No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.
Siete años para pecar
18
Hester se detuvo en la entrada de su dormitorio y se quedó mirando a su marido, que se había quedado dormido. A lo largo de la última semana, James había visitado bastante su cama en busca de consuelo para su tormento. Ella había tratado de aliviarlo, había intentado decirle que al cabo de unos días nadie se acordaría del combate de boxeo, que no lo habían humillado ni tampoco se había convertido en el hazmerreír. Pero nada de lo que hacía o decía servía para aplacar su angustia.
Estaba exhausta por el esfuerzo y se ponía enferma al pensar en lo débil que era su esposo… y en lo débil que era ella por seguir con él. Pero a pesar de todo lo malo que había sucedido entre los dos, Hester seguía siendo incapaz de desearle ningún mal.
El mayor fracaso de su vida era no haber sido capaz de salvar de sí mismo al hombre que una vez había amado. Hester ni siquiera había podido salvar su amor por él, que se había marchitado y estaba a punto de morir. Por mucho que le doliese, ya no podía permitirse el lujo del malgastar su energía y su cariño con un hombre que no sabía valorar sus esfuerzos.
Ahora tenía que pensar en su hijo, aquel ser diminuto que dentro de un tiempo requeriría toda su atención y su afecto. El valor que no había sido capaz de encontrar dentro de sí misma, lo había hallado en el bebé que crecía en su interior.
Enderezó los hombros y se dirigió hacia la cama.
Regmont tenía potencial para ser un hombre maravilloso. Era muy atractivo y sumamente encantador, además de ingenioso y brillante en todo lo que se proponía.
Las mujeres lo deseaban y los hombres lo respetaban.
Sin embargo, él era incapaz de reconocer ninguna de esas cualidades en sí mismo.
Por desgracia, lo único que James oía en su cabeza eran los comentarios despectivos y humillantes de su padre, que por sí solos podían borrar cualquier elogio que recibiese de otra persona. Estaba convencido de que no merecía ser amado y reaccionaba a esos sentimientos del único modo que le habían enseñado: recurriendo a la violencia.
Pero Hester ya no podía seguir justificándolo. Era completamente obsesivo con ella, tenía que controlarlo todo, desde la ropa que se ponía hasta lo que comía, y además la manipulaba. Él culpaba al alcohol de sus ataques de ira, a pesar de que no dejaba de beber en exceso, y si no era por el alcohol, decía que era por ella.
Si James no podía aceptar su parte de culpa, entonces era muy poco probable que cambiase. Y Hester tenía que tomar las medidas necesarias para proteger a su bebé.
En cuanto se acercó a la cama, él se movió y alzó uno de sus musculosos brazos, buscándola en su lado de la cama. Al notar que no estaba, levantó la cabeza de la almohada y, cuando la vio, esbozó una lenta sonrisa medio dormido.
Un leve estremecimiento recorrió el cuerpo de Hester. Despeinado y desnudo, su belleza dorada era más que innegable. El rostro de un ángel escondía los demonios que lo carcomían por dentro.
James se tumbó de espaldas y se incorporó para apoyarse en el cabezal de madera. La sábana se arremolinó en sus caderas, dejándole el torso y el estómago al descubierto.
—Puedo oírte pensar desde aquí —murmuró—. ¿Qué pensamientos te tienen tan ocupada?
—Tengo algo que decirte.
Él deslizó las piernas hasta el lateral de la cama y se puso en pie sin el menor pudor, mostrándose gloriosamente desnudo.
—Te prestaré toda mi atención… dentro de un instante.
Le dio un beso en la mejilla de camino al biombo que había en un extremo del dormitorio, detrás del cual se ocultaba el orinal. Cuando regresó, ella dijo:
—Estoy embarazada.
James se detuvo tan de repente que se tambaleó.
—Hester. Dios mío… —susurró, pálido y con los ojos abiertos de par en par.
Ella no sabía qué reacción estaba esperando, pero sin duda no era aquella estupefacción.
—Espero que estés contento.
A él le costaba respirar.
—Por supuesto que lo estoy. Discúlpame, me has pillado desprevenido. Empezaba a pensar que quizá eras estéril, como tu hermana.
—¿Es por eso por lo que estás tan enfadado conmigo?
Cuánto más furioso se pondría si supiera todo lo que ella había hecho a lo largo de los últimos años para evitar el embarazo… Tenía miedo sólo de pensarlo.
—¿Enfadado? —Se sonrojó—. No empieces una discusión. Hoy no.
—Yo nunca empiezo nada —contestó ella con voz neutra—. Odio discutir y tú lo sabes. En mi infancia tuve suficientes discusiones como para toda la vida.
Los ojos azules de James se entrecerraron peligrosamente.
—Si no te conociera tan bien, diría que estás intentando provocarme.
—¿Diciéndote la verdad? —El miedo aceleró el corazón de Hester, pero se negó a ceder—. Sólo estamos hablando, James.
—No pareces muy contenta de estar embarazada.
—Lo estaré en cuanto sepa que el niño está bien.
—¿Sucede algo malo? —Él reaccionó y se sentó en la silla en la que había dejado el batín la noche anterior—. ¿Te ha visto el médico?
—Vomito por las mañanas, lo que es bastante habitual, según me han dicho. De momento va todo bien. —Resistió las ganas de erguir la cabeza porque sabía que esa postura tan desafiante lo pondría de peor humor—. Sin embargo, tengo que cuidarme y evitar que me pase nada malo.
—Por supuesto. —El temblor del músculo de la mandíbula advirtió a Hester.
—Y tengo que comer más.
—Te lo digo a todas horas.
—Sí, pero es difícil tener hambre cuando estás dolorida. —James apretó los labios hasta que se le quedaron blancos y Hester se obligó a seguir como si no lo hubiese visto—. Teniendo en cuenta todo esto, me gustaría adelantar mi partida al campo. Tú puedes reunirte allí conmigo cuando termine la Temporada.
—Eres mi esposa —sentenció furioso, atándose el cinturón del batín con un nudo—. Tu lugar está a mi lado.
—Lo entiendo. Pero ahora tenemos que pensar en el bebé.
—¡No me gusta tu tono, ni tampoco que insinúes que represento un peligro para mi propio hijo!
—Tú no. —Una mentira piadosa—. El alcohol que bebes.
—No beberé. —Se cruzó de brazos—. Por si no te has dado cuenta, hace casi tres semanas que no tomo ni una gota.
James se había mantenido sobrio durante períodos más largos de tiempo, pero al final siempre sucedía algo que volvía a empujarlo a la bebida.
—¿Acaso no crees que cualquier precaución es poca a la hora de proteger a nuestro hijo?
—Te quedarás aquí —decretó, dirigiéndose a la puerta que comunicaba los dos dormitorios—. Y no quiero volver a oírte decir esta tontería de que te quieres ir.
—James, por favor…
El portazo puso punto final a la conversación.
—¡Estás guapísimo! —exclamó Elspeth, mientras bajaba la escalera hacia el vestíbulo—. ¿Qué debutante será la afortunada que tendrá el placer de tu visita?
Michael dejó de tocarse el impecable nudo del pañuelo y observó a su madre a través del reflejo del espejo que tenía delante.
—Buenas tardes, madre.
Ella arqueó una ceja al ver que su hijo cogía el sombrero de encima del mueble y no le decía nada más. El sol de la tarde se colaba por la ventana del balcón del piso de arriba y se reflejaba en el suelo de mármol. Aquella luz indirecta le sentaba bien a su madre, cuyo vestido de estampado floral la hacía parecer más joven.
—Lady Regmont me ha ayudado a preparar una lista con las mejores debutantes—continuó la condesa con una sonrisa—. Es una mujer muy perspicaz e influyente y tiene muchas ganas de verte casado.
Michael se puso tenso. La chaqueta azul hecha a medida le quedó de repente demasiado estrecha.
—Me alegra oír que os lleváis tan bien. Supuse que sería así.
—Sí, no pensé que fuéramos a congeniar tanto. Esa pobre niña lleva demasiados años sin una madre y, ahora que Isabella no está, puedo mimarla como si fuese mi propia hija.
A Michael le habría gustado que lo fuese por haber contraído matrimonio con él, pero el destino tenía otros planes.
—Y ahora que está embarazada —siguió Elspeth la mar de contenta—, también puedo disfrutar de esa alegría. Y prepararme para cuando lo esté tu futura esposa, sea quien sea.
Michael respiró entre dientes y se sujetó del mueble para contener el dolor. Si le hubiese atravesado en el pecho con el atizador del fuego le habría dolido menos.
Se dio media vuelta y la miró.
—Guarda las uñas, madre. Ya me has herido mortalmente.
Ella retrocedió, pálida.
—Michael…
—¿Por qué? —le preguntó él con amargura—. Los dos sabemos que jamás podré tenerla. No tienes por qué hacerme más daño.
—Lo siento. —La mujer bajó los hombros y envejeció ante los ojos de su hijo—.Yo…
—¿Tú, qué?
—Tengo miedo de que el amor que sientes por ella te impida avanzar.
—Conozco mis responsabilidades. Y cumpliré con ellas.
—Pero quiero que seas feliz. —Dio un paso hacia él—. Lo deseo tanto. Creía que si lo sabías…
—¿Me desharía de estos sentimientos tan inconvenientes y seguiría con mi vida como si nada? —Se rió sin humor—. Ojalá fuera tan sencillo.
—Quiero ayudarte —suspiró su madre—. Pero no sé cómo.
—Ya te dije cómo. —Se puso el sombrero—. Cuida de Hester. Dale todo el apoyo que necesite.
—Me temo que no puedo hacer nada por esa chica, Michael. Y tú tampoco.
Él la miró.
—Regmont —dijo entre dientes, notando el ácido que corría por sus venas.
—Hester reacciona de un modo extraño siempre que oye su nombre… He visto esa mirada antes y nunca augura nada bueno. Pero ¿qué podemos hacer?
—Podemos ofrecerle nuestra amistad. —Se acercó a la puerta, que el mayordomo abrió con suma rapidez—. Y rezar.
A Hester se le aceleró la respiración al entrar en la estancia. Michael estaba de pie, esperándola, y sus ojos negros ardieron en cuanto la vio. Ella dejó que su evidente interés la hiciese entrar en calor y se abriese paso hasta los lugares más recónditos de su helado corazón.
—Has esperado hasta el final de la semana para cumplir la promesa de venir a verme —lo acusó.
La sonrisa que Michael le ofreció estaba levemente teñida de tristeza.
—Mi madre me sugirió que esperase.
—Ah. —Hester se sentó en un sofá que estaba delante de él—. Es una mujer muy sabia.
—Le gustas.
—El sentimiento es mutuo. —Se alisó la falda y parecía muy nerviosa—. ¿Cómo estás?
—A punto de volverme loco de la necesidad que tengo de hacerte esa misma pregunta. La última vez que te vi me dijiste varias cosas y temo haber empeorado tu situación… Sin querer, haberte causado… —Se pasó una mano por la cara—. Dios.
—Estoy bien, Michael.
—¿De verdad? —Bajó la mano a su regazo y aguzó la mirada—. Tendría que haberle dejado ganar. Fui demasiado arrogante, estaba demasiado enfadado… y no pude. Tendría que haber pensado en ti.
El corazón de Hester latió más fuerte y a un ritmo estable, igual que si Michael lo hubiese revivido. A decir verdad, hacía años que no se sentía tan viva como cuando estaba con él.
—Así que estabas pensando en mí…
Michael se tensó un segundo y luego se sonrojó.
—Aunque le prometieras a mi hermana que cuidarías de mí —continuó Hester—,dudo que Isabella esperase que lo llevases tan lejos. Pero me emociona que lo hayas hecho.
—¿Necesitas a alguien que te proteja? —le preguntó Michael en voz baja, inclinándose hacia ella.
—En algún lugar hay una princesa en apuros esperando que la rescates, noble caballero.
—Dios. —Se puso en pie con un movimiento violento y grácil al mismo tiempo. Contenido, a pesar de la frustración que sentía—. Odio hablar con acertijos.
Ella asintió y le hizo una señal a la doncella para que sirviese el té en la mesilla que tenía delante. Después de que la joven se fuera, Hester volvió a hablar.
—No has contestado a mi pregunta acerca de cómo estás.
Michael suspiró exasperado y volvió a sentarse.
—Tan bien como cabe esperar, teniendo en cuenta las circunstancias. Nunca me había fijado en la cantidad de obligaciones que tenía Benedict. Y llevaba el peso sobre sus hombros con suma elegancia. Todavía no logro entender cómo lo hacía.
Seguro que sus días tenían más horas que los míos.
—Tenía una esposa que lo ayudaba.
—Dios santo, si alguien más me dice que una esposa aliviaría mi carga, no me hago responsable de mi respuesta.
Hester se rió suavemente, aliviada —y horrorizada de que así fuese— de que buscar esposa no tuviese ninguna prioridad en la lista de tareas de Michael.
Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo
¶Love¶Pandii23
