No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.


Siete años para pecar

25

Edward se paseaba nervioso por delante de la chimenea del salón principal de la mansión que Masterson tenía en la ciudad. Sus relucientes botas se deslizaban en silencio por encima de la alfombra oriental. Tenía las manos entrelazadas en la espalda y le dolían de tan fuerte como apretaba los nudillos.

—La viruela.

—Sí —respondió su madre con la voz marcada por la angustia.

Louisa, la duquesa de Masterson, estaba sentada en una silla de madera tallada, con la espalda dolorosamente erguida. Todavía tenía el pelo tan oscuro como Edward. sin ninguna veta plateada, pero su rostro evidenciaba tanto su edad como el dolor que sentía por haber sobrevivido a tres de sus cuatro hijos.

El retrato de ella que había encima de la repisa de la chimenea era más alto y ancho que Edward y presidía la estancia. Una versión más joven de la duquesa sonreía a los que lo contemplaban, con unos ojos azules que permanecían ignorantes de las tragedias que estaban por venir.

Edward no tenía ni idea de qué decir. Sus tres hermanos estaban muertos y el dolor le oprimía el corazón como si fuese una losa muy pesada. Igual que el título que acababa de recibir, algo que él nunca había deseado.

—No lo quiero —dijo con voz ronca—. Dime cómo puedo salir de ésta.

—No puedes.

Miró a su madre. Masterson estaba en casa y, sin embargo, era ella la que tenía que enfrentarse sola a aquella horrible situación, porque su querido esposo no podía soportar ver a su hijo bastardo sabiendo que ahora sería él quien heredaría el título.

—Él podría contar la verdad sobre mi nacimiento —sugirió Edward., así se abriría la línea sucesoria.

La mujer se llevó un pañuelo a los labios y lloró, un sonido gutural que se clavó en las entrañas de su hijo como unas garras.

—Si ni siquiera es capaz de mirarme. Seguro que él también quiere encontrar la manera de librarse de esto.

—Si hubiese una alternativa con la que pudiese vivir, sí, lo haría. Pero no quiere pasar por la humillación de reconocer que le fui infiel y el siguiente en la línea sucesoria es un primo muy lejano cuya valía es más que cuestionable.

—No quiero nada de todo esto —repitió Edward con el estómago revuelto.

Él quería viajar y vivir mil aventuras con Isabella. Quería hacerla feliz y llenarle la vida de retos y de libertad, para eliminar así la opresión a la que se había visto sometida de niña y de joven.

—Serás uno de los hombres más ricos de Inglaterra…

—Te juro por Dios que jamás tocaré ni uno de los preciosos chelines de Masterson —aseguró, hirviéndole la sangre sólo con oír la sugerencia—. No tienes ni idea de las cosas que he hecho para ser solvente. Él apenas me ayudó cuando más lo necesitaba. ¡Y maldito sea si voy a aceptar ahora su dinero!

Louisa se puso en pie y apretó nerviosa el pañuelo que tenía entre las manos. Las lágrimas resbalaban sin control por sus mejillas.

—¿Y qué quieres que haga? No me arrepiento de tu nacimiento. Si pudiera volver atrás en el tiempo, no te daría a otras personas. A cambio de tenerte en mi vida tuve que asumir este riesgo y Masterson lo asumió conmigo. Por mí. Tomamos esta decisión juntos y los dos afrontaremos las consecuencias.

—Y, sin embargo, estás aquí sola.

—Fue mi decisión —lo corrigió ella, irguiendo el mentón—. Son mis consecuencias.

Edward se apartó de la chimenea y se acercó a su madre. El techo estaba a unos nueve metros por encima de sus cabezas, la pared más cercana estaba también a varios metros de distancia. Todas las residencias de Masterson consistían en esas estancias cavernosas repletas de muebles y de las obras de arte que se habían ido acumulando a lo largo de los siglos.

Edward sintió que las paredes se cerraban a su alrededor y le oprimían el pecho.

Él jamás se había sentido conectado a nada de lo que había en esas casas, nunca se había sentido orgulloso de formar parte de aquella familia. Ni siquiera había tenido la sensación de formar parte de ella. Aceptar ese título sería como llevar una máscara.

Él ya había fingido ser otra persona una vez para sobrevivir, pero ahora le gustaba ser quien era. Le gustaba ser el hombre al que Isabella amaba incondicionalmente.

—Fue tu decisión —repitió él en voz baja, sintiéndose como el impostor que le pedían que fuese—, pero soy yo el que va a tener que pagar las consecuencias.

Isabella se quedó como invitada en la casa de Regmont y no pegó ojo en toda la noche. Los pensamientos no paraban de agolparse en su mente y su corazón se rompía una vez tras otra.

Ahora Edward era el marqués de Baybury. Y en el futuro, algún día, se convertiría en el duque de Masterson. Ambos títulos conllevaban mucho poder y enorme prestigio y, al mismo tiempo, un sinfín de obligaciones.

No podía casarse con una mujer estéril.

Tanto en el Aqueronte como en la isla, los dos dormían hasta tarde, sin embargo, al segundo día después de su llegada a Londres, Edward fue a verla a las ocho de la mañana.

Isabella ya estaba vestida, lista para recibirlo, porque sabía que iría a verla en cuanto pudiese. Y sabía que tenía que ser fuerte por los dos.

Bajó la escalera con tanta dignidad como le fue posible, teniendo en cuenta que se sentía a punto de morir. Cuando llegó al primer rellano, vio a Edward esperándola en el vestíbulo con una mano en el poste del comienzo de la escalera y un pie sobre el peldaño. Todavía llevaba puesto el sombrero e iba vestido de negro de la cabeza a los pies. Su rostro reflejaba la misma desesperación que sentía ella.

Abrió los brazos al verla y Isabella corrió a esconderse dentro de ellos, bajando los últimos escalones a toda prisa y lanzándose contra él. Edward la cogió sin ninguna dificultad y la abrazó con todas sus fuerzas.

—Lamento tu pérdida —le dijo ella, masajeándole la nuca con los dedos.

—Y yo lamento mi ganancia.

Tenía la voz fría y distante, pero su abrazo no lo era. Apoyó la frente en la de Isabella y la sujetó como si no quisiera soltarla nunca.

Tras un largo rato, dejó que ella lo llevase a un salón. Ambos se quedaron de pie, el uno frente al otro. Él parecía cansado y mucho mayor de lo que era.

Se pasó la mano por el pelo y suspiró, frustrado.

—Me parece que estamos atrapados.

Isabella asintió y se tambaleó hasta la butaca más cercana. Tenía el corazón tan acelerado y errático que estaba incluso mareada. Estamos, había dicho Edward. tal como ella había sabido que haría. Se desplomó en el orejero y tomó aire.

—Estarás muy ocupado.

—Sí, maldita sea. Ya ha empezado. En cuanto Masterson se enteró de que había vuelto, empezó a llenarme de cosas para hacer. No tengo ni un cuarto de hora para mí mismo durante los tres próximos días. Dios sabe si me dejarán ir al baño.

A Isabella le dolió el corazón por él. Edward odiaba el camino que lo estaban obligando tomar, a pesar de que estaba más que preparado para ello. Tenía una mente brillante para los negocios y una presencia que se ganaba el respeto de los mejores hombres.

—En un abrir y cerrar de ojos lo tendrás todo bajo control y funcionando como la seda. La gente no tendrá más remedio que admirarte.

—No me importa lo más mínimo lo que piense él de mí.

—No me estaba refiriendo a Masterson, pero, sea como sea, sí te importa lo que piense tu madre y a ella le importa lo que piense Masterson. Tu madre te quiere y luchó por ti…

—No lo suficiente.

—¿Y cuánto es suficiente?

Edward la miró como si tuviese ganas de pelea y ella le sostuvo la mirada.

Entonces, él gruñó con frustración.

—Dios, te echo de menos. Detesto tener que esperar a que sea una hora en concreto para poder verte y detesto tener que pasarme horas tumbado en la cama sin ti a mi lado. Echo de menos que me escuches y todos tus consejos.

A Bella le escocieron los ojos. Edward parecía tan cansado, tan desanimado y tan solo. Se había quitado el sombrero y lo apretaba entre las manos sin dejar de darle vueltas una y otra vez.

—Siempre estaré disponible para ti.

—Sé que es lo que querías —le dijo él con la voz entrecortada—, pero no puedo esperar. Puede llevarme meses abrirme paso por el laberinto en que se ha convertido mi vida y no puedo concentrarme en nada si lo único que sé es que me muero de ganas de estar contigo. He venido a pedirte que te cases ya conmigo.

Isabella cruzó las manos encima del regazo. El dolor que sentía en el pecho era pura agonía y la estaba debilitando.

—Eso no sería lo más inteligente.

Edward se detuvo en seco y entrecerró los ojos.

—No me hagas esto.

—Ya sabías que lo haría. Por eso estás tan nervioso y por eso has venido a verme en cuanto ha salido el sol. —Soltó el aire que tenía en los pulmones—. Pero necesitas que haga esto para poder seguir adelante.

—¿Hacer qué, Isabella? —le preguntó con una voz peligrosamente baja—.Dímelo.

—Darte tiempo para que te acostumbres a ser la persona que vas a tener que ser de aquí en adelante.

—Sé lo que quiero.

—Sabes lo que querías —lo corrigió ella—, pero ahora debes tener muchas más cosas en cuenta. ¿Cómo encajarás todas las piezas? Quizá algunas se sobrepondrán a las otras. Y quizá otras quedarán obsoletas. Todavía no lo sabes y no lo sabrás hasta que te hayas sumergido en tu nueva vida.

—No —replicó él, temblando de lo furioso que estaba—. ¡No te atrevas a sentarte ahí y decirme que quieres acabar nuestra relación, con la misma voz con que me ofrecerías una taza de té, cuando en realidad me estás arrancando el corazón!

—Edward. —Le tembló el labio inferior y se lo mordió hasta que notó el sabor de la sangre.


Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo

¶Love¶Pandii23