Irritado, Terry caminó lo más lejos posible de la segunda colina de Pony.
Era la segunda vez que ella nombraba a Anthony frente a él.
¡Anthony, Anthony! ¡maldito fuera el jardinero!
Pero Terry Granchester sabía que su mal humor no se debía a ese niñato, no. Al menos, no del todo. De hecho, estaba consciente de qué era lo que le tenía tan frustrado que no podía hacer otra cosa que pensar en ello: ¡Era un estúpido!
Y mientras se coronaba el rey de los idiotas, una voz en su cabeza se burló de su cobardía. ¿Por qué tenía que ser así? Huyendo, buscando cualquier pretexto para no hacerle frente a la situación. ¡Jamás le había dolido el rechazo, total, todo el mundo ya lo había hecho y la Tierra seguía girando! Aún así entendía la razón de que aquella voz lo llamara cobarde y es que ¿desde cuándo le asustaba un no? ¡Ah, cierto! Desde que ese no vino de ella, de esa chiquilla pecosa que se le había metido por debajo de la piel sin que se percatara de ello y para cuando lo hizo, ya era demasiado tarde.
Terry quiso gritar de pura frustración, sin embargo, lo único que atino a hacer fue golpear el árbol más cercano, descargando con fuerza toda su furia, motivo por el cual, sus nudillos empezaron a sangrar.
¿Por qué siempre todo era tan complicado con ella?
Se quedó ahí parado mirando su mano manchada de pequeños hilos rojos y suspiró. Él no sabía cuándo había comenzado a gustarle, pero luego de casi 4 meses de convivencia supo que aquella constante obsesión por cruzarse en su camino tenía una razón de ser.
Quince minutos antes había estado observándola, escondido sobre la rama de un árbol cercano a la colina de Pony, ella estaba recargada en el tronco con los ojos cerrados y, pese a ello él supo que detrás de sus parpados se escondían los ojos más verdes y brillantes, unos que siempre lo miraban de forma gentil. Sin embargo, aquella mirada no le pertenecía solo a él, no, ella miraba así a todo el mundo, sobre a todo a sus dos primos y, entonces el corazón de Terry amenazaba con explotar de ira, pero se obligaba a mantenerse indiferente; después de todo Terry rara vez expresaba sus verdaderos sentimientos. Así que como buen Granchester se mantenía calmado mientras se tragaba los celos.
Desde aquella ocasión en que le había contado que Eleanor era su madre de forma más civilizada ―después de darse cuenta que amenazarla había sido un error imperdonable―, ella había cambiado su forma de mirarlo. Terry sonrió sin darse cuenta ante aquel recuerdo, al principio no le había resultado nada fácil, pero escucharla cantar aquella horrible canción le animó a conversar con ella y responder todas sus preguntas e, incluso, a formularle algunas.
Encontrándose riendo ante sus anécdotas y sin la expresa necesidad de ser irónico para divertirse. Sin duda alguna, ella lo motivaba a ser una mejor persona.
Desde entonces, cuando se encontraban por casualidad ―aderezada con un poco de ayuda de su parte― charlaban de las próximas vacaciones de verano, de lo tediosas que eran algunas clases y de lo difícil que eran las tareas. Ambos la pasaban bien en esos cortos encuentros que compartían y, en una de esas conversaciones, Terry se había percatado de esa curiosa forma en que Candy entendía sus silencios, en cómo empezaba a comprender sus gestos y que ella se estaba convirtiendo en la persona que conocía todos sus secretos.
Terry parpadeó y regreso su atención a Candy bajo la sombra del árbol. El sol estaba en lo alto del cielo, reflejándose en la rubia cabellera.
Tan ensimismado estaba en sus pensamientos que no notó el crujir de pasos que se acercaban a Candy.
Era el elegante. Archie Cornwell.
Terry se levantó de la rama para tener una mejor vista de la situación.
Archie recargó la palma en el tronco acorralando a Candy y de paso, obstruyéndole la visión. La rubia no se había movido en absoluto. Terry se aferró al tronco hasta que las uñas comenzaron a dolerle preguntándose de qué estaban hablando.
El elegante alzó la mano y, aparentemente, acaricio la mejilla de la pecosa. Ella le miró, con esos ojos resabidos por él, y negó con la cabeza. Vio a Cornwell responder algo y luego a Candy volver a negar.
Terry frunció el ceño, ¿qué estaba pasando?
Y cuando Archie beso la frente de la rubia, Terry se paralizó.
¡El idiota la había besado y Candy no había hecho más que sonreír avergonzada!
Terry bajó del árbol dispuesto a buscar pelea con el elegante, maldecirlo y patearlo por haber mancillado el rostro de Candy con sus dedos y sus labios, pero sobre todo por haber usurpando un lugar que Terry anhelaba más que nada en el mundo.
Sin embargo, cuando llegó a la falda de la colina, Candy estaba sola nuevamente.
―Hola, Terry.
El castaño permaneció estático mientras sentía cómo su errática respiración disminuía junto con el agitado palpitar de su corazón.
¿Cómo podía ser que su sola presencia tuviera ese efecto en él?
Cerró los ojos, sintiendo que en sus labios se formaba una sonrisa divertida. Al alzar el rostro hacía ella sus ojos, esos preciosos ojos verdes, se clavaron en él.
―Hola, Candy ―saludo y se sentó a los pies del árbol, ella le imitó casi de inmediato ―¿Qué haces aquí? Pensé que estarías en el ensayo para el festival.
―Están bailando en parejas... ―dijo mirando la copa del árbol.
―¿Y? ―preguntó para animarla a continuar.
―Podría bailar esa melodía con los ojos cerrados ―respondió con una sonrisa y dirigiéndole una mirada curiosa.
―¿Ah, si? ―Terry levantó una ceja, incrédulo ante sus palabras.
―Si, porque la primera vez la baile... ―ella se ruborizó y Terry sonrió, adoraba ver ese tono rojizo en sus mejillas, sobre todo cuando él estaba cerca ―con Anthony.
Terry sabía que aquel nombre había provocado un cambio en la mirada de ambos, en la de ella añoranza; en la de él dolor. Terry se levantó y la miró, cambiando la desolación por rabia e ira, aquellas emociones que había estado reprimiendo todo el día estallaron en ese momento. No le daría a Candy el gusto de verlo sufrir por ella.
―¿Terry? ―Candy lo notó envuelto en un lío de furia y frustración ―¿estás bien?
―No... ―respondió sin querer más conversación y se apresuró a irse, huyendo de cualquier oportunidad de dejar que ella lo abordase con más preguntas.
―Terry, espera, ¿qué pasa? ―lo alcanzó, tomándolo del brazo.
―¿Por qué sigues pensando en Anthony? ―La boca de Terry se llenó de un sabor amargo, reconociendo que eso que había preguntado de alguna manera era masoquista, pero también por muy difícil que fuera, él quería saber. Quería conocer la historia. ―¿Estabas enamorada de él?
―No creo que eso sea de tu incumbencia ―contestó una voz dura que, si no fuera porque la había escuchado pronunciarlo, Terry hubiese dudado que hubiera salido de la boca de Candy.
―¡Él está muerto, Candy! ―Ella había desviado la mirada, pero al escucharlo decir aquello, lo miró de nueva cuenta a la cara y Terry pudo distinguir el brillo furioso de sus ojos verdes ―¡Sin importar cuán enamorada estés de él, no revivirá!
Terry sabía lo patético que se veía diciendo eso y, aun así, se encontraba exigiéndole a Candy algo que desde cualquier punto de vista, no tenía por qué recibir.
―¿Cómo puedes seguir enamorada de un muerto? ¡Él no está, no volverá! ―exclamó Terry, levantando la voz como si de esa manera pudiera lograr que ella le respondiera ―¿Por qué tu no...?
―¿No qué? ―preguntó, molesta.
―Olvídalo, no eres más que una niña tonta ―continuó Terry, ante la fría mirada de la rubia.
―No soy ninguna niña tonta, imbécil ―gritó la pecosa.
―¡Ah, claro que no! ¡Si es de lo más normal amar a un muerto!
―¿Y eso a ti qué te importa? Yo puedo estar enamorada de quien me...
Los labios de Terry no la dejaron terminar la frase. La había cogido de la cintura, acercándola a sí con fuerza y la estaba besando con fiereza. Candy se quedó de piedra, incapaz de reaccionar mientras los labios del castaño se movían exigentes sobre los suyos.
Todo carecía de lógica y, Candy no estaba segura de querer buscársela en ese momento mientras recibía su primer beso. Uno muy diferente a como lo había imaginado. Húmedo, caliente, posesivo...
Pero al segundo siguiente, se apartó bruscamente de Terry, quien parecía tan confuso como ella, y le propino un buen bofetón, conteniendo las lágrimas. Casi podía apostar que él solo quería burlarse de ella y de sus sentimientos. Todo para humillarla.
Terry con la mano en la mejilla, salió corriendo.
Y así fue como Terry había llegado a ese punto, sintiéndose un imbécil y sangrando por haber golpeado, injustamente, al árbol frente a él.
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Los siguientes tres días, se evitaron a toda costa y no volvieron a verse hasta la inauguración del festival de mayo.
Dispuesta a disfrutar del festival, Candy se obligó a no pensar mucho en Terry Granchester y ese beso en la segunda colina de Pony. Sin embargo, cuando Albert lo saludó a lo lejos, ella no pudo evitar girarse y que sus pensamientos divagaran en torno a él y al sabor y a la textura de sus labios.
Antes de la fogata, Candy decidió llevarle algunos dulces a Klin, quien la esperaba ansioso.
―¡Eres un glotón, Klin! ―le dijo acariciando el suave pelaje del pequeño animalito.
―Candy... ―la aludida no necesitaba girarse para saber a quién pertenecía esa voz, pero ella fingió no escucharlo.
Terry se había refugiado en su habitación la mayor parte del tiempo, intentando tranquilizarse. Sabía que se estaba comportando estúpidamente, pero ¿qué podía hacer? No es que no hubiese encontrado atractivas a otras jóvenes. El punto era que Candy era la única que había logrado alteras sus emociones de esa manera. Terry sabía que quizá eso debía a que era la primera vez que experimentaba aquello y también, eso era lo que tanto le asustaba y se negaba a sí mismo. No era que Terry no quisiera enamorarse o tuviera miedo de abrir su corazón, era solo que no sabía cómo manejar el revoltijo de emociones que inundaban su corazón.
Era consciente de que si se empeñaba en seguir por ese camino solo se lastimaría a sí mismo porque el amor debía ser expresado correctamente, de lo contrario, se perdería. Y él no quería perderla.
Terry se había mirado el espejo y decidido levantar la voz, despidiéndose de sus fantasmas.
―Lo siento. ―dijo por fin ―No tenía derecho a decir esas cosas. Es solo que yo... Creo que te quiero.
Candy se giró para encararlo mientras su mente repetía las últimas palabras de Terry.
Quizá otra mujer se hubiera tomado como broma esa confesión, pero Candy no, ella sabía que el amor era un tema complejo. No solo era cuestión de sentirlo y poder expresarlo, sino de saber interpretarlo. Ella quería a cada persona que significaba algo en su vida, incluso a Terry, pero había algo diferente... Algo que la hacía sentir extraña. Aquella frase había puesto sus sentimientos en un remolino, encendiendo algo en su interior para que por fin se diera cuenta de lo que sentía por él y que no había venido solo con el beso. Era de mucho tiempo atrás, desde que las cosas habían cambiado entre ellos y ella estaba realmente feliz debido a ese cambio, tal vez, demasiado feliz. Y eso era lo que había estado pensando tres días atrás en la colina de Pony: de verdad le gustaba estar con Terry. Pensaba que estar con él era reconfortante y agradable de una forma distinta a la que lo era con sus amigas y primos.
Y ahora, con él confesándole sus sentimientos pudo darse cuenta de los suyos.
―Yo también creo que te quiero.
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Las vacaciones de verano llegaron y se fueron con la misma rapidez y, durante esas últimas semanas ellos comprendieron que había cosas inevitables. Aún no se habían declarado formalmente. Todo en su relación era a base de indirectas, frases cortas llenas de significado y multitud de recuerdos que empezaron a acumular.
Creer se había hecho algo inherente en ellos. Porque ellos creían. Creían...
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¡Imbécil! Eso era lo que era, había caído estúpidamente en la trama de Eliza y ahora Candy estaba encerrada en el cuarto de castigo esperando para ser expulsada. Su padre no iba a ayudarlos, solo él podía salvarla, tenía que hacerlo. Por supuesto, no sería fácil y nada garantizaba que pudiera tener éxito, pero él necesitaba hacerlo. No podía dejar que la expulsaran.
―Hola ―él se asomó por la ventana del pequeño cuarto.
―Hola ―respondió ella con una sonrisa tímida.
Se quedaron callados unos segundos.
―Lo siento... ―dijeron al unísono ―No. Candy, no lo sientas, fue mi culpa. Yo debía protegerte, es por mí que estás aquí.
―Terry...
Un nuevo silencio se formó entre ellos.
El castaño se acercó un paso, mirándola a los ojos, intentando recordar la primera vez que había visto a Candy y a esos ojos verdes que de alguna manera habían conseguido meterse en sus sueños, en sus pensamientos. En verdad era un estúpido, ¿se había enamorado de ella a primera vista?
―Candy...
―Terry...
―Voy a irme. Mañana partiré rumbo a América. No puedo permitir que te expulsen...
―Pero...
―No te preocupes, está bien... mi estadía en el Colegio San Pablo no tiene sentido, sin ti no lo tendría.
Candy se había perdido en sus pensamientos y cuando volvió a la realidad, Terry ya estaba demasiado cerca de ella y la miraba fijamente, como si ante él estuviera un enigma que le habían propuesto descifrar. Entonces él tomó la mejilla rubia y la acarició, y el mundo dejó de existir, Candy cerró los ojos, dejándose llevar por la calidez que comenzaba a llenarle el pecho.
―Dime algo, Candy ―susurró él, con voz ronca ―¿Sigues creyendo?
―No ―respondió, segura de su respuesta.
Terry retrocedió lentamente, sorprendido ante la negativa.
―Ahora, estoy segura...
Candy sintió cómo Terry se acercaba nuevamente a ella y la rodeaba en un desesperado abrazo. Inclinó su cabeza y buscó sus labios, capturándolos con dulzura, provocando oleadas de ternura en ella, que no pudo más que responder al beso gustosa. No como el primero. Este era más placentero, más planeado, pero igual de desesperado, que les decía que sin importar cuán doloroso fuera todo a partir de ese momento, estaba haciendo lo correcto.
―Te quiero.
Terry besó su frente, prometiéndole que algún día regresaría a su lado, porque él también la quería, y aquel sentimiento le ayudaría con la carga que llevaba en el corazón y le daría la fuerza suficiente para partir.
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La rubia había corrido por todo el puerto, estaba totalmente sonrojada y agitada, aunque feliz de haber llegado a tiempo.
Se acercó a un pasmado Terry, abrazándolo con fuerza. Y por primera vez en su vida, él se sonrojó fuertemente. Sintiéndose en un sueño se aferró a Candy, como la primera vez que se habían dicho que creían, como la última vez que se habían besado la noche anterior cuando él había ido a despedirse.
―Yo voy contigo ―susurró Candy.
Y ante esa declaración, Terry no vaciló en responder al tierno verso que ella depositó en sus labios. Su corazón palpitó y su cuerpo se estremeció cuando una voz susurrante le pidió al oído que se quedara con ella para siempre, que nunca, pero nunca, volviera a dejarla atrás.
Terry sonrió ante la petición, mirándola a los ojos encontrándose con ella lo estaba mirando con una intensidad abrumadora y entonces comprendió que ella no volvería a mirar a nadie más de la misma forma que a él.
Tomó su mano para abordar el barco prometiéndose cuidarla y entregarse a ella cada día de su vida. Porque ella era su alma y su inspiración.
Fin.
