Muchas gracias Jane Bells por la corrección del capítulo y por la realización de la portada.
Advertencia: En esta historia encontrarás escenas sexuales explícitas a lo largo de la trama. Leer bajo su responsabilidad.
Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
PAPÁ QUIERE HUIR
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«No debí aceptar».
Me traté de convencer justo en el preciso instante que me sentí mareada, miré las copas de cristal vacías sobre la mesa y me provocó una genuina carcajada.
Las señalé a cada una con mi índice:
«Una, dos, tres, cuatro… gato, cinco... brinco». Reí.
Era tan cómico ver las copas de cristal. ¿Por qué? No lo sé, pero era gracioso.
― Bella ―mi mejor amiga sacudió mi hombro.
Enfoque su rostro en medio del oscuro tugurio con olor a cigarro. Parpadeé.
La preciosa cara de Kate estaba a centímetros de mí; ella y su inconfundible melena rojiza llena de rizos, atrapé un mechón entre mis dedos y empecé a jugar.
Lo enredé en mi índice, reí. Era chistoso su cabello de medusa.
― ¡Bella! ―chilló, acunando mi rostro― voy a llamar a Félix. Le pediré que venga por nosotras ―hipó― no te muevas de aquí.
Asentí mirando hacia todos lados.
El bar estaba a reventar, lo que era normal en un viernes por la noche.
Apoyé mis codos en la mesa y descanse mi rostro en mis manos; resoplé,crucé y descrucé mis piernas al sentir que las ganas de vaciar mi vejiga se volvían insoportables.
Decidida me puse de pie, me tambaleé entre las mesas y me sujeté de alguna que otra persona que se hallaba de pie.
«¿Dónde están los sanitarios?»
Estaba distraída. Mucho.
Tanto que no me di cuenta que con mi bolso tiré la bebida de una mesa. Encogí mis hombros a modo de disculpa y seguí mi camino.
Entonces lo vi. Un perfecto desconocido que atrapó mi atención; un tipo guapo, delgado y muy alto. Estaba con un grupo de amigos justo en mi trayecto al baño, ellos reían a carcajadas, pero él no.
Ese hombre miraba en mi dirección.
Sonreí ampliamente y eché mi largo cabello sobre mi hombro. Erguí mi postura como toda una diva subida en mis tacones de quince centímetros, saqué mi pecho hacia adelante que se notase que tenía suficiente, resbalé mis palmas por la tela brillosa del vestido dorado, demasiado corto y contoneé mis caderas con más ganas mientras iba hacia el lavabo.
Esperaba que mis tácticas de seducción no estuvieran apolilladas.
― Hola.
Volteé a un lado y quise enfocar esa profunda voz que me hablaba.
Tragué saliva al reconocerlo. Y puede que mis bragas se hayan humedecido también.
«Cálmate Bella».
― Te invito una copa ―susurró en mi oído.
Mis piernas se sintieron como gelatina y el latigazo de deseo se apoderó de mí.
«Compórtate».
― No te conozco ―farfullé, mordiendo mi labio inferior.
Sonrió de lado y yo me quedé hipnotizada ante su perfecta dentadura blanca.
― Soy Edward Cullen ―me saludó con mucha confianza dejando dos besos en mis mejillas―. Ahora ya nos conocemos, ¿quieres beber algo conmigo?
«Adiós ganas de hacer pipi… bienvenida sea la felicidad y el placer a mi clítoris».
Le sonreí batiendo mis pestañas más de la cuenta. En realidad se me habían pegado entre sí y buscaba la forma de que se despegaran, ¡maldita máscara de farmacia!
Me sostengo de su brazo cuando el lugar empezó a dar vueltas.
― Isabella ―respondí seductora y sin soltar su brazo―. Bella, para los amigos.
― No me has respondido, Bella, ¿quieres beber algo? ―volvió a mencionar su invitación.
― Sí, vamos ―acepté gustosa.
Llevó su mano en mi espalda baja y me guió al extremo opuesto de donde estaba, ¡esperen! ¿¡y la copa!? Con la alerta roja en mi cabeza me senté en una incómoda silla alta de la mesa del rincón. El chico… ¿Edgar? Sacudí mi mano frente a mi cara intentando recordar su nombre, da lo mismo.
Él se acercó a mi rostro.
― Eres hermosa ―susurró cerca de la comisura de mis labios.
Crucé mis piernas cuando sentí el cosquilleo en mi entrepierna y vi cómo sus ojos me recorrían.
Silbó por lo bajo sin quitar su vista de mis hermosas y ejercitadas piernas. Me vanagloriaba yo sola, ¡claro que sí! Mis horas de gym, lo merecían.
Levantó su mano e hizo un gesto al camarero. El hombre de rostro cansino y aburrido se acercó de inmediato a nuestra mesa.
― Para la señorita… ―lo escuché decir en su tono más alto, se me quedó mirando en espera de mi respuesta.
― Un cosmopolitan.
El camarero me vio con gesto predecible, ¿¡qué!? Yo no tengo la culpa de ser pésima en bebidas alcohólicas, no soy experta y tampoco tengo la culpa de solo haber bebido lo mismo toda la noche.
― Para mí un tequila doble ―dijo mi acompañante.
Le puse atención; parecía tan achispado como yo, inclusive sus ojos estaban convertidos en dos rendijas, sin embargo su perfecta mandíbula fue lo que me hizo babear, quería acariciar su piel recién rasurada.
Era guapo, condenadamente guapo. Qué estaba tentada a querer recorrer sus delgados labios con la punta de mis dedos.
― No te había visto por aquí. ―Comentó mirando mi escote antes que mis ojos―. ¿Eres nueva en la ciudad? Desde ahora te digo que en Arizona te espera un calor del infierno.
Me abanique con mis manos, el lugar era realmente caluroso.
― No ―negué―, yo nací aquí, lo único que pasa es que no frecuento este tipo de lugares.
Busqué la palabra adecuada para no sonar tan mamona. No iba a poner a contarle a un desconocido que hacía más de cuatro años que no salía porque no tenía tiempo y que la última vez que lo hice quedé con premio doble.
El camarero llegó con las bebidas y las dejó sobre la mesa llevándose mis ganas de seguir hablando. Tomé la copa y de un sorbo bebí todo.
No recuerdo bien que siguió porque las manos del hermoso desconocido vagaban por mi cuerpo mientras sus labios recorrían mi mandíbula.
― ¿Por qué no vamos a otro lugar? ―cuestioné.
― Yo… ―susurró muy entretenido en lamer mi cuello con sus manos en mis muslos.
― Vamos a mi casa ―invité.
Como pudimos caminamos a la salida sintiendo el golpe de calor al salir fuera. Así era el clima de Phoenix, sobre todo en el mes de junio.
Miré a todos lados al darme cuenta que mi hermoso desconocido me atacó aprisionando mi cuerpo entre un coche. Tiré de su pelo y lo hice que me besara.
Sus labios… oh, sus labios eran expertos en lo que hacía.
Su boca avasalló la mía con ferocidad, sujetó mis mejillas y aprisionó mi cuerpo con él suyo. Nos besuqueamos por un rato escondidos entre los autos estacionados hasta que divisamos un taxi.
― Me tienes loco ―reveló entre dientes sin dejar de amasar mi trasero.
― Taxi… taxi ―logré decir entre suspiros cuando los faros del taxi iluminaron nuestro entorno.
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No me pregunten cómo llegamos, porque no lo recuerdo. Solo sé que...
Gemí.
Lo hice presa del deseo dejándome llevar a paso lento por la habitación oscura. Reprimí las endemoniadas ganas de arrancar su camisa cuando su boca succionó ligeramente mi cuello.
Me estremecí.
Pasé con desesperación y ansias mis palmas por su espalda. Me aventure a llevar mis manos debajo de su camisa recorriendo su piel caliente y clavé mis uñas cuando su boca se estrelló en la mía con tanta pasión.
Mi cabeza daba vueltas, no podía pensar en nada que no fuese lo que estaba sintiendo al momento.
Estaba a punto de sufrir una maldita combustión cuándo amasó mis nalgas frotando su gran bulto en mi vientre.
― Por favor ―rogué, guiandolo a la cama antes de bajar la cremallera de mi vestido.
― A la mierda ―murmuró, mientras se dejaba llevar por mí y apresuraba la caída del vestido a mis pies.
Caímos al colchón; rápidamente se acomodó entre mis muslos después de haber sacado mis bragas, le ayudé a desabotonar su camisa, al estar abajo podía hacerlo con facilidad o eso creía porque no lograba ver nada, él se desesperó y la arrancó con fuerza dejándola caer al piso. Volvió a ceñirse sobre mí amamantándose con ansias de mis senos, los cuales también amasó con sus manos por largo rato.
El sonido de un envoltorio interrumpió nuestros jadeos.
Apenas distinguí que se estaba poniendo un condón y mis ojos se abrieron de par a par al ver que era fluorescente, un amarillo escandaloso puesto en su...
Apreté mis labios. Estaba por darme un ataque de risa.
― Tú ―pronuncié al tiempo que soltaba un grito.
Dios, este hombre me penetró sin aviso.
Hacía tanto tiempo, ya casi me había vuelto virgen otra vez, lo hubiera sido, si no fuera por Can Yaman y Chris Evans, pero de ellos no iba a hablar en este momento.
Me empezó a embestir con ansias, sus caderas arremetieron con fuerza mientras yo lo esperaba con necesidad de más. Anclé mis talones en sus nalgas y lo insté a que fuera más profundo, también arañé sus omoplatos porque quería sentirlo completo sobre mí.
Emocionado por mi reacción llevó su mano a mi centro presionando con sus dedos mi hinchado y sensible botón haciéndome gritar cuando me abordó el clímax. Él dio tres embestidas y se unió conmigo cayendo sobre mí luego de venirse.
Mi tonta sonrisa seguía adornando mi boca luego del post-orgasmo.
Lo había hecho, ¡sí! Aunque a los minutos de sentir su cuerpo sin movimiento comencé a entrar en pánico.
― Oye… ―empujé su pecho queriendo mover su cuerpo de encima del mío, resoplé―. Ya puedes moverte, ¿qué esperas?
No respondió.
― Me estás aplastando ―advertí sin aliento― será mejor que te muevas o no respondo de mí.
Un leve ronquido me dio la respuesta a su inesperada quietud.
Sintiéndome mejor cerré mis ojos.
Estaba muy satisfecha y complacida.
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En alguna hora de la madrugada mis ganas continuaron. Me arrastré por la cama, él yacía boca arriba y parecía dormir pacíficamente, tomé su flácido pene en mi mano y comencé a frotar de arriba abajo hasta volverlo duro, gruñó y lo monté sin aviso; sus ojos se abrieron desorbitados de la impresión o quizá fue porque lo desperté.
Sujetó mis caderas con sus grandes manos y me instó a moverme: arriba, abajo y círculos sobre su eje. Habría que aclarar, sobre su bien dotado eje. Quedaba comprobado que los hombres delgados tenían un buen miembro, bastante bueno.
Estaba feliz cabalgando cuando llegó a mi mente una idea:
― Tira de mi cabello ―pedí entre jadeos y, a un ritmo loco.
― ¡¿Qué dices?! ―inquiere entre asustado.
― Que tires de mi cabello ―pedí de nuevo― solo un poco.
― ¡Ay! ―me quejé de dolor cuando su mano arrastro mi cabello doblando mi cuerpo hasta la cama, había quedado con la cabeza por un lado de su cadera. Éste idiota iba a romper mi cuello, sobé mi cuero cabelludo y me quedé sin mover mientras él seguía empujando sus caderas de lo más feliz. De pronto su mano se volvió a enredar en mi larga melena y tiró de nuevo componiendo él mismo mi postura, tratándome como si fuera un títere―. ¡Ay! ¡Oye, no soy una muñeca!
A él ni le importó, siguió ondulando sus caderas contra mi pelvis volvimos a seguir nuestro pequeño maratón de sexo salvaje. Cuando me puso en cuatro fue mi parte favorita.
La estábamos pasando genial. Mis jadeos eran música celestial por toda la habitación.
― Ahhh… más, necesito más.
Aceleró sus embates contra mi cavidad y toqué el cielo.
Comencé a gritar como una posesa.
― Ahhh. ¡Dame más duro!
Y así lo hizo, hasta que mi cabeza empezó a rebotar contra el cabecero en cada arremetida.
Él empujaba y yo me golpeaba con más fuerza en la cabeza. Seguro en la mañana traería un buen chichote.
― Oye... ―Llamé su atención mirándole de reojo. Debía admitir que sus gemidos eran ese toque especial, él embestía como si quisiera perforarme, ya no se podía más ¿o si?
― ¡¿Mami?! ―escuché esas hermosas voces mientras mi cabeza seguía rebotando.
No podía creer que hasta en mis mejores momentos, mis hijos hicieran su aparición en mis pensamientos. Suspiré y seguí gozando mientras mi cabeza sufría las consecuencias.
― ¿Mami qué estás haciendo? ―inquirió Noah y con horror miré a la puerta a punto de abrirse.
Grité.
Fue un grito de terror, un verdadero grito.
Con mis manos aventé lo más lejos posible el torso de él, intenté cubrirme con la sábana, pero con la desesperación de ambos empezamos una lucha de poder por un pedazo de tela y lo vi caer de la cama llevándose la sábana entre sus largas piernas, se quejó.
Yo volví a gritar cubriendo mi rostro.
― ¿Mami, por qué dices ¡ahhh!? ―preguntó la vocecita de Emma imitando mis jadeos― ¿por qué haces esos ruidos, mami?
Avergonzada y sin voz traté de respirar hondo.
― ¿Estás casada? ―la profunda voz reprochó desde donde estaba. Asomé mi rostro debajo de la cama, él seguía en el piso con su mano en la cabeza.
― Bella, cariño ―esa era la voz de mamá― tuvimos que regresar porque los nenes no podían dormir en casa, necesitan su cama. ¿Todo bien?
Sacudí mi cabeza como si pudiera verme.
― Estoy ocupada, ma ―respondí con una voz estrangulada, así como cuando traes algo atorado en la garganta, así mero―. Lleva a los niños a dormir, yo los alcanzo ahora.
Escuché unos repiqueteos de tacón alejarse seguido de unos pasos suaves.
― Responde ―otra vez esa voz, volteé a verlo. Estaba de pie completamente desnudo, era un flaco bien dotado, se cubrió cuando se dio cuenta que mis ojos estaban en su monstruo―. ¿Estás casada, viuda, divorciada?
― Soy madre soltera ―espeté― ¿contento?
Me enderecé en la cama quedando sentada y cuidando en todo momento de cubrir mi desnudez con la almohada. Sentí una incomodidad en mi vagina y me removí sobre el colchón.
― Mierda ―susurró, buscando a gatas debajo de la cama― ¿dónde están mis gafas?
― ¿Eh…? ―me asomé y miré el piso de madera solo había unos cuantos preservativos usados― ¿cuáles gafas?
― Mis gafas de aumento.
― No tenías ningunas gafas ―respondí.
― ¿Esto qué es? ―dejó sobre el colchón una figura de cerámica― ¿por qué lo tienes bajo tu cama y de cabeza? Estaba alrededor de unas velas, ¿haces rituales?
Agarré a San Antonio dejándolo sobre mi buró y lo cubrí rápidamente con lo primero que hallé en mi cajón, eran mis bragas de algodón para esos días del mes.
«¡Renee! Mamá y sus disparates».
― Me falta un condón ―reveló removiendo las sábanas de mi cama, no había rastro de ese látex hasta que sentí algo molestar mi vagina.
― ¡Oh, por Dios! ―di un salto saliendo de la cama. Ya no me importaba estar desnuda frente a él―. Creo que… lo tengo yo.
― ¿En dónde? ―interrogó llevando los demás condones usados al baño, regresó y me miró con sus cejas arqueadas recorriendo mi cuerpo libre de ropa.
― Adentro ―susurré―, el condón se quedó dentro de mí.
Como loca empecé a palpar con mis dedos mi orificio vaginal y no sentí nada. ¡Por los clavos de Cristo resucitado! ¿dónde estaba? Quería correr por toda la habitación y paredes y lo más que hice fue saltar para que saliera de mí cuerpo.
Salté, salté y salté en el mismo lugar.
― Tranquila ―anduvo hasta mí y sujetó mi mano haciéndolo de una forma cariñosa, me llevó de nuevo a la cama―. Túmbate, trataré de sacarlo.
Parpadeé. Una cosa era haber tenido sexo y otra muy distinta dejar que explorará mi cavidad. Me tumbé sin pensar mucho y abrí mis piernas. Antes de sentarse al borde de la cama buscó su móvil que estaba dentro de su pantalón el cual yacía en el piso, se puso a revisar sus notificaciones y lo miré reír.
― Cuando quieras, eh. Yo aquí aguanto hasta que te dé la gana venir a verme.
Bufó. Prendió la lámpara del móvil para ayudarse a explorar mejor, me examinó con cautela y mucha paciencia, estuvo metiendo sus dedos una y otra vez hasta que lo escuché rechinar sus dientes.
Su semblante se veía preocupado y también tenía una gran erección, muy grande.
― ¿Qué ocurre? ―pregunté temerosa y no pude evitar morder mi labio al imaginar… sacudí mi cabeza.
― Creo que lo empujé más adentro. Debemos de ir a emergencias no puede pasar más tiempo.
Me apoyé sobre mis codos y lo vi fijamente. Estaba muy encabronada, tanto que junté mis cejas.
― Oye, oye. Estuviste como diez minutos con tus dedos dentro de mí vagina y ahora me dices que no pudiste sacarlo, ah, pero si te sacaste una gran erección gracias a mí ―refuté, indignada.
― ¿Me estás acusando? ―retó.― Mi pene reacciona por sí solo por si no sabes ―inspiró pausadamente quedándose callado―. Nos estamos desviando del punto real, tienes un preservativo dentro tuyo, ¿te das cuenta? Puedes quedarte embarazada.
Cómo si la sola palabra me hubiera pinchado el trasero me puse de pie en un brinco. No podía salir con otro embarazo, no podía permitirlo.
Busqué en mi closet ropa limpia; elegí un sencillo vestido de algodón color rosa pálido y me vestí imaginando que él hacía lo mismo. Fui al baño y lavé mi rostro, mi reflejo me decía que estaba recién follada, lo cual era verdad.
Nos encontramos minutos después en medio de la habitación. Por alguna razón sus ojos duraron más tiempo en mí, casi logrando ponerme nerviosa, casi.
Apenas abrí la puerta:
― ¡Papi! ―Mi pequeña Emma de cuatro años se lanzó a sus piernas, abrazándolo con fuerza―. ¡Al fin te conozco!
― Cariño ―me acuclillé sintiendo molestia―, no es papá, mi vida. Él es… ―elevé mi vista, su rostro parecía petrificado ante mi hija. Se notaba incómodo lo que me hizo sentir mal y una verdadera puta―. Él vino a casa... porque… porque se descompuso la cañería y vino a repararla.
Emma arrugó su pequeña nariz, negándose a soltarlo.
― Una vez me dijiste que cuando un hombre saliera de tu habitación sería mi papá. ¡Lo prometiste! ―reclamó a punto del llanto y partiendo mi corazón.
Definitivamente, yo era una gran zorra que no había medido consecuencias al traer a un hombre a nuestro hogar. No pensé en la integridad de mis hijos al meter a un completo extraño, no pensé en mí y en las consecuencias de meterlo a mi casa.
― ¿Quién eres tú y qué le estabas haciendo a mi mami? ―Noah le apuntó con su sable de luz roja de Darth Vader y le picó la garganta. Mi niño estaba en su papel de villano y vestido en una tierna pijama de Elmo.
― Noah... ―susurré su nombre totalmente avergonzada, bajé su sable con mi mano mientras él seguía mirando de mala gana a su posible rival―. Cariño, él es un amigo.
― ¡Mentira! ―chilló Emma aún abrazada del chico― ¡es papá!, ¿verdad que eres mi papá?
Él carraspeó intentando caminar con mi hija pegada de sus piernas, inclusive mi niña subió sus pequeños pies en los zapatos de éste.
La escena tenía su grado de comicidad; el chico alto tratando de huir con mi hija abrazada a sus piernas y Noah detrás de él picando sus costillas y para rematar salió Merengue (un komondor) a toda velocidad lanzándose sobre el chico, se puso en dos patas y empezó a lamer su pecho por encima de la camisa.
― ¡Por favor! ―Grité con mis manos en alto pidiendo armonía, esto era una locura y para rematar todo lo mal que se estaba poniendo el ambiente tenía que aparecer mi madre.
― Buenas madrugadas ―saludó sonriente dándome un guiño y caminando hasta él, le extendió su mano―. Soy la mamá de tu novia.
¡Oh por Dios! Todos en casa estaban locos.
¡Hola! Aquí estoy con otra nueva historia. Llena de nervios e ilusión en traer algo totalmente diferente a lo que llevo hecho en estos años, una historia donde solo pretendo sacar unas cuántas risas o carcajadas con tantos enredos que sucederán a lo largo de la trama.
Les cuento que Edward no es el típico "hombre musculoso y atlético", no, no es así, este Edward es delgado y sin mucho músculo, tartamudea cuando se pone nervioso y se enrojece de vergüenza. Añadiendo que será algo torpe, pero en este primer capítulo no lo conocimos tal cual es porque evidentemente no está en sus cinco sentidos. Ojalá sea de su agrado y no olviden dejarme saberme que les pareció este primer capítulo.
*Tenemos una cita cada viernes por la tarde con otro nuevo capítulo*. ¿Me acompañan?
¡Gracias totales por leer!
