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Planeta Vegetasei
Se había prometido no apartarse de su lado, pero al ver a Reiss del otro lado de la puerta con una sonrisita extraña en el rostro sintió cómo sus pies se movían por sí solos hacia la salida. Tarble seguía allí, mirando la capsula en la que estaba su hermano durmiendo con una mirada poco típica de él. Lo último que le había dicho le desagradó, pero no porque parecía no querer a su hermano mayor de regreso, sino porque daba lástima. Tarble le daba mucha lástima y eso estaba mal, no era la sensación que un saiyajin debía causar.
No perdió mucho tiempo pensando en él, salió rápidamente de la sala y se encontró con su guardia personal en el pasillo.
—Vamos a mis aposentos —le dijo, esperando que le trajera alguna novedad.
Cuando Reiss entró a la habitación de la princesa una muchacha joven se le acercó. Ninguna le prestó mucha importancia, la chica de piel canela hizo una reverencia y permaneció a su lado mientras Kore se sentaba en un taburete de terciopelo, frente a una mesa llena de gravados. Reiss vació una bolsa encima de la mesa y un par de cosas cayeron al suelo. Una esfera amarilla rodó hasta quedar debajo de la cama, pero ambas la ignoraron.
—Recoge eso Tess —ordenó Kore a la esclava.
De reojo, Reiss observó su escote y se distrajo al verla en cuatro patas, agachada en el suelo, estirando la mano sobre la cama. No fue hasta que Kore le dio un codazo sobre el abdomen que se giró a la mesa.
—¿Qué? ¿Para qué la vistes así si no quieres que nadie la mire?
—Suficiente tengo sacándole a los soldados de encima como para que tú te comportes así.
—Yo no le veo nada de malo, pero tu eres mi reina, tus deseos son órdenes.
—¿Qué es todo esto? —preguntó. Tomó un secador de cabello de apariencia obsoleta, raspado y sucio—. Son baratijas.
—Son las cosas que traía la humana.
—Esto no me sirve de nada.
—De acuerdo. Como tu digas… —contestó abriendo la caja de capsulas—. La humana dijo algo muy divertido, ¿sabes? —Tess regresó a la mesa y le extendió a Kore la esfera, pero ella volvió a dejarla sobre la mesa sin prestarle mucha atención—. Dijo que Vegeta le debe la vida, que él no estará feliz por el trato que está recibiendo. El descaro, puede ser débil pero esa mujer tiene agallas para decir algo así.
—¿Esa mujer salvando a Vegeta? ¿Mi Vegeta? Está delirando. Aún así no dejó de pensar en las circunstancias que la hicieron terminar en esa nave. Sólo él podrá responder a todas mis preguntas.
—Ahora que ya estás más tranquila, deberíamos darnos un tiempo para festejar tu matrimonio.
—¿No te alcanzó con la boda?
—Discúlpame si un montón de soldados y viejos ebrios no es mi idea de diversión. Anda, cuando Vegeta despierte todo esto no será más que un mal sueño. Gaela acaba de llegar al planeta, podríamos invitarla.
—No me uses como excusa para acostarte con ella, si quiere hacerlo hazlo.
—No te pongas celosa, sabes que sólo tengo ojos para ti.
Un llamado tímido sobre la puerta interrumpió su conversación. Tess se acercó en silencio y al empujar la pesada puerta se encontró con la esclava de cabello blanco que trabajaba en el área médica. Reiss se puso de pie y se colocó frente a ella.
—Hey… —le dijo suavemente, con media sonrisa en el rostro—. Puedes mirarme a los ojos.
—L-los informes que solicitó —contestó con timidez, extendiéndoselo.
La guardia tomó las páginas y antes de echarles una hojeada se giró a la princesa. Kore sintió un ligero escalofrío. Jamás pensó que con tan poco tiempo de casada tendría que estar lidiando con la idea de hijos bastardos de su esposo. Reiss aguardó con la puerta abierta.
—Afuera, todos.
Recibió los informes y Reiss salió sin decir palabra alguna. Sin embargo, aguardó del otro lado de la puerta, esperando. Cualquier orden que diera Kore en ese momento la podría meter en un grandísimo problema con el Rey, pero la verdad era que no le importaba en absoluto.
En la soledad de sus aposentos, sintió su estómago voltearse aún antes de comenzar a leer. La idea de que Hera habría lidiado con problemas similares en incontables ocasiones no le dio mucha esperanza. Si el príncipe Vegeta resultaba ser similar a su padre, ella estaría condenada a lidiar con tantos amoríos que no podría vivir en paz. Y siempre había pensado que él era diferente. Pocas historias había oído sobre él, no era de tener amoríos turbios, sólo un par de mujeres se habían jactado de haberse acostado con él, pero eso no les serviría al momento de competir por el derecho de casarse en la familia real. Sólo su poder determinaría tal derecho.
Ella era una saiyajin de raza pura, de una de las familias más antiguas del planeta. Su genética sin igual había sido finamente seleccionada. Por supuesto, no podría haber nadie que la iguale.
Sin embargo, no le sentaba bien verse envuelta en una situación así. Ella había sido educada para ser extremadamente cautelosa, no podía verse embarazada y darse el lujo de perder quizás un año de su carrera militar. Por lo tanto, no entendía cómo una mujer podía voluntariamente someterse a un proceso que le hiciera tan vulnerable, que la convirtiera en un recipiente.
El dolor sobre su abdomen se incrementó al leer las primeras líneas de aquel informe. A pesar de que se había convencido de que no sería posible que alguien tan débil pudiera gestar un saiyajin, la muchacha humana tenía una genética compatible con la de los saiyajin. Las posibilidades eran de un cien por ciento. No tenía ningún tipo de enfermedad y tenía aproximadamente veinte años. Su cerebro funcionaba mejor que la medida promedio para su especie, lo que a Kore no le pareció demasiado, seguramente eran especie subdesarrollada.
Y, luego de varias páginas de información que para ella era irrelevante, descubrió para su alivio que no sólo la mujer no estaba esperando ningún hijo de Vegeta, sino que además tenía un chip anticonceptivo sobre su brazo izquierdo.
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Fue difícil para él quedarse quieto, mantener un rostro de lo más estoico y no ser más que un mero testigo de la forma despiadada en que arrastraban a Bulma vestida en aquel desgastado camisón por el pasillo. Trató de no verla a los ojos, mientras ella no dejaba de gritar cada grosería que podía recordar. Raditz cerró los ojos por un momento y rogó que todos estuvieran teniendo un buen día y que esa gracia les permitiera perdonarle tan terribles insolencias. Cuando la dejaron en el suelo, de nuevo en aquella celda, Bulma se arrimó contra los barrotes y continuó gritando.
—¡Cuando Vegeta despierte desearán no haber nacido!
Los guardias desaparecieron por el pasillo, riéndose de las palabras absurdas que salían de la boca de Bulma. Raditz observó un reloj colgado sobre la pared. El otro guardia no había regresado, y él no se había presentado con su superior para su despegue, que probablemente ya habría sido suspendido. Si tenía que volver a cumplir funciones en palacio tal vez podría negociar con alguien la vigilancia de las celdas. Pero al ver a Bulma prendida de los barrotes se preguntó si sobreviviría la noche entera.
—Te dije claramente que te comportaras. ¿Tienes ganas de morirte? —le preguntó, cruzándose de brazos frente a ella.
—Tu no estuviste ahí, tú no viste cómo rompieron mi ropa y… ¡Me repugnan! ¡Todos los de tu especie! No son más que unos monstruos desalmados. ¡Jamás debí ayudar a Vegeta! Todo esto es su culpa, si no lo hubiera conocido esto jamás hubiera pasado.
—Sigues con eso… No pensé que fueras del tipo de mujer que dice mentiras.
—¡¿Por qué otra razón estaría aquí?!
Raditz suspiró, y aunque no le era posible creer una sola palabra que salía de su boca, tampoco podía responder al por qué de su presencia en Vegetasei.
—Bulma, no puedo hacer mucho por ti… Pero podría traerte algo de comer, no creo que te den un plato mientras estés aquí.
—¿Crees que estoy pensando en comida en este momento? Lo mejor que puedes hacer por mi es abrir esta celda y apuntarme en dirección a la nave más cercana. Pero necesito mis cosas. Esa mujer se llevó mi mochila, mis capsulas y mi secador de cabello están ahí.
—¿Esa porquería está en palacio? Si Reiss llega a usarlo… te hará su tapete.
—Tienes que traérmelo. Lo necesito para salir de aquí.
—No sé si pueda hacer eso.
—¡¿Por qué no?!
—Primero y principal, no es mi problema. Segundo, no voy a morir por ti. ¿Acaso tú lo harías por mí? Diablos, ¿lo harías por alguien? Nadie le huye más a la muerte que tú, Bulma.
—Entonces me dejarás aquí a mi suerte. Típico de ti.
—Dijiste que Vegeta iba a ayudarte —contestó haciendo una mueca al pronunciar su nombre—. Si algo de lo que dijiste es verdad y de alguna forma milagrosa le salvaste la vida, ¿crees que él va a admitirlo? En el momento en el que el príncipe se despierte se olvidará por completo de ti y de que tu lo hayas ayudado. ¿Tienes idea de lo vergonzoso que sería para un saiyajin, sobre todo el príncipe del maldito planeta, admitir que un humano insignificante le salvó la vida? No te das una idea de lo humillante que sería eso para él, quizás prefiera simplemente morirse antes que despertar y tener que decirlo en voz alta. Así que hazte a la idea, estás sola en este planeta.
El abdomen de Bulma crujió, interrumpiendo la conversación.
—Vegeta no hará eso…
—No creo que hayas sido tan buen polvo como para dejar por el suelo su imagen por ti. A menos que hayas hecho con él, esa cosa que haces con la lengua —se sonrió.
—Eres un cerdo. No te comportes como si no recordaras lo que hiciste.
—Creo que estás confundida sobre cómo se dieron las cosas —contestó, borrando su gesto divertido.
—¡Me abandonaste en ese planeta! Cretino… Que ni siquiera se te ocurra intentar convencerme de lo contrario. Al menos tu hermano tiene una excusa, es un idiota. Tú, en cambio, eres un mentiroso, traidor, hipócrita. Por eso debes creer que Vegeta actuará de la misma forma que tú, porque no puedes cumplir con tu palabra. Mujeriego, pedazo de basura.
—¿Y tú eres mejor? ¿Tengo que recordarte que te acostaste con el príncipe de los saiyajins quien además está casado? ¿O es que tu glorioso Vegeta no tuvo la dignidad de decirte que era casado? —Al hacer esa pregunta, Bulma se tragó sus palabras. Frunció los labios con fuerza y evitó su mirada—. No… él sí te lo dijo —se rio—, mierda. Él te dijo que era casado y aún así tu… Eres una descarada, Bulma. ¿Con qué autoridad puedes reclamarme algo a mí después de lo que tu hiciste? Después de decir todo lo que dijiste sobre los saiyajins vuelves a terminar en la cama de uno, eres todo un caso.
—En mi defensa… no sabía que era un príncipe…
—¿Te ocultó eso, pero no que estaba casado? Eso es extraño.
—De haber una razón. Pero ni siquiera me lo recuerdes, ese cretino debió haberme dicho la verdad. Lo detesto por habérmelo ocultado, ¡lo odio! —gritó, aferrándose con fuerza de los fríos barrotes—. Por cierto…
—¿Qué?
—¿Has sabido algo de él? ¿Sobrevivió?
Raditz se agachó, de cuclillas frente a Bulma le echó vistazo bajo la tenue luz anaranjada que iluminaba pobremente el ambiente. Tenía manchas de salpicaduras en el rostro y el cabello, algunos pedazos de algo seco adherido a las hebras azules de su pelo y un poco de sangre seca. Las uñas las tenía rodeadas de manchas negras, de cáscaras de sangre.
—¿Realmente lo ayudaste?
—Apenas pude sacarlo del planeta. Un sujeto horrendo le atravesó el abdomen… Vegeta logró matarlo de milagro.
No era fácil para él procesar lo que estaba viendo. Que la mujer que le había causado tantos desvelos estaba tan claramente acongojada por el bienestar del pequeño bastardo de Vegeta. Parecía una broma cruel, sin embargo, no soportaba esa forma en la que su rostro se fruncía al pensar en él.
—Vegeta es un tipo fuerte. Estará bien —dijo, intentando sonreír—. En cualquier momento despertará, pero no te confíes Bulma… Lo que sea que haya pasado entre ustedes dos allá afuera… no será lo mismo aquí.
—Lo sé…
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Ahora que él estaba estable, y sabía que la muchacha no esperaba ningún hijo suyo, pudo volver a la habitación en la que se recuperaba con más tranquilidad. La humana tal vez habría sido una pequeña diversión del príncipe mientras se encontraba fuera del planeta y eso a ella realmente mucho no le importaba. Después de todo, para un saiyajin como ella, no era más que una simple necesidad siendo satisfecha. Incluso se podría decir que estaba conforme con su esposo, por lo menos se había asegurado de no cometer ninguna estupidez mayor.
—Kore —Tarble interrumpió su meditación, entrando en la sala en medio de la noche—. Mañana en la noche llegará el rey. El Parlamento ya ha convocado una sesión extraordinaria.
—¿Una sesión? ¿Para qué? Vegeta aún no ha despertado.
—Lo sé, pero quieren saber qué pasó. Van a interrogar a la mujer que vino con él en la nave.
—¿Qué? ¿Vas a escuchar a una humana? Tarble, sólo el príncipe Vegeta puede decirnos la verdad. Esa mujer no ha dejado de decir disparates desde que llegó, ¿cuál es el caso?
—Bueno, no soy yo quien puede darte esas respuestas. Tal vez tu padre pueda decirte algo más concreto…
—¿Mi padre convocó la sesión?
—Sí, él y unos miembros más.
—N-no voy a cuestionarlo, si es que él considera que es pertinente escuchar a la humana… Pero es un desperdicio de tiempo. El rey tiene cosas más importantes de qué ocuparse, no es el momento.
—Mi padre ya ha aceptado, él también quiere escuchar lo que ella tiene qué decir.
—Se llevarán una sorpresa —contestó sonriéndose—. Vegeta se retorcería allí dentro si escuchara lo que esa humana está diciendo. Pero no quiero adelantártelo, Tarble. Dejaré que lo escuches por ti mismo. Quién sabe, quizás diga tantas tonterías que el mismo rey termine arrancándole la cabeza.
—No sería la primera vez… —soltó Tarble, recordando aquel suceso.
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Al final del día, no era tan malo estar en compañía de Raditz. Una vez que él se retiró y sólo regresó para darle una pequeña bandeja con comida comenzó a echarlo de menos. Todo en palacio se sentía más amenazador estando completamente sola. Afortunadamente en ese planeta no hacía frío durante la noche, no se sentía ni una brisa nocturna. No había más que un aire tibio recorriendo los pasillos y un silencio sepulcral, ocasionalmente interrumpido por el sonido de aquellas botas militares, deambulando en pasillos lejanos.
Tomó un pedazo de la carne seca y se lo metió a la boca. No sabía nada mal, de hecho, sabía demasiado bien para ser algo que Raditz hubiera preparado. Pero, aunque estaba hambrienta, no pudo tragar más de un bocado. Tomó un poco de agua y se rindió.
De alguna forma particularmente injusta había terminado nuevamente tras las rejas de un planeta extraño. Como si fuera un destino indefectible del cual no podría escapar jamás. Pero sabía que, si era paciente, eventualmente se daría la oportunidad, en algún momento se descuidarían y ella haría su escape.
Se sonrió con melancolía, le apenaba aún la idea de dejar a Vegeta atrás.
Unos pasos se acercaron y Bulma ocultó rápidamente la comida detrás de ella, pero aquella persona que ingresó por el pasillo, tan calmadamente, la ignoró por completo. Bulma alzó la mirada y a pesar de que sólo pudo observar su rostro por un segundo, se quedó cautivada por ese rostro etéreo. Debía ser la primera mujer saiyajin que encontraba tan bella, tan atractiva que incluso se sonrojó.
Tenía los ojos oscuros, como todos allí, pero los suyos tenían una forma rasgada y larga, pestañas frondosas y la piel de apariencia suave y tersa. Sus labios sin maquillaje eran de un tinte rosa, y sus pómulos altos. Pero, aunque le resultaba tan bella, su mirada reflejaba algo similar a la de Vegeta. Sus ojos eran fríos.
Dos ojos dorados se voltearon a ella, el animal que perseguía a esa humana movió la nariz. El gato negro que la seguía se detuvo tan sólo un instante y luego continuó su camino. Al verlo, Bulma recordó al viejo gato negro de su padre y desvió la mirada, intentando no caer en la melancolía.
La mujer vestida de túnica caminó por el pasillo hasta el final y se detuvo en la última celda, una que Bulma no llegaba a ver desde el sitio en el que estaba. De lejos, la muchacha observó a esa mujer y escuchó al mismo tiempo el repiqueteo de unas cadenas.
—El príncipe ha regresado al planeta —dijo y su voz se oyó dulce y femenina.
—¿El príncipe está con vida? —le cuestionó una voz cansada, se trataba de un hombre.
—Así es, pronto podrás recobrar tu libertad.
—No, no es así… Es mi culpa, yo debí estar ahí.
—Las imprudencias del príncipe no son tu culpa.
—Eso no cambia nada, yo debí estar a su lado. Jamás podré mirarlo a los ojos de nuevo, ni a su padre.
—Te prohíbo que hables de esa manera. Tú recuperarás tu sitio, sólo vine a decirte eso. Prepárate.
—Sí, señora —contestó tras un ligero titubeo.
Cuando la dama se giró para retirarse, Bulma volvió escondió su mirada. Pero aquella mujer no tenía intenciones de cruzar su camino con el de ella. Se retiró silenciosamente, con ese pequeño animal siguiéndole los pasos, y sólo logró despertar la curiosidad de la joven científica. Por la forma en la que se había dirigido a él y como él mismo se lamentaba, podría estar segura que se trataba de algún esclavo. Alguien que probablemente había sido perjudicado terriblemente por la desaparición de Vegeta.
Una vez que el sonido de sus pisadas desapareció, Bulma se dirigió a él.
—Oye, tú —le dijo, pero no recibió ninguna respuesta—. El de la última celda, ¿tienes hambre?
Los grilletes volvieron a repiquetear.
—¿Tienes comida?
—Sí, no tengo hambre y temo que, si alguien me encuentra con esto, meteré en problemas a la persona que me lo dio. Si quieres puedes comerlo —Deslizó por el suelo la pequeña bandeja, tal y como lo había hecho unas cuantas veces por Vegeta.
Un flashazo de aquellos encuentros volvió a colarse por su mente y un nudo se precipitó dentro de su pecho.
—¿Por qué me siento tan mal? —se preguntó, conteniendo con la palma de su mano aquella sensación asfixiante.
—Gracias… —salió de la última celda.
—No es por nada, cuando ambos estemos afuera te tocará invitarme la comida. ¿De acuerdo? —pidió, con la intención de quitarse esa horrible sensación del pecho.
—De acuerdo… —contestó no muy convencido.
—Pero te lo advierto, cuando me veas personalmente te darás cuenta de que soy una mujer muy hermosa. Ahora mismo tengo muchos problemas, así que no estoy interesada en tener una relación en este momento. Lo siento, pero no puedes enamorarte de mí.
No hubo ninguna respuesta a ese último comentario. Tal vez tendría que dejar de presentarse de esa manera, la última vez no había marchado del todo bien…
Y, a pesar de aquel pobre intento, la sensación continuaba abrazándose de su pecho. Aquel peso invisible le llenó de angustia. La verdad era que Bulma no podía dejar de pensar en él. En Vegeta.
—¿Realmente es posible que alguien pueda sobrevivir a una herida tan grave? O tal vez, Raditz sólo me dijo eso para que no me preocupara…
Mortificada por aquella idea, Bulma examinó los barrotes de su estrecha celda, tal y como había hecho en la prisión Belona. Pero esta vez tenía muchas menos herramientas para salir huyendo de ese horrendo sitio.
Además, al menos le hubiera gustado poder despedirse de él.
—¿Qué es lo que iba a decirme en aquel momento? —se preguntó al recordar ese momento en el que la llamó por su nombre, justo antes del ataque—. ¿Qué pretendías decirme, Vegeta?
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Su palma se elevó y la miró. Miró sus líneas y cayos, las asperezas de su propia piel, mientras el agua escurría entre sus dedos. Alzó la vista y la vio del otro lado del rio. La capsula que les había servido de hogar estaba situada pocos metros detrás de ella. Mientras que Bulma extendía una extraña red sobre el agua, intentando pescar algo comestible. Caminaba sobre la orilla con tanto cuidado de no mojarse que comenzó a sentir la urgencia de empaparla por completo, sólo para escucharla quejarse y gritarle hasta que no le quedara más opción que intimidarla hasta que se quedara sin palabras. Pero no tenía las fuerzas para hacer nada.
Estaba cansado. Suspiró mientras comenzaba a caminar en su dirección y ella lo miró de reojo. Soltó la red rápidamente y se acercó a él. Los pantalones se le mojaron pero lo ignoró y lo primero que hizo al tenerlo en frente fue poner una de sus pálidas manos sobre su frente.
La piel suave de su palma le acarició y él se quedó quieto, viendo esos ojos azules centellando bajo el sol de la mañana.
—Estás caliente —le dijo y él se encontró absortó en aquella forma en la que sus gestos cambiaban. Una línea se formó entre sus cejas contraídas, su aspecto preocupado le hizo alzar la comisura de su labio, quería sonreírse al verla tan preocupada.
—¿Te me estás insinuando? —le preguntó y torció una media sonrisa. Recordó entonces aquellos momentos en los que la acababa de conocer y ella le hacía ese tipo de comentarios con tanta naturalidad que le repelía.
—Hablo en serio, ¿te sientes bien? Deberías acostarte…
—Soy un saiyajin, mujer. Estoy bien.
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Su padre siempre le había regañado cuando lo encontraba fumando, torcía la mirada y soltaba un "tks", chasqueando la lengua sobre el paladar. Solía decirle que debía tratar de copiar sus mejores cualidades, no las peores. Y que si su madre llegaba a enterarse que había adquirido aquel horrendo hábito no le permitiría olvidarlo por el resto de su vida.
Tomó un cigarrillo que mantenía escondido dentro de una caja en su bota derecha. Al empezar el día estaba completamente convencido de que tendría bastante tiempo para fumar sin que su madre se percatara, pero ya no era el caso. Él ya no saldría en una expedición.
Había regresado volando rápidamente a casa, hurtado un poco de comida del refrigerador y salido antes de que alguien se diera cuenta. Afortunadamente no había nadie en casa. Y luego de dejarle la comida a Bulma salió caminando tranquilamente por las puertas delanteras de palacio.
Al menos la conmoción se había calmado. Había escuchado que el príncipe Vegeta se mantenía estable y que el rey estaba en camino, que no tardaría mucho en regresar. Pero simplemente no podía sacarse a Bulma de la cabeza.
Tal y como había hecho por la mañana, caminó de regreso a casa mientras fumaba un cigarrillo. Lo había pensado varias veces, sobre cómo ayudarle a escapar, pero ninguna idea se le venía a la cabeza, ninguna en la que no terminara implicado. Ella estaba rodeada de saiyajins y no era alguien que precisamente pudiera pasar desapercibida en un sitio así. Lo máximo que podía lograr era vestirla como una concubina, pero quizás eso acarrearía terribles consecuencias.
La verdad era que él no era el más listo del montón. Y en ese momento se lamentaba por no poder hacer algo por ella. Después de todo, le había fallado ya en una ocasión y jamás había logrado olvidarse de la mujer que había conocido en ese planeta olvidado. Kakarotto, por otro lado, jamás llegó a sentir remordimiento alguno. Él se había olvidado por completo de Bulma. No era un mal sujeto, sólo que no era el más confiable del montón.
Bueno, él mismo tampoco lo era.
El ruido y música que salía de una taberna no muy lejos de su casa le llamó la atención, era la misma a la cual su padre le había prometido llevarlo al volver. Le había prohibido entrar, le dijo que no sabía beber, y él no estaba muy seguro de a qué se refería. Pero al caminar por allí vio de lejos a un par de guardias y antes de cruzar la calle comenzó a arrepentirse de lo que iba a hacer.
—Ey, Raditz —lo saludó un muchacho mucho más delgado que él, con una cicatriz en el rostro y el cabello atado—. ¿Acabas de salir de palacio?
—Así es —le dijo y le ofreció un cigarrillo que el otro aceptó—. Jaken, ¿aún estás a cargo de asignar las guardias?
—Sí, es un fastidio. Todos siempre tienen algo qué pedirme… —contestó y vio el rostro incómodo de Raditz, suspiró y lo observó con cansancio—. ¿Qué vas a pedirme ahora?
—Bueno… verás… la humana que llegó con el príncipe...
—Aaah… ¿es eso? —se sonrió—. Laioth y Regan se encargaron de ella hoy, dicen que para ser pequeña está bien equipada. Si sabes a lo que me refiero… ¿Es eso? ¿Quieres que te asigne a su guardia?
Repentinamente la incomodidad que sentía al tener que pedir ese favor se fue tornando en otro sentimiento mucho más desagradable. Bulma le había llegado a mencionar algo sobre aquel incidente, pero no se lo había pensado demasiado. No hasta este momento, ya que el par parecía haber dado lujo de detalle sobre la mujer que habían desnudado a la fuerza.
Le tomó algo de trabajo quedarse callado y no empotrarle la cabeza sobre el concreto a Jaken. Pero logró asentir mientras apretaba la quijada.
—No te preocupes, te haré ese favor. Tal vez, si el rey nos da la orden podamos divertirnos un poco con ella. Te lo dejaré saber, aunque los muchachos ya pidieron el primer turno. Nos vemos luego —terminó, dándole una palmada en el hombro para meterse al bar.
Callado y solo, permaneció allí por unos cuantos segundos hasta quitar de su mente aquella imagen tan desagradable. Pensó que imaginarse a Bulma con Vegeta era de lo más asqueroso que había pensado en la vida, pero el idiota de Laioth y el engreído de Regan eran mucho peor que el príncipe.
Terminó por empujarse a sí mismo a regresar a su hogar, abandonado la calle atestada de soldados a las afueras del bar. Se encendió un tercer cigarrillo, y al hacerlo supo que sería imposible disimular el olor al olfato de su madre. Pero estaba tan intranquilo que no pudo controlarse, incluso si su padre se lo recriminaba. Ahora mismo, Bulma estaba en constante peligro, pero él no podía estar despierto durante veinticuatro horas para protegerla. Tal vez, aunque no le agradaba mucho ni creía en absoluto en él, Vegeta pudiera ponerla a salvo…
Estaba tan celoso por lo que habría pasado entre esos dos que por momentos deseaba que no se despertara nunca, pero Bulma terminaría sufriendo un destino horrendo si no lo hacía, si ella no lograba escapar de palacio.
Cuando finalmente volvió a casa, su padre estaba conversando con su madre en la cocina. Ella tenía un aspecto preocupado y al entrar ambos se quedaron callados. Raditz cerró la puerta, los saludó sin mucho interés y caminó disimuladamente al baño, pero cuando pasó junto a su madre esta lo agarró con fuerza de un brazo y lo detuvo.
—Has estado fumando —le dijo en un tono gélido.
Aún de espaldas sintió el escalofrío por su mirada oscura. Al darse vuelta lo primero que vio fue a su padre, fastidiado, apartándose unos pasos.
—Fue un día largo… —se excusó él—. Lo siento, mamá. Quisiera darme una ducha y volver a dormir.
—¿Qué has escuchado en el palacio? —preguntó Bardock y su hijo se extrañó.
Él hubiera creído que al formar parte de uno de los mejores escuadrones del reino ya habría recibido algo de información oficial sobre el estado del príncipe.
—No mucho, sólo que está recuperándose.
—Tu llevaste a la mujer que vino con él a las celdas, ¿ella ha dicho algo? —preguntó su madre—. Raditz, ¿acaso estamos a punto de entrar en guerra?
Él se lo pensó por un momento. Se sintió estúpido, ya que en toda esa conmoción jamás se había detenido a hacerle una pregunta muy simple a Bulma. ¿Quién los había atacado?
—Ella… dijo un par de disparates… Dijo que salvó al príncipe de morir luego de un ataque. Pero no dijo quién los había atacado, ni por qué.
—¿Pudiste ver al príncipe? —cuestionó Bardock, cruzado de brazos contra la pared.
—Estaba muy malherido, había mucha sangre en la nave… No pude distinguir con claridad.
—Está bien, hijo. Ve a darte una ducha, apestas.
La expresión de su hijo, entre cansada y exasperada, no le causó ninguna gracia. Lo observó marcharse hacia el baño y una vez que escuchó el agua corriendo dentro del baño volvió a acercarse a su esposa. Gine tenía el rostro abatido, vaticinando algo terrible que él deseaba borrar de alguna forma. Le acarició el mentón, tomándola por sorpresa. Él no estaba muy seguro de cuántos años habían pasado, ni de en qué momento había empezado a sentirse así por ella, pero cada vez que le ponía un dedo encima y la hacía sonrojar, un calor sobre su pecho se expandía con fuerza. Le sonrió, de esa forma tan apenas perceptible. Acomodó uno de los mechones esquivos de su cabello rebelde, detrás de su pequeña oreja y se quedó quieto, mirando sus grandes ojos oscuros.
—Todo está bien —le aseguró, aunque no podía afirmarlo con completa sinceridad.
—¿Y si no? —contestó afligida.
—En ese caso… Quiero que te vayas de aquí lo más lejos posible, con los muchachos. Dame un par de días, te conseguiré un rastreador y te mantendré al tanto de todo. No te preocupes… —pronunció con seguridad—, yo los protegeré.
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Le había visto la expresión, mientras estaba durmiendo plácidamente dentro de ese tanque. Estaba completamente segura de que se sonreía de vez en cuando. Cada tanto, un grupo de burbujas salía de entre sus labios como si hubiera dicho algo, y creía saber qué era. Estaba tranquilo, porque estaba de vuelta en su hogar. Y al despertarse lo primero que vería sería su rostro, como tenía que ser. Como era de esperarse de la más digna esposa del príncipe.
Era un poco aburrido permanecer allí, simplemente esperando que se despertara. Miraba los esclavos deambulando por la habitación, cambiar el líquido de la cámara y jugar con esos cables que tenían conectados a su cabeza, enviando impulsos eléctricos para sacarlos de aquel estado comatoso en el que estaba sumido. Pero ella era optimista, después de todo Vegeta había nacido con el poder de batalla más alto en la historia de Vegetasei.
Esa misma noche el rey arribaría al planeta y le hubiera gustado que su hijo estuviera consciente para recibirlo. Pero no había señales que indicaran que abriría los ojos pronto. La enorme herida en su abdomen tenía aún un largo proceso para reconstruirse por completo.
Kore se cruzó de brazos, sentada en una silla en un rincón de la sala y suspiró. En ese momento su guardia personal la llamó muy formalmente, ya que del otro lado del pasillo muchos soldados deambulaban.
—Princesa —Reiss tenía el rostro iluminado—. Ya han arribado más de la mitad de las tropas sin ningún inconveniente.
—¿Y la nave?
—Está en el laboratorio, justamente te he traído el reporte con la información que pudieron sustraer.
Luego de recibirlo, lo extendió sobre su regazo y lo examinó.
—Estoy algo cansada… —comentó al darse cuenta de que la vista se le nublaba—. Mejor dáselo a Tarble… y preparen varias copias para los miembros del Parlamento y el rey. Seguro querrán leerlo en su sesión.
—Sí… —musitó y observó las bolsas oscuras bajo sus ojos—. Debería tomar un descanso…
—Lo haré una vez que el príncipe recupere la consciencia. Ahora no es el momento, él podría despertar.
—No te ves muy bien… —dijo en voz baja—. Debe darle la bienvenida al rey, si gusta puedo ver que se le prepare el baño.
—Eso… tal vez sí, tal vez podría tomar un baño.
Reiss asintió, satisfecha. Se dio media vuelta y se retiró a los aposentos de la princesa. Kore se volvió a su esposo y se preguntó sobre qué estaría soñando, qué podría provocar esa expresión tan serena. Y si realmente él podía presentir que había regresado.
En algún momento bostezó y pensó en su amplia tina, llena de agua caliente, esperándola en su habitación. Decidió marcharse, esperando no perderse ese momento en el que abriera los ojos y antes de irse volvió a reiterarle a los esclavos que la notificaran de forma inmediata sobre cualquier cambio. Caminó tranquilamente a sus aposentos y en el trayecto recordó a la humana, sus cosas aún estaban regadas sobre la mesa. Sin embargo, estaba demasiado cansada como para pensar en ocuparse de sus baratijas. Al entrar en su habitación, su esclava personal estaba esperándola, parada en medio de la habitación. La mochila parecía estar llena nuevamente, ella había recogido las cosas y las volvió a meter allí. Pasó caminando junto a la mesa, ignorándola casi por completo y entró al baño con su acompañante.
La joven le quitó la capa con cuidado y desabrochó su armadura, le sostuvo la ropa una vez que se desvistió y se retiró con todo y botas. Kore se metió en la tina, se sonrió al sentir que la esclava le había echado unas cuantas gotas de su esencia favorita y se sumergió hasta el cuello. Se llenó los pulmones de aquel exquisito aroma floral y evitó completamente pensar en absoluto. Su mente había sido hábitat de caos desde que Vegeta había desaparecido y tal vez, esta era la primera vez que podía respirar con un poco de calma.
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Se había ingeniado tantas veces mil formas diferentes de escapar de cualquier sitio que esta no podía ser la excepción, sin embargo, tenía la mente en blanco. Parecía que por primera vez su cerebro se había puesto un obstáculo insorteable y no le quedaba más remedio que aceptar que su musa había desaparecido. Que aquella creatividad innata que siempre la había sacado de apuros estaba totalmente ausente y se preguntaba si se debía a lo preocupada que estaba por aquel príncipe, cuyo título acababa de descubrir.
Dejar de preguntarse cómo estaría resultaba casi imposible, porque, aunque se proponía a hacerlo de repente se descubría preguntándose si sus heridas habrían sanado, si habría despertado y preguntado por ella o si Raditz tendría razón y tenía que prepararse para ver sus verdaderos colores. Después de todo, no sería la primera vez que un saiyajin la decepcionaba.
Sin embargo, nada ocurría.
Su viejo amante apenas le dirigía la palabra y estaba parado junto a la puerta principal de las celdas como una estatua y apenas si le dirigía una mirada de vez en cuando.
Bulma supo de inmediato que algo estaba ocurriendo, cuando escuchó unos pasos caminando en un compás militar en su dirección. Se aferró de los barrotes de su celda y se estiró para observar lo que ocurría, pero no tendría que esforzarse mucho ya que la marcha se dirigió directamente a su celda.
Cuatro soldados casi tan altos como Raditz habían llegado por ella y el saiyajin que la custodiaba pareció esforzarse por no balbucear cuando le pidieron que abriera la puerta.
—Tendrás que venir con nosotros, humana —le dijo uno que la tomó de un brazo.
—¡Puedo caminar sin que me arrastren! —gritó Bulma, sacudiéndose aquel firme agarre sin éxito.
Al final, terminó soltándola mientras la escoltaban de cerca. Afortunadamente estos soldados no eran tan repugnantes como aquellos que la habían desvestido el día anterior. En realidad, tenía un poco de curiosidad y un súbito dolor le desordenó el estómago. La esperanza de que hubiera sido llamada por Vegeta le había latir el corazón con fuerza mientras recorría los amplios pasillos de aquel sitio en el que estaba.
Las paredes eran tan altas que incluso esos soldados se veían pequeños. Tenía molduras exquisitas, grabadas en cada rincón, tan intrincadas que tendría que daba la impresión de haber sido un trabajo de varias décadas.
El extenso camino le sirvió para estirar las piernas que mantenía dobladas hacía bastante tiempo, ni siquiera estaba segura de cuánto había pasado en esa nave junto a Vegeta… Y aunque estaba descalza, sabía que estaba lo suficientemente cerca del sol como para no sentir frío, aunque fuera de noche.
Repentinamente, los soldados se pararon frente a una gigantesca puerta borgoña, grabada en bucles de una aleación similar al oro. Los primeros dos las empujaron de par en par y Bulma entró, vestida aún en esa bata médica hacia el centro de la habitación.
Todas las miradas cayeron sobre ella y la mujer no pudo evitar echar un vistazo sobre los imponentes candelabros en lo más alto del techo. Y luego, miró los atriles que rodeaban la sala, tan extensos como para darle lugar a cincuenta personas de lado y lado, pero sólo había veinte en total. Todos ocupando un sitio alto y vistiendo túnicas oscuras. Pero, mientras era dirigida hacia un sitio especial, su mirada se clavó con cierto pavor en un rostro específico y se quedó sin habla al creer reconocerlo. Pero no era él, no era Vegeta.
Un hombre extremadamente parecido, pero mayor y con barba, la miraba con recelo desde el lugar más alto. Tenía puesta una capa roja y estaba sentado con ambas manos aferradas de los lados de su silla, sentado en un trono espectacular, y extremadamente ostentoso.
Bulma fue dirigida hacia un pequeño atril en medio de la sala. En ese momento sintió un par de miradas más a su derecha. Bajo los honorables puestos yacían tres personas, y entre ellos se encontraba esa mujer que había ordenado que le hicieran unos exámenes. Aquella soldado la miraba con una sonrisa cínica. Junto a ella, una mujer de menor estatura, cruzada de brazos y vistiendo un traje diferente al resto la mirada con cierto rencor. El menos llamativo era el jovencito que las acompañaba, de brazos demasiado delgados como para ser un saiyajin.
—Mujer —llamó ese hombre, tan similar a Vegeta que era imposible que no fueran parientes. Definitivamente, si Vegeta era un príncipe, él era su padre—. Te hemos traído aquí porque queremos oír lo que tienes que decir.
—Mi nombre es Bulma —corrigió ella, rápidamente y la mujer de cabello corto alzó la voz.
—De ahora en adelante te dirigirás a él como su majestad. Humana, o se te castigará de forma severa.
La hostilidad de su tono le obligó a controlarse, sabía perfectamente que su vida estaba en riesgo y no había rastro de Vegeta por donde llegara a ver.
—Su majestad —comenzó nuevamente—, me llamo Bulma. Soy del planeta Tierra y le aseguro que tenerme encerrada es un error.
—Bulma… —repitió el rey, como si saboreara cada letra. Él no sonreía, tenía el entrecejo más fruncido que su propio hijo—. Dime qué sucedió antes de que el príncipe Vegeta y tú se subieran a esa nave. ¿Quién lo hirió tan gravemente?
—Un soldado de la Armada, señor. El planeta en el que estábamos estaba siendo invadido. El Oasis, s-si revisan los últimos registros de la nave en la que llegamos verán que estoy diciendo la verdad.
—Vegeta se subió a la nave y tu tomaste esa oportunidad para huir, ¿verdad? —dijo la mujer que le había interrumpido antes.
—N-no, Vegeta ni siquiera podía moverse. Yo lo subía la nave y la dirigí aquí para que recibiera atención médica. Jamás hubiera pisado este planeta de otro modo.
—¿Dices que el príncipe peleó con varios soldados de la Armada y tú lo trajiste aquí? —le cuestionó un anciano canoso.
—¡Sí! Bueno, no… sólo fue uno, pero era muy fuerte.
—Pero dijiste que el planeta había sido invadido —contestó el mismo anciano.
—Padre… es decir, honorable Yorgos. La historia de la humana no tiene sentido. ¿Por qué estaban en un planeta de la Armada en primer lugar?
—Vegeta necesitaba atención médica, conozco una cirujana que podía ayudarle.
—¡Príncipe Vegeta para ti! ¿Y si él realmente lo necesitaba por qué no vino aquí directamente?
—Eso… no lo sé.
—¿Dónde estaban antes de venir aquí? —interrumpió el Rey—.
—Estuvimos en… —dudó.
En ese momento Bulma supo que toda su aventura hacia la estación espacial sólo la haría ver como una mentirosa ante todo ese tribunal. Nadie se creería que ese vanagloriado príncipe del que hablaban habría estado ayudándola todo ese tiempo, acompañándola en una extraña aventura en lugar de volver a casa con los suyos.
—Estuvimos en una prisión y escapamos juntos de allí. Vegeta… el príncipe Vegeta me llevó con él ya que le ayudé a escapar.
—Y viniste aquí buscando alguna compensación por traerlo —completó el rey.
—Sólo quiero que me permitan marcharme de aquí. Traje al príncipe porque le debía un favor. Ahora que mi cuenta está saldada sólo quiero irme de aquí, quiero que me devuelvan mis cosas y tal vez una nave estaría bien. Nada más. Es un buen trato, ¿no? Yo obtengo mi libertad y ustedes tienen a su querido príncipe de vuelta.
Ella no se esperaba tan sepulcral silencio luego de escuchar sus pretensiones.
—Si la humana dice la verdad, esto es un acto de guerra —soltó una mujer y al voltearse Bulma descubrió que se trataba de la misma que había visto en las celdas la noche anterior. Aunque desde su lugar no llegó a ver que el gato permanecía dormido en su regazo.
—No podemos fiarnos de este testimonio —contestó otro anciano.
—La mujer diría cualquier cosa para que la dejáramos ir. Tal vez podríamos probar un interrogatorio un poco más abrasivo.
—La tortura no nos dará las respuestas reales, en ese caso sólo dirá lo que cree que quieres escuchar.
—¡Es un humano! Ni siquiera deberíamos estar perdiendo el tiempo escuchando lo que tiene que decir.
—Esto es una total y completa pérdida de tiempo.
—Siempre hemos pensando que la Armada estaba detrás de todo esto, no me extrañaría que así sea. Aunque el testimonio no sea fiable es lo único que tenemos.
—Silencio —dijo el rey en un tono ronco y cansado—. Esperaremos a que Vegeta despierte y decidiremos cómo proseguir nuestra investigación. Pueden retirarse… —Un guardia tomó a Bulma del brazo—. Excepto la humana.
La sala entera se giró por un instante a observarlos. Bulma tenía los ojos clavados sobre la mirada oscura del rey. Sin embargo, nadie dijo nada, Kore y Reiss hubiera deseado resistirse y permanecer allí con la intención de descubrir qué tendría entre manos el rey, pero su palabra era un decreto. Ambas salieron de allí con Tarble pisándoles los talones y permanecieron en el pasillo por un momento cuando los guardias cerraron las puertas.
Los miembros del parlamento salieron de la sala, murmurando cosas que Kore no llegó a comprender. Yorgos, su padre, se veía inquieto y antes de marcharse le echó una última mirada a la esclava.
Kore salió de allí incómoda, no era posible que el rey hubiera creído ese montón de palabrerías. Aunque la idea de que Vegeta hubiera sido atrapado por la Armada al salir a cumplir con ese deber post matrimonio coincidía con su primera corazonada. Si realmente había ido a parar a una prisión de máxima seguridad, entonces ella había fallado en no insistir sobre ese primer instinto. Tal y como Reiss le había dicho.
Una vez solos en esa enorme habitación, el rey se bajó del pedestal en el que se alzaba y dejó su ostentoso trono para caminar tranquilamente en su dirección. Una vez en el suelo, se dio cuenta que era mucho más alto que el mismo Vegeta. Tenía pómulos altos y el tabique más alto, pero la mirada era la misma, las cejas pobladas y el tono broce de su piel. El porte lo había heredado completamente de él y cuando se acercó y la tomó de la mano ella se sonrojó por completo. Se quedó sin aliento y un escalofrío la recorrió cuando alzó su blanca extremidad y la acercó a su rostro. Inhaló su piel desvergonzadamente y Bulma se estremeció temerosa.
—Hueles a mi hijo —le dijo—. Y no sólo por la sangre, conozco muy bien el olor de la sangre de Vegeta, pero tú… Tú te acostaste con él y te dejó vivir. ¿Por qué? ¿quería tenerte aquí como su concubina? ¿Fue eso lo que te prometió? Puedo sentir que hay algo que no compartiste durante la audiencia.
—¡N-no! ¡Claro que no! ¡Yo nunca aceptaría algo así! —contestó alterada, retirando su mano de aquella enguantada.
El rey caminó a su alrededor, cada paso que daba parecía perfectamente premeditado. Una pantera deambulando a su alrededor, mirándola de pies a cabeza y cada vistazo era más intrusivo que el anterior. Bulma se sintió terriblemente intimidada por aquel examen al que estaba siendo sometida. Y aunque no la tocaba sentía sobre ella un peligro inminente, el de una presa siendo acorralada por su depredador.
—Piernas fuertes, compacta. Lindos ojos… aunque el cabello es aburrido. Pero entiendo por qué le gustaste a mi hijo. Aunque debo confesarte que esto es una sorpresa, no pensé que él fuera a… involucrarse con alguna hembra de otra especie.
—¿Qué dice?
—Si Vegeta quiere conservarte me parece bien, y si no te quedarás conmigo. Tengo espacio para una concubina más.
—¡¿Concubina?! ¡Tiene que estar demente!
Él se sonrió.
—Así que eres de esas. Mi hijo y yo somos más similares de lo que creí. Me gustaría probarte ahora mismo, pero después de todo lo que Vegeta debe haber pasado, no creo que sea de buen gusto que yo juegue con su nuevo juguete.
—No soy un juguete, ni una esclava, ni tampoco una concubina. ¡Yo saqué a Vegeta de prisión y le salvé la vida más de una vez! Sólo espere a que se despierte y lo verá.
—Será cuestión de tiempo, mujer. Pero mi instinto me dice que no mientes, y usualmente no me equivoco. Cuento los minutos para que Vegeta despierte y me cuente qué fue lo que pasó… Dices que acabó en prisión, ¿te dijo cómo llegó ahí?
—Hay algunos detalles que Vegeta se guardó, señor…
—¿Incluyendo su esposa? —se sonrió con la misma malicia que el príncipe—. No veo otra forma de que hubieras decidido venir por tu cuenta… No importa de qué planeta vengas, tienes que haber escuchado que algo sobre los saiyajins. Tienes que ser una idiota para llegar a este planeta esperando otra cosa que no sea esclavitud.
—La verdad es que no lo pensé demasiado —confesó cuando él se reclinó sobre el atril en su dirección. Bulma retrocedió lentamente hasta chocar contra la pequeña puerta de madera del otro lado—. Era el lugar más cercano… Era una emergencia, Vegeta no iba a sobrevivir si lo dejaba ahí, él iba a morir y yo.
—Si dices que él no podía moverse… ¿por qué no tomaste la nave y te marchaste?
—¿Por qué me pregunta esto ahora y no antes, frente a todos los demás?
—Chica lista —volvió a sonreírse debajo de su bigote—. Pero yo soy quien hace las preguntas —Su brazo se estiró como un relámpago y su mano enguantada se enredó sobre su cuello. Bulma se aferró con fuerza de los barrotes, pero no se quedó sin aire. Él sabía perfectamente cuánta presión ejercer para permitirle respirar y pareció animado al ver sus ojos abrirse de par en par, agigantados y con las pupilas afiladas—. Respóndeme con la verdad, ¿por qué no lo abandonaste?
Bulma sintió su torrente correr con vehemencia bajo esa palma amenazante y supo que aquel hombre le arrebataría la vida si le mentía.
—Porque lo quiero…
El rey aflojó su agarre, soltó una risa en medio de un suspiro y retiró su mano. Y a pesar de lo que Bulma hubiera creído, no parecía ni remotamente sorprendido.
—Suele pasar —le dijo—, lo he visto. Esclavas enamoradas de sus amos… —ladeó una sonrisa—. Puedes marcharte.
El rey se enderezó, echó los hombros hacia atrás y se llevó las manos a los bolsillos. Bulma vaciló y cuando intentó abrir la pequeña puerta detrás de ella notó que sus manos temblaban. Estaba sudando, una gota cayó por su cuello hasta aquel escueto camisón. Y cuando finalmente pudo quitar el pequeño pestillo, por poco y sale corriendo hasta la puerta de doble hoja, detrás de la cual esperaban por ella los mismos cuatro guardias que habían ido a buscarla.
N/A: Me suelen decir que mis capitulos son cortos, pero les juro que lo que me toma como diez horas escribir a ustedes se les va en cosa de veinte minutos jajajaja Este capítulo fue un poco complicado de escribir, ya me había acostumbrado a escribir sólo dos personajes y ahora que tengo que integrar más a la trama es un poco complicado hacerlo de forma orgánica. Espero hayan podido entender que en medio de todos estos pov tenemos aún el de un Vegeta que está durmiendo jajajaja ¿Qué les pareció el Rey? Yo sé que han aparecido otros personajes y que les puede tomar un tiempo recordar los nombres, Yorgos es el padre de Kore, la esposa de Vegeta. Espero que les haya gustado este capítulo y especialmente gracias a las que dejaron un review en el capítulo anterior: ¡gracias a Mari (totalmente, de haber estado embarazada no hubiera sido por la última semana de sexo, hubiera sido por aquel encuentro en Pandora y ahora que recuerdo creo que me habías preguntado si era por Avatar, pero no, saqué un par de cosas de mitología griega, como el nombre que le puse a la mamá de Vegeta, Hera), gracias a DesertRose, , AnnSerra, Toepiek (me adelanté y ya tengo escritas las escenas más 'emotivas'), Nuria-db (ay no puedo prometer nada), Lu (no entendí si preferís que las actualizaciones caigan en fines de semana), Flopo89 (prometo que habrá un gran flashback sobre lo que pasó ahí, me encanta ese crack pairing), Strava, soandrea (también soy team vegeta jajaja y como dije más arriba sí, eventualmente vamos a saber cómo se conocieron y qué pasó entre Raditz, Bulma y también Kakarotto), Nale, Juanita Perez (creo que sos de las pocas que ha mencionado a la Armada como un enemigo, Bulma no ha olvidado que asesinaron a su familia y tomaron su planeta, Vegeta y el resto del imperio mucho menos. Sobre Kore y Vegeta creo que pueden estar esperando eso para el siguiente capítulo), dekillerraven (de hecho Bulma sí conoce a Kakarotto, ella dijo en la charla de verdad y consecuencia que conocía dos saiyajins. Creo que el rey no era lo que esperabas jajaja perdón), desibe (creo que en el siguiente capítulo podemos esperar todos los encuentros que estás esperando korexvegeta, vegetaxraditz, vegetaxbulma), belen.b (creo que la mejor forma que tengo de describirte a Kore en este momento es sólo alguien que hace lo mejor que puede con lo que tiene a mano, la maldad sería algo subjetivo en esta sociedad, la moral humana no es la misma moral de los saiyajins), gracias a LucretiaDroogie (ya estaba preocupandome porque nunca habías aparecido, pensé que no te había gustado el final jajaja y no tuviste el corazón para decirmelo, pero me alegra que estes bien y con ganas de leer, te mando un abrazo muy fuerte vestida en un traje especial anti covid), gracias también a los guest que dejan comentarios anonimos. ¡Nos leemos en el siguiente capítulo!
