Pétalos de vida


I


El futuro, ese infierno capas de arrebatar hasta el alma más pura e inocente, donde los débiles perecen y los fuertes sobreviven, pero los fuertes siguen siendo débiles ante las amenazas que arrasan a esté mundo. Él lo sabe, él que ve perecer a su único amor, una mujer débil físicamente pero fuerte al momento de hablar de su espíritu; esta vez no fue tan fuerte, no lo soportó.

Después de meses trabajando en una increíble máquina que podía salvar este mundo, ella se entrega a la muerte, sin siquiera poder evitarlo, sin terminar lo que traía entre manos.

El hombre, se arrodilla de golpe en un shock profundo, sin derramar ni una sola lagrima. Después de meses, casi un maldito año aguantando sus ganas de luchar contra los androides por pedido de su esposa, esta muere a manos de los "chatarra" como el saiyajin así los llama: chatarras inservibles, demonios de la tierra, insectos que él dice algún día aplastar. Ahora todo será diferente, parece ser que el aplastador es aplastado por los mismos insectos, le machacan el corazón, ese musculo que no solo bombear sangre, sino que también siente, todo gracias a esa mujer que ahora yace en los brazos del guerrero.

Se aflige, se encorva, la abraza y la recarga en su hombro, rogando que despierte, tener alguna señal de vida, pero no hay ni un latido, ni un suspiro, ni un indicio. Ella está muerta, la científica Brief llegó a su fin y él no tiene fuerzas.


Lo vio todo; Vegeta, después de ser derrotado nuevamente por las chatarras —ese par de jóvenes rebeldes y despiadados—, intentó en vano ponerse de pie, algo casi imposible. Estaba casi inconsciente, las piernas no le respondían, pero aun así hizo un esfuerzo sobre humano, tan recargado que le costó demasiado mantener la estabilidad. Vio al par de monstruos alejarse en un veloz vuelo, creyendo que, después de asesinar a todos los guerreros Z en una sola batalla, ninguno seguía con vida, no obstante, el único en pie era el mismísimo guerrero, orgulloso y eficaz, el que le prometió a su esposa volver de la batalla con vida. Pero… ¿Ella pudo haber prometido algo similar?

Los jóvenes van en una sola dirección, probablemente en busca de una nueva ciudad que destruir. El último guerrero los observa, se orienta y se da cuenta de una sola cosa: se dirigen a la ciudad, la más cercana, donde existe actualmente la Corporación Capsula. Y se le hiela la sangre, se estremece, no tiene fuerzas para pelear, ni siquiera volar. Busca entre los cadáveres aquel pequeño saquito de tela, con las semillas del ermitaño; apenas la encuentra, abre la palma de su mano, solo para dejar caer migajas de la misma semilla, apenas fragmentos de esta, casi convertida en polvo, pero no le importa y se hecha todo en la boca, traga, recuperando apenas una pequeña parte de su poder. Sus heridas no están curadas, la cabeza aun le retumba, los brazos le pesan y las piernas piden clemencia, hasta que abandona el suelo y vuela lo más rápido que puede a su hogar.

Siente ira, desprecio y rencor ante sus enemigos, pero por más odio que lleve en su alma no puede expulsar su extraordinario poder; por más que piense en su mujer no puede liberarse, cumplir con su prometido Aplastar a los insectos.

Sobrevuela las montañas, a lo lejos escucha explosiones, ve gigantescos destellos, rojos como el fuego que consume parte de la ciudad; escucha los lamentos de la gente, los ve morir entre las fogaradas, arden en el calor de sus lares incendiados. La destrucción es semejante que le recuerda su vida pasada, esa en la que obedecía órdenes, destruía, asesinaba, y no solo por ser órdenes, sino que por placer, un placer que ahora olvidó.

Mientras intenta avanzar por la ciudad, piensa; tal vez esto era el precio por tantos asesinatos cometidos, por ser tan despiadado. Esto es lo que va quedando de lo poco bueno que ha logrado.

Llega finalmente a ese domo, esa estructura esférica que es su casa, ahora con un gran orificio sobre el techo. La han destruido, lo revisaron todo, incluso se llevaron cosas valiosas y alguna que otra prenda. Es lo de menos, los muebles y ventanas están destruidos, plegados por el suelo, y bajo estos, busca a su esposa pensando lo peor.

No la encuentra por ninguna parte, tal vez está en el taller a salvo, con su pequeño bebé Trunks de apenas un año. Espera encontrarlos a salvo, inspirándolo a abrir la puerta con prisa; es de metal, esta descolocada y bloqueada por algunas cosas que se cayeron del otro lado. Con cuidado se adentra, abriendo aquella puerta lo suficiente para que su cuerpo pasase.

Apenas una pequeña luz tenue y parpadeante, a punto de apagarse, ilumina la escena sacada de una película de terror, para sus ojos es el peor tormento. Se arrodilla, sus piernas ya no lo aguantan, sus ánimos decayeron en un segundo, arrastrándolo a la desesperación… la sujeta en brazos, se encorva y después de largos minutos apreciando el horror llora, lamentándose, odiándose a sí mismo por haber llegado tarde, por no haber obedecido.


No la suelta, no tiene consuelo, su llanto desgarrador se oculta en el pecho de la yacida mujer que ya no tiene color; no tiene brillo; no lleva esa sonrisa; no está viva. Su tristeza se desgarra tanto que se olvida de su entorno; se aferra tanto a su desgracia que pierde el deseo de seguir viviendo. En aquel momento, otros gritos lo devuelven a la realidad. Gira lentamente la mirada sin detener su agonía, no deja de desahogar toda su angustia, observando así a su hijo llorar sin desgano, soltando todo el aire que tiene sus pulmones en gritos aturdidores, exigiendo la atención de su madre.

El príncipe se acerca, a rastras, ya no le es posible caminar; escupe sangre a un costado y se limpia los ojos, afloja las fracciones de su rostro, mira al pequeño atento. Los ojos del príncipe se abren sorprendido al notar que sigue con vida, a pesar de la destrucción y que lo afectan pequeños rasguños en su minúsculo cuerpo. Los ojos del príncipe vuelven a entrecerrarse, más lágrimas se derraman y oculta su mirada lamentable entre sus brazos, intentando fallidamente soportar el dolor, pero el llanto de su hijo que pide a su madre, y no sabe que ella está muerta… o tal vez si lo sabe, y por eso llora.

—Lo siento, Trunks.

La voz se le quebraba tan solo pronunciar esas palabras, no quería verlo sufrir, le atormentaba la idea de saber que algún día ese niño crecería sin el amor de una madre, y, conociéndose a sí mismo, la vida del pequeño no sería tan fácil, menos con esas amenazas rondándole. Piensa acabar con su vida, matarlo y hacer que se encuentre con su madre en el otro mundo; quiere sufrir solo, quiere llevar ese peso por su cuenta, no importa si luego se arrepentía de acabar con el último miembro de su única familia.

Lo sujeta en sus brazos una vez logra sentarse, lo mira y su primogénito prosigue con sus contiguos alaridos, mientras fuera se escuchan explosiones, lluvia y truenos. Levanta una mano frente al indefenso Trunks, de ella hace algo similar a un cuchillo hecho de su ki, la poca energía que le queda. Se pone en posición, para clavar la punzante energía en su pecho, atravesando su corazón y lograr una muerte rápida y poco dolorosa.

Pero…

El pequeño revela sus ojos, esos ojos azules tan idénticos a la de la madre fallecida. Verlo le recuerda a ella, lo mucho que amó al chiquillo y todas las veces que ella se lo repetía. Le recordaba lo feliz que ella se veía siempre que cargaba con ese niño, el cual fue fruto de un verdadero amor, de algo nuevo. Lo hizo pensar y darse cuenta de que, ese niño era lo último que quedaba entre ellos, entre la vida y la muerte.

Bajo su mano, sus ojos ya estaban secos, la lluvia persistía y amenazaba con avecinarse una tormenta. Sin importar el ruido estruendoso de fuera, Trunks sonrió, se acurrucó entre los brazos de su padre, sintiéndose seguro. Vegeta lo retuvo consigo, no quería soltarlo, después de todo era lo último que le quedaba. De no ser porque es su hijo, el príncipe ya lo habría matado, para luego acabar con su vida propia… no había otra opción. Ahora es el último guerrero sobre la faz de la tierra, todos están muertos, incluso el mismo Goku y, su hijo Gohan, aún no lo sabía.

Al menos creía estar solo por ahora; Trunks se convertirá en un guerrero, Vegeta lo entrenará, lo convertirá en un ser tal vez hasta más fuerte que él mismo.

La tormenta penetra en lo que queda de la mansión. En el suelo del laboratorio, donde están ahora, entra el agua, forma un gran charco que luego sale por la canaleta. El techo se hace de goteras interminables que mojan al saiyajin mal herido, reacomodado sobre un montón de escombro y mantas, sujetando en un brazo a su pequeño y en el otro a su esposa, intentando superar algo insuperable, esperando lo que fuese que tenía que llegar.

Recuperaba energías, rogando que ya no corriese peligro.

Luego de minutos de descanso, las energías se le repusieron lo suficiente como para ponerse de pie, con algo de dificultad. Cargó a su hijo y salió del laboratorio abriendo esa puerta robusta de un manotazo, haciendo un rechinido que le hizo apretar los dientes. El sótano estaba intacto, no estaba húmedo y parecía habitable, ese sería su nuevo refugio durante toda esta pesadilla.

Dejó el crio sobre un colchón que había en el suelo, por suerte él estaba dormido y no había riesgo de que se fuera o se saliera de la nueva cama. Lo arropó y volvió al laboratorio, buscando los restos de su amada, con la intención de enterrarla junto a sus padres. No quería esperar a que la tempestad terminase, así que bajo la tormenta hizo tres hoyos, las lleno con los cuerpos y los sepulcro con ese logo de algún día se volvería tierra dura.

Era imposible evitar el llanto, por suerte la lluvia lo disimulaba perfectamente. Se arrodilló, gritó, retuvo ese poder dentro de sí, sabiendo que soltando todo su poder en nombre de la ira, los androides llegarían para matarlo.

Su traje ya no era azul, ahora se tenía de rojo y marrón, sus heridas se limpiaban con la llovizna. Resignado entró de vuelta a lo que quedaba de su casa, entró al sótano, no sin antes pasar por la que era su habitación y cambiarse de ropa, ponerse algo más cómodo y abrigado, además de recoger alguna cobija que le diera calidez al niño.

Se vistió con un par de botas típicas de si, unos pantalones holgados, una camiseta blanca y por ultimo una chaqueta que lo refugiara del frío que invadía en la guarida, y no solo ese lugar, sino que la Tierra completa.

Odiaba estar oculto, sentado en ese viejo sofá, herido, sin poder hacer nada, juntando sus manos justo en su boca, soltando bocanadas de aire caliente para calmar esa helada de su cuerpo.

Imaginó que el pequeño tendría frío, pero también era orgulloso.

¿Cómo puede existir orgullo aun cuando he perdido a mi familia y él es lo último que me queda? pensó al borde de un colapso mental. Le dolía la cabeza, pensaba demasiado y el frío no le favorecía.

—Con un demoño —se maldijo a si mismo por ser tan frío, más que el mismo ambiente; rechazó a ese Vegeta, para abrir paso al nuevo príncipe, el que sabía que los demás necesitaban, y aún que nunca había sido un héroe, pronuncio en voz alta—. Prometo acabar con todo esto, hijo. Aún si tengo que aceptar ayuda y ser un padre para ti, los venceré, vengaré a todos. Lo prometo…

Sin más vueltas se levantó del sofá casi debilitado, se acercó a la empobrecida cama y se recostó junto a su retoño, abrazándolo y refugiándolo entre sus brazos, brindándole cariño y el amor que ahora necesitaba más que otra cosa en el mundo, ahora que su madre estaba ausente.

Sería un invierno muy difícil…


Continuará


Nota.

Buenas, mis amores! espero que les haya gustado este primer capítulo de este nuevo fic.

Esto lo hago en recompensa por lo que aclaré en la nota escrita en Amnesia (Otro de mis fanfics) Ya que estaré casi una semana y media sin actualizar, o tal vez menos... ya no sé ni en que día vivo xD

Inspirado con la canción: So Cold - Ben Cocks

¡Las reviews, las espero con ansias! ;3