Me adjudico todos los errores ortográficos y/o gramaticales que puedan encontrar en el capítulo.


Aviso: PAPÁ QUIERE HUIR cambia de día de actualización, nos estaremos leyendo cada domingo.


Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

PAPÁ QUIERE HUIR

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— ¿Saben algo de Jasper? —quise saber al no ver a Edward en la habitación desde hace horas. Lo último que recordaba fue a Jasper cayendo contra el piso y a Alice abalanzándose sobre él.

— Él está bien, cariño —explicó mamá, consolándome— fue una baja de tensión, al parecer la impresión fue muy fuerte para ese chico. Recuerda que no todos los días se ve nacer un bebé.

Me relajé en el momento que escuché no era nada grave.

Empecé a juguetear con la sábana cuando quitaron de mi mano la intravenosa.

— Quiero seis hijos —imitó mi voz la abuela, burlándose de mí— no mamá, no dejes que me toque.

Apreté mis labios evitando que se materializara mi risa. Al fin me darían el alta, había dormido suficiente reponiendo energía. Me sentía mejor, sí, pero sin ánimo de tener más hijos… por el momento.

Papá se acercó removiendo el cabello de mi frente dejando un largo beso sobre mi cabeza.

— Ese policía —empezó a decir— los conoce y sé bien la razón. No soy tonto, Isabella.

— Papá... —protesté. Él frunció el bigote arrugando su frente y resopló dejando estancado el tema.

— Nosotros nos vamos, cariño —se despidió mamá. Asentí cuando apretó mi mano y me sonrió con ternura.

— No sexo por seis semanas —explicó la enfermera luego de darme una última revisión vaginal. Sus palabras habían captado mi atención.

Los tres puntos dolían como el infierno no entendía porque me daba esa recomendación, ¿acaso yo me miraba muy caliente? Tener 25 años y tres hijos, no es mérito suficiente o ¿si?

— Hum… —gruñó la abuela por el puro gusto de molestar. La enfermera volteó a mirarla y la abuela le mostró su falsa y perfecta dentadura postiza—. A mí no me mires —dijo ésta en ese tono gruñón— yo cerré la fábrica desde hace años. Ahora, sí hablamos de las canitas al aire, esas no cuentan.

— ¡Mamá! —reprendió tía Sue— será mejor que nos vayamos.

La abuela frunció los labios arrugados en color rojo intenso y le hizo una mueca.

— Nunca se le quitó lo santurrona —se refirió a su hija, señalando detrás de ella— sabrá Dios a quién salió.

La enfermera sonrió mientras hacía anotaciones. — En unos momentos vendrá el doctor a firmar la salida —comentó, encaminándose a la puerta y siguiendo la conversación con mi abuela, mis padres salieron tras ellas.

Exhalé hondamente dejando caer la cabeza entre las almohadas cuando me dejaron sola. Dios, es que mi familia no entendía la definición de la palabra privacidad.

Cerré brevemente mis ojos…

Parpadeé. Me había quedado dormida.

Mi corazón se hinchó de felicidad al ver a Edward anonadado mirando el rostro de su hijo. Lo mantenía entre sus brazos mientras lo mecía con suavidad.

Levantó su vista al notar que lo miraba y sonrió de esa forma torcida que me hacía humedecer. Aunque estaba tan adolorida que era lo que menos necesitaba en estos momentos.

Me removí con incomodidad al sentir el escozor en mi vagina. Mi Jay Anthony me había desgarrado y ahora tenía varios puntos a causa de su gran tamaño, mi pequeño hombrecito nació pesando 4 kilos y medio, era un bebé robusto y muy sano.

— Gracias por mis hijos —mencionó Edward haciéndome fruncir las cejas.

¿Había escuchado bien? Dijo: mis hijos.

No tuve oportunidad de meditar porque mis nutrias entraron a la habitación a paso lento y con un rostro cabizbajo. Se echaron a la cama donde estaba y se abrazaron de mi flácido estómago, les abracé a la vez que sonreí a Félix y Kate que seguían detenidos en la puerta. Ellos se despidieron con solo un agitar intensivo de manos, se marcharon permitiendo tiempo para nosotros.

Mis pequeños niños se acurrucaron con más insistencia en mis costados. Me incliné un poco ignorando el dolor y besé sus cabezas.

— Hola, chicos —les saludé al tiempo que pasaba mis dedos por su suave pelo lacio— ¿cómo están?

Emma levantó su mirada dejándome ver sus ojos llorosos. Me preocupé.

— ¿Pasó algo? —pregunté sin ocultar mi angustia.

Noah sacudió su cabeza y con su pequeño dedo señaló a Edward que seguía en el sofá justo al lado de la cama.

— Edward es el papá del bebé —afirmó Noah en un susurro—. ¿Dónde está nuestro papá?

Sentí un dolor en mi pecho que fue capaz de secar mi garganta.

Carraspeé. Sin tener idea de qué decir volteé hacia Edward. Él había escuchado, su incomodidad me lo decía. Miró a mis niños y luego a mí.

— Bueno… —comenté en voz baja— su papá existe, sí. Solo que él...

— Su papá soy yo —interrumpió Edward dejándome con la boca abierta, volteé a mirarlo y éste se encogió de hombros. Mis bebés se bajaron de la estrecha cama y fueron de inmediato a donde estaba él, lo miraron con gran curiosidad—. Jay Anthony quiere que también sea papá de ustedes —terminó diciendo.

Arrugué mi frente. ¿Cómo se atrevía a mentirle a mis niños?

— ¿En serio? —inquirió Emma sosteniendo con sus pequeñas manos el rostro de Edward.

— Sí —respondió convincente y con una enorme sonrisa— ahora son mis hijos y llevarán mi apellido. Serán Emma Marie Cullen y Noah Alexander Cullen, ¿les gusta?

— ¡Sí! —chillaron fuertemente con sus manos arriba y saltando sobre sus pies.

— ¡Edward! —Elevé mi voz. Éste me miró como si nada pasara y siguió sonriendo al ver a mis niños—. No deberías mentirle a mis hijos —dije molesta.

Fui consciente que las nutrias seguían saltando ajenos a nosotros.

— Quiero que lleven mi apellido —insistió.

Estreché mis ojos sin dejar de observar su rostro alegre y rebosante de felicidad.

¿Edward me acababa de pedir adoptar a mis niños? Es que mi cerebro adormilado me decía que había dicho justo eso. ¿Los quería adoptar?

Negué.

Debía guardar este tema para cuando estuviéramos solos.

— ¿Ya conocieron a Jay Anthony? —pregunté captando la atención de mis nutrias. Ellos se detuvieron de forma abrupta y se sentaron de nuevo junto a Edward—. Es su pequeño hermano —expliqué.

— Tiene cara de grillo —aludió Emma delineando sutilmente la mejilla de su nuevo hermano— un grillo gordo y precioso.

— No es cierto —negó Noah sosteniendo el puño de nuestro bebé— se parece a ti, Emma. Tú sí pareces un grillo.

Mi niña arrugó su nariz y clavó su mirada en el bebé quien mantenía sus ojos cerrados.

— Hola, Jay Anthony —saludó Emma— soy tu hermana y también tengo cara de grillo.

Mis nutrias comenzaron a reír y Jay soltó un fuerte alarido lleno de molestia.

— ¿Por qué llora? —Indagó Noah a la vez que frotaba la pequeña cabeza de Jay en un acto para consolarlo.

— Probablemente tiene hambre —respondió Edward dándole una sonrisa para luego centrar su vista en mí, se incorporó trayéndolo a mis brazos. Mis niños con gran curiosidad en sus preciosos ojos se posaron frente a la camilla.

Fue fácil darle de mi pecho y que Jay aceptara gustoso la oferta. Después de casi un día de nacido mi bebé seguía yendo en contra de los pronósticos médicos. Pues los pediatras nos habían informado que al nacer de ocho meses le costaría amamantarse, y probablemente necesitaría usar la incubadora. Hasta estas horas nada de ello había sido necesario para mi pequeño Jay.

— ¿Por qué el bebé te está comiendo? —preguntó una muy sorprendida Emma—. ¿Te duele?

— No me está comiendo —dije. Aunque pensándolo bien, lo hacía—. Los bebés se alimentan de leche materna, le doy mi leche para que pueda estar satisfecho y esté tranquilo.

— Oh… —musitaron mis niños.

Habían apoyado sus codos en la cama y cada uno sostenía sus rostros entre las manos, mirando con mucha atención como se amamantaba con desesperación nuestro bebé.

— ¿El bebé llorará todo el tiempo? —formuló mi niño rascando su cabeza.

— No, claro que no —respondió Edward sosteniendo entre sus brazos a Emma y Noah al mismo tiempo. Ellos rieron abrazándose a su cuello—. Jay está llorando porque es su primer día de vida, él aún no se acostumbra a estar fuera de mamá.

— Entonces, ¿solo llorará hoy? —insistió Noah con preocupación.

— Por supuesto que llorará más días —le explicó— es un bebé y es su forma de comunicarse con nosotros. Solo que al pasar de los días su llanto será menos llamativo, no gritará tan fuerte, ¿verdad? —Edward me vio con una gran sonrisa y espero mi respuesta con mucha paciencia.

Al ver que solo me encogí de hombros el terror se mostró en su rostro y su sonrisa se desvaneció. ¿Qué sabía yo si Jay sería llorón o no? Las nutrias habían sido bastante chillonas los primeros tres meses. Ahora solo esperaba que la suerte estuviera de nuestro lado y Jay fuera más tranquilo porque si no Edward saldría huyendo de nosotros.

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Igual y no se debe confiar en la suerte.

Jay Anthony tenía una semana de nacido, eso automáticamente se traducía a una semana sin dormir. Y sin dejar dormir a los vecinos que seguramente se habían ido a quejar de nosotros con Zafrina.

Mamá bostezó del otro lado de la línea mientras yo secaba mis silenciosas lágrimas y Edward me abrazaba con ternura. Eran las 3 am y Jay no paraba de llorar a todo pulmón, estaba totalmente enfurecido.

Tal vez, solo necesita que le cantes, cariño —susurró Renee entre otro bostezo— necesita sentir tu calor. Si no resultó el baño nocturno, ni los masajes en la espalda, quizá solo necesite sentirte. Llévalo a tu cuerpo del modo que escuché los latidos de tu corazón.

Asentí, acomodando a Jay sobre mi pecho, froté su frágil espalda. Mi bebé se estremeció pero cerró sus ojos, visiblemente cansado.

¿Ves? Ahora dormirá algunas cuatro horas seguidas —animó mamá— buenas noches, nena y cualquier cosa, llámame.

Edward caminó de puntas hasta el interruptor y apagó la luz. El silencio reinaba en la oscuridad mientras el cuerpo de mi gordo seguía sobre mí, cerré mis párpados. Estaba agotada y necesitaba dormir para recuperar energía.

Edward ya se había acomodado en su lugar de la cama y todo parecía perfecto cuando merengue empezó a lloriquear del otro lado de la puerta, fue solo lo que Jay necesitó para soltar otro fuerte alarido que fue capaz de ensordecer a cualquiera.

Edward maldijo y de mala gana pateó las sábanas. Realmente no vi lo que pasó solo escuché un agudo golpe y me di cuenta que su cuerpo no estaba en la cama, me senté sosteniendo con precaución a Jay y estiré la cabeza tratando de ver.

Mi hombre se había rodado y parecía tener una gran rabieta infantil. El timbre sonó al mismo tiempo que Jay seguía con su llanto desgarrador y merengue hacía lo propio por sacarnos de nuestras casillas, escuché la voz de mis nutrias y supe que ellos también estaban despiertos.

Mi chico en su pijama de cuadros azules y camiseta color gris salió presuroso y descalzo ante la insistencia del timbre. Me incorporé con un poco de molestia y sin soltar a mi lindo bebé llorón salí a ver de quién se trataba.

Mis nutrias con sus cabezas hechas un completo caos y pijamas de bob esponja escoltaban a Edward mientras atravesaban el estrecho pasillo y abrían la puerta.

Zafrina sacudió ambas manos con una enorme sonrisa feliz; vestida en una bata floreada y muy colorida que llegaba hasta sus talones cubriendo bien sus pantuflas de peluche, sin dejar de mencionar los tubos en su cabeza y su mascarilla verde en su rostro, se contoneó con sus anchas caderas hasta llegar a mí. Con una agilidad propia de ella sostuvo a Jay entre sus brazos y empezó a arrullarlo haciéndolo cesar de su llanto casi al instante.

Edward y yo nos miramos. Los dos parecíamos tener la misma interrogante, ¿cómo lo hizo?

— Tenía un poco de insomnio, chicos y me dije: Zafrina deberías verificar si algún vecino necesita de ti y casualmente llegué con ustedes.

Edward rodó los ojos cruzándose de brazos, se apoyó en la puerta. Su rostro se mostraba cansado y sin mucho ánimo.

— Sí que han cambiado —continuó Zafrina, viéndonos de uno a uno— una semana sin verlos y ya lucen como completos derrotados. Cuentenme, ¿qué ocurre aquí?

Inspiré, dejando caer mis hombros.

— Edward y yo decidimos hacernos cargo del bebé sin ayuda de nadie —empecé a contar nuestro trato—. Yo quería que él viviera su recién paternidad sin terceros de por medio, sirve que a mí también me venía bien, nunca había experimentado la maternidad sola, sin ayuda de mis padres y familia —mordí mi labio inferior y los sostuve entre mis dientes hasta soltar un largo suspiro—. Bueno, he pedido ayuda por teléfono a mi madre —revelé— solo no les he permitido venir.

Zafrina frunció sus cejas oscuras y estrechó sus ojos.

— No sé de dónde se te ocurren semejantes ideas, nena —replicó mientras Jay dormía placentero en sus brazos—. No pueden castigarse de esta manera. Necesitan ayuda urgente o se volverán locos y terminarán por enloquecer a todo el edificio.

Anduvo hasta la cocina con la suficiente confianza y sosteniendo a Jay en un brazo pudo arrullarlo y manipular la cafetera para preparar café.

Se volvió a nosotros.

— Jay es capaz de percibir el estrés en el que vive, es por ello que llora siempre y no puede conciliar el sueño —explicó— si ustedes no se relajan él tampoco lo podrá hacer, terminarán por enfermarse todos y no queremos eso, ¿verdad?

Negué rápidamente y ella sonrió.

— Déjense ayudar por todo aquel que quiera hacerlo —prosiguió— lo único que intentan es hacer sus días menos complicados y está bien, chicos. Ustedes necesitan ayuda extra, eso no los hará malos padres —hizo una bocanada— ahora me tomaré un café cargado mientras cuido de este hermoso gordo —sacudió su mano sin mirarnos— ustedes pueden ir a dormir a las nutrias y yo me encargaré de Jay.

Edward y yo nos miramos aceptando en silencio lo que nos proponía.

No pasó mucho tiempo después de arropar a los niños en la cama, les leímos un cuento y ellos se quedaron profundamente dormidos, nosotros volvimos a la estancia y vimos a Zafrina arrullar con entusiasmo a nuestro Jay. Yo me senté en el sofá dejando escapar un bostezo mientras Edward llevaba a merengue al jardín de perros. No supe en verdad cuánto tiempo pasó que mi chico se acomodó junto a mí en el sofá mientras escuchábamos la historias de Zafrina de sus mil pretendientes.

La luz diurna nos dio de lleno en nuestra cara, nos removimos y nos dimos cuenta que nos habíamos quedado dormidos en el sofá y el silencio del apartamento era un tanto extraño, pero el olor a café recién hecho y de huevos con tocino era aún más extraño todavía. Edward se estiró.

Presurosa me incorporé. En la cocina estaba Zafrina dando de desayunar a mis niños.

— Lo siento… yo —me disculpé avergonzada— no me di cuenta.

Mis niños voltearon a verme y me sonrieron con sus bocas llenas de comida. Zafrina también sonrió negando con su cabeza, entonces me di cuenta que sus tubos ya no estaban y su mascarilla verde había desaparecido. De hecho, tampoco vestía su bata.

Asustada caminé a la habitación y Jay no estaba en su cuna. Cuando regresé sobre mis pasos miré en el rincón de la cocina; ahí estaba el portabebé con merengue cuidando como un verdadero guardián. Sin embargo, eso no fue lo que me sorprendió sino lo que escuché.

— Necesito tiempo —susurró Edward.

— ¿Más? —cuestionó Zafrina— has dejado pasar suficiente, ella merece saber la verdad.

— Quiero que sea especial —discutió Edward.

— ¿De qué hablan? —pregunté— ¿qué quieres que sea especial?

Edward negó dejando un beso en mi sien y se fue directo a nuestra habitación.

Mordí mi labio mirando a Zafrina. Ella solo alzó sus hombros.

— Relájate, nena —pidió— ustedes se toman la vida muy en serio.

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Después de tres semanas del nacimiento de Jay Anthony no podía relajarme, es mas, estaba tomando cada acción con suficiente estrés. Mi pequeño seguía siendo un bebé escandaloso que dormía de día y lloraba de noche y casualmente solo lo calmaban los brazos de Zafrina. No obstante, de la ayuda de Zafrina no me quejaba ni de que la mayoría de las noches tuviéramos visitas; ya fueran mis padres, suegros o quien sea. De alguna manera tenerlos cerca me había hecho descubrir que todos se portaban extraños alrededor de mí. Ellos sabían información que yo desconocía y por muy dolorosa que fuera quería saberla.

Lo que verdaderamente me tenía mal era el chocante comportamiento de Edward. Me estaba ocultando algo, y me tenía devanando los sesos por saber qué era. Por ello mismo no dudé en viajar con él cuando dijo que vendría a una fiesta por motivo de trabajo a Florida. No, pero eso no era tan extraño como saber que nuestra familia y amigos también estaban en el mismo lugar, incluso Rose, mi cuñada tímida y de palabras parcas. Ella misma me habia maquillado para la dichosa fiesta.

— ¿Te has vuelto loca? —pregunté a Kate al ver que subíamos a un majestuoso barco atracado en la orilla del muelle. Me detuve, ¿qué demonios pasaba?

Había aceptado asistir a una fiesta de disfraces pero ¿en un barco? Nadie me dijo sería en un barco ¿y dónde estaba mi Edward? Bufé de mala gana y solté el largo del vestido que usaba. Estaba enfadada porque me habían obligado a usar un estúpido vestido de época muy parecido al que usé hace años y que no deseaba recordar.

Kate negó con una sonrisa y también sin dejar de frotar su voluminoso vientre. Sujetó mi mano con impaciencia y me hizo caminar más deprisa. Me quejé, en realidad mis puntos ya no dolían, solo quería quejarme por hacer drama y también porque tenía miedo de lo que fuera descubrir.

— ¿Qué te recuerda este barco? —Indagó Zafrina sin dejar de empujar mi espalda.

La miré por el rabillo del ojo izquierdo y supe que venía sonriendo.

¿Qué me recordaba? Me hacía volver a esa noche que yo deseaba olvidar.

Una vez ingresamos dentro ignoré el lujo del lugar, tan solo me dejé guiar por ellas hasta que me indicaron que bajara sola, las miré. Estaba viendo directamente sus ojos sintiendo la absoluta traición.

Iba a protestar.

Flightless Bird empezó a reproducirse logrando que mi corazón diera una fuerte sacudida, mi piel se erizó, volteé, admirando la hermosa escalera que llevaba al pequeño salón. No sabía si salir corriendo. Me volví dando media vuelta y Kate me animó a bajar. Tomé una gran bocanada y comencé a descender.

Me paralicé a mitad de la escalera. Mi corazón había dado un gran vuelco y amenazaba con salirse de mi pecho. Quise dar marcha atrás al verlo.

Me agarré con fuerza del barandal al sentir mis piernas volverse débiles, sacudí mi cabeza, sin aceptar lo que veía. Cerré mis ojos un momento negándome a aceptar que era él.

Cubrí mi boca amortiguando un sollozo.

Al pie de la escalera estaba Edward vestido con aquel disfraz que recordaba.

Estaba soñando. Me traté de convencer de que así era, inclusive me di un pellizco que me provocó un ardor en la piel y una pequeña marca enrojecida. No obstante, no podía ser un sueño cuando Edward se acercó y sujetó una de mis manos, temblé.

Mis lágrimas salían una a una sin cesar. Y mi garganta mantenía un nudo que dolía.

— No entiendo los misterios del destino, Bella —susurró con su voz enronquecida y besando mis nudillos—. Sin embargo, aquí estoy como hace más de cinco años.

Sollocé con fuerza mientras llevaba una palma a mi pecho.

— Fui yo, Bella —reconoció, haciendo que mi estómago se sintiera extraño—. Yo era el hombre que se acercó a ti, te tomó en brazos y te besó —encogió sus hombros— ambos sabemos cómo terminamos.

Sorbí mi nariz.

Quería estrellar mi palma en su perfecta cara. Quería reclamar y decir una sarta de idioteces contra él porque me sentía cabreada y a la vez estaba llena de emoción.

Sin pensarlo lo abofeteé.

El rostro de Edward se tornó rojo encendido.

— Maldición, Bella —musitó, sobando su mejilla— pegas fuerte.

Aprovechando que estábamos en unas escaleras y yo le llevaba ventaja y altura, así que duramente sujeté su rostro y lo atraje hacia mí. Edward palideció y parecía que iba a seguir hablando cuando lo besé con fuerza.

Lo besé con todo mi amor y también con mi lengua, ¿por qué no? Avasallé su boca siendo una total salvaje, él era mío. Tenía derecho.

Edward gimió queriéndose alejar, pero no podía porque mis manos se habían enterrado en su desastroso pelo sin darle oportunidad de apartarse de mí.

Mil y un interrogantes seguían pasando por mi cabeza a toda velocidad mientras mi boca y mi lengua no le daban tregua, ¿en verdad era él?, ¿cómo lo supo?, ¿desde cuándo?, ¿por qué huyó?

Refunfuñé cuando me alejó de su boca, no tenía suficiente de él. Abrí mis ojos para encontrar sus orbes tan verdes y suspicaces.

Con nuestras respiraciones entrecortadas me sonrió dándome un sobre de laboratorio, lo tendió para mí. Con manos temblorosas lo abrí y mi mente se puso en blanco.

— Son mis hijos, Bella —verbalizó.

Mi corazón retumbó en todo mi pecho.

Mis bebés... quería decir que ¿mis nutrias eran de él? Aún no podía digerir sus palabras cuando me sostuvo entre sus brazos para llevarme a sabrá Dios dónde.


¡Hola! Nos quedan solo 4 capítulos para cerrar la historia.

Bien, parece que Bella tomó la noticia de buena manera o al menos eso nos dejó saber. Espero con mi corazón que el capítulo haya sido de su agrado, sí gustan dejar algún comentario son bienvenidos.

Para adelantos los martes en el grupo de Élite Fanfiction y también para imágenes alusivas a los capítulos pueden unirse a mi grupo, en el perfil está el link.

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