Bueno, como prometí, acá está el otro fic de KagomexKikyo (ahre que nadie lo esperaba jajaja)

No va a ser una historia muy larga. En sí, el fic ya está completo, pero mientras lo voy posteando también voy revisando cositas, así que voy a ir subiéndolo a lo largo de estos días. La historia está situada en Inuyasha kanketsu-hen, o sea, poco antes del final. Así que veremos qué tipo de final sale con ésta peculiar parejita jajaj

Solo me queda decir lo de siempre: estos increíbles personajes no me pertenecen. Reverencias a Rumiko Takahashi, el amor de mi vida.

Espero que disfruten de la lectura y desde ya, ¡gracias por leer, gente linda!


Almas

Entrenamiento

—¡No, no y no! ¡Me niego!

Kagome estaba abrumada. Sus pisadas resonaban histéricas en el césped mientras caminaba de un lado a otro refregándose el cabello.

La misión que llegó de imprevisto le cayó como un balde de agua fría directo a la cabeza. Sería mentir decir que no la esperaba, más sí tenía esperanza de que nunca llegase. La batalla final con Naraku se acercaba y sus poderes no estaban ni cerca de derrotarlo. Mientras más crecían, menos podía usarlos, pues, no sabía cómo. Estaban fuera de control, al igual que sus nervios en ese momento.

—Señorita Kagome, comprendo que no le agrada la idea, pero sea razonable. Sabe bien que Kikyō es la mejor opción, ¿con quién más podría entrenar?

—¡No lo sé! Quizás… ¡Kaede! ¡La anciana Kaede! ¡Ella es una sacerdotisa también!

El monje Miroku negó con la cabeza.

—La anciana Kaede está muy ocupada protegiendo a su aldea, los demonios abundan últimamente. Además, Kikyō es mucho más poderosa. Lo sabe.

Kagome plantó los ojos en el césped con los nervios a flor de piel. Ansiedad la atacó. Ansiedad por ver de nuevo a ese espectro que, aunque todavía le generaba escalofríos, debía admitir que con el tiempo y luego de varias experiencias fue cayéndole mejor.

Pero no lo suficiente.

—Ella trató de matarme en el pasado…

—Pero luego le salvó la vida más de una vez, al igual que usted salvó la de ella. ¿No es eso un progreso?

Kagome apegó los hombros al cuello. Digamos que el sabio monje Miroku tenía razón. Kikyō había cambiado, y tenía pruebas de ello. No podía olvidar esa vez que se quedaron encerradas en la cueva de aquel demonio. Mejor dicho, pensaba constantemente en eso cada vez que veía a la Miko, provocando que sus cotidianos celos al verla con Inuyasha se transformaran en sentimientos encontrados. No sabía si resentirla o simplemente dejarlo estar.

Maldito sea ese día en la cueva, porque ese día cambió todo.

La sacerdotisa mayor, siempre con una mirada gélida, demostró preocupación por su persona y casi le imploró que escapara cuando antes la hubiera dejado abandonada. Los momentos que pasaron allí juntas fueron cruciales para ambas, mutaron notablemente la imagen que tenían la una de la otra. Kagome pudo ver por primera vez a una Kikyō razonable y lejos del rencor. Y, por otro lado, Kikyō pudo a ver a una valiente quinceañera dispuesta a salvarle la vida aunque le costara el pellejo. Valiente, bondadosa y algo extravagante, como sus ropas. Kagome, luego de un tiempo, se convenció de que aquello fue un avance. Llevarse mejor con su enemiga en el amor no sonaba mal. Era mucho más conveniente que el hecho de que ésta quisiera matarla.

Con el pasar de los meses, aquel extraño vínculo incluso avanzó más, puesto que Kagome tuvo que salvarla otra vez. Era como si el mundo se complotara para que se llevaran bien. Cuando la vida de la otra corría peligro, ahí estaban para rescatarse. Una asegurando que jamás abandonaría a alguien que la necesitara; Kagome. Y otra sin molestarse en dar muchas explicaciones de sus actos; Kikyō.

No obstante, una cosa era ser cordiales entre ellas y otra ser entrenada por una estricta sacerdotisa que, si mal no intuía, todavía le guardaba un poco de rencor. Lo sabía porque Kagome misma sentía lo mismo. En menor grado que antes, pero lo mismo al fin.

Aunque la verdadera realidad era otra.

Ambas preferían sentir rencor… para así no sentir simpatía. Porque la simpatía quizás conllevaría entrar en un peligroso bucle de emociones para el que no se encontraban preparadas. No teniendo a su amado Inuyasha en el medio.

Ojalá no nos hubiéramos enamorado de la misma persona.

Pensó con tristeza.

—Señorita Kagome…

—¡Lo sé! Ah… Ya lo sé. —Suspiró y se sentó en el césped con el rostro decaído. No podía ser tan egoísta. Negarse era igual que rendirse. Tenía que entrenar, era extremadamente necesario hacerlo. Negarse, de nuevo, era inmaduro—. Pero… ¿ella aceptará?

—Ya aceptó.

—¿Huh? —Levantó la cabeza— ¿Cuándo?, ¿cómo?

—Inuyasha fue a verla ayer.

Kagome frunció el ceño. Por eso había desaparecido, llegó a la conclusión. Ya le parecía extraño que al hanyō le apeteciera dar un paseo a la luz de la luna. Cuando despertó a la mañana acurrucada con Shippo, él no se encontraba a su lado como solía estar.

—¿Planearon esto sin decirme nada?

Miroku levantó las manos en son de paz.

—Se lo estoy diciendo ahora, señorita. Tarde pero seguro.

Kagome por poco y gruñó cuando se puso de pie de un salto.

—¿Sigue con ella?

—Ya debe estar por regresar.

¿Pasó la noche con Kikyō?

—Kikyō se encontraba lejos de aquí, por eso seguro le tomó su tiempo hallarla. —agregó Miroku ante el semblante irritado de Kagome.

—¿Y cómo sabes que aceptó?

—Por esto. —Miroku sacó un papiro de la manga de su túnica—. Llegó hoy junto a una serpiente recolectora de almas. —Se la entregó.

Kagome abrió el papiro y se asombró por la delicada caligrafía que poseía la sacerdotisa.

¿Esta es la letra de Kikyō? Qué refinada… Mi letra es horrible. ¿De verdad soy su reencarnación? Somos tan distintas.

Leyó lo que estaba escrito. No tardó mucho. Era conciso y algo tosco.

"Tráiganmela. Inuyasha conoce el camino."

—¿Tráiganmela? ¿Qué soy?, ¿un saco de arroz?

Miroku soltó una risita.

—Kikyō es muy consciente de que se acerca el final, señorita Kagome. Estoy seguro de que la entrenará bien. Usted es nuestra esperanza, no lo olvide.

—Eso solo me pone más nerviosa…

—¿Oh? Hm… Pues, si le ayuda, conozco un remedio infalible para los nervios —comenzó a decir con una traviesa sonrisita, estirando la mano hacia su trasero. Kagome lo fulminó con la mirada y agarró sus dedos. Los retorció sin compasión— ¡Ay, ay, ay, ay, ay!

—No aprendes más, monje pervertido. Le voy a decir a Sango cuando vuelva de pescar.

—P-Pero yo solo quería ayudar…

Kagome abrió la boca para continuar insultándolo pero la volvió a cerrar cuando escuchó una familiar voz en lo alto.

—¡Miroku! ¡Guarda esa mano!

Alzó la visión y halló a un mitad bestia cayendo en picada hacia ellos. Inuyasha aterrizó los pies en el césped y el viento le acarició las mejillas a Kagome con un perfume muy particular. El de Kikyō. Estaba impregnado en la ropa de Inuyasha. ¿Qué tan cerca habían estado como para que se le adhiriera tanto?

Huele bien…

Pensar en su deliciosa fragancia floral no ayudaba a sosegarla. Se sentía menos mujer comparada con ella. Bien, lo era. Estaba segura de que a los ojos de Kikyō solo era una niña sin experiencia alguna. Sin tragedia alguna que contar. La sacerdotisa, a pesar de haberle dedicado algún que otro cumplido indirecto en el pasado, aún la subestimaba, cosa que no hacía fácil el poder llevarse bien con ella. Tenía la sensación de que detrás de esos fríos ojos se reía del poco control que tenía de su poder. O, más que reírse, la consideraba un estorbo. La había visto suspirar más de una vez cuando era incapaz de apuntar bien o liberar su poder espiritual.

Recordarlo la enfureció. Ver a Inuyasha más.

—Inuyasha.

El hanyō, quien estaba a punto de darle su merecido a Miroku, se paralizó al escuchar la voz de Kagome. Sonaba enojada.

Se volteó con cierto sigilo hacia ella.

—Kagome, escucha…

—¿Por qué no me dijiste antes lo del entrenamiento?

Inuyasha sacudió las orejas, asustado. La furia de Kagome estaba tatuada en su rostro, le avisaba que en cualquier momento terminaría estampado en el suelo. No le hacía gracia, al igual que juntar a sus dos amadas, pero la situación lo ameritaba. Había hablado de ello con Miroku y Sango, y todos habían llegado a la misma e irremediable conclusión.

Kagome tenía que entrenar.

—Antes de decirte quería estar seguro de que Kikyō aceptara.

Kagome se cruzó de brazos y lo examinó con una ceja en alto. Para variar, Inuyasha lo único que hacía era hacerla enfadar. Últimamente se la pasaban así, peleando. Kagome ya no tenía la paciencia de antes. Hacía tiempo que se sentía desgastada, irritada. Y todo gracias al indeciso mitad bestia y a las batallas cada vez más agotadoras que enfrentaban con Naraku y sus demonios. ¡Pero! más por Inuyasha, eso era innegable. Kagome nunca pidió ser correspondida, prometió quedarse a su lado y tolerar la situación como pudiera. Se suponía que Inuyasha ya había elegido a Kikyō, pero el muy desgraciado aún se comportaba como si continuara sin saber a quién elegir, confundiéndola en consecuencia. Eso solo empeoraba la situación. Era como si jugara con las dos. Sabía que no lo hacía con malas intenciones, pero el resultado era el mismo con buenas o malas intenciones: un enredado trío amoroso que no parecía tener fin.

—Kikyō aceptó. Debes estar feliz, Inuyasha. —le dijo, tajante.

—¡¿Huh?! ¡Dónde se me ve feliz! ¡Lo que menos quiero es que tú y ella-

Kagome levantó el índice e Inuyasha tembló.

—Siéntate.

—¡Agh!

Inuyasha terminó de frente contra el suelo.

—¿P-Por qué hiciste eso? —masculló con una orejita tiritando. Kagome pisó el césped con fuerza y lo señaló otra vez.

—¡Siéntate!

—¡Ugh! —Se estampó más contra la tierra, haciendo un agujero en ella— ¡K-Kagome!

—¡Estoy cansada de ti! ¡Hay algo que se llama comunicación! ¡C-O-M-U-N-I-C-A-C-I-Ó-N! ¡Tenías que decírmelo antes! ¡¿No ves que tengo que prepararme psicológicamente?!

—¡¿Psico-qué?! —preguntó, levantando la cara llena de tierra— ¡No hay tiempo para prepararte, tonta! ¡Mientras estamos aquí sin hacer nada, Naraku se vuelve más fuerte!

Kagome se tragó su próximo insulto con una importante fuerza de voluntad y le dio la espalda. No podía luchar contra esa verdad. Derrotar a Naraku también era su responsabilidad, puesto que ella fue quién destruyó la perla de Shikon en un accidente y provocó todo ese desastre.

—¡Entonces llévame con ella de una buena vez antes de que me arrepienta!

—Chicos… —Miroku meneó las manos para que se calmaran—. No es momento de pelear.

—¡Ella empezó! —La señaló Inuyasha, levantándose adolorido. Kagome lo acuchilló con la mirada.

—Oh, sí. Yo siempre empiezo todo ¿no? Qué conveniente para ti.

—Kagome… —Inuyasha gruñó su nombre entre dientes. Kagome, ignorándolo, se inclinó para agarrar su mochila del suelo. La colgó en su hombro y estiró una mano hacia él.

—Vamos. No hay tiempo que perder, ¿no es cierto?

Inuyasha bufó y se agachó para que se subiera en su espalda. Kagome, de mala gana, se acomodó sobre él.

—No es como si quisiera que se juntaran… —Escuchó al hanyō murmurar. Kagome se contuvo de decir otro "siéntate". No era momento de estamparlo contra el suelo. En sí, no era momento de hacer un berrinche. La cosa se le fue de las manos. ¿Pero cómo no hacerlo cuando apenas despertó le dieron tal noticia? Todavía la estaba asimilando.

—Lo sé… —Suspiró y volteó el rostro hacia Miroku—. Dale mis saludos a Sango y Shippo. Oh, y diles que también estoy enojada con ellos por ser cómplices de mi desgracia. Se los haré pagar.

Miroku asintió con una tensa sonrisa y levantó la mano en un saludo. Kagome podía dar mucho miedo cuando quería.

—Que tenga un buen viaje, señorita.

El monje detalló como Inuyasha despegaba los pies del césped y comenzaba a alejarse saltando por las ramas de los árboles.

—Y allí van… Espero que esto no termine en serio en una desgracia.

.

.

.

—¿Es aquí?

Kagome bajó de la espalda de Inuyasha luego de un recorrido bastante largo y contempló un viejo templo abandonado en medio del bosque donde se encontraban.

—Sí. Kikyō está aquí, puedo olerla.

—Perro.

—¿Qué dijiste? —espetó Inuyasha, mirándola de reojo. Kagome esbozó una traviesa sonrisa y sacudió la mano, restándole importancia.

—Nada, nada. Vamos.

—Um… Respecto a eso, tú irás.

—¿Huh? —Kagome giró el rostro hacia él— ¿No vienes?

—Yo no tengo nada que ver con esto, es a ti a quién va a entrenar. Con Kikyō acordamos que solo estarían ustedes dos porque yo estorbaría.

Kagome procesó sus palabras un momento y comenzó a ensanchar los ojos hasta dejarlos de piedra.

—Espera, es una broma ¿no? ¿No te vas a quedar? —Inuyasha negó con la cabeza y Kagome se infartó— ¡¿Cómo que no te vas a quedar?! ¡No me puedes dejar sola con ella! —exclamó, zarandeándolo de la ropa— ¡¿Y qué mierda es eso de "lo acordamos entre los dos"?! ¡¿Qué hay de mi opinión?!

—¡Kagome, cálmate! ¡No va a lastimarte! —exclamó con la cabeza yendo y viniendo de aquí para allá.

—¡Ese no es el único problema!

—Tan ruidosos como siempre…

Kagome frenó las manos y deslizó las pupilas hacia el costado. Tragó pesado al ver a una elegante sacerdotisa cuyos fríos ojos podían helar a cualquiera. Cualquiera. Los había helado a los dos, sin excepciones.

—K-Kikyō, aquí te la traje. —Inuyasha empujó a Kagome por la espalda, mostrándole el paquete que trasladó.

—¿Qué es eso de "te la traje", idiota? —masculló el paquete, clavando unos irritados ojos en los suyos. Inuyasha carraspeó y se alejó unos necesarios pasos. Temía por su vida.

Kikyō pasó la mirada a él, quién la observó con la cola entre las patas, y le hizo un ademán con el mentón para que se retirara. Inuyasha, recomponiéndose, asintió con una complicidad que a Kagome no le agradó.

—La dejo en tus manos, Kikyō. Si sucede algo, no duden en buscarme. Estaré cerca por las dudas.

—No hace falta tu cercanía, Inuyasha. —Kikyō caminó hacia él y señaló el bosque básicamente echándolo—. Podemos defendernos solas. Además, voy a poner una barrera espiritual para que no entre ningún intruso, ni siquiera tú.

Kagome observó esa escena, desconcertada. No era una novedad que la Miko se mostrara indiferente con su supuesto amado, pero hoy parecía particularmente hostil.

Inuyasha hizo una mueca confusa y le echó un último vistazo a Kagome, quién le devolvió unos inseguros ojos que gritaban: ¡no me dejes!

—Buena suerte, Kagome. Vendré a buscarte en unas semanas.

—¿Unas… semanas? —Su mandíbula se desencajó.

¡Tonto Inuyasha! ¡No me dijiste que el entrenamiento duraría tanto!

Ahora sí estaba nerviosa. Los nervios que sentía no se comparaban con los de antes. ¿Pero cómo no estarlo?

Inuyasha miró una última vez a Kikyō y pegó un salto. Desapareció entre los árboles mientras Kagome volteaba el rostro lentamente hacia una inexpresiva Kikyō.

¡De verdad! ¡Cómo no estarlo! Semanas encerrada allí con su enemiga en el amor. Semanas entrenando con una estricta y fría sacerdotisa que estaba más que segura que no le tenía aprecio alguno.

Trago saliva otra vez. Tenía la garganta reseca.

Va a matarme. Me doy por muerta, es todo.

—Q-Quedo en tus manos, entonces —dijo una estupidez, para variar. Cuando estaba cerca de ella siempre se le resbalaba la lengua—. Gracias por tomarte la molestia de entrenarme.

Kikyō se mantuvo en silencio y comenzó a caminar hacia ella. Kagome se irguió cual soldado y allí quedó cuando la Miko pasó a su lado y levantó las manos. Cerró los ojos y empezó a conjurar una barrera espiritual, rodeando todo el templo y parte de las afueras. Kagome, inquieta, miró la esfera gigante únicamente perceptible ante los ojos especiales de ambas.

—¿De verdad vas a encerrarnos aquí?

—Protegernos, no encerrarnos —resaltó con severidad, espiándola de reojo— ¿Por qué estás tan intranquila?, ¿qué piensas que voy a hacerte?

Veamos… No sé, ¿matarme?

Pensó, contemplando como la barrera se completaba.

Kikyō bajó los brazos y giró los pies. Comenzó a dirigirse hacia la entrada del templo.

—Sígueme.

Kagome asintió, intentando calmarse. Debía bajar las revoluciones con urgencia. Estaba haciendo el ridículo. Kikyō hacía tiempo que no deseaba matarla, lo sabía. Además, no era el estilo de la Miko asesinarla cruelmente cuando Kagome la había salvado en dos importantes ocasiones: en la cueva y del miasma que Naraku le impregnó. No era necesario ponerse tan a la defensiva, pero simplemente no podía evitarlo. La tensión se sentía en el aire, como siempre.

Ambas se detuvieron en la entrada del antiguo templo. Antiguo y abandonado. Raíces putrefactas de plantas lo decoraban; la madera se encontraba oscura y gastada. Se caía a pedazos. Al menos rescataba que era grande, por ende, debía tener más de una habitación. Lo que le faltaba era que tuviera que dormir con ella.

—¿Desayunaste? —preguntó Kikyō, despertándola de su análisis.

—Ah, sí.

—Bien. Necesitarás energía.

Kagome volvió a asentir, esta vez un poco emocionada. Detrás de la incomodidad yacía un gran interés. Quería descubrir qué tan buena maestra podía ser la Miko y también qué tan lejos podía llegar su propio poder.

—Arquería. —dijo Kikyō antes de abrir la puerta del templo.

—¿Huh?

—Será tu primera lección.

—¿Ehhh? —exclamó, decepcionada—. Pero eso ya lo domino.

—Apenas, a mi parecer. Tus blancos fueron un golpe de suerte. Y no necesitamos suerte, sino precisión.

Kagome infló los cachetes.

—He mejorado mucho en este tiempo que no nos vimos.

—¿Ah, sí? —inquirió con un dejo de arrogancia— ¿Cuánto pudiste mejorar en dos míseros meses y sin entrenar? Responderé por ti: nada.

Kagome se sorprendió. Kikyō sabía a la perfección cuántos meses habían pasado sin verse. ¿Por qué? ¿Acaso había contado los días para finalmente humillarla o qué?

¡No, señor! No me va a humillar.

—Entreno siempre que me enfrento con demonios, y eso es todos los días.

—Eso no es entrenar —continuó Kikyō, abriendo la puerta del templo—. Para mejorar tu poder debes entrenar cuerpo y mente. Si no entrenas tu cuerpo adecuadamente, éste no podrá soportar tu propio poder espiritual. —Le brindó el paso. Kagome se sacó los zapatos y entró observándola con recelo.

—Aún así… he mejorado.

Kikyō suspiró.

—Deja de comportarte como una niña. Viniste aquí por tu propia voluntad, así que vas a tener que obedecerme en todo.

Kagome paró en seco, haciendo crujir la madera del suelo. No le gustó cómo sonó aquello.

—¿En… todo?

—En todo —resaltó Kikyō, esbozando una sonrisa sombría. Le parecía divertido poder darle órdenes a esa chiquilla tan escandalosa, casi que lo tomaba como una fantasía—. De tu poder depende que ganemos esta batalla o no. No te quejes.

Kagome se achicó en el lugar cual, como bien dijo, niña.

No me equivoqué, es condenadamente estricta. Parece mi profesora de matemáticas…

Pasó la vista al frente, desganada, y se desganó más. Cada esquina de ese templo se encontraba en pésimas condiciones; lleno de polvo, con maderas fuera de lugar y el tatami despegado en algunos sectores. Dio unos pasos más y asomó el rostro por el pasillo; dos habitaciones.

Gracias a dios…

Volvió los ojos adelante y le llamó la atención una pequeña mesa baja que había en otra sala.

¿Es para comer? Pero ella solo come…

—Vamos.

La sacerdotisa pasó delante de ella, incitándola a seguirla. Kagome siguió sus pasos, que la llevaban hasta la parte trasera del templo. Salieron al patio y lo primero que vio fue varios troncos uno al lado del otro al fondo de éste, listos para ser disparados.

Aunque le dio pereza al principio, se entusiasmó. Era su oportunidad para demostrarle a Kikyō cuánto había mejorado.

Espera, ¿por qué quiero demostrárselo? Qué tontería… No tengo que demostrarle nada.

Debía dejar atrás su lado competitivo si quería que ese entrenamiento funcionara. En realidad nunca se había mostrado así de competitiva con ella, pero tampoco jamás había tenido una tentadora oportunidad para demostrarle sus verdaderas habilidades con tranquilidad, sin ningún demonio de por medio. Era como si quisiera enorgullecerla (o vencerla). Decirle a los gritos que era capaz de ser su reencarnación, aunque una parte de ella odiara serlo por obvias razones.

Kikyō agarró un arco apoyado sobre la pared del pasillo, una flecha, y se colocó a su lado para mostrarle cómo sujetarlo correctamente. No tenía intenciones de perder un solo minuto de entrenamiento.

—He visto que cuando agarras el arco lo haces casi como si fuera una espada. Lo doblas, no tienes técnica alguna —empezó a decir, poniéndose en posición y separando los pies—. Te salteas completamente la postura "T".

—¿La postura "T"?

—Ésta. —Kikyō elevó el arco lentamente y luego comenzó a bajarlo junto a la flecha. Flexionó el brazo derecho hacia atrás, llevándose la cuerda y la flecha con ella—. La postura de tus brazos tiene que quedar en forma de "T". Un brazo estirado pero no tirante sosteniendo el arco, el otro flexionado con la palma a la altura de la mejilla. Es imposible que falles si la postura es correcta. Un tiro debe garantizar la victoria, no puedes pensar en usar una segunda flecha.

Kikyō afinó la visión en el blanco un segundo y soltó la cuerda. Kagome siguió con los ojos como la flecha, veloz y precisa, se clavaba en el medio del tronco.

Directo al corazón…

El tronco estalló un instante después debido al poder espiritual, dejándola boquiabierta.

—Genial…

—Inténtalo. —Le pasó el arco y le dio una flecha. Kagome lo agarró, ya no tan segura de sus habilidades, y se puso en posición.

—Primer error.

—¿Qué? —preguntó con la frente arrugada. Ni había llegado a levantar el arco.

—Tus pies, estás mal posicionada. —Kikyō se agachó para agarrar sus tobillos y los separó más—. Ahí, firme —resaltó, reforzando el agarre en ellos—. Sin una buena base el tiro fallará. Tampoco te excedas de firmeza. Si tensas las piernas no podrás apuntar bien porque te temblarán. Lo más importante es relajar el cuerpo lo mejor que puedas.

Kagome asintió e imitó los movimientos de brazos que vio antes.

—Espera.

Sus cejas decayeron. Se estaba impacientando más rápido de lo que creyó. Todo lo que hacía estaba mal.

—Tus hombros. —Kikyō se colocó detrás de ella y puso las manos en sus hombros. Kagome casi suspira por el placer que la invadió al sentir los dedos de Kikyō presionándolos en un lento masaje. Tocaba los puntos exactos. Exactos—. Están tensos. Relájate.

—Kikyō, podrías ser una muy buena masajista. ¿No se te ocurrió esa profesión? —dijo sin pensar, cerrando los ojos con una atontada sonrisa—. Oh, dios. Realmente buena. Necesitaba un masaje hacía tiempo.

—¿Qué dices?, ¿masajista? —preguntó, mirándola confundida. Kagome abrió los ojos de golpe.

—Ah… No importa. —Se sonrojó, esquivando sus ojos castaños. Kikyō levantó una ceja, sospechosa, y agarró sus brazos.

—No te desconcentres, la arquería requiere concentración.

No puedo concentrarme así…

Pensó Kagome con los labios fruncidos. Tenía que centrarse, se encontraba histéricamente nerviosa. Las ansias de demostrarle su poder seguían firmes, presionándola.

—Estiras… —murmuró Kikyō en su oído, estirando el brazo izquierdo junto al suyo—… y flexionas. —continuó, doblando su brazo derecho hacia atrás—. Y ahora, suelta.

Kagome fijó su blanco y soltó la cuerda. Rogando acertar, siguió la flecha con la vista por poco y vendiendo su alma a un demonio para que acertara. No funcionó, el demonio le falló. La flecha terminó clavaba en el suelo. Cerca del tronco, pero en el suelo al fin.

Miró a Kikyō de reojo, apenada por su error. Kikyō le devolvió la mirada y, extrañamente, sonrió.

—No esperaba que lo consiguieras a la primera.

Kagome desvió el semblante.

—Si tirara como siempre tiro, no fallaría. —masculló con vergüenza.

—Esa forma de tirar es un insulto para el arco.

—Es solo un arco…

—No lo es. Debes tenerle respeto. —Kikyō la observó con seriedad—. Ese arco te salvará la vida más de una vez. Vamos, de nuevo.

Y de nuevo. Y de nuevo…

Kagome se resignó a una tarde llena de tiros y errores. La arquería tradicional era más difícil de lo que pensaba. Las posiciones, la concentración, liberar el poder espiritual en cada tiro… Nada de lo que venía haciendo desde que llegó a la era feudal se asemejaba a tal arte.

A esa conclusión llegó al final del día: la arquería japonesa era un verdadero arte.

—Es todo por hoy. —informó Kikyō, al verla notablemente agotada.

Kagome bajó el arco, fatigada. Tantas horas de práctica la dejaron más cansada de lo que pensó. Tenía los brazos tan endurecidos de levantar y bajar el arco que rogaba que Kikyō volviera a posar sus mágicas manos en sus hombros para aliviarlos. Por supuesto, no podía pedirle eso. Ni tampoco que la alentara.

Esa práctica la desanimó.

Sí, había mejorado a lo largo de las horas, pero el hacerlo le hizo pensar que si hubiera mejorado antes, mucho antes, jamás hubiese destruido la perla de Shikon en un fatídico error.

Debí haber entrenado apenas llegué a esta época.

Reflexionó, estirando las piernas en la antigua tina de madera que se encontraba en el cuarto de aseo del templo. Un necesario baño se le fue dado. Su cuerpo lo pedía a gritos.

—Soy un desastre, más de lo que creí.

Hizo burbujas en el agua mientras pensaba en cómo podría mejorar más rápido. No quería darle problemas a Kikyō. Ella también debía tener sus asuntos.

—Mañana me esforzaré más.

—Me da gusto oírlo.

Kagome se levantó del susto, desbordando el agua por la tina, cuando Kikyō apareció en la entrada del ofuro.

—¡¿P-Podrías tocar?!

Kikyō pestañeó y la escaneó de pies a cabeza con una aburrida expresión.

—¿Tocarte qué?

—¡A mí no, a la puerta! —exclamó, tapándose los pechos y entrepierna.

—¿Puerta?

—¡Eso! —Kagome señaló la puerta corrediza.

Kikyō, en respuesta, deslizó la puerta de adentro hacia afuera.

—Esto no es una puerta, es un Shōji.

—Ya sé… Fue una forma de decir. —¿Era absolutamente necesario que Kikyō le corrigiera todo?

—No sé qué tipo Shōji hay en tu época, pero éste no se escuchará si lo toco. Es más, se romperá.

—Entonces podrías simplemente pedir permiso antes de entrar.

Kikyō arqueó una ceja, sin entender su berrinche. Esa niña tenía momentos en los que la sacaba de sus casillas, al menos por dentro. Su rostro, que transmitía la nada misma, seguía sin inmutarse.

—¿En tu época son tan pudorosos?

—¡No! Bueno… ¡Sí! ¡Yo lo soy!

—Si quieres permanecer aquí apégate a nuestras costumbres. Los desnudos, entre mujeres, nos son indiferentes cuando se trata de un baño. —le dijo con suficiencia, tal como si estuviera educándola.

Kagome hundió el cuerpo en el agua, dejando solo al descubierto unos irritados ojos. Conocía bien esa información, en el Japón actual también eran así los aseos. Además, siempre compartía baños con Sango, pero Kikyō era una desconocida… algo conocida.

—Solo vine a dejarte esto. —Kikyō puso en el suelo un Yukata para dormir y comenzó a retirarse, no sin antes girar el rostro hacia ella con una filosa sonrisa—. Mejor póntelo, no querrás que te vea desnuda de nuevo.

Se fue a paso lento, dejando apropósito la puerta corrediza abierta. Kagome se desconcertó. La Miko parecía… ¿de buen humor? ¿Entrenarla le había puesto de buen humor?

No. Burlarse de mí la puso de buen humor.

—¡Agh! —Se levantó de la tina, enojada— ¿Quién es la niña al final?

Kikyō se sentó en el pasillo de las afueras del templo y alzó la vista a la imponente luna mientras una de sus serpientes recolectoras se acercaba para alimentarla.

—Luna nueva… Inuyasha debe estar sufriendo. —Sonrió de lado—. Kagome también lo está, parece que la hice enojar. —Su sonrisa se deshizo. Abrió la palma y la observó con atención—. Tan cálida… Aún puedo sentir el recuerdo de la calidez de su cuerpo cuando la toqué. Igual que aquella vez en la cueva e igual que esa vez en el río.

Ella dijo… ¿masajes? ¿Le gustó que la tocara? Yo, un cadáver.

Cerró la mano algo inquieta y volteó el rostro hacia los adentros del templo. Pudo ver a través de una de las desgarradas ventanas como Kagome ya se encontraba durmiendo y ¿roncando?

Rió por lo bajo.

—Por qué no me sorprende, no es nada refinada. —Su sonrisa se suavizó—. Pero quiere mejorar, eso es lo importante.

Volvió la mirada al frente con una extraña paz acompañándola. Mientras más repasaba su conversación con Kagome, o, mejor dicho, sus berrinches, más se sentía en paz. Era la primera vez que su lado travieso había aflorado en vida y no vida. Burlarse de Kagome tan infantilmente fue la prueba. No lo pudo evitar. Extraño, un misterio.

Al final aceptar entrenarla no fue tan mala idea.

Kikyō había estado esperando ese encuentro. Desde que se quedaron encerradas en aquella cueva cambió su percepción de Kagome, y más lo hizo cuando la salvó del miasma que le impregnó Naraku. Ese día en especial una curiosidad se alojó en su ser. ¿Cómo fue posible que esa chica no tuviera ni un solo pensamiento negativo al salvarla? Condición que impuso ella misma para ponerla a prueba. Gracias a que la superó con honores, se encontró deseando conocerla más. Ese entrenamiento que llegó de imprevisto era la perfecta oportunidad de hacerlo. En sí, creía que ya lo estaba haciendo. Kagome era bastante transparente.

¿Por qué me siento tan tranquila? Me siento como si fuera…

—Una mujer ordinaria.

Kagome ya no la trataba como antes, es decir, con cierto respeto. Había caído muy irritada a ese entrenamiento, seguramente porque no quería aceptar que fuera entrenada por una mujer que trató de arruinarle la vida más de una vez y que constantemente parecía robar la atención de su amado. Misión que, aunque Kagome no lo creyera, ya no era su prioridad. No desde que se enteró de la verdad de Naraku. El hecho de que la joven se mostrara tal cual era, caprichosa y también molesta, le hacía sentirse tranquila y le daba la posibilidad de también mostrarse al menos un poco. Se encontró cómoda. Kagome no disimulaba a su lado, era ella. Muy ella. Y eso era lo que siempre había querido Kikyō, que las personas la trataran como una más, no como la poderosa guardiana de la perla Shikon. Hasta Inuyasha aún se refería a ella como si fuera una diosa. Y no lo era.

Claro que no lo era.

Solo era una humana más (o casi humana), errante y pecadora. Tal cosa solo podía ser comprendido por otro humano, uno como Kagome, quién, a su forma inocente, también pecaba.

Volvió a mirar la ventana. Admiró el durmiente rostro de Kagome con unos pensativos ojos.

—Gracias.

Le sonrió con sinceridad.

—Descansa. Mañana te seguiré haciendo la vida imposible, aprendiz.

Continuará…


¡Gracias por llegar hasta acá! Los leo en el próximo capítulo.

¡Besos!