No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.


ÁMAME

15

Simón resopló. El sonido desprendía tanta tensión que María reconsideró sus protestas y decidió guardar silencio. Simón había sido su lugarteniente durante años y su colaboración resultaría de una gran ayuda. Cualquiera que fuera la situación entre la señorita Rousseau y él era asunto suyo. Ella y a tenía suficientes problemas.

Poco después, vieron acercarse el brillante carruaje de paseo de St. John.

María confió en que la distancia que iban a recorrer no fuera tan larga como para requerir un coche más sólido.

Edward salió del carruaje, aliviado de poder estirar sus largas piernas tras las muchas horas que había tardado en llegar desde Londres hasta la pequeña posada de más allá de Reading. Se quedó un rato en el patio y observó el paisaje iluminado por la luna. Jacques también salió del vehículo y entraron juntos a la posada para pedir una habitación para pasar la noche.

El interior en penumbra estaba muy tranquilo. Sólo quedaban algunos clientes en la sala principal, los demás ya se habían retirado. Hicieron los trámites necesarios para conseguir el alojamiento y Edward enseguida se encontró en un pequeño cuarto con pocos muebles, pero limpio y cómodo.

En cuanto estuvo solo, la melancolía lo envolvió como un frío y pesado manto. Estaba a un día de viaje de Bella y la jornada siguiente aún lo alejaría más de ella. Frustrado por la dirección que estaban tomando las cosas, rogó que el sueño le diera un breve respiro, pero después de todos aquellos años soñando con su amada no tenía mucha esperanza.

Se disponía a correr las cortinas cuando la puerta se abrió detrás de él. Se llevó la mano a la empuñadura de la daga que llevaba escondida en la casaca y se inclinó para reducir su tamaño.

—Montoya.

La dulce voz de Bella lo paralizó justo cuando se estaba dando la vuelta.

Esperaba que lo siguieran, pero nunca imaginó que sería ella quien lo hiciera.

Ahora el peligro que los acechaba los amenazaba a los dos.

—Tenía que verte —murmuró Bella—. Tu carruaje ha pasado junto a mí por la calle y no podía dejarte marchar.

Gracias a los años de entrenamiento y lo mucho que había aprendido a depender de su ingenio, Edward pudo reprimir su reacción de sorpresa y evitó echarlo todo a perder volviéndose del todo hacia ella. En lugar de darse la vuelta, corrió las cortinas para impedir el paso a la tenue luz de la luna, antes de girarse.

Si tenía suerte, el fuego que ardía en la chimenea ocultaría sus rasgos entre sombras y disminuiría las posibilidades de que Bella pudiera reconocerlo.

Como sólo se había preparado para la reacción de ella al verlo, Edward había quedado completamente expuesto a su propia respuesta. Su figura junto a la puerta —y tan cerca de la cama—, impactó en él como un golpe y le arrancó un posesivo y primitivo gemido, que se abrió paso por su cerrada garganta. Bella se estremeció al oírlo y abrió los labios, jadeante.

Edward apretó los puños. ¿Sabría ella lo que le estaba haciendo?

Bella se quedó inmóvil ante la puerta, con actitud orgullosa e impertérrita.

Llevaba un sombrero ladeado con gracia atado bajo la barbilla y un vestido de brillante satén blanco con un delicado encaje. El inocente corte del vestido le quitaba años y Edward sintió una oleada de calor que lo endureció sin previo aviso: de repente tenía unas irresistibles ganas de hacerla suya. La amaba profundamente; con locura. Aún podía recordar la adoración que sintió por ella de niño, pero también se moría de lujuria con cada gota de la sangre gitana que le corría por las venas.

—Dime que no has venido sola —murmuró horrorizado, al pensar que aquella belleza pudiera andar por el mundo desprotegida.

Bella era un tesoro que había que cuidar y vigilar. Cuando pensó que podría haber hecho aquel viaje sin lacayos y haberse expuesto a tanto peligro se le encogió el estómago.

—Estoy acompañada. —Sus ojos brillaban, iluminados por la tenue luz del fuego y le preguntó en un susurro—: ¿Estás enfadado conmigo?

—No —dijo él con voz ronca, sintiendo cómo el corazón le latía rítmicamente en el pecho.

—La máscara… —Inspiró con fuerza—. La mayoría de los hombres están especialmente elegantes vestidos de noche. Pero tú…

—Bella…

—… tú siempre me provocas. Lleves lo que lleves y estemos donde estemos.

Edward cerró los ojos y sintió cómo el cumplido de ella se deslizaba por todo su cuerpo. Dio un paso involuntario en su dirección, pero luego se paró en seco. De repente aquella estancia se le antojó demasiado pequeña y asfixiante, y la necesidad de que ambos se despojaran de todas sus ropas le resultó casi abrumadora. El deseo que sentía por Bella era cada vez más intenso y no dejaba de arañar y morder para que lo saciara.

—¿Te alegras de verme? —le preguntó ella con un hilo de voz.

Edward negó con la cabeza y abrió los ojos: no verla le resultaba insoportable.

—Me mata.

La ternura se apoderó de los delicados rasgos de Bella conmoviéndolo.

—Es ese deseo que percibo en tu interior lo que me atrae hacia ti. —Se acercó a él, que levantó una mano para detenerla antes de que se acercara demasiado—. Mientras me sigas deseando, y o te desearé a ti.

—Ya habría dejado de desearte hace mucho tiempo… si fuera posible —jadeó él.

Bella ladeó la cabeza con aire reflexivo.

—Mientes.

Él fue incapaz de resistirse y sonrió. Seguía siendo una descarada.

—Disfrutas deseándome —dijo ella con evidente satisfacción femenina.

—Disfrutaría más poseyéndote —ronroneó él.

Cuando Bella posó la mirada sobre la cama, su miembro se excitó del todo.

La vio sacar la lengua y humedecerse el labio inferior, y un áspero e inquieto anhelo se removió en el interior de su pecho.

—Ven conmigo —le suplicó ella, volviendo a mirarlo a los ojos—. Conoce a mi familia. Mi hermana y su marido pueden ayudarte. Cualquiera que sea tu problema, estoy segura de que ellos podrán ayudarte a solucionarlo.

A Edward se le hizo un nudo en la garganta. Tendría que decirle que no. Debía evitar ponerla en peligro.

Pero la posibilidad de poder poseerla allí mismo, sin más esperas, la posibilidad de dejar de esconderse…

Era de noche, tenían una cama a su disposición y estaban solos. Su mayor fantasía hecha realidad.

Dio un paso hacia ella.

—Tengo que decirte una cosa. Algo que te costará comprender. ¿Tienes tiempo para escucharme?

Bella levantó la mano y la tendió hacia él.

—Todo el que necesites.

—Y ¿qué hay de quienes te han acompañado?

—Es un solo hombre y se está tomando un trago abajo. —Sonrió—. Le he mentido, ¿sabes? He señalado a uno de los clientes y le he dicho que sospechaba que eras tú. Tim está ahora muy ocupado vigilándolo. Y, mientras tanto, yo he preguntado con discreción hasta dar contigo. Tienes una complexión única, eres un hombre alto y corpulento. Las doncellas enseguida se han fijado en ti al entrar.

—Y ¿qué hay de tu reputación? Una jovencita de evidente buena familia preguntando por un soltero.

—Cuando he sabido dónde estabas, les he hecho saber lo aliviada que estaba por haber encontrado a mi hermano, que vestía de verde oscuro.

Edward bajó la cabeza y miró su ropa. Cielo santo. ¿Sería verdad? ¿De verdad podría poseerla?

Bella estaba radiante. Era evidente que se sentía muy orgullosa de su ingenio.

—Se ha tomado usted muchas molestias para encontrarme, señorita Swan.

—Bella —lo corrigió—. Y sí, es cierto.

Él sonrió.

—Date la vuelta y ponte de cara a la puerta.

Ella frunció el cejo.

—¿Por qué?

—Porque necesito acercarme a ti y no estoy seguro de si podrás verme la cara con esta luz.

—Cuando vio que vacilaba le dijo—: Tú me has perseguido.

Me deseas. Seré tuyo en todos los sentidos, pero a cambio tienes que escucharme sin hacer preguntas. ¿Eso te asusta?

Bella tragó saliva y sus pupilas dilatadas se tragaron sus iris. Luego negó con la cabeza.

—Te excita —murmuró Edward. Una caliente y potente lujuria lo recorrió, estaba al límite. Con ella siempre había sido él quien llevaba las riendas. También le resultaba muy excitante ser quien dominara la situación en la cama—. Date la vuelta.

Bella obedeció y Edward se acercó a ella con rapidez, liberado del miedo de que pudiera reconocerlo antes de tiempo. Presionó el cuerpo contra el suyo e inspiró su aroma a madreselva. Vio en su cuello el palpitar de su pulso acelerado y, apoyando las manos a ambos lados de su cabeza, cerró la puerta. El sonido lo puso tenso.

Una acción tan simple como la de cerrar una puerta lo excitó como no lo había hecho nada en toda su vida. Ella quería que la hiciera suya, que la desnudara, que la conquistara y la poseyera hasta dejarla agotada.

Pero Edward seguía queriendo que dijera las palabras en voz alta.

—No hay ninguna posibilidad de que salgas de esta habitación tan virginal como has entrado —murmuró, pasando la lengua por encima de su pulso acelerado.

Bella respondió agarrándose a una silla que tenía al lado y apretándose con fuerza contra él, maniobra que la distanció de la puerta lo suficiente como para permitirle echar el cerrojo.

—¿Esperas alguna interrupción? —le preguntó Edward divertido—. ¿O sólo quieres mantener el mundo al margen de esto?

La idea de que ella pudiera olvidarse del mundo para estar con él le encogió el corazón. Se lo había prometido siendo una muchacha. ¿Se reafirmaría en esa promesa ahora que y a era una mujer?

—Estás dando por hecho que lo que quiero es impedir el paso a los de fuera.

—Esbozó una seductora sonrisa—. Pero quizá lo que quiera sea encerrarte a ti.

Edward echó la cabeza hacia atrás y se rio mientras la estrechaba con fuerza

—Oh, amor. Cómo me gusta verte tan decidida.

—Para apaciguarme no basta con la amenaza de hacerme el amor —le replicó ella.

No, pero quizá sí lo consiguiera la revelación de su verdadera identidad. La idea le daba mucho que pensar e inspiró con fuerza.

—Bella, tengo que mostrarte mi rostro y hablarte de mi pasado antes de seguir adelante.

La tensión que atenazó el cuerpo de ella era palpable.

—¿Crees que eso podría cambiar lo que siento por ti?

—Con toda seguridad.

—Entonces no lo hagas.

Él parpadeó.

—¿Cómo dices?

—Ahora, en este momento, tengo la sensación de que no podría respirar si no te tengo cerca.

—Hablaba en voz baja y con seriedad—. No quiero desilusionarme. No después de todos estos años en los que no ha existido nada importante para mí. Ha sido casi como pasar por la vida con un velo ante los ojos. Sólo consigo ver el mundo y todos sus colores cuando estoy contigo.

Él presionó la mejilla contra la suya y susurró:

—Deberías valorar más tu virginidad. No puedo hacerte mía…

Ella volvió la cabeza y posó los labios sobre los suyos. La repentina oleada de sensaciones lo mareó. Y enseguida se convirtió en algo tan excitante que resultaba casi insoportable. Notó que Bella se movía, pero fue incapaz de apartarse para averiguar el motivo. Le acarició los labios con la lengua y lamió aquel inocente sabor tan propio de ella. Era un gusto tan adictivo que lo estaba destrozando. Era incapaz de resistirse a él. Cuando sus dedos desnudos le rodearon la muñeca y le llevó la mano a su pecho, supo que estaba perdido. Él no podía dejar de ser quien era, así de sencillo. Pero esa revelación requería mucho tacto.

—Puedo verte con mi corazón —le dijo ella sin aliento, mientras movía los labios por encima de los suyos—. Quiero tenerte mientras me sienta como me siento ahora: salvaje, excitada y libre. ¿Me convierte eso en una mujer temeraria e ingenua? ¿Te parezco insensata y fácil?

Cada nueva palabra que salía de su boca lo endurecía más y le hacía perder un poco más el control. Salvaje. Excitada. Libre. La combinación tenía un encanto muy poderoso para un hombre gitano. Bella había vivido al margen de la sociedad durante tanto tiempo que le resultaba mucho más fácil que a la mayoría ignorar sus restricciones. Edward sospechaba que ése era otro de los motivos de su afinidad. En el fondo los dos estaban deseosos de correr por los campos riendo y sin ninguna atadura.

Edward le pasó la mano por detrás y soltó el broche que le sujetaba el pañuelo de encaje que llevaba al cuello.

—¿Puedo taparte los ojos? —le preguntó con un grave tono de voz—. ¿Crees que si lo hago sofocaré tu ardor?

Ella intentó volver la cabeza para mirarlo a los ojos, pero él la detuvo con un beso.

—No quiero que descubras nada mientras hacemos el amor. No quiero que nada pueda estropear nuestra primera vez juntos. He esperado mucho tiempo y lo deseo demasiado como para dejar que algo lo eche a perder.

Bella asintió y se quedó quieta mientras él aflojaba el delicado pañuelo y se lo ataba alrededor de la cabeza a modo de venda.

—¿Cómo te sientes?

—Rara.

—No te muevas.

Edward se apartó de ella y se quitó la casaca. Se aflojó el pañuelo y luego empezó a desabrocharse los botones de marfil tallado del chaleco.

—¿Te estás desnudando? —le preguntó Bella.

—Sí.

Edward advirtió que ella se estremecía y sonrió. La imagen que tenía ante sí era de un erotismo muy intenso: Bella allí, de pie, con los labios hinchados por los besos y los ojos tapados. Suya. Para que la saboreara y la disfrutara como quisiera. Pietro había intentado que la olvidara asegurándole que las mujeres inglesas carecían del fuego que necesitaba un hombre gitano. Pero Edward no se lo creyó entonces y aún menos se lo creía ahora.

Sus preciosos pechos subían y bajaban con su respiración acelerada, mientras abría y cerraba los puños. Estaba madura y preparada, era un oasis en el desierto de su vida estéril.

Edward se quitó el chaleco, lo tiró sobre el respaldo de un sillón y volvió con ella.

—Quiero que me digas lo que estás pensando. Quiero que me digas lo que te gusta y lo que no. Si me mientes, lo descubriré enseguida. Tu cuerpo te traicionará.

—Entonces ¿para qué quieres que hable?

—Por tu bien.

—Le acarició los hombros y luego buscó la minúscula hilera de botones de su espalda—. Si lo dices en voz alta, te obligarás a pensar en cada momento en lo que te estoy haciendo. Eso te atará al placer y a este instante.

—Me atará a ti.

—Sí, eso también. —Le besó el cuello—. Eso te dará poder, así serás tú quien diga lo que desea. Quizá vaciles al tocarme o te preguntes qué puedes y qué no puedes hacer. Pero si prestas atención, te darás cuenta de lo mucho que me complacen los sonidos de tu placer, sabrás que esto es una conexión entre dos amantes jugando al mismo juego.

—Suena muy íntimo —susurró ella.

—Para nosotros lo será, amor.


Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo

¶Love¶Pandii23