No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.
Siete años para pecar
21
El anillo era casi vulgar en cuanto al tamaño y al brillo de sus piedras, lo que hizo sonreír a Isabella. Si casarse con Edward no bastaba para demostrarle al mundo que había cambiado, seguro que ese anillo lo conseguiría.
—Sí —murmuró él, colocándole el rubí en el dedo—. Me casaré contigo. En cuanto sea posible. Al final de esta semana si soy capaz de organizarlo.
—No. —Isabella le cogió el rostro entre las manos y, con los dedos, le apartó el pelo de la frente—. Lo haremos como se debe hacer. En Inglaterra. Por la Iglesia, con amonestaciones incluidas y con nuestras familias y nuestros amigos presentes. Quiero que todo el mundo, y tú especialmente, sepa que hago esto después de habérmelo pensado mucho. Sé lo que hago, Edward. Y sé lo que quiero.
—Preferiría que nos casáramos antes de volver.
—No te dejaré —le aseguró, consciente de que ésa era su preocupación.
—No puedes. No dejaré que lo hagas. —Le cogió las muñecas con suavidad y firmeza al mismo tiempo—: Pero habrá mujeres…, en fiestas y en banquetes… Ellas me reconocerán…
—Reconocerán a Anthony —lo interrumpió ella—. A ti no te conocen, no como yo. Y jamás lo harán.
Se inclinó hacia adelante y le dio un beso en el entrecejo, que él tenía arrugado.
—Amor mío —continuó Isabella—. No te crees que alguien pueda quererte incondicionalmente porque hasta ahora nadie te ha querido así. Pero yo sí. ¿Cómo podría no hacerlo? Y con el paso del tiempo te darás cuenta de que el efecto que has tenido en mí es irreversible. Yo he cambiado y soy quien soy ahora gracias a ti y, sin ti, dejaría de existir. No tengo ni idea de cómo voy a sobrevivir los próximos meses hasta que puedas volver a reunirte…
—¿Reunirme? —preguntó él, sorprendido—. ¿A qué te refieres?
—Esta tarde he recibido una carta de Hester. Debió de mandarla justo después de que zarpásemos, quizá incluso el mismo día, por lo que supongo que estaba embarazada antes de que nos fuéramos y que no me lo dijo porque no quería que anulase el viaje.
—¿Tu hermana está embarazada?
—No puedo creerme que Hester piense que no voy a volver en seguida. Tal como te he contado, hace tiempo que no está bien. Necesitará que cuide de ella. Tengo que estar a su lado.
—Yo volveré contigo, evidentemente. Con algo de suerte, quizá pueda tenerlo todo listo para que zarpemos dentro de dos semanas.
—No puedo pedirte que hagas esto. Has venido a esta isla por un motivo.
—Sí. Tú. Y por ese mismo motivo me vuelvo a Inglaterra. Viajé contigo porque no tenía nada que me retuviese en Inglaterra si tú estabas aquí y lo mismo es cierto en sentido contrario.
Bella se quedó tan sorprendida que su mente dejó de funcionar y entonces recordó la primera noche en que habían hablado, en la cubierta del Aqueronte, cuando él le había dicho que volvía a casa por una mujer. Descubrir que ella era esa mujer resultaba abrumador. Y muy romántico.
Edward debió de darse cuenta de lo que estaba pensando y apretó la mandíbula.
—Te deseaba mucho, eso ya lo sabes. No te diré que fuera amor, pero era algo mucho más profundo que la lujuria. El deseo que sentía por ti me daba esperanzas de que algún día pudiese volver a disfrutar del sexo; pensé que podría volver a pensar en el acto sin tanto distanciamiento y buscando algo más que el mero alivio físico. Tenía que poseerte, Bella, al precio que fuese.
Ella se lo quedó mirando y preguntándose por qué no podía decirle que la amaba.
Quizá no fuera así. Quizá no podía. Tal vez lo que tenían sería todo lo que jamás obtendría de él.
Tras pensarlo unos segundos, decidió que fuera lo que fuese lo que Edward pudiese darle, sería suficiente. El amor que ella sentía bastaría para los dos.
Lo soltó, se apartó de él y se apoyó en los almohadones. Estiró los brazos por encima de la cabeza y se insinuó descaradamente. Si el deseo que Edward sentía por ella era lo único que podía darle, se quedaría con todo.
Él avanzó a cuatro patas por la tarima y se acercó. Se apoyó en los cojines que Isabella tenía a ambos lados de los hombros, inclinó la cabeza y tomó sus labios, conquistándola con los suyos.
Un cálida y húmeda brisa sopló a su alrededor. En la distancia, Isabella oyó las voces de los hombres y de las focas. Estaban fuera de casa, donde podía verlos cualquiera, y eso la excitó todavía más. Le rodeó el cuello con los brazos y gimió de placer dentro del beso.
—Creía —murmuró él cuando Isabella separó los labios— que tendría que convencerte de que te casaras conmigo. Que me llevaría algún tiempo. Semanas. Meses. Quizá incluso años. He construido este lugar para que te resultase difícil escapar de mí mientras te exponía mis argumentos.
—Un público cautivo —sonrió ella—. ¿Qué habrías hecho para impedir que me fuese?
—Tal vez te habría escondido la ropa y te habría clavado al suelo con mi pene.También he traído unas cuantas botellas de tu clarete favorito. Me parece recordar que eres mucho más maleable cuando has bebido una copa o dos.
—Chico malo. —Deslizó la vista por el cuello de él hasta el pulso, que latía allí con fuerza—. Hazme todo lo que quieras. Me desdigo de mi aceptación.
—Ah, es que tú no has aceptado. Me lo has pedido y yo he aceptado. —Le acarició la punta de la nariz con la suya—. Y no puedo decirte cuánto ha significado para mí que lo hicieras.
—Puedes demostrármelo. —Le acarició la nuca del modo que tanto le gustaba.
Edward se tumbó a su lado.
—Vuélvete.
Ella obedeció y sintió un cosquilleo en la espalda. Edward le aflojó las cintas del vestido y luego empezó a desabrocharle los botones de la ropa interior, color lavanda.
A medida que sus dedos iban descendiendo, Isabella se excitaba más. Aunque él siempre gastaba bromas sobre su apetito sexual, el de ella por él era igual de insaciable. Cuando dejaba de menstruar y concluía la semana que había pasado sin
Edward, se moría de ganas de que la tocase.
—Quiero comprarte ropa —dijo él—. No repares en gastos. No quiero menospreciar el luto que llevas por Tarley, sé que fue bueno contigo, pero no quiero que honres su pérdida con tu vestuario si al mismo tiempo vas a casarte conmigo.
Isabella lo miró de reojo y asintió, amándolo todavía más que antes.
Él le pasó la lengua entre los omoplatos.
—Me gustaría verte vestida de rojo. Y de color dorado. Y también de azul brillante.
—A juego con tus ojos. A mí también me gustaría. Quizá puedas acompañarme a la modista.
—Sí. —Deslizó sus fuertes manos por la apertura del vestido y la sujetó por la cintura—. Tendrás que quedarte medio desnuda para que puedan tomarte medidas. Y yo podré disfrutar de la vista.
—Ahora mismo preferiría estar desnuda del todo.
Él la estrechó con suavidad y, acto seguido, la soltó y se tumbó de espaldas.
Bella se acercó al extremo de la tarima y se puso en pie.
Edward se colocó un cojín debajo de la cabeza y se puso cómodo. Dobló una pierna y descansó la muñeca encima de la rodilla, ofreciendo una imagen relajada y al mismo tiempo insolente.
El montón de cojines de colores y las redes que había entre las columnas de la glorieta le recordó a Isabella la historia que ella le había contado sobre su aventura en el desierto con aquel seductor sheik.
Agachó la cabeza, adoptando deliberadamente la postura de una sumisa esclava.
Alargó una mano y se deslizó el vestido por un hombro y luego por el otro. La prenda se detuvo al llegar a sus pechos.
—Podría pedir un rescate por mí, excelencia —susurró—. El dinero que le darán a cambio de que me lleve de vuelta, junto con el botín de la caravana, seguro que sobrepasará cualquier placer que yo pudiese darle en la cama.
La sorpresa de Edward fue palpable. Se quedó en silencio durante un segundo, con el pecho subiendo y bajando con cada respiración. Y de repente:
—Pero vos sois el motivo por el que ataqué esa caravana, mi señora. ¿Por qué habría hecho tal esfuerzo si tuviese intención de devolveros?
—Por la fortuna que ganaríais con ello.
—El único tesoro que me interesa está entre tus piernas.
Una ola de calor le ruborizó la piel.
Él señaló el vestido con el mentón.
—Quítatelo. Deja que te vea.
Bella se humedeció los labios y tardó unos segundos más de la cuenta en obedecer.
Se cogió la falda con las manos y tiró de la prenda hacia abajo con cuidado, como si el suyo no fuese un cuerpo que él conocía mejor que ella. El vestido se deslizó por su torso y sus caderas hasta caer arremolinado a sus pies.
—Y ahora —dijo él con la voz ronca— el resto.
—Por favor…
—No tengas miedo. Dentro de un instante te daré placer como no lo has sentido nunca. —Entrecerró los ojos un poco—. Y como no volverás a sentirlo jamás después de mí.
Bella se movió, inquieta, y lo miró furtivamente. Edward se llevó una mano entre las piernas y acarició desvergonzado su erección. Voluptuoso hasta la médula.
Atrevido… Con mucha más experiencia de la que ella tendría nunca. A no ser que él le pusiese remedio a esa carencia, cosa que Isabella dudaba que hiciese, si ella no lo empujase a ello.
Sospechaba que Edward tenía miedo de corromperla más de lo que ya lo había hecho y ella en cambio tenía miedo de que él se aburriese en su cama.
—Yo no puedo decir lo mismo —dijo en voz baja.
Edward se puso en pie y se le acercó con una gracia letal.
—Sí puedes.
Caminó a su alrededor como si estuviese sopesando su atractivo. Entonces se detuvo de repente a su espalda y la rodeó por la cintura desde atrás. Fue un gesto muy posesivo y la sorprendió al colocar las manos sobre sus pechos.
Isabella le apoyó la cabeza en el hombro.
—Pero tú has tenido muchas concubinas más atrevidas que yo. ¿Qué será de mí cuando pase la novedad?
—Subestimas el deseo que siento por ti. —Movió los labios junto al lóbulo de su oreja y luego la apretó contra su cuerpo para que pudiese notar la innegable prueba del deseo que sentía por ella—. ¿Notas lo excitado que estoy por ti? Llevo mucho tiempo deseándote mucho. Jamás me saciaré de ti.
—Antes de que atacaras la caravana, ¿te imaginabas poseyéndome? ¿Soñabas con cómo lo harías?
—Cada noche —gimió él, apretándole los pezones con los dedos.
Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo
¶Love¶Pandii23
