Outtake 2:

De la vez en la que el lobo sarnoso se enteró de que se había quedado sin esposa.


—Dos fragmentos se acercan a mucha velocidad.

Como si fueran palabras mágicas, todo el grupo se tensionó y empezaron a mirar a su alrededor. Apenas unos instantes después, un viento repentino se levantó en el camino por el que transitaban y antes de que pudiera parpadear, Kagome sintió sus manos ser sostenidas por alguien.

Unos ojos de un azul brillante que la observaban con genuina felicidad y una amplia sonrisa le dieron suficientes pista a la joven para hacerle saber lo entusiasmado que estaba el recién llegado por este casual encuentro.

—¡Kagome, herm- Espera, ¿qué te ha pasado?! — la mirada del demonio se abrió y sus pupilas la recorrieron de arriba abajo con la preocupación bañando sus facciones— Estás más pálida de lo norm-

De pronto, Koga se detuvo y pareció que su cuerpo se había quedado paralizado. Kagome, aun intentando asimilar lo que estaba ocurriendo, lo vio olisquear un poco el aire justo antes de que una mueca de asco impregnara su semblante.

—Pero qué…

—Maldito lobo…— espetó una voz enfurecida desde el suelo. Todos los presentes desviaron la atención hacia ese lugar y descubrieron a un InuYasha pisoteado por el inesperado transeúnte.

Una fugaz sonrisa apareció en los labios de Koga, quién, haciendo alarde de su gran agilidad, pudo pegar un salto a tiempo para alejarse de las garras que hicieron el intento de sajarlo. Se carcajeó cayendo sobre sus piernas encima de una rama elevada de los árboles que bordeaban el camino, pero cualquier rastro de diversión que pudo quedar en él, desapareció fulminantemente cuando ese olor, una vez más, atrajo por completo su atención.

Observó minuciosamente a ese grupo variopinto con el que viajaba su mujer -o su futura mujer, más bien-, para después desviar su mirada hacia donde estaba su bella Kagome, quién tenía a ese maldito chucho delante de él como un perrito guardián. Estudió a los dos y sintió un fuerte tirón en el estómago cuando lo supo.

Maldita sea, ¿cómo no verlo? Si lo chillaban sus cuerpos y actitudes sin necesidad de palabra alguna.

El chucho pulgoso siempre había sido protector con su mujer; tenía un genio que fácilmente explotaba cuando él apretaba las tuercas exactas -y Koga se divertía mucho con eso-, pero ahora… no sabría exactamente el qué era, pero el brillo en su mirada, la postura encorvada sobre el cuerpo de ella, la tensión de sus músculos era… algo que lo hacía parecer mucho más peligroso de lo normal. Siempre lo había mirado como un bicho molesto y enclenque, pero en este momento lo hacía… como si estuviera dispuesto a arrancarle las extremidades y la cabeza sin siquiera parpadear.

Y Koga no era tonto.

Sabía lo que significaba.

Sabía lo que había pasado.

Sabía… mierda, sí, lo sabía, pero eso no quería decir que lo aceptase de buena gana.

—¡¿Qué has hecho, maldito perro pulgoso?!

InuYasha se crispó, lanzándole una mirada amenazante.

—¡Lárgate, lobito, aquí no tienes nada que hacer!

Un brillo ardiente cruzó en su mirada azul.

—¡¿Es que no te das cuenta?! ¡La has mancillado! ¡La obligaste a unirse a un sucio medio demonio como tú!

Un gruñido bajo escapó del pecho del medio demonio en el momento que Kagome, a su espalda, soltaba un leve jadeo. No necesitó ver a su compañero a la cara para saber el rostro lleno de tensión y odio que debía tener.

—¡Koga! — exclamó ofendida por ella, por él, mientras extendía la mano para intentar retener al medio demonio aferrándose a la tela de su espalda— ¡Él no me obligó a nada! — explicó sin un ápice de dudas, aunque sus mejillas adquirieron un color carmín cuando los recuerdos de aquella noche asaltaron su memoria.

—¡Ja! — replicó él— ¡¿Quién en su sano juicio dejaría marcarse por una bestia como él?!

—¡Calla la maldita boca! — gruñó InuYasha, y sin pensar en nada más, se soltó con facilidad del agarre de su compañera y echo a correr hacia donde estaba el demonio, sacando tesaiga de su funda— ¡O te callaré yo para siempre!

—¡InuYasha, no! ¡Espera!

—Espera, Kagome— se acercó Sango a ella, interponiendo su brazo por delante. Ante la mirada incrédula de la muchacha, la exterminadora de encogió de hombros. De fondo, se empezaron a oír el ruido de la pelea: los golpes y gritos, las maldiciones, los gruñidos— Déjalos que se desfoguen.

—Pero…— Kagome observó la pelea con preocupación. No era la primera vez que luchaban entre ellos, sí, pero le inquietaba el hecho de que fuera la primera vez desde que ella se había unido irrevocablemente a él; había conocido al InuYasha cabreado cuando se metían con su compañera y temía que no terminara bien— ¿Y si se hacen daño?

—Suele pasar en las peleas— Sango contestó con simpleza. Cuando vio la molesta mirada su amiga le dedicaba, sonrió— Relájate, tonta. Ambas son fuertes; InuYasha machacará a Koga y pronto lo dejarán en punto muerto. Además, reconócelo, se lo merece.

Kagome misma había querido golpear a Koga cuando escuchó sus déspotas palabras, pero…

—Vale— suspiró ella, claudicando. Escuchando de fondo un «¡toma esto!» o un «¡qué iluso eres si crees que podrás tocarme!», sacudió la cabeza y se giró hacia donde Miroku observaba con genuino interés la pelea y Shippo, desde sus hombros, negaba con aparente decepción mientras murmuraba algo parecido a «qué inmadurez»— Bueno, en ese caso… ¿Tenéis hambre, chicos?

·

—¡InuYasha! — exclamó, tiempo después, observando a las dos figuras que no dejaban de pelear y contratacar incansablemente— ¡Se va a enfriar la comida!

—¿Vas a huir, chucho? — se jactó Koga, dando un salto hacia atrás para poner distancia entre ellos. Ambos jadeaban por el esfuerzo, con el cuerpo lleno de magulladuras y golpes, pero el brillo en sus miradas dejaba claro que ninguno estaba dispuesto a rendirse; al menos, no por ahora.

InuYasha sonrió burlón.

—Qué más quisieras, keh. Pero si eres tú quién tiene miedo, no me burlaré de ti… mucho.

—Vosotros a lo mejor no, pero sí es lo que yo quiero— espetó Kagome, colocándose repentinamente en medio de los oponentes de brazos cruzados— Se acabó la pelea. Hora de hacer un descanso.

—Kagome— InuYasha le fulminó con la mirada—, quítate del medio.

—No— se giró hacia él, dándole deliberadamente la espalda al demonio lobo. El cuerpo de InuYasha se tensó mientras alternaba la mirada entre ella y Koga, atento a cualquier cosa; parecía dispuesto a cogerla en volandas al más mínimo movimiento y llevársela lejos de allí— Lleváis un buen rato luchando, me he cansado de vuestro jueguecito. Acabamos de hacer la comida y vamos a comer antes de que se enfríe, ¿me estás entendiendo?

—¡Pero mujer…!

—InuYasha— arqueó una ceja en su dirección y el rostro del medio demonio se crispó.

De pronto, se escuchó la risa de Koga y la expresión de InuYasha se cubrió de ira. El rostro de Kagome también se tensionó pero rápidamente lo cubrió con una aparente máscara tranquilidad.

—Koga, quiero hablar contigo— se giró lentamente hacia el demonio, quién dejó de reírse abruptamente y la miró con interés— InuYasha, ¿puedes dejarnos un momento? Me gustaría que fuese a solas.

—Ni hablar. Por encima de mi cadáver— fue la esperada y contundente respuesta del medio demonio, dando un paso hacia delante, con su fiera mirada puesta en su contrincante.

—¿Tienes miedo de que me la lleve y no quiera volver a verte, chucho? — alzó la comisura de su labio con pretensión y burla.

—¡Maldit-

—¡InuYasha! — lo detuvo, colocándose delante de él y acunando su rostro— Mírame. Mírame, por favor.

El medio demonio, con el cuerpo temblando de rabia, necesitó un par de segundos sintiendo la presencia cercana de la chica, su aroma, su calidez, su tacto, para tranquilizarse lo suficiente y poder quitar su vista de él y posarla en ella. Fue gracias a todos los años que se conocían, por todo lo que habían pasado juntos, que Kagome advirtió como su rostro se relajaba imperceptible y como sus ojos se volvían un poco más dorados. Su cuerpo, en cambio, estaba igual de tenso que la cuerda de su arco y las manos habían viajado hasta la cintura de ella. De un solo movimiento, podría saltar y llevársela con ella. Estaba a un suspiro de hacerlo.

—No pasa nada, ¿vale? Solo quiero decirle una cosa. Estaremos aquí cerca. Por favor, confía en mí.

—Confío en ti con mi vida, joder— espetó él, lanzándole un rápido vistazo al demonio por encima del hombro de ella— En quién no confío es en él.

—Yo mismo me aseguraré de que clavarle la daga en el ojo si se atreve a hacerme algo, no tienes nada que preocuparte— le retó con una exagerada expresión de soberbia.

La vista de InuYasha volvió a la conectarse con la de ella y después de un par de segundos observándola en silencio, una de sus comisuras sufrió un tirón ascendente. La pequeña sonrisa divertida y orgullosa que floreció en su expresión hizo que el corazón de Kagome aumentara de velocidad.

—Por supuesto que sí, pequeña fiera— le susurró acunando su rostro con infinita ternura.

Kagome sonrió, encogiéndose de hombros ligeramente, y se dejó hacer con total gusto cuando InuYasha tiró de su rostro e inclinó el suyo para que sus rostros de encontrasen. Ese beso le poseyó el alma por completo, arrancando parte de sí misma para robársela como rehén, y Kagome no se quedó atrás, demandando de él lo mismo. Cuando se separaron, sus respiraciones eran erráticas y sus los ojos de ambos relucían como soles.

—Por favor— jadeó ella, aunque tenía que reconocer que único que quería hacer era llevárselo lejos para perderse el uno en el otro.

—Bien— exhaló a duras penas, con el ceño fruncido— Pero si te toca un mísero pelo, yo…

—Todo irá bien.

InuYasha gruñó nada conforme y lanzó una oscura mirada por encima de hombro de ella antes de robarle un segundo apasionado beso que le dejó hiperventilando un poquito. Guau.

Sin decir nada más, se dio la vuelta y les dejó a solas en el claro, con el cuerpo tenso y rumiando maldiciones en su cabeza.

Kagome suspiró, inspirando hondo seguidamente para armarse de paciencia y se dio la vuelta. Koga estaba apoyado en uno de los troncos que colindaba el lugar, con los brazos y piernas cruzados; con una expresión descompuesta por una mueca de tristeza y rabia que rápidamente cambió a otra que mostraba curiosidad y altivez, como si no le hubiera importado nada de lo que había pasado segundos atrás.

Pero Kagome se había dado cuenta de ello.

—Hay algo que quiero dejarte claro y me gustaría que me escucharas porque no voy a repetirlo.

—¿Ahora es cuando reconoces lo mucho que me am-

—No— lo detuvo, irritada, cansada de esos juegos—. Y, siento decírtelo tan bruscamente, pero dudo muchísimo que vaya a decírtelo alguna vez.

La expresión de Koga se deformó por el dolor. Kagome podía ser la más débil físicamente de los dos, pero había sabido como llegar a él y golpearle certeramente, y al verlo se sintió culpable por ello, aunque no reculó.

Había llegado el momento de dejar las cosas claras.

—Kagome…

—No, escúchame bien. Aunque la forma de conocernos no fue la más… ortodoxa que digamos, yo te tengo cariño, Koga, te considero mi amigo y podría confiarte mi vida en una batalla sin dudarlo. Pero, por más que insistas, la cosa no va a ir más de allí. Al contrario, he estado dejando pasar muchas cosas, pero no voy a hacerlo más. Si sigues insistiendo, diciendo cosas que no son… tendré que asegurarme no estar cerca ni yo, ni los que yo quiero, para oírlas. No me dejas otra opción.

La mandíbula de Koga se tensó y sus ojos destellaron por un segundo.

—Él no te merece— insistió, categórico, y la miró como si pensase estaba equivocada en sus decisiones— Tú eres bella, inteligente, valiente, una guerrera maravillosa… y no solo eso, eres la única que puedes ver los fragmentos de la esfera. ¿Cómo has podido rebajarte a estar con un sucio y débil medio demonio?

Kagome le hubiera golpeado, tal y como prometió a InuYasha que haría, por la furia -esa fría y aguda ira que siempre la asaltaba cuando alguien menospreciaba a su Yasha-, pero pudo contenerse a duras penas gracias al genuino desconcierto que mostraba el demonio. Él realmente no entendía su decisión. Estaba tan arraigado en su conciencia que era superior simplemente por tener dos padres demonios, que no veía cualquier otra cualidad que pudiera tener un medio demonio. Sí, Koga podía ser más fuerte físicamente hablando, podía tener mejores reflejos, mejor vista, mejor oído y todo lo que conllevaba no ser un humano, pero InuYasha, aun siendo "más débil" se había enfrentado a muchísimos obstáculos a lo largo de toda su vida que lo habían fortalecido tanto física como emocionalmente hasta convertirle en el guerrero que era ahora.

No por nada, todavía intentaban superarse el uno al otro sin un posible ganador a la vista en la interminable batalla que ellos tenían.

¿Eso no le decía nada a Koga?

—No me ha rebajado a nada. Él no me ha obligado de ninguna de las maneras— lo enfrentó, sus palabras siendo como látigos por la dureza que desprendía— Yo lo amo; lo hago desde que tengo uso de conciencia y por algún extraño motivo, él también me ama a mí.

En sus ojos, Kagome seguía leyendo la incapacidad de comprender, y la rabia burbujeó con más fuerza en su pecho.

—Además, yo soy una humana, ¿no sería entonces rebajarse para él también si decide estar conmigo? Yo estoy en el último escalón, ¿no? O tú, Koga. Siendo un demonio completo, ¿qué significa que vayas proclamando a los cuatro vientos que quieres hacerme tu esposa? ¿No estarías rebajándote tú también?

—¡No contigo! ¡Tú nunca…! — sus ojos azules brillaron molestos por la imagen peyorativa que se estaba dando de ella. Cuando Kagome, impertérrita, alzó una ceja inquisitiva, Koga cerró la boca súbitamente y se encogió sobre sí mismo— Jamás podría sentirme decepcionado de ti. Sería todo un honor tenerte…

—¿Y no crees que yo puedo estar sintiendo lo mismo por la persona que tiene mi corazón? — lo cortó, con voz suave, tentativa.

Koga alzó la cabeza y algo chispeó en su mirada cuando se encontró con la expresión dulcificada de la chica. Su corazón se retorció en el pecho y tuvo ganas de vomitar ante la genuina felicidad que había en sus facciones –una felicidad que no era causada por él- pero se quedó en el sitio, incapaz de moverse.

Kagome suspiró, colocando un mechón detrás de la oreja, sus ojos perdidos en el suelo como si allí estuviera la respuesta que tanto necesitaba.

—No pretendo que lo entiendas aunque me gustaría. Eres bueno, yo lo sé, Koga, aunque haya gente que piense lo contrario. No quiero que esta amistad acabe tan abruptamente, pero, de verdad, no me dejas otra opción si no terminas con tu actitud. Quiero a InuYasha, lo amo, y si no eres capaz de aceptarlo y respetarlo, si no dejas de decir esas idioteces sobre nosotros, lo siento, pero no quiero volver a verte.

—Kagome…— dio un paso hacia ella, tentativo, y estiró la mano para rozarle a la mejilla, pero en el momento de la verdad, su cuerpo se paralizó y fue incapaz de tocarla— Yo también te amo…

—No— sacudió la cabeza y le regaló una pequeña y resignada sonrisa— Tú no me amas a mí. Tú amas la imagen de mi que tienes que tu cabeza, que es muy diferente. Tú amas a la humana que se opuso a tus órdenes y te ayudó a salvar a tu gente de los Gokuraku. Amas a la parte de mi que puede encontrar los fragmentos con los que puedes hacerte más fuerte para cuidar de tu tribu. ¿Pero a mí? Imposible, si apenas me conoces.

—¡Claro que lo hago! — exclamó él, un poco desesperado— Sí que te conozco: eres bella, inteligente, valiente…

—¿Sabes que a veces no soy capaz de dormir por las noches? — inquirió de pronto ella, mirando al algún punto del bosque, como si apenas hubiera escuchado su reclamo— Dime, ¿me has visto alguna vez? — desvió sus pupilas a él y sostuvo su mirada con serenidad.

Koga sacudió la cabeza ligeramente, su corazón haciéndose cada vez más pequeño.

—No es siempre, pero hay días que tengo muchas pesadillas, tantas que apenas puedo cerrar los ojos antes de sentir que el corazón me va a mil por hora y no puedo respirar. He pasado muchas noches en vela, simplemente pensando, intentando alejar las imágenes que rondan mi cabeza.

—¿Pesadillas?

Kagome sonrió, pero su curvatura estuvo muy lejos de ser una muesca divertida; más bien era la expresión de la amargura y la nostalgia pintada en sus bellas facciones.

—Koga, he pasado por mucho en mi vida. Tanto, que no te puedes imaginar ni la mitad y todas, de alguna manera u otra, han repercutido en mí, forma parte de mi esencia y alma— se rodeó el estómago con sus brazos y cerró los ojos por solo un segundo; al abrirlos, se clavaron con determinación en los de él— ¿Sabes qué es lo único que puede tranquilizarme en esas noches de insomnio?

Koga se quedó un instante paralizado, antes de sacudir la cabeza.

—Vivir deambulando por los pueblos, buscando los fragmentos, es duro. No tenemos buenos sitios donde dormir, apenas descansamos, tenemos que enfrentarnos a animales, humanos y demonios y siempre estamos en alerta. Y si a eso le sumas mis noches sin dormir es un verdadero infierno. ¿Pero sabes lo que pasa, Koga? Que no estoy sola. Y con él nunca lo he estado, en realidad— su voz se convirtió en oro líquido, mientras su mirada parecía retroceder a los cientos de recuerdos que tenía almacenados en su memoria— Yo no necesito mucho, en esos momentos solo quiero notar a alguien. Que me toque el pelo, el brazo, incluso una pierna, no me importa. El caso es que cuando cierre los ojos, cuando el mundo a mi alrededor desaparezca, a mí no me importe por que alguien está a mi lado

—Pero si vinieras conmigo…— replicó, tozudo, el demonio.

Kagome suspiró, decepcionada, temiendo que esta conversación no fuera a ningún punto.

—Entonces no sería feliz. Me terminaría marchitando y muriendo como una flor. ¿De verdad estás dispuesto a anteponer tu orgullo sobre todas las cosas?

Las facciones de Koga se endurecieron y apartó la mirada con todo el cuerpo en tensión.

—Yo no soy la chica que amas, Koga; estoy segura de que hay por allí otra persona esperando conocerte, y cuando lo hagas, cuando la veas, entenderás mis palabras, lo que te estoy diciendo. Yo no soy la indicada para ti.

Koga cerró los ojos, con las palabras de rabia y furia amontonándose en su garganta, pero no dejó que escaparan ninguna. De pronto, se sentía como si le hubieran arrancado el corazón de cuajo y lo hubieran dejado allí, a la deriva, sin saber qué hacer o cómo sentirse…

Amo a InuYasha, lo hago con toda mi alma, y sé que él también me ama a mí. Y no solo me siento muy orgullosa por poder decir que soy su mujer, su hembra, sino también lo estoy porque él me escogió a mí. De entre todas las mujeres, tuve la fortuna yo y pienso atesorar ese regalo hasta el final de mis días. Así que, Koga, por favor, si me tienes aprecio, no digas vuelvas a decir esas cosas.

Koga siguió callado y quieto, incapaz de poder decir algo o moverse, y su respiración se detuvo cuando escuchó sus pasos al caminar, acercándose a dónde estaba él. Entonces, Kagome acunó su mejilla con suavidad y lo instó a levantar la cabeza.

Sus ojos se encontraron y Koga quedó desarmado por el amor y la fuerza que destilaba sus pupilas. Pero ese amor estaba destinado a otro hombre. El amor hacia un medio demonio.

—Me gustaría seguir ahí el día que conozcas a tu hembra— le dijo con una sonrisa insegura—, pero eso depende de ti. Piensa en todo lo que he dicho, ¿vale?

Kagome se apartó después de una última caricia y se dio la vuelta para dirigirse por donde había desaparecido el medio demonio.

—Ah, una cosa más— exclamó, deteniéndose de pronto pero sin darse la vuelta— Hay un plato más, por si quieres unírtenos. Pero si quieres comer con nosotros, tendrás que respetar mis decisiones.

Y sin nada más que decir, desapareció por entre los árboles.

·

Cuando Koga emergió repentinamente, golpeando una rama que había en el camino con más fuerza de la necesaria, sintió, de pronto, cinco pares de ojos observándolos. Se detuvo a medio paso, y tuvo el imperioso deseo de darse media vuelta e irse lejos de allí, pero… maldita sea, había algo en él que le impedía hacerlo por más que su mente se lo gritase.

Sus ojos azules rápidamente viajaron hacia donde estaba la joven, y sintió un vuelco en el estómago y el corazón cuando la encontró en los brazos de ese suc- de ese medio demonio; él con un brazo rodeando su cintura y ella estaba apoyada en su costado, un espacio que parecía estar hecho a la perfección para ella.

Kagome lo estaba mirando fijamente con un ligero matiz de esperanza en sus pupilas, pero también con la determinación de que no le dejaría pasar ni una más. Lo leía perfectamente en sus ojos: le daba una sola oportunidad más, si se pasaba de la raya…

Simplemente se acabó.

Koga tragó saliva y desvió su atención a su jodido comp- ¡mierda!, al medio demonio y se lo encontró con el cuerpo tenso y las ganas de pelear brillando en sus pupilas, mientras estaba atento al más mínimo movimiento de él. Y lo supo: como la pólvora, InuYasha solo necesitaría la más pequeña chispa explotar.

No es que a él no le pasara lo mismo.

—Hola, Koga— saludó sorprendida la otra mujer del grupo, quién, según se había dado cuenta el mencionado, tenía una extraña relación de amor-odio con el monje raro— Pensamos que te habías marchado… ¿Necesitas algo?

—¿Tienes hambre? — inquirió Kagome, como una pequeña ofrenda de paz— Todavía queda comida.

InuYasha gruñó y Koga tuvo el imperioso deseo de sonreír abiertamente. ¡Jódete, chucho!

—¿Qué dices, mujer? ¡No se va a comer nuestra comida! — espetó el medio demonio fulminándolo con la mirada.

Haciendo honor a la verdad Koga no tenía mucha hambre pero por el simple hecho de molestar a ese idiota, no dudó más que un instante antes de poner su mejor cara de famélico y asentir enérgicamente. El alivio y la pequeña sonrisa que se advirtió en la expresión de Kagome hizo algo raro en el corazón del demonio lobo, aunque este se obligó a ignorarlo; pero, ¡mierda!, era tan difícil…

—Siéntate con nosotros, vamos, hay hueco.

—¡Pero Kago-

—InuYasha, por favor, se portará bien, ¿verdad? — lo miró con intención.

Koga apretó los labios en una fina línea y se enfrentó por unos segundos a la mirada combativa que el medio demonio le estaba dedicando.

—Bah, paso de pelear con estúpidos— farfulló por lo bajo, izando el mentón y ladeándolo.

—¡¿A quién estás llamando estúpido, imbécil?!

—A nadie— se apresuró a meterse Kagome bajo la divertida mirada de Sango, Miroku y Shippo— No empieces InuYasha, Koga va a estar tranquilo.

La rotunda negación seguía pintada en todo el rostro del medio demonio. Koga observó por el rabillo del ojo y de -muy- mala gana como Kagome le sostenía el rostro para obligarlo a que sus ojos se encontrasen y entonces ellos… hicieron esa cosa rara de hablarse sin abrir la boca, porque poco a poco el cuerpo del medio demonio fue relajándose. Koga, por el contrario, tensó la mandíbula y por enésima vez en el día, se preguntó por qué no se marchaba corriendo de allí.

—¡Keh! — terminó por espetar el medio demonio apretando los labios y mirando hacia otro lado.

—Siéntate, Koga, y coge— le indicó Kagome, señalando un hueco vacío en el circulo que había formado el grupo variopinto y después el fuego donde un jugoso jabalí estaba asándose al fuego.

No sé qué fue lo que tiró de él, pero antes de darse cuenta, se había sentado con ellos y mientras Kagome y la otra chica -¿Sango se llamaba?- reanudaban la conversación de antes como si no hubiera pasado nada, Koga se limitó a comer sin apartar la mirada del suelo. De vez en cuando, por el rabillo del ojo, no podía evitar fijarse en las interacciones de la joven y el medio demonio, cómo él se quedaba mirándola como un idiota, como ella le sonreía con las mejillas sonrosadas, cómo parecían estar buscándose constantemente ya sea tocándose o con la mirada, y sentía una horrible punzada en el pecho.

Si vinieras conmigo… le había dicho él. Él. El Jefe del Clan de los Lobos le había rogado a una humana. Él, que no se doblegaba ante nadie, que se había enfrentado a mil demonios y había salido victorioso… Y había venido ella, una débil humana para poner su mundo del revés.

«Si vinieras conmigo…»

«Entonces no sería feliz. Me terminaría marchitando y muriendo como una flor», le había dicho, y ahora que la miraba interactuar con él, que veía la expresión de ambos, empezaba a darse cuenta de la verdad tras sus palabras. Podría dolerle como si le arrancaran el corazón de cuajo, pero para sí mismo debía reconocer que ese imbécil parecía muy prendado de ella. ¡Joder, la había hecho su compañera, aun sabiendo el estigma que podría caer sobre ella!

¡Y Kagome había aceptado!

«¿De verdad estás dispuesto a anteponer tu orgullo sobre todas las cosas?»

«Yo no soy la indicada para ti.»

Suspiró, derrotado y sintiendo, de pronto, el peso del mundo sobre sus hombros.

«Estoy segura de que hay por allí otra persona esperando conocerte, y cuando lo hagas, cuando la veas, entenderás mis palabras, lo que te estoy diciendo»

Ja, sí, claro. Ya querría ver eso.

Al menos… pensó, sacudiendo mentalmente la cabeza para alejar los recuerdos. Al menos, le quedaba la comida. Y esperaba que fueran las manos de la bella Kagome quién lo hubiera sazonado, porque la carne estaba de muerte.

Estiró la mano para coger el último trozo de carne y cual fue su sorpresa cuando alguien tuvo la misma idea que él. Durante un segundo hubo un tira y afloja entre ambas manos antes de que Koga alzara la mirada y sus ojos azules se chocaran con unos dorados.

—Suelta.

—Lo he cogido yo primero.

—¡Vete a racanear la comida a otros! ¡Es nuestra, por tanto, tengo más derecho que tú!

—¡Y yo soy un demonio más fuerte, por lo que necesito de más nutrientes para sobrevivir! ¡El trozo es mío!

Los ojos del medio demonio se entrecerraron y se irguió sobre uno de sus pies y su otra rodilla. Kagome, a su lado, puso los ojos en blanco.

—No curarás tu estupidez con comida. Eso es crónico ya, lobito.

—¿Qué insinúas? — espetó Koga, también incorporándose aunque sin llegar a estar de pie.

—¿Qué pasa? ¿Tu cerebro es demasiado pequeño para entenderlo?

Koga gruñó.

—Te vas a enterar, maldito medio demonio…

Y así, sin más, empezó una nueva pelea mientras el astuto Shippo se cogía el último trozo ya olvidado.

Miroku sacudió la cabeza, divertido; Sango arqueó las cejas y se rio por lo bajo y Kagome…

Conteniendo un suspiro, Kagome finalmente lo entendió:

Por más que lo intentase, había algunas costumbres imposibles de cambiar.


¡Hola a todos, qué de tiempo! Nop, no estaba muerta, como veis. ¡Sigo viva! A duras penas por la universidad, pero pasito a pasito voy remontando. Pronto, aunque todavía quedarán unas semanas, volveré con más sorpresitas, os lo prometo. Eternity ya está en marcha en mi cabeza y tengo algunos esbozos de proyectos en mi cabecita.

Mientras... ¿qué os ha parecido este capítulo? No sé a vosotros pero para mí es una conversación que hubiera sido muy necesaria en el anime, así que, como viene siendo normal en Ikigai, aquí os traigo algo que yo hubiera soñado con ver en la pantalla. :'c

¡Nos veremos más adelante!