No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.
ÁMAME
12
Era una pequeña pero elegante casa en un vecindario respetable. Ya hacía tres años que era propiedad del conde de Cullen y durante ese tiempo no había pasado mucho tiempo desocupada.
Esa noche, las ventanas de la planta baja estaban a oscuras, pero se podía ver el reflejo de la luz de las velas en una ventana del piso superior. Metió la llave en la cerradura de la puerta principal y entró.
Del mantenimiento de la casa se ocupaba un matrimonio digno de confianza y muy discreto. En ese momento estaban acostados y como Cullen no precisaba de sus servicios decidió no molestarlos.
Dejó el sombrero en el perchero, donde luego colgó también la capa. Debajo de ella llevaba uno de los trajes que se ponía para asistir a los interminables bailes y fiestas de cada noche. Aunque aquella velada había sido un poco distinta.
Bella estaba diferente. Él estaba diferente. La relación entre ellos había cambiado. Ella lo veía de otra forma y la imagen que él tenía de la joven también se había alterado.
Subió la escalinata hasta el primer piso y se detuvo unos segundos junto a la puerta de la habitación de la que procedía la luz. Cullen suspiró y se dio un momento para deleitarse en el rugido de la sangre que le corría por las venas y advertir lo rápido que crecía su excitación. Luego giró el pomo y entró para encontrarse a su amante morena de ojos negros leyendo en la cama.
La mujer levantó la vista y lo miró a los ojos. Él enseguida se dio cuenta de que a ella se le aceleraba la respiración y separaba los labios. Luego cerró el libro con decisión y él cerró la puerta de una patada.
—Milord —susurró Jane, retirando el cubrecama para revelar su bien torneada figura—. Esperaba que vinieras esta noche.
Cullen sonrió. Ella estaba excitada, lo que significaba que el primer revolcón podría ser duro y rápido. Luego ya se tomarían su tiempo. Pero en ese instante no serían necesarios los preliminares, cosa que le venía como anillo al dedo.
Había deseado a la impresionante viuda nada más verla. En cuanto ella cumplió el período de luto que le debía a lord Riley, Cullen se le acercó con rapidez, antes de que pudiera hacerlo otro. Jane se sintió halagada y luego muy entusiasmada. Encajaban a la perfección y el sexo era placentero para ambos.
Cullen se quitó la casaca y Jane el camisón. En cuestión de segundos y a estaba dentro de ella. Las caderas de su amante oscilaban en el borde del colchón mientras él, de pie, embestía con fuerza su curvilíneo cuerpo. Para su alivio, la frustración y la inquietud que sentía desaparecieron en la vorágine de la pasión carnal.
Pero el paréntesis no duró mucho.
Una hora más tarde, descansaba tumbado boca arriba, con la cabeza apoyada sobre una mano, mientras dejaba que la brisa de la noche le refrescara la piel cubierta de sudor.
—Ha sido delicioso —murmuró Jane con la voz ronca, debido a sus apasionados gemidos—. Siempre eres muy primitivo cuando estás molesto.
—¿Molesto?
Él se rio y la atrajo hacia sí.
—Sí. Siempre sé cuándo hay algo que te preocupa.
Le acarició el pecho.
Cullen se quedó mirando las ornamentadas molduras del techo y pensó en lo bien que encajaba con ella aquella habitación en tonos rosados y crema, con muebles dorados. Fue él quien la animó a no reparar en gastos y a pensar únicamente en su propia comodidad; después de las diversas amantes que había tenido, se había dado cuenta de que la forma en que una mujer decoraba una habitación decía mucho de ella.
—¿Quieres que hablemos de cosas desagradables?
—También podemos convertir tus frustraciones en agotamiento —lo provocó
Jane, levantando la cabeza para mirarlo con sus oscuros ojos llenos de diversión—. Ya sabes que no me voy a quejar.
Él le apartó los negros mechones húmedos de la sien.
—Prefiero esa alternativa.
—Aunque sólo será una solución temporal. Es muy posible que como mujer pudiera ayudarte con tu problema, que sospecho que es de naturaleza femenina.
—Ya me estás ayudando —ronroneó él.
Ella arqueó las cejas con escepticismo, pero no lo presionó.
Entonces Cullen suspiró con fuerza y le contó lo que lo preocupaba; se fiaba de Jane como amiga y como confidente. Era una mujer muy dulce, una de las más dulces que había conocido nunca. No era la clase de persona que intentaba perjudicar a otras o que aprovechaba las desgracias ajenas para sacar ventaja.
—¿Te das cuenta de que nadie suele ver como hombres a los que ocupan posiciones semejantes a la mía? —le preguntó él—. Yo soy tierras, dinero y prestigio, pero no mucho más que eso.
Ella lo escuchó en silencio, pero con atención.
—Pasé mi juventud en Lincolnshire y me educaron para pensar en mí como un Cullen en lugar de como un individuo. Nunca tuve ningún interés aparte de mis obligaciones, ni ninguna meta aparte de mi título. Me adiestraron tan bien que nunca se me ocurrió pensar que podría querer algo por mí mismo, algo que no tuviera nada que ver con el marquesado y todo lo demás.
—Ésa parece una vida muy solitaria.
Cullen se encogió de hombros y se puso otra almohada debajo de la cabeza.
—No conocía otra.
Cuando él alargó su silencio, ella lo presionó un poco:
—¿Hasta?
—Hasta que un día crucé la linde de nuestra propiedad y me tropecé con un niño pobre que se disponía a pescar en mi arroyo.
Jane sonrió y abandonó el refugio de sus brazos para deslizarse por la cama.
Luego se puso el camisón que se había quitado, se acercó a la consola y sirvió una copa.
—¿Quién era ese niño?
—Un sirviente de la propiedad vecina. Estaba esperando a la hija del hombre para el que trabajaba. Me llamó mucho la atención que se hubieran hecho amigos.
—Y la chica también te llamó la atención.
Jane calentó el brandy con destreza, haciendo girar la copa encima de la llama de una vela.
—Sí —admitió él—. Era joven, salvaje y libre. La señorita Swan me enseñó lo distinto que se veía el mundo a través de los ojos de alguien que no sufría el peso de las expectativas de los demás. Además, ignoró completamente mi título y me trató igual que al otro chico, con un afecto juguetón.
Jane se sentó en la cama y bebió un poco de brandy, antes de pasarle la copa a él.
—Creo que me gustaría esa chica.
—Sí. —Sonrió él—. Creo que tú también le gustarías a ella.
Era evidente que jamás llegarían a conocerse, pero eso daba igual.
—Te admiro por querer casarte con ella a pesar de los pecados de su padre.
—¿Cómo podría no querer casarme con Bella? Es quien me enseñó mi valor como individuo. Ahora, a mi arrogancia aristocrática debo sumar mi arrogancia personal.
Jane se rio y apoyó la cabeza en sus piernas.
—Eso es una suerte para el resto de nosotros.
Cullen pasó la mano por su melena suelta.
—Nunca olvidaré la tarde en que, con total inocencia, me dijo que yo era muy atractivo y que ése era el motivo de que a veces se quedara muda a media frase. Nadie me había dicho nunca nada parecido. Dudo mucho que nadie lo hay a sentido nunca. Cuando tartamudean ante mi presencia es por intimidación, no por admiración.
—Te puedo asegurar que eres un hombre muy atractivo, milord —dijo ella.
Las chispas que Cullen vio brillar en sus ojos le confirmaron la verdad de sus palabras—. Hay pocos hombres tan guapos como tú.
—Es posible. Yo nunca me comparo con otros, así que no puedo saberlo.
—Bebió un largo trago de brandy—. Pero creo que mi atractivo tiene más peso cuando y o creo en él.
—Sí, la seguridad es muy atractiva —convino ella.
—Como Bella no esperaba nada de mí, podía ser yo mismo cuando estábamos juntos. Era la primera vez en mi vida que hablaba sin preocuparme por los límites que me imponía mi posición. Practiqué mi faceta galante con ella y le dije cosas en voz alta que jamás me había atrevido ni a pensar.
—Dejó resbalar la mirada hasta los pies de la cama y luego siguió hasta el fuego que ardía en la chimenea—. Supongo que gracias a Bella crecí como persona.
Jane le acarició el muslo desnudo y le preguntó:
—¿Tienes la sensación de que estás en deuda con ella?
—En cierto modo. Pero nuestra relación nunca ha sido una calle de una única dirección. Juntos practicamos para mejorar nuestra conducta y nuestra conversación. Yo tenía experiencia en esas cosas y ella estaba muy protegida.
—Tú la puliste.
—Sí. Nuestra amistad nos enriqueció a ambos.
—Y ahora ella te pertenece, porque tú la ayudaste a hacerse a sí misma — afirmó Jane.
—Yo… —Cullen frunció el cejo. ¿Era de ahí de donde procedía su insatisfacción? ¿Sólo se trataba de un problema de posesividad?—. No estoy seguro de que se trate de eso. Bella se enamoró una vez, o eso dice, y sigue acordándose de él. No se lo echo en cara. Lo acepto.
—Quizá sería más correcto decir que lo agradeces. —Jane esbozó una amable sonrisa—. A fin de cuentas, no te abrumará con sentimientos excesivamente intensos si ya los ha depositado en otra parte.
Cullen se acabó el resto del brandy de un solo trago que lo calentó por dentro y luego le acercó la copa en una silenciosa petición para que le sirviera más.
—Si eso es cierto, ¿por qué me molesta que ella se sienta tan fascinada por otro hombre?
Jane cogió la copa y arqueó las cejas.
—¿Estás preocupado o celoso?
Él se rio.
—Quizá un poco de ambas cosas. —Hizo un gesto despreocupado con la mano—. Es posible que mi masculinidad se haya resentido, porque ella nunca ha mostrado esa clase de interés por mí. No estoy seguro. Lo único que sé es que estoy volviendo a dudar de mí mismo. No dejo de preguntarme si la decisión de haberle dado el espacio y el tiempo que necesitaba para recuperarse habrá sido un error.
Jane se detuvo a medio camino de la consola.
—¿Quién es el otro hombre?
Él le explicó la historia.
—Claro. —La viuda rellenó la copa y calentó el licor. Luego regresó a su lado—. Ya sabes que y o quería mucho a mi difunto esposo.
Cullen asintió y dio una palmadita en el espacio vacío que había junto a él. Ella gateó hasta allá, se sentó a su lado y dejó las piernas al descubierto para que Cullen pudiera verlas.
—Pero estuve a punto de casarme con otro hombre al que en realidad no amaba.
—No me digas… —se burló él—. Las mujeres se mueren por pasar la vida con un marido devoto, que nunca deje de prometerles amor eterno.
—Pero también somos muy pragmáticas. Si le ofreces a la señorita Swan todas las cosas prácticas que tanto desea y que el otro hombre no puede proporcionarle, se sentirá más inclinada a elegirte a ti.
—Ya le hice ver que ese título extranjero la obligaría a separarse de su hermana.
—Muy bien, lo has hecho verbalmente. Ahora tienes que ponérselo más difícil, demostrándoselo con hechos. Llévala a ver tus propiedades, cómprale una casa cerca de la de su hermana… cosas así. También tienes que tener en cuenta su afición por el romance y el misterio y añadirlo a la mezcla. Puedes seducirla con facilidad. Tienes la habilidad suficiente, y seguro que ella es susceptible a esas cosas: flores, regalos… róbale algún beso. Tu competidor trabaja en la sombra. Tú no tienes esas limitaciones.
—Hum…
—Podría ser divertido para los dos. Una oportunidad de conoceros más a fondo.
Él alargó el brazo y entrelazó los dedos con los suyos.
—Eres muy lista.
Jane esbozó su encantadora sonrisa.
—Soy una mujer.
—Sí, soy muy consciente de ello.
Dejó la copa en la mesilla de noche y tiró de ella. La besó y luego se deslizó por su cuerpo para abrirle el camisón y meterse uno de sus pezones en la boca.
—Oh, qué bien —suspiró ella.
Él levantó la cabeza y sonrió.
—Gracias por tu ayuda.
—Mis motivos no son del todo altruistas, ¿sabes? Es muy probable que vuelvas a enfadarte mientras intentas seducir a la señorita Swan.
Y me encanta cuando pierdes el control.
—Bruja.
Les agrada que publique dos veces por día?
Los Viernes voy a tratar de publicar tres veces al día.
Les agradezco los comentarios :)
Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo
¶Love¶Pandii23
