Miraba el infinito sin prestar atención a lo que sucedía a mi alrededor. Los pensamientos atacaban mi mente sin piedad, llegaban recuerdos y lo único que provocaban era que mi dolor aumentara cada vez más. Ni siquiera sabía en qué momento nuestra perfecta vida se había arruinado hasta este punto.
Parpadeé con fuerza tratando de evitar que las lágrimas no cayeran de nuevo, era imposible seguir llorando cuando por dentro me sentía vacía y rota. Dejé salir un suspiro desde lo más profundo de mi ser, la vida seguía muy a mi pesar, y aunque fuera difícil lo debía afrontar, ya no solo por mí, sino por lo que quedaba de nosotros y de nuestra familia, si es que todavía se le podía llamar así.
Me ajusté mi abrigo, metí las manos y miré aquella triste y solitaria lápida. El helado viento acariciaba mi rostro, pero no importaba, ya nada me importaba, estaba tan desolada y triste que lo único en lo que podía pensar era en lo que yacía frente a mí. Mi corazón se partía en mil pedazos nuevamente, ¡Dios! No quería pensar en nada, no quería regresar a casa y saber que él no estaría ahí, ya no lo vería, nunca más podría sentirlo cerca, no podría tocarlo ni besarlo. ¡Él se había ido para siempre! Mi corazón no podía soportar tanto dolor.
-¿Estás bien?- una cálida mano se posó en mi hombro y la apretó. Sorbí por la nariz sin importarme lo que pensaran. Aclaré un poco mi voz antes de hablar y me sacudí un poco para que quitara su mano de mí.
-No, pero lo estaré- me agaché para acomodar las flores que le había puesto, el viento acarició mi rostro y fue como si él me tocara y se despidiera de mi para siempre. Ya no volvería más, debía de aceptar que las cosas ya no serían igual. Me alcé y comencé a caminar con paso lento, no quería irme pero sabía que debía dejarlo ir. Gruesas lágrimas me acompañaban mientras me alejaba. Me detuve un momento y me giré para ver por última vez ese lugar; ya no volvería aquí, no, él se había ido y me había dejado. Ahora yo también hacía lo mismo aunque el dolor fuera insoportable.
-Te amaré siempre- Dije mirando su nombre en la placa
"Richard J. Grandchester"
Amado esposo y padre
2021
Reanudé mi camino recordando todo lo que me había dicho el sheriff y los sargentos, había cosas que no cuadraban, pero en este momento no podía hacer nada para cambiar las cosas. Conforme más me alejaba del lugar más sentía el peso de las responsabilidades en mí, había tantas cosas por arreglar, había tanto que aclarar que no sabía ni cómo hacer ni por dónde empezar. Suspiré llegando a mi coche, ya no quise mirar su tumba, no tenía caso, las cosas estaban hechas y debía de aceptar lo que estaba por vivir. Abrí la puerta del coche y esperé a que Elroy se subiera también.
-Hija…-
-No mamá, evítate lo que sea que quieras decirme. Tengo que ir al hospital, ¿irás o te quedarás en casa?-
-Te acompaño-
El camino hacia el hospital fue en completo silencio, me incomodaba, pero a partir de ahora era lo único que me acompañaría. Mi madre había llegado cinco días atrás, y en todo ese tiempo había tenido que permanecer fuerte, no solo por mí, sino por mis hijos. Aquella palabra quemaba mi boca, me hacía querer vomitar, no podía evitarlo, sencillamente no podía hacerme a la idea de lo que sucedía entre ellos. Miré de reojo a mi madre que miraba por la ventana sin saber el caos que sería nuestra vida a partir de ahora.
Aparqué el coche y esperé que ella se bajara, le dije que tenía que estar sola unos minutos. No queriendo aceptó y salió hacia el hospital. Me giré para tomar mi bolso, lo puse en mis piernas y lo miré, tenía miedo al saber lo que guardaba, aunque ya lo sabía, no era fácil aceptarlo. Abrí la bolsa y saqué aquel sobre. Con mano temblorosa tomé la fotografía donde se veía a Terry y Candy besándose en el parque. No sabía quién me la había enviado, no tenía más que mi nombre y el nombre de mi clínica. Quien quiera que la haya tomado sabía lo que pasaba en mi familia, y aunque no tenía nota, era claro por qué habían enviado eso.
-No sé qué hacer- lloré amargamente por mí, por él; por mi esposo muerto y por nuestros hijos.
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Algo más calmada entré al hospital. Caminé directo hacia el cuarto donde se encontraba Terry. Mi madre seguramente había ido a la cafetería. Llegué a la puerta de aquel lugar y suspiré. Sabía lo que encontraría del otro lado. Candy estaría sentada a un lado de la cama sosteniendo la mano de Terry, esperando y orando porque él despertara.
Yo quería lo mismo, de verdad que sí, pero me dolía saber que me habían engañado, que nos habían mentido en la cara. Tomé la perilla y la giré.
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Tenía varios días en aquella habitación, no podía y no quería irme, no lo quería dejar solo, ¿acaso podría ser capaz de estar en otro lugar mientras él se debatía entre la vida y la muerte? No, debíamos estar juntos siempre. Quería ser yo lo primero que viera al despertar, quería ser yo lo único que tuviera. Me incliné para besar sus secos labios, lloré de dolor al verlo en aquel estado, con tantas máquinas y cables conectados a él, Terry no tenía la culpa, él no debía estar así. ¿Por qué la vida se empeñaba en traernos tragedias? No lo sabía y no tenía intención de averiguarlo, lo único que deseaba era ver aquellos bellos ojos que me miraban siempre con mucho amor, solo quería escuchar aquella voz que tanta paz me traía, solo quería sentir sus fuertes brazos rodearme y abrazarme.
-!Terry!-
Tomé un algodón y lo sumergí en agua para poder mojar sus labios un poco. Cuidaba a Terry con tanto esmero que las enfermeras ya ni intentaban asearlo, simplemente me dejaban los materiales para limpiarlo y yo lo hacía. No me importaba, yo lo cuidaría siempre. Le cepillé lo mejor que pude el cabello, arreglé la sábanas y le limpié el rostro, quería que se sintiera lo más cómodo posible, y lo abracé en un desespero por sentir su calor.
Me senté y tomé el libro que mi madre me había traído para distraerme un poco, pero no podía pasar de la primera página, cada vez que intentaba leerlo, a mi mente llegaba el día del accidente y lo que había pasado, miré a Terry sabiendo ahora, que el piloto de aquel carro que chocó con el nuestro era papá. La vida era tan complicada y delicada. Mi madre no quiso decirme más, dijo que no era momento. Desde ese día ella se ha comportado tan rara, pero no es para menos, su esposo y nuestro padre había muerto y provocado un accidente; Terry había caído en un coma y se negaba a despertar.
El ruido de aquellas máquinas me trajo al presente, quería que Terry despertara y me envolviera en sus brazos, pero sabía que al hacerlo tendríamos que decirle lo que le había pasado a papá y eso lo dejaría devastado, me acerqué más a él y lo tomé de las manos.
-Mi amor, yo sé que me escuchas, por favor Terry, por favor regresa a mí, te necesito tanto- la voz se me quebraba a cada momento, por más que quería ser fuerte no podía, mi entereza estaba por desmoronarse al no ver mejoría en él.
Escuché que la puerta se abría y el olor característico de mi madre inundaba el lugar, alcé un poco el rostro para mirarla. La vida se le había ido de la cara, sus ojos apagados y su caminar solo me hacía sentir más miserable, ella no merecía pasar por esto, ninguno merecía estar en esta situación.
-¿Cómo está?
-Igual que ayer, y que antier y que…- no quería, no quería llorar frente a ella pero no podía aguantarlo. El llanto simplemente no me abandonaba, los suaves brazos de mamá me rodearon y me apretaron con fuerza.
-Él despertará, ya lo verás-
-Lo sé, pero de solo pensar en decirle que papá…-
-¡Shhh! Primero que despierte, ya después veremos-
-¿Y la abuela?
-Debe estar en la cafetería. Candy, deberías irte a casa a descansar, necesitas dormir un poco-
-No, quiero quedarme-
-Candy, tú sabes que puede pasar mucho tiempo para que despierte-
-Quiero quedarme- dije al borde del llanto, no lo podía dejar solo.
-Tu hermano estará bien-
-Él…-
-Dije que te vayas a la casa, te llevarás a tu abuela y más tarde vendrás para que yo vaya a descansar- escuché a mi madre sentenciar, había algo en ella que no dejaba lugar a la réplica, así que muy a mi pesar me levanté de la silla donde estaba, pero debí de hacerlo muy rápido porque sentí un mareo y después todo se volvió negro.
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Grité pidiendo ayuda y de inmediato un camillero se llevó a mi hija, mi madre llegaba en ese momento y le pedía que cuidara de Terry mientras yo iba detrás de Candy. Sentía el corazón salirse del pecho, quizás algún órgano estaba fallando algo incluso peor, miles de pensamientos se apilaban, lo que menos quería era perder a mi hija tambien. Esperar veinte minutos afuera de su cuarto fue como esperar la eternidad. Me paseaba de un lugar a otro como león enjaulado, lo único que queria era ver a mi hija y saber cómo se encontraba.
Y por fin, cinco minutos después de consultar el reloj, la doctora Josephine salió y cerró la puerta detrás de ella.
-¿Qué ocurre? ¿Ella está bien?
-Sí Pauna, tu hija se encuentra bien. Sé que estás pasando por momento muy difícil, pero recuerda que por más complicada que sea la vida, siempre habrá cosas que nos traerán felicidad-
-Gracias Jos. ¿Puedo verla?
-Claro, daremos de alta mañana a Candy, necesita descansar un poco en su condición. Felicidades, colega- ella se despidió mientras yo sentía caer un balde de agua, la palabra condición solo significaba una cosa y yo no era estúpida. La ira se apoderó de mí y entré en la habitación.
La miré sin poder creerlo, y sin ser consciente de lo que hacía, me acerqué a ella y le di una fuerte bofetada.
-Solo quiero que me digas si el hijo que esperas es de Terry-
