No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.


ÁMAME

11

Entonces la chica se llevó la mano al camafeo que lucía al cuello para tocarlo con delicadeza y a Edward le resultó casi imposible imaginar que aquella preciosidad pudiera matar a nadie.

—¿Cuál es tu relación con Depardue? —le preguntó.

A ella se le ensombreció el semblante.

—Si él resuelve esto, me ahorrará muchos problemas.

—El comandante está decidido a no dejar nada al azar —explicó Quinn—. Depardue vigila a Cartland. Lysette me vigila a mí. Ambos hacen el mismo servicio. Ella es una… garantía añadida.

Edward esbozó una mueca de dolor.

—No creo que a Depardue le gustara saber que alguien ha insinuado que podría no conseguir su objetivo. —Miró a Lysette y se preguntó por qué la joven habría aceptado esa misión—. ¿Por qué haces esto?

—Mis motivos son cosa mía. Pero te lo advierto —lo miró fijamente—, en lo único que puedes fiarte de mí es en esto: quiero entregar a la justicia al asesino de Leroux.

Edward suspiró con fuerza y tamborileó con los dedos sobre la mesa.

—Esto no me gusta. Mientras Cartland me persigue, tenemos una serpiente entre nosotros.

Quinn asintió.

Lysette frunció los labios mientras cogía la copa de vino que había pedido hacía un momento.

—Preferiría ser Eva que la serpiente.

—Eva era atractiva —le contestó Quinn.

Edward se atragantó. Era la primera vez que oía al irlandés decirle algo desagradable a una mujer.

—¿Qué habéis hecho hasta ahora? —preguntó la rubia, ignorando la grosería de Quinn y centrando su atención en Edward.

—Yo me paso el día evitando a Cartland y a cualquiera que huela a francés y luego me paso las noches buscándolo.

—Ése es el plan más absurdo que he oído en toda mi vida —se burló ella.

—Y ¿qué me sugieres que haga? —la desafió él—. No sé nada.

—En ese caso, debes aprender. —Lysette bebió un delicado sorbo de vino y se lamió los labios. Se sentaba muy erguida y con la barbilla levantada, los sellos distintivos de una buena educación y la consecuente escolarización—. Y no puedes aprender si te pasas el día escondido, cosa que es exactamente lo que Cartland esperará que hagas. ¿Por qué no te pones en contacto con el hombre para el que trabajáis los dos? Estoy segura de que él dispondrá de los recursos necesarios para resolver esto cuanto antes.

—Ésa no es su tarea —replicó Quinn—. Nosotros somos responsables de gestionar nuestras misiones. Si nos cogen, debemos asumir los riesgos. Supongo que será lo mismo para ti.

Por un momento, pareció que la frustración asomaba a los preciosos rasgos de la francesa, pero esa expresión desapareció enseguida, reemplazada por una dulce y despreocupada sonrisa.

Edward no pudo evitar preguntarse por ella y evaluar qué nivel de riesgo representaría. Se la veía frágil y femenina, pero él ya sabía por las historias sobre la hermana de Bella que las apariencias podían ser muy engañosas.

—¿Tienes alguna otra sugerencia, mademoiselle? Quizá creas que debo buscar a plena luz del día.

—¿Llevarás un antifaz? —preguntó Quinn, apartando el plato.

—Y ¿por qué iba a hacer eso?

—La joven observó a Edward detenidamente, desde la cabeza, pasando por sus piernas estiradas, hasta la punta de las botas—. Sería una lástima esconder tanto atractivo.

—Esbozó una seductora sonrisa—. Yo preferiría verlo absolutamente todo.

Quinn resopló.

—¿Lo ves, querida? Ése es el motivo por el que no eres Eva. Eres incapaz de advertir que el hombre y a está comprometido.

—Te puedes vendar los ojos y llamarme por el nombre que quieras —le sugirió ella a Edward, guiñándole un ojo.

Él se rio por primera vez en muchos días.

—Ten cuidado con ella —le advirtió Quinn.

—Tendrás que vigilarla tú. Yo me marcho a Bristol por la mañana. Es posible que el pasado de Cartland esté afectando a su presente de alguna forma. Espero poder descubrir algo que me dé cierta ventaja.

—Buena idea. —Quinn frunció los labios con aire pensativo—. Lysett nos quedaremos y trataremos de indagar por aquí.

—No me gusta la idea de que se vaya solo —confesó la joven con una nota de acero en su voz.

—Ya te acostumbrarás.

Quinn se recostó en la silla con su habitual e insolente elegancia: ladeó el cuerpo, echó el brazo por encima del respaldo y separó las piernas.

—Con lo guapo que eres —dijo ella— y lo difícil que me resulta a veces que me gustes.

Quinn sonrió.

—Lo mismo digo. Masen buscará en otro sitio. T trabajaremos juntos en la ciudad.

—Quizá prefiera irme con él.

La sonrisa de Lysette no alcanzó sus preciosos ojos.

—¿¡Ah, sí!? —El exagerado placer que demostró Quinn volvió a hacer reír a Edward—. Eso sería estupendo. Por lo menos para mí, aunque no para Masen. Losiento, chica.

Quinn encogió un hombro y apoyó la mano en la mesa.

Antes de que ninguno de ellos pudiera ni siquiera parpadear, Lysette se puso en pie, cogió el cuchillo de Simon y lo clavó en la mesa con precisión matemática, justo en medio de los dedos abiertos de éste, que se quedó helado al ver lo cerca que había estado de perder alguna falange.

—¡Maldición! —exclamó.

Ella se inclinó sobre él.

—No te atrevas a burlarte de mí ni a subestimarme, mon amour. No es muy inteligente hacerme enfadar.

Edward también se levantó.

—Gracias por ofrecerme tu compañía —se apresuró a decir—, pero, con todo el respeto, debo rechazarla.

Lysette lo miró entornando los ojos.

—Ya sé que no confías en mí —continuó él—, pero puedo asegurarte una cosa: tengo muchas razones para limpiar mi nombre y no me queda ninguna para huir.

Ella se quedó inmóvil un momento. Luego esbozó una sonrisa ladeada.

—Tu mujer está aquí.

Edward no dijo nada, pero no era necesario que lo reconociera.

Lysette lo dejó marchar con un elegante movimiento de la muñeca.

—No te irás muy lejos. Buena suerte.

Él hizo una rápida reverencia, se metió la mano en el bolsillo y dejó algunas monedas en la mesa.

—Rezaré por ti —le dijo a Quinn, estrechando el hombro de su amigo al pasar junto a él.

Simon le respondió con un ardiente juramento.


Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo

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