No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.
ÁMAME
1
Londres, 1780
El hombre del antifaz blanco la estaba siguiendo.
Bella Swan no estaba segura de cuánto tiempo llevaba observándola a escondidas, pero sabía que la seguía.
Rodeó el salón de baile de los Langston con cautela, acompasando sentidos y movimientos, y volviendo la cabeza con fingido interés para poder observar al desconocido con más detenimiento.
Cada mirada que le robaba con disimulo la dejaba sin aliento.
Entre tanta gente, a cualquier otra mujer le habría pasado desapercibido el ávido interés que él demostraba. Era demasiado fácil dejarse abrumar por las imágenes, los sonidos y los aromas del baile de máscaras: la deslumbrante diversidad de telas brillantes y vaporosos encajes, la multitud de voces que trataban de hacerse oír por encima de la esforzada orquesta, la mezcla de perfumes y el olor a cera derretida procedente de las enormes lámparas de araña.
Pero Bella no era como las demás mujeres. Ella había pasado los primeros dieciséis años de su vida bajo vigilancia, sometida a un análisis constante de sus movimientos. Y la sensación de ser observada con tal detenimiento era única. Jamás podría confundirla con otra cosa.
Y, sin embargo, podía afirmar con bastante seguridad que nunca la había
He estudiado tan de cerca un hombre tan irresistible.
Porque a pesar de la distancia que había entre ellos y de que él llevara oculta la mitad superior del rostro, no cabía duda de que era un hombre irresistible. Su mera figura ya bastaba para cautivar su atención. Era alto y estaba muy bien proporcionado, y su elegante ropa se ajustaba a la perfección a sus muslos musculados y a sus anchos hombros.
Cuando Bella llegó a la esquina, volvió la cabeza para determinar sus respectivas posiciones. Se detuvo allí un momento y aprovechó la oportunidad para llevarse el antifaz a los ojos. Al hacerlo, las cintas de colores que adornaban el mango se descolgaron por encima del guante que le ocultaba el brazo. Fingió observar a los bailarines, pero en realidad lo miraba a él, lo evaluaba. Le pareció justo. Si aquel hombre podía espiarla, ella también tenía el mismo derecho.
Iba completamente vestido de negro, a excepción de las blanquísimas medias, el pañuelo del cuello y la camisa. Y el antifaz. Una máscara muy sencilla. Sin adornos de ninguna clase, ni colores, ni plumas. Lo llevaba sujeto a la cabeza con una cinta de satén negro. Mientras que los demás caballeros presentes en la sala iban vestidos con una infinita variedad de colores para atraer la atención de las damas, la rigurosa austeridad del atuendo de aquel hombre parecía destinada a hacer que se fundiera con las sombras, pretendía convertirlo en un hombre corriente, cosa que era imposible. Su pelo negro brillaba con fuerza a la luz de las numerosas velas que iluminaban el salón y parecía suplicar las caricias de unos dedos de mujer.
Y entonces vio su boca.
Bella inspiró hondo cuando se fijó en ella. La boca de ese hombre era puro pecado. Sus labios, como esculpidos por una mano experta, tenían el tamaño perfecto, ni muy gruesos ni muy finos, y eran firmes y vergonzosamente sensuales. Estaban enmarcados por un mentón firme, una mandíbula angulosa y una piel morena. Era muy posible que fuera extranjero. Bella no podía imaginar el aspecto de su rostro, pero sospechaba que impresionaría a cualquier mujer.
Sin embargo, lo que la intrigaba se encontraba más allá de su físico. Su forma de moverse, como un depredador, sus andares decididos pero seductores, su forma de concentrar la atención en su objetivo... Ese hombre no cometía errores ni dejaba que lo afectara la aburrida fachada de la alta sociedad. Sabía lo que quería y carecía de la paciencia necesaria para fingir lo contrario.
Y en ese momento parecía que lo que deseaba era seguirla. Observaba a Bella con una mirada tan ardiente que ella la sentía resbalar por todo su cuerpo, acariciar los mechones de su pelo sin empolvar y rozar su nuca descubierta. Notó cómo se deslizaba por sus hombros desnudos y bajaba por su espalda. Ella percibía su deseo.
Bella no sabía cómo había atraído su atención. Era consciente de su atractivo, pero no era más hermosa que la mayoría de las mujeres que había esa noche en el baile. Su vestido, aunque bonito, con su sobrefalda hecha de elaborado encaje plateado y delicadas flores confeccionadas con cintas rosas y verdes, no era el más llamativo de la fiesta. Y, por otra parte, los hombres que buscaban una aventura siempre la descartaban, porque asumían que su larga amistad con el popular conde de Cullen acabaría en matrimonio. Por muy despacio que se desarrollara la relación.
Entonces ¿qué quería de ella ese hombre? ¿Por qué no se acercaba?
Bella se volvió hacia él y se apartó el antifaz de delante de los ojos. Luego lo miró directamente para que no le quedara ninguna duda de que lo estaba observando. Se lo demostró claramente esperando que sus largas piernas retomaran su camino y lo llevaran hasta ella. Quería conocer todos los detalles: el sonido de su voz, el olor de su colonia y el impacto que le provocaría la proximidad de su poderosa figura.
También deseaba saber qué quería. Bella había pasado toda su infancia sin el cariño de una madre. Durante la niñez no dejaron de trasladarla en secreto de un lugar a otro, y cambiaban a la institutriz a menudo para que no pudiera desarrollar ningún vínculo emocional con nadie. La habían alejado de su hermana y de cualquiera que pudiera preocuparse por ella. Por eso desconfiaba de lo desconocido. Y el interés de ese hombre era una anomalía que precisaba aclaración.
El silencioso desafío de Bella provocó en él una repentina y evidente tensión, y se quedó quieto. El desconocido le devolvió la mirada y ella vio cómo brillaban sus ojos entre las sombras del antifaz. Pasó un buen rato, pero ella apenas lo advirtió: estaba demasiado concentrada valorando la reacción del hombre. Los invitados pasaban por delante de él y le entorpecían momentáneamente la visión a Bella, pero luego él volvía a aparecer. Había apretado los puños y la mandíbula, y ella podía ver cómo se le elevaba el pecho con cada nueva y profunda bocanada de aire.
Y entonces alguien le dio un golpe por detrás.
—Disculpe, señorita Swan.
Bella se volvió sobresaltada y se encontró cara a cara con un hombre con peluca, vestido de satén morado. Ella esbozó una leve sonrisa y murmuró unas rápidas palabras para quitarle importancia al tropiezo y luego se dio la vuelta a toda prisa para devolver su atención al hombre enmascarado
.
Pero había desaparecido.
Parpadeó con celeridad. ¡Se había ido! Se puso de puntillas y escudriñó el mar de gente. El desconocido era alto, tenía una impresionante anchura de hombros y no llevaba peluca, cosa que debería ayudarla a identificarlo, pero fue incapaz de encontrarlo.
« ¿Adónde habrá ido?»
—Bella.
El grave y refinado tono que oyó por encima del hombro le era muy familiar y le lanzó una rápida y distraída mirada al atractivo hombre que tenía a la espalda.
—¿Sí, milord?
—¿A quién estás buscando?
El conde de Cullen se puso también de puntillas y estiró el cuello. Cualquier otro hombre habría tenido un aspecto ridículo, pero Cullen no. Era imposible que alguien como él no estuviera siempre perfecto, desde la peluca hasta los tacones con diamantes incrustados que asomaban un metro ochenta más abajo.
—¿Sería muy ingenuo por mi parte esperar que estuvieras buscándome a mí? Bella esbozó una avergonzada sonrisa, abandonó su caza visual y entrelazó
el brazo con el suyo.
—Estaba buscando un fantasma.
—¿Un fantasma?
Los ojos azules del conde sonrieron a través de los agujeros de su antifaz de colores. Cullen tenía dos expresiones: una de peligroso aburrimiento y otra de cálida diversión. Y ella era la única persona capaz de inspirar esa última.
—Y ¿se trataba de un espectro espantoso o de algo más interesante?
—No estoy segura. Me estaba siguiendo.
—Todos los hombres te persiguen, querida —dijo él, esbozando una leve sonrisa—. Como mínimo con la mirada, y eso cuando no lo hacen también con los pies.
Bella le estrechó el brazo como amable admonición.
—No me tomes el pelo.
—En absoluto. —Arqueó una ceja con arrogancia—. A menudo pareces perdida en tu propio mundo. Y, para un hombre, es tremendamente atractivo ver a una mujer cómoda consigo misma. Nos morimos de ganas de deslizarnos en su interior para formar parte de ese mundo.
A Bella no se le pasó por alto el íntimo tono que percibió en la voz de Cullen y lo miró con los ojos entrecerrados.
—Eres un diablo.
Él se rio y los invitados que tenían alrededor se lo quedaron mirando. Ella también lo hizo. La alegría transformaba al conde. Cuando se reía, dejaba de ser la personificación del aristócrata afligido por el tedio para convertirse en un hombre de vibrante atractivo.
¶Love¶Pandii23
Espero que les guste y sigan...estare por aqui muy pronto xoxo
