Cartas para Julieta

Una historia ficticia de Candy Candy inspirada en la "Historia Final" de Kyoko Mizuki

Capítulo 1

(traducción por Anneth White)

Las luces se apagaron y la Señorita Pony apareció en el umbral de la puerta sosteniendo en sus manos una enorme torta de fresas, cubierto con crema, en el que resplandecían 26 velas. La familia y los amigos cercanos presentes, sentados alrededor de una gran mesa rectangular que había sido instalada para la ocasión, empezaron a cantar la tradicional canción:

Cumpleaños feliz

Cumpleaños feliz

Te deseamos, querida Candy

Que los cumplas feliz.

La anciana mujer depositó la torta en la gran mesa, en frente de Candy, quien la miraba con gran deleite. La luz de las velas danzaba en frente de su bonito rostro, haciéndolo brillar con colores rojizos y azules, los que enfatizaban el brillo de sus ojos.

- !Vamos!, ¡Sopla fuerte y apágalas todas! – gritó uno de los niños del orfanato, impaciente por tener un trozo de torta en su plato.

La joven se levantó sonriendo. Señaló a Annie para que la acompañara en esta tarea ¿Acaso no habían sido encontradas el mismo día en las afueras de la Casa de Pony? Además, se había decidido que aquel día en que habían sido encontradas, sería el día en que se celebraría el cumpleaños de las dos. Día que Candy había mantenido, pero que los padres de Annie habían decidido cambiar después de su adopción, adelantándolo seis meses, para establecer de manera más específica su edad, y para, ciertamente, diferenciarla de su hermana de corazón.

Desde entonces Annie celebraba su cumpleaños en noviembre, pero en su interior mantenía la celebración el mismo día de Candy. Por esto, sin dudarlo, acompañó a su amiga en la cabecera de la mesa. Inclinándose sobre la torta, apoyadas sobre sus manos, tomaron bastante aire y soplaron, ayudadas discretamente por los niños que las rodeaban. Las velas se apagaron en unos pocos segundos, bajo el aplauso de todos los invitados. Una leve nube de humo, con el olor característico de la cera derretida, que conocía muy bien y tanto le agradaba, envolvió a Candy, lo que le hizo recordar otros momentos tranquilos y agradables: las noches de navidad, los cirios de la Hermana María en la capilla, las luces íntimas de las velas cuando tomaba un buen baño y por supuesto las velas de las tortas de cumpleaños.

La luz se volvió a encender y la atmósfera festiva que había prevalecido durante toda la celebración se reanimó. El clima era muy agradable aquel miércoles 7 de mayo de 1924, tan agradable que se había decidido cenar en el jardín. Las rosas de Anthony, que Candy había trasplantado en el entorno algunos años atrás, exhalaban su perfume delicado, dispersado por una brisa suave que se colaba alegremente entre los invitados. Invisibles en la hierba, se podían escuchar los grillos cantando, los que presagiaban la llegada de un verano caluroso.

Candy llevaba ya varios años viviendo en el Hogar de Pony. El doctor Martin, con quien había trabajado en Chicago, había abierto una clínica en "La Porte", una pequeña ciudad de 15.000 habitantes, localizado a unos cuantos kilómetros del orfanato. Desde que habían terminado los trabajos de ampliación en él, generosamente financiados por Albert, el número de niños había aumentado, y como consecuencia también el número de pequeños enfermos. Al ver las dificultades que enfrentaban la señorita Pony y la Hermana María para cuidar a todo este pequeño mundo de personas, Candy había tenido la idea de proponerle al doctor Martin de que se instalara en los alrededores. Sin ningún remordimiento, ella abandonó su trabajo como enfermera en Chicago, para convertirse en la asistente del doctor Martin en "La Porte". La vida diaria de las zonas rurales había triunfado sobre sus hábitos citadinos.

Annie siempre se preguntaba, cómo podía vivir tan fácilmente sin la excitación que se vivía en la ciudad, con el ruido, la gente, sus edificios que casi rozaban el cielo, sus boutiques de moda y sus exquisitos restaurantes. Candy le respondía que a ella le gustaba la ciudad, pero la paz del campo le agradaba más, pues se sentía más confortable, y porque era la única forma que tenía para renacer. Ella sabía que tenía que sacrificar el vivir cerca de algunas personas que tanto amaba, pero esa noche, se sentía completa por primera vez, después de muchos años. Para celebrar su cumpleaños, había podido reunir a todas las personas que más atesoraba en su corazón: Annie y Archie, y aún Patty, quien había venido especialmente para celebrar este feliz día. Ella era profesora de literatura inglesa en uno de los colegios más distinguidos de Nueva York, y había tenido que negociar firmemente con el Director, el ausentarse por dos días de las clases regulares, sin que fuera un día feriado en el colegio. No le pagarían estos dos días, pero eso no era importante para Patty, aún si representara una baja considerable de su salario. Ella se sentía muy feliz por haber sorprendido a Candy con su visita...

Candy resplandecía de felicidad. Tener a todos sus amigos reunidos en el orfanato era el mejor de los regalos. Mientras estaba entretenida cortando y entregando los trozos de torta, la Hermana María se acercó sosteniendo una canastilla llena de papeles y pequeñas cajas multicolores. La joven se apresuró a servir a todo el mundo, para empezar a abrir sus regalos. Comenzó con los regalos de los niños: dibujos, pequeñas esculturas de arcilla, collares, brazaletes de flores, regalos que ella guardaría más tarde con mucho cariño. Le agradeció a cada uno de ellos, apretando sus redondas mejillas entre sus manos y cubriéndolos con besos sonoros.

Finalmente abrió los dos últimos regalos que le quedaban en el fondo de la canastilla. Uno era un perfume Violeta de Toulouse, con una fragancia fabricada en dicha ciudad de ladrillos rosa del sur-oeste de Francia. Una breve y afectuosa nota de la Hermana María y de la señorita Pony acompañaba el regalo. Candy agradeció grandemente este regalo, pero no pudo evitar el recriminarles por haber gastado en algo tan costoso. Emocionada, abrió el frasco, y la fresca esencia a flores se apoderó de su ser, una esencia sofisticada y refinada que la cautivó inmediatamente. Con la yema de sus dedos capturó algunas gotas y las pasó por su cuello, encantada por el aroma que envolvía su piel, tapando posteriormente el frasco y devolviéndolo a su estuche con cuidado.

Aún quedaba un último regalo, de aspecto extraño. No era una caja recubierta de papel plateado, ni anudada con lazos. Era un sencillo sobre de tamaño medio, con un cierto espesor. Intrigada, Candy rasgó un lado del sobre y extrajo de este una serie de documentos: una reserva para el primero de julio, para el barco "Le France", en primera clase, que tenía como destino Nueva York - Le Havre, además un boleto del Express-Oriente, el tren que se dirigía a Venecia, Italia. Ella dirigió sus ojos atónitos hacia sus amigos, quienes la observaban con una expresión de satisfacción.

- ¿Pero, qué es esto? !Pero, es demasiado!... De verdad, yo – titubeó, buscando una explicación en la mirada de los invitados. Albert se inclinó e intervino con su voz cálida y segura:

- Querida Candy, pensamos que trabajas demasiado y una pequeña estadía en Italia sería bueno para ti.

- Pero, no puedo - exclamó Candy, sacudiendo la cabeza - No puedo dejar la clínica de esa manera !Me necesitan!

- No tienes que preocuparte por eso, he llegado a un acuerdo con el doctor Martin, y tienes seis semanas de vacaciones.

- ¿Seis semanas?

Los hombros de Albert se sacudían por la risa.

- ¡Vamos, Candy! Las necesitarás si quieres aprovechar de los alrededores. ¡Tan solo llegar a tu destino te tomará dos días!...

Él sabía que su joven protegida reaccionaría negativamente. Así que había planeado todo para neutralizar su posible rechazo. Como sea, había decidido omitir voluntariamente que había tomado la decisión de enviarla lejos de La Porte, preocupado en gran parte por la cara sombría que venía mostrando hacía algunos meses.

Esto también había preocupado a sus familiares y personas cercanas. A este respecto, Annie se había sincerado con Albert, un domingo por la tarde, unas semanas atrás, cuando vino a visitarla a la suntuosa residencia secundaria, que ella y su marido poseían, ubicada a medio-camino entre La Porte y el Hogar de Pony. Ellos tenían por costumbre pasar allí los fines de semana, lo que permitía a Annie velar discretamente de su amiga, quien era una invitada habitual. Esta era una vieja construcción que había conservado toda su prestancia. Al llegar, a Albert se le había encogido el corazón con el recuerdo de las veces que había visitado con su hermana dicha casa, cuando eran niños. Su dulce hermana mayor, quien partió siendo tan joven, dejando al pobre Anthony tan solo y tan solitario... En retrospectiva, lamentaba no haber estado más tiempo presente para él. Tendría que haber dejado de huir de sus obligaciones familiares, renunciando a su vida de vagabundo en ese momento. Pero Anthony parecía tan feliz con sus primos que se había sentido confiado, y había continuado observándolos desde lejos. Nunca hubiera podido imaginar el funesto destino que le esperaba.

- Pensé que Candy estaría aquí - había comentado, aceptando amablemente la taza de té que la joven esposa Cornwell le ofrecía.

- Así se suponía - había contestado ella con un suspiro, sentándose en frente de él, en un confortable sillón de piel, oscuro - Pero canceló a último minuto su visita, bajo el pretexto de un trabajo urgente que debía hacer.

- Toma su trabajo demasiado en serio. Es muy loable pero...

- Pero matarse trabajando no le ayudará a borrar las ideas sombrías que atormentan su mente - ella le había interrumpido, buscando aprobación en su mirada.

Albert devolvió la taza a la pequeña mesa que tenía en frente de él, y dirigió la mirada directamente a los ojos de su joven anfitriona.

- Creo que compartimos la misma opinión en cuanto a Candy y en cuanto al origen de sus tormentos...

Annie se levantó en un rápido impulso, llevando la mano a su corazón.

- !Oh Albert! ¡Me siento tan aliviada al saber que usted piensa lo mismo que yo! Muchas veces he intentado hablar de esté tema con Archie, pero se vuelve incontrolable cuando se trata de... !de Terry! Aún delante de usted tengo dificultad para pronunciar su nombre, pues el tema se ha vuelto demasiado sensible. En ese aspecto, Candy tampoco ha facilitado las cosas. En todos estos años la he visto mostrando una gran felicidad, que algunas veces he encontrado excesiva, una alegría que esconde un gran desconsuelo, que ella misma se rehúsa a enfrentar.

Son innumerables los encantadores pretendientes que le han sido presentados y que ha rechazado. Sin embargo, había guardado algo de esperanza con ese joven doctor que tuvo éxito en tener una tercera cita con ella, pero él mismo me confesó que estuvo peleando contra un fantasma, cuya identidad desconocía, pero que con su presencia invadía el ambiente, imposibilitándolo para construir algo serio con ella. Posteriormente, yo creí que con la noticia de la muerte de Susana Marlowe, podría ver la vida con mayor optimismo. Pensé que correría a los brazos de Terry. Pero al contrario, se contentó con recibir esta noticia con una extraña indiferencia. No pronunció una sola palabra sobre él, pero se apresuró para lamentarse por esta chica que arruinó sus vidas. ¡Hay momentos en los cuales no la puedo entender! Encuentra excusas para todo el mundo.

¡Incluso para sus peores enemigos!

- En efecto, la indulgencia de Candy, en lugar de ser una cualidad, puede convertirse en su más grande defecto – respondió Albert, riéndose algo divertido al descubrir esta faceta desconocida de su interlocutora. La indignación sonrojaba sus mejillas y exaltaba el tono de su voz, que normalmente era neutro. ¿Alguna vez ella se enojaba? La situación que exhibía Candy realmente alteraba su corazón, y el patriarca de la familia Andrew se sentía internamente satisfecho. Era bueno saber que su hija adoptiva podía contar con una amiga tan fiel y devota.

- Ha mantenido su tristeza en silencio y en privado, todos estos años – continuó Annie, después de dar un suspiro – rechazando una felicidad que podría haber llegado, como una viuda que ha perdido las ganas de vivir. Todos estos años dedicados enteramente a su trabajo, a sus pacientes, como si ellos fueran los únicos merecedores de ser cuidados. Me he convencido de que ella no se cree digna de ser feliz, que no es merecedora de esa condición.

- ¿Quién podría reprocharle el creer eso? Ha perdido a cada persona que ha querido... Eso no le favorece en su autoestima...

- !Ella es muy combativa para los otros! ¿Por qué no lo es así con ella misma?

- Simplemente por lo que hemos mencionado. Ella no quiere sufrir más. Tener algún gesto hacia Terry significaría tener el riesgo de salir de nuevo lastimada.

- ¿Pero, y qué pasa entonces con él? ¿Por qué no le ha escrito aún, después de todo este tiempo? Ha pasado más de un año desde la muerte de Susana, y no ha dado señales de vida, ¡maldita sea! Cada día veo a Candy hundiéndose más en el duelo, y creo que es a causa de él. Creo que mantenía la esperanza de que él la contactara, y su silencio está destruyéndola de a poco, cada día que pasa.

- Desgraciadamente, me temo que él no le va a dar ninguna señal de vida. Estos dos seres son muy similares: uno está convencido de acarrear desgracias mientras que el otro piensa que no merece ser feliz. Aun cuando se construyera un puente delante de ellos, ninguno daría un paso para acercarse...

- ¿Qué podemos hacer entonces? - preguntó con angustia, mostrando sus ojos llenos de lágrimas.

¿Vamos a dejar las cosas así, sin hacer nada y dejando que sea infeliz toda su vida?

- !Por supuesto que, no! – Había contestado Albert, estirando sus largas piernas, y con una misteriosa sonrisa esbozándose en sus labios – Ciertamente no, mi querida amiga, creo que ha llegado el momento de actuar por el bien de nuestra querida Candy.

- !Ya hemos perdido demasiado tiempo! – Había ella exclamado, moviéndose en su sillón, apretando sus manos – Dígame, ¿Cómo debemos proceder o qué debemos hacer?

- Debo confesarte que he estado pensando en este asunto desde hace algún tiempo y tengo una idea. Tengo aun que precisar algunos detalles, pero tengo una sorpresa guardada para ella...

- Creo que los dos no seremos suficientes, ¡Estoy muy deseoso de empezar con este plan!

- Y apuesto que Patty no se rehusará a esta iniciativa tampoco, Qué piensas? ¿No vive ella en Nueva-York? – preguntó con toque de ironía en la voz. Aún no había terminado la frase cuando Annie se precipitó al teléfono para solicitar a la operadora la comunicara con su amiga Patty.


Candy miraba los boletos con cautela. Ir de nuevo a Europa, después todos esos años, le parecía ilógico e inapropiado. La gente la necesitaba más allí, y mucho más que para estar recorriendo lugares desconocidos.

- !Lo siento, pero no puedo aceptar!... – ella persistía en su testarudez.

- Creo que es demasiado tarde para rehusar – dijo Patty, acercándose. Sus ojos sonrientes bajo sus gruesos lentes – ¡Porque también he reservado mis boletos para este viaje! No puedes abandonarme, ¿verdad?

- Tu... Tú quieres decir que ¿vamos a viajar juntas?

- ¡Sí! Siempre he soñado con visitar Italia y... nosotros pensamos que tú serías una buena compañía.

- !Esto parece una verdadera conspiración! – bromeó Candy, aun sorprendida por lo que le ofrecían.

- En efecto, un verdadero complot en el cual hemos alegremente participado – dijo Annie, tomándola afectuosamente de la mano – Será muy bueno para ti explorar nuevos escenarios.

- Pero hermana María, señorita Pony, ¿están seguras de que...? – preguntó, girándose hacia sus queridas madres.

- Si tengo que hacerlo, ¡Yo misma te haré subir en ese tren para Nueva York! – la interrumpió la religiosa, frunciendo el ceño – Deja de preocuparte por nosotros y también por la clínica. Nos hemos organizado apropiadamente.

- Pero...

- ¡Es suficiente! ¡Puedes ser muy testaruda a veces! – dijo la hermana, visiblemente irritada – No quiero oír más "peros" o cualquier otra cosa. ¡Te iras a Europa y nos enviaras bonitas postales desde allá!

El tono severo empleado por la monja cortó de raíz las últimas tentativas de rechazo de la joven enfermera. Ella encogió sus hombros, extendió sus brazos y dirigió las palmas de las manos hacia el cielo, en señal de capitulación.

- ¡Bueno!, ¡Pero ellas podrían llegar después de mi retorno! – rió ella – !Sin embargo prometo que les enviaré una de todos los lugares!

- ! Por fin has tomado una sabia decisión! – exclamó la Señorita Pony, suspirando de alivio – !Me siento tan feliz por ti, niña mía! !Que suerte tienes de hacer un viaje tan bello!

- Estoy de acuerdo con ustedes. Tengo suerte de tener amigos tan generosos. Además me encanta saber que Patty me acompañará – contestó, asintiendo con la cabeza.

Luego, se giró hacia Annie:

- ¿Y tú, Annie? ¿No te gustaría ir a Italia? ¿Por qué no vienes con nosotras?

- Para decirte la verdad... – tartamudeó ella con una mirada cómplice a su esposo – Estaba planeado desde un comienzo ... hasta que...

- ¡Hasta que nos enteremos que vamos a ser padres!... – la interrumpió orgullosamente Archie, sacando pecho y acariciando cariñosamente la espalda de su esposa.

- ¿Un bebé? – exclamó Candy, estupefacta – ¿Van a tener un bebé?

- Sí, así es – dijo Annie, sonrojándose, y poniéndose delicadamente la mano sobre su ligeramente redondo vientre – tengo cuatro meses de embarazo, y como podrán imaginar no puedo arriesgarme a hacer un viaje demasiado largo...

- ¡No importa! ¡Oh, Annie! ¡Vas a tener un bebé! – no cesaba de repetir la joven rubia – ¡Voy a ser tía!

- ¡Qué maravillosa noticia! – exclamaron en coro la Hermana María y la Señorita Pony, al borde de las lágrimas

– ¡Pero, ven sentarte! ¡No debes cansarte! – añadió la vieja mujer, precipitándose para acercarle una silla.

- ¡Oh, No es una enfermedad! – dijo Annie, riendo – Creo que nunca me he sentido de mejor forma. Lo que me permite decirte, mi querida Candy, que tendré bastantes fuerzas para llevarte conmigo de compras. ¡Debes cambiar tu guardarropa! ¡Una señorita de tu condición social no debe partir con nada más que un overol y un vestido viejo de diez años! Las Europeas son tan elegantes que te rechazarían en la frontera!

- ¡Es verdad! He olvidado el día en el que pudimos admirar a Candy con una ropa distinta de su uniforme de enfermera o de pantalón – comentó Archie de manera sarcástica.

- Debió ser el día de nuestra boda, mi amor... No podía vestirse de otra forma por ser la dama de honor...

Los invitados soltaron la risa y Albert puso su mano con actitud compasiva sobre los hombros de su hija adoptiva. El antiguo vagabundo, quien solía dormir a pierna suelta con animales salvajes, podía fácilmente entender el poco ánimo que ella manifestaba por ese tipo de futilidades. ¿Qué podría ella hacer con vestidos bonitos en el orfanato o en la clínica, los que podrían ensuciarse o dañarse? ¿Cómo podría trabajar confortablemente, utilizando un sombrero y con tacones? Desde luego, la gente de la ciudad olvidaba todo sentido común cuando se trataba de establecer prioridades. No obstante, admitía que evolucionar en la alta sociedad necesitaba el cumplir con ciertos códigos de etiqueta, los que podía permitirse obviar al vivir alejada en el campo. ¿No seguía Albert esas reglas de manera obligada? Ella admitía que los trajes le sentaban muy bien, y que no podía reprocharle el haberse quitado su chaquete gastada de aventurero.

¡Vencida!, dijo a sus amigos, fingiendo cierta contrariedad:

- ¡Basta, de burlas ya! – hizo un gesto, agitando una servilleta blanca para manifestar su rendición – He entendido el mensaje. ¡Bueno! Iré a la ciudad contigo Annie, y tú podrás jugar a las muñecas conmigo.

- ¡Con mucho gusto! ¡Estoy ansiosa por divertirme contigo! – Exclamó su amiga, llevando sus gráciles manos a su corazón, mientras brincaba como un pajarito – ¿Qué te parece ir a Chicago este fin de semana? Conozco una tienda que acaba de recibir las últimas creaciones francesas: Mariano Fortuny, Paul Poiret, Chanel... ¡Unas verdaderas maravillas!

- ¡Pues, tu no pierdes tiempo! – dijo Candy, riendo al ver el entusiasmo de su amiga – Si me prometes que regresaré antes del lunes, acepto hacer el esfuerzo...

- ¡No lo lamentarás! Nuestro chofer vendrá por ti el viernes en la tarde, después de tu trabajo. ¡Trata de estar lista!

- ¡Sí mi general! – se burló Candy, chasqueando sus tacones y llevando la mano en saludo militar. Annie se reía, alzando los ojos hacia el cielo, mientras que Candy, incapaz de mantener el sonido de su estómago, se dirigió hacia la mesa:

- ¿Me permiten que pruebe esta deliciosa torta que está haciéndome ojitos desde hace un buen rato?

- ¡Claro! – opinó Annie, sonriendo – Solo una porción. No quisiera tener que hacer ajustes a tu ropa antes de que partas.

Candy se encogió de hombros, riéndose tontamente, y engulló el trozo de pastel que estaba en su plato. Las emociones de la noche aparentemente no le habían cortado el apetito, tanto así que la incorregible golosa se arregló para disimular una parte adicional en su servilleta, para tenerlo como un refrigerio nocturno... Patty observó de reojo su pequeño juego y lo disfrutó interiormente. Estas vacaciones con Candy prometían ser originales, por un lado por la personalidad de su amiga, pero también por la sorpresa que le tenían reservada...


Patty echó un vistazo a su despertador, levemente iluminado por los rayos de luna, que se filtraban a través de las gruesas cortinas de la habitación. Fue capaz de distinguir lo avanzada de la noche y suspiró, contrariada. Había tratado de dormir desde hacía dos horas sin éxito. Pero, ¿Cómo podría dormir en aquellas condiciones, con Candy durmiendo en la cama contigua a la suya, sabiendo lo que le ocultaba desde su llegada? Ella podía escuchar su apacible respiración y se preguntaba por la centésima vez si podría correr el riesgo de decirle lo que sabía. De la manera más discreta posible, abrió el cajón de su mesita de noche y revisó que su contenido todavía estuviera allí, y la cerró de nuevo silenciosamente. Siendo incapaz de quedarse en la cama por más tiempo, caminó por el largo corredor, que separaba las habitaciones de la sala, y empujó la puerta de la cocina. Aunque los restos que habían quedado de la comida habían sido bien almacenados, todavía quedaba el buen olor de la cena de aniversario. En ese momento, Patty entendió por qué Candy solía tener tan buen apetito. La comida era exquisita en el Hogar de Pony y era muy diferente a la del comedor del Colegio Nightingale Bramford, ubicado en el lado Este del barrio elegante de Manhattan, en el cual enseñaba a las jóvenes de distinguidas familias. Ella tampoco era una buena cocinera, lo que lamentaba cada vez que regresaba a su pequeño departamento. Hasta el año anterior era su abuela quien solía cocinar ricas comidas para ella, pero desde que falleció, su comida se limitaba a una muy limitada variedad de latas de conserva. Empezó a pensar que era tiempo de aprender algunas recetas culinarias, si no se quería morir de hambre. La pérdida de su abuela la había desestabilizado de manera particular, y la hacía sentir de nuevo muy frágil. Ella representaba su único apoyo emocional, que le había permitido mantener la cabeza en su sitio, después de la muerte de Stair. Ella había sido el ancla que había evitado que se fuera a la deriva. No podía esperar nada de sus padres, quienes nunca le demostraron gran interés. Ella ni siquiera sabía en dónde vivían exactamente. Por esto es que tenía grandes esperanzas de su viaje a Europa con Candy. ¿Quién más que ella, después de todo lo que había sufrido, podía entender la desazón interna que la atormentaba, sus dudas y temores y ese infinito dolor que no le daba ningún descanso? Ella sentía el vivo deseo de ayudarse a sí misma y de dar la vuelta a la página. ¿Y qué pasaba con su amiga? ¿Qué pasaría cuando compartiera con ella lo que sabía?

Enfrascada en sus pensamientos, solo perturbada por el péndulo del reloj de pie, que señalaba los segundos en una cadencia regular, llenó con agua el hervidor de aluminio que puso sobre la estufa de carbón. Luego, agregó el agua hirviendo a la tetera y añadió unas hojas de té, y esperó a que la infusión estuviera lista. Al cabo de unos minutos, llenó un gran tazón con la bebida caliente y se acercó a la ventana con él en la mano. La luna, casi llena, cubría el jardín de un resplandor azulado que le daba un aire de cuentos fantásticos. Girando la cabeza, en frente de la chimenea vio una manta en la mecedora de la señorita Pony, con la que se cubrió los hombros. Fuera el aire estaba fresco pero era soportable. Cubierta por la manta y con las manos calientes por la taza de té, se sentó en una de las sillas del jardín y elevó sus ojos hacia el cielo lleno de estrellas. Suspiró de nuevo, para tratar de alejar esa sensación oprimente que le atormentaba desde su llegada, y se puso a pensar de nuevo en las razones que la ponían en este estado de angustia...

Cuando Annie y Albert la llamaron algunas semanas antes, para comentarle la misión que le encomendaban, no podía imaginar las dificultades que encontraría. Por supuesto, le encantaba la idea de participar en un proyecto para reunir a Candy y al hombre que amaba, pero no sospechaba la responsabilidad que eso constituía. Al comienzo, solo había considerado la felicidad de Candy, pero ahora que estaba con ella, observándola en su pequeño universo en el cual había construido una fortaleza inexpugnable, se preguntaba si habían tomado una buena decisión.

Se podía ver a ella misma, tomando su pluma fuente más bonita y escribiendo una carta a Terry, cuyo contenido se mantenía imborrable en su memoria, debido a los múltiples borradores que había escrito, antes de enviarle la versión que consideraba correcta, a pesar de algunas incertidumbres, y el temor de que terminara en la basura. Después de muchas hojas de borrador que cubrían el suelo, eligió llegar al corazón del problema. Conociendo al individuo, sospechaba que su prosa no atraería su atención, sino el mensaje que quería transmitirle:

Terrence Graham Grandchester,

Compañía teatral Sratford

10 West 45th St. Broadway

Nueva York

Nueva York, 12 de marzo 1924,

Estimado Terry,

Debe ser una gran sorpresa para ti el recibir esta carta de mi parte. Te confieso que yo misma estoy sorprendida, pero hace cierto tiempo que he deseado contactarte. Aprovechando que recientemente terminaste tu gira teatral y que estás en Nueva York, deseo preguntarte algo personal y profesional, y a lo que espero puedas acceder.

He estado enseñando, por varios años, literatura inglesa en el colegio Nightingale-Bramford, y en el marco del programa sobre grandes autores británicos, me interesé profundamente en descubrir las obras de Shakespeare a mis jóvenes alumnas. La tarea es bastante difícil, considerando su edad complicada, en el que los clásicos de la literatura las asusta más que seducirlas. Es por esto que pensé que tú, siendo el gran actor shakesperiano que eres, pudieras ayudarme en el arte de familiarizar a estas señoritas con su mundo y de atraerlas a caminos más virtuosos. No dudo de tu talento, de tu encanto, ni de tu aptitud para revelar las riquezas de este autor. Eres el único capaz de conseguir esta proeza. Así como conseguías cautivar a todos los asistentes del Colegio San Pablo. Seguramente será un juego de niños para ti en frente de estas inocentes y jóvenes niñas.

Es inútil decirte que cuento realmente contigo para este puntilloso asunto.

Terry, en recuerdo de los tiempos pasados.

Un saludo afectuoso,

Patty

Patricia O'Brien

Departamento de Literatura Inglesa

Nightingale-Bamford School

20 East 92nd Street

Nueva York, NY 10128

Orando al cielo para haber sido convincente, había puesto en el correo la carta el mismo día y esperado, sin gran convicción, una señal del rebelde aristócrata. Dos semanas pasaron sin que recibiese la menor noticia de su parte, tanto que llegó a convencerse de que había fallado en su misión, hasta que durante una tarde, mientras estaba en su trabajo, una llamada telefónica casi la dejó en shock y paralizó su cuerpo. Al otro lado del teléfono, reía sarcásticamente una voz familiar que no había oído en muchos años; una voz que había ganado madurez y era más grave, pero que ella reconocía sin ningún equívoco.

- Entonces, cuatro ojos, ¿parece que necesitas de mi ayuda?

Fin del capítulo uno