Me adjudico todos los errores ortográficos y/o gramaticales que puedan encontrar en el capítulo.


Gracias Jane Bells por la hermosa portada y por el lema de la historia. Infinitas gracias a mi amiga Li por todo su apoyo e ideas.


Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

PAPÁ QUIERE HUIR

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Epílogo

4 años después.

Lancé mis llaves en la mesita del recibidor.

Me sostuve de la pared antes de caer de bruces contra el piso. Apoyé mi espalda al ver que todo daba vueltas y froté mi rostro con la esperanza de poder ver con claridad.

Reí.

¿Cuando iba a ver con claridad? Resoplé ante mi sarcasmo. Tenía astigmatismo.

Solté una leve carcajada.

No, lo que fue una leve carcajada se convirtió en una gran carcajada con pedo incluido. ¡Sí! Qué valiera la pena.

Enfoqué la estancia. Bueno, quise mirar que nadie estuviera despierto en casa. Entonces, fue que me di cuenta que todo daba vueltas.

Volví a reír.

Me causaba tanta gracia mirar las cosas moverse. Podía ver al sofá blanco girar por sí solo. Dios, estaba completamente borracho.

Merengue-la secuela, me gruñó.

— Chuch, chuch… —articulé, alejando a la secuela peluda de color blanco. Puse el índice en mis labios ordenando que guardara silencio. Igual, la secuela peluda me ignoró y se prendió a mi pantalón para sacudir su cabeza, estaba completamente irritada conmigo.

Caminé. O no, mejor dicho, intenté caminar llevando a la pomerania arrastrando junto a mí. Apenas dimos unos pasos y merengue se abalanzó sobre mí haciéndome tambalear.

Reculé. Mi espalda se estrelló con alguna pared, mas no sabía, si era la pared del pasillo o de cuál. Era lo de menos, estaba en casa. Me deslicé hasta quedar sentado y los peludos se acercaron a mí lamiendo mis manos.

— Yo te quiero mucho —abrí mi corazón a merengue. Me sentía atiborrado de emociones y ganas de llorar. Pasé mis manos por su pelaje—. Eres un gran can, nunca lo dudes. ¿Entendiste?

Acuné su hocico peinado un poco su melena greñuda.

Merengue me observó con cara de "ya vas a empezar" y decidí dejar el tema.

Mis párpados se sintieron pesados, parpadeé, intentando mantenerme despierto. Sabía que un evento importante se celebraría mañana, mas no lograba recordar cuál sería.

Así que me hice bolita en el mismo piso frío, rindiéndome al sueño, siendo custodiado por mis preciosos canes fastidiosos que se pusieron a cada lado de mi cuerpo.

— Edward… —a lo lejos escuché la voz de mi Bella.

Me removí en la superficie mullida y suave, volviéndome a perder en la inconsciencia. No pasó mucho tiempo cuando sentí unas suaves y delicadas manos que empezaron a tocar mi cara. Estaba por abrir mis ojos cuando sacudieron mi cuerpo con fuerza, parecía que deseaban desnucar mi cabeza.

Atontado, distinguí a Bella; arrodillada sobre la cama, tan hermosa como siempre con su larga melena suelta llena de ondas cubriendo sus delicados hombros, con un maquillaje perfecto que la hacía lucir natural, y ese vestido color azul tan ajustado a su cuerpo donde se moldeaba perfectamente su figura.

Dios. Froté mi rostro.

Era toda mía.

— Edward —volvió a repetir mi mujer, acunó mis mejillas y me hizo mirarla— ¿dónde está Jasper?

Parpadeé. ¿Cómo llegué a la cama? Esa era la gran incógnita.

— ¿Dónde está? —preguntó alarmada—. Hoy es la boda y Jasper no aparece. Alice está desesperada.

Me enderecé. La cabeza me dolía y la luz diurna molestaba mis ojos.

Miré el reloj: eran las 14 horas.

Rasqué mi nuca, intentando hacer memoria cómo mierda había llegado a casa. Hasta donde yo recordaba; estaba con Félix, Royce y Jasper, celebrando su despedida de soltero. Me despedí de ellos poco después de las 2 am y pedí un taxi.

— Yo qué sé de Jasper —gruñí—. Él se quedó con Royce y Félix.

Bella arrugó su nariz.

— ¿Por qué estás vestido? —inquirió— ¿A qué hora llegaste, Edward?

Encogí mis hombros y ella bufó.

Después de unos leves toques. La puerta se abrió de golpe y mis nutrias corrieron hacia la cama, lanzándose de golpe sobre el colchón.

— ¡Papá! —chillaron al unísono abrazándose de mi torso.

Dejé un corto beso en cada tope de sus cabezas. No pasó desapercibido el aroma a colonia fresca, ni que Emma traía leves ondas a lo largo de su cabello castaño con algunas flores adornando su bonito pelo.

Rasqué mi cabeza al verlos perfectamente combinados en turquesa, al menos la camisa de Noah y vestido de Emma lucían del mismo color.

Los abracé de nuevo. Mis pequeñas nutrias tenían 9 años, estaban creciendo a pasos agigantados y eso me dolía. Temía despertar y que ya no entraran corriendo como cada día, temía que su preadolescencia trajera cambios en nuestra relación padre e hijos. Ellos seguían siendo esos niños dulces y amorosos que conocí, y no quería que cambiaran nunca porque sabía que me dolería como nada en esta vida.

— Necesito ayuda con la corbata, papá —dijo Noah sin moverse de la cama y pasando su mano por su desordenado pelo.

Apenas me enderecé e insté que lo hiciera. Con dedos expertos le hice el nudo en la corbata. Me agradeció con una sonrisa y nos volvimos a tumbar sobre la cama, los atraje de nuevo a mis brazos.

— ¡Papá, papá! —chilló Jay corriendo hacia nosotros, se subió a la cama como todo un experto y se montó sobre mí. Reímos al verlo vestido con un traje de Batman.

— ¿Por qué te cambiaste de ropa, Jay? —Demandó Bella.

— ¡Yo soy venganza, mami! —Respondió, haciendo rodar los ojos a Bella.

— Pues necesito que la venganza se vista de nuevo con la ropa que le di —ordenó Bella— tienes diez minutos, Jay.

— Pero, mamá —protestó Jay liberándose de su máscara y provocando que su pelo castaño y con rulos se desordenara por completo—. El tío Jasper me dio permiso de ir a su boda vestido de Batman. Dijo que sería cool.

— Jay, no puedes llegar vestido de Batman a una boda —explicó Bella—. Eres quien sostendrá la cola del vestido de la novia. Te verás genial con tu ropa elegida, anda, ve a cambiarte.

Jay hizo un puchero.

Mi pequeño hijo tenía un arrebato especial por ser Batman. Sabía que dentro de varios meses, quizá sería algún otro personaje, así como lo fue con Hulk y en Navidad decidió vestir como él. O cómo cuando vistió de hombre araña para el aniversario de bodas de mis suegros. Era solo un niño viviendo cosas de niños.

— Déjalo que vaya vestido así —pedí—. Te aseguro que los invitados seguirán poniendo más atención a la novia que al niño que lleva la cola del vestido.

Mi Bella inspiró.

Sabía bien que había cedido. Estaba por hablar cuando Nikki entró, nos observó con una sonrisa y corrió tropezando a medio camino, cayó de rodillas y se levantó de inmediato para venir a la cama. Alargué mi brazo y la ayudé a subir con nosotros.

Mi preciosa niña risueña se montó sobre mi torso, por delante de Jay.

— Hola. —Saludó al tiempo que con sus manos quitaba de su bello rostro el cabello cobrizo y rizado que cubría sus grandes ojos verdes—. Ya llegué.

Reímos.

Nuestra niña tenía 2 años y ocho meses. Quizá, Nicole era la única que había heredado mi torpeza y la alegría de Bella, una combinación perfecta para su personalidad tan parlanchina. Era de baja estatura, mucho muy baja para su edad, en cambio, eso no le restaba el gran carácter fuerte que tenía, era toda una líder de opinión y solía salirse con la suya.

— ¿Papi, podemos llevar a secuela? —preguntó Nikki con su voz tan dulce que era capaz de derretir el corazón frío de cualquiera—. Ella está lista.

— Si, papi —pidieron sus hermanos con voz melosa— llevemos a secuela y también a merengue. ¡Sí, por favor, papi!

— No, no, no, chicos —negó Bella—. No podemos llevar los perros a la boda.

— Los cuidaremos —prometió Emma juntando sus palmas.

— Yo también ayudaré —intervino Jay poniéndose de pie y con sus brazos extendidos hacia arriba.

La peluda pomerania entró vestida con un coqueto vestido color turquesa y unos lazos del mismo color en sus orejas. Merengue entró tras ella con un simple moño negro en su cuello.

— Mira, papi —Nikki acunó mis mejillas con sus pequeñas manos— Secuela, Emma y yo vestimos igual.

¡Y era cierto! Nikki llevaba un vestido muy parecido al de su hermana y la pomerania no se quedaba atrás.

— Son las más hermosas —aseguré.

— Siempre —respondió, como si fuera lo más obvio.

Abarqué con mis brazos a mis hijos. Y los abracé con fuerza, no podía imaginar mi vida sin ninguno de ellos.

— Chicos —habló mi Bella—. Lamento intervenir en los momentos felices, pero necesitamos estar listos. La boda empezará en menos de dos horas.

Cuando mis hijos bajaron de la cama y salieron de la habilitación rodé por la suave superficie, estaba negándome en asistir a la boda. Así que enterré mi cabeza en la almohada y solo la levanté cuando Bella me dio una nalgada haciéndome gruñir.

— No respondo si te desnudo —advertí, mirando lo hermosa que era y lo apetecible de sus piernas torneadas. Alargué mi mano empezando a masajear uno de sus senos, ella suspiró satisfecha.

— Anda, amor —me dio otra nalgada— se nos hará tarde.

La atraje con fuerza haciéndola caer sobre mí. Reímos. Y con un diestro movimiento la acomodé debajo de mi cuerpo. Removí algunos cabellos que cubrían su rostro mientras ella reía de forma despreocupada.

Mi hermosa chica.

Habíamos pasado los más felices años juntos. Hace tres meses nos casamos en una ceremonia sencilla con nuestros hijos siendo testigos, no hubo recepción ni ella vistió el más laborioso vestido, de hecho había sido en un viaje a las Vegas donde ambos debíamos trabajar en un proyecto para la constructora. La decisión fue de mutuo acuerdo, sabíamos que estábamos listos para dar el siguiente paso, para mí era importante presentarla como mi esposa y no como mi novia.

Así que estábamos felizmente casados.

— Hay algo que quiero contarte —pronunció trayendo mi mente al presente. La vi morder su labio inferior con algo de fuerza— solo que no sé por dónde empezar.

Enarqué mis cejas.

— El principio es mejor —atiné en decir.

Ella suspiró asintiendo.

Unos golpes en la puerta nos distrajeron.

— Chicos —llamó Zafrina volviendo a golpear la madera— Alice sigue preguntando por el paradero del inútil de su futuro esposo. Quiere hablar contigo, Bella.

Mi esposa me hizo un lado; acomodó su vestido y se incorporó yendo hacia la puerta.

Bufé.

Jasper siempre era capaz de arruinar mis buenos momentos.

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Luego de mi valioso tiempo perdido en esperar que apareciera el novio, en ver correr a las mujeres de un lado a otro cuando llegó el susodicho como si fuese la superestrella de Hollywood y que el pastor vociferara que si no se apuraba se iba. Al fin fuimos testigos de la entrada triunfal de mi pequeño Jay vestido de Batman sosteniendo la cola del vestido color blanco de una muy embarazada Alice.

El sermón no duró ni diez minutos. Intercambiaron alianzas e hicieron promesas, eso fue suficiente para declararlos marido y mujer. Justo cuando rompimos en aplausos y silbidos, después de su primer beso de recién casados Jasper salió disparado hacia los sanitarios.

Apreté mis labios cuando sentí la mirada de mi esposa detenerse más tiempo sobre mi persona. Me entretuve mirando hacia la hermosa vista del lago y me volví cuando sentí un ligero empujón en mi hombro.

Era Félix con su pequeño hijo recién nacido en brazos, no dijimos nada. Fue hasta que Royce se acercó con mi sobrino George de tres meses en sus brazos que los tres nos pusimos gafas de sol al mismo tiempo y soltamos una gran carcajada. Les dimos la espalda a todos e intentamos detener nuestras risas ahogadas.

— Creo que esta vez nos pasamos —les dije, conteniendo mi risa.

— Desde luego que no —comentó Roy—. Jasper nos debía muchas.

— Llegué a sentir remordimiento cuando pensé que no llegaría —explicó Félix sin dejar de arrullar a su hijo que estaba por despertar y empezaba a quejarse—. Me dio pena ver a Alice tan alterada.

Roy le dio un pequeño golpe en el hombro.

— Todo estaba bajo control —comentó mi cuñado— compré pañales de adulto, así que Jasper se casaba porque se casaba.

Reímos de nuevo.

— No querrá volver a emborracharse lo que resta de su vida —afirmé.

Jasper se aclaró la garganta haciéndonos volver a él. Vestido con un esmoquin en color negro y una diminuta flor blanca en la solapa nos miró. Su aspecto demacrado era notorio en su rostro; traía unas profundas ojeras y los labios resecos.

— Llevo cuatro botes del líquido rosa —reveló haciendo una mueca y sin dejar de tocar su estómago—. No entiendo qué demonios me cayó mal, ¿por qué solo a mí? Si los cuatro bebimos lo mismo.

— Cosas de la vida —murmuró Roy dejando caer una mano en el hombro de Jasper—. Bienvenido a tu vida de casado —le dijo— donde ellas siempre tienen la razón y nunca tienen nada sin importar cuántas veces lo preguntes. —Lo abrazó con fuerza palmeando la espalda.

Nosotros íbamos a felicitarlo cuando Jasper se fue sin despedirse volviendo a encerrarse en el sanitario. Nos echamos a reír.

Echaba de menos estos momentos. Mi Bella y yo habíamos decidido vivir en Austin, nunca regresamos a Phoenix, decidimos echar raíces lejos de todos. Es por ello que tratábamos de mantener comunicación y visitarnos cada que podíamos y que nuestras apretadas agendas de trabajo nos lo permitían.

Mi esposa con su increíble creatividad para realizar trazos y crear inmensas estructuras me propuso un negocio, empezar nuestra propia empresa, juntos, sin ayuda de su padre. Lo habíamos iniciado apenas un año atrás. No éramos una compañía reconocida, mas era nuestra y eso era suficiente. En ella estaban nuestros sueños e ilusiones y habíamos apostado a un futuro.

Por supuesto que Bella nunca volvió a entrar en la cocina, al menos no para cocinar, y lo agradecía. Ella no estaba hecha para la gastronomía, lo suyo era trazar planos. Por ende, tuvimos que recurrir a la ayuda de Zafrina que gustosa aceptó formar parte de nuestra familia, al confiarle nuestros hijos y las riendas de nuestro hogar.

— ¿Por qué tan solo, guapo?

Negué al escuchar la voz de mi Bella. Y sin pensar rodee su cintura con mi brazo, besé su cabeza.

— Estaba pensando en ti, en nosotros —respondí—. En lo felices que hemos sido los seis juntos.

Asintió con la más hermosa sonrisa.

— De esto quiero hablarte…

— ¡Hola! —Nos interrumpió Alice. Era un poco extraño verla sonreír y sin su ropa oscura, nos tendió unos tickets de vuelo—. Me gustaría que los usaran por nosotros —explicó— es el viaje de nuestra luna de miel, —suspiró— Jasper está indispuesto y no podremos viajar, en la agencia no aceptan una cancelación de última hora.

Puso los tickets en mi mano.

— Diviertanse mucho por nosotros —nos pidió.

Me sentí miserable al haber arruinado su viaje de bodas. Alice no se merecía tal canallada, quizá Jasper sí, pero esa chica malhumorada, no.

— ¿Boipeba? —inquirió Bella.

Encogí mis hombros. No estaba nada mal pasar dos semanas en Brasil, luego vería cómo reponer este viaje a mi mejor amigo y su esposa.

— ¿Crees que tus padres estén disponibles para cuidar de sus nietos? —pregunté al ver a Charlie sostener entre sus brazos a Nikki mientras Renee conversaba embelesada con Emma.

— Mis padres siempre querrán pasar tiempo con nuestros hijos —mencionó Bella.

Observé otro rato el lugar; secuela y merengue en un rincón del salón tan solo viendo, tal vez deseando no estar en el ruidoso evento, mientras Jay vestido de Batman trataba de encontrarlos. Noah conversaba con mis padres intercambiando risas. Rose y Kate charlando con la abuela Marie y la tía Sue con su cara de asustada al lado de ellas y mis amigos riéndose escandalosamente entre ellos.

Todo estaba en perfecto orden. O eso creía cuando vi a Jasper con cara de pocos amigos señalando hacia mí.

Entrelace mis dedos con los de mi esposa.

— ¡Me las pagarás, Edward Cullen! —me advirtió en un grito.

Tiré de la mano de Bella caminando hacia la salida.

— ¿Qué le pasa a Jasper? —indagó mi esposa—. ¿Acaso se ha vuelto loco?

— Posiblemente —respondí sin dejar de caminar.

Nunca le diría que fui yo el de la idea de darle laxantes a Jasper en sus bebidas.

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Boipeba era un lugar paradisíaco.

Era nuestro penúltimo día y si no fuera porque deseábamos ver a nuestros hijos, sin duda nos quedaríamos otras dos semanas.

Seguimos caminando por la arena mientras la tarde seguía cayendo.

— Edward… —la mano de mi esposa me detuvo con fuerza, me volví a ella y la miré; vestía una sencillo vestido veraniego largo y en color blanco, su rostro había adquirido un color rojizo por los días bajo el sol— hay algo que quiero decirte.

La había notado extraña estás dos semanas, estaba pensativa y más dormilona que antes.

— ¿Estás bien?

Arrugó su entrecejo y asintió.

Una pareja de turistas que iba pasando frente a nosotros preguntó por una dirección y ella bufó molesta, casi enfadada. Luego una pelota rodó a mis pies y se la regresé al chico adolescente mientras Bella gruñía por lo bajo.

— ¡Ay! —chilló, señalando hacia una familia que jugaba en la arena—. Voltea, ¡míralos!

Volteé sin comprender, mirando con intriga a los integrantes de la familia.

— ¿Los ves? —preguntó— son muchos, verdad. Pues así de muchos seremos nosotros en unos meses. Estoy embarazada.

— ¡¿Qué?! —articulé.

Ella rodó los ojos.

— ¿Recuerdas cuando nos casamos y me dijiste que solo sería la puntita? —cuestionó—. Aquí tienes tu puntita —frotó su vientre— tengo tres meses de embarazo.

Resopló, al ver que no decía nada. Es que ni siquiera podía cerrar mi boca.

— Ahora es cuando me pregunto si PAPÁ QUIERE HUIR.

La sujeté de la cintura y la elevé a mi altura mientras ella chillaba asustada.

Estaba feliz, dichoso, exultante y presumido por tanta alegría en mi vida. Tendríamos cinco hijos, ¡cinco!

— Óyeme bien, te amo —le dije— nunca huiría. Nunca.

La sujeté entre mis brazos y la besé con todo mi amor… así, como la primera vez.


Y así concluimos la historia, espero con mi corazón que sea de su agrado. Nos leemos muy pronto.

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