Capítulo 133.- Auxilio de invierno (I)

Valladolid y Salamanca.

Primeros de enero de 1937

«No hay duda de que Mercedes Sanz Bachiller jugó un doble juego al

representar durante tantos meses a la Sección Femenina de Valladolid

mientras en privado hacía todas las gestiones para detentar la jefatura de

"Auxilio de Invierno" y convertirlo en un servicio de la Falange, no de

Sección Femenina.

Durante el año largo que estuvo a cargo de la Sección

Femenina vallisoletana dedicó todas sus energías a "Auxilio de Invierno" y

la organización que le sucedió, "Auxilio Social" »

«LA SECCIÓN FEMENINA EN SALAMANCA Y

VALLADOLID DURANTE LA GUERRA CIVIL. ALIANZAS

Y RIVALIDADES.»

MARIA BEATRIZ DELGADO BUENO

Era soleada mañana en Valladolid y la Plaza Mayor bullía de actividad. Gentes caminando o saliendo de iglesia pasaban delante de la mesa de la cuestación. Algunos daban monedas. Otros, recelosos, proseguían su camino. Victoria sonrió por enésima vez ante una nueva donación, el clic de la moneda cayendo junto a los otras. Como temía, los ojos del piadoso padre de familia se dirigieron a la apertura del cuello de su vestido antes de volver a sus asuntos. Buscó con la mirada Victoria a la camarada Carmen, y la encontró no muy lejos de la mesa de la colecta, junto a Mercedes Sanz, sonriéndole. Negar no podía que había tenido razón: su hucha estaba casi llena en comparación con la de las otras camaradas.

Se acercaron entonces Carmen y Mercedes junto con dos hombres. Militar de alto grado era uno. Gafas redondas. Rostro alargado. El otro, civil. Victoria se levantó como las demás al verles llegar, y saludó con el brazo en alto.

—Son muchachas disciplinadas —apreció el general, devolviendo el saludo tocándose el gorro.

—Las voluntarias del Auxilio son las mejores —contestó Mercedes sin ocultar orgullo.

—Querrá decir de la Sección Femenina —sonrió el general.

Mercedes no contestó. Victoria observó cómo aguantaba la corrección con estoicismo.

—En cualquier caso, mi general —continuó Mercedes—. Como verá, las cuestaciones no suponen un problema de orden público.

—Mi preocupación es el orden, sin duda —contestó el otro. Puso sus manos en la hucha de Victoria, evaluando el peso—. Pero autorizarlas depende de otros asuntos. El uso de los fondos, por ejemplo.

Y sin despedirse, Mercedes y el general les dieron la espalda y se alejaron de la mesa sin dejar de hablar entre ellos y con el civil que les acompañaba. Cuando Victoria volvió a sentarse, descubrió que Carmen de Icaza seguía alli y también comprobaba el peso de su hucha, satisfecha.

—Esta es la cuarta. Te vamos a tener que dar un premio —bromeó.

—Muchos días llevo sin ver a Padre, en Salamanca —aprovechó Victoria.

Carmen sonrió. No se hable más, dijo.


Del ayuntamiento les arrastraron hasta los calabozos de una comisaría y sólo les quitaron los grilletes cuando cerraron las putas rejas. Antes de meterles hicieron salir de la celda a un par de desgraciados con pinta de llevar más tiempo allí que las mugrientas paredes; fue entonces cuando Pacino comprendió, mierda, que el paredón era inminente.

Hacía frío y olía a todo lo humano posible. Miedo, sobretodo.

—¿Se puede saber qué habéis escrito, insensatos? —susurró Alonso en cuanto les dejaron a solas.

Más que rabioso el cabreo era soterrado, y Pacino agradeció que no tuviera a mano su vizcaína. Y que mirase a Julián.

—¡Eh! Yo sólo la cagué en el «chachi» —protestó Julián bastante picado. Luego señaló a Pacino en plan acusica—. Aquí cabeza cuadrada no puede salir del gerundio. ¡Y además esto es culpa suya! ¡Es su bucle! ¡Su plan! ¡Él sabrá!

Se lo quedaron mirando, como pidiendo explicaciones, así que Pacino tuvo que contarles cómo Leiva le había estado a punto de cazar en el Continental, en Barna (*1). Cómo Victoria le había salvado. Cómo habían estado a punto de palmarla en lo de Guernica y en lo de Cabra (*2). Luego otro portal por un camino saliendo de Cabra le había llevado de vuelta a Salamanca. Adiós Victoria. Hola Carmen Polo.

—¿Apareciste dentro del puto armario de Carmen Polo? —masculló Julián, sin dar crédito.

—Pues sí. Primero la mujer de Azaña y luego la de Franco. Yo no hago los portales, macho —gruñó Pacino—. Victoria no me avisó de dónde aparecería. Ni tampoco de esto. Pero no puedo creer que nos haya traicionado, ¿no? ¿Para qué sacarme de Barcelona si no?

—No espero traición de mi hija. Y creerla, la creo, y os creo a vos —razonó Alonso más tranquilo—; mas pudiera ser que del otro lado hayan roto ese bucle del que habláis y hayan convertido vuestra ayuda en trampa. ¿Lo veis posible?

Alonso parecía más relajado después de mencionar a Victoria; probablemente por saber que una versión futura de ella seguía viva y ayudando. Mejor no joder el momento y no contarle lo de la bañera (*3). Pacino trató de pensar, sin lograrlo del todo. ¿Podía tener razón Alonso con eso de romper el bucle? Pues igual. Victoria sólo sabía que el portal le llevaría a Salamanca a encontrarse con ella. Pero ella no estaba allí. Resultaba que estaba en Valladolid. ¿Y si algo había cambiado? Si nada de aquello debía suceder, la había cagado de la hostia.

—Genial —murmuró Julián—. Así que en el peor de los casos estamos jodidos, y en el mejor la niña nos ha hecho un Chispitas. Un puto consuelo... Sea lo que sea —añadió mientras empezaba a estudiar la reja de la celda—, propongo intentar escapar. Me da en la nariz que de esta noche no salimos como no hagamos algo.


El civil que iba con el general resultó llamarse Javier Martínez. También joven. Afilada nariz y profundos ojos. Conducía el vehículo, un Citröen negro, al tiempo que Mercedes y él cambiaban impresiones delante. Victoria, en el asiento de atrás y con una bolsa de viaje como única compañía, fingía no escuchar. En su pecho Chispitas seguía en silencio.

—Ahora que lo pienso podrías haberte ido con Pilar —mencionó Mercedes Sanz—. Después del Consejo, creo que ya ha vuelto a Salamanca.

Victoria fingió sorpresa y le hizo repetir el comentario.

—No la he visto —contestó con siceridad.

—¿No te has pasado ni un día por el Consejo de la Sección?

—Había trabajo en el comedor —contestó Victoria.

—Una chica hacendosa —rió el tal Javier. Luego miró a Victoria por el retrovisor y le guiñó un ojo—. Creo que tampoco te perdiste mucho, Juana. Discursos, discursos y más discursos… ¡Aburridos!

Mercedes le dio un golpe a Javier en el hombro con media sonrisa, y el otro aceptó el gesto con otra. Pareja asumió Victoria que eran, mas prefirió no comentar nada.

—¿Vas a volver a Valladolid? —le preguntó entonces Mercedes.

—Si los negocios de mi padre me llevan a otra parte —contestó Victoria—, me temo que no.

—¿Qué hace tu padre exactamente? —se interesó Javier.

—En América cuidaba caballos (*4) —contestó Victoria, tratando de no faltar a la verdad—. Ahora vamos de aquí para allá. Ayudando.

Mercedes se volvió, maternal mirada y gesto firme.

—No podemos vivir siempre a la sombra de nuestros padres, Juana —sonrió—. Si quieres seguir trabajando en Valladolid con nosotras, eres más que bienvenida. Me han dicho que pocas son tan sacrificadas como tú. Nos vendrías muy bien para el Auxilio.

Victoria asintió y agradeció el ofrecimiento. Un orgullo sincero se mezcló en su pecho con un sentimiento de culpa que le atenazó el corazón.


Los habían metido en un calabozo. Sin ventanas. Ni accesos. Al menos estaban ya lejos de Franco. Empezó a nevar otra vez en Salamanca antes de atardecer, y Armando Leiva se subió el cuello del abrigo del uniforme falso. Vaya cagada.

—¿Qué hacemos? —preguntó Comepollas.

El Matón no dijo nada, pero por cómo miraba seguro que se preguntaba lo mismo y Armando tuvo que reconocer que no lo tenía claro. Les habían sacado del ayuntamiento como prisioneros y seguir a los infelices les había llevado hasta una comisaría no muy lejos de un parque. Si todo salía como parecía, de ese parque en unas horas no volvían. Franco les hacía el trabajo sucio. Pero por otro lado…

—Ya hemos esperado suficiente —razonó—. Con nuestra suerte les aparece un portal allí dentro y se vuelven a escapar. Hay que hacerlo lo antes posible. Minimizando riesgos.

—¿No hemos entrado en el ayuntamiento y quieres que entremos en una comisaría?

—Aquí no hay nadie importante para la Historia —señaló—. Muchas menos armas… Y como mucho cuánto… ¿Un par de falangistas?

—Entre cinco y diez hombres —señaló Matón, práctico.

Armando asintió.

—¿Puedes hacerlo?

Matón asintió.

—Puedo aguantarlo —masculló pensativo—. Pero tiene que ser rápido. Necesitaré las armas.

Armando se dirigió a Comepollas. Hora de ganarte el sueldo, chaval.

—Pues a por ellas, a ver si las han traído ya. Ve con él. Yo me quedo vigilando.


Llegada a Salamanca el primer impulso de Victoria fue buscar a Padre, mas misión le había sido encomendada y por desagradable que fuera debía completarla. Chispitas se lo recordó, confirmándole que lo que habían visto entre Javier y Mercedes, no había sido falsa impresión. Y que aquello debía ser precisamente la información que debía dar.

—¿Debo decirle eso a doña Pilar? No entiendo cómo puede ser útil —protestó Victoria, mientras caminaba a paso ligero a la sede de la Sección.

—Lo será —aseguró Chispitas—. Era lo que pensaba decirte. Pero tú te has dado cuenta. Has completado con éxito tu misión.

—¿Me has estado probando? —farfulló Victoria

—Era tu primera misión. Es el procedimiento normal en el Ministerio —sonrió Chispitas.

Fue todo lo deprisa que pudo a la sede de la Sección y allí doña Pilar tuvo a bien recibirla. De nuevo frente a su escritorio escuchó atenta y a solas su informe.

—¿Martínez de Bedoya y Mercedes? —preguntó cuando acabó—. ¿Estás segura?

—Nada inapropiado les vi hacer —respondió Victoria con decisión—, mas solo se miran así quienes mucho se valoran. Creo que se aman. No me sorprendería que acabaran casados.

Pilar Primo de Rivera juntó los dedos de las manos y acabó poniéndolas sobre la mesa. Su silencio pareció enojo por un momento, mas comprendió Victoria que no era otra cosa sino deleite.

—Todo lo que ha conseguido ha sido por ser la viuda de Onésimo —pensó en voz alta—. Todos la despreciarán si acaso insulta su memoria y acaba en los brazos de otro hombre.

Victoria tensó los labios y calló la boca. No vio en Pilar Primo de Rivera en aquel momento amor por causa alguna que no fuera su provecho. Ignoraba hasta qué punto la viudedad de Mercedes Sanz había causado su ascenso, mas de ninguna mujer en las cocinas o el comedor había oído de ella más que elogios y admiración. Ignoraba si Mercedes ansiaba otra cosa que poder seguir ayudando con el Auxilio; tuvo claro en aquel momento que doña Pilar en cambio ansiaba más cosas.

—Con tu permiso, camarada —musitó Victoria—, debo ir a encontrar a mi padre.

Asintió Pilar Primo de Rivera.

—Has cumplido, camarada Juana —sonrió—. Cuando acabe tu padre sus negocios, regresa con nosotras. Has resultado de gran ayuda.

Jamás, pensó Victoria, mas asintió agradecida y marchó.

Salió a la calle sintiéndose como ruín traidora; si aquello era trabajar para el Ministerio del Tiempo, poca recompensa podía ser. ¿Era siempre así? ¿De aquello se trataba proteger la Historia?¿De arruinar la vida a personas justas? ¿Cómo hubiese aguantado Padre semejante injusticia? En esas y otras cuestiones estuvo pensando Victoria cuando al levantar los ojos reconoció, el aliento perdió entre la nieve y la mano se fue a la vizcaina en su cintura, al hombre sin alma.


Pero no la reconoció

Chispitas detectó el pulso disparado y la respiración irregular de Victoria.

Su cámara empezó a registrar luz cuando la sacó de su escondite y pudo ver de escorzo al que Victoria llamaba «hombre sin alma». Su algoritmo probabilístico concluyó con un 99.6% de probabilidad que era el mismo. Revisó sus niveles de batería: no estaban muy altos con tan poco sol, pero tendrían que valer. ¡Tantos cálculos pendientes y tan poca energía! Su registro de empatía se redujo a niveles aceptables cuando comprobó que Victoria volvía a respirar con normalidad. Había buscado refugio tras un zaguán. Buena agente.

—¡Era él! —pudo susurrar—. ¡El que me atacó en Cabeza Velayos! (*5) ¿Por qué no me ha atacado ahora? ¡Estoy segura de que me ha visto!

Chispitas manipuló probabilidades. No pudo reconocer al que le acompañaba, pero la respuesta a la pregunta de Victoria no podia ser otra.

—No te ha reconocido —concluyó con aceptable representatividad estadística—. En tus otros encuentros con él, debía ser una versión posterior. ¡Para él aún no os habéis encontrado! —Chispitas trató de imprimir urgencia a sus palabras. En lenguaje humano, comprendió que habían tenido mucha suerte—. Eso da igual por ahora, Victoria. Lo importante es que si ese agente está aquí, el resto de la patrulla corre grave peligro.

—Debemos avisar a Padre. Debo encontrarlo.

Chispitas vio aparecer una idea en uno de sus flujos secundarios de pensamiento. Merecía la pena probar.

—¿Puedes enfocarme a la dirección contraria a donde han ido esos dos?

Victoria así lo hizo y tras revisar el fondo de la calle, a Chispitas le llamó la atención la anomalía de la figura barbada, en un uniforme de infantería, bajo un abrigo. ¡No podía ser! Pidió volver esconderse a Victoria y cuando lo hizo, ya le había dado tiempo a comprobar identidades en su base de datos: le reveló que Armando Leiva estaba allí.

—¿Quién es?

—Un enemigo que debe ser eliminado —resumió Chispitas—. Está solo, Victoria. Es el momento. Si le matas, tendremos una ventaja táctica sobre el otro bando.

—¿Me estás pidiendo que…?

—Ese hombre hirió mortalmente a tu padre (*6) —recordó Chispitas—. Es despiadado, eficaz y muy inteligente. Si está aquí es porque el otro Ministerio le ha enviado a eliminarnos. Si le matamos ahora, Victoria, no habremos de preocuparnos más por él.

Chispitas evaluó los signos vitales de Victoria, al oír su propuesta. Duda. Incertidumbre. No estaba segura de que fuese como el agente Entrerríos, pero desde luego no era como Julián Martínez. Merecía la pena intentarlo.

—Padre —dijo por fin—… ¿Estará seguro si lo hago?

Cuando le aseguró a Victoria que así sería, oyó por su micrófono el siseo de la vizcaína saliendo lentamente de su funda.


NdA: (*1) Ver «C117: Leiva»

NdA: (*2) Ver «C119: Gernika» y «C122: Cabra»

NdA: (*3) Ver «C123: Pelo rapado»

NdA: (*4) Ver «Tiempo de dragones»

NdA: (*5) Ver «C75: La peña del alemán (II)»

NdA: (*6) Esto es del canon. Capítulo 7 de la primera temporada. Alonso pidiendo un cura y Amelia sujetándole en el regazo como la Piedad de Miguel Ángel. A alguien se le piró la pinza muchísimo en ese capítulo y no solo por hacer a Julián cargar hierro, pero supongo que Leiva lo merecía.

NdA: Agghhh! Quería terminar Salamanca aquí, pero no puedo aún! Las cosas se han complicado demasiado! Lo siento. Gracias por la paciencia. Para el siguiente sí debería poder acabar. Podría alargar el capítulo a 5000 palabras, pero no es lo suyo. Gracias por leer.