No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.
ÁMAME
3
La voz de su fantasma era grave y profunda, y tenía un acento muy marcado. Era extranjero, cosa que explicaba su tez morena.
—No tenga miedo —le dijo—. Quiero pedirle disculpas por mi falta de modales.
—No estoy asustada —respondió Bella buscando con la mirada a los demás invitados que se veían desde allí.
Él dio un paso a un lado y le hizo una reverencia, al tiempo que dibujaba un elegante gesto con el brazo como para indicarle que saliera.
—¿Eso es todo lo que ha venido a decirme? —le preguntó ella, cuando se dio cuenta de que pretendía despedirse.
Una leve sonrisa asomó a sus bonitos labios.
—¿Debería decir algo más?
—Yo…
Bella frunció el cejo y apartó la vista un momento, mientras trataba de ordenar sus pensamientos para ser capaz de formar frases coherentes. Le resultaba muy difícil pensar con aquel hombre tan cerca. Lo que le había resultado atractivo a cierta distancia, de repente se le antojaba abrumador. Él era tan serio… ella no esperaba eso.
—No quiero entretenerla —murmuró él en tono tranquilizador.
—¿Falta de modales? —repitió Bella.
—Sí. La estaba mirando fijamente.
—Ya me he dado cuenta —replicó con sequedad.
—Discúlpeme.
—No tengo por qué. No estoy enfadada.
Esperó que el hombre hiciera algo. Cuando salió del pequeño círculo y volvió a hacerle un gesto en dirección a la zona principal del jardín trasero, Bella negó con la cabeza. Luego sonrió ante la evidente prisa que él estaba demostrando por deshacerse de ella.
—Soy la señorita Bella Swan.
Se quedó inmóvil al oírla. El único movimiento que se percibía en él era la forma en que subía y bajaba su pecho agitado. Después de vacilar un momento, le hizo una pequeña reverencia y dijo:
—Es un placer, señorita Swan Yo soy el conde Reynaldo Montoya.
—Montoya —susurró ella, dejando que el nombre se deslizase por su lengua—. Español. Pero su acento es francés.
Él levantó la cabeza y la observó con más atención, recorriéndola con la vista desde su elaborado peinado hasta la punta de los zapatos.
—Su apellido es inglés y, sin embargo, sus rasgos denotan cierto aire extranjero —señaló luego.
—Mi madre era española.
—Y usted es encantadora.
Bella inspiró hondo, sorprendida de lo mucho que la había afectado ese sencillo cumplido. Estaba acostumbrada a oír cosas como ésa a diario y siempre había tenido la sensación de que tenían tanto contenido como un comentario sobre el tiempo. Pero el piropo de Montoya había alterado el valor de las palabras, revistiéndolas de sentimiento y de una oculta urgencia.
—Me parece que tengo que volver a disculparme —dijo el conde, esbozando una sonrisa irónica—. Por favor, deje que la acompañe de vuelta antes de que me siga poniendo en evidencia.
Bella alargó la mano en su dirección, pero entonces se contuvo y sujetó la varilla de su antifaz con las dos manos.
—Lleva puesta la capa… ¿Ya se va?
Él asintió y la tensión que había entre los dos aumentó. No había ningún motivo que lo hiciera demorarse y, sin embargo, Bella tenía la sensación de que ambos lo deseaban.
Había algo que lo retenía.
—¿Por qué? —le preguntó ella con suavidad—. Aún no me ha pedido que baile con usted, ni ha flirteado conmigo, ni ha dejado escapar algún comentario casual sobre su futuro paradero para que nos podamos volver a encontrar.
Montoya entró de nuevo en el pequeño círculo de grava.
—Es usted demasiado atrevida, señorita Swan—la reprendió con brusquedad.
—Y usted es un cobarde.
Él se acercó hasta quedar a pocos centímetros de ella.
Una fría ráfaga de brisa nocturna se deslizó por los hombros de Bella agitando uno de los largos mechones que caían sueltos a su espalda. Los ojos del conde se posaron en él y a continuación resiguieron las curvas de sus pechos.
—Me mira como si fuera su amante.
—¿Ah, sí?
Su voz sonaba más grave y suave, y su acento parecía más marcado. El tono era propio de un amante o de un seductor. Bella sintió cómo sus palabras recorrían su piel como una caricia y disfrutaban de la experiencia. Era como salir de una casa calentita un día de mucho frío. Esa repentina sensación la asombró y la dejó sin aliento.
—Y ¿cómo sabe usted cómo es esa mirada, señorita Swan.
—Yo sé muchas cosas. Sin embargo, y dado que ha decidido que no quiere conocerme, nunca sabrá cuáles son.
Él se cruzó de brazos. Era una postura desafiante, pero Bella sonrió al entrever su intención de quedarse. Por lo menos durante un rato más.
—Y ¿qué pasa con lord Cullen ? —preguntó el conde.
—¿Qué pasa con él?
—Creo que están prometidos.
—Así es. —Se dio cuenta de que él apretaba los dientes—. ¿Tiene algún problema con lord Cullen ?
Montoya no respondió.
Ella empezó a dar golpecitos con el pie en el suelo otra vez.
—Estamos experimentando reacciones viscerales el uno por el otro, conde Montoya. Teniendo en cuenta lo atractivo que es, me imagino que estará acostumbrado a atraer el interés de las mujeres. Yo, por mi parte, puedo afirmar con absoluta certeza que nunca me había encontrado en una situación parecida.
Los hombres imponentes no van siguiéndome por…
—Me recuerda a alguien que conocía —la interrumpió él—. Alguien a quien quería mucho.
—Oh.
Por mucho que se esforzó, Bella no consiguió esconder su decepción. La había confundido con otra persona. No estaba interesado en ella, sino en una mujer que se parecía a ella.
Entonces se dio media vuelta y se sentó en el banco de piedra, acomodándose la falda despacio para ganar tiempo. Luego mantuvo las manos ocupadas dándole vueltas al antifaz con sus dedos enguantados.
—Ahora soy yo quien debe disculparse —dijo finalmente, echando la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos—. Lo he puesto en una situación incómoda y lo he forzado a quedarse cuando usted se quería marchar.
La reflexiva inclinación de su cabeza hizo que Bella deseara ver los rasgos que se escondían bajo la blanca máscara. A pesar de carecer de una imagen completa de él, lo encontraba muy atractivo: el ronroneo de su voz, la exquisita forma de sus labios, la firmeza de su comportamiento…
Aunque no era tan firme como parecía. Ella lo estaba afectando demasiado para ser una desconocida. Y él la estaba afectando de la misma forma.
—Eso no era lo que esperaba escuchar —apuntó él, acercándose un poco más.
Ella clavó la vista en sus botas y las observó mientras la capa flotaba a su alrededor. Vestido de aquella manera tenía una imagen imponente, pero no le daba miedo.
Entonces Bella hizo un gesto con la mano para quitarle importancia al asunto, aunque sin saber qué decir. Él tenía razón: era demasiado atrevida. Pero no lo bastante descarada como para admitir lo mucho que le había gustado pensar que estaba interesado en ella.
—Espero que encuentre a la mujer que está buscando —le dijo.
—Me temo que eso es imposible.
—¿Ah, sí?
—La perdí hace muchos años.
Bella reconoció la melancolía que desprendía su voz y sintió una inmediata empatía.
—Lamento mucho su pérdida. Yo también perdí a alguien a quien quería mucho y sé lo que se siente. Montoya se sentó a su lado. El banco era pequeño y su forma los obligaba a estar tan cerca el uno del otro que la falda de Bella rozaba su capa. Era completamente inadecuado que se sentaran así y, sin embargo, ella no protestó.
Al contrario, aprovechó para inspirar hondo: al hacerlo, descubrió que el conde olía a sándalo y cítricos. Un aroma fresco, terrenal y muy viril. Como el hombre del que procedía.
—Usted es demasiado joven para haber pasado por lo mismo que yo —murmuró él.
—Está subestimando a la muerte. No tiene escrúpulos y no respeta la edad de las personas a las que se lleva.
Las cintas que rodeaban la varilla de su antifaz flotaron suavemente movidas por la brisa y se posaron sobre la mano enguantada del conde. El contraste del satén lavanda, rosa y azul pálido sobre el intenso negro del guante llamaron la atención de Bella.
¿Qué imagen estarían dando a los ojos de los demás invitados? Su voluminoso vestido de encaje plateado con sus alegres flores multicolores chocaba con la absoluta falta de color del atuendo de él.
—No debería estar sola aquí fuera —dijo, dejando resbalar las cintas entre sus dedos pulgar e índice. El hecho de que no pudiera sentirlas a través de los guantes potenciaba la sensualidad del gesto, porque parecía que no pudiera resistirse a tocar algo que pertenecía a Bella.
—Estoy acostumbrada a la soledad.
—Y ¿le gusta?
—Me resulta familiar.
—Eso no es una respuesta.
Ella lo miró y advirtió detalles que sólo se pueden apreciar cuando se está muy cerca de otra persona. Montoya tenía unas pestañas largas y espesas que rodeaban unos ojos almendrados. Eran muy bonitos. Exóticos. Astutos.
Acentuados por las sombras que procedían tanto del interior como del exterior de la máscara.
—¿Cómo era? —preguntó Bella. . La mujer que creía que era y o.
Él reprimió una sonrisa y evitó la aparición de sus hoyuelos.
—Yo he preguntado primero —dijo.
Ella dejó escapar un dramático suspiro con el único objetivo de ver asomar aquella provocativa curva de sus labios. Aquel hombre nunca sonreía del todo.
Bella se preguntó el motivo y cómo podría conseguir que lo hiciera.
—Está bien, conde Montoya, en respuesta a su pregunta, sí, me gusta estar sola.
—Hay mucha gente que detesta la soledad.
—Eso es porque no tienen imaginación. Yo tengo demasiada.
—¿Ah, sí? —Él ladeó el cuerpo hacia ella. La postura hizo que sus calzones de ante se ciñeran a los poderosos músculos de sus muslos. Gracias a la capa de satén gris que se extendía por debajo de su cuerpo, contrastando con su ropa negra, Bella podía apreciar cada matiz y cada nervio—. Y ¿qué imagina?
Ella tragó saliva con fuerza y se dio cuenta de que no podía apartar los ojos del hombre. Lo estaba mirando con lascivia, con un interés completamente carnal.
—Mmm… —Se esforzó por apartar la vista. Estaba asombrada de la dirección que habían tomado sus pensamientos—. Historias. Cuentos de hadas y cosas así.
Como la máscara ocultaba el rostro de él, Bella no podía estar segura, pero tuvo la sensación de que había arqueado una ceja.
—Y ¿las escribe?
—A veces sí.
—Y ¿qué hace luego con ellas?
—Ya ha hecho demasiadas preguntas sin responder ni una sola.
Los ojos oscuros de Montoya brillaron con cálida diversión.
—¿Acaso lleva la cuenta?
—Ha empezado usted —le recordó—. Yo sólo estoy siguiendo las reglas que ha marcado.
¡Ahí estaba! Un hoyuelo. Bella lo vio perfectamente.
—Aquella chica era muy atrevida —murmuró—. Como usted.
Ella se sonrojó y apartó la vista, embelesada por las minúsculas muescas que había descubierto en su rostro.
—Y ¿eso le gustaba?
—Era lo que más me gustaba de ella.
La intimidad que desprendía su voz la hizo estremecer.
Entonces él se levantó y le tendió la mano.
—Veo que está pasando frío, señorita Swan debería volver adentro.
Ella lo miró.
—¿Entrará conmigo?
El conde negó con la cabeza.
Bella alargó el brazo, posó los dedos en su palma y permitió que la ayudara a ponerse en pie. Tenía una mano grande y cálida y la agarró con fuerza y seguridad. No quería soltarlo y se alegró mucho al advertir que él parecía sentir lo mismo. Se quedaron allí de pie un buen rato, tocándose, con el único sonido de sus respectivas respiraciones, hasta que los suaves y cautivadores acordes de un minueto empezaron a sonar en la brisa nocturna.
Montoya la agarró con más fuerza y se le entrecortó la respiración. Bella sabía que los pensamientos del hombre iban en la misma dirección que los suyos.
Entonces se llevó el antifaz a la cara y le hizo una pequeña reverencia.
—Un baile —lo provocó con suavidad, al ver que él no se movía—. Baile
conmigo como si yo fuera esa mujer a la que tanto añora.
—No. —Vaciló un instante y luego se inclinó sobre su mano—. Prefiero bailar con usted.
Eso conmovió a Bella cuya garganta se cerró y no pudo responder. Sólo consiguió ponerse bien derecha y empezar a dar los pasos que la acercaban y la alejaban de él al compás de la música. Giró muy despacio sobre sí misma y luego lo rodeó. El crujido de la grava bajo sus pies mitigaba el sonido de la música, pero oía la pieza en su cabeza y se puso a tararear las notas. Él se unió a ella. Su voz grave encajaba perfectamente con la de ella y Bella se dejó llevar por la melodía resultante.
Las nubes se abrieron en el cielo y permitieron que un resplandeciente rayo de luna iluminara el pequeño espacio donde estaban. Convirtió los setos en muros plateados y la máscara del conde en una perla brillante. El lazo de satén negro con que se había recogido el pelo se fundía con sus rizos azabache, y el brillo y el color eran tan parecidos que apenas se advertía la diferencia. La falda de Bella rozó su capa y la colonia de él se mezcló con su perfume; ambos estaban absortos en ese momento único. Bella se sentía atrapada, prisionera, y por un breve momento deseó no volver a ser libre nunca más.
Entonces, un inconfundible gorjeo penetró en el capullo de intimidad que habían creado entre los dos.
Una advertencia de los hombres de St. John.
Bella dio un traspié y Montoya la estrechó contra su cuerpo. Ella dejó caer el brazo, apartando el antifaz de su cara. Notó el aliento del conde, cálido y con olor a brandy, en sus labios. La diferencia de altura entre ellos hizo que los pechos de ella quedaran contra la parte superior del abdomen de él. Si quería besarla tendría que agacharse y se sorprendió esperando que lo hiciera: se moría por sentir aquellos preciosos labios sobre los suyos.
—Lord Cullen la está buscando —le susurró, sin apartar los ojos de los suyos.
Bella asintió, pero no hizo ademán de separarse de él, sino que siguió mirándolo a los ojos. Observando. Esperando.
Y justo cuando ya estaba convencida de que no lo haría, el conde aceptó su silenciosa invitación y posó la boca sobre la suya. Sus labios encajaron y él rugió.
El antifaz resbaló entre los insensibles dedos de Bella y cayó contra la grava.
—Adiós, Bella.
Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo
¶Love¶Pandii23
