No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.
Siete años para pecar
26
—Tienes miedo —la acusó él.
—¿Y tú no? Lo peor que puedes hacer en este momento es tomar una decisión precipitada.
Edward resopló.
—Tú tampoco puedes vivir sin mí, Bella.
No podía. Y ella lo sabía. Y esperaba no tener que hacerlo. Pero ambos tenían que estar seguros.
—Hester me necesita. No puedo dejarla.
—Y a mí sí.
—Tú eres mucho más fuerte que ella.
—Pero ¡te necesito! —exclamó, pronunciando cada sílaba—. Ella tiene a Regmont y a Michael, y a ti también. Yo sólo te tengo a ti. Eres la única que se preocupa por mí; la única que antepone mi felicidad a todo. Si me dejas, Bella, me quedaré sin nada.
—Yo jamás te dejaré —susurró ella—. Pero eso no significa que tengamos que estar juntos.
Sabía que Edward podía ver en su rostro todo lo que sentía, que respiraba sólo por él. Pero se suponía que el amor era generoso, a pesar de que el propio Edward afirmase lo contrario. Si contraían matrimonio, la relación entre él y su madre empeoraría drásticamente y ella era la única persona aparte de Bella que lo quería de verdad.
Si él estaba dispuesto a correr ese riesgo, ella lo correría con él, pero en aquel instante, Edward todavía no había asimilado la gravedad del asunto. Había empezado a correr sin pensar, dispuesto a plantarle cara a un futuro que no era el que deseaba.
—Bella. —Su mirada era tan dura como una piedra preciosa—. En cuanto te vi, supe que eras mía. A pesar de lo joven que era, no tuve la menor duda. Nunca me he casado y no me he planteado, ni siquiera por un segundo, la posibilidad de hacerlo con la hija de un comerciante o de un terrateniente, ni con ninguna de las herederas que me han presentado a lo largo de los años y cuyas alianzas me habrían resultado muy beneficiosas. Las he rechazado a todas porque estaba convencido de que algún día estaría contigo. Ni siquiera podía soportar la idea de que no llegase a ser así. Te habría esperado veinte años. El doble incluso. No puedes pedirme que continúe con mi vida sin la posibilidad de que tú estés en ella. Más me valdría estar muerto.
—No me malinterpretes. —La voz de Isabella ganó convicción—. No voy a irme a ninguna parte. No buscaré a otro. Estaré aquí con Hester.
—¿Esperándome?
—No, no puedo. Eso te retendría. —Empezó a quitarse el rubí que llevaba en el dedo y sintió como si le atravesasen el corazón con una daga.
—Para. —Edward soltó el sombrero y le cogió la mano antes de que Isabella pudiese quitarse el anillo. Volvió a colocárselo con la frente apoyada en la de ella.
Con la respiración entrecortada, dijo—: Házmelo entender.
—Antes tengo que contarte qué es lo que entiendo yo. —Se aferró a su mano y rezó para que Edward absorbiese su fuerza y el amor que sentía por él—. He pensado en cómo me sentiría si me viese obligada a renunciar a ti para proteger a un ser querido y lo injusto que sería que Hadley se beneficiase de mi sacrificio.
—No voy a renunciar a ti, Bella. No puedo y no voy a hacerlo.
—Chist… He deducido muchas cosas de lo que no me has contado de tu madre y de Masterson. Me imagino lo que tienes que haber pasado; vivir en medio de una falsa aceptación y rodeado constantemente por sus comentarios dañinos y despectivos. Masterson nunca ha permitido que tu madre olvidase el error que cometió ni el precio que ha tenido que pagar él por ello, ¿no es así? Y ella se ha pasado la vida sintiéndose culpable y arrepintiéndose de haberlo hecho. Ha dejado que Masterson la hiriese a diario porque cree que ésa es su penitencia. Y tú lo has presenciado todo y también te sientes culpable y arrepentido.
—¿Y todo esto lo has deducido? —Le tocó la mandíbula con ternura.
—Eres muy protector con tu madre, aunque hacerlo te perjudique. Uno no protege algo que no cree que corre peligro.
Edward le pasó el pulgar por la mejilla.
—Mi madre es muy fuerte y decidida, excepto cuando el asunto tiene que ver conmigo.
Isabella inclinó la cabeza en busca de más caricias.
—No es por ti, amor mío. No es culpa tuya. Piénsalo detenidamente… Existen muchas maneras de prevenir un embarazo, tanto para un hombre como para una mujer. Si tu madre sólo hubiera estado satisfaciendo una necesidad, ¿no crees que habría tomado las medidas pertinentes? ¿O su amante?
—¿Qué estás diciendo?
—Que quizá tu madre vivió una gran aventura. Una pasión descontrolada. Quizá se sintió tan atraída por alguien que perdió momentáneamente la razón. Quizá por eso se siente tan avergonzada.
—Mi madre ama a Masterson, aunque sólo Dios sabe por qué.
—Y yo te amo a ti sin reservas, de un modo como nunca había amado a nadie.
Pero en un par de ocasiones perdí la cabeza con Tarley; había veces en que creía que me volvería loca si no me tocaba.
Edward le puso un dedo en los labios para silenciarla.
—No digas nada más —le pidió con la voz rota y la mirada triste.
—Tú también sabes que se puede sentir mucho placer sexual sin amor. Y si estoy en lo cierto, eso explicaría por qué tu madre necesita hacer penitencia. —Le sujetó la muñeca de la mano con que la acariciaba y se la apretó para darle ánimos—. También es posible que, sin decírselo a nadie, tu madre tuviese ganas de volver a concebir.
Quizá intentó conseguirlo con Masterson durante un tiempo, antes de que él le comunicase su decisión de mirar hacia otro lado si quería serle infiel y puede que eso a ella la hiciera sentir menos mujer. Quizá se preguntó si su marido no se excitaba por su culpa. Hay muchos motivos que justificarían el conflicto constante que has presenciado entre tu madre y él. Y ninguno tiene nada que ver contigo.
Edward se quedó mirándola y comprendió por qué Isabella podía identificarse con su madre. Ella también se había sentido inadecuada durante mucho tiempo.
—No es por ti —le repitió—. Pero tú te sientes responsable y te has pasado la vida esforzándote por estar lejos de la vista de tu padre y por no ser una carga. Y ahora tienes que convertirte en el bastión de una familia de la que no sientes que formas parte. Y, además, se supone que tendrás que sacarla adelante. Y en ese sentido yo no te sirvo de nada.
—No. —Edward la besó en la frente—. Ni se te ocurra hablar de ti de esa manera.
—Ser estéril me causó mucho dolor en el pasado. Pero Tarley y yo sabíamos que teníamos a Michael y a los hijos que él tuviese en el futuro. Pero tú no tienes a nadie que pueda llevar esa carga, porque, si lo hubiera, no estarías aquí.
—No soy un maldito mártir, Bella. Ya he sacrificado todo lo que estaba dispuesto a sacrificar por esta farsa. No voy a renunciar a ti. Ni por esto ni por nada del mundo.
—Y yo no soportaría perderte por culpa de los remordimientos. Prefiero renunciar a ti ahora, amándonos los dos, que dentro de unos años, cuando la infelicidad de tu madre y tu sentido de la responsabilidad se interpongan entre nosotros.
—¿Y qué quieres que haga? —Los ojos se le oscurecieron—. Si no puedo tenerte a ti, no quiero a nadie. Y de ese modo nadie consigue lo que quiere.
—Pon al día tus asuntos y recupera la calma. Vive la vida que acabas de heredar.
Acostúmbrate a ella y ordena tu mente. Y si después de todo eso me sigues queriendo y si tu madre puede darnos su bendición sin reservas, ya sabes dónde encontrarme.
Edward la besó con ternura, pegando los labios a los de ella. Y cuando se apartó, la miró con los ojos entrecerrados, con las pupilas dilatadas de deseo. En aquel momento, su rostro era la viva imagen de la masculinidad y del tormento.
—Yo me ocuparé de esto mientras tú te ocupas de tu hermana. Pero date prisa. No tardaré en venir a buscarte y será mejor que estés preparada, Bella, y que sigas llevando mi anillo, porque entonces no podrás detenerme. Te arrastraré hasta Escocia encadenada si hace falta.
Y se fue sin decir nada más. Llevándose, como siempre, el corazón de Isabella consigo.
Bella todavía estaba en el salón cuando apareció su hermana, tres horas y tres copas de clarete, más tarde.
—Me han dicho que Baybury ha venido a verte esta mañana —murmuró Hester.
Sin darse cuenta, ella hizo una mueca de dolor al oír el título de Edward. pero asintió y tomó otra copa.
Su hermana se detuvo junto a la mesa y miró a Bella con el cejo fruncido.
—¿Clarete para desayunar?
Ella se encogió de hombros. Había empezado a beber de pequeña, cuando la cocinera cogió la costumbre de echarle unas gotas de coñac al té para que no le doliese tanto el cuerpo y pudiera dormirse. No tardó en deducir que el alcohol también amortiguaba el dolor emocional.
Durante los primeros años de su matrimonio, apenas había sentido la necesidad de beber, pero cuando la tuberculosis clavó sus garras en los pulmones de Benedict, volvió a buscar consuelo en la botella y no la había abandonado desde entonces.
Hester se sentó en el sofá, a su lado.
—Jamás te había visto tan melancólica y no hay ningún motivo que justifique beber a primera hora de la mañana.
—No te preocupes por mí.
—¿Te ha dejado, Bella? —le preguntó su hermana con delicadeza.
No era de extrañar que dedujese eso, pues era, sin duda, la opción más lógica. Al fin y al cabo, las había educado el mismo hombre. Las esposas de un noble sólo sirven para darle herederos; cuantos más, mejor.
Bella alargó la mano para coger la de su hermana y se la apretó.
—No. Y no va a dejarme. Me ama demasiado.
—Entonces, ¿por qué tienes la misma cara que tenías cuando Temperance murió?
¿Acaso quiere retrasar la boda?
—Todo lo contrario, ha venido a pedirme que me fugue con él para casarnos en Escocia.
—¿Y te has negado? ¿Por qué? —Le brillaron los ojos—. ¡Dios santo…, dime, por favor, que no te has quedado por mi culpa! No podría soportarlo. Ya has sacrificado demasiadas cosas por mí.
—Lo he hecho por él, porque es lo mejor para Edward. Necesita tiempo para pensar, a pesar de que ahora se niega a reconocerlo. El hombre con el que yo quería casarme ya no existe. Va a tener que convertirse en un hombre nuevo con necesidades distintas y con objetivos que yo nunca podré hacer realidad. Es el Edward de antes el que se aferra a mí con uñas y dientes. Y por eso le he pedido que se acostumbre a su nueva vida. Si el hombre nuevo me sigue queriendo y amándome de todo corazón, sin remordimientos y sin recriminaciones, entonces podremos ser felices y estaré encantada de casarme con él. Pero no puede decidirlo aún. Él todavía cree que es
Edward Cullen.
—Volverá a por ti, ¿no?
A Isabella le dio un vuelco el corazón.
—Estoy segura. Hace mucho tiempo que me desea, desde antes de que me casara con Benedict.
—¿De verdad? —Hester se secó las lágrimas—. Me parece increíblemente romántico.
—Él lo es todo para mí. No puedo explicarte todo lo que ha hecho…, cómo me ha cambiado. Me conoce tan bien como tú. Todos mis secretos, mis miedos y mis esperanzas. No tengo que esconderle nada y no tengo motivos para querer hacerlo.
Me acepta con mis defectos y con mis errores y está convencido de que son éstos los que nos han unido.
—¿Y qué me dices de sus errores?
A Bella le resultó muy revelador que su hermana le hiciese precisamente esa pregunta.
—Ha cometido muchos, como sabe todo el mundo, y se esfuerza mucho por contármelos.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Me dijo que quería que lo supiese todo desde el principio, antes de que nuestros sentimientos fuesen a más y de que la posibilidad de separarnos fuese demasiado dolorosa.
Las buenas intenciones de Edward al final no habían servido de nada.
Hester adoptó una expresión nostálgica.
—Jamás habría dicho que Edward Cullen pudiese ser tan…
—¿Maduro? —Bella sonrió con tristeza—. Sus circunstancias han sido más duras de lo que se imagina todo el mundo. Su madurez proviene del cinismo y del hastío.
Es mucho más adulto de lo que corresponde a su edad.
—¿Qué harás ahora?
—Voy a dedicarme en cuerpo y alma a cuidarte. Y retomaré mi vida social. —Impaciente, se puso en pie—. Necesito vestidos nuevos.
—Tu período de luto ha terminado.
¿De verdad? Quizá el duelo seguía, pero ya no por su marido.
—Sí. Ha llegado el momento.
—Ha llegado el momento —repitió Hester.
Bella miró la botella que había encima de la mesa y sintió un cosquilleo en la punta de los dedos de las ganas que tenía de cogerla. También iba a tener que ponerle fin a esa dependencia. No tenía derecho a pedirle a Edward que hiciese frente a sus demonios mientras ella seguía aferrándose a los suyos.
—Tenemos que desayunar bien y coger fuerzas si queremos hacer todas las compras que tengo en mente.
Hester se puso en pie como si fuese un espectro.
—Me encantaría verte con un vestido color granate.
—Rojo. Y también dorado.
—Increíble —dijo su hermana—. Seguro que a padre le daría una apoplejía.
Bella estuvo a punto de reírse al imaginárselo, pero Hester suspiró y se desplomó encima de ella. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que su hermana cayese inconsciente al suelo.
Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo
¶Love¶Pandii23
