135. Sangre
La oscuridad no impidió que algo en su propia mano le llamara la atención. Heero conocía esa sensación, era sangre. Acarició un rastro entre el índice y el pulgar, ya estaba seca, lo que quería decir que se había machado con ella hace algún rato. Quizás en medio del estúpido ataque sorpresa del trenzado.
Sabía que había más de dónde vino, podía olerla por sobre todo lo demás.
Buscando el origen, le puso una mano en el alzacuello, sintiendo la piel bajo este, y siguió la curvatura del hombro. Recorrió ahora por sobre su ropa y justo al llegar al dobladillo, percibió el punto en el que se concentraba una espesa humedad. Levantó el pliegue, palpando sin cuidado y enterrando la yema de sus dedos. Duo dio un respingo, pero ni eso interrumpió su sueño.
No era una herida tan definida como para ser un impacto de bala directo, pero a juzgar por el grosor, algo como un disparo abrió un corte profundo en su brazo izquierdo, a la altura de su tríceps. El borde se sentía sobresaliente y áspero, como si la cicatrización ya hubiese empezado.
Esa evidencia le bastó p ara concluir que era un roce de bala de días atrás, probablemente recibido mientras llevaba a cabo su misión, y que ya había cerrado hasta que se puso a luchar con él en esa cama. El ejecutar fuerza fue lo que provocó que sangrara otra vez.
El servicio de limpieza de esa escuela privada cambiaba las sábanas dos veces por semana y no estaba en sus planes justificar manchas de esa naturaleza, así que tomó lo único útil que tenía a mano: la corbata de la escuela que permanecía enrollada sobre la mesa de noche y la amarró sobre la herida a modo de torniquete. Lo hizo con saña, buscando despertarlo sin éxito.
Definitivamente, el cansancio obvio del trenzado era a prueba de todo.
