¡COMO DOS JODIDAS GOTAS DE AGUA!

by Silenciosa

Disclaimer: No me pertenece South Park. Todo lo que hago lo hago por y para el puro disfrute de mi jodida imaginación y la de aquellos que me leen, nada más.


CAPÍTULO I. When you're strange.

"When you're strange,

no one remembers your name."

Extracto del tema People are strange de The Doors.

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La tiza empleada por el profesor de Lenguaje y Literatura se deslizó con estridencia sobre la pizarra produciendo algunos chirridos incómodos según realizaba los trazos de las palabras. Escribió con ella en tanto que su parloteo proseguía sin alterarse lo más mínimo. Una vez hubo terminado con la tiza, se volvió hacia sus alumnos proyectando de un barrido su mirada. Se dio cuenta de que la gran mayoría no le estaba prestando atención, aunque tampoco se sorprendía ante este hecho.

Sus alumnos estaban mentalmente lejos, muy lejos de allí, en un lugar llamado Inopia.

Entre estos se encontraba Craig Benjamin Tucker.

Craig cerró de golpe el libro de texto adjunto con los apuntes y resopló con reticencia, estaba harto de prestar atención a ese profesor de poca monta; se aburría y le frustraba no comprender lo que el profesor estaba hablando sin parar. Después de media hora intentando por todos los medios imaginables atender, Craig optó por rendirse y aceptar que tendría que estudiar esa parte él solo, agradeciendo al destino por ser una persona autodidacta. Cruzó los brazos y se dejó caer pesadamente contra el respaldo de la silla. Luego, maldijo por lo bajo, temiendo acerca de la probable preparación del examen final que tendría que hacer de esa asignatura, sin ayuda de nadie y en el que se jugaría su futuro en un todo a nada. Forjó entonces una tensa mueca con un presionar de labios y mandíbula para a continuación inclinarse sobre la mesa a fin de que su frente quedara apoyada en la superficie; aliviar el dolor de cabeza con el frío de la madera sin prestar atención al profesor y a su retórica subrepticia fue la opción más apetecible.

Lo que le sobraba a Craig como persona autodidacta le faltaba en desmesura a la hora de asumir franqueza consigo mismo. Le molestaba no comprender algo cuando en el fondo deseaba y le motivaba hacerlo. Digamos, pues, que tenía habilidad con cualquier asignatura o campo de estudio que se le antojara aprender; sus notas habían sido siempre bastante buenas y no había tenido ningún tipo de problema con sacar el curso adelante... hasta que dio con la clase de Lenguaje y Literatura, que era densa e incomprensible hasta la abstracción y cuyo profesor parecía haberse sacado el título en una feria. Craig apostaba que ni siquiera el mismo profesor estaba comprendiendo lo que enseñaba: parecía que no había leído Hamlet de Shakespeare en su puñetera vida, y que era justamente lo que estaba intentado explicar a la clase. En aquel momento, estando presente a semejante panorama de ambiente petulante hasta alcanzar lo satírico, Craig deseaba que le ocurriera lo mismo que lo vivido por la desdichada Ophelia de la obra literaria: prefería que el agua de un frío lago llenara sus pulmones hasta morir ahogado antes de seguir soportando una clase como esa un día más.

Estaba perdido. Si quería aprobar el último año de instituto para poder estudiar en una universidad lo más lejana posible de South Park, su pueblo natal, tenía que aprobar todas las asignaturas cursadas, y lo menos que quería Craig era repetir el último año a causa de una única asignatura mal impartida. Había repetido curso tercer grado durante su etapa en el colegio y no por ser mal estudiante; nunca le costó ser un chaval de notas brillantes. A diferencia de los empollones de su clase, él no necesitaba emplear largas tardes y noches para estudiar para los exámenes o dedicar tiempo en deberes o trabajos. Solamente necesitaba prestar atención y luego asimilar lo aprendido por sí mismo. El problema se redujo única y exclusivamente a su carácter indomable desde tierna infancia ya que yenía la inoportuna tendencia de hacer lo que quería y salirse con la suya siempre, por lo que sus profesores no tardaron en tildarle como un alumno problemático.

Como es bien sabido, todos los centros educativos, ya sean colegios o institutos, tienen una capa, como un sedimento, de alumnos ineducables, inasimilables, los casos perdidos, que van pasando de curso en curso a la espera del feliz día que puedan dejar el centro. Craig se convirtió en uno de estos ya a tierna edad. Para bajar los humos a esa rebeldía, el profesorado y sus propios padres decidieron en su momento hacerle repetir tercer grado, por lo que tuvo que compartir clase con niños más pequeños que él y bajo la supervisión del profesor Hebert Garrison, el cual era conocido por sus extravagantes métodos educativos.

En vez de notar mejoría alguna en su comportamiento, el Craig-niño se aburrió mucho más; le irritaba aprender cosas que había aprendido por sí solo. Año tras año, su actitud se tornó más contumaz, más rebelde y, por ende, más insoportable en opinión de sus profesores, si bien era cierto que Craig no podía negar haber disfrutado de lo lindo poniendo en tela de juicio al sistema educativo bajo su condición de niño. Destino resultante: las visitas diarias al despacho del orientador y sus consecuentes castigos por indisciplina.,¡pero vaya que si era divertido! Para Craig fueron buenos y laboriosos tiempos. Echaba de menos esa parte de su vida cuando niño; poder hacer lo que realmente le viniera en gana siempre, siempre, siempre y ser él mismo y no una dócil oveja más del rebaño.

A estas alturas de la vida, había aprendido a contenerse por su propio bien. Sus compañeros de clase, un grupo de adolescentes de entre diecisiete y dieciocho años recientes, eran infantiles, ruidosos e inseguros; él era un adulto joven de ya diecinueve años.

Lo que menos quería Craig era retrasarse otro año para dar comienzo al fin con sus planes de vida; quería largarse para siempre de aquel pueblo de conservaduristas y chapados a la antigua. No estaba dispuesto a quedarse allí otro año más, repitiendo nuevamente la única asignatura que le podría quedar y aguantar esta vez, si viniera el caso, a chavales todavía más pequeños que él. Y lo peor: sería humillante tener que compartir la misma aula con su hermana Ruby. Antes, para ser honestos, prefería que un camión de una tonelada le pasara varias veces por encima hasta hacerle papilla.

Tanteó en uno de los bolsillos de su chaqueta y palpó el deleble cartón de la cajetilla de tabaco. Deseó fumar, gastarse de un plumazo todos los cigarrillos que le quedaban; fumar tanto como para olvidarse de que tenía un problema aproximándose poco a poco.

Iba a necesitar, como mínimo, un milagro, pero como claro ejemplo de manifestación milagrosa ya estaba Stanley Marsh, su primo de diecisiete años. Craig irguió la cabeza un poco, apoyando su mandíbula sobre la superficie de la mesa, y lo buscó con la mirada.

«Qué cabrón eres, Stanley», se dijo para sí con cinismo. «Aprobarás sin problema con la ayuda del pecoso. No sé cómo te las podrás arreglar el día que Kyle no esté a tu lado.»

Stan se encontraba en su mundo particular de pensamientos ajeno a los de Craig. Tenía una cara de aburrimiento impresionante y, como venía siendo habitual desde que estaba en el colegio, compartía pupitre con Kyle Ephraim Broflovsky. Ni siquiera Wendy Testaburguer, la novia de Stan desde tiempos inmemoriales, había podido arrebatar ese extraño privilegio que ambos se tenían a pesar de que su amistad ya no fuese la misma.

Desde los diez años de edad, la perfecta amistad de Stan y Kyle se había emborronado. Kyle había optado por preferir la amistad de Eric Theodore Cartman, en el pasado un niño rollizo y zampabollos, se había convertido en un armario empotrado andante pero igual de insufrible. Stanley, en cambio, se había cobijado en su amistad con un grupo de activistas ―hippies, dicho en boca de Cartman― al que se unió nada más empezar en el instituto. Stanley también optó por cobijarse en la amistad que le ofrecía Kenneth, "Kenny", Stuart McCormick, otro amigo suyo desde la infancia. Una amistad, incluso, más vieja que la que tenía con Kyle. Desde entonces, la amistad de Stan y Kyle se había transformado en una especie de ni contigo ni sin ti, With or without you. Pero, a pesar de todo, ahí seguían los dos, sentado uno al lado del otro, compartiendo asiento como si el tiempo y sus tajantes consecuencias no los hubiesen alcanzado nunca.

No hacía falta decir, a estas alturas, quién era el empollón de la clase. Kyle que había cumplido los dieciocho años en ese mismo mes de mayo ―siendo unos meses mayor que Stanley―, era el alumno que mejores notas sacaba siempre, coleccionando matrículas de honor aunque era curioso ver que jamás llegó a fardar por ello. No era discutible lo acertado que estaba Cartman en llamarlo rata ―judía― de biblioteca. Kyle era el típico que estudiaba por auténtica vocación: siempre movido por una curiosidad insaciable. Esta ambición de conocimientos, de aprender por pura pasión y apaciguamiento de la avidez del espíritu, la compartían tanto Kyle como Craig. En eso se parecían considerablemente. Diferencia entre ambos: mientras que Kyle quería aprender y sobresalir en todas las materias que le fueran posibles, Craig prefería concentrarse en las más que le interesaban; detestaba sentir que desperdiciaba el tiempo en asimilar conocimientos inútiles.

En una de las veces que Stan dirigía por enésima vez una de esas miradas curiosas a su compañero de asiento, sus claros ojos azules, equiparables a los de un Husky siberiano, se volvieron hacia atrás, hacia la última fila y conectarse con los de Craig, éstos últimos oscuros, tan oscuros como la ennegrecida boca de un lobo. El chico activista, amante de la música de The Doors, Grateful Dead, 13th Elevators y Janis Joplin, le dedicó a Craig seguidamente una sonrisa afable, la cual acompañó luego por un gesto de resignación al encoger de hombros. El pequeño Marsh quería hacerle entender que también había perdido el hilo de la clase. Craig le devolvió una mueca lo más semejante posible a una sonrisa.

A diferencia del carácter de Craig, definido como indiferente y huraño, el de Stan era todo lo contrario. Cuando alguien hablaba de Stan se le pintaba una sonrisa de simpatía en la cara. Todos, prácticamente todos, querían a Stanley Marsh. El chaval tenía todo lo que una persona buscaba en otra: era amable y sociable como el que más; era alegre y tenía ese rollito sentimental y cariñoso que particularmente volvía loco a las chicas, así como humilde y comprensivo; era capaz de sembrar paz en donde sólo podían crecer adversidades. Grosso Modo, Stan transmitía una fuerza invisible, un optimismo tan contagioso que era casi imposible odiarle.

Después de dirigirse a Craig, Stan saludó con la mirada ―enseñando también la lengua― al muchacho con quien Craig compartía asiento, para luego volverse y seguir dibujando más garabatos tras haber sido correspondido con otro respectivo saludo. Ante este hecho, la sangre de Craig comenzó a hervir en síntoma de molestia cada vez que Stan se dirigía al chico que se sentaba a su lado. Dejó de mirar al frente y deslizó sus ojos en dirección al tercer joven en discordia. Ambos situados en la última y más apartada fila de la clase.

Kenneth Stuart McCormick.

Kenny, de dulces diecisiete añitos aún, había optado, como otros, en pasar del rollo patatero de la teoría. Se puso el libro de texto en el regazo y colocó dentro una revista de motos Harley Davidson montados por chicas de marcada pechonalidad. Según avanzaba Kenny las páginas de la revista, se le podía escuchar realizando risillas picaronas, hecho que le sonsacó a Craig una sonrisa mientras lo seguía observando en silencio.

Sin que fuese por Craig esperado, Kenny levantó de pronto la vista y lo miró juguetón, picando un ojo y pasándole el libro con su respectivo contenido hard candy en el interior. A continuación, Kenny se acercó con ninguna discreción a su oreja más próxima e hizo que sintiera su cálido aliento emitido de entre sus labios.

―Mira este pedazo de tía, Craig. ―Kenny era capaz de ponerle la piel de gallina con el mero hecho de susurrarle, como si inherente en él hubiese una extraña carga de energía estática que le hiciera reaccionar de esa forma―. ¿En serio no te la pone dura? Yo es que es sólo mirarla y, buf, ¡la de cosas que haría con ella! Yo le haría un favor y todos los que me pidiera.

Craig carcajeó con sutilidad sin enseñar sus dientes, libres estos de la ortodoncia que había tenido que llevar durante prácticamente toda su adolescencia.

―Te aseguro que yo le podría hacer más favores que tú.

―¿Ah?, ¿sí? ―enfatizó Kenny con una buena dosis de teatralidad por su parte. Para Craig no era nuevo discernir que Kenny podía ser puñeteramente odioso y tentador a la vez.

―Si así quisiera, por supuesto.

Kenny carcajeó, casi como un ronroneo, ante su respuesta, para luego humedecerse los labios y sonreírle de manera tácita y deliberada.

―Vaya, Craig, no pensé que un chico gay pudiera decir eso.

―Por algún motivo te recalqué el "Si así quisiera" ―dijo Craig, evitando por todos los medios las ganas de corresponder a esa sonrisa.

El jovenzuelo de rasgos muy rubios, de por sí albinos, que una vez le ha sido dado pie al juego no da marcha atrás, rió por lo bajo y disminuyó la distancia habida entre ambos, siempre marcando un paso más allá del límite correcto. En respuesta, Craig amplió la distancia, torciendo el rostro y apretando la mirada en gesto de reproche, ¿acaso tenía que recordarle que la clase no era el lugar más idóneo donde demostrar el afecto que se tenían en secreto desde hacía semanas? Kenny parecía haber entendido su posición, ya que se apartó para después corresponderle con una mirada disconforme y un inflar de mejillas típico de un niño de seis años.

Describir físicamente a Kenny significaba quedar hipnotizado del asombro ante su resultado. Ese joven era, sin reparo, objeto de difícil descripción. Lo que destacaba en su rostro eran sus ojos, más grandes y expresivos de lo normal; ligeramente separados y rodeados por un ejército de pestañas rubias, tan invisibles, que pasaban desapercibidas al igual que los anillos de Júpiter. Luego estaba aquel pelo revuelto casi platino rodeando con sutilidad su cara. Kenny poseía unos rasgos tan peculiares como a la par de extraños, inusuales. Era como si hubiera descendido desde lo alto, como caído desde un rompimiento de gloria.

No recordaba muy bien desde cuándo, pero en algún momento comenzó a observar los estragos sociales que Kenny causaba a su alrededor. A diferencia de él, era insólito ver a Kenny solo, era habitual verlo rodeado por un grupo de jóvenes, compuesto por chicos o chicas, grandes, delgados o rechonchos, morenos, rubios, pelirrojos o teñidos, inteligentes o brutos (y Kenny con ellos, esbelto, de una belleza insultante, con aquel pelo prácticamente blanco y aquellos ojos vigilantes de criatura extraña). La primera impresión que recuerda de él fue: «¡Pero si solo es un idiota de cara bonita!», y era un idiota, sí, pero era también una criatura extraña de cara bonita. Puede que nadie se diera cuenta, pero daba impresión de que la presencia de Kenny dominaba bajo cualquier circunstancia. En los recreos, cuando sus compañeros y él mismo se sentaban en torno a una de las mesas del comedor, hablando a su modo, a voces, chillando, haciendo bromas y chistes (salvo él mismo, que optaba por el silencio), todos prestaban atención a Kenny cuando hablaba. Aunque el chico albino hablaba poquísimo, cuando decía algo, nunca era mucho más que pocas palabras, a veces casi incomprensibles si llevaba puesta la capucha de su parka. Otras veces solo hablaba someramente acerca de temas banales, como del tiempo, de la comida, de películas y series que echaban por la televisión, de tías buenas y revistas porno, de deportes, o temas relacionados con el instituto y las clases. También solía hablar de sexo. Dicho tema recurrente en Kenny sacaba siempre carcajadas y caras de divertido asco a sus acompañantes, y que a Craig particularmente sacaba de quicio. No obstante, Kenny nunca pareció importarle la atracción fuerte que desprendía y atolondraba a los demás, como si permaneciera ajeno a lo que pudiesen pensar acerca de su chocante aunque singular belleza física. Por aquel entonces Kenny era para Craig un deslenguado idiota y un cínico intachable. Kenny, por lo tanto, también fue su centro de atención, admitiéralo Craig o no tiempo después.

De vuelta al presente, Craig se dio cuenta de que Kenny no había reparado en mantener las formas; acercó la silla y se estaba arrimando a uno de sus costados para luego apoyarse en él. Fue entonces cuando sus sugestivos labios se le acercaron peligrosamente a la línea de la mandíbula, dejando libre un margen de espacio de escasos milímetros. Craig reaccionó al instante intentando desembarazarse con suma dificultad. No le iba a ser tan fácil escapar de Kenny, en especial, de su mirada. Craig desvió la suya y puso atención a su alrededor, rezando haber pasado desapercibidos a ojos de la clase, profesor inclusive.

No, nada. Nadie se había dado cuenta. Aliviado, tragó saliva y clavó la mirada en Kenny de nuevo sintiéndose aún entre cabreado y estupefacto.

―Basta, Kenneth. ¿Es que te has vuelto loco?

Sin darle ni siquiera importancia a sus palabras, Kenny siguió con su juego, deslizó despacio el dedo pulgar por su muslo y comenzó a dibujar círculos imaginarios sobre sus vaqueros. Luego ascendió el movimiento hasta llegar a la ingle de Craig y, todo ello, sin apartarle en ningún la mirada. Kenny paró de repente y con malicia su desinhibido recorrido para sujetarle por el brazo y suscitarle al oído en un susurro ladino aunque directo:

―Adelante, Craig. Niégame que no te gusta que lo sea.

En efecto a estas palabras, Craig enrojeció de fiebre. Si no fuera por el lugar en donde estaban, se lo hubiera tirado en ese jodido instante; con Craig Benjamin Tucker no se juega sin salir intacto luego. Clavó la mirada en Kenny y no pudo contener una sonrisa. ¡Qué difícil le era tratar con alguien como Kenny!, ¡pero vaya que no disfrutaba y se divertía con él!, eso no lo podía negar. Tomó aire hondo y pensó que tenía que ser coherente por muy terriblemente tentador que fuese Kenny. No era recomendable actuar así sabiendo a lo que podrían después enfrentarse, Craig no estaba dispuesto a jugarse su tranquila vida de aparente fachada de chico hetero cuyo padre tejano le había inculcado una religión y filosofía estrictamente republicana. Dios y Ley en un mismo pack indivisible.

―Para de una vez ―le pidió, quitándoselo otra vez de encima a la par que le devolvía el libro con su respectiva revista dentro.

―No quiero. ―Kenny le sonrió enseñando los dientes y apretando la mirada.

―¡Ya!, ¡basta!

Lo que no escatimó Craig es que tal interacción había sido escuchada por el profesor que, después de volverse de la pizarra, lo miraba con gran signo de enojo.

―¿Podría saber qué es lo que ha dicho, Tucker?

Perfecto. El profesor Smith había pensado que le había dicho a él aquella sentencia. Reparó la situación y vaciló para sí.

«Cojonudo, Craig. La has vuelto a fastidiar», se dijo para sí. «¡Estás en racha!»

Encogió los hombros y, sin olvidar la mala hostia que traía consigo por culpa de esa maldita asignatura, decidió que ya era hora de decirle la verdad a ese profesor petulante.

―He dicho que basta, que estoy harto de su forma de impartir las clases.

Los "oh" de sorpresa se contagiaron entre los estudiantes a una velocidad pasmosa. Se escuchó a Cartman soltar una risotada de las suyas y decir:

―¡Coño, menos mal! ¡Por fin alguien dice la verdad!

Centenares de ojos se volvieron y se clavaron como agujas afiladas en Craig, incluido el profesor, quien no tardó en enrojecer de ira según transcurrían los segundos.

―Craig, ¿eres imbécil o qué? —le lanzó Kenny en un susurro—. ¡Siéntate y cierra la boca antes de que te eche de clase!

―Así que… ¿eso es lo que piensa usted acerca de cómo imparto la asignatura? —le instó el profesor por otra lado, empleando un tono desafiante.

Asintió Craig sin acobardarse según se cruzaba los brazos delante del pecho. Temperamento frío y gesto perseverante.

―Con todos mis respetos, actúo así por el simple hecho de cuestionarle a usted su profesionalidad. —Craig alargó la última palabra dejándola en el aire. La forma con la que hablaba de usted al profesor estaba muy lejos de ser respetuosa, sino más bien todo lo contrario—. Lo que estoy intentando decirle es que no tiene ni la menor idea de cómo exponer el programa educativo estimado sin utilizar el método como guía. Ninguno de nosotros necesitamos que nos recite lo que aparece ya escrito en el libro de texto, profesor Smith. Si le soy sincero, usted dista de ser un educador cualificado, y créame, no hace falta fijarse mucho como para admitir que la gran mayoría de sus alumnos piensan lo mismo que yo. Adelante, pregúnteles.

El profesor miró a los demás alumnos con incertidumbre y puntuó:

―¿Tampoco entendéis mis clases?

―No.

―Cállate, Cartman ―pidió seriamente Kyle a Eric volteándose de su asiento con el fin de mirarle y exigirle que dejara de meter cizaña.

El resto de la clase no dijo nada, hecho que molestó a Craig. Rodeó los ojos, decepcionado, pero era de esperar: él decía las verdades y otros solo optaban por pensarlas.

―Craig, por favor ―volvió a pedirle Kenny―, no sigas o será peor.

―Aunque no lo digan, eso es lo que piensan, profesor Smith ―declaró Craig sin ya hacer caso a nadie―. Corrígeme si me equivoco, pero me da la vaga sensación de que a usted lo que le interesa es cobrar los cerca de dos mil dólares mensuales que la propia docencia con la que se está ganando la vida. Entonces, ¿quién se burla de quién? Para mí humilde punto de vista, usted se burla de nosotros. A usted debería darle vergüenza insultar nuestro status quo de alumnos que venimos aquí con la intención de sacar algún provecho de toda esta basura desestructurada a la que vosotros llamáis con orgullo sistema educativo norteamericano.

El profesor tembló de ira.

―¿Algo más que decir, Tucker?

Craig negó con una sonrisa desafiante.

—No, es suficiente.

―¡Entonces salga ahora mismo de clase y vaya directamente al despacho del orientador!

―Será un placer.

Dicho esto, se levantó del sitio, cogió con rapidez sus cosas y observó la cara envuelta en asombro de Kenny. La luz que entraba por las ventanas le daba de lleno en el rostro. Realmente, ese chico parecía haber caído del cielo.

Tras colocar una de las asas de su mochila en el hombro, se dirigió hacia la puerta bajo la atenta mirada de atención procedente de sus compañeros. Cruzó con la de Kyle Broflovski. Fue una conexión de miradas fugaz, pero descubrió una leve sonrisa de complacencia en el rostro del chico. A Craig le fue eso suficiente como para comprender que Kyle estaba de su parte.

―Ten esto. —El profesor de cabello hirsuto y canoso arrugó la frente en signo de incontenible rabia mientras le extendía una hoja. Craig lo miró sin inmutarse—. Aquí tiene otro parte indisciplinario durante el horario lectivo de mi clase. Ni qué decirle que no hace falta que se presente al último examen de este viernes. Está desde hoy, miércoles, suspendido. Y si quiere aprobar esta asignatura deberá intentarlo en la recuperación final del martes de la siguiente semana.

Y tomando el papel, el profesor de Lenguaje y Literatura añadió con rotunda e irritable sequedad:

―Y espero, por su bien, que para entonces traiga consigo ese aplomo habitual en usted, Tucker. Créame si le digo que lo va a necesitar.

Craig no le dedicó más tiempo a aquel hombre. Siguió su camino con la misma actitud indiferente, desapareciendo del aula y cerrando la puerta. Escuchó la voz del profesor indicando la reanudación de la clase tras esta. Sin prisas caminó por el pasillo, en aquel momento desértico. Pasó por delante del despacho del orientador, el señor Mackey. Estaba más que harto de oír los mismos consejos que venía escuchando desde hacía años y que no le servían para nada. Además, el señor Mackey también estaba hasta las narices de verlo cada dos por tres en su despacho. Por un bien mutuo ni se lo pensó dos veces en proseguir su camino. Poco después alcanzó las taquillas y abrió la suya, no sin antes arrugar en su mano el parte indisciplinario y hacer de él una pequeña pelotilla, lanzándola y realizando un tiro de tres puntos en la papelera más cercana. Guardó los libros de texto y tanteó en el interior hasta dar con otro tropel de libros y apuntes para la siguiente clase. Mientras realizaba todo aquello sin prisas, canturreaba bajito un tema de rock. Siempre que no había alguien a su alrededor, se tomaba el privilegio de aparcar un poco su actitud apática y ser un poco más esa parte de él que para el mundo pasaba desapercibida.

―Vaya, ¡mira tú por dónde! —Una voz familiar apareció sin previo aviso tras sus espaldas—. ¿Desde cuándo escuchas a Jim Morrison?

Craig calló de repente en respuesta, cerrando de sopetón su taquillero y girándose sorprendido al ser descubierto. Estaba claro que aquel chico no tenía ni idea de cuáles eran sus gustos en realidad.

Stanley Marsh.

―"When you're strange, no one remembers your name. When you're strange..."

Había canturreado divertido Stan lo que había estado tarareando Craig ante su semblante nuevamente impertérrito. Que el hijo de los Marsh lo viera tarareando despreocupado y punteando con el pie al son de la melodía que emergía espontánea de sus labios tuvo que ser una experiencia la mar de inusual. Quizá eso explicara el estatismo del chico más joven, quien se había quedado estático presenciando la escena a unos pasos más allá.

―¿Qué haces aquí? —le soltó, aún pasmado por la presencia de este.

―¿Es que tampoco puedo pasar a saludarte, primo Craigy?

―No soy tu primo, pedazo de imbécil —inquirió tras un gruñido—. Y no me llames Craigy o juro por Dios que lo lamentarás.

Stan carcajeó, pasándose la amenaza por los mismísimos.

―¡Claro que no! Que tu madre y mi padre sean hermanos de un mismo padre no nos hace primos ni nada parecido.

Stanley tenía razón. Su madre, Helen Tucker —Helen Marsh, apellido de soltera— y el padre de Stan, Randy Marsh, eran hermanos por parte del mismo padre, pero eran de madres diferentes. Incluso, tanto Craig como Stan compartían a un medio tío. ¡A tío Jimbo! Que el abuelo de Stanley fuese un Don Juan DeMarco en la década de los sesenta y hubiese dejado encintas a tres mujeres distintas no era un hecho desconocido por los habitantes del pueblo. Todo South Park lo sabía, este tema familiar había sido siempre la comidilla habitual de los chismorreos allí habidos.

Stanley volvió a soltar una risotada con desbordante simpatía.

―Si estoy aquí es porque he pedido al profesor Smith salir un poco antes de la hora. Le dije que tenía cita con el médico, que tenía pendiente unas pruebas médicas.

―¿Unas pruebas médicas?; ¿es por el asma?

―No, esta vez no, voy tirando con esa mierda. Lo que he hecho ha sido contarle una bola impresionante. He querido salir antes porque tengo la idea de ir a Denver con los colegas activistas del pueblo. Harán una manifestación los de Greenpeace y, bueno, vale bastante la pena ir y echarles un cable.

―Stanley Marsh y sus vanos intentos por querer cambiar este puñetero de mundo. ¡Quién si no…! —declaró Craig, dejando en evidencia su sarcasmo.

Luego, marchó por el pasillo sin despedirse. Se dio cuenta al poco tiempo que Stanley lo estaba siguiendo y que caminaba a su lado. Lo dicho: odiar a su primo fue siempre una opción y tolerarlo a veces también lo fue.

Bajaron el corto tramo de escaleras que daba paso a la amplia explanada rectangular que componía el patio. Era un lugar al aire libre y rodeado por un muro de ladrillo visto que se erguía alcanzando más de los dos metros de altura. En el patio había bancos de piedra y papeleras que rodeaban el perímetro salvo en la zona en la que se encontraba la cancha de baloncesto, cercada esta por los tres de sus cuatro lados con una gradería también elaborada ladrillo, aunque encalado en un burdeos oscuro. Al fondo, separado del edificio principal, se levantaba una construcción muy semejante a este en tanto al aspecto exterior y estructura. Era el gimnasio, inserto dentro del espacio interior perteneciente al patio. En todo aquella extensa zona no había nadie, apenas era audible el movimiento cotidiano del interior de las aulas; las voces de algún que otro profesor traspasar las ventanas o el bullicio de algún curso en concreto que tenía la suerte de tener la hora libre debido a la ausencia de su respectivo profesor.

Nada más le hubo dado lleno los rayos de luz de un cielo despejado supeditado al buen tiempo que propiciaba el mes de mayo, Craig sacó con cierta ansiedad su cajetilla de tabaco y el encendedor, encendiéndose un cigarrillo al momento y sin descender el ritmo de la marcha que llevaban ambos en dirección al lugar que tenía acostumbrado ir el grupo de chicos de su clase: la ancha escalinata dispuesta en el acceso de la puerta principal del gimnasio cerrada a cal y canto. Se sentaron juntos en el último peldaño de la misma, extendiendo ambos sus piernas por las restantes inferiores. Casi llegaban al arranque de la escalera, por lo que era de considerar la semejante altura que tenían ambos, alcanzando el metro ochenta y tanto de altura cada uno. Bajo la atenta mirada de Marsh, fumaba en silencio y con la vista perdida en algún punto concreto del edificio principal en actitud reflexiva.

―¿Desde cuándo fumas?

―Desde que comenzó el curso. ¿Sorprendido?

―No te había visto antes hacerlo, ya sabes, delante de los demás. Supongo que por eso me he sorprendido. Pensé que Cartman, Kenny y Token eran los únicos que le daban al tabaco.

―Únicamente fumo cuando estoy de mala hostia. Eso es todo. —Exhaló otro suspiro de humo. No le apetecía hablar. Casi nunca prefería hacerlo.

―Bueno, Craig. Haz lo que quieras —dijo Stan con reticencia, apoyándose en el borde del escalón y colocando sus codos y el largo del brazo sobre el mismo—. Si crees que vale la pena joderse la salud por no afrontar las cosas con más seriedad y madurez…Tú mismo.

Craig se tornó hacia su primo y le clavó aquellos ojos abrumadores. Cuando alguien recibía una mirada de las suyas podía sentirse más que amedrentado, pero Stan no se sobrecogió, ya estaba acostumbrado. Craig guardó la compostura sabiendo que tenía razón en lo que decía.

―No te estoy pidiendo que me avasalles con esos consejos tuyos de hippie optimista, Marsh.

―Pues que te quede claro que prefiero ser un hippie a ser en el futuro un paciente hecho mierda por un cáncer de laringe o de pulmón.

Según Stan le hablaba, había entornado los ojos y fruncido los labios a modo de una cortante mueca de desaprobación. Para saber tratar con Craig había que echar mano a una cosa primordial: la paciencia. Y esto Craig lo sabía de primera mano.

―¿Y por qué decidiste comenzar a fumar?; ¿te ha ocurrido algo en especial?

―Ya te lo he dicho.

―Veamos, déjame pensar... Vale. Me has dicho que fumas cuando estás de mala hostia, ¿no? ¿Es que empezaste a fumar por algo grave que te ocurrió a principios de curso?

Craig volvió a mirar al frente con el cigarrillo sujeto en uno de los extremos de sus finas comisuras. Asintió escuetamente con la cabeza, si bien no añadió nada al respecto.

«Por algo tan grave como es el enamorarse de alguien», pensó sin atreverse a decirlo en voz alta.

―Y no te veo por la labor de contarlo, Craig.

El aludido negó secamente con la cabeza.

―Y ahora fumas por lo que te acaba de pasar en clase.

―¡Bravo, Marsh! Ya vas comprendiendo. —Craig dejó el cigarrillo de nuevo en los labios y aplaudió desganadamente tres contadas veces, haciendo uso de su innata apatía—. De veras lamento no tener un regalo aquí para premiarte.

―¿Se puede saber por qué eres tan hijo de puta conmigo? —recriminó Stan con las cejas fruncidas—. ¡No entiendo tu constante odio hacia mí!

―Supongo que algún día lo sabrás —añadió, cortante, Craig. Dando a demostrar que no quería abarcar más allá de dicha conversación.

Tras darle nuevamente una última calada profunda al cigarrillo, expirar el humo por la nariz y tirar la colilla, Craig recogió sus piernas y las envolvió entre sus brazos. Stan volvió a tararear la canción que Craig había estado canturreando bajito en las taquillas, en su caso, en voz alta y animadamente. Así era el pequeño de los Marsh.

―Realmente sigo creyendo que eres un cretino malhumorado, un orgulloso y un cargante —intervino este tras terminar con el estribillo del tema—. Pero, ¿sabes una cosa, Craig? Has hecho bien en decirle todo eso al profesor Smith. Después de irte nos volvió a preguntar si en verdad no estábamos entendiendo ni una mierda del temario. En plan ya buen rollo.

―¿Y nadie dijo nada? ¿Agachasteis vuestras cabecitas por miedo a que os suspenda como hizo conmigo o algo así?

―A decir verdad fue Kyle quién le sugirió si era posible dar clases de repaso. Estoy seguro de que no le hacían ninguna falta, pero ya sabes lo diplomático que llega a ser él por ayudar a los demás.

―¿Kyle? Si fuera por mí, te aseguro que ni se me ocurriría jugarme el cuello por una panda de niñatos inmaduros como vosotros.

Stan asintió y, en respuesta, Craig resopló negando con la cabeza, llevando la mirada hacia otro lado. Un incómodo silencio despertó para instalarse durante unos minutos entre ambos. Los rayos de sol recorrían sosegadamente los contornos y volúmenes de los edificios, del patio, de las gradas, de ellos mismos. Eran haces de luz calientes, que hacían picar la piel cuando se dejaba expuesta demasiado tiempo. Podría ser una sensación desagradable si no fuera por los golpes de brisa que hacían mecer un aire fresco, confortante; única y flaca reminiscencia de un ya apagado invierno. Stan se deshizo de su gorro de lana gris marengo en un gesto, colocándolo sobre su regazo. Con la mirada clavada en aquel cielo despejado y poluto, le dijo bastante serio:

―Vas a tener que estudiar lo suyo para aprobar con el profesor Smith, capullo arrogante.

―Lo mismo te ocurrirá a ti con Filosofía, mocoso insoportable.

Stan dejó de reír al instante y se giró hacia él aproximándose con el rostro desencajado y abriendo exasperado los ojos, alarmado. Craig vio cómo Stan tragaba saliva con dificultad sin dejar de pestañear fruto del desconcierto.

―No me digas que…

―¿No te lo ha dicho Kyle? —Ante la negación de Stan, Craig añadió—: Así es, has suspendido Filosofía. Publicaron la lista de los resultados en el panel de la entrada esta misma mañana. Como sueles llegar tarde, no me sorprende que no te hayas dado cuenta.

Stan maldijo por lo bajo al mismo tiempo que se sujetaba con los dedos el puente de la nariz y cerraba los ojos con fuerza.

—¡Oh!, ¡mierda!

Tras escuchar varias maldiciones propias del chico más joven, Craig se percató de la presencia de un hombre acercarse a ellos a una velocidad inusitada, delgado y alto como un alfiler en contrapartida con su rostro oriundo, desproporcionado con el cuerpo. El profesor Mackey los alcanzó y, sin miramientos, tiró del brazo a un Stanley Marsh desconcertado para que se levantara y lo siguiese.

―¡Vamos, Tucker! ¿Crees que te ibas a librar de tu castigo?, ¿sabes?

Craig quedó asombrado al ver cómo el orientador los confundía por enésima vez.

―He ido a clase del señor Smith y me ha contado tu estúpido comportamiento, ¿sabes? —le dijo al desconcertado muchacho de ojos claros—. ¡Y para colmo no te presentas en mi despacho!, ¡¿sabes?!

―Esto…, señor Mackey —balbuceó extrañado Craig, aún sentado en la escalinata presenciando la escena.

―¡Ni una palabra, Marsh! ¡Regresa ahora mismo a clase si no quieres que te castigue a ti también!, ¡¿sabes?!

Stan clavó consternado los ojos en él y luego de un gesto se deshizo del profesor para señalar a su amigo con el índice.

―¡Yo soy Stan! —gritó—. ¡Él es Craig, señor Mackey!

El profesor quedó en silencio, observándolos, contemplativo, como si estuviera realizando el pasatiempo de buscar las diferencias entre dos idénticas imágenes. Entretanto, Craig esgrimió una apenas perceptible carcajada, aquella escena le estaba resultando ridícula. Se levantó y se colocó al pie de los otros dos.

―Yo soy Craig.

―Oh, caramba… —balbuceó finalmente el hombre de corbata firmemente ajustada—. Me he vuelto a equivocar, ¿sabéis? Ciertamente os parecéis bastante, ¿sabéis?

Mackey sonrió a modo de disculpa a Stan y volvió su ira contra él, dirigiéndole un ademán estricto para que lo siguiera.

―¡Como dos jodidas gotas de agua! —añadió Craig, volviéndose hacia Marsh por última vez antes de seguir al orientador.

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FIN CAPTIULO I.

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¡Bienvenidos a mi primer longfic que he hecho basado en la serie South Park!

Para empezar, comentaré en primer lugar el tema de las advertencias pues esta historia es de contenido adulto, no únicamente por tratar temas sexuales y de violencia, sino por alcanzar ciertas matizaciones dentro de su contenido narrativo enfocadas a aquellos lectores cuyo bagaje cultural es más adulto o, mejor dicho, cercano al mismo. Por lo tanto, quiero recomendar a los lectores jóvenes que leáis esto (menores de quince, por poner una edad) que os abstengáis a seguir leyendo. Como sé que los que no alcancéis el límite de edad pasaréis un jodido kilo de mi recomendación, pues nada, vosotros mismos, y como diría la serpiente, eritis sicut dii scientes bonum et malum (xD). También tengo que advertir que este longfic es de temática homosexual boyxboy, así que si tú, lector, eres uno de esos condenados chovinistas que van en contra de la libertad sexual de los demás y que, por ende, detestan este tipo de lecturas, hazme el tremendo favor y esfúmate, porque aquí sobras.

Dicho esto, los géneros predominantes serán la ciencia ficción y el drama. Puede que al principio no se vea esta inclinación sci-fi, pero a medida que avance la historia se irá afianzando. De acuerdo con lo dicho al principio, este fic se basa en South Park pero que no sigue al cien por cien el hilo argumental o, como lo conocemos por aquí, el canon. ¿Por qué? Veréis. South Park, al igual que la mayoría de los cartoons, crea episodios en su mayoría aislados; es decir, en cada episodio se recrea una trama, se desarrolla y se le pone punto y final, cuyo desenlace normalmente no influye ni se da por sentado en episodios posteriores. A no ser, claro está, algunas subtramas y sagas (como por ejemplo el tema del padre de Cartman, las muertes de Kenny o la saga The Coon & Friends) o episodios especiales donde suelen aparecer personajes y escenas puntuales (Santa, Cristo, Scott Tennorman..., etcétera). Por consiguiente, es rarísimo que alguien que escriba sobre esta serie se base en un completo uso del canon. Por ahora, temas como la mutilación de Kyle tras tantas operaciones (el cambio de raza o lo que vivió en el episodio HumancentiPad) no aparezcan en ningún fic. Ni siquiera en la serie se recurre al canon argumental. Así, pues, me basaré en la serie si bien escogiendo los episodios o escenas de los mismos que más me convengan para realizar este fic e intentando evitar el Ooc lo mejor que pueda.

Para finalizar con esta larga perorata, deciros que el título de este fic surgió de la manera más imprevista, divertida y estúpida que pudiera imaginarse. Recuerdo que hace cuatro años, estaba tentada a escribir un fic largo (este que leéis ahora) en donde se trataría una de los pairings raros (mi OTP) y, por lo tanto no canon, que no aparecían como pareja en la sección de Fanfiction en español, el "Crenny", que solo nos gustaba a un contadísimo número de seguidoras en el fandom (¡qué hermosos tiempos.. xD!). Un día, viendo el segundo episodio dedicado a la saga 'The Coon & Friends', mi mejor amiga estaba empecinada con que Toolsheld era Craig y no Stan, cuando después se aclararía sin problema. Ella me soltó un "¡Pero si son como dos jodidas gotas de agua!" y así ha quedado como título de esta historia que, después de tantos años aún no he podido finalizar y que, viendo lo visto, tardaré lo suyo. Suelo actualizar una vez cada dos meses. Los propios capítulos, los quehaceres del día a día, las clases y mi vagueza dormilona lo requieren, así que pido mucha paciencia; jamás se me ocurrirá abandonar este fic, aunque lo acabe con ochenta años encima (xD).

Y, nada más. Agradecer la lectura de este primer capítulo y esperar que no sea el último que leáis :).

Un cordial saludo de mi parte y disfrutad de esta larguíííísima historia.

Silenciosa.

(¡Y no olvidéis de exponer vuestras opiniones en forma de reviews si queréis :)! )

Última revisión: 31/10/2014.