No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.

Siete años para pecar

22

Isabella ladeó la cabeza y frotó la mejilla con la suya.

—Enséñame qué soñaste. Enséñame a darte placer. Quiero aprender.

Edward le deslizó una mano por el estómago hasta llegar a su entrepierna.

—¿Ya no quieres que pida un rescate por ti?

Bella gimió al notar que metía los dedos bajo su ropa interior y le separaba los labios. Con sus dedos, ásperos por haber estado trabajando la madera con la que había construido aquel lugar para la seducción, le acarició el clítoris, sabiendo perfectamente cómo tocarla para hacerla enloquecer.

—Si lo haces, ¿quién apagará el fuego que corre por mis venas?

—Nadie excepto yo —respondió Edward mordiéndole el lóbulo—. Castraré a cualquier hombre que lo intente.

Loca de deseo por el modo en que le pellizcaba el pezón y porque la penetró de repente con un dedo, Bella movió las caderas y gimió. Un segundo dedo siguió al primero y él empezó a moverlos hacia dentro y hacia fuera del sexo de ella. Isabella, respiró hondo, embriagada por el olor de la piel de Edward bajo el sol.

—Por favor…

—Agáchate. —Acompañó la orden con un gesto y dobló a Bella por la cintura.

Ella se tambaleó hacia adelante y evitó la caída extendiendo los brazos. Edward se incorporó y dejó que la brisa acariciase la espalda de su cautiva. Después, le bajó la ropa interior por detrás y la piel de ella quedó cubierta por una fina capa de sudor.

—Eres tan hermosa —dijo, pasándole ambas manos por las nalgas. Le tocó el sexo y se lo masajeó con la palma de la mano—. Estás tan excitada y tan húmeda.¿Necesitas un pene dentro de ti, mi bella cautiva? ¿Te duele sentir que estás vacía?

En esa postura, en la que no podía ver su rostro ni sus movimientos, Isabella se sentía muy vulnerable.

—Siempre.

Oyó el sonido de la ropa al moverse y de inmediato el grueso miembro de Edward estuvo contra su sexo. Fue la única advertencia que tuvo. Él la sujetó por las caderas y tiró de ella hacia atrás, al mismo tiempo que empujaba hacia adelante, penetrándola con un único movimiento de caderas.

Isabella gritó de placer y luchó por mantener los brazos firmes y extendidos.

—Dios. —Edward se movió y llegó a tocar el final del cuerpo de ella—. Estoy tan dentro de ti, Bella. ¿Sientes lo dentro que estoy?

Ella cerró los ojos y exhaló. Notaba el ante de los pantalones de Edward rozándole la parte trasera de los muslos y los puños de la camisa de él en las caderas.

Y, cuando miró hacia abajo, vio la punta de sus botas cubiertas de barro.

Edward estaba completamente vestido y protegido del entorno, mientras que ella estaba prácticamente desnuda, con él montándola como si fuese una yegua. La lasciva imagen que se dibujó en su mente acerca de lo que vería un caminante que pasase por allí avivó su deseo. Excitada más allá de lo que podía soportar, se movió vigorosamente sin apartarse de él. El gemido de placer de Edward viajó por la brisa, pero a ella no le importó que alguien pudiera oírlos. Sólo podía pensar en las partes del cuerpo que mantenían unidas y en la delicada carne de su sexo, que se estremecía al notar que él la penetraba.

Edward empezó a moverse. No fueron los movimientos agresivos que ella esperaba a juzgar por la postura, sino movimientos lentos. Deliberados. Él la tomó despacio, deslizando su pene hacia dentro y hacia fuera de su sexo con suavidad. La devastaba cuando le hacía el amor así. Sin prisa y con elegancia. Con una experiencia demoledora. Edward le movía las caderas al mismo ritmo que sus embates y en todos ellos conseguía acertar en el lugar más delicado de ella.

Las piernas de Isabella cedieron y se cayó de rodillas en la tarima, él salió de dentro de su cuerpo para luego penetrarla con todas sus fuerzas al seguirla hacia el suelo.

Isabella gritó… conquistada sin remedio. Edward le separó un poco más las piernas y aceleró el ritmo. El pesado saco de sus testículos golpeaba la húmeda piel de los muslos de ella una y otra vez, la cadencia de aquellos pequeños golpes añadieron una nueva oleada de sensaciones al acto. Isabella se quedó sin fuerzas en los brazos y apoyó los hombros en las almohadas, logrando que sus caderas se levantasen un poco más.

Ahora ya nada impedía que Edward la poseyera, pero él seguía moviéndose de aquel modo tan contenido que hacía que ella clavase las uñas en la seda que tenía a su alrededor.

—Dios, así estás tan apretada —dijo él a media voz—. Y tan húmeda. Quiero correrme dentro de ti ahora…

—¡Sí!

Su ordinariez la hizo estremecer de pies a cabeza y alcanzó el clímax de repente y con tanta fuerza que todo su cuerpo vibró a causa de la intensidad. Él soltó una maldición al notar que ella lo apretaba frenética.

Edward se quedó entonces quieto y la sujetó inmóvil contra el suelo, manteniendo a raya su propio placer. Le clavó los dedos en los muslos con tanta fuerza que seguro que le quedarían marcas. Y a Isabella le encantó. Le encantaba ser capaz de romper su férreo control sencillamente aceptando todo lo que necesitaba que ella cogiese de él.

Bella se rindió y dejó que el orgasmo la recorriese sin ponerle ninguna traba.

Edward aflojó los dedos al notar que ella se relajaba y la acarició con ternura al mismo tiempo que le susurraba palabras de cariño.

Bella estaba perdida en la languidez posterior al clímax y tardó un poco en darse cuenta de que Edward estaba demasiado quieto. Abrió los ojos y giró la cabeza, y entonces vio que él la estaba mirando con la mandíbula apretada, conteniendo algo que no tenía nada que ver con el deseo.

—¿Qué pasa?

El placer que había sentido desapareció al ver el sombrío rostro de Edward.

—¿Qué son estas marcas que tienes en la piel? —le preguntó, furioso.

Bella hizo una mueca de dolor. Odiaba que hubiese visto las cicatrices que cubrían la parte superior trasera de sus muslos. Si no hubiesen estado fuera, bajo la luz del sol, quizá no las habría visto nunca. Aunque detestaba tener que contarle la verdad, lo hizo.

—Seguro que reconoces la firma de una vara.

—Maldita sea. —Se dobló encima de ella y cubrió su cuerpo con el suyo, rodeándole el torso con los brazos como si fuesen dos barras de acero. Protegiéndola y consolándola desesperadamente—. ¿Tienes más cicatrices?

—No en el cuerpo. Pero sea como sea, ya no importan.

—Y una mierda no importan. ¿Dónde más?

Isabella dudó un instante, porque lo único que quería era dejar atrás el pasado de ambos.

—¿Dónde, Isabella?

—No oigo con el oído izquierdo —dijo despacio—, pero eso ya lo sabes.

—¿Y Hadley es el responsable? Jesús…

—No quiero pensar en eso ahora —replicó—. Aquí no. No contigo dentro de mí.

Edward abrió la boca y le acarició la espalda con los labios, para que ella pudiese sentir su cálido aliento.

—Haré que lo olvides.

Isabella gimió aliviada al notar que le tocaba los pechos y sus pensamientos se dispersaron con la brisa del océano.

—Pero yo no —juró él—, yo no lo olvidaré jamás.

Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo

¶Love¶Pandii23