No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.


ÁMAME

13

Cullen fingió un rugido y ella se estremeció.

Eso lo animó a pasar el resto de la noche interpretando al amante primitivo que tanto les gustaba a ambos.

Bella echó un vistazo a la esquina de la casa mordiéndose el labio inferior.

Estaba preocupada. Buscó a Edward en el patio del establo y suspiró aliviada cuando vio que no había nadie. Oyó algunas voces masculinas que le trajo el viento, risas y canciones procedentes de los establos. Gracias a eso, supo que Edward estaría trabajando con su tío, cosa que significaba que podía salir tranquilamente de la mansión para adentrarse en el bosque.

Mientras se movía con habilidad entre los árboles y se escondía de los ocasionales guardas con los que se tropezaba de camino a la valla, pensó que cada vez se le daban mejor los subterfugios. Ya habían pasado quince días desde la fatídica tarde en la que sorprendió a Edward detrás de la tienda con aquella chica.

Bella lo había estado evitando desde entonces y se negaba a hablar con él siempre que le pedía a la cocinera que fuera a buscarla.

Quizá fuera absurdo que tuviera la esperanza de no volver a verlo, teniendo en cuenta lo cerca que vivían el uno del otro. Pero, aun así, era una tonta, porque no pasaba ni una hora del día en que no pensara en él, pero mientras se mantuviera alejado de ella, Bella sabía que lograría sobrellevar su dolor. Tampoco veía ningún motivo por el que tuvieran que encontrarse, hablar ni saludarse. Ella sólo viajaba en carruaje cuando iba a casa de alguien, pero incluso en esas ocasiones siempre se las arreglaba para relacionarse únicamente con Pietro, el cochero.

Cuando vio la esperada oportunidad, Bella saltó con habilidad por encima de la valla y corrió hasta el arroyo, donde se encontró a Cullen sin casaca ni peluca y con las mangas de la camisa remangadas. La piel del joven conde se había bronceado un poco aquellas últimas semanas en las que había dejado de lado sus libros para pasar más tiempo al aire libre. Llevaba el pelo castaño oscuro recogido en una cola y se adivinaba una sonrisa en sus ojos azules. Era bastante atractivo y sus facciones angulosas revelaban los siglos de pura sangre azul de su linaje.

Era cierto que verlo no le aceleraba el corazón ni le provocaba dolores en lugares extraños como lo hacía Edward, pero Cullen era encantador, educado y atractivo. Bella suponía que ésas eran cualidades más que suficientes para convertirlo en el receptor de su primer beso. La señorita Pool le había dicho que esperara a encontrar al chico adecuado, pero Edward ya había dado ese paso y había preferido dárselo a otra.

—Buenas tardes, señorita Swan—la saludó el conde, haciendo una perfecta reverencia.

—Milord —le contestó ella, levantando los costados de su vestido rosa antes de inclinarse.

—Hoy tengo una cosa para ti.

—¿Ah, sí?

Bella abrió los ojos con aire expectante. Como no solía recibirlos, le encantaban los regalos y las sorpresas. Su padre nunca se acordaba de sus cumpleaños o de otras ocasiones en las que la mayoría de las personas intercambian obsequios.

Cullen esbozó una indulgente sonrisa.

—Así es, princesa. —Le ofreció el brazo—. Ven conmigo.

Ella posó los dedos sobre su antebrazo con delicadeza y disfrutó de la ocasión de poder practicar sus modales con alguien. El conde era amable y paciente, y siempre le señalaba los errores que cometía, corrigiéndola con afecto. De ese modo, ella pulía sus maneras y aumentaba su seguridad. Ya no se sentía como una niña que fingía ser una dama. Ahora se sentía como una dama que había elegido disfrutar de su juventud.

Juntos se alejaron del sitio donde solían encontrarse junto al arroyo y recorrieron la orilla hasta un gran claro. Bella se mostró encantada cuando vio la manta que había extendida en el suelo y la cesta en una de las esquinas, llena de pasteles de deliciosos aromas y varios trozos de carne y quesos.

—¿Cómo te las has arreglado para organizar esto? —le preguntó, visiblemente complacida por su consideración.

—Querida Bella —ronroneó él con los ojos brillantes—. Ya sabes quién soy y en lo que me convertiré. Yo puedo conseguir cualquier cosa.

Ella conocía muy bien la vida de la nobleza y lo poderoso que era su propio padre, un vizconde. ¿Cuánto mayor sería el poder de Cullen , al que aguardaba un marquesado?

Al pensarlo, abrió los ojos como platos.

—Ven —la animó él—. Siéntate, cómete un trozo de tarta de melocotón y cuéntame cómo te ha ido el día.

—Mi vida es terriblemente aburrida —respondió Bella, dejándose caer en el suelo con un suspiro.

—En ese caso, cuéntame una historia. Seguro que sueñas despierta con algo.

En efecto, soñaba con los apasionados besos que le daba un amante gitano de ojos oscuros, pero nunca se atrevería a confesarlo en voz alta. Se puso de rodillas y empezó a rebuscar en el interior de la cesta para esconder su rubor.

—No tengo tanta imaginación —murmuró.

—Está bien.

Cullen se tumbó boca arriba, entrelazó los dedos de las manos por detrás de la cabeza y se quedó mirando fijamente el cielo. Nunca lo había visto tan relajado. A pesar de llevar un atuendo bastante formal —incluidas unas medias de inmaculado color blanco y unos zapatos perfectamente lustrados—, se lo veía mucho más tranquilo que cuando se conocieron, hacía algunas semanas. Bella se dio cuenta de que le gustaba bastante el joven conde y sintió una punzada de placer al pensar que ella era la responsable de lo que consideraba un cambio positivo en él.

—Entonces seré yo quien te cuente una historia —dijo Cullen .

—Estupendo.

Bella se sentó sobre la manta y le dio un mordisco a su trozo de tarta.

—Había una vez…

Observó los labios de Cullen mientras hablaba y se imaginó besándolos. La recorrió una conocida sensación de tristeza, consecuencia de haber dejado atrás su primer romance para embarcarse en otro nuevo. Pero ese sentimiento disminuyó cuando pensó en Edward y en lo que había hecho. Estaba segura de que él no sentiría ninguna tristeza por haberla olvidado.

—¿Te gustaría darme un beso? —dijo de repente, quitándose con los dedos las migas de tarta de la comisura de los labios.

El conde se detuvo a media frase y se volvió para mirarla. Había abierto los ojos como platos, pero parecía más intrigado que sorprendido.

—Disculpa. ¿Te he oído bien?

—¿Has besado alguna vez a una chica? —preguntó con curiosidad. Él era dos años mayor que ella, o sea, sólo uno menor que Edward. Era bastante posible que tuviera cierta experiencia.

Edward desprendía una provocativa y sombría inquietud que resultaba seductora incluso para los inocentes sentidos de Bella.

Cullen, por su parte, era mucho más relajado y su atractivo consistía en una innata actitud de poder sobre los demás y la tranquilidad de saber que tenía el mundo a sus pies. Y, pese a lo mucho que a Bella le gustaba Edward, era muy consciente del despreocupado encanto del conde.

Éste arqueó las cejas.

—Un caballero nunca habla de esas cosas.

—¡Es maravilloso! Ya me imaginaba que serías discreto.

Bella sonrió.

—Repíteme la pregunta —murmuró él, observándola con detenimiento.

—¿Te gustaría besarme?

—¿Es una pregunta retórica o una proposición?

De repente, ella se sintió avergonzada e insegura y apartó la vista.

—Bella —dijo él con suavidad, haciendo que volviera a mirarlo a los ojos.

Advirtió una profunda amabilidad en sus atractivos y aristocráticos rasgos y se sintió muy agradecida por ello. Cullen rodó hacia un lado y luego se sentó.

—No es retórica —susurró ella.

—¿Por qué quieres que alguien te bese?

Bella se encogió de hombros.

—Porque sí.

—Ya veo. —Frunció los labios un segundo—. ¿Te conformarías con Benny? ¿O con algún lacayo?

—¡No!

Él esbozó una lenta sonrisa y ella sintió un revoloteo en el estómago. No se le encogió del todo, como le ocurría al ver los hoyuelos de Edward, pero sí era una advertencia de la nueva visión que tenía de su amigo.

—No voy a besarte hoy —le dijo—. Quiero que sigas pensando en ello. Si continúas sintiendo lo mismo la próxima vez que nos veamos, entonces te besaré.

Bella arrugó la nariz.

—Si no te gusto, puedes decírmelo directamente.

—Ah, mi irascible princesa —la tranquilizó Cullen , posando la mano sobre la suya y acariciándola con el pulgar—. Te abalanzas sobre las conclusiones de la misma forma que te abalanzas sobre los problemas: de lleno. Yo te salvaré, dulce Bella. Estoy deseando hacerlo.

—Oh —susurró ella, parpadeando al percibir el sugerente tono de sus palabras.

—Oh —convino él.

Bella se despertó al oír que alguien llamaba a la puerta de su dormitorio.

Estaba acurrucada en la cama con los ojos cerrados y su soñolienta mente se esforzaba por volver a dormirse y recuperar los intensos sueños en los que estaba sumida. Sueños que le recordaban la extraña conexión que tenía con Cullen y lo mucho que ella valoraba ese vínculo.

Pero volvieron a llamar, esta vez con más insistencia. La cruda realidad se abrió paso en su mundo de fantasía y la joven lamentó la pérdida de sus rememoraciones nocturnas.

—¿Bella?

María. La única persona de toda la casa a la que no podía ignorar. Le dio permiso para entrar con voz adormilada, se sentó en la cama y observó cómo se abría la puerta y su hermana entraba en la habitación.

—Hola, peque —dijo ésta, acercándose con una elegancia que Bella siempre había envidiado—. Siento haberte despertado. Pero y a es de día, en realidad llevo esperando un buen rato. Me temo que no tengo tanta paciencia como te gustaría.

—Me encanta cómo te queda ese vestido —contestó Bella, admirando la prenda de muselina color crema que resaltaba la piel aceitunada de María.

—Gracias. —Se sentó en el sillón que había junto a la ventana—. ¿Lo pasaste bien anoche?

La mente de Bella se llenó de imágenes de Cullen vestido con frac. La velada anterior había sido una de las muchas que pasaban juntos en bailes y fiestas, pero había habido algo ligeramente distinto. Ella era diferente. Él era diferente. La relación entre ellos había cambiado y Bella sabía, por instinto, que ya nunca volvería a ser la misma.

Cullen había empezado a presionarla maniobrando con pericia para hacerle ver su situación fríamente. Después de una infancia llena de falsedades y evasiones, Bella agradecía mucho la sinceridad de su amigo. Pero, en ese caso, sólo servía para aumentar su sentimiento de culpabilidad y su confusión.

—Fue una noche muy agradable —contestó.

—Mmmm… —El sonido sonó claramente escéptico—. Últimamente estás un poco melancólica.

—Y has venido a hablar del tema.

—Lord Cullen estuvo a punto de besarte en la terraza la otra tarde y, sin embargo, anoche no parecías estar más impaciente por verlo de lo habitual.

¿Cómo quieres que ignore ese hecho?

Bella cerró los ojos y dejó caer la cabeza de nuevo sobre la almohada.

—Si me cuentas tus penas —la presionó María—, es posible que pueda ayudarte. Me gustaría mucho.

Bella abrió los ojos y los clavó en el dosel de satén, recordando tiempos pasados. Su dormitorio estaba decorado con una amplia gama de tonos azules, del más pálido al más oscuro, igual que la habitación que tenía de niña. Había elegido ese color a conciencia; era una declaración de lo decidida que estaba a retomar la relación con su hermana justo en el punto donde la habían cercenado con tanta crueldad. Su padre les había robado muchos años de su vida juntas, pero en aquel cuarto Bella tenía la sensación de poder recuperarlos.

—Tú no me puedes ayudar, María. No hay nada que arreglar o que se pueda cambiar.

—Y ¿qué me dices de tu admirador enmascarado?

—No voy a verlo nunca más.

Se hizo un pesado silencio entre ellas.

—La última vez que me hablaste de él, no lo hiciste con esa rotundidad. Lo has vuelto a ver, ¿verdad? Te ha buscado.

Bella volvió la cabeza hasta dar con los ojos de su hermana.

—Fui y o quien trató de atraerlo, y se enfadó conmigo por haberlo hecho. Y ahora quiere irse de la ciudad para poner distancia entre nosotros y evitar que pueda volver a contactar con él.

—Sus acciones demuestran que se preocupa por tu reputación, pero tú estás disgustada. —La confusión asomó a los ojos oscuros de María—. ¿Por qué?

Bella levantó las manos y respondió:

—¡Porque no quiero que se vaya! Quiero conocerlo y me duele mucho no tener la oportunidad de hacerlo. Os estoy haciendo sufrir a ti y a Cullen y, sin embargo, soy incapaz de olvidar la fascinación que siento ni ignorar lo cansada que estoy de que me dejen de lado. Ya tuve suficiente con mi padre.

—Bella… —María le ofreció la mano—. ¿Qué tiene ese hombre que te gusta tanto? ¿Es atractivo? No, no te enfades. Sólo quiero entenderlo.

Bella suspiró. La falta de sueño y lo poco que comía estaban empezando a pasarle factura. No conseguía librarse de la sensación de que Montoya se desvanecía, de que cada momento que pasaba sin hacer nada lo alejaba un poco más de ella. Y eso la frustraba mucho y la ponía de mal humor.

—Volvía a llevar el antifaz —dijo por fin—. No tengo ni idea del aspecto que tiene debajo de esa máscara, pero no me importa. Estoy fascinada por la forma que tiene de hablarme, por cómo me toca, por cómo me besa. Me trata con veneración, María. Con anhelo. Con deseo. Y no creo que nadie pueda fingir un afecto tan intenso. No del modo que tiene él de expresarlo.

Su hermana frunció el cejo y apartó la mirada, perdida en sus pensamientos.

Sus oscuros rizos se mecían por encima de sus hombros desnudos y delataban lo intranquila que estaba.

—¿Cómo puede sentir esas cosas por ti sin conocerte?

—Dice que le recuerdo a una amante que perdió, pero yo creo que, aparte de eso, le gusto por mí misma. —Bella tiró del cubrecama—. La primera vez que se me acercó, lo hizo por ese recuerdo, pero cuando volvió lo hizo por mí.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

—No estoy segura de nada y ahora supongo que no llegaré a estarlo nunca.

Miró en dirección a la puerta de su dormitorio, temiendo que la expresión de su rostro revelara demasiado.

—Porque se marcha.

—María suavizó la voz—. ¿Te ha dicho por qué o adónde tiene pensado ir?

—Dice que lo amenaza un peligro. Un peligro mortal.

—¿De St. John o de otra persona?

Bella apretó con fuerza el cubrecama.

—Él no tiene nada que ver con tu marido. Eso fue lo único que me dijo y yo lo creo.

—Chis —María la tranquilizó, poniéndose en pie de nuevo—. Ya sé que estás angustiada, pero no viertas tu frustración sobre mí. Yo sólo quiero ayudarte.

—Y ¿cómo lo vas a hacer? —la desafió Bella—. ¿Me vas a ayudar a encontrarlo?

—Sí.

La incredulidad la dejó de una pieza y se quedó mirando fijamente a su hermana.

—¿De verdad?

—Claro.

—María echó los hombros hacia atrás en una evidente demostración de determinación—. Los hombres de St. John y a lo están buscando, pero nosotras tenemos una ventaja: tú eres la única persona que puede acercarse a ese hombre.

Bella se quedó un momento sin habla. No esperaba que nadie apoyara su deseo de ir tras Montoya y no podría haber elegido una persona mejor para ayudarla que María. Su hermana no le temía a nada y tenía mucha experiencia

en dar con personas que no deseaban ser encontradas.

—Cullen también lo está buscando.

—Pobre conde Montoya —se lamentó María, sentándose en el borde de la cama junto a ella y cogiéndole las manos—. Me compadezco de él. Un día ve una mujer hermosa y a causa de eso acaba siendo perseguido desde todos los flancos posibles. St. John lo buscará como lo haría un criminal. Cullen lo buscará como lo haría un noble. Así que t tenemos que buscar a Montoya como lo haría una mujer.

—Y eso ¿cómo se hace? —preguntó Bella frunciendo el entrecejo.

—Pues comprando, por supuesto.

—María sonrió iluminando la habitación con su sonrisa—. Visitaremos todos los proveedores de máscaras que seamos capaces de encontrar y trataremos de averiguar si alguno de ellos recuerda la venta. Si acostumbra a ocultarse el rostro, debe de comprar muchas máscaras. Y si no es así, quizá hay a sido una compra esporádica y con suerte hay a dejado alguna impresión en el vendedor. Ya sé que no es mucho, pero es un comienzo. Aunque tendremos que ir con cuidado, claro. Si es cierto que está en peligro, encontrarlo podría ponernos en riesgo a nosotras también. Tienes que confiar en mí y prestar atención a todo lo que te diga. ¿De acuerdo?

—Sí.

—A Bella le tembló el labio inferior y se lo mordió para esconder el traidor movimiento. Luego estrechó con fuerza las manos de su hermana—.Gracias, María. Muchísimas gracias.

Ella la abrazó y le dio un beso en la frente.

—Yo siempre estaré aquí para ayudarte, peque. Siempre.

Esa dulce declaración le dio fuerzas y Bella se aferró a ellas para levantarse de la cama y empezar a prepararse para el día que tenía por delante.


Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo

¶Love¶Pandii23