a hacerlos sentir más cercanos a ella; sobre todo, ahora que había sabido que nunca la abandonaron. Sin embargo, lo que más le dolía de todo, era la situación que estaba viviendo su medio demonio. ¡Qué absurda era la gente! ¿Su Yasha? ¿Matarlo? ¡Nunca! ¿Es que no lo conocían? ¡Y ella por más que les decía, no le escuchaban!
Ellos no parecían escuchar a nadie…
—¡Yo no lo maté, malditos carroñeros! — gritó InuYasha una de las veces que acompañó a su madre y Kagome al río, después de sentir las miraditas que le echaban y los murmullos que estas creían que no escuchaba. Fue inútil, por supuesto.
Porque solo cinco años más tarde, los aldeanos irían a por él buscando su cabeza con todos los hechos incomprensibles ocurrido en la zona pendiendo de la soga del medio demonio. Las malas cosechas, el ataque en uno de los campos, las muertes inexplicables, los ataques de bandidos bien embozados… Incluso la repentina muerte de su adorada madre.
«¡Culpable! ¡Asesino! ¡Hay que matar a la bestia!»
¡Mil disculpas por la tardanza! De verdad, tenía el capítulo ya preparado, pero el poco tiempo que tenía libre literamente se esfumó cuando empecé las prácticas de la carrera y apenas tengo tiempo para respirar. Nada más he tenido un hueco libre, he corrido a echarle un último vistazo y traeroslo. Espero que la espera haya merecido la pena por que sé que es algo que teníais muchas ganas de saber. Y sip, como veis, Kagome no es nada sobrenatural, ni viene del futuro ni nada. Desde el momento que cree la historia, la concebí como una humana normal y corriente.
Espero que no os haya decepcionado :S
¿Qué os ha parecido? ¿Jun? ¿La reación de Kagome e InuYasha?
¿Ese final...?
¡Contadme, contadme!
PD: para los que me pedís el epilogo de Komorebi. Lo juro, estoy escribiendo actualmente la última escena, lo que pasa que se me está resistiendo un poco (ya os imaginaréis por qué 7u7). Pido un poco más de paciencia :c
