No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.
ÁMAME
9
—¡No! —Le apartó la mano con rudeza, pero luego se la cogió de nuevo y le besó el dorso. La presión de sus labios sobre su piel le dejó un hormigueo incluso a pesar del guante—. Confíe en mí. Le resultaría muy difícil afrontar la verdad.
—¿Por eso no quiere cortejarme?
Montoya se quedó helado.
—¿Le gustaría que lo hiciera?
—¿Usted se siente así con muchas mujeres? —Bella deslizó la mirada hasta su cuello y lo vio tragar con fuerza—. Yo sólo me he sentido así con otro hombre y lo perdí, igual que usted perdió a su amor.
De repente, él la abrazó con más fuerza y le posó los labios en la frente.
—Ya me habían mencionado antes lo de su amor perdido —dijo él con la voz ronca.
—A veces es como si hubiera perdido una parte de mí misma. Es insoportable. No entiendo por qué sigo teniendo estos sentimientos tan intensos por él después de tantos años. Es como si una parte de mí aún estuviera esperando que volviera. —Lo agarró con fuerza de la casaca—. Pero cuando estoy a su lado, únicamente pienso en usted.
—¿Le recuerdo a él?
Bella negó con la cabeza.
—Él era vital y descontrolado; usted es más melancólico, aunque de un modo
un tanto primitivo. —Esbozó una vergonzosa sonrisa—. Ya sé que suena absurdo.
—Ese lado primitivo sólo aparece cuando la veo —le explicó, rozando la mandíbula contra su sien.
Estaba tan cerca que su olor le inundaba los sentidos y la mareaba. Se había apoderado de ella una cálida alegría. La sensación de sentirse viva después de muchos años de entumecimiento. Bella se sentía culpable y abrumada por la certeza de estar traicionando a Cullen ; pero no podía luchar contra la atracción que sentía por Montoya. Era demasiado intensa, demasiado embriagadora y excitante.
—Me encantaría explorarlo —reconoció cohibida.
—¿Me está haciendo una proposición, señorita Swan? —le preguntó él, dejando escapar una grave carcajada que a ella le pareció adorable en cuanto la oyó.
Era la clase de risa que uno se esfuerza para volver a oír. Empezó a rebuscar en su mente cualquier otra cosa que pudiera hacerlo reír.
—Quiero verla de nuevo.
—No.
La cogió de la nuca y acercó la mejilla de Bella a su pecho, al tiempo que la rodeaba con su cuerpo. Entre sus brazos estaba a salvo. Cálida. La sensación era deliciosa. ¿Podían dos personas pasarse horas abrazadas?
A Bella se le escapó un resoplido burlón. Horas de besos y abrazos. Estaba trastornada.
—¿Acaba de resoplar? —bromeó él.
Ella se sonrojó.
—No intente cambiar de tema.
—Deberíamos despedirnos —dijo Montoya, suspirando con pesar—. Ya se ha ausentado mucho rato de la fiesta.
—¿Por qué no ha hablado en cuanto he entrado?
Él trató de retirarse, pero Bella lo agarró. Pensó que tenía más poder cuando estaba cerca de él. Las dos fuerzas que luchaban en el interior del conde parecían ponerse de acuerdo cuando estaban cerca: la parte que quería abrazarla y la que quería separarse de ella.
Bella esbozó una seductora sonrisa.
—No podía dejar que me marchara, ¿verdad?
—¿Es vanidad lo que oyó en mis oídos?
—¿Eso es una evasiva?
El fugaz hoyuelo que se marcó en su mejilla le encogió el estómago.
—Si las circunstancias fueran distintas, nada podría impedir que la hiciera mía.
—¡Oh! —Lo miró con los ojos entrecerrados—. Y ¿se acercaría a mí con intenciones honorables o me seduciría como lo está haciendo ahora?
—Preciosa… —Volvió a reír—. Aquí la única que está seduciendo a alguien es usted.
—¿De verdad?
Bella se notaba los pechos hinchados y pesados y le presionaban incómodamente el corsé. Tenía la boca seca y la palma de las manos húmedas.
Se sentía seducida. ¿Cabía la posibilidad de que el cuerpo de Montoya también estuviera respondiendo al suyo?
—Y ¿qué le estoy haciendo? —le preguntó curiosa.
—¿Para qué quiere saberlo? —Su sonrisa era encantadora—. ¿Para poder hacerlo más?
—Quizá. ¿Le gustaría?
—¿Desde cuándo se le da tan bien coquetear?
—Quizá siempre hay a sido así —replicó ella, batiendo las pestañas con coquetería.
Montoya adoptó un aire pensativo.
—¿Cullen es capaz de controlarla?
Le cogió las manos y se las apartó de la cintura.
—¿Disculpe?
Bella frunció el cejo cuando se separó de ella y se dirigió hacia la puerta.
—Es usted una buena pieza.
Entornó los ojos mientras sujetaba el pomo.
—No soy ninguna pieza —contestó, poniéndose en jarras.
—Nunca dejará de meterse en líos si no va con cuidado.
Ella arqueó una ceja con arrogancia.
—Llevo bajo vigilancia toda mi vida.
—Y, sin embargo, mírese, provocando a desconocidos con retratos sugerentes
y haciendo proposiciones completamente inapropiadas.
—¡No tenía por qué venir!
Y dio una patada en el suelo, irritada por su tono condescendiente.
—Eso es cierto. Y no pienso volver.
Su tono le resultaba demasiado familiar. Él le había preguntado si le recordaba a Edward y no lo había hecho hasta ese momento. Tenían una constitución distinta y sus voces poseían acentos diferentes, incluso la segura manera de caminar de ambos difería. Edward siempre pisaba con fuerza, como si quisiera hacer notar su presencia, mientras que los pasos de Montoya eran más suaves y tenía una forma más discreta de reclamar su territorio.
Pero en aquella testaruda forma de alejarla de sus vidas eran los dos iguales.
Cuando era sólo una niña, no tuvo más remedio que aceptarlo. Pero ése ya no era el caso.
—Como usted quiera —le dijo, acercándose a él contoneando deliberadamente las caderas—. Si tan sencillo le resulta irse y olvidarme, será mejor que lo haga.
—Yo no he dicho que vaya a ser fácil —le espetó.
Bella posó la mano sobre la suya en el pomo de la puerta.
—Adiós, conde Montoya.
Entonces él volvió la cabeza y ella se apresuró a posar los labios sobre los suyos. El conde se quedó inmóvil y Bella aprovechó la ventaja para ladear la cabeza y profundizar el beso. Pero Montoya seguía sin moverse. Ella no sabía cómo seguir adelante y, sin su participación, el beso se volvió extraño. Pero enseguida decidió que quizá estuviera pensando demasiado.
Cerró los ojos y se dejó guiar por sus instintos. Posó las manos sobre sus tensos hombros y notó cómo se estremecía. Le lamió el labio inferior y él rugió en voz baja.
A Bella se le encogió el estómago con una mezcla de placer y de miedo.
Y ¿si alguien los sorprendía? ¿Cómo iba a explicarlo?
Pero en realidad no le importaba, porque poder besarlo a su antojo le estaba resultando demasiado delicioso. El conde no estaba haciendo nada por ayudarla, pero tampoco la detenía. Bella estiró entonces los brazos, se buscó las manos por detrás de Montoya y se quitó un guante para posar la mano desnuda sobre su nuca. En cuanto entró en contacto con su piel se perdió en él, que abrió la boca para jadear, momento en que ella deslizó la lengua en su interior para lamerlo, como lo haría con su golosina favorita. Luego le tiró de la cola y el conde soltó un gruñido. Su lengua lamió la de ella con una experimentada y suave caricia que la hizo gemir dentro de su boca. Ese leve sonido provocó que él se moviese tan deprisa que Bella apenas tuvo tiempo de reaccionar. Cuando se quiso dar cuenta, estaba contra la puerta, atrapada por un hombre excitado de más de metro ochenta que le devolvía los besos con ardor y posesividad.
—Maldita seas —masculló con un áspero susurro—. No puedo poseerte.
—¡Ni siquiera lo has intentado!
—No he hecho otra cosa que intentarlo. Eso no cambia el hecho de que mis circunstancias me convierten en un hombre inadecuado y peligroso para ti.
La agarró de la nuca y posó la boca encima de la suya con apetito. Era un beso ardiente, rebosante de intenciones sensuales. Delicioso. Bella se arqueó contra la puerta y lo absorbió. Aceptó cada embestida de su lengua, cada mordisco de sus dientes, cada una de las caricias de sus perfectos labios y le rogó más con gemidos suplicantes que llevaban su fervor a alturas insospechadas.
Entre ellos había una máscara y secretos infinitos. Los separaba el muro que se levanta entre dos desconocidos que sólo comparten un momento en el tiempo y, sin embargo, la conexión que Bella sentía con él estaba allí, abriéndose paso entre todo aquello.
¿Sería mera lujuria? ¿Cómo podía serlo cuando ni siquiera le había visto todo el rostro? Pero aquel torrente en sus venas, el dolor de sus pechos, la humedad entre sus piernas… La lujuria estaba presente como parte de un gran todo.
—Bella —suspiró él con aspereza, dejando que su cálido aliento se deslizara por la piel húmeda de su cuello. Sus labios abiertos se pasearon después por su rostro, desde la mandíbula hasta la mejilla, y luego siguieron subiendo—.Quiero desnudarte, tumbarte en mi cama y besarte por todas partes.
Ella se estremeció, tanto por la forma en que había dicho su nombre, como por las imágenes que esas palabras crearon en su mente.
—Reynaldo.
—Tengo que abandonar la ciudad o eso ocurrirá, y si dejamos que pase, no podré volver a buscarte. Ahora no.
—¿Cuándo pues?
Atormentada por el placer y con el cuerpo devorado por el deseo insatisfecho, en ese momento Bella habría sido capaz de prometer cualquier cosa con tal de volver a verlo.
—Ya tienes a Cullen , un amigo de toda la vida que podrá darte cosas que y o no te puedo ofrecer.
—Pero quizá t también podamos ser amigos.
—No me conoces, si no, no dirías eso.
—Quiero conocerte. —La voz de Bella era un áspero ronroneo. No había sonado así en toda su vida y se daba cuenta de que ese tono a él le afectaba. Lo sabía por la forma en que la abrazaba con fuerza—. Y me gustaría que tú me conocieras a mí.
Montoya se retiró y entonces ella se dio cuenta de que la máscara le resultaba atractiva. Excitante. Era una reacción extraña, pero no por ello menos cierta. No le parecía alarmante; al contrario, le resultaba bastante tranquilizadora.
Se sentía demasiado abierta y la existencia de ese antifaz los protegía a ambos.
—Lo único que necesitas saber sobre mí —dijo el conde con voz ronca—, es que hay quien me quiere muerto.
—Una afirmación como ésa bastaría para asustar a otras mujeres —respondió ella, acercándose de nuevo a su boca—, pero y o vivo con personas con problemas parecidos. Se podría decir incluso que tengo unas circunstancias similares por mera asociación.
—No me harás cambiar de idea —contestó él, lamiendo sus labios abiertos.
Las acciones de su cuerpo contradecían sus palabras.
—Estaba tratando de salir de la habitación, pero me lo has impedido.
—Pero ¡si me has besado tú! —la acusó.
Bella se encogió de hombros.
—Tus labios estaban en medio. No he podido evitarlo.
—Eres muy problemática. —Inclinó la cabeza y la besó por última vez. Con más suavidad. Entreteniéndose. Bella se estremeció—. Ahora tenemos que separarnos antes de que alguien nos descubra.
Ella asintió. Sabía que era cierto y que se había ausentado durante demasiado rato.
—¿Cuándo volveré a verte?
—No lo sé. Quizá después de tu boda. Tal vez nunca.
—¿Quizá?
Bella se lo había preguntado infinidad de veces esa noche, pero seguía sin saber la respuesta. ¿Acaso él no comprendía lo importante que era poder sentirse tan viva junto a otro ser humano? No se había dado cuenta de que estaba dormida hasta que lo conoció.
—Sí. Cullen puede darte cosas que y o nunca podré ofrecerte.
Ella estaba a punto de contestar cuando el pomo de la puerta se movió.
Contuvo la respiración y se quedó inmóvil. Pero Montoya no.
Se alejó de ella con rapidez y volvió a esconderse entre las sombras de la esquina.
Tambaleándose, Bella se apartó de la puerta cuando ésta se abrió tras ella.
Luego se volvió para enfrentarse al entrometido.
—Milord —susurró, haciendo una reverencia.
Cullen entró en la habitación frunciendo el cejo.
—¿Qué estás haciendo aquí? He registrado toda la casa buscándote. —La miró con cautela y apretó los dientes—. Tienes algo que decirme, ¿verdad?
Ella asintió y le tendió una mano temblorosa. Él se la cogió y la sacó de la habitación, deteniéndose antes un momento para echar un vistazo a la sala.
Cuando decidió que todo estaba en orden, la alejó de Montoya y la arrastró en dirección a un futuro mucho menos ordenado que el que la aguardaba hacía sólo unos días.
Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo
¶Love¶Pandii23
