No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.


Siete años para pecar

32

—Creo que no. —El conde miró a Michael a los ojos y después a Edward y, acto seguido, se guardó el pañuelo en el bolsillo—. Me parece que esto me pertenece.

La tensión de Michael era palpable. Edward le puso una mano en el hombro y se lo apretó en señal de advertencia. El conde apestaba tanto a alcohol que su aliento incluso podía emborrachar a otros, y él reconocía la mirada que se insinuaba en aquellos ojos inyectados en sangre; el demonio que habitaba dentro de Regmont había tomado las riendas e iba a llevarlo a un lugar muy peligroso.

Michael se puso en pie.

—Quiero que me lo devuelvas, Regmont.

—Ven a buscarlo.

Michael cerró los puños, pero Remington se metió entre los dos. El propietario del club era muy alto y estaba muy fuerte y era perfectamente capaz de defenderse solo, pero además estaba rodeado por tres de sus hombres.

—Pueden llevar esta pelea al piso de abajo si lo desean, caballeros —les advirtió, haciendo referencia a los cuadriláteros de boxeo de la planta inferior—, o pueden irse a cualquier otra parte, pero aquí no toleraré que haya violencia.

—O podemos retarnos en duelo —dijo Michael—. Nombra a tus padrinos, Regmont.

—Maldita sea —masculló Edward.

—Taylor y Blackthorne.

Michael asintió.

—Baybury y Merrick irán a verlos mañana para terminar de concretar los detalles.

—Estoy impaciente —contestó Regmont, enseñándole los dientes.

—No tanto como yo.


Cariño:

Te confieso que he pensado en ti todo el día, en las cosas que te haría y que

seguro que te gustarían. Espero que te estés cuidando.

Aqueronte ladró desde su almohada, junto a los pies de Isabella. Ella se detuvo con la pluma suspendida encima del papel y luego se inclinó para mirar al cachorro.

—¿Qué te pasa?

El perro le respondió con un gemido de desaprobación y luego se acercó a la puerta de la galería. Allí empezó a dar saltos y a girar sobre sí mismo en círculos.

Cuando vio que Bella cogía el chal para sacarlo y que pudiese hacer sus necesidades, el animal volvió a dejar caer las orejas y a gruñir. Luego gimió y se hizo pipí en el suelo de madera.

—Aqueronte.

El tono de ella era de resignación. El cachorro gimió del mismo modo.

Bella cogió una toalla que había junto al aguamanil y se encaminó hacia la puerta.

A medida que iba acercándose, oyó una voz masculina gritando furiosa. Soltó la toalla sobre el pequeño charco y giró el pomo. Sin la barrera de la madera, los gritos se hicieron más claros e identificó de dónde venían: de los aposentos de Hester.

—No me extraña que estuvieses nervioso —le dijo a Aqueronte en voz baja, mientras lanzaba el chal encima de la silla más cercana—. Quédate aquí.

Recorrió el pasillo sin hacer ruido. La voz de Regmont subía de volumen con cada paso que daba. Se le encogió el estómago y se notó las manos húmedas desudor. Reconoció el miedo y luchó para seguir respirando tranquila.

—¡Me has humillado! Todas estas semanas…, el combate con Tarley… ¡No permitiré que me pongas los cuernos!

Las respuestas de Hester eran ininteligibles, pero el modo tan rápido en que las ofrecía sugerían que estaba enfadada… o asustada. Y cuando Isabella oyó que se rompía algo, corrió hacia la puerta y la abrió.

Dios santo…

Su hermana estaba en camisón y pálida como un muerto, con los labios apretados, los ojos abiertos como platos y el rostro desfigurado por un terror que Isabella conocía demasiado bien.

Hester ya tenía un morado en la frente.

Regmont estaba de espaldas a la puerta, con los puños cerrados a los costados. Iba vestido como si acabase de llegar y apestaba a licor y a tabaco. Una mesilla estaba patas arriba y la urna que la decoraba se había roto al caer al suelo.

Cuando Regmont empezó a avanzar, Bella gritó su nombre.

Él se detuvo y tensó la espalda.

—Vete de aquí, lady Tarley. Esto no es asunto tuyo.

—Creo que el que debería irse eres tú, milord —contestó ella, temblando—. Tu esposa está embarazada y el médico ha dicho que se abstenga de emociones fuertes.

—¿El niño es mío? —le gritó a Hester—. ¿Con cuántos hombres te has acostado?

—Vete, Bella —le suplicó Hester—. De prisa.

Ella negó con la cabeza.

—No.

—¡No puedes ser siempre mi salvadora!

—Regmont. —A Bella se le quebró la voz—. Vete, por favor.

Entonces él se dio media vuelta para mirarla y a Isabella se le paró el corazón.

Tenía los ojos inyectados en sangre, rebosantes de la misma malevolencia que caracterizaba los del padre de ellas cuando estaba decidido a emplear los puños contra alguien que no pudiera devolverle los golpes.

—¡Ésta es mi casa! —le gritó—. Y tú…, tú has venido aquí con tus comportamientos de puta y has mancillado mi buen nombre. Y ahora tu hermana pretende hacer lo mismo. ¡No voy a permitirlo!

Isabella no podía oír nada excepto el sonido de su propia sangre agolpándose en los oídos, pero entendió que Regmont estaba amenazándola con enseñarla a comportarse como era debido. La habitación le dio vueltas. Ya había pasado por eso antes. Había oído esas mismas palabras. Tantas, tantas veces…

El miedo se fue tan rápido como había venido y la dejó extrañamente calmada. Ya no era una niña asustada. Edward le había enseñado que era más fuerte de lo que ella creía. Y cuando él fuese a buscarla, algo que haría en cuanto pudiese avisarlo,

Regmont pagaría por sus actos de esa noche.

—Golpearme a mí —le dijo— será el peor error de toda tu vida.

Regmont se rió y echó el brazo hacia atrás.

Michael saltó a lomos de su caballo y vio que Edward hacía lo mismo. Una aguda sensación de desesperanza se apoderó de él. Quería recuperar su pañuelo, maldita fuera. Quería a Hester. Y deseaba la muerte de Regmont con tanto fervor que lo asustaba.

—¡Di algo! —le exigió a Edward. que no había dicho nada desde que él había retado a Regmont.

—Eres un idiota.

—Dios.

—Lo matarás en el duelo. Y entonces ¿qué? —Edward espoleó a su montura para alejarse del club—. Tendrás que huir del país para que no te juzguen. Tu familia sufrirá si no estás. Hester te odiará por haberle arrebatado a su marido. Isabella se pondrá furiosa conmigo porque no sé cómo me he visto metido en todo esto. ¿Y entonces te sentirás mejor?

—¡No te imaginas cómo es! ¡No sabes cómo me siento al ver que ella necesita que la cuiden y que yo no puedo hacerlo!

—¿Que no lo sé? —le preguntó Edward en voz baja, mirando a su alrededor.

—No. No lo sabes. Tú envidiabas la suerte de mi hermano, pero al menos sabías que él sentía algo por Isabella y que se preocupaba por su bienestar. Él la hizo feliz.

Tú no tenías que pasarte cada minuto de cada día preguntándote si le estaba levantando la mano. Si ella estaba muerta de miedo o malherida o…

Edward tiró tan fuerte de las riendas de su caballo que el animal relinchó para quejarse. Los cascos resonaron en los adoquines como explosiones en medio de la oscuridad. El animal se movió nervioso y giró completamente sobre sí mismo.

—¿Qué has dicho?

—Le pega. Sé que le pega. Yo mismo he podido ver muestras de ello y mi madre también.

—Maldito seas. —La furia de Edward era inconfundible—. ¿Y has dejado que se fuese? ¿Y si ha vuelto a casa?

—¿Y qué puedo hacer? —La furia de Michael también estaba a punto de estallar—. Ella es su esposa. No puedo hacer nada.

—¡Isabella está allí! Lo que más teme en este mundo es la ira de un hombre.

—¿De qué diablos…?

—Hadley las maltrataba —le explicó él, haciendo girar a su caballo—. Las castigaba tanto como quería y del modo más doloroso posible.

A Michael se le revolvieron las entrañas.

—Dios.

Edward espoleó a su montura para ponerla al galope, agachándose sobre la crin del animal. Cabalgó peligrosamente por las calles de la ciudad y Michael lo siguió.

Bella vio que Regmont levantaba el brazo y se preparó para recibir el golpe, negándose a retroceder.

Pero antes de que éste llegase, un golpe escalofriante resonó en todo el dormitorio. Isabella observó, atónita y confusa, cómo su cuñado ponía los ojos en blanco y se desplomaba inconsciente en el suelo.

Sorprendida, se echó para atrás. La herida que Regmont tenía en la cabeza sangraba profusamente y la sangre brillaba a la luz de las velas. El ruido de una barra de hierro cayendo al suelo llamó su atención y vio que el atizador del fuego había caído… de entre los dedos de Hester.

—Bella…

Levantó la vista. Su hermana se dobló sobre sí misma y empezó a retorcerse de dolor. Había sangre alrededor de los pies de Hester y no paraba de resbalarle por las piernas, formando un charco que no cejaba de crecer. No…

Oyó unos pasos acercándose.

—¡Isabella!

Ella lo llamó a gritos y saltó por encima de Regmont para ir a ayudar a su hermana.

Edward apareció seguido de Michael. Ambos se detuvieron en seco al ver el cuerpo de Regmont.

Isabella cogió a Hester justo antes de que a su hermana le fallasen las piernas.

Juntas, se arrodillaron en el suelo.

—¿Está muerto? —preguntó Bella, paseando de un lado a otro del salón del piso de abajo. Aqueronte estaba tumbado bajo la mesa que había entre dos butacas y se quejaba.

—No. —Edward se acercó a ella con una copa de coñac—. Toma. Bebe esto.

Isabella miró el líquido ámbar ansiosa por sentir el estupor que acompañaba a la bebida. Tenía la garganta seca y las manos temblorosas, síntomas que se aliviarían con un trago. Pero lo rechazó. No iba a volver a caer. Había dejado el pasado atrás. Y después de esa noche, estaba decidida a que siguiera allí.

Escudriñó la habitación con la mirada. Aquel color amarillo tan alegre le parecía absurdo, teniendo en cuenta la situación de la pareja que vivía en aquella casa.

—Lo ha golpeado con el atizador —murmuró, todavía intentando asimilar la gravedad de lo acontecido y que hubiese podido estar tan ciega ante los signos del maltrato.

—Bien hecho —dijo Michael con vehemencia.

Edward dejó la copa de coñac y se acercó a Isabella por detrás. La cogió por los hombros y le masajeó los músculos.

—El médico se está ocupando primero de tu hermana, pero dice que Regmont necesitará puntos.

A Bella se le rompió el corazón.

—Antes ya estaba deprimida. Pero ahora que ha perdido al bebé…

Michael cogió la copa de coñac de encima de la mesa y la vació de un trago.

Tenía el pelo hecho un desastre de las veces que se había pasado las manos por la cabeza y en su mirada podía verse su tormento.

Por fin Isabella podía ver con sus propios ojos el amor que Michael sentía por su hermana y el sentimiento de culpabilidad la corroyó como el ácido. Ella había empujado a Hester hacia Regmont cuando tenía delante de sus narices a un hombre más que digno de su hermana.

Miró a Edward por encima del hombro.

—Cuando estemos casados, me gustaría que Hester se quedase a vivir con nosotros durante todo el tiempo que necesite. No creo que deba quedarse en esta casa más de lo estrictamente necesario.

—Por supuesto.

Los preciosos ojos de él estaban llenos de amor y comprensión.

Isabella respiró hondo para inhalar su aroma a sándalo y a almizcle con toques de verbena, y hacerlo la tranquilizó. Puso las manos encima de las de él y dio gracias por tenerlo. Era como un faro en medio del caos y la daba la fuerza que necesitaba para poder estar al lado de Hester.

—Mientras tanto —dijo Michael—, las dos deberías vivir conmigo. Tú has pasado más años que yo en esa casa, Isabella, y los sirvientes están acostumbrados a atender tus necesidades. A Hester el entorno le resultará familiar. Y mi madre reside allí ahora y también puede ser de gran ayuda.

El disparo de una pistola quebró el silencio, seguido de un grito desgarrador. A Isabella se le revolvió el estómago. Echó a correr hacia la escalera antes de ser consciente de ello. Michael la adelantó en el primer escalón, pero Edward se quedó con ella y la cogió del brazo antes de que llegaran al dormitorio de Hester.

El doctor Lyon estaba en el pasillo, con la cara descompuesta. Señaló la puerta del dormitorio de Hester.

—Su señoría ha entrado en el dormitorio de su esposa y ha echado el cerrojo.

Al otro lado de la puerta, Hester seguía gritando.

El pánico hizo que a Isabella se le doblaran las rodillas, pero Edward la mantuvo en pie. Michael cogió el picaporte y empujó la madera con el hombro. El marco se quejó, pero el cerrojo aguantó el embate.


Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo

¶Love¶Pandii23