No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.
Siete años para pecar
13
Edward respiró hondo hinchando el pecho y luego soltó el aliento. Giró sobre sus talones y se acercó a la silla, deteniéndose un segundo para quitarse la chaqueta y colgarla del respaldo antes de sentarse.
—Según nuestro acuerdo, se supone que yo soy la voz de la razón. La viva imagen del buen comportamiento.
Bella se quedó mirándolo, admirando la sensualidad inherente en sus movimientos.
Y también admiró su prieto trasero, ansiosa por verlo desnudo.
—Como quieras, pero no cambiaré de opinión. Sin embargo, soy consciente de lo mucho que te disgusta perder una apuesta.
Él colocó las manos en las rodillas y esperó. Bastaba con mirarle los ojos entrecerrados para comprender lo tenso que estaba. Entre sus piernas se marcaba la silueta de su erección y, en cuanto la vio, a Isabella se le aceleró la respiración.
—Ésta no. Entregaría toda mi fortuna a cambio de acostarme contigo; nuestra apuesta es ridícula, estoy más que dispuesto a perderla a cambio del privilegio de tenerte.
A Isabella se le hizo un nudo en la garganta al oír el fervor de sus palabras. El corsé pasó a ser una opresión imposible de soportar y se acercó a Edward.
—Ayúdame —le pidió, mostrándole la espalda.
Sus dedos la tocaron con suavidad y no bastaron para calmar el anhelo que sentía por él. Cuando notó que el vestido se abría, Bella se sintió acalorada y levemente mareada. El olor que desprendía la piel de Edward, mezclado con aquel aroma tan intrínsecamente suyo, le llenaba los pulmones cada vez que tomaba aire. Sabía que él tenía que tener tanto calor como ella y se moría por tocarlo desnudo, por acercar los labios a su piel.
Edward le tiró de las mangas del vestido y Bella movió los brazos para facilitar que la prenda se deslizase hasta el suelo. Él se dedicó entonces a aflojarle las cintas del corsé y lo hizo con suma destreza. Ella ya había disfrutado de su pericia, la recordaba a la perfección y soñaba con ella.
Edward la ayudó a deslizarse el corsé hasta por debajo de la cintura y luego Isabella salió de la prenda sintiéndose nuevamente liberada y completamente desinhibida.
—Bella —suspiró él, un instante antes de rodearla con los brazos y de acercar el rostro a su espalda.
Sus manos le cubrieron los pechos, apretándoselos con firmeza y ternura al mismo tiempo.
Ella echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y suspiró. Las ganas que tenía de entregarse a él eran casi irresistibles, pero consiguió contenerse. Si se lo permitía, Edward tomaría las riendas de aquel encuentro y eso no era lo que Isabella quería.
Él ya se había acostado con demasiadas mujeres que lo habían obligado a hacerlo todo en la cama. Isabella no quería parecerse a ellas y mucho menos después de lo que le había dicho la otra noche. Isabella quería darle placer y quería que él lo aceptase.
Se dio media vuelta con cuidado en el círculo de sus brazos y se colocó entre sus muslos separados. Le cogió el rostro entre las manos y acercó los labios a los suyos, buscando los besos que él le daba y que la hacían sentir seductora y deseable. Edward le rodeó la cintura con las manos y la acercó.
—Deja que te toque —le suplicó ella, pegada a su cuerpo—. La última vez te negaste…
—Después de siete años, no puedes pedirme que tenga paciencia.
Isabella le pasó los dedos por el pelo.
—Después de siete años, ¿qué son unos minutos más?
Edward gimió resignado y echó la cabeza hacia atrás, mirándola con pasión desatada. Isabella no terminaba de creerse que fuese capaz de causarle tal efecto a un hombre tan atractivo y sensual como él. Ella era una noble conocida por su frialdad, mientras que Edward irradiaba calor sexual por todos sus poros y era ese calor el que había logrado derretirla.
Le acarició el pelo y las cejas, que le daban un aspecto pícaro al mismo tiempo que enmarcaban sus preciosos ojos y sus espesas pestañas. Isabella le pasó los pulgares por los pómulos y lo sujetó para darle un beso en la punta de su aristocrática nariz.
—Por Dios, Bella —dijo él con voz ronca—. Si lo que pretendes es matarme, ten piedad y hazlo rápido. No me atormentes.
Ella se apartó y empezó a aflojarle el pañuelo.
—Todavía no he hecho nada.
—Vas a volverme loco.
La cogió por las caderas y tiró de ella hasta que consiguió capturar un pezón con la boca. Gimió de deseo y Bella se estremeció entre sus manos.
Aunque seguía llevando la camisola, la caricia la quemó. Echó la espalda hacia atrás y suspiró de placer mientras notaba un temblor entre las piernas de lo hambrienta que estaba por tener allí a Edward.
Lo cogió por los hombros para sujetarse cuando se le doblaron las rodillas. La lengua de él la recorrió sin darle tregua y ella recordó la última vez que había tenido su boca sobre su cuerpo. Los pechos empezaron a pesarle de deseo y cuando su pezón estuvo rosado y palpitante, Edward se apartó y dedicó la misma atención al otro. Bella notó el húmedo calor de su propio deseo, su carne se empapó gustosa.
—Quiero verte desnudo —suplicó—. Quiero sentirte dentro de mí.
Él la soltó con un gemido gutural.
—Y me sentirás, amor. Sentirás cada centímetro. Jamás he estado tan excitado. Voy a llenarte del todo y tú te correrás una y otra vez y otra y otra.
Edward empezó a desabrocharse los botones del chaleco y se quitó la prenda con rapidez. Se puso en pie con un movimiento grácil y Isabella se apartó con piernas temblorosas; sentía como si su cuerpo no le perteneciese. Era un manojo de nervios y de deseo, tenía los sentimientos tan a flor de piel que si no hubiese estado tan excitada quizá se habría ido de allí asustada.
Siete años. Era como si la atracción que sentía por él hubiese ido en aumento durante todo ese tiempo, como si hubiese estado esperando que Edward la tocase para liberarla. Y ahora la sobrecogía e invadía su piel y hacía que el peso de la camisola y de la ropa interior fuese insoportable.
Pero Isabella no se atrevía a quitárselos. Ya era demasiado vulnerable. Ya estaba demasiado desnuda. No tenía ningún escudo con que protegerse; ni su comportamiento distante, ni sus respuestas cortantes, ni sus modales impecables. No tenía nada a su alcance. No sabía quién era debajo de todas aquellas capas de protección y eso la hacía sentirse desprotegida.
Sin saber que Bella estaba enfrentándose a un duro conflicto interior, Edward terminó de soltarse el pañuelo de cuello, que lanzó a un lado. Después se quitó la camisa por la cabeza. Iba a desabrocharse los pantalones cuando ella lo detuvo, tragando saliva.
Cuando iba vestido era sumamente elegante, pero sin ropa era la más pura representación de la masculinidad. El color tostado de su piel tan perfecta hablaba de las veces que había trabajado sin camisa y los anchos bíceps y los músculos del abdomen reafirmaban que solía ayudar a quienes estaban a su servicio.
Isabella levantó una mano para tocarlo; sus pies avanzaron hacia él por voluntad propia. Colocó la palma encima de la cálida piel de Edward y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Notó que a él se le aceleraba el corazón. Desprendía tanto poder y tanta fuerza… El deseo que sentía por ella era tangible y visible; tenía unos músculos tensos y deliciosos. Que fuese tan viril la excitaba, temblaba sólo de pensar que aquel cuerpo tan absolutamente masculino se dedicaría a darle placer.
Edward le cogió la muñeca.
—Me muero de deseo por ti.
—No eres el único que siente deseo —susurró ella, soltándose para poder tocarle los hombros.
Se los acarició con ambas manos y luego las deslizó por los bíceps, que apretó con los dedos, descubriendo que no cedían bajo su presión. Edward era como una estatua de mármol caliente. Isabella quería tocarlo por todas partes, tomarse su tiempo, apoyar la nariz en su torso e inhalar hasta que se le metiese dentro. Lo deseaba. En aquel preciso instante lo quería más que a nada en el mundo.
Sintió como si el deseo y los sentimientos que tenía por Edward, y que había contenido durante tanto tiempo, la embargasen por completo. Ahora que él había derribado sus defensas, lo único que quedaba de ella era ese deseo y esos sentimientos.
Edward apretó los puños a los costados al notar que ella deslizaba las manos por su abdomen, duro como una piedra.
—¿Estás húmeda de deseo por mí? ¿Te notas vacía sin mi miembro dentro de ti?
Bella asintió y notó que los labios de su sexo se estremecían ansiosos.
—Deja que te llene —la tentó con voz ronca—. Deja que me meta dentro de ti y que te dé placer…
—Todavía no.
Lo rodeó con los brazos y se acercó un poco más. Retrasó su rendición porque quería que Edward se rindiese primero. Le pasó la lengua por el pezón.
Él apretó los dientes y la sujetó por las caderas con fuerza.
—Dentro de un segundo te tumbaré en la cama y no volveré a preguntártelo.
—¿Dónde está esa famosa fuerza de voluntad de la que tanto alardeabas la otra noche?
—Tú estabas borracha y, antes de empezar, yo ya sabía que no haríamos nada.
Ahora… ahora ya no hay vuelta atrás. Sé que estoy a pocos minutos de poseerte de la manera que llevo años necesitando.
—Edward…
—Maldita sea, estoy intentando comportarme como un hombre civilizado. —Le dio un beso en la frente—. Estoy haciendo todo lo que puedo para no cogerte en brazos, lanzarte sobre la cama y follarte como si fuese un animal salvaje. Pero sólo soy un hombre, uno con muchos defectos y, por desgracia, sé lo maravillosas que serán las cosas entre nosotros. No querré parar jamás y por eso mismo me muero de ganas de empezar.
Bella se quedó quieta, acariciándole la piel con su aliento y notando una opresión en el pecho al percibir lo elevadas que eran las expectativas de Edward. Se moriría si lo decepcionaba. No podía permitirlo. Él esperaba sentir mucho placer estando con ella y Isabella estaba decidida a dárselo. Acercó las manos a la parte delantera de sus pantalones y desabrochó los botones.
Edward levantó los brazos y empezó a quitarle las horquillas.
—Quiero sentir tu pelo sobre mi cuerpo. Quiero cogerlo con mis manos y sujetarte mientras te cabalgo profunda y lentamente.
A ella le temblaron los dedos cuando tocó la ropa interior de él y apretó su erección con la mano. Edward gimió y Isabella notó su miembro vibrar.
—Estás tan caliente —dijo ella.
Apartó el estorbo que era la ropa de Edward y liberó su miembro. Él gimió desde lo más profundo de su garganta, un sonido casi animal, cuando su pene quedó descansando sobre las palmas de ella.
Bella se quedó sin aliento al bajar la vista y ver aquel miembro tan magnífico apuntándola hambriento. Tal vez tendría que haber adivinado que esa parte del cuerpo de Edward también sería perfecta, pero en ese sentido ella jugaba con desventaja.
Sólo había visto desnudo a un hombre y jamás había creído que compartiría aquel tipo de intimidad con otro.
Lo exploró con los dedos con cuidado, tocando los lugares que devoraba con los ojos. Recorrió las venas que sobresalían. Él estaba completamente excitado. Tenía los testículos apretados y pegados al cuerpo, aunque seguían siendo impresionantes.
También eran muy grandes, una prueba más de la virilidad que Edward le había prometido con tanta arrogancia. Isabella se preguntó si su cuerpo sería capaz de acogerlo. El miembro era largo y grueso, ancho desde la punta hasta la raíz.
—Di algo —dijo él, emocionado—. Dime que me deseas.
—Te lo demostraré. —Se lamió los labios y se puso de rodillas.
—Isabella.
El cambio que se produjo en la voz de él la llenó de poder e hizo desaparecer el malestar que le causaba notar el suelo de madera bajo las rodillas. Edward se quedó completamente quieto y enredó las manos en el pelo de ella. El pecho le subía y bajaba despacio de lo mucho que le costaba respirar y una leve capa de sudor le cubría el abdomen.
Al menos en eso Isabella sabía que le estaba dando placer. Separó los labios. La boca se le hizo agua y rodeó el grueso prepucio.
—Maldita sea —masculló él, temblando violentamente.
Un lento y constante flujo de pre eyaculación le cubrió la lengua. Isabella gimió al notar su sabor y succionó en busca de más.
—Sí… Bella. Sí. —Edward le sujetó la cabeza con las manos y con los pulgares le acarició las mejillas—. He soñado con esto. Lo deseaba tanto que creía que iba a perder la cabeza.
Movió las caderas ayudando a que su miembro entrase y saliese de la boca de Isabella. El hermoso rostro de él estaba desfigurado por la lujuria, tenía la piel tirante por encima de las mejillas, los labios apretados en un intento de contener el placer que estaba sintiendo. Que él la desease tanto la habría asustado, de no ser porque, al mismo tiempo, la miraba con ojos llenos de ternura y la tocaba con suavidad.
Isabella empezó a sudar, empezó a recordar las caricias que él le había hecho el otro día, a sentir su lengua y sus dedos sobre su cuerpo. Dentro. Recordó el éxtasis casi insoportable. Ella quería hacerle sentir lo mismo, quería que Edward se quedase con un recuerdo igual de imborrable.
Le colocó una mano en una de las caderas y con la otra le tocó el escroto. Él se mordió los labios para no soltar un grito y tensó todo el cuerpo al notar su caricia.
Isabella le pasó los dedos por los testículos y lo acarició otra vez más. Con la lengua también empezó a probar cosas nuevas y rodeó con ella el prepucio para luego pasarla por la parte más sensible de su erección.
—Dios santo —gimió él, con los músculos del estómago contraídos—. Succiona, Bella… más fuerte… sí, así…
Ella cogió la base del pene y lo apretó justo cuando notó que Edward empezaba a temblar y a soltar una maldición. Mirarlo era algo hipnótico, era tan increíblemente erótico, tan sincero en sus reacciones. Isabella apretó los muslos y contuvo la reacción de su cuerpo, que buscaba aliviar el insoportable anhelo que sentía. Era dolorosamente consciente de lo excitada que estaba, de cómo temblaba de deseo.
Pero todavía deseaba más darle placer a él, quería mirar a Edward, presenciar su orgasmo, absorber todas sus expresiones cuando lo alcanzase.
Se sentía como si fuese otra mujer, una criatura muy femenina que no respetaba ningún límite, ni ninguna barrera o norma, una fuerza de la naturaleza incapaz de ser retenida.
Edward le acarició las comisuras de los labios con los pulgares y ella abrió un poco la mandíbula para que él pudiese deslizarse un poco más, sin hacer caso de la incomodidad que sintió durante un instante.
Eso nunca lo había hecho con Benedict. Su esposo siempre había sido dulce y amable y sus relaciones sexuales habían estado dominadas por la ternura y por el respeto hacia el otro.
Edward era muy sincero en sus reacciones, no intentaba disimularlas ni contenerlas, lo que creaba una intensa sensación de intimidad. Ella jamás se había sentido tan unida a otra persona, nunca había experimentado aquella sensación de estar tan conectada a otro ser.
—Estoy a punto —confesó él—. Ah, Dios… tu boca es divina…
Le sujetó la cabeza y aceleró el ritmo de las caderas, sin detenerse, y lo único que pudo hacer Isabella fue sujetarse de sus muslos y succionar más fuerte. Lo hizo con desesperación. Los sonidos que él hacía, sus gemidos descontrolados, las palabras de cariño dichas con la voz entrecortada, estuvieron a punto de llevarla al orgasmo.
—¡Sí! —gritó Edward un segundo antes de tensarse y de que la primera eyaculación impregnase la lengua de Isabella.
Alcanzó el orgasmo con la misma intensidad con que hacía todo lo demás. Tensó las venas del cuello y echó la cabeza atrás para gritar mientras le inundaba la boca.
Ella siguió acariciándolo con las manos, masturbándolo, deseando quedarse con todo su placer, reclamándolo como suyo por derecho propio.
En el mismo instante en que creyó que él empezaba a relajarse, Edward la cogió por los brazos y la puso en pie.
Luego la llevó a la cama.
Después de experimentar un orgasmo tan intenso que casi le había doblado las rodillas, Edward abrazó a Isabella contra su pecho y sintió la apremiante necesidad de reducirla al mismo estado en que estaba él. Ella lo había desnudado por completo.
Notaba como si su piel fuese demasiado pequeña para contenerlo y demasiado delgada. Tenía el pelo empapado y las gotas de sudor se deslizaban por su espalda. Y se notaba la garganta seca de tanto gritar.
Él jamás se había imaginado que nada pudiese hacerlo sentirse tan bien. Isabella había lamido su pene como si se muriese de ganas de tener su sabor en los labios y había gemido y lo había sujetado como si se fuese a morir si él se apartaba. Como si él hubiese sido capaz de hacerlo… Edward dudaba de que se hubiese apartado de ella aunque el barco se estuviese hundiendo.
Bella tenía las manos entre su pelo y todo su cuerpo se movía junto al de él.
Edward la sentó en el extremo de la cama y le quitó la camisola por la cabeza. La lanzó a un lado y centró toda su atención en los pechos de ella, que subían y bajaban con cada respiración. Se los cogió y le acarició los pezones con los pulgares.
Isabella se echó hacia atrás y se apoyó en los antebrazos. Estaba sonrojada y sus ojos grises se le habían oscurecido tanto que parecían casi negros. La melena dorada le caía por los hombros, alborotada. Tenía la mirada nublada y parecía que se hubiese estado revolcando. Era lo más bonito que había visto nunca.
—Gracias —murmuró Edward, empujándola un poco hacia atrás para poder capturarle un pezón con la boca.
La generosidad de Bella había significado más de lo que podía expresar con palabras. Hacía tanto tiempo que necesitaba tantas cosas de ella, y ella se le había entregado con sincero entusiasmo.
Le acarició la punta del pezón con la lengua y succionó suavemente a propósito.
Para atormentarla. Para que ella lo desease más.
—Edward…
Su tono de voz le estaba diciendo que se había rendido. Isabella ya no iba a resistírsele, ni tampoco a ser cauta ni recelosa. Él no sabía qué había sucedido para que se le entregase tan libremente, pero tenía tiempo de sobra para averiguarlo. Por el momento, lo único que quería era que ella se deshiciera en sus brazos, quería oírla decir su nombre al alcanzar un orgasmo.
Le deslizó una mano entre las piernas y cuando las metió por debajo de la ropa interior, tuvo la satisfacción de encontrarla húmeda. Le separó los labios y deslizó dos dedos por el centro de su deseo. Isabella estaba lista para él. Más que lista. Mojada y caliente, a punto para que la poseyera.
Edward movió con cuidado los dedos, dentro y fuera, y tuvo que apretar los dientes cuando notó que ella se los apretaba. Succionó el pecho que tenía entre los labios con fuerza y luego lo soltó.
Los brazos de Bella cedieron y se desplomó encima del cubrecama marrón, evocando la imagen de un ángel caído. Edward se apartó y le separó las rodillas con ambas manos.
—Eres tan bonita —le dijo, al mirar la piel rosada que brillaba entre sus piernas.
Por un instante, se planteó la posibilidad de terminar de desnudarse ambos por completo, pero desechó la idea. Ya se desnudarían la próxima vez, cuando ella estuviese repleta de su semen y completamente saciada. Se cogió el miembro con una mano y lo colocó encima del vértice del sexo de Isabella. Era una sensación exquisita y su pene se extendió como si no acabase de tener el mayor orgasmo de su vida.
—Todavía estás excitado —dijo ella, apoyándose en los codos.
—Contigo siempre lo estoy. Tengo intención de follarte durante todo el día —le prometió lascivo—. Y toda la noche.
—Estoy ansiosa por ver pruebas de tu tan cacareada resistencia.
—¿Me está retando, milady? —Le enseñó los dientes en una mueca que podría ser una sonrisa—. Ya sabes cómo respondo a los desafíos.
Abrió los pliegues de su pequeña hendidura y, despacio, empezó a penetrarla.
Isabella se quedó boquiabierta al notar que su prepucio entraba en ella.
Edward se mordió los labios para no gritar como un animal y luchó contra la necesidad que sentía de poseerla hasta lo más hondo. De ese modo todo terminaría demasiado rápido y le arrebataría a ella la sensación de descubrir que él la estaba poseyendo. Quería que Isabella notase cada centímetro, quería ver cómo se movía a medida que la iba poseyendo, quería que recordase el primer embate, aquel que haría que sus testículos se pegasen a ella por primera vez.
De modo que le mantuvo las piernas separadas mientras se deslizaba en su interior y no apartó la mirada ni un segundo del lugar donde se unían sus cuerpos. Se notaba los pulmones ardiendo, como si le costase respirar, y todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo estaban pendientes de los sedosos labios del sexo de Isabella, de cómo se movían y lo apretaban. Una miríada de sensaciones lo quemaba por dentro. Tenía la espalda y el torso empapados de sudor, prueba del férreo control que estaba ejerciendo sobre su propio cuerpo.
—Estás tan prieta —dijo entre dientes y apretando con fuerza la o un guante… caliente y prieta…
Isabella se movió desesperada debajo de él y se mordió el labio inferior al notar que Edward entraba y salía de su interior y que con cada movimiento llegaba más y más hondo.
—Por favor. Date prisa.
Él se inclinó hacia ella y le clavó los dientes en el hombro. Lo bastante fuerte como para dejarle una marca, pero no lo suficiente como para desgarrar la piel.
Isabella gimió y arqueó la espalda en busca de sus labios. Fue un acto muy primitivo, cuya intensidad aumentó cuando Edward sintió que el sexo de ella aprisionaba la punta de su miembro, como si intentase mostrarle que aquél era su hogar.
Desnudos, no había nada que se interpusiera entre la parte más íntima de él y la de ella. Nunca en toda su vida Edward había estado con una mujer sin utilizar protección. Y sólo renunciaría a ella por Isabella. Por la mujer que en cuanto la vio la primera vez, supo que había nacido para ser suya.
Apartó las manos de los muslos de ella y las colocó en la cama para apoyarse mientras movía las caderas a un ritmo lento y constante. Isabella aprovechó la inesperada libertad y le rodeó la cintura con las piernas, obligándolo a penetrarla más.
La oyó quedarse sin aliento y pronunciar su nombre con desesperación cuando él se hundió por completo en su interior.
Edward se quedó quieto y luchó por recuperar el control. Esperó a que el tenso cuerpo de Isabella se acostumbrase a la sensación de tener dentro su miembro palpitante y erecto. Ella levantó la vista para mirarlo; tenía los ojos brillantes y completamente abiertos, como ventanas para que Edward entrase en su alma. En ellos no había ni rastro de la altivez por la que era tan conocida. Ardía de deseo debajo de él, alrededor de él; toda aquella fachada se estaba derrumbando y el distanciamiento entre los dos estaba desapareciendo.
Edward nunca había visto a nadie mirarlo así y sin embargo él sentía exactamente lo mismo. Nunca nada lo había afectado tanto y notaba como si lo hubiesen abierto en canal, como si estuviese expuesto y no pudiese esconderse en ninguna parte.
Cuando Isabella se incorporó y le dio un beso en la mandíbula, algo se rompió dentro de él y lo sacudió hasta lo más hondo. Su sangre ardía por ella, le quemaba por los siete años que había tenido que esperar para estar donde estaba, pero Isabella había conseguido apaciguar esa virulencia con un simple y tierno beso.
Comparar su ternura con el brutal deseo que sentía él lo devastó. Apoyó una mejilla empapada de sudor en la cara de ella y la acarició con la nariz, respiró hondo y olió el perfume del deseo y de la lujuria de la mujer que amaba. Ella encajaba con él a la perfección, tal como Edward había sabido que sucedería.
Su preciosa e irreprochable Bella. Una mujer capaz de hacer callar a una habitación repleta de gente escandalosa sólo con una mirada. Sin embargo, su cuerpo había sido creado para abrazarlo, para convertirse en el hogar de un hombre que había nacido para dar placer a las mujeres del modo más escandaloso posible.
No era vanidad, Edward sabía que estaba muy bien dotado. En cuanto aprendió lo satisfactorio que era para las mujeres, su miembro pasó a ser el instrumento que utilizó para salir adelante.
Pero él no estaba destinado a estar con esas mujeres. Estaba destinado a estar con Isabella, igual que ella estaba destinada a estar con él. Y aunque muriese en el intento, se lo demostraría.
Le recorrió la curva de la oreja con la lengua y notó que el sexo de Isabella respondía apretándose más.
—Perfecto —susurró, tumbándose sobre ella cuando Isabella cayó sobre la cama—. Como dos mitades de un todo.
Ella se sujetó a la parte superior de los brazos de él y le lamió el labio inferior.
Movía las caderas en círculos para acomodarlo mejor.
—Por favor —le suplicó otra vez, con una voz tan ronca que fue la perdición de Edward.
Apoyó las palmas en la cama y salió despacio del interior de Isabella, deleitándose en cómo ella intentaba retener su miembro. Luego volvió a entrar y se abrió paso por la poca resistencia que quedaba. Isabella movió la cabeza de un lado a otro con los ojos cerrados, algo que él no podía permitir. Necesitaba que se quedase con él, que lo mirase cuando estallase la tormenta.
La presión del inminente orgasmo le atenazó los testículos y le hizo temblar el pene, advirtiéndole que estaba a punto de eyacular dentro de la mujer que tenía debajo. Incluso sabiendo que ella tenía el poder de destruirlo, fue incapaz de apartarse. Isabella lo había capturado por completo muchas noches atrás, lo había hechizado irremediablemente y él no tenía elección.
De algún modo, tenía que conseguir convertirse asimismo en la única elección de ella.
Le deslizó los brazos por debajo de los hombros y le sujetó la cabeza con las manos. Cubrió su boca con la suya y ladeó la cabeza para besarla más profundamente. Ella lo cogió por la cintura y se arqueó hacia él. El sudor de sus cuerpos pegó sus torsos el uno contra el otro, añadiendo otra capa más a aquella experiencia tan intensa.
Edward se movió y ella también. Lo hicieron al mismo ritmo. Isabella le clavó las uñas en la espalda y él la besó como si fuera a morirse si sus labios se separaban. Su lengua entraba y salía igual que su pene, ambos movimientos decididos a volverla loca.
Edward necesitaba volverla loca, tan loca y desesperada como lo estaba él.
Movió las caderas y la penetró con cada centímetro de su pene duro como el acero, absorbiendo todas las respuestas de su delicioso cuerpo. Encontró el lugar que la hacía temblar y lo atacó una y otra vez.
Gimió al notar que ella alcanzaba el orgasmo y sintió cómo los delicados músculos del sexo de Isabella se apretaban alrededor de su pene. Él se aferró al poco control que le quedaba porque quería darle placer a ella antes de alcanzar el suyo, sobre todo después de todo lo que ella ya le había dado.
Aminoró la intensidad de sus movimientos y levantó la cabeza para verle la cara.
Ahora le resultaba más fácil entrar y salir, pues el cuerpo de Isabella estaba completamente húmedo y aceptaba gustoso que la poseyera. Ella tenía los ojos brillantes, los labios hinchados. Susurró su nombre…
—Edward.
Él volvió a excitarse.
—Tú no… tú todavía…
—Todo el día —le recordó él, acelerando de nuevo el tempo—. Y toda la noche.
Ella apretó los dedos que tenía en su espalda y las piernas con que le rodeaba la cintura.
—Sí. Por favor.
Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo
Ya que mañana es mi cumple; les regalo este capi por adelantado ; )
¶Love¶Pandii23
