Esta historia es de mi completa autoría, los personajes de Candy Candy no me pertenecen. Con fines de entretener, no de lucrar.


Me removí en la cama deseando que el sol se apagara y me dejara dormir un poco más, la fiesta tenía poco de haber terminado y yo había llegado a mi casa apenas unas dos horas atrás, solo quería dejarme envolver de nuevo en los brazos de Morfeo, pero los incesantes ruidos que mis vecinos hacían me carcomían mis oídos y taladraban mi mente; no, definitivamente no me envolvería en nada más que en mi propia miseria.

Abrí los ojos derrotada y repasé la vista por mi habitación, centré mi atención en la ropa que estaba por todo el suelo, si mi madre decidía entrar ahora se toparía con…

-¡Candice, ya levántate, es hora de…! ¿Pero qué ha pasado? ¡Santo cielo, huele a caverna aquí!- con algo de fastidio la miré pasearse de un lado para otro levantando mis cosas y arrugando la nariz.

-Mamá, podrías hablar un poco más bajito- le dije mientras me acurrucaba nuevamente.

-¿Hablar más bajito? ¿Qué otra cosa se le ofrece a la princesa, su desayuno en la cama?-

-Con mucho café, por favor-

-No seas payasa y levántate- me jaló las sábanas y esperó a que la mirara de nuevo.

-¡Pero mamá, tengo mucho sueño!-

-Hicimos un trato, recuérdalo, te dejé ir a esa fiesta con la condición de que me acompañarías a la clínica a primera hora-

-Te prometo que mañana voy, ¿sí?- mi madre me miró largamente, la vi suspirar y estuve segura que accedería a que me quedara en cama, dulce señor, ya podía saborear las mieles de la victoria.

-No, tienes diez minutos para alistarte- y cerró la puerta al salir. Tomé una almohada y ahogué mi frustración en ella. Sin ningún ánimo me lavé la cara y los dientes, me puse lo primero que tuve a la mano y bajé. El olor a café recién hecho me abrió el apetito, alcancé un termo y vacié todo el líquido que pude, sentía arrastrar mi alma, moría de sueño y me sentía fatal; no hay nada peor que la cruda.

-Anda, niña, que los enfermos no esperan- refunfuñando seguí a mi madre y me subí a la camioneta.

-¿Y mi papá?- pregunté después de darle un sorbo a mi café, aquello sabía a gloria, pero me sabría mucho mejor si estuviera acostada.

-Fue al aeropuerto por tu hermano-

-Mamá, no es mi hermano-

-Claro que sí-

-Es hijo de papá, no tuyo-

-Pero han crecido desde pequeños-

-Da igual, es mi hermanastro-

-Se escucha feo-

-Más feo es escucharte decir que es mi hermano, ¿Qué no llegaba el sábado?-

-Candice, hoy es sábado-

-¡Oh, es verdad!- la conversación murió porque llegamos a la clínica, mi madre se bajó para abrir y yo comencé a descargar los materiales que traíamos atrás. –Señor, te prometo ir a la iglesia y dejar el diezmo si me mantienes cuerda durante las próximas… cuatro horas- miré al cielo pidiéndole al Altísimo y luego recargué mi frente en la caja que contenía los botes de alcohol.

-¡CANDICE!-

-Mejor dicho, por las próximas dos horas-

No sé si fue el Altísimo o las altísimas cargas de cafeína lo que me habían dado el empuje para poder ayudarle a mi madre, pero aquí me encontraba yo, inventariando cada frasco, cada caja de algodón, cada venda, mis manos se movían velozmente por el teclado y por las páginas de Excel, veía las letras y los números pasar cual Toretto.

-¿Te sientes bien, hija?- por el rabillo del ojo vi que mi madre se acercaba hacia mí y se inclinaba en el escritorio.

-Mejor que nunca, madre-

-Creo que ya es suficiente, Candice, ven, vamos a desayunar algo-

-No tengo hambre, mamá-

-Pero solo tomaste café-

-Y una barra de granola-

-¿Quién te la dio?-

-El amable señor que traía la escayola- contesté mientras seguía inventariando.

-¿Estás segura de que fue él?- me preguntó Dolly, la otra enfermera; ella y mi madre se miraron entre sí.

-Sí, ¿por qué?- no sé por qué razón, pero sentí que mi estómago se hundía, parpadeé y miré a mi mamá.

-Cariño, el señor Marcus se la pasó gritando improperios desde que llegó-

-¡Oh, con razón sentía que hablaba muy alto!-

-Ven mi amor, estás muy cansada-

-Para nada mamá, ya casi termino el inventario- mi madre me guío hacia su consultorio y me senté en el mullido sillón; sin darme cuenta me quedé dormida. Y mientras esto pasaba, mi madre y Dolly se reían de mi inventario.

1.- skgol 12

2.- noteja de supramol 2125

3.-frwsco boti 453,

4-csdodjcks 1546

5.-sdei 786

-Debiste dejar que se quedara en casa, Pau- comentó Dolly mientras tomaba asiento y borraba mi fatídico inventario.

-Lo pensé durante unos momentos, pero la verdad es que llegó muy de madrugada y teníamos un trato-

-¿No te recuerda Candy a una extrovertida joven que se escapaba de casa para ir a las discotecas con sus amigas?-

-Dolly… no vayas por ese camino-

-Pauna, parece que ya olvidaste lo que es ser un adolescente-

-No lo he olvidado, pero tengo miedo de que sus amistades….-

-¿Estás hablando en serio? Pues déjame recordarte que tu madre no me quería para nada, ¿ya olvidaste que decía que era la peor influencia del mundo?-

-Pero no lo eres-

-No, no lo soy, y mira hasta donde hemos llegado. Siempre te quejabas de que tu madre juzgaba mucho a las persona. No seas como Elroy, Pauna-

-Dime, ¿en qué momento te convertiste en un psicóloga?-

-Creo que tanto antiséptico me está pasando la factura- se miraron y luego comenzaron a reír, dejaron de hacerlo cuando escucharon que la campanilla de la puerta de entrada sonaba.


'

Pasé saliva y deseé no haberlo hecho, mi garganta raspaba y sentía como su hubiese comido lijas, me levanté y estiré el cuerpo, por un momento me sentí nerviosa al no saber en dónde me encontraba, hasta que la puerta se abrió y entró Dolly por ella.

-Vaya, la bella durmiente ha despertado-

-¿Y mi mamá?-

-Atendiendo a un paciente en el otro consultorio, ven vamos a buscar algo para que comas, porque traes una carita de arrepentimiento, ¿tan buena estuvo la fiesta?-

-¡Uff, si yo te contara!

-Pues tu carita lo dice todo ¿Qué tanto tomaste?-

-No tomé, me siento así porque estoy desvelada, casi toda la fiesta estuvimos sacándole brillo a la pista-

-¿Estuvimos?-

-Sí, Joe y yo- y como si hubiera cometido un error, la miré –No le vayas a decir a mi mamá-

-¿Por qué? No tiene nada de malo que bailes con alguien-

-Pero ella no piensa así, es de la vieja escuela, cree que todo el mundo es malo para mí-

-Muy a mi pesar, debo de decir que todas las madres decimo eso, nos preocupamos por nuestros hijos y los cuidamos-

-Entiendo eso, pero ella me sobreprotege, siento que exagera-

-Deberías de decirle lo que sientes, pequeña-

-Quizás, pero no lo sé- Dolly me acompañó hasta la cafetería de la clínica, se aseguró de que comiera algo y se retiró. Me quedé sentada mirando las migajas del sándwich de pollo, repasaba la conversación con Dolly, ¿debería decirle a mi mamá como me sentía? ¿Serviría de algo? La verdad es que no lo sabía y no tenía intención de averiguarlo.

Tiré la basura al bote y miré mi reloj, el tiempo se había esfumado en un dos por tres, solo me quedaba media hora de aquel suplicio y podría regresar a mi casa y dormir como un bebé. Encontré a mi madre hablando por teléfono en el pasillo y la esperé.

-Ya nos vamos-

-¿De verdad? Es lo mejor que te he escuchado decir el día de hoy-

Nos despedimos y como si me llevaran a la dulcería, me monté en el coche esperando que mi madre iniciara la marcha para llegar a casa. Estaba tan emocionada, de pronto mi sentido del humor había cambiado, era increíble pero podía imaginar como la cama me recibía con todo el amor del mundo y las mantas me abrazaban para no dejarme ir jamás, suspiré de solo pensar en lo rico que dormiría en unos cuantos minutos.

-Vete a dormir- estábamos a dos casas cuando la escuché decir aquellas hermosas palabras, me giré para verla y la abracé-

-Gracias má- y bajé corriendo en cuanto aparcó. Subí a mi habitación y juro que la cama gritó de felicidad en cuanto me vio en el marco de la puerta, y en menos de dos minutos ya estaba roncando.


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Rodé sobre la cama estirando todo mi cuerpo, me sentía ligera, era como si estuviera en espacio, flotando sin rumbo y sin ninguna preocupación, así estuve en mi imaginación hasta que mi estómago me pidió comida. Abrí los ojos y la oscuridad me siguió envolviendo, me giré para encender mi lámpara, me sorprendí al mirar que el reloj de mesa marcaba las 02:00 de la mañana, había dormido más de 10 horas seguidas.

-Nivel desbloqueado- me reía de mí misma y bajé de la cama, busqué mi celular; tenía mensajes y llamadas perdidas de mis amigas y de Joe. Mi corazón dio un brinco al leer todos sus mensajes, me ruboricé al recordar que estuvo a punto de darme mi primer beso, mi imaginación podía echarse a volar, pero al parecer mi estómago no. Me quité la ropa que traía para buscar un short y una blusa de tirantes y sin más, bajé a buscar algo de cenar.

Bajé las escaleras haciendo el menor de los ruidos y usando la linterna de mi celular para no caerme, no quería que mis padres se despertaran y me encontraran merodeando en la cocina a las dos de la mañana. Con mucho cuidado abrí las gavetas para buscar el pan y hacerme un sandwich, pero éste no aparecía por ningún lado.

Estaba cansada, quería comer y comenzaba a exasperarme, estaba segura de que había una barra de pan por algún lado. Todo fue demasiado rápido, me encontraba abriendo y cerrando gavetas y al segundo tenía una mano cubriendo mi boca mientras la otra mano me sujetaba por los hombros, comencé a forcejear y a moverme, mordí la mano de mi agresor pero al instante me derribó y caí al suelo, el frío piso me dio la bienvenida para enseguida sentir su cuerpo sobre el mío y un temor comenzó a recorrerme, estaba segura de que me violarían ahí mismo, mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas al temer lo peor, me movía como gusano para tratar de zafarme, pero era imposible, el tipo que tenía encima de mí era muy grande y pesado.

-¿Candy?- escuché que decía mi nombre, esto era increíble, el violador sabía mi nombre, seguramente era un acosador, de pronto miles de pensamientos llegaron mi mente, tanto fue que tuve el impulso de vomitar, pero me contuve, fue entonces que sentí que la presión que ejercía aquel cuerpo sobre el mío, comenzaba a ceder hasta que finalmente se apartó de mí. Mis ojos seguían cerrados, quería gritar pero de mi garganta no salía absolutamente nada, comencé a sollozar presa del pánico, iba a morir.

-Candy, soy yo, abre los ojos, pecosa-

Aquello fue como si inyectaran morfina en mi cuerpo, aquel apodo solo lo conocía una persona, solo una persona me llamaba de aquella manera, abrí mis ojos y me encontré con aquellos zafiros que desde niña me tenían fascinada, hiciera lo que me hiciera, peleara, jugara o me regañara, yo siempre buscaba sus ojos, aunque lo negara, siempre estuve contenta de tenerlo, aunque no fuera mi hermano.

Verlo ahí me tranquilizó, su sola presencia fue el calmante que necesitaba, me enderecé y sin ser consciente de lo que hacía me abalancé sobre él y lo abracé. Los brazos de Terry me rodearon y sin esfuerzo alguno me cargó y me llevó a mi habitación, escondí mi rostro en su cuello y lo abracé con más fuerza mientras mis sollozos aumentaban, pasamos por el cuarto de nuestros padres y lo que a mí me pareció una batalla, para ellos quizás fue solo un ruidito más, porque seguían durmiendo.

Se sentó en mi cama y me llevó consigo, yo seguía con el rostro en su cuello mientras mis lágrimas seguían cayendo, poco a poco mi respiración se fue controlando al sentir como pasaba su mano por mi cabello y susurraba palabras tranquilizadoras. Aún seguía abrazándolo cuando lo escuché hablar.

-¿Ya te sientes mejor?-

-Algo- inconscientemente me aferré más a él, su cercanía y el olor de su colonia me traía paz y me hacía sentir segura, a mí venían los recuerdos de cuando me caía y llorando iba a buscarlo para que me cargara y me curara mis heridas, así fue hasta que tuvo que irse a estudiar al extranjero. Por eso, al estar así con él me traía bellos recuerdos. Separándome un poco lo miré y él me guiñó un ojo y después sonrió.

-¿Por qué me asustaste, Terry?- pregunté levantándome de su regazo y caminando por mi habitación.

-No era mi intención, pecas… yo estaba durmiendo en la sala y escuché ruidos, creí que alguien se había metido- respondió

-¿Por qué no estabas durmiendo en tu cuarto?-

-Pues… no lo sé, yo… no podía dormir y bajé por agua, me senté en el sillón y me quedé dormido-

-¿Acaso no me reconociste?-

-Al principio no, me despertó el ruido y actué sin pensar, vi que eras tú cuando estabas en el suelo-

-Creí que me ibas a violar-

-¿Yo? ¡Sabes que jamás haría eso!- se levantó indignado y se pasó su mano derecha por su cabello.

-Tú no, tonto, el violador que se había metido-

-¿Me disculpas?- lo miré y rodeé los ojos, ese tono y la forma en la que inclinaba su rostro y sonreía, la utilizaba siempre que quería salirse con la suya. Negué con la cabeza y sonreí.

-Bienvenido a casa- dije por último y lo abracé, sentí sus manos rodear mi cintura y apretarme a su cuerpo, acomodé mi rostro en su pecho y sonreí. –Debí de haberte dado un sartenazo- lo escuché sonreír y después nos saltamos.

-Con la mordida fue suficiente, pecosa. ¿Qué hacías en la cocina?-

-Tenía hambre, bueno, todavía tengo-

-Te voy a preparar algo-

-Eh, Terry, no te ofendas, pero hasta el agua se te quema-

-¿Te olvidas que he estado viviendo solo? Ya sé hacerme un huevo-

-Un huevo que…-

-Hey, esa boquita, ya regreso- lo miré salir por la puerta y suspiré, Terry había cambiado durante su tiempo en el extranjero; era cierto que antes de irse la pubertad lo estaba convirtiendo, muy a mi pesar, en un chico guapo, pero ahora que regresaba, simplemente no podía creer que mi hermanastro luciera de aquella manera; estaba más alto de lo que recordaba, su cuerpo se había tonificado y tenía unos brazos muy bien trabajados, se había hecho algún tratamiento de ortodoncia, porque de sus dientes chuecos no quedaba nada, sonreí al recordar eso y me acosté en mi cama.

-¿De qué te ríes, pecosa?-

-¿Usaste brackets?- devolví la pregunta mientras recibía el plato con dos sandwich y lo veía dejar un vaso de jugo en mi mesa de noche.

-Tenía que solucionar mi problema- se sentó al borde de la cama.

-¡Y vaya problema con tus dientes, eh!- sonreí y le di una mordida a mi sándwich –Oye, está rico, no se te ha quemado-

-Chistosita- él también comió, así estuvimos, comiendo y platicando hasta que sin querer comencé a bostezar.

-Lo lamento, estoy muerta-

-Descansa, pecosa- antes de que se pusiera de pie, me acerqué a él y lo volví a abrazar.

-De verdad me alegro de que hayas regresado, Terry, pero no te creas ¡eh!, que la consentida en esta casa seguiré siendo yo-

-Siempre lo has sido-

Apreté el abrazo y me incliné para darle un beso en la mejilla, pero de alguna forma él se movió y mis labios quedaron a escasos centímetros de su boca.

-Lo lamento- dijimos al mismo tiempo y sonreímos con nerviosismo.

-Descansa, Candy-

-Tú también, Terry-