"Quien esconde lo que siente, se olvida que va para viejo".
Niña Buena
El lugar del encuentro no concertado fue una cantina de mala muerte.
Llovía. Llovía mucho.
Ella no creía en las casualidades. Debía haber una razón para toparse en el miso sitio, a la misma hora. Ella creía en las decisiones. Por algo había decidido quedarse haciendo horas extra en su aburrido trabajo en el banco. Por algo llovía. Por algo sintió una irrefrenable necesidad de escaparse del mundo y beberse un trago en el lugar más recóndito que encontrara.
Sabía que debía haber una razón, solamente no la conocía.
Oh, pero si hubiera sabido...
Él, por su parte, ya no sabía en qué creer.
Suponía más que otra cosa, y su suposición más poderosa era que tenía que haber una razón para continuar con vida. No podía ser en vano.
En ese momento, suponía (o más bien, sabía) que el alcohol era su mejor amigo.
Pero por algo la lluvia condicionó sus pasos esa noche. Por algo había decidido levantar la mirada en ese preciso instante desde que llegó a aquel lugar.
En eso coincidían: buscaban una razón para todo. En especial para la mirada sorprendida que se sostuvieron, y para la gustosa que le prosiguió.
Ella decidió encauzar su andar hacia él. Él supuso que no estaba mal hacerle un espacio a su lado en la barra.
—¿Qué hace una niña buena como tú en un lugar como este?— preguntó él, con una media sonrisa.
Cómo la enervaba que le dijera así. El "niña" empeoraba todo. Estaba aburrida de ofrecer esa imagen. Siempre la bien portada, la comedida, la perfecta y correcta.
¿Es que acaso no tenía permiso para pecar? ¿Es que todo el mundo pensaba así de ella? ¿Creían que no deseaba hacer locuras de vez en cuando? ¿Emborracharse, equivocarse, revolcarse con un hombre al que acababa de conocer y no volverlo a ver nunca más?
Quería hacer estupideces, saltarse las reglas sin temor.
Con ademanes forzados, movió su cabeza de una forma que actuaba para parecer natural al pedir un trago idéntico al que tomaba él. Claro, para él era fácil ser el "chico malo" y el "hombre respetable" al mismo tiempo.
—Quizás estoy con ánimos de portarme mal— contestó Hermione, mirando a Snape directamente a los ojos.
El cogió un cigarrillo de un cenicero que ella mo había visto antes, se lo llevó a los labios y le dio una corta calada, luego volvió a dejarlo en el cenicero. Sin dejar de mirarla, procuró soltar el humo en otra dirección.
—Hoy te vi— manifestó el hombre. Hermione frunció el ceño, mientras tomaba su vaso y comenzaba a acercarlo a su boca.
—¿Cuándo?— quiso saber y bebió del licor ambarino. Era tan fuerte que tuvo que hacer un esfuerzo para mantener el gesto impasible.
—Hoy— respondió él, y ella ladeó la cabeza, alzó las cejas y apretó los labios—. En la mañana, cuando fui al banco.— Hermione bebió un poco más.
Una suave canción de blues se escuchaba, proveniente de una antigua y olvidada rocola, probablemente de los años cincuenta. Un piano y una armónica imponían un ritmo tranquilo, casi seductor.
—Yo no te vi— repuso la mujer.
—Ya lo sé— dijo Snape, relajado, al tiempo que cogía el cigarrillo y lo aspiraba una última vez, antes de apagarlo contra el cristal del cenicero—. No parecías estar teniendo un buen día— comentó luego.
Hemos resopló y dejó el vaso en la barra con un golpe.
—No me digas— escupió con desdén. Él apoyó la barbilla en un puño cerrado y, con gesto divertido, se la quedó viendo—. No sé qué mierda estoy haciendo con mi vida— declaró Hermione, frotándose la frente.
—Supongo que lo mismo que todos: sobrevivir— dijo Severus, provocando que ella riera de forma amarga y sarcástica.
—Qué alentador.— Hermione observó su vaso unos instantes, considerando seriamente que emborracharse era una buena idea. Después de pensarlo un poco más, bebió su contenido en dos grandes sorbos—. Era mejor trabajar contigo— murmuró, mirando fijamente la manchada madera de la barra, para no tener que ver la expresión que sabría él estaría llevando en su rostro.
Severus hizo un ruido parecido a una corta risa que no fue más allá de su garganta. Aún recordaba con claridad las efusivas e hirientes palabras que la mujer le había dirigido el día que decidió renunciar. «Hijo de puta» fue lo más suave que le dijo.
—¿Tan malo es?— preguntó él. Hermione resopló otra vez, pidiendo otro vaso, con el mismo gesto de falsa naturalidad de antes, sólo que esta vez fue más creíble.
—Al menos me pagan mejor que tú— sentenció y compuso una mueca burlona. Él se limitó a mirarla y encender otro cigarrillo.
Ella observó detenidamente todos sus movimientos, un tanto aletargada por el cansancio, la frustración de un trabajo sin futuro, la música y ese fuerte licor que empezaba a subírsele a la cabeza. Debía ser esa la razón por la que había decidido no almorzar ese día: porque su subconsciente estaba empecinado en emborracharla.
Los labios finos del hombre humedecían ligeramente la boquilla del cigarro, se fruncían al aspirar el humo, mostrando algunas arrugas en el labio superior, y luego se entreabrían para dejarlo salir en una exhalación larga, mezclando el olor del tabaco con el alcohol y su aliento. Su dedo índice y corazón sostenían el cigarrillo de manera delicada y distraída.
—Nadie te obligó a trabajar conmigo— objetó Snape. Al terminar su propio vaso, pidió otro, levantando apenas una mano, con modos menos teatrales que ella.
¿Y qué hacía ella ahí? ¿Qué hacía ahí y por qué vestía de esa forma? ¿Desde cuándo utilizaba esa clase de vestimenta tan poco conservadora? ¿Qué quería conseguir enseñando toda su blanca espalda? Quizá nada, supuso. Ella no era lo que se dice una mujer de dobles intenciones. Era demasiado buena.
—No— convino Hermione con seriedad—, por eso te mandé a la mierda y renuncié.— Le dedicó una sonrisa irónica, y él, una ceja alzada.
—Y qué bien lo hiciste— aseguró Severus—. En serio, tengo que felicitarte. Nunca me habían mandado a la mierda de una forma tan espectacular.— Hermione cerró los ojos, riendo—. Tu repertorio de insultos es verdaderamente fascinante.
—Y eso que soy una niña buena— dijo Hermione, bebiendo un poco más.
—Quién lo hubiera dicho— masculló él.
Ahora la rocola reproducía una canción lenta, interpretada posiblemente por un dotado artista negro de New Orleans. Hermione pensó que era la clase de música que ponían en esas películas para adultos que pasaban por la televisión a altas horas de la noche y que ella había visto un par de veces cuando no podía dormir.
—¿Qué es esta música de película porno?— preguntó con naturalidad. Lo oyó soltar una carcajada bastante espontánea y se giró para mirarlo, atónita.
—No imaginaba que supieras de esas cosas— expresó Severus, todavía con esa excepcional sonrisa en su rostro. Hermione lo había visto sonreír antes, con malicia o sarcasmo, pero nunca con diversión. Pensó que sus ojos adquirían algo de belleza. Sus ojos sonreían lindo.
—¿Por qué no? ¿Las mujeres no tenemos derecho a ver porno también?— quiso saber, imponiendo un tono de voz duro e indignado.
—Tienen todo el derecho que quieran— replicó él, mientras le daba otra calada al cigarrillo y soltaba el humo lejos de la cara de ella—. Me refería a ti específicamente.
"A la perfecta Hermione Granger, por supuesto", pensó Hermione con absoluta molestia. Se tapó los ojos con una mano y suspiró.
—Ya deja eso— pidió, impaciente—. Estoy harta de ser la "señorita perfecta". De verdad.— Descansó la cabeza en una mano, moviendo el vaso y viendo cómo el líquido hacía círculos en su interior.
—Entonces, no sigas siéndolo— dictaminó él con soltura. Ella lo miró de soslayo y soltó aire por la boca.
—Como si fuera así de fácil...
—¿Por qué te importa tanto lo opine la gente de ti?— la recriminó Snape.
—No me importa— se defendió ella, aunque no sonó tan convencida como hubiese querido—. En serio no me importa— añadió apresuradamente, ya que él la miraba con las cejas alzadas y un asomo de sonrisa jactanciosa.
—Ya... ¿y cuándo tengo que empezar a creerte?— Hermione exhaló con fuerza y enderezó su espalda.
—De acuerdo: sí me importa— reconoció al fin, levantando las manos—. Pero es que no todos somos como tú... No es tan fácil.— Él inspiró y miró a otra parte, con aire pensativo.
—Eso no es cierto, Granger— repuso, clavando de nuevo su mirada en la de ella—. Sólo tienes que intentarlo.
—¿Y crees que no lo intento?— espetó Hermione, ofuscada, y bebió todo el contenido de su vaso. Esta vez, el licor descendió por su garganta sin que tuviera que evitar poner cara de desagrado.
—Apuesto algo a que no lo haces.
—¿Qué sabes tú? No tienes idea.
Realmente odiaba que él tuviera razón. No podía cambiar así como así. Llevaba años comportándose como el mundo esperaba, haciendo lo que debía hacer, controlándose para no romper su imagen. Y todo eso ¿para qué? Para acabar tremendamente frustrada y reprimida.
Siempre pensó que la confianza llegaría a ella algún día. Al principio, creía que sería al terminar la escuela; después, cuando consiguiera un empleo y se independizara. Pero de eso varios años, y la inseguridad, la estúpida y absurda inseguridad continuaba ahí, coaccionando su vida.
—Ilústrame— pidió Snape, que se quedó esperando con total paciencia una de las consabidas explicaciones detalladas y memorizadas de Hermione.
Ella bajó los hombros, su cara era de hastío en estado puro. ¿Qué le iba a decir? ¿Que su vida no era lo que ella había esperado cuando era más joven? Eso era obvio, y seguramente él ya lo sabía. ¿Que lo único que quería era renunciar y dedicar su vida a escribir novelas románticas muggles? Ni ella era capaz de admitir que ese era el sueño de su vida. Porque ella era muy lista, ¿para qué iba a desperdiciar todas sus aptitudes en algo que quizá nunca le traería estabilidad económica... pero sí emocional?
Eso no era lo que se suponía que debía hacer. Ella era brillante. Todos esperaban que llegara a ser Ministra de Magia algún día. ¿Cómo iba ella a decirles que eso era lo último que quería? ¿Cómo podía convencerse a sí misma?
Incluso se encontraba en un noviazgo desganado sólo por costumbre. Ron y ella eran incompatibles, ambos lo sabían, pero continuaban juntos porque seguir con la farsa era más cómodo que cambiar las cosas. Estaban bien establecidos en su amor ficticio.
—Todos esperan grandes cosas de mí— logró articular pasados unos segundos. Había vuelto a ocultar los ojos detrás de su mano—... y ya no quiero estar a la altura de sus expectativas.
—No estás obligada— terció Severus. Su voz tranquila logró hacer que Hermione se sintiera comprendida y escuchada. Él aplastó el cigarrillo contra el cenicero, apoyó los codos en la barra, se inclinó levemente hacia ella y preguntó:—. ¿Qué es lo que quieres hacer?— Ella se quitó la mano de los ojos y encontró los negros de él, mirándola de cerca y con intensidad—. Sé honesta.— Hermione descubrió entonces que no tenía ganas de mentirle. No a él.
—Quiero escribir novelas románticas— confesó, hablando rápidamente, como quien cuenta un secreto muy vergonzoso. Esperaba que él se riera de su estúpido sueño, sin embargo, Snape sólo la observó por largos segundos, manteniendo el semblante serio de siempre.
Severus tomó algo de distancia, mientras la recorría con mirada evaluadora. Resultaba que, al fin y al cabo, Granger sí tenía un sueño, una pasión. Qué desolador fue escucharla hablar con tanta vergüenza. Nadie debía hablar así de sus sueños. Menos ella. No ella.
—¿Y qué tiene de malo?— inquirió, y Hermione sonrió con pesadumbre.
—No puedo hacerlo— sentenció ella con una resignación dolorosa—. Se supone que debo lograr cosas extraordinarias... Escribir novelas no me llevará a ninguna parte, es sólo una pérdida de...
—Granger— la atajó Severus, elevando un poco la voz para eclipsar la de ella—. ¿Estás escuchando lo que dices?— Hermione se quedó callada y lo miró, atónita, como si recién se diese cuenta de sus palabras—. ¿Le encuentras algún sentido a lo que dices?— En ese momento, un animado piano provenía desde la rocola, junto a una voz femenina que le hizo pensar a Hermione en bailarinas con sostenedores en los muslos, bailando abrazadas por los hombros y alzando las piernas al mismo tiempo.
—No— contestó, sorprendida de su propia respuesta—. Son las mismas excusas de mierda que me repito cada día... Son sólo excusas...
—No puedes seguir viviendo así, Granger— masculló Severus. Al momento, levantó una mano, enseñando dos dedos, para que les sirvieran dos vasos más. Encendió otro cigarrillo, tratando de no pensar en la tos horrenda que tendría al día siguiente—. Algún día vas a colapsar... y eso será mucho peor... Créeme que sé de lo que hablo.— Hermione suspiró, reflexionando largamente.
Snape tenía toda la razón del mundo. No quería envejecer y ser una desdichada por siempre... y eso era lo que seguro le pasaría si no cambiaba el rumbo de su vida.
Pero ¿cómo empezar?
—¿Me das uno?— preguntó, indicando la cajetilla de cigarros. Severus se la acercó, deslizándola por la barra con un dedo.
Hermione no solía fumar, pero esa noche se sentía especialmente propensa a los hábitos autodestructivos. Por lo que sacó un cigarrillo, Snape accionó un encendedor y le tendió el fuego para que ella pudiera prenderlo. Hermione caló una buena cantidad de humo, lo retuvo en sus pulmones un segundo e, imitando la cortesía anterior de él, lo dejó salir hacia un costado para no darle en el rostro; un acto un poco inútil e irónico, dado que ambos estaban fumando.
—Tienes razón— le concedió ella, cansada—. Soy una desgracia.— Severus chasqueó la lengua.
—No exageres.
—Es verdad— insistió Hermione, dejando caer la ceniza entro del opaco cenicero de cristal envejecido—. Siento que no he hecho nada con mi vida este último tiempo.
—Pues empieza a hacer algo— expresó Severus de manera irritada.
—Permíteme quejarme un rato, ¿quieres?
—Es lo único que has hecho desde que llegaste— objetó—. Me aburre la gente que sólo se queja y no busca soluciones.— Hermione apartó la mirada, dolida. Lo que le faltaba, que Snape la regañara—. ¿Quieres cambiar, Granger? Empieza a hacerlo ahora— dijo él, golpeando la barra con el dedo índice—. No mañana ni el próximo lunes... AHORA.
—¿Cómo?— preguntó Hermione con voz débil, atemorizada.
—¿Qué se yo?— respondió Snape, encogiéndose de hombros—. Renuncia, ponte a escribir... Haz algo. ¿O esperas que te caiga un regalo del cielo?— Se quedó callado un momento, mientras ella negaba lentamente con la cabeza—. Despierta, actúa y deja de quejarte, ya no eres una mocosa.
Las palabras de él eran crudas, dolían, le golpeaban el corazón... pero también le abrían los ojos. Era cierto. ¿Qué diablos estaba esperando? Claramente no ocurriría un milagro de la nada... ella tenía que hacer el milagro y, valga la redundancia, ése era el milagro. O tal vez era la realidad que le enrostraba Snape.
Sus ojos se elevaron, buscando la mirada de él, pero no la encontró, porque estaba concentrado bebiendo. Su ceño estaba fruncido, como si de verdad le enfadara la falta de reacción de ella frente a sus problemas.
Lo miró por largo tiempo. Deseó profundamente ser un poco como él. Tener la fuerza con la que había enfrentado su vida, sus agallas, su inquebrantable y aguerrido espíritu. Quiso que él pudiera transmitirle algo de la confianza que tenía en sí mismo. Lo admiró. En ese momento, lo admiró más que a nadie.
Sí, había sido un cretino con ella, tanto como profesor como jefe, pero tenía sus cosas buenas. Sus verdades eran como bofetadas para despabilar. La misma historia de su vida era una esperanza. La esperanza de que nada estaba perdido si se era lo suficientemente valiente para luchar por ello. Que había que luchar hasta el literal último aliento por las cosas que se querían.
Él podría haberse rendido... pero no lo hizo. Y ella como una idiota dejando que la vida pasara. ¿Cómo no lo había visto antes?
La comparación con Ron fue inevitable. Ron. Que había crecido eclipsado por sus hermanos, luego por Harry, siempre se quejó de ello, sin embargo, nunca se esforzó realmente por resaltarse a sí mismo, por tener la confianza suficiente para creer en él. Ron era bueno, no iba a negarlo, pero no era para ella. Ella no tenía un prototipo de hombre, la madurez le había enseñado que las apariencias no eran lo suyo, pues lo que había detrás era lo realmente importante. ¿De qué le servía alguien atractivo pero vacío?
Snape era interesante. No por ser especialmente simpático, sino por su vasta experiencia. Tiempo atrás, tuvo el privilegio de lograr mantener una conversación normal con él (normal y corta), y se descubrió sorprendida ante la fluidez con que pudieron expresarse.
Detrás de las apariencias, Snape y ella podían llevarse bien. Por eso no creía en ellas.
—¿Puedes ayudarme?— La pregunta se escuchó como un ruego sincero. Severus giró la cara con lentitud, y Hermione tuvo el valor suficiente para mostrar la vulnerabilidad que había escondido durante todos esos años.
—No sé qué pretendes que haga— refutó él, sacudiendo la cabeza.
Hermione se acariciaba el labio inferior con el pulgar, antojada de una idea loca que la había rondado más de una vez cuando trabajaba en el ministerio bajo las órdenes de Snape. Cuando el sonido autoritario de su voz dejó de parecerle detestable, sino varonil; cuando sus ojos se deslizaron instintivamente a la zona debajo de su cinturón y se vio a sí misma haciéndose preguntas pecaminosas; o cuando fue la mirada de él la que se desvió a sus pechos un día de mucho calor.
—Para empezar— Dios, sabía que era una completa locura—, quiero portarme mal... como dije antes.
Severus estaba inmóvil, mirando, esperando. Pensando.
El cigarrillo de Hermione se había consumido por completo, convirtiéndose en un cilindro de ceniza, puesto que sólo le había dado una calada. El de Snape, por otro lado, estaba a la mitad.
Hermione se lo quitó de los dedos con suavidad y se lo llevó a los labios. Percibió la humedad que dejaron los labios de él en la boquilla, y disfrutó de ello cada segundo, al mismo tiempo que aspiraba. Él la observaba como hipnotizado. Ella lo mojó un poco con su lengua, antes de devolvérselo. Severus lo recibió y, sin reflexionarlo, lo puso entre sus labios. Sentía cómo un calor inmoral le bajaba por el vientre. La saliva tibia de ella era fue como fuego en su boca.
¿Por qué había hecho eso? ¿Se habría dado cuenta alguna vez de su mirada espía sobre su cuerpo? ¿O de lo prohibido escondiéndose detrás de algún insulto? Él procuró portarse correctamente ante lo imposible. Y ahora que lo imposible se iba volando por la ventana... lo correcto le seguía el vuelo.
El piano del blues volvía a ser lento y sugerente. O al menos lo fue para ellos.
—Te puedes arrepentir— avisó él, y ella supo que sería la única advertencia que le haría, la única oportunidad que le daría para retractarse de una proposición que no se había expresado.
Por alguna razón, a Hermione no le extrañó que Snape no se negara. Pero, lógicamente, debía haber una razón... sólo que en esta ocasión ella ya sabía cuál era.
Él también, por supuesto.
Y aunque la moral quería imponerse por sobre sus deseos, no se lo permitió. Había sido una mujer con moral por mucho tiempo, y aquello sólo la había llevado a la insatisfacción.
Ya no más.
—Podría vivir con eso— repuso Hermione—... o podrías ser tú el que se arrepienta.— Cogió su vaso y bebió concienzudamente lento.
—Lo dudo— susurró él con voz ronca. Comenzaba a sentirse ridículamente nervioso. Carraspeó y agregó:—. Tú eres la que se arrepiente cuando toma decisiones que me involucran a mí.— Hermione rió suavemente.
Entendía que Snape podía estar dispuesto a aceptar alguna clase de propuesta impúdica de su parte (por impresionante que pareciese), pero ella tendría que esforzarse un poco más. En realidad, quería tener que esforzarse un poco más. Tal vez pudiera lograr que fuera él quien ya no se resistiera.
La idea era encantadora: domar a la serpiente.
—No puedes culparme— habló ella—. Eras odioso a niveles inaguantables.— Ahora él rió. Ella pensó que no había oído su risa lo suficiente.
—Es el precio de trabajar conmigo.— Hermione sonrió y frunció el ceño al mismo tiempo.
—Lo dices como si fuera un privilegio.— Él se encogió ligeramente de hombros.
—¿Y no lo es?— retrucó. Hermione sacudió la cabeza sin dejar de sonreír. Lo era, desde luego, pero no iba a decirlo.
—Tu ego es increíble— comentó ella, lejos de pretender halagarlo. Él sonrió de lado y se inclinó unos centímetros, acercando su cara a la de la mujer.
—Matarías por tener un poco de mi ego... admítelo— murmuró, viéndola a los ojos. Hermione volteó apenas y pudo sostenerle una mirada desafiante.
—Yo sí tengo... Solamente no me gusta refregárselo en la cara a las personas.— Severus se alejó, irguiendo su espalda.
—Ese es tu mayor problema, Granger— dijo con total convicción—: tu falta de confianza en ti misma.— La sonrisa de Hermione desapareció al instante; acababa de darle en su punto débil.
—No es así— negó ella, tratando en vano de ocultar su incomodidad.
—Lo que digas...— Snape volvió su atención al vaso. Ignoraba que su declaración había calado muy hondo en ella, que la había sacudido por dentro de una forma insospechada.
—Estoy dispuesta a cambiarlo— sentenció Hermione. Necesitaba coraje, y sólo el alcohol contenido en su vaso serviría. Dio un sorbo grande, llenando su boca y tragando de una vez.
—Quiero ver que lo hagas— la provocó él.
Se mantuvieron una mirada cargada de significado. Sus cuerpos no llegaban a tocarse, pero casi podían sentir el calor que emanaban. Como si un soplo de viento hubiese pasado entre ellos de repente, llevando a cada uno el aroma y la esencia del otro.
—¿De verdad me ves como una niña buena?— quiso saber Hermione. Tenía una leve sensación de adormecimiento en la lengua.
Severus realizó un gesto reflexivo.
—Sí— respondió luego, tajante.
No mentía. Granger había demostrado tener una desbordada valentía y una inteligencia fuera de lo común, pero también había demostrado ser una persona absurdamente correcta. En el tiempo que trabajaron juntos, Snape pudo conocerla mejor, y no le cabía ninguna duda de que Hermione era la clase de persona que prefería hacer lo que era correcto, aun si debía dejar a un lado sus verdaderos deseos. Por lo menos en la actualidad, porque de adolescente, solía romper las reglas y meterse en problemas con esos amigos suyos.
Aunque, realmente, la rebeldía nunca había sido uno de sus rasgos más distintivos.
A veces, cuando era su jefe, había esperado que ella fuese más inconformista, que dejara de recitar de memoria los conocimientos que había grabado de los libros y le soltara lo que pensaba. La única vez que lo hizo fue ese día que lo mandó al diablo. Él se había quedado pasmado tras su escritorio, y ella, al salir atropelladamente, no pudo ver la sonrisa placentera que cruzó por su rostro.
Le había gustado esa Granger, no podía negarlo. La fiereza de sus ojos y el descaro de sus palabras consiguieron apabullarlo.
Daría lo que fuera por verla así otra vez.
—Eso no es del todo cierto, ¿sabes?— dijo Hermione—. Queme comporte así no significa que esté a gusto con ello.
—Te diré lo que pienso, Granger— expresó Snape, al tiempo que se acomodaba en su asiento para mirarla de frente. En el movimiento, su rodilla rozó el muslo semidesnudo de ella. Ninguno dio señales de haberlo notado—. Pienso que ya eres bastante mayorcita como para que te siga importando la opinión de los demás.— Hermione lo escuchaba atentamente, recargando el mentón sobre la palma de la mano—. No le debes nada a nadie... De hecho, son ellos los que están en deuda contigo. Y si no cumples con sus "expectativas"— siguió, haciendo comillas en el aire con los dedos—, que se jodan. Es tu vida— hizo énfasis en la palabra "tu"—, y la estás arruinando para satisfacer las aspiraciones que otros tienen sobre ti. No lo hagas. Es el peor error que podrías cometer.
Hermione apartó la mirada y la dejó perdida en la nada. Recién se percataba de la magnitud de sus decisiones, de lo estúpida que había sido al querer llenar las expectativas del mundo, olvidándose de sus propios sueños.
Si era tan inteligente como presumía, ¿cómo había permitido que aquello sucediera? ¿En qué momento cedió el control de su vida? ¿Por qué? Por algo tan ridículo como la aceptación de los demás; algo que había ansiado con desesperación cuando supo que era una bruja, pero a lo que ahora no le veía ningún sentido.
¿Y cómo era que Snape había terminado siendo su consejero personal?
"El profesor Snape", se corrigió mentalmente, sonriéndose.
Suspiró profundamente y lo vio a los ojos. Él la observaba en silencio, al parecer satisfecho por haber logrado dejarla callada.
—En parte, es tu culpa que yo sea así— lo acusó Hermione, en tono calmado y con el mentón todavía descansando en su mano.
Severus rió brevemente ante eso.
—¿Qué? ¿Ahora yo tengo la culpa?
—Sí— aseveró ella, segura. Se enderezó y lo miró, alzando apenas la barbilla—. Tú fomentaste mi inseguridad.— Él volvió a reír con incredulidad.
—No vuelques tus frustraciones en mí, Granger— manifestó, mientras se apuntaba a sí mismo.
—Sólo digo la verdad— persistió Hermione—. ¿O es que piensas que todos esos años de desprecios y humillaciones no tuvieron consecuencias?— Alzó una ceja para remarcar sus palabras. Snape entreabrió los labios, pero no dijo nada—. Me heriste muchas veces... Aún recuerdo tu frase "no veo la diferencia" cuando Malfoy hechizó mis dientes.— Hermione pensó que él se reiría, sin embargo, no fue así—. ¿Cómo crees que me sentí? ¡Tenía quince años!
Severus desvió sus ojos y se rascó la mejilla. De repente se sintió culpable. Quizás ella tenía razón. Recordaba ese comentario, había sido una burla gratuita, y bastante hiriente, para que ella no la hubiese olvidado. Sin mencionar el sinnúmero de oportunidades que él no desaprovechó para humillarla frente a sus compañeros... sólo por ser inteligente, sólo por confiar en sus conocimientos.
—¿No tienes nada qué decir?— inquirió Hermione, inclinándose y curvando sus labios en una sonrisa victoriosa.
—Sí, está bien— admitió Snape—. Acepto mi parte de la culpa.— Ella ensanchó su sonrisa, por lo que él añadió rápidamente:—. Pero tú tienes que aceptar la tuya.
—Es lo que estoy haciendo.— Bebieron lo que quedaba en sus vasos a la vez.
Ahora la rocola emitía la música lenta de una guitarra eléctrica. Hermione se sentía como si fuera parte de una película antigua con final indecoroso. Aquella sensación se acrecentaba ante el hecho de que la mayoría de los consumidores del bar tenían aspecto de ser borrachos asiduos y prostitutas. Le pareció adecuado para el tipo de noche que estaba teniendo, porque sus pensamientos y su imaginación estaban desatados y ya no le importaba ni se esforzaba por controlarlos. Una vez vista la posibilidad de descarriarse, toda cordura se había desvanecido.
Resultaba tan irónico que fuese Snape quien la impulsara a perseguir sus sueños que no fue capaz de contener una risa. Él la miró con intriga, frunciendo el ceño.
—¿Y ahora de qué te ríes?— preguntó con cierta confusión.
—No, de nada— dijo ella, al tiempo que, sólo por hacer algo, bebía las últimas gotas que quedaban en el fondo de su vaso. Severus seguía mirándola, esperando que respondiera a su pregunta. Hermione dejó el vaso en la mesa, se humedeció los labios, sintiendo los rastros de licor en ellos y habló:—. Es que... es muy raro esto...
—¿Qué?— quiso saber el hombre. La piel descubierta que dejaba ver el vestido de ella comenzaba a distraerlo. No quería, pero sus ojos se desviaban hacia el escote y las piernas de la mujer cuando ella no se daba cuenta.
—Todo— manifestó, encogiéndose de hombros—. Estar aquí... Que estés tú aquí... dándome consejos de vida.— Snape resopló y rodó los ojos. Hermione sonrió.
—Sólo estoy señalando lo obvio.
—Es igual— repuso ella. En un atrevimiento que en otros tiempos le hubiera costado muy, muy caro, posó su mano en el antebrazo de Snape y lo acarició sutilmente con el pulgar—. Te lo agradezco— murmuró.
Él estaba paralizado viendo la mano de Granger acariciar su brazo. Siempre pensó que sus manos eran agradables, pequeñas, delicadas. Suponía que eran suaves por cómo se veían, porque nunca las había tocado. Su espalda también parecía ser suave... y sus piernas.
—No me agradezcas aún— expresó Severus, dirigiéndole una mirada penetrante.
Ella apretó los labios y detuvo la caricia, pero dejó la mano encima de su brazo. Sintió un cosquilleo en el pecho y el bajo vientre cuando los ojos de él descendieron sin recato hasta su escote. Fue un gesto muy pequeño, solamente un segundo, pero logró dejarla ruborizada y sin respiración. Snape lo había hecho a propósito, porque si ella se tomó la descarada libertad de tocarlo, él tenía permitido tomarse las propias. Y en mirar no había pecado.
Ser motivo de deseo para ese hombre era algo inquietante y emocionante a la vez. Se sintió realizada, como si hubiera cumplido uno de los grandes objetivos de su vida.
La verdad era que Snape le causaba mucha curiosidad, sobre todo en el aspecto físico. En alguna ocasión, trabajando con él, se preguntó si sería un buen amante. Al principio se decía que no, que no lo creía posible... pero después de conocerlo un poco más, llegó a estar casi segura que sí. Con su porte masculino, sus ademanes controlados y su actitud imperturbable, daba la impresión de ser un hombre fuerte y que podía manejar a su gusto cualquier situación.
Hermione era consciente de ser propensa a sentirse atraída por hombres mayores (Viktor Krum fue la primera prueba de ello). Eran maduros, interesantes... experimentados.
¿Cuánta experiencia tendría Snape?
En ese instante, quiso ansiosamente saber la respuesta.
—Así que...— Las palabras de él la sacaron de sus pensamientos. Hermione se giró; tenía las mejillas calientes—. ¿Todavía quieres portarte mal?— Él la miraba de reojo con una seriedad pasmosa.
No tenía sentido.
¿Cómo podía ser que tan sólo su voz hubiese conseguido excitarla? Los repentinos impulsos de su cuerpo traicionaban a la novia fiel. Ella jamás había engañado a Ron, aunque ocasiones no le habían faltado. Creía creer que él tampoco. Sin embargo, no pondría las manos al fuego por ello.
Hermione no supo qué diablos decir. Un pequeño jadeo escapó de sus labios, y Severus sonrió de lado.
Él realmente tenía muchas ganas de volver a ver a la Granger atrevida e indomable. Ya casi podía adivinarla detrás de sus ojos castaños: su expresión estaba cambiando, se estaba volviendo más fiera. Severus estaba seguro que faltaba muy poco para que la leona sacara sus garras... y él quería estar presente cuando sucediera.
—Bueno... ya me voy— anunció él de pronto. Hermione parpadeó un par de veces. No podía dejarla así. No podía simplemente irse.
Severus se levantó, buscó en sus bolsillos y soltó sobre la barra algunos billetes, los suficientes para pagar por los dos. Ella estaba demasiado aturdida como para reprochárselo.
—¿Tan pronto?— cuestionó cuando pudo recuperar la voz. ¿Cómo decirle que se quedara o que la llevara con él sin parecer una mujer fácil?
—Sí. No es bueno este sitio.— Dio un par de pasos y paró justo detrás de ella, que se quedó de piedra y aguantó la respiración en el momento que él rozó su cintura con una mano, se acercó a su oído y susurró:—. Sé de otro mejor.
Hermione todavía sentía su aliento tibio en el cuello cuando Snape se fue. El lugar donde había puesto su mano parecía quemar. Toda ella quemaba. Una pulsación en su cuerpo le reclamaba la lejanía del hombre.
Reaccionó luego de unos segundos, y sólo entonces se percató de que había un pequeño pedazo de pergamino en su pierna. Lo tomó con lentitud y leyó.
Tal vez sí fue mera casualidad haber coincidido. O tal vez fue el destino el que lo ocasionó.
Fuese lo que fuese, Hermione ahora estaba dispuesta a creer en cualquier cosa, porque la nota de Snape había roto todos sus esquemas.
Se puso de pie con algo de dificultad. Le temblaban las piernas. Apenas podía respirar.
Sabiéndose observada de forma lasciva por los hombres del bar, caminó con dignidad hacia la salida. Disfrutaba de las últimas notas del blues que transmitía la vieja rocola.
Afuera ya no llovía.
"Qué casualidad", pensó.
También resultó ser una gran casualidad que a tan sólo una calle de distancia hubiera un baño público. Desde él, podía llegar fácilmente a su lugar de destino. Era casi como si Snape lo hubiera planeado...
Hermione se mordió el labio, nerviosa. Su corazón palpitaba como loco.
Comenzó a andar entre faroles parpadeantes y edificios oscuros. El sonido de los automóviles a lo lejos le traía algo de realidad a su mente; le ayudaba a recordar que no estaba soñando.
Muchas preguntas acudían a ella. Snape fue su profesor, luego su jefe, era mayor... mucho mayor, sin embargo, la figura de autoridad que imponía resultaba perversamente atractiva para Hermione, no podía evitarlo. Su sentido de la moral rasguñaba su pecho incansablemente... pero ella ya no tenía ninguna intención de hacerle caso.
¿Era correcto? Ya no importaba.
¿De verdad quería hacerlo?
... sí.
Luego, una duda menos profunda pero igual de abrumadora. Se mordió la uña del dedo meñique cuando se lo preguntó: ¿y si Snape lo tenía pequeño?
Se abochornó tanto de sólo pensarlo que un calor sofocante trepó por su cuello y rostro.
Ojalá que lo que le mostraron sus ojos imprudentes al aventurarse y espiar el pantalón del hombre no mintieran. Tenía muchas esperanzas puestas en él. Confiaba en que no la decepcionaría... en ningún sentido.
Abrió la puerta del baño de mujeres, entró y cerró tras ella. Divisó el primer cubículo y caminó con seguridad, pese a que todo su cuerpo temblaba.
Sus pies permanecieron secos cuando los metió adentro del retrete. Sin titubear, tiró la cadena. Giró sobre sí misma y se internó en un largo tobogán. Un par de segundos después, se encontró en el vacío vestíbulo del ministerio de magia.
Fue una causalidad que no hubiera guardias patrullando. Hermione realizó un camino conocido de memoria; sus tacones de oficinista hacían eco en la soledad de los pasillos.
Mientras más avanzaba, menos se arrepentía de su decisión. Sentía como si por fin estuviese avanzando hacia su liberación. Caminaba hacia un error inexorable. Un error que ansiaba cometer. Quería que lo prohibido la engullera y que el arrepentimiento se hiciera un festín con ella. Porque había descubierto que la calma no era un síntoma de vida. Ahora entendía que una mancha en el papel era a veces mejor que unos antecedentes impecables. Que el fin del mundo era dejar las pasiones dormidas.
«Severus Snape, DIRECTOR», rezaba la placa de brillante metal en la puerta. Hermione se permitió un momento para contemplar el nombre de él. Le gustaba cómo sonaba su nombre. Las eses le otorgaban expresividad y misterio. Sólo él era merecedor de un nombre así. Era el siseo de una serpiente extraordinaria.
Inspiró hondamente, una sonrisa incontenible surcó sus labios y, sin molestarse en llamar, abrió la puerta, sabedora de que del otro lado encontraría a la única persona que era capaz de cambiar su mundo. Qué bien que esa persona estaba dispuesta.
Snape estaba de cara a ella, a unos cuantos metros de distancia, apoyado en una mesa e iluminado únicamente por dos antorchas en la pared a su espalda, causando una ilusión de contraluz que le daban un aspecto de llamativo riesgo. De encantador peligro. Compuso un gesto parecido a una media sonrisa y dijo algo que bien podía interpretarse como un saludo y una despedida al mismo tiempo:
—Buenas noches, niña buena.
FIN
Martes 11 de junio, 2019 - Miércoles 21 de junio, 2019.
Lyon, Francia.
Quizá esto sea sólo una excusa para la consciencia.
