Capítulo 130.- Radio Nacional de Españñña (II)

Salamanca y Valladolid.

Primeros de enero de 1937

«Para mí, entre los niños no hay rojos, ni blancos, ni azules, ni morados.

Para mí, el niño es el niño, sea de la clase que sea, y lo mismo me da

que proceda de una familia anarquista, que su padre esté en la cárcel

o que haya muerto en el frente.

Más motivo para darle de comer. Entonces se nos ocurrió la idea de las huchas.

Eso sí fue por imitación. Javier lo había visto en Alemania y se le ocurrió copiarlo.

En nuestras huchas ponía "Auxilio Social"

con unas letras que nos había hecho un dibujante alemán. »

Mercedes Sanz-Bachiller

(entrevista para «El Mundo», julio de 2006)

Cuando Victoria llegó a Valladolid casi había anochecido. Largo camino había recorrido el autobús, con muchas paradas y trasiego de pasajeros en Medina del Campo y Tordesillas, y agradeció al bajar, a pesar del frío y la noche, poder por fin estirar las piernas.

No le pareció Valladolid muy diferente a Salamanca. Ciudad más amplia, quizás, de calles más abiertas que no perdían lo viejo. Algunas parejas caminaban desafiando al frío, poca gente sola, muy abrigada. Alcanzó a sacar unos céntimos para comprar castañas asadas en un puesto que olía bien desde varias calles atrás, y sin que le importara quemarse los dedos mató el hambre de un par de mordiscos. Al poco tuvo que dejar el cucurucho de papel lleno a la mitad aún caliente y apeticible, en manos de una comitiva de niños que la siguieron desde el puesto en silencio como almas en pena. Se pusieron en fila sin ella decir nada y agradecieron su castaña, uno a uno, con media sonrisa y el saludo fascista.

Niños, descubrió Victoria. Había niños por todas partes.

Solos.

Tentada estuvo de preguntar a Chispitas, mas se contuvo. Poco sol haría esos días y quería mantenerla cargada y tranquila el máximo tiempo posible; la acarició, en su pecho, para asegurarse de que seguía allí y continuó en búsqueda del hostal hasta hallarlo. De nuevo otra residencia de señoritas; otra hostelera de áspero carácter; otra cama demasiado blanda… Durmió sin poder evitar los nervios. No pudo hablar con Chispitas, pues en su mismo cuarto tenía compañera.

A la mañana siguiente le costó recordar dónde estaba y la palabra «Valladolid» se formó en su mente entre brumas. Su desconocida compañera de cuarto rezaba de rodillas y en camisón. La imitó. Le preguntó al acabar que a qué venía a Valladolid.

Victoria respondió que a unirse al Auxilio de Invierno.


—A ver, hombre… Repita —insistió con desesperación el técnico con los cascos puestos.

—Bu… Bu… Bue… NasNo… No… Noches —repitió Alonso.

Julián fingió sorpresa al lado de Víctor Ruíz y del pollo en cuestión, Fernando Fernández. No me lo puedo creer camarada, murmuró en petit comité. Con lo bien que habla de normal… Y es ponerle un micro delante y mira… No da una. En la sala del gigantesco micrófono el bueno de Alonso fingía el trabamiento de lengua tan de puta madre, que había conseguido sacar del técnico de sonido a su lado un pequeño tic nervioso en el ojo izquierdo. Víctor y su colega el actor, también tenían caritas de circunstancia.

La primera emisora de Radio Nacional de España daba un poco de pena porque era una cabaña enana, plantada entre camiones en un frontón, hecha con cuatro maderos mal puestos y separada en tres estancias: la del micro, la de control, y un pequeño. Hacía un frío del carajo, porque de ella salían y entraban cables por todas partes, y el rasca salmantino se colaba que daba gusto.

El técnico volvió de la sala del micro pálido como un papel.

—No puede ser —murmuró el pobre—… El general quiere que el locutor sea este hombre y no puede hilar ni dos palabras seguidas...

—Son los nervios —sonrió Julián en la más perfecta pose de Antoñito Estarq—. Seguro que cuando llegue el día lo hará bien. Es decir, si no se pone tan nervioso como en esta prueba de ahora…

Tuvo que darle un codazo al tal Víctor, para que se arrancase. Joder macho. Te saco un par de cientos de pesetas nacionales por la oportunidad de enchufar a tu colega y luego te falta valor… En el Ministerio no hacías carrera, hombre.

—Quizás… La primera retransmisión será en pocos días —murmuró Ruíz—… ¿Podríamos…? Mi amigo Fernando está aquí y tiene experiencia actuando...

—¡Es una excelente idea! —animó Julián—. ¡Vamos don Fernando! Peor que el pobre Esteban Rogelio no puede hacerlo. Además, estamos de pruebas.

El técnico sorbió profundamente el cigarrito y les miró de hito en hito como quien se huele un tongo chunguísimo, pero sin saber exactamente dónde está. Acabó por encogerse de hombros mientras le daba el texto al tal Fernando para que lo leyera, por fin, y Julián se metió en la sala del micro para ir sacando a Alonso.

—¿Qué tal? —murmuró.

—De puta pena —contestó Julián—. O sea, genial. Eres un crack.

Luego hizo gestos a los otros tres para que entrasen, mientras salía fuera con Alonso y cerraba la puerta de la cabaña con la satisfacción de otro minimarrón superado.


Condujeron a Victoria hasta la puerta del despacho de Mercedes Sanz y allí le ordenaron esperar. Pudo acudir a Chispitas por fin, pues largo era el corredor y a solas parecían haberlas dejado.

—¿Qué he de decirle? —le preguntó.

—No debe sospechar que espías para Primo de Rivera —razonó Chispitas, con un murmullo—. Debes contarle tu enfrentamiento con la delegada. Creerá que te ha enviado aquí para deshacerse de ti. Recuerda que sólo debes dejarte ver. En unos días podremos volver a Salamanca tanto si encuentras algo como si no.

Iba a preguntar de vuelta Victoria, cuando la discusión airada de dos mujeres le llegó desde el fondo del corredor. No gritaban, mas su tono era apasionado y poco cortés.

—¡Una maternidad es demasiado Merche! ¡No tenemos medios! —argumentaba una mujer muy alta y guapa. El acento Victoria no pudo ubicarlo, pero no le pareció del todo castellana—. ¡Nadie quiere recoger a esas mujeres! ¡Y nos falta dinero!

—¡Pues por eso hay que ayudarlas! —respondió la más bajita—. ¡Porque nadie lo…!

Se detuvieron frente a Victoria que las miró sentada desde el banco y, al descubrir las insignias en su pecho y comprender su error, se levantó todo lo deprisa que pudo con el brazo en alto. Buenos días camarada, pudo balbucear con Chispitas aún en la mano.

—¿Quién eres? ¿A quién buscas? —preguntó la mujer bajita con autoridad y sin rodeos.

—A la camarada Mercedes Sanz —contestó Victoria alargando el salvoconducto de la señora Pilar.

La alta y guapa sonrió con el lado de la boca y se despidió, revisando a Victoria de arriba a abajo sin esconder el gesto. La bajita, sin decir nada, abrió la puerta del despacho y la hizo pasar dentro. Victoria pudo guardar a Chispitas quien, atenta, había vuelto a tomar la forma de Santa Amelia de Folch. Una vez dentro, la mujer tomó asiento detrás de un escritorio; las pilas de papeles amenazaban con ocultarla del todo una vez lo hizo.

—Pues parece que la has encontrado. Soy yo. ¿Te envía Pilar? ¿Por qué? ¿Se piensa que no puedo organizar el Consejo? —hiló de seguido—. O a lo mejor es que quiere espiarme. ¿Cómo te llamas? Juana, dice aquí.

Victoria sintió cómo se ponía roja y se controló como pudo.

Mercedes Sanz-Bachiller era mujer menuda. Su negro pelo recogido en un moño era tan tirante como sus gestos y, a pesar de la autoridad que destilaba con cada mirada, Victoria calculó que no sería mucho mayor que ella.

—Soy Juana Gris —murmuró Victoria—. Temo que… Tuve pelea con una delegada en Salamanca...

—¿No con Pilar? Yo la habría tenido con Pilar.

Victoria decidió ser directa. No parecía mujer de diplomacias.

—La camarada Pilar no dijo que me gustaba ir del brazo de muchos hombres distintos.

La otra curvó sus labios en algo parecido a una sonrisa, mientras le devolvía el papel.

—¿Tu familia es de posibles?

—No —tardó un poco en contestar Victoria—. Mas vengo a trabajar y hacer lo que haga falta.

Asintió la otra con un poco de decepción. No te voy a engañar, le dijo. Nos vendrían bien fondos más que manos, añadió. Luego siguió hablando mientras escribía en un papel al que puso un sello tras firmarlo.

—Todas las camaradas de Falange que vienen a ayudar al Auxilio siguen disciplina —afirmó endureciendo el gesto—. Si me llega otra noticia de que vas por ahí buscando pelea, más te vale irte con los rojos. ¿Te ha quedado claro?

—Sí, camarada.

—Perfecto —le entregó el papel—. Vete con esto al comedor que hay cerca de la calle Mayor. Espero que sepas fregar platos.


Fuera de la emisora la mañana, como todas en Salamanca, seguía fresquita en el viejo frontón de San Bernardo. Se alejaron de la cabaña y de los camiones con las emisoras alemanas y Julián, animoso y falangista, saludó al rubiales de Hans con el brazo bien alto. Hans, que era uno de los técnicos que ponía en marcha el equipo Telefunken, le miró mosqueado que te cagas porque ya le había saludado tres veces aquella mañana y probablemente comenzaba a olerse que le estaba vacilando; no obstante le devolvió el saludo con algo entre dientes.

Probablemente un taco.

—Debo reconocer que esto de hacernos pasar por fascistas tiene su puntito —sonrió Julián.

Esperó a que Alonso gruñera por obligarle a hacer bufonadas delante del micrófono, pero en vez de eso se quedó mirando a la vieja pared del frontón, con aire ausente.

—Este asunto de la radio se nos ha alargado demasiado —murmuró. Parecía más preocupación que cabreo. Ah, claro. La niña—. No hemos tenido noticias de Victoria en días. Ni de Portal alguno. Demasiado tiempo parados. Somos presa fácil.

Julián suspiró con paciencia. Y yo qué quieres que te diga; si supiera cómo le sale de los cojones al Tiempo ponernos Portales haríamos los planes de otra manera. Pero es lo que hay.

Les había costado un par de días de comida de oreja al tal Fernando Fernandez poder convencerle de irse para la emisora, y sólo ver a Alonso aquella mañana (o a Esteban Rogelio) cagarla sin remisión le había dado ánimos para vencer el pánico escénico. Al menos la Historia ya estaba donde debía y el otro Ministerio sin noticias de ellos. En el peor de los casos pillaban el autobús para irse a por la niña a Valladolid y si te he visto no me acuerdo.

—Allí —murmuró Alonso al darse la vuelta—. Nuestro admirador vuelve a vigilarnos.

Julián miró de reojo hacia el muro del frontón. Pilló en un renuncio al chavalín, que apenas tendría quince años. Alonso ya le había advertido hacía un par de días. Un joven nos sigue.

Y es constante en su vigilar.

—Es un crío —repitió Julián—. Si trabajase para el otro Ministerio, ya nos habrían enviado a Paul o a otro ciborg indestructible y estaríamos pasándolas putas.

Deseó no equivocarse.

—Mozalbete o no, trabaje para los otros o no, sigue nuestros pasos —razonó Alonso—. Acabado está el asunto de la radio. Poco sentido tiene quedarse aquí.

Julián asintió.

Iba a darle la razón a Alonso cuando salieron el Víctor y el Fernando de la emisora, en plan we made it. Al técnico le había encantado, lo que era maravilloso, espléndido y excélsior. Fernando se disculpó con el señor Rogelio por haberle quitado el puesto, a lo que Alonso respondió que no había nada que perdonar.

La radio, admitió con humildad, no era lo suyo.

—Lo importante es servir a España —concluyó Alonso, dándole la mano.

—Tienen que venir en unos días al ensayo general —les invitó Víctor Ruíz—. Déjenme agradecerles así todas sus preocupaciones.

Julián aceptó encantado sin la más mínima intención de aparecer por allí.

Además, ya le había sacado a Víctor Ruíz algo de dinero por el enchufe del colega, así que con aquel intento de espía adolescente vigilándoles, encontraba que Alonso tenía razón: tocaba ir a por la niña y poner tierra de por medio.


Fregar platos le habían ordenado y a fregar platos se dedicó.

Le dieron al llegar al comedor, además de un uniforme, un delantal azul de flechas y yugo rojo sobre el pecho; a poner platos imitó a las demás, así como al ayudar a servir la comida a las docenas de niños que llenaron las sillas a la hora de comer; al acabar le explicaron cómo era la mejor forma de fregar y la pusieron delante de infinita pila de cacharros y dos baldes.

El primer día acabó con la espalda dolida del trasiego, mas se acostumbró al segundo; ninguna mujer le hizo desprecios, y aunque hubo miradas de recelo al principio, luego supo, días después, que era porque las demás habían temido que a alguna la echasen de su puesto al llegar ella. No todas las mujeres que ayudaban al Auxilio eran voluntarias como las de la Sección. Muchas había que trabajaban por un sueldo, no muy alto, que el propio Auxilio proporcionaba. Viudas. Mujeres con hombres en el frente y, aqueso le costó más averiguarlo pues era dato más reservado, esposas de hombres encarcelados o fusilados. El Auxilio no hacía diferencias, o eso le acabaron por decir. Lo mismo sucedía con los niños.

—Quizás sea información que doña Pilar pueda valorar —se le ocurrió mientras Chispitas se cargaba, una tarde, al débil atardecer aprovechando que la compañera de cuarto había salido.

—Es posible que ya lo sepa —repuso Chispitas.

Victoria asintió. No estaba segura de qué encontrar que doña Pilar pudiese usar contra Mercedes Sanz. En verdad, tuvo que aceptar, la idea de hallar algo contra aquella mujer le comenzaba a parecer deshonesta e inmerecida.


El plan era salir para Valladolid ese mismo mediodía, pies para qué os quiero, pero no pudieron. Lo descubrieron en la portezuela del autobús, con el conductor mirándoles como si hubiesen citado a Lenin. Al parecer, mierda no lo habían pensado, joder, joder, joder, para las mujeres el salvoconducto era opcional pero para los hombres en edad de combatir, iba a ser que era como obligatorio que te cagas. Si se ponen ustedes pesados, se pueden venir, les dijo el conductor; pero en el primer control antes de llegar a Tordesillas, les bajan y les llevan al calabozo si no tienen más papeles que esos carnés.

Necesitaban una autorización para desplazarse.

Y ahí las cosas se pusieron peludas.

La maquinita que imprimía documentaciones no tenía el modelo de salvoconducto. Tenía uno para el año 39 y otro para el 36. Y revisando la base de datos, no había nada que se pareciera al papel amarillo y sellado que pudieron ver en la cola del autobús para varios soldadetes de permiso.

Así que el paso obvio, apuntó Alonso, era pedirle el salvoconducto a Millán-Astray.

Julián se tragó el disgusto, hizo de tripas corazón, y volvió a pasarse por el manicomio del palacio Anaya pero, vaya por Dios, aunque Millán-Astray le recibió, el hombre estaba más cabreado que una mona: todo el temita del cambio de última hora de locutor de su querida Radio Nacional de España sin consultarle le había puesto atómico y Julián, o Antoñito Estarq, no sólo no pudo conseguir un salvoconducto o una miserable tacita de achicoria, sino que además Millán-Astray estuvo a punto de rebanarle el pescuezo con una katana que tenía colgada en la pared del despacho en un arrebato de cólera otaku.

Con una puta katana.

Como en Kill Bill.

Julián encontró que Salamanca se estaba poniendo muy rara.

Finalmente, ya atardeciendo en el Novelty, tuvo que darle la razón a Alonso. Irían a Valladolid a pie, en plan echándose al monte para evitar controles, porque con el tema del salvoconducto y de idas y venidas, llevaban ya varios días parados rezando porque las sabonetas no se activaran antes de que volviera Victoria.

El error fue tomarse la última en el Novelty porque, vaya por Dios, se encontraron con los inseparables: Víctor y Fernando. Iban de camino a la emisora a hacer un ensayo. ¿Cómo que no se vienen? ¡Lo prometieron!

Vénganse ustedes, que luego lo celebramos.

Y allí que fueron.

Y Julián, algo le daba en la nariz, no pudo evitar pensar que iban a meterse en otro lío de cojones.


NdA: Recordad que no hay héroes en esta historia. Como a Victoria me está costando encontrarle la mala cara a Mercedes Sanz, pero alguna me tiene que aparecer. Paul Preston (que es del otro lado), no he visto que le haya encontrado gran cosa, lo cual me pone contra las cuerdas.

Sobre la Sección (o malos elementos dentro de ella) sí que hay villanías, pero más en la posguerra. Su poder absoluto en la esfera femenina en este periodo, como el papel de muchos reformatorios franquistas y conventos, supuso la creación de redes de tráfico de bebés. Estoy bastante convencido de que si había robo de bebés (para luego venderlos por un módico precio), sin duda habría otros abusos (más allá del lavado de cerebro para convertir a las mujeres en esclavas, al menos). Pero de nuevo, esto fue en posguerra. Durante la guerra todo el mundo parecía enfocado en su propia causa y las estructuras de poder no estaban tan claras.

Respecto a la katana, Millán-Astray era un admirador de la cultura japonesa, de la cual tuvo noticia cuando estuvo en Filipinas. La katana la llevaba casi siempre, porque decía que le daba suerte. Se dice que aplicó el Bushido al código de la Legión, aunque esto no lo he confirmado. Sí parece que tradujo el Bushido (a partir de una traducción francesa), al castellano.

Gracias por leer.

Edit: Varios guiones cortos a largos. Se me pasaron, lo siento.