Me adjudico todos los errores ortográficos y/o gramaticales que puedan encontrar en el capítulo.
Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
PAPÁ QUIERE HUIR
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― Te estás alterando por nada ―intenté explicar poniendo mis manos en su torso, no obstante él se alejó como si mi toque le repugnara―. No es precisamente la cuenta de papá, es mi dinero que…
― ¡No Bella! ―alzó su voz lo que me hizo petrificar. Edward estaba muy enfadado conmigo, levantó sus pertenencias del piso y las echó a una maleta de viaje―. No estás tomando en cuenta mi opinión, no quiero a tus padres metidos en nuestra relación y mucho menos que paguen nuestros gastos.
― Hay una cuenta subalterna de la empresa ―susurré― ahí se deposita mi mensualidad y mi cheque de la constructora donde trabajo, lo único que hice fue cambiar los cobros de las facturas a pago directo. No pensé que te ibas a enfadar por querer ayudar.
― No necesito que pagues las facturas ―rebatió. Su voz amarga me decía que seguía molesto―. Lo he hecho desde siempre y puedo muy bien cubrir los gastos. Ahora, si mi ropa te estorba la llevaré a casa de mi hermana.
Me acerqué a él y toqué su brazo. Sin embargo Edward no volteó siguiendo con su tarea de llenar la maleta con sus pertenencias.
― Aún no termino de ordenar el closet ―expliqué, tomé una honda respiración y exhalé―. Cancelaré los pagos si te molesta. En cuanto a tu ropa, si me das tiempo puedo terminar en dos días de organizar, el espacio es muy pequeño.
― Gracias, la llevaré con mi hermana ―mencionó antes de salir con maleta en mano y azotar la puerta.
Me quedé ahí sin entender bien el porqué de su mal humor. Tal vez si me hubiese dejado explicar bien y si yo hubiese sido menos estúpida le hubiera avisado antes.
Bajé mi rostro dejando que mis lágrimas salieran con total libertad. Últimamente estaba sensible y cualquier mínimo gesto de enfado hacia mí me provocaba tristeza y llanto.
Sollocé mientras miraba todo el desorden que había en la habitación, me agaché recogiendo varias prendas del piso y me sobresalte. Mi corazón latió deprisa cuando la puerta se abrió de golpe y Edward caminó hacia mí mostrando un semblante contrariado.
― Lo siento ―susurró, acunando mi rostro y borrando mis lágrimas con sus pulgares― no fue mi intención gritarte.
Se inclinó hacia mí besando mis labios con ternura y sin soltar mi rostro apoyó su frente en la mía.
― Perdóname, nena ―susurró nuevamente.
― También lo siento, Edward ―sollocé, aferrándome a su torso―. Siento no haberte dicho mis planes, siento haber actuado por impulso. Solo… solo quería ayudar.
Me abrazó con fuerza a la vez que besaba mis cabellos y susurraba que todo estaba bien.
― Te quiero tanto, Bella ―empezó a dejar cortos besos en todo mi rostro haciéndome sonreír―. Perdón, perdón por tratarte mal.
Apenas pude mover mi cabeza y negué. Seguía llorando, sorbí mi nariz y le miré.
― No quería hacerte enojar ―musité― de verdad, mi intención no era incomodarte. Solo quería ayudar en los gastos y se me hizo fácil… ―encogí mis hombros― lo siento tanto.
― No llores más ―pidió besando mis lágrimas― no me gusta ver tu carita triste ni llena de lágrimas. Por favor, no lo hagas.
Me aferré de nuevo a su torso y enterré mi rostro en su pecho sin importar estropear su camisa con mi llanto.
Solté un pequeño chillido cuando me alzó en sus brazos llevándome a la cama donde me recostó en medio del colchón, se tumbó al lado mío.
― Debemos hablar ―manifestó― entre nosotros debe existir comunicación, Bella. No podemos hacer cada uno lo que quiera, somos pareja y antes de hacer algún cambio por mínimo que parezca debemos consultarlo con el otro.
Asentí.
― Pero quiero ayudar en algo.
Sonrió de lado y negó. Acercó su rostro frotando su nariz con la mía.
― Tal vez puedes hacerte cargo de pagar Netflix.
Alejé mi rostro y lo miré ceñuda. ¿Acaso se estaba pasando de listo conmigo?
― Mejor pago por todos los servicios streaming, ¿qué dices?
― Bella ―reprendió.
― Es lo justo ―debatí―. Quiero sentirme útil y ayudar, así que me haré cargo de todos nuestros servicios streaming. Por cierto ¿cuántos tenemos?
Edward se dejó caer de espalda al colchón a la vez que bufaba.
― Tú ganas ―se rindió, haciéndome soltar un chillido de emoción.
Me acurruqué en su costado, sintiéndome mejor al saber que su brazo rodeaba mi cuerpo. Besó mi frente y sonreí ante la sensación de ternura.
― ¿De verdad te ibas a ir? ―pregunté curiosa― ¿en dónde está tu maleta?
― Me enfadé ―admitió―, dejé la maleta en la sala de estar.
Se incorporó apoyándose en su codo y me observó con suma atención; sus dedos pasaron por mis largos mechones, jugueteando con mi cabello como si fuese un niño.
Sonrió pícaro al darse cuenta que seguía sus movimientos. Fue que su palma se posó sobre mi seno, lo abarcó con su gran mano y empezó a masajear sin dejar de mirarme de esa forma lujuriosa.
― Te quiero ―su voz salió ronca y profunda antes de aplastar su boca con la mía, llevó una mano a mi cadera atrayendo mi cuerpo sobre el suyo, dejándome a horcajadas sobre su erección. Se sentó para sostener mi cara entre sus manos.
Su lengua pidió permiso para entrar y yo se lo concedí gustosa. Dejándome besar con rudeza y sin dar tregua avasalló mi boca con su cálida lengua.
Suspiré entre jadeos cuando su boca siguió besando mi cuello y garganta mientras yo me frotaba sobre su bulto.
― Mami… ―escuché muy lejos la voz de Noah al tiempo que suaves golpecitos golpeaban la puerta. Me paralicé―. Edward ―volví a escuchar la voz de mi niño― merengue quiere hacer pipi.
Edward se detuvo y bufó sobre mi cuello.
Los chillidos de merengue se hicieron escuchar más fuertes detrás de la puerta.
Me bajé del cuerpo de mi chico dispuesta a llevar a mi adorado perro al patio, solo que esta vez Edward sostuvo mi mano.
― Ese peludo sabe que te haría el amor ―protestó. Rodé los ojos―. Es en serio, Bella. Cada que estamos a punto de intimar ese perro hace algo, sino llora, rasguña la puerta, tiene hambre o quiere mimos. Parece que impide que te toque.
Negué sin ocultar mi risa.
― Iré yo… ―dijo, poniéndose de pie― espero que un día me quiera.
― Terminaré de ordenar el closet ―comenté, volviéndome de espaldas y dispuesta a seguir, fue que una palmada en mi trasero me hizo voltear―. ¡Edward! ―reprendí sorprendida.
Encogió sus hombros.
― Siempre quise hacerlo ―dijo―, ahora eres mía y puedo hacerlo cuando quiera. ¿Te vas a negar?
Negué. Estaba aturdida por su forma tan caliente de ser; por lo regular era siempre yo la que tomaba la iniciativa de nuestros encuentros y caricias. Ahora verlo portarse menos sutil conmigo y más apasionado, me gustaba y me provocaba estar encima de él. ¡Qué digo encima! Necesitaba que me tuviera en todos lados, ya sea contra la pared, el baño, el closet, en el piso ¿por qué no?
― Mami ―fue el turno de Emma que entró cabizbaja a la habitación. La tomé en brazos.
Mi niña había crecido y obtenido más peso, tanto, que casi no lograba sostener por mucho tiempo conmigo; así que me senté en el borde de la cama, dejándola en mi regazo. Empecé a peinar suavemente con mis dedos su dócil melena.
― Hey, ¿qué pasa contigo, cariño?
Mi hija seguía con su rostro apagado y jugueteaba con sus dedos mientras sus piernas se movían de un lado a otro.
― No quiero ir al colegio ―musitó sin mirarme, su rostro seguía agachado.
Con mis dedos bajo su mentón la hice mirarme. Sus preciosos ojos marrones se veían llorosos y tristes. La opresión en mi pecho fue de inmediato, no me gustaba saberle afligida.
― ¿Por qué? ―pregunté― ¿qué ocurre, Emma?
― Porque todos irán con sus papás... nosotros solo iremos contigo.
Comprendí. Sabía lo que mi hija quería y era absolutamente razonable que deseara compartir ese día con un padre.
― Hablaré con papá Charlie ¿te parece?
Sacudió su cabeza al tiempo que encogía sus hombros.
― Él es el abuelo ―protestó―. Es tu papá, no el mío.
Parpadeé. Era la primera vez que rechazaban a Charlie.
― Entonces, le diremos a Félix, tu tío los adora. ¿Está bien?
Levantó su rostro y arrugó su pequeña nariz completamente indignada.
― ¿Por qué no nos lleva Edward? ―inquirió con su voz tan baja que apenas logré escucharla―. Quiero que sea él.
La abracé conteniendo el nudo en mi garganta. Mis hijos estaban encariñados a Edward, era lógico que lo eligieran a él por encima de mi familia. Sin embargo, no sabía si Edward quería asistir, no quería forzar ningún vínculo entre mis hijos y él. Además, recordaba el proyecto por el cual llevaba días durmiendo tarde que casualmente se exponía el mismo día de clases.
Me aclaré la garganta.
― Edward trabaja muy temprano y para esa hora ya se fue a la constructora. Él está en un proyecto grande y no puede llegar tarde, mi amor.
Mi explicación solo logró decepcionar un poco más. Me di cuenta al ver su carita llena de tristeza. Se removió y con un brinco se bajó de mi regazo, abrazándose a mi torso y dejando besos a mi pequeño vientre.
― ¿Me prestas a tu papá? ―susurró a mi barriga, provocando que mis ojos empezaran a picar, me abaniqué con mis manos evitando que mis lágrimas salieran―. ¡Dijo que sí! ―chilló mi niña visiblemente emocionada, la miré estupefacta― el bebé no dijo nada, mami y eso es un sí. ¡Eso es un sí!
La abracé con ternura y besé el tope de su cabeza, mientras ella seguía repitiendo que el bebé le prestaba a su papá.
No pude prometer nada, menos cuando las noches siguientes Edward seguía en su escritorio ubicado en la esquina de la habitación. Se veía concentrado en su laptop haciendo trazos y mediciones frente a la pantalla.
Cuando el lunes llegó, las prisas y los nervios nos consumieron, sobre todo, porque Edward se había marchado temprano a la constructora deseando solo buena suerte a mis niños y dejando besos en sus cabezas.
Suspiré hondamente al estacionar frente al colegio. Abrí la puerta de mis niños y cada uno bajó con su rostro compungido; vestidos con su uniforme: camisetas polo en color azul marino y pantalón beige. Emma traía un gran lazo en su cabeza y Noah su peinado estilo Edward como él decía.
Cargué los pequeños bolsos térmicos con su respectivo refrigerio nos encaminamos hacia el colegio. Siendo el primer día de clases, la escuela estaba abarrotada de padres de familia acompañando a sus pequeños y no tan pequeños. Anduvimos por el pasillo que indicaba el área de preescolar cuando mis niños se soltaron de mi agarre entre chillidos.
No protesté, no me salieron las palabras cuando Edward los sostenía entre sus brazos al mismo tiempo.
― ¿Qué haces aquí? ―pregunté sin ocultar mi emoción ni mi sonrisa.
Emma estaba prendida de su cuello mientras Noah había anclado las piernas alrededor del torso.
― No podía faltar a su primer día de clases ―murmuró con una risa amortiguada en la cabeza de mi niña―. Aunque no me hayan invitado, aquí estoy.
― No lo hice porque…
― No importa, amor, sé cuán ensimismado he estado en mi proyecto. De igual forma lo pude resolver.
― Hoy era tu día ―dije a medias sabiendo la importancia que tenía su trabajo.
― Sí, pero tengo a mi favor que mi suegro es mi jefe ―besó las cabezas de mis niños―. Cambié la fecha de la exposición para mañana y pedí el día para ustedes.
La campana sonó y automáticamente los niños empezaron a entrar en las aulas con decoraciones infantiles, no pasaron minutos cuando se empezaron a escuchar algunos berridos.
Mi corazón se estrujó. Mis ganas de ponerme a llorar se triplicaron.
Había llegado la hora de un nuevo comienzo en la vida de mis nutrias.
Me acerqué a donde estaba Edward con ellos en sus brazos y los abracé dejando besos en sus mejillas. Ellos me abrazaron, lo hicieron con tanta fuerza cuando la maestra dijo que era hora de entrar.
― ¿Vendrán por nosotros? ―indagó Emma con su vocecilla entrecortada.
― Claro que sí ―aseguró Edward.
― No olvidarnos ―pidió Noah fingiendo una voz gruesa.
Mi niño estaba ocultando su voz quebrada.
Apenas Edward los puso sobre sus pies. Ellos agitaron sus manitas en un adiós.
Inspiré.
Habían entrado en su salón de clases.
Me quedé mirando a mis niños sentándose en unas pequeñas sillas de colores rojo y azul. Tan sonrientes como eran empezaron a sacar de sus mochilas sus útiles escolares y los pusieron en sus mesitas.
Listo, ellos habían pasado su primera prueba y sin llanto.
Edward entrelazó nuestros dedos y me hizo caminar fuera del colegio. Abrió la puerta de la camioneta SUV, le sonreí en agradecimiento cuando me ayudó a subir.
― ¿Desayunaste? ―indagó.
Asentí.
― Igual yo ―reconoció. Dudó un momento y dijo―: te veo en el apartamento.
Mordí mi labio inferior.
No podía ocultar la emoción de tener cuatro horas para nosotros solos.
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Apenas entré y los brazos de Edward me rodearon por detrás descansando sus manos en mi vientre. Apresó mi lóbulo con sus dientes de manera suave haciéndome jadear y sentir mil cosquillas en mi cuerpo.
Suspiré.
Eché mi cabeza hacia atrás, mientras sus labios besaban mi cuello. Me iba guiando a nuestra habitación sin dejar de besar mi sensible piel.
Merengue gruñó y se atravesó en nuestro camino.
Lo esquivamos, dejándolo gruñir.
Al entrar en la habitación Edward cerró la puerta de un puntapié. Me volteó hacia él y acunó mi rostro besándome suavemente, sus labios me hacían sentir muchas cosas y una de ella era la necesidad abrumadora de tenerlo dentro.
Empecé a desabotonar su camisa. No quería juegos previos... no hacía falta.
― Alguien está impaciente ¿eh? ―murmuró sobre la comisura de mis labios.
― No quiero... esperar ―logré pronunciar entre besos y suspiros.
Mi vestido cayó a mis pies, ¿cómo? Ni siquiera puse atención a las manos de Edward sobre el cierre trasero. Lo único que sabía es que estaba en ropa interior y mi sostén desapareció de mi cuerpo a los segundos.
Un rasguño en la puerta nos paralizó, instintivamente cubrí mis senos con mis manos.
Merengue lloriqueaba incesante en busca de atención.
Me relajé y mi mano fue directo a la nuca de Edward y lo hice besarme de nuevo.
― No lo escuches ―pedí, mordiendo su labio inferior, tiré de su carne.
Siseó y volvió a concentrarse en nosotros.
Nos dejamos caer en el piso de forma lenta hasta quedar encima de su cuerpo, su ropa ya había desaparecido de él. Tampoco supe en qué momento se la sacó y quitó mis bragas. Estábamos desnudos.
Sin perder tiempo me posicioné sobre su eje gimiendo fuertemente al llenarme de él.
Miré su rostro desencajado de placer y su boca entreabierta cuando empecé a moverme de arriba abajo y en círculos. Sus manos abarcaron mis senos inflamados, masajeó y pellizcó mis sensibles pezones provocando escalofríos en mí.
Edward había descubierto que mis senos eran la parte más sensible de mi cuerpo y que con solo tocarlos provocaba mis orgasmos, así que no perdió tiempo cuando se sentó y reemplazó sus dedos con la boca.
Succionó y mordisqueó hasta obtener lo que quería de mí. Apreté mis paredes vaginales contra su pene.
Gruñó.
Dejé caer mi cabeza sobre su hombro sudoroso mientras sus embistes seguían. El vaivén y jadeos fueron más fuertes hasta sentir correrse en mi interior.
Me abracé a su cuerpo al sentir su hálito cosquillar mi cuello.
Merengue volvió a llorar justo cuando mis ojos se cerraban.
― ¿No podemos darlo a tus papás? ―preguntó sin aliento― ¿solo un par de años o quizás más?
Negué.
― Quiero seguir ―dije sin ninguna vergüenza.
― A la orden ―respondió con una risita― ponte de a cuatro.
Mi mirada se iluminó, juro que lo hice. Esa posición era la favorita de Edward, lo sabía.
Hicimos el amor en todas las formas posibles hasta que el cansancio nos venció y nos quedamos dormidos. Despertamos, nos dimos una ducha, preparamos algo de comer y fue momento de volver por mis niños.
No pude ocultar mi emoción al ver a mis nutrias salir del salón de clases.
― ¡Mami! ¡Edward! ―chillaron al unísono al vernos.
Ellos corrieron a nuestro encuentro y se abrazaron con nosotros.
Edward los levantó en brazos y salimos los cuatro del colegio. Listos para volver a casa y escuchar sus nuevas aventuras en su primer día de preescolar.
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Intenté.
Después de dos semanas seguía intentando, solo que todo era tan complicado. No me llevaba bien con la comida frita y cada vez que tenía que usar grasa terminaba con leves, pero dolorosas quemaduras en mis brazos, lo mismo pasaba cuando tenía que usar cuchillos y terminaba llena de ligeras cortadas en mis dedos. Al menos existía el lavavajillas que lograba salvar mis días, ah, también la aspiradora robot que me evitaba saltarme ese paso de barrer cada noche.
De igual modo, no podía rendirme. No ahora que habíamos logrado compaginar nuestros horarios de oficina, el colegio de los niños y los quehaceres del hogar.
― Supuse que necesitabas… ¡Santa madre! ―Exclamó Zafrina cubriendo su boca―. ¿Qué es todo esto?
Eché un vistazo a los sartenes que había sobre la estufa, no se miraba tan apetecible. De hecho se miraba horrible y el hedor era peor.
― Mami está cocinando ―presumió Emma tirando de la mano de Zafrina la hizo pasar a la cocina.
Noah seguía cargando el extintor de incendios. Edward había bromeado que cuando yo estuviese en la cocina alguien debía tener el extintor en mano y mi hijo se lo había tomado en serio.
― La comida de merengue tiene mejor aspecto ―comentó Zafrina sin ocultar su semblante horrorizado.
Merengue solo inclinó su cabeza y siguió echado. Era lo único que hacía desde hacía dos semanas.
― Gracias. ―Agradecí su sinceridad, aunque no ayudara en nada―. Estoy intentando cocinar la cena.
― Pero nena ―vociferó ella― esto parece un intento de asesinato. El pollo está crudo y es sumamente peligroso de ingerir.
Resopló fuertemente. Empezó moviendo con destreza sus manos votando los alimentos al cesto de basura.
― ¡Vamos! ―prosiguió mientras aplaudía― necesitaré de su ayuda. Haremos algo delicioso para cenar. Bella ―se dirigió a mí― te quiero con tus cinco sentidos en las instrucciones que te daré. No quiero fallas.
Limpiamos en minutos todo el desastre volviendo la cocina al estado impoluto que Edward amaba. Fue entonces cuando Zafrina vio mis brazos y pegó un grito. Literal, lo pegó de esa forma escandalosa que solía ser.
Bajé mis mangas rápidamente y ella sujetó mis manos inspeccionando a detalle bajo la tela. Sabía que no podía ocultar todo el tiempo las quemaduras en los brazos y las pequeñas cortadas en mis dedos.
― No soy muy buena en la cocina ―susurré. Era la primera vez que me sentía avergonzada y tan vulnerable.
― Oh, nena ―musitó con tristeza―. Eres tan inútil que me inspiras ternura.
― No le digas a Edward ―pedí.
Zafrina asintió cuando quité mis brazos de sus manos y bajé mis mangas para concentrar mi cabeza en las instrucciones que me daría.
― Todo debe ser con amor, nena ―explicó Zafrina―. Cuando vayas a cocinar deja que el amor por tu familia fluya, siente, disfruta lo que estás cocinando.
Solo asentí y con los dedos menos temblorosos empecé a picar verdura tratando de relajarme.
Un salmón a la plancha y espárragos resultó la mejor cena que pudimos probar en varias semanas.
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Edward embistió una última vez antes de correrse en mi interior.
Cerré mis ojos, cansada. Y él dejó un beso en mi frente.
― Descansa ―susurró, queriendo salir de mí.
― No ―protesté, abriendo de nuevo mis ojos y removiendo mi cuerpo―, quiero seguir.
Rio.
― Lo haremos mañana, ahora duerme ―dijo mandón.
― Últimamente me canso mucho ―articulé.
Se recostó llevándome con él, sentí su mano recorrer mi espalda desnuda al ponerme de costado. La habitación estaba a oscuras y no podía ver su rostro.
― Bella… ―musitó, luego de un largo silencio― ¿cómo quedaste embarazada de los mellizos?
Abrí mucho los ojos. Me apretujé contra su cuerpo y suspiré deslizando la punta de mi dedo por su pecho desnudo.
Necesitaba contar esa parte de mi vida. Edward era mi pareja y debía ser sincera con él. No importaba la vergüenza que sintiera.
― ¿No vas a juzgarme? ―quise saber.
― No tengo porqué.
― Fue en un viaje ―revelé.
Edward se acomodó mejor en la cama y apoyó su espalda en las almohadas. La habitación se iluminó con la luz tenue de la lámpara que había encendido. Me volvió a envolver en su brazo y me acercó a él. Yo cubrí mi cuerpo con las sábanas evitando que descubriera mis brazos.
Levanté mi vista y pude apreciar que tenía sus ojos fijos en el techo.
― Había una fiesta de disfraces en el crucero ―murmuré― se me hizo fácil ir sin permiso de mis padres ―mordí mi labio―... me emborraché.
Él se removió. Frotó su rostro con ambas manos y volvió a abrazarme.
― ¿Una fiesta de disfraces? ―inquirió con voz susurrante―. ¿Un crucero?
― No recuerdo casi nada ―continué― solo sé que bailé mucho y bebí hasta no recordar mi nombre.
― Me habías dicho que fue consensuado ―articuló.
― Es que cuando comenzamos a besarnos no me negué. Yo nunca había tenido sexo y… quería vivir la experiencia ―argumenté.
De pronto se incorporó cubriendo su boca y a trompicones corrió al baño.
Me puse de pie, tan desnuda como estaba y lo seguí. Di ligeros golpes a la puerta.
― ¿Edward, estás bien?
No respondió porque estaba vomitando. Escuchaba que vaciaba de forma violenta su estómago en el váter. Las náuseas se apoderaron de mí, llevé una mano a mi boca y me senté en la cama, respiré hondo y cuando me sentí mejor cubrí mi cuerpo con un camisón de algodón.
Esperé paciente por quince minutos hasta que salió duchado con una toalla enredada en sus caderas. Me miró.
― Bella ―musitó― ¿cuál disfraz estabas usando?
Parpadeé.
No comprendía su pregunta.
Disculpen la demora. Realmente me está costando actualizar los días que tenía planeados, de todos modos haré siempre lo posible por traer cada capítulo sin importar el día.
Excelente domingo para ustedes.
¡Gracias totales por leer!
