DISCLAIMER: Los personajes pertenecen en su totalidad a J.K Rowling.
Párrafos de "Harry Potter y el cáliz de fuego" incluidos en la historia.
Esta idea ha estado rondándome en la cabeza por demasiado tiempo, así que por fin me anime a llevar a cabo el primer capítulo. Sé que muchos de ustedes me siguen por mi fanfic de: Sangre Sucia en Slytherin, la cual por cierto ya edité el quinto año, así que me gustaría que me den su opinión.
Espero que disfruten del capítulo tanto como yo.
Nos leemos pronto.
17-03-2021
Agosto, 15. 1997
20:00 p.m.
Los Mundiales de quidditch.
El murmullo de su sangre corriendo por sus venas provocaba que el resto de los sonidos a su alrededor se escucharan amortiguados. Estaba nervioso. Sumamente nervioso. Los partidos anteriores no se comparaban en lo más mínimo al que estaba por enfrentarse. Un juego que definiría su vida en muchos sentidos.
Se llevó las manos al cabello desordenado, tirando con cierta fuerza alguno de sus mechones rubios para tratar de tranquilizarse. Su corazón galopaba fuertemente dentro de su pecho, y el sudor empezaba a deslizarse por su frente. Ese, definitivamente, era un mal momento para un ataque de pánico.
-¿Nervioso, Malfoy? -la brusca voz fue acompañada por un duro golpe contra sus omoplatos. El joven rubio parpadeo mientras inhalaba con fuerza y se giraba a su compañero de equipo que acababa de sentarse a su lado.
-En lo absoluto -respondió con voz seca, sobándose el lugar golpeado.
-Entonces no eres humano -se burló Corvus Tremblay, uno de los golpeadores del equipo. A sus treinta y siete años era el jugador con más edad dentro de los parámetros del Mundial de quidditch, seguido de cerca por su hermana Clarisse, solo un año menor, quien era la segunda golpeadora. Ambos hermanos eran bastante altos, de hombros anchos y quijada fuerte-. Eres el jugador más joven en llegar a los mundiales. Eso ya es una gran victoria.
-No para mí -siseo Draco en voz suficientemente alta para llamar la atención de William Sayre, uno de los cazadores.
-¡No provoques a nuestro buscador, Corvus! -le riñó William, quien solo era tres años más grande que Draco-. Necesitamos toda su atención en el partido. ¡Es la primera vez que Inglaterra llega a las finales en treinta años!
-Por no mencionar que estamos jugando en casa -asintió Miles Bletchley con seriedad. Bletchley era posiblemente quién se lo tomaba con mayor seriedad, inclusive por encima de Draco. Había rumores de que los Murciélagos de Ballycastle estaban en busca de un nuevo cazador, y que Bletchley se retiraría poco después de los Mundiales de quidditch.
Draco suspiró y tomó sus guantes de piel de dragón. Era el último partido, había llegado a la final y al mismo tiempo su sueño se estaba terminando. Aun podía sentir la furia de Lucius cuando le anuncio su decisión de tomar un año sabático en sus estudios para poder participar en los Mundiales, algo que definitivamente había valido la pena. Y aunque en menos de veinticuatro horas estaría de vuelta en Malfoy Manor, al menos había obtenido un año más de libertad.
Sabía que Lucius quería que Draco se hiciera cargo del negocio familiar una vez saliera de Durmstrang. Tenía toda la vida de su heredero trazada, incluida la decisión sobre con quién se casaría.
Un año más y todo se acabaría.
Así que tenía que hacer que este partido valiera hasta la última gota de libertad otorgada.
-¡Bien, bien! ¡Todos al centro! -dijo Reg Cattermole en voz alta, sacando a Draco de sus depresivos pensamientos. Aquel hombre de tez morena y orbes ambarinos era el capitán y portero del equipo de Inglaterra, quienes no tardaron en acatar la orden-. Este sería un gran momento para dar la charla emotiva.
-¿Y por qué no lo estas haciendo? -preguntó Clarisse, con su bastón de golpeadora colgando del hombro.
-Estoy tratando de concentrarme, Clarisse, así que cierra la boca -le espetó Reg entrecerrando los ojos hacía la golpeadora, empujando su Saeta de Fuego hacia las manos desprevenidas de Draco que se hizo trabas con ambas escobas, disparando una mirada de confusión total a su capitán. Antes de que el rubio pudiese quejarse, Reg se hincó frente a Gwen Jones -la cazadora estrella- con una pequeña caja de terciopelo negro y un anillo dentro de ella.
-Oh por Merlín -jadeo Gwen, dejando caer su Saeta de Fuego mientras se llevaba las manos a la boca, sus ojos rápidamente brillando por las lágrimas retenidas.
-Gwen… -carraspeo Reg, la caja temblando en su agarre nervioso. Draco tenía entendido que aquellos dos estaban juntos desde sus años en Hogwarts, la escuela de magia y hechicería de Inglaterra-. Te he amado desde la primera vez que puse mis ojos en ti y no he dejado de hacerlo en ningún momento. Solo puedo admitir, ante nuestros amigos, que mi amor por ti solo crece y crece con cada segundo que pasa.
Gwen empezó a llorar, mirando con total adoración al hombre arrodillado frente a ella, quien no paraba de temblar por los nervios.
-Sé que el camino ha sido difícil, nena -murmuró Reg, su voz acuosa-. Sé que hemos tenido que adaptarnos a muchos cambios, pero no cambiaría ninguna de las decisiones tomadas si eso me trajera aquí, justo frente a ti, en este momento… No puedo imaginar mi vida sin ti, Gwen… así que… -tartamudeo-… ¿me harías el honor de convertirte en mi esposa?
-¡Di que sí! -susurró William en un tono alto, limpiándose las falsas lágrimas con un pañuelo que había conjurado ni dos segundos atrás.
-Vaya manera de arruinarlo -murmuró Miles, poniendo los ojos en blanco ante el dramatismo de su compañero.
-¡Sí! -lloró Gwen, antes de que ambos cazadores pudieran continuar con su discusión-. ¡Sí, claro que sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Una y mil veces!
Reg soltó una carcajada, levantándose en un salto. Las lágrimas también corrían por sus mejillas mientras tomaba el rostro de su prometida entre sus manos y la besaba apasionadamente. La torpeza vino cuando llegó el momento de colocar el anillo en el dedo de Gwen, ya que ninguno de los dos dejaba de temblar de la emoción.
Los dos Tremblay soltaron sonoros chiflidos mientras William hacía aparecer fuegos artificiales con su varita mágica y Miles se limitaba a aplaudir, con una sonrisa en el rostro, probablemente recordando a su esposa. Draco, en cambio, se lo pudo mirar a los recién comprometidos con una ligera pizca de envidia recorriendo sus venas. Dudaba que su propia propuesta de matrimonio fuera la mitad de emotiva, ya que probablemente conocería a la mujer con quien compartiría el resto de su vida en ese momento.
El murmullo a su alrededor empezó a aumentar de intensidad, lo que significaba que la presentación de las banshee, las mascotas del equipo francés, había terminado así que las veelas no tardarían en presentarse y después de eso, era el turno de ellos para salir al campo.
-Muy bien, a falta de un mejor capitán… -se burló Corvus, palmeando una vez más la espalda de Draco con un gesto brusco. El rubio solo pudo dedicarse a evitar que las escobas mágicas en sus manos cayeran al suelo-… les pido, no, ¡les ruego en nombre de todos los magos habidos y por haber que den lo mejor de ustedes! Necesitamos ganar la copa si no quieren que mi esposa me envíe a dormir al sofá.
-¿Y eso en qué nos afecta a nosotros? -preguntó su hermana, enarcando una gruesa ceja.
-En todo, si no quieren que me aparezca a la mitad de la noche en sus casas en busca de una cama caliente -amenazó Corvus.
-Ya quisiera verte intentarlo -se burló Draco, poniendo los ojos en blanco y provocando las risas del resto de su equipo.
-Bien, ¡manos al centro! -ordenó Reg después de que las risas se terminaron, y en seguida seis manos distintas se colocaron sobre la suya-. Nuestra aventura ha llegado a su fin y no podría estar más orgulloso de todos ustedes. Porque no importa si ganamos la copa -dijo-. ¡Estar aquí ya es una victoria! ¡Hemos puesto nuestros nombres en alto al igual que el de Inglaterra! ¡YA SOMOS CAMPEONES!
-¡SÍ!
-¡ASÍ QUE SALGAMOS AL CAMPO Y DEMOSTRÉMOSLO ANTE TODOS! ¡DEMOSTRÉMOSLE A LAS FRANCESAS QUIEN MANDA AQUÍ! -aulló, hombro con hombro, frente con frente. No había un solo espacio entre ellos-. Uno… dos… ¡TRES! ¡POR INGLATERRA!
-¡POR INGLATERRA!
Alzaron las manos hacía el techo, los abrazos y golpes de espalda no tardaron en acompañar el festejo antes de que todos se pusieran en una fila, bailando con nerviosismo mientras se paraban frente a la salida del túnel, esperando el llamado.
Draco inhaló y exhaló lentamente, el eco de su respiración alzándose con fuerza dentro de sus oídos, las manos temblándole mientras se preparaba para salir al campo. Esto era. Esto era todo lo que siempre había querido, y ya nadie podía arrebatárselo. Ni siquiera Lucius Malfoy.
-¡Monten escobas! -ordenó Reg, subiendo a la suya.
-Y ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa bienvenida a la selección nacional del quidditch de Inglaterra! Con ustedes… ¡Cattermole!
El capitán del equipo soltó una patada en el aire y salió veloz del túnel, la afición de Inglaterra aplaudió como loca. El suelo empezó a temblar.
-¡Jones!
La cazadora estrella salió con la misma velocidad, su brazo en alto alentando a la multitud.
-¡Bletchley!, ¡Sayre!, ¡Tremblay!, ¡el otro Tremblay!, yyyyyyyy… ¡Malfoy!
Draco salió del túnel, su túnica azul con blanco revoloteó gracias al viento detrás suyo. Se colocó en medio de los hermanos Tremblay, dejando que sus imponentes figuras lo resguardaran como solían hacerlo las de Vincent y Gregory en Durmstrang. Sus fríos ojos rápidamente se posaron en el palco del Ministerio de Magia, dónde sabía que sus padres estarían viéndolo. El nerviosismo despareció justo en ese momento.
La mitad del inmenso estadio estaba pintada de azul con motas blancas, revelando a los hincas del equipo de quidditch inglés.
-¡SÍ! ¡ESTO ES LO QUE QUERÍA VER! -aulló Corvus, su voz apenas llegando a los oídos de Draco. los gritos eran tan ensordecedores que probablemente terminaría con un pitido en los oídos al final del partido.
-Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de quidditch de Francia! -bramó Ludo Bagman, el jefe del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos, quien tenía el honor de comentar el partido-. ¡Janviert!, ¡Lacroix!, ¡Saucet!, ¡Mallard!, ¡Marat!, ¡Lafarget!, yyyyyy ¡Peltier!
Siete borrones de color azul pálido en escobas blancas rasgaron el aire al entrar en el campo de juego. Draco rápidamente vislumbró a Peltier, la buscadora de Francia quien solo era cinco años más grande que él, pero no por menos impresionante. Las francesas habían hecho un gran espectáculo en todos sus partidos jugados.
-Y ya por fin, llegado desde Egipto, nuestro árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de Quidditch: ¡Hasán Mustafá!
Entonces, caminando a zancadas, entró en el campo de juego un mago vestido con una túnica dorada que hacía juego con el estadio. Era delgado, pequeño y totalmente calvo salvo por el bigote. Debajo de aquel bigote sobresalía un silbato de plata; bajo el brazo llevaba una caja de madera, y bajo el otro, su escoba voladora. Draco observó con tranquilidad como Mustafá montaba en la escoba y abría la caja con un golpe de pierna: cuatro bolas quedaron libres en ese momento: la quaffle, de color escarlata; las dos bludger negras, y (Draco la vio sólo por una fracción de segundo, porque inmediatamente desapareció de la vista) la alada, dorada y minúscula snitch. Soplando el silbato, Mustafá emprendió el vuelo detrás de las bolas.
-¡Comieeeeeeeeeeeeeza el partido! -gritó Bagman-. Todos despegan en sus escobas y ¡Mallard tiene la quaffle! ¡Lafarget! ¡Marat! ¡Jones! ¡Mallard de nuevo! ¡Sayre! ¡Bletchley! ¡Lafarget!
La velocidad de los jugadores era increíble: los cazadores se arrojaban la quaffle unos a otros tan rápidamente que Bagman apenas tenía tiempo de decir los nombres. Las francesas no tardaron en usar su jugada estrella: "cabeza de halcón", las tres cazadoras se juntaron con Marat al centro y ligeramente por delante de Lafarget y Mallard, para caer en picada sobre los ingleses. Aplicaron la Finta de Porskov cuando Marat hizo como que se lanzaba hacia arriba con la quaffle, apartando a Gwen y entregándole la quaffle a Lafarget. Clarisse, usando su pequeño bate, golpeo con todas sus fuerzas una bludger que pasaba cerca, lanzándola hacia Lafarget. Lafarget se apartó para evitar la bludger, y la quaffle se le cayó. William, elevándose desde abajo, la atrapó.
En una maniobra que había visto practicar un centenar de veces a William y Miles, los vio lanzarse hacia el lado contrario del campo cuando un destello dorado atrapó su atención. Draco parpadeo momentáneamente en el destello antes de darse cuenta de que solo era el brillo de un reloj, casqueando la lengua con desprecio. Necesitaba concentrarse.
-¡MALLARD MARCA! -bramó Bagman, y el estadio entero vibró entre vítores y aplausos. Draco frunció el ceño y se preguntó fugazmente cómo demonios William dejó que le robaran la quaffle.
Mallard daba una vuelta de honor al campo de juego. En el suelo, las banshee se pavoneaban delante de las veelas, que las miraban mal encaradas.
Al cabo de diez minutos, Francia había marcado otras dos veces, hasta alcanzar el treinta a cero, lo que había provocado mareas de vítores atronadores entre su afición, vestida de azul pálido. El juego se había tornado más rápido pero también más brutal. Los hermanos Tremblay aporreaban las bludgers con todas sus fuerzas para pegar con ellas a las cazadoras del equipo de Francia, y les impedían hacer algunos de sus mejores movimientos: dos veces se vieron forzados a dispersarse y luego, por fin, Gwen logró romper su defensa, esquivar al guardián, Janviert, y marcar el primer tanto del equipo de Inglaterra.
Draco desvió la atención de sus compañeros, buscando a Delphine Peltier, la única persona por la que debía preocuparse. A diferencia de él, ella sobrevolaba por todo el campo, su cabeza girando en una y otra dirección en busca de la snitch dorada y disparando cada poco miradas hacía dónde él se encontraba sobrevolando. El joven rubio se preguntó un momento qué tan difícil sería tenderle una trampa recordándose que, a diferencia de él, ella ya era una buscadora estrella, jugando para las Holyhead Harpies desde hacía tres años.
Sin dejar que la inseguridad lo golpeara, se lanzó al ataque.
-¡Jones! ¡Sayre! ¡Jones! ¡Bletchley! ¡Jones!... ¡eh! -bramó Bagman, quién no había parado de narrar.
Cien mil magos y brujas ahogaron un grito cuando Draco junto a Peltier cayeron en picada por en medio de los cazadores, tan veloces como nunca. El ensordecedor ruido de las ráfagas de aire taponándole los oídos, el corazón latiendo a una velocidad nunca establecida. Su cabeza estaba completamente en blanco, los pensamientos rehuyendo dentro de su cerebro mientras veía el suelo acercarse cada vez más y más, el instinto de supervivencia queriendo hacerse cargo para detenerlo. Estaba cerca, tan cerca que casi podía oler la humedad del pasto… y ahí fue cuando frenó, elevándose con un movimiento de espiral. Peltier, sin embargo, chocó con el suelo con un golpe sordo que se oyó en todo el estadio. Un gemido brotó de la afición francesa.
-¡Tiempo muerto! -gritó la voz de Bagman-. ¡Expertos medimagos tienen que salir al campo para examinar a Delphine Peltier!
Sin dejar que alguna clase de remordimiento lo invadiera, el rubio se dedicó a recorrer el enorme estadio con la mirada en busca de la snitch dorada. Sabía que a pesar de que pudiera levantarse, Peltier estaría conmocionada por varios minutos, consecuencia del golpe. Muy probablemente tendría visión doble, un factor a favor de Draco.
El Amago de Wronski, se llamaba. Un buscador cae como una roca hacia el suelo y finge que ha visto la snitch allá abajo, pero se eleva justo antes de colisionar contra el campo. Con ello se pretende que el otro buscador lo imite y se estrelle, nombrado en honor de Josef Wronski quien la inventó.
Un silbido llamó su atención, mirando de reojo brevemente a William que sonreía y le mostraba el pulgar en alto. Draco asintió, dándole a entender que vio el gesto, pero volvió a buscar la snitch. Reg podría haber dicho que ya eran campeones solo por llegar a la final, pero el joven rubio sabía muy bien que Lucius Malfoy no lo vería así. Necesitaba atrapar la snitch, rápido.
Finalmente, Peltier se incorporó, en medio de los vítores de la afición del equipo de Francia, montó en la Saeta de Fuego y, dando una patada en la hierba, levantó el vuelo. Su recuperación pareció otorgar un nuevo empuje al equipo de Francia. Cuando Mustafá volvió a pitar, las cazadoras se pusieron a jugar con una destreza nunca vista.
En otros veinte minutos trepidantes, Francia consiguió marcar diez veces más. Ganaban por ciento treinta puntos a noventa, y los jugadores comenzaba a jugar de manera más sucia. Cuando Mallard, una vez más, salió disparada hacia los postes de gol aferrando la quaffle debajo del brazo, Reg salió a su encuentro. Fuera lo que fuera que sucedió, ocurrió tan rápido que Draco no pudo verlo, pero un grito de rabia brotó de la afición de Francia, y el largo y vibrante pitido de Mustafá indicó falta.
-Y Mustafá está reprendiendo al guardián inglés por juego violento… ¡Excesivo uso de los codos! -informó Bagman a los espectadores, por encima de su clamor-. Y… ¡sí, señores, penalti favorable a Francia!
Las banshee, que se habían elevado en el aire, enojadas como un enjambre de avispas cuando Mallard había sufrido la falta, se apresuraron en aquel momento a formar las palabras: ¡JA, JA, JA!. Las banshee, al otro lado del campo, se pusieron de pie de un salto, agitaron de enfado sus melenas y volvieron a bailar.
Draco masculló con molestia, su equipo estaba empezando a perder los nervios y las cosas solo podían empeorar. Enroscó el mango de su escoba con ambas manos y empezó a volar en círculos alrededor del campo con Peltier, aún conmocionada, volando unos metros detrás de él. Eso sería justo lo que haría el joven Malfoy si no estuviera seguro de que su visión le estaba jugando una mala pasada.
-¡No, esto sí que no! -dijo Ludo Bagman, aunque parecía que le hacía mucha gracia-. ¡Por favor, que alguien le dé una palmada al árbitro!
Mirando brevemente, Draco captó a Hasán Mustafá una vez más, el árbitro estaba parado delante de las veelas, flexionando los músculos y se atusaba nerviosamente el bigote.
Un medimago cruzó a toda prisa el campo, tapándose los oídos con los dedos, y le dio una patada a Mustafá en la espinilla. Mustafá volvió en sí. Avergonzado, les empezó a gritar a las veelas, que habían dejado de bailar y adoptaban ademanes rebeldes.
-Y, si no me equivoco, ¡Mustafá está tratando de expulsar a las mascotas del equipo inglés! -explicó la voz de Bagman-. Esto es algo que no habíamos visto nunca… ¡Ah, la cosa podría ponerse fea!
Y, desde luego, se puso fea: los golpeadores del equipo de Inglaterra, Corvus y Clarisse, habían tomado tierra uno a cada lado de Mustafá, y discutían con él furiosamente señalando hacia las banshee, que acababan de formar las palabras: ¡JE, JE, JE!. Pero a Mustafá no lo cohibían los hermanos Tremblay: señalaba al aire con el dedo, claramente pidiéndoles que volvieran al juego, y, como ellos no le hacían caso, dio dos breves soplidos al silbato.
-¡Dos penaltis a favor de Francia! -gritó Bagman, y la afición del equipo inglés vociferó de rabia-. Será mejor que los hermanos Tremblay regresen a sus escobas… Sí, ahí van… Jones toma la quaffle.
A partir de aquel instante el juego alcanzó nuevos niveles sin compasión: los hermanos Tremblay, en especial, no parecían preocuparse mucho si en vez de a las bludger golpeaban con los bates a los jugadores franceses. Clarisse se lanzó hacia Lafarget, que estaba en posesión de la quaffle, y casi la derriba de la escoba.
-¡Falta! -corearon los seguidores de Francia todos a una, y al levantarse a la vez, con su color azul pálido, semejaron una ola.
-¡Falta! -repitió la voz mágicamente amplificada de Ludo Bagman-. Clarisse Tremblay pretende acabar con Lafarget… volando deliberadamente para chocar con ella… Eso será otro penalti… ¡Sí, ya oímos el silbato!
Las banshee habían vuelto a alzarse en el aire, y gritaban con sus potentes voces provocando que los oídos de Draco empezaran a zumbar. Entonces las veelas perdieron el control. Se lanzaron al campo y arrojaron a las banshee lo que parecían puñados de fuego. Sus bellos rostros se habían descompuesto por completo, mostrando cabezas de pájaro con pico temible y afilado, y unas alas largas y escamosas les nacían de los hombros.
Los magos del Ministerio se lanzaron en tropel al terreno de juego para separar a las veelas y las banshee, pero con poco éxito. Y la batalla que tenía lugar en el suelo no era nada comparada con la del aire. La quaffle cambiaba de manos a velocidad de una bala.
-Jones… Bletchley… Marat… Sayre… Mallard… Lafarget… De nuevo Jones… Jones… ¡Y JONES CONSIGUE MARCAR!
Pero apenas se pudieron oír los vítores de la afición inglesa, tapados por los gritos de las banshee, los disparos de las varitas de los funcionarios y los bramidos de furia de los franceses. El juego reanudó enseguida.
Draco paso volando por entre Miles y William que estaban muy por detrás de Gwen, que tenía la quaffle otra vez en posesión. Dejó atrás a los dos cazadores y zumbó a través del campo de los franceses cuando una bludger voló directo a su cara. Ni siquiera le dio tiempo de esquivarla.
La multitud lanzó un gruñido ensordecedor mientras Draco se soltaba del mango de su escoba y se llevaba las manos a la nariz rota. Un grito de dolor se escapó de su garganta, la sangre escurriendo por su barbilla y cuello a una velocidad asombrosa. Tratando de ver por sobre encima del dolor, abrió los ojos con dificultad y los posó en Peltier, sin querer perderla. Fue ahí cuando sintió el alma caerle a los pies. Así que antes de que alguno de sus compañeros pudiera pedir tiempo muerto, Draco salió disparado detrás de Peltier, quien caía en picada con un destello dorado volando más allá de ella.
Intentó secarse las manos resbaladizas por la sangre en la túnica mientras forzaba a su Saeta de Fuego para ir más rápido. El dolor de la nariz rota quedando olvidado por unos instantes mientras le daba caza a la buscadora francesa, probando su sangre caliente justo cuando logró alcanzarla. Estaban demasiado cerca del suelo así que, estirando el brazo, impulsó sus caderas hacia delante solo una fracción de segundo más rápido que Peltier, logrando atrapar la snitch dorada en su mano antes de que ella pudiera hacerlo.
Frenó con todas sus fuerzas, echando su cuerpo hacia atrás mientras todos los músculos trabajaban en conjunto para no terminar machacados en la hierba. Por segunda vez, Peltier chocó con el suelo con una fuerza tremenda, y una horda de veelas furiosas empezó a darle patadas.
Draco se elevó en el aire, su túnica azul manchada con sangre. Su puño en alto, mostrando ante todos la snitch dorada que aleteaba sus alas con cada vez menos fuerza.
El tablero anunció "INGLATERRA: 240, FRANCIA: 160" a la multitud, que no parecía haber comprendido lo ocurrido. Luego, despacio, como si acelerara un enorme Jumbo, un bramido se alzó entre la afición del equipo de Inglaterra, y fue creciendo más y más hasta convertirse en gritos de alegría.
-¡INGLATERRA HA GANADO! -voceó Bagman, que, como los mismos ingleses, parecía desconcertado por el repentino final de juego-. ¡MALFOY A COGIDO LA SNITCH! ¡HEMOS GANADO!
Draco no pudo contener la mueca divertida que hizo sus labios, sin dejar de probar el sabor metálico de su sangre. Empezó a descender al suelo mientras un grupo de medimagos se abría paso para atenderlo. Sus piernas le fallaron un poco cuando tocó el suelo, y cuando uno de los medimagos se disponía a tocarle el rostro, Draco le apartó la mano de un golpe.
-No me toques -advirtió, echándose un paso hacia atrás justo cuando sus compañeros de equipo descendían a su alrededor.
-¡Inclusive a mí me tomo con sorpresa! -dijo Reg, que tenía una mirada aturdida en el rostro, sin poder creerse que habían ganado la copa mundial de quidditch.
-¡Me has salvado del sofá, Draco! -felicitó Corvus, tan aturdido como su capitán.
-Deberías dejar que te arreglen esa nariz -pidió Gwen, con una gran sonrisa en el rostro. Totalmente se lo merecía, ella prácticamente sola había llevado el partido sobre sus hombros.
-Sí, déjalos pasar -pidió Miles a los hermanos Tremblay que con sus enormes cuerpos impedían el paso de los medimagos.
-Padre está en la tribuna del Ministerio, debo ir ahora -dijo Draco.
-Estoy seguro de que no le importara esperar a que te reparen esa nariz… ¡MALFOY! ¿¡A DÓNDE VAS, MALFOY!? -el grito de William sonó diminuto en comparación del tremendo rugido del himno inglés que resonaba en cada rincón del estadio.
No había tiempo, Lucius no estaría contento hasta no presumir de su joven hijo ante el ministro de magia británico.
En su camino a la tribuna del Ministerio, se había deshecho de su túnica manchada de sangre, limpiando un poco el reguero que el líquido escarlata había dejado a su paso. Sabía que no estaba presentable, y que la nariz aún la tenía rota, pero Lucius no esperaría paciente mucho tiempo.
Se preguntó unos segundos si su equipo lo seguiría, pero recordó que tenían que hacerlo para recibir la Copa del Mundo de las manos de su ministro. Un gran espectáculo para la prensa.
Cuando llegó al palco del Ministerio, el estadio completo aún rugía en vítores y los hombres y mujeres dentro de la tribuna comentaban extasiados lo sucedido en el partido.
-¡Draco! -llamó Lucius, que ya lo estaba esperando. El joven rubio dejó que la desaprobatoria mirada de su progenitor lo recorriera de pies a cabeza mientras él se acercaba a su madre. Narcissa Malfoy -antes Black- lo miró con un dejo de preocupación, la esquina de su boca levantada con molestia.
Los Malfoy eran una familia poderosa y de un linaje muy antiguo en Inglaterra, pertenecientes a la estirpe de los sagrados veintiocho, la comunidad más conservadora del mundo de la magia. A su corta edad, Draco se parecía más a su padre que a su madre: era casi tan alto como él, y su cabello era del mismo tono rubio platinado, aunque visiblemente más corto que el de su padre. Los mismos ojos grises y la misma pálida piel, el joven Malfoy odiaba mirarse al espejo que no paraba de recordarle de quién era hijo.
Narcissa, tan hermosa como una reina y con el mismo porte soberbio, no se parecía en nada a su hijo. Su cabello era de un rubio más soleado, ojos azules y de tez un poco más bronceada. A Draco le hubiera gustado parecerse a ella, pero no todo en esa vida se podía.
-¡Por Merlín, muchacho, deberías dejar que alguien revise eso! -reprendió un bajo y robusto hombre, a quien Draco rápidamente reconoció como Cornelius Fudge, el ministro de Magia británico.
-Cornelius, te presento a mi heredero, Draco -dijo Lucius soberbio, esperando a que su mujer terminara de reparar la nariz rota de su heredero y le limpiara el rostro, cuello y túnica de aquel viscoso líquido rojo.
-Un placer, señor ministro -dijo Draco, estrechando su mano con la del bajo hombre, sus ojos parpadeando entre él y quien suponía era la ministra de magia francesa.
-Permíteme presentarte a Madame Fontaine, la ministra de Magia francesa -dijo Fudge, ajustando las solapas de su túnica al mirar a la hermosa mujer parada al lado suyo. Claramente era un par de años más grande que Fudge, su cabellera plateada lo demostraba. Vestía una hermosa túnica blanca, de tela exquisitamente liviana a pesar del frío que empezaba a elevarse con la noche.
-Un placer, Madame Fontaine -saludó Draco, tomando la mano de la mujer y apenas rozando sus labios contra sus nudillos. Volvió a incorporarse y mirando de reojo a Lucius, pudo verlo asentir imperceptiblemente.
-¡Ah! ¡Nuestros campeones!
Draco no necesitó voltearse para saber que sus compañeros de equipo habían aparecido de una vez. Simplemente se apartó dos pasos para dejar que se presentaran mientras él se plantaba a un lado de su padre, recorriendo la estancia con sus orbes grises. Rápidamente su atención fue robada por un grupo de pelirrojos que lo veían con cierto asombro sentados en las filas de adelante. Una inclusive tenía la boca ligeramente abierta por la sorpresa.
-¡Arthur! -llamó Lucius, provocándole un ligero estremecimiento a Draco. Obviamente había visto en donde su mirada había caído, porque, tomándolo por el codo, lo acercó al grupo de pelirrojos. El mayor de ellos, quien suponía era ese tal Arthur, se levantó de su asiento y miró con desconfianza a Lucius-. Draco, hijo, te presento a Arthur Weasley, te he hablado con anterioridad de él.
El rubio no necesitó más. Conocía a la familia Weasley, como bien le dijo su padre, le habían hablado mucho de ellos. Si con mucho se refería a la conversación anual que tenían cada periodo de vacaciones. Si había una familia traidores a la sangre en el mundo, esos eran los Weasley. Amantes de los muggles.
-Señor Weasley -saludó Draco, metiendo las manos dentro de los bolsillos de su pantalón, guardando la snitch dorada a la cual aún se aferraba. Su padre lo había traído ante ellos para presumir, no para fraternizar.
-Draco… -probó Arthur Weasley, mirando con desconcierto a ambos magos-. Ese Amago de Wronski fue espectacular.
-Gracias, señor.
Hubo un corto silencio cargado con tensión. Otro pelirrojo, uno de sus muchos hijos estaba seguro, se levantó como un resorte y miró con cierta altivez a Draco. Ambos eran de la misma altura, pero aquel pelirrojo era demasiado flaco y desgarbado para su propio bien. Unas enormes gafas le colgaban de una fea nariz y marcaban un gran contraste con su cara repleta de pecas. Antes de que el muchacho pudiera hablar, Lucius volvió a tomar la palabra.
-Si no mal recuerdo, tienes un hijo de la edad de Draco, ¿cierto? -preguntó, sus manos aferrándose a su fiel bastón, dónde ocultaba su varita mágica.
-Un año más joven, en realidad -dijo Arthur, girándose hacia el hijo del que hablaban. Estaba sentado en medio de un azabache de enormes gafas y de una castaña. Y, por cursi que sonara, su corazón pareció dar un salto por el acantilado cuando sus ojos chocaron con los de la castaña.
Era, por mucho, la chica más hermosa que Draco había visto en su vida. Tenía unos orbes de color marrón, con pequeñas motas doradas alrededor del iris; enmarcados por unas largas pestañas y unas gruesas cejas que, a comparación de Clarisse, le quedaban perfectas. Una pequeña nariz respingona adornada por unas cuantas pecas divinas. Su cabellera era una mata de rizos castaños muy voluminosos, ocultando parte de sus mejillas, hombros, pechos y cayéndole hasta la cintura, casi como un abrigo.
Ni siquiera se habría dado cuenta de que su mirada había subido de intensidad, si no fuera porque las mejillas de la chica empezaron a colorearse con un exquisito tono rosado. Vagamente se preguntó si había dejado caer la mandíbula por la impresión. ¿Por qué demonios sus amigos en Hogwarts no le habían hablado de ella?
-Mi hijo, Ronald -presentó el señor Weasley, trayendo a Draco de nuevo a la realidad. Cuando sus ojos grises chocaron con los azules, el pelirrojo enrojeció muchísimo más rápido que la castaña. Se paró por insistencia de su padre, secándole un par de centímetros al rubio. Era obvio que practicaba al quidditch, de hombros anchos, pero de la misma complexión atlética que el rubio.
Su padre le dio un imperceptible codazo, sin apartar la mirada de Arthur Weasley.
-Draco Malfoy -se presentó, sacando la mano del bolsillo y extendiéndola para estrecharla con la del pelirrojo.
-Sí, lo sé…. que diga… -balbuceo, con las orejas rojas por la vergüenza. Le dio un húmedo apretón de manos a Draco-. Ron. Ron Weasley… ¡Excelente partido! -dos sacudidas y el rubio empezó a preguntarse en qué momento le soltaría la mano. Como si el pensamiento hubiera saltado también en su cabeza, el chico Weasley soltó rápidamente su mano.
El joven Malfoy se giró hacia su padre, pero la atención de Lucius ahora estaba puesta en el azabache que miraba a Draco desde su asiento.
-Harry es el amigo de Ron -dijo Arthur, que había visto donde caía la mirada de ambos rubios. El azabache, dándose cuenta de que era el centro de atención, se removió incomodo en su asiento. Durante un eterno minuto el chico no parecía saber si debía levantarse o no, pero al final soltó un suspiro casi doloroso y se levantó, tendiéndole la mano al famoso buscador de Inglaterra.
-Harry Potter -dijo, y el rubio ni siquiera pudo ocultar la mirada de sorpresa que le provocó aquel nombre. No había persona en el mundo mágico que no conociera a Harry Potter, y no sólo por el hecho de vencer aun siendo un bebé al mago Tenebroso más poderoso de todos los tiempos, si no que era la única persona en sobrevivir a la maldición asesina. Harry Potter, el-niño-que-vivió.
-¡Oh! -soltó sorprendido, estrechando la mano del azabache-. En Durmstrang se habla mucho de ti. Eres una leyenda -dijo, sin darse cuenta de que estaba avergonzando al chico-. Si Crabbe y Goyle supieran que te conocí no pararían…
-Draco -dijo Lucius, arrastrando las palabras de tal manera que no solo le provocaron un escalofrío al rubio, sino también a Potter.
-Lo siento, estoy balbuceando -se disculpó Draco, soltando la mano del azabache y posando su mirada, una vez más, en la castaña.
-Ella es Hermione Granger -presentó rápidamente Potter, agradecido porque la atención pasara a alguien más y sin darse cuenta en la posición en que había dejado a su mejor amiga.
Hermione -saboreo Draco- le regaló su mirada más ruda aun cuando sus mejillas estaban sonrojadas. Se levantó con total tranquilidad, sin apartar la mirada mientras alzaba ligeramente el mentón.
-Un placer, señorita Granger -dijo Draco, tomando la mano de la castaña con una velocidad asombrosa y dejando un casto beso sobre su dorso. No alejó su mirada ni un segundo de la castaña, viendo con satisfacción como sus ojos brillaban por la sorpresa antes de que sus mejillas se volvieran aún más rojas, para deleite del rubio.
-¡Malfoy! –llamó Corvus llegando al lado del rubio, golpeando una vez más la espalda del chico con una fuerza brutal, sacándole el aire de los pulmones y provocando que soltara la mano de Hermione Granger-. ¡Venga, tenemos que recibir la Copa! -anunció, echando un grueso brazo por encima de los hombros de Draco y arrastrándolo hacia sus compañeros de equipo.
El joven Malfoy no pudo evitar echar una mirada por encima del agarre que lo mantenía prisionero, mirando una última vez a la castaña antes de que la imponente figura de su padre llamara su atención.
Estaba furioso, y Draco no podía entender la razón de ello.
-¡Y junto a la selección inglesa recibimos en la tribuna principal la Copa del Mundo de quidditch! -voceó Bagman, recordándole a Draco que el asunto todavía no terminaba.
De repente, una cegadora luz blanca bañó mágicamente la tribuna en que se hallaban. Entornando los ojos y mirando hacia la entrada, pudo distinguir a dos magos que llevaban, jadeando, una gran copa de oro que entregaron a Cornelius Fudge.
-Dediquemos un fuerte aplauso a los ganadores de la cuadrigentésima vigésima segunda edición de la Copa del Mundo de quidditch.
Uno a uno, los ingleses desfilaron entre las butacas de la tribuna, y Bagman los fue nombrando mientras estrechaban la mano de su ministro y luego la de madame Fontaine una vez más. Draco fue el último en ser nombrado, y mientras sacaba la snitch dorada del bolsillo, el estadio enteró le dedicó una ovación ensordecedora. William y Miles levantaron la Copa en el aire, dándose sendos golpes en el pecho. La multitud expresó estruendosamente su aprobación.
Al final, cuando la selección inglesa bajó de la tribuna para dar una vuelta de honor sobre sus escobas, una gran sonrisa brillaba en sus labios. Su corazón no había dejado de palpitar desde aquel encuentro en la tribuna del Ministerio y un raro aleteo estaba alterando su sistema nervioso.
Hermione Granger acababa de hechizarlo.
